Partida Rol por web

Legado Oscuro I: Vitae

Capítulo II: Rouge Rhône

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02/05/2016, 10:12
Narrador

Te cubriste la cabeza, la nariz y la boca con el manto de áspero lino. Apenas sí dejaste tus ojos descubiertos, para poder ver en la oscuridad. Las nubes de polvo habían arreciado durante todo el día, y ahora, por la noche, prácticamente te obligaban a andar a tientas por las calles de tierra, entre las casas de adobe de tus vecinos.

Revisaste que habías cogido todo: el odre de pellejo de cabra, el puñal de cobre y sí, lo más importante: la tablilla de arcilla. Revisaste los símbolos cuneiformes. Ya lo habías hecho anteriormente, una y otra vez, pero querías asegurarte: aquella noche, no había margen de error. Guardaste la tablilla y tomaste tu fiel cayado, que reposaba apoyado en el dintel de la puerta.

Avanzaste pesadamente, luchando contra el viento. La arena que arrastraba te obligaba a entrecerrar los ojos y te laceraba la piel, curtida al sol y al viento, de forma persistente y molesta. Enlil estaba furioso, al parecer, y hacía soplar con fuerza vientos de furia. Al menos la luz plateada de su hijo, Nannar, te permitía avanzar con seguridad hacia las murallas.

Altas, imponentes, majestuosas. Las puertas que cerraban el acceso al recinto amurallado de la ciudad se alzaban ante ti, cada vez más cercanas. Y tras ellas… el Ziggurat. Una auténtica mole de ladrillo desde la que los sacerdotes proyectaban su inmenso poder. Desde el valle a la montaña. Del mar al desierto.

Y más allá, el palacio. Una larga escalinata subía hasta las puertas, que permanecían siempre abiertas; nadie osaría entrar allí de noche. Un escalofrío terrible te recorrió el cuerpo al mirar fijamente en aquella dirección. Una figura pálida, borrosa, con ropajes rojos que destacaban en la negrura de la noche, se alzaba ante sus puertas. Él estaba despierto.

Un sudor frío empezó a recorrerte la piel, y tuviste que apartarlo de tu frente para que la arena no se pegara y te cubriera por completo. Te sentiste enfermar. Débil. Pero te reafirmaste en tu resolución, haciendo acopio de tu férrea voluntad. No, no podías fallar. El destino de muchos dependía de ti. Quizá el de todos. Te obligaste a apartar la vista de aquella figura lejana, aunque no conseguiste quitarte aquella extraña y pegajosa sensación de saberte bajo alguna mirada insidiosa. Debían ser imaginaciones tuyas. O la atenta vigilia de los guardias en las puertas, que ya habían salido a tu encuentro al ver que te acercabas, cubriéndose los rostros para protegerse del viento.

Te acercaste, mientras observabas atentamente las grandes lanzas de punta de cobre que portaban, y los escudos de piel de cabra reforzados; sin duda, zelotes de los sacerdotes, fanáticos capaces de morir por su oscuro dios. Armándote de valor y determinación, no te dejaste intimidar por su brutal aspecto. Te dieron el alto y tu corazón se aceleró.

Forzándote a mantenerte en calma, sacaste la tablilla y se la mostraste a los guardias, que parecieron sorprenderse. Hicieron ademán de leer su contenido, aunque tú sabías que era puro teatro: ningún soldado sabría leer los símbolos sagrados de E-gish-shir-gal. Después de unos segundos, se miraron entre ellos y te dejaron pasar.

El interior de la ciudad amurallada tenía poco que ver con los barrios de adobe que se amontonaban en las afueras. La tierra que formaba las calles estaba bien compactada, a conciencia, y las casas eran de ladrillo de buena calidad, ricamente adornadas con pinturas y lapislázuli. Los templos menores se congregaban en torno al Ziggurat. Incluso el viento parecía dar una tregua a aquella zona, como si supiera que no debía perturbar a lo que allí moraba.

A cada paso, la sensación que te venía acosando desde que salieras empeoraba. A cada momento te parecía ver movimientos en la periferia de tu visión, sólo para descubrir un callejón oscuro o aire vacío cuando girabas la vista. Cada vez estabas más cerca del Ziggurat, y su sombra ya te engullía.

Te quitaste el manto de lino del rostro, pues te estabas asfixiando. O quizá fuera otra cosa, que te oprimía el pecho. Ya faltaba poco. Ya casi estabas a los pies de la escalinata que llevaba a lo más alto del templo. Echaste una mirada, precavida, hacia el palacio, buscando, sin quererlo ni poder evitarlo, la solitaria figura que habías visto antes. Pero ya no estaba. Respiraste, sintiendo que te habías liberado de un gran peso de encima.

Cuando te giraste de nuevo para enfilar las escaleras, comprendiste tu error. Demasiado tarde… Lo última que viste fue tu propio terror, engullido en un mar de sombras, sangre y colmillos.

 

[...]

 

Despertaste entre sudores fríos. Estabas en tu casa, en tu cama. La luz de la mañana se filtraba, tenue, por la ventana. Hacía frío. Debía de ser aún temprano. Tu corazón latía acelerado.

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02/05/2016, 11:07
Narrador

Te cubriste la cabeza, la nariz y la boca con el manto de áspero lino. Apenas sí dejaste tus ojos descubiertos, para poder ver en la oscuridad. Las nubes de polvo habían arreciado durante todo el día, y ahora, por la noche, prácticamente te obligaban a andar a tientas por las calles de tierra, entre las casas de adobe de tus vecinos.

Revisaste que habías cogido todo: el odre de pellejo de cabra, el puñal de cobre y sí, lo más importante: la tablilla de arcilla. Revisaste los símbolos cuneiformes. Ya lo habías hecho anteriormente, una y otra vez, pero querías asegurarte: aquella noche, no había margen de error. Guardaste la tablilla y tomaste tu fiel cayado, que reposaba apoyado en el dintel de la puerta.

Avanzaste pesadamente, luchando contra el viento. La arena que arrastraba te obligaba a entrecerrar los ojos y te laceraba la piel, curtida al sol y al viento, de forma persistente y molesta. Enlil estaba furioso, al parecer, y hacía soplar con fuerza vientos de furia. Al menos la luz plateada de su hijo, Nannar, te permitía avanzar con seguridad hacia las murallas.

Altas, imponentes, majestuosas. Las puertas que cerraban el acceso al recinto amurallado de la ciudad se alzaban ante ti, cada vez más cercanas. Y tras ellas… el Ziggurat. Una auténtica mole de ladrillo desde la que los sacerdotes proyectaban su inmenso poder. Desde el valle a la montaña. Del mar al desierto.

Y más allá, el palacio. Una larga escalinata subía hasta las puertas, que permanecían siempre abiertas; nadie osaría entrar allí de noche. Un escalofrío terrible te recorrió el cuerpo al mirar fijamente en aquella dirección. Una figura pálida, borrosa, con ropajes rojos que destacaban en la negrura de la noche, se alzaba ante sus puertas. Él estaba despierto.

Un sudor frío empezó a recorrerte la piel, y tuviste que apartarlo de tu frente para que la arena no se pegara y te cubriera por completo. Te sentiste enfermar. Débil. Pero te reafirmaste en tu resolución, haciendo acopio de tu férrea voluntad. No, no podías fallar. El destino de muchos dependía de ti. Quizá el de todos. Te obligaste a apartar la vista de aquella figura lejana, aunque no conseguiste quitarte aquella extraña y pegajosa sensación de saberte bajo alguna mirada insidiosa. Debían ser imaginaciones tuyas. O la atenta vigilia de los guardias en las puertas, que ya habían salido a tu encuentro al ver que te acercabas, cubriéndose los rostros para protegerse del viento.

Te acercaste, mientras observabas atentamente las grandes lanzas de punta de cobre que portaban, y los escudos de piel de cabra reforzados; sin duda, zelotes de los sacerdotes, fanáticos capaces de morir por su oscuro dios. Armándote de valor y determinación, no te dejaste intimidar por su brutal aspecto. Te dieron el alto y tu corazón se aceleró.

Forzándote a mantenerte en calma, sacaste la tablilla y se la mostraste a los guardias, que parecieron sorprenderse. Hicieron ademán de leer su contenido, aunque tú sabías que era puro teatro: ningún soldado sabría leer los símbolos sagrados de E-gish-shir-gal. Después de unos segundos, se miraron entre ellos y te dejaron pasar.

El interior de la ciudad amurallada tenía poco que ver con los barrios de adobe que se amontonaban en las afueras. La tierra que formaba las calles estaba bien compactada, a conciencia, y las casas eran de ladrillo de buena calidad, ricamente adornadas con pinturas y lapislázuli. Los templos menores se congregaban en torno al Ziggurat. Incluso el viento parecía dar una tregua a aquella zona, como si supiera que no debía perturbar a lo que allí moraba.

A cada paso, la sensación que te venía acosando desde que salieras empeoraba. A cada momento te parecía ver movimientos en la periferia de tu visión, sólo para descubrir un callejón oscuro o aire vacío cuando girabas la vista. Cada vez estabas más cerca del Ziggurat, y su sombra ya te engullía.

Te quitaste el manto de lino del rostro, pues te estabas asfixiando. O quizá fuera otra cosa, que te oprimía el pecho. Ya faltaba poco. Ya casi estabas a los pies de la escalinata que llevaba a lo más alto del templo. Echaste una mirada, precavida, hacia el palacio, buscando, sin quererlo ni poder evitarlo, la solitaria figura que habías visto antes. Pero ya no estaba. Respiraste, sintiendo que te habías liberado de un gran peso de encima.

Cuando te giraste de nuevo para enfilar las escaleras, comprendiste tu error. Demasiado tarde… Lo última que viste fue tu propio terror, engullido en un mar de sombras, sangre y colmillos.

 

[...]

 

Despertaste entre sudores fríos. Estabas en tu casa, en tu cama. La luz de la mañana se filtraba, tenue, por la ventana. Hacía frío. Debía de ser aún temprano. Tu corazón latía acelerado.

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02/05/2016, 11:07
Narrador

Te cubriste la cabeza, la nariz y la boca con el manto de áspero lino. Apenas sí dejaste tus ojos descubiertos, para poder ver en la oscuridad. Las nubes de polvo habían arreciado durante todo el día, y ahora, por la noche, prácticamente te obligaban a andar a tientas por las calles de tierra, entre las casas de adobe de tus vecinos.

Revisaste que habías cogido todo: el odre de pellejo de cabra, el puñal de cobre y sí, lo más importante: la tablilla de arcilla. Revisaste los símbolos cuneiformes. Ya lo habías hecho anteriormente, una y otra vez, pero querías asegurarte: aquella noche, no había margen de error. Guardaste la tablilla y tomaste tu fiel cayado, que reposaba apoyado en el dintel de la puerta.

Avanzaste pesadamente, luchando contra el viento. La arena que arrastraba te obligaba a entrecerrar los ojos y te laceraba la piel, curtida al sol y al viento, de forma persistente y molesta. Enlil estaba furioso, al parecer, y hacía soplar con fuerza vientos de furia. Al menos la luz plateada de su hijo, Nannar, te permitía avanzar con seguridad hacia las murallas.

Altas, imponentes, majestuosas. Las puertas que cerraban el acceso al recinto amurallado de la ciudad se alzaban ante ti, cada vez más cercanas. Y tras ellas… el Ziggurat. Una auténtica mole de ladrillo desde la que los sacerdotes proyectaban su inmenso poder. Desde el valle a la montaña. Del mar al desierto.

Y más allá, el palacio. Una larga escalinata subía hasta las puertas, que permanecían siempre abiertas; nadie osaría entrar allí de noche. Un escalofrío terrible te recorrió el cuerpo al mirar fijamente en aquella dirección. Una figura pálida, borrosa, con ropajes rojos que destacaban en la negrura de la noche, se alzaba ante sus puertas. Él estaba despierto.

Un sudor frío empezó a recorrerte la piel, y tuviste que apartarlo de tu frente para que la arena no se pegara y te cubriera por completo. Te sentiste enfermar. Débil. Pero te reafirmaste en tu resolución, haciendo acopio de tu férrea voluntad. No, no podías fallar. El destino de muchos dependía de ti. Quizá el de todos. Te obligaste a apartar la vista de aquella figura lejana, aunque no conseguiste quitarte aquella extraña y pegajosa sensación de saberte bajo alguna mirada insidiosa. Debían ser imaginaciones tuyas. O la atenta vigilia de los guardias en las puertas, que ya habían salido a tu encuentro al ver que te acercabas, cubriéndose los rostros para protegerse del viento.

Te acercaste, mientras observabas atentamente las grandes lanzas de punta de cobre que portaban, y los escudos de piel de cabra reforzados; sin duda, zelotes de los sacerdotes, fanáticos capaces de morir por su oscuro dios. Armándote de valor y determinación, no te dejaste intimidar por su brutal aspecto. Te dieron el alto y tu corazón se aceleró.

Forzándote a mantenerte en calma, sacaste la tablilla y se la mostraste a los guardias, que parecieron sorprenderse. Hicieron ademán de leer su contenido, aunque tú sabías que era puro teatro: ningún soldado sabría leer los símbolos sagrados de E-gish-shir-gal. Después de unos segundos, se miraron entre ellos y te dejaron pasar.

El interior de la ciudad amurallada tenía poco que ver con los barrios de adobe que se amontonaban en las afueras. La tierra que formaba las calles estaba bien compactada, a conciencia, y las casas eran de ladrillo de buena calidad, ricamente adornadas con pinturas y lapislázuli. Los templos menores se congregaban en torno al Ziggurat. Incluso el viento parecía dar una tregua a aquella zona, como si supiera que no debía perturbar a lo que allí moraba.

A cada paso, la sensación que te venía acosando desde que salieras empeoraba. A cada momento te parecía ver movimientos en la periferia de tu visión, sólo para descubrir un callejón oscuro o aire vacío cuando girabas la vista. Cada vez estabas más cerca del Ziggurat, y su sombra ya te engullía.

Te quitaste el manto de lino del rostro, pues te estabas asfixiando. O quizá fuera otra cosa, que te oprimía el pecho. Ya faltaba poco. Ya casi estabas a los pies de la escalinata que llevaba a lo más alto del templo. Echaste una mirada, precavida, hacia el palacio, buscando, sin quererlo ni poder evitarlo, la solitaria figura que habías visto antes. Pero ya no estaba. Respiraste, sintiendo que te habías liberado de un gran peso de encima.

Cuando te giraste de nuevo para enfilar las escaleras, comprendiste tu error. Demasiado tarde… Lo última que viste fue tu propio terror, engullido en un mar de sombras, sangre y colmillos.

 

[...]

 

Despertaste entre sudores fríos. Estabas en tu casa, en tu cama. La luz de la mañana se filtraba, tenue, por la ventana. Hacía frío. Debía de ser aún temprano. Tu corazón latía acelerado.

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02/05/2016, 14:01
Justine Lesauvage
Sólo para el director

Me senté de golpe en la cama. El sudor caía con fuerza por mi frente y mi corazón parecía querer salirse del pecho.
Ese sueño o más bien pesadilla, había sido tan sumamente real. Esa sombra.. Ese ser... ¿Qué era? ¿Qué quería? ¿Que me hizo?
Tenía frío. El sudor y el aire fresco que entraba por la ventana eran mala combinación y el rayito de luz que se filtraba era demasiado débil como para dar algo de calor.
Me levanté con la sensación de estar vacía por dentro a la par de tener arena pegada en mi cara, sobre mi piel.
Me levanté y me lave el rostro en aquel viejo cuenco de arcilla y me dispuse a vestirme para iniciar mis labores.
No paraba de darle vueltas a aquel sueño. Aquel lugar... Tan lejano y a la par tan cercano. Y esa sombra...
Es increíble como influyen los sueños.. me dije en voz alta, tratando así de calmarme. Una cocinera que acaba llevando una reliquia misteriosa a algún lado... Y un ser oscuro la acecha y ataca en aquel lugar. Cuando se lo cuente a Jean-Paul, se va a reir de mi.
El sonido de mi propia voz me tranquilizaba. Me senté en la cama para calzarme y peinarme un poco el pelo antes de salir del dormitorio.

Notas de juego

Seguimos en verano? Cuanto tiempo ha pasado desde aquella noche?

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02/05/2016, 14:22
Castigo

Notas de juego

Es el día siguiente

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03/05/2016, 00:15
Elouan Leclair

Me despierto sobresaltado, respirando agitadamente y con el cuerpo empapado en sudor. "¿Una pesadilla?". Me quedo sentado en la cama con las piernas estiradas, mirando hacia la nada durante un buen rato. Trato de recordar el sueño, pero mientras más lo pienso, más se me escapan los detalles. Intento ordenar las imágenes de mi cabeza. "Recuerdo el viento pesado, levantando la arena del suelo y... ¿un castillo?".

Ya no sé lo que pertenece al sueño y lo que no. A medida que me concentro, todo pierde sentido. "Ni siquiera estoy seguro de que fuera un castillo".

- Bueno... qué más da. -Murmuro, levantándome.

Sigo inquieto, pero intento no seguir pensando en el sueño. Es un sin-sentido. Un sueño. Al fin y al cabo, yo sólo he estado en Lyon y en Sérézin, y ese sitio no parecía ninguno de los dos. "¿Y si era una mezcla de ambos sitios?".

- ¡¡Aaaagh!! -Gruño, revolviéndome el pelo. ¡Basta! Ya hace más de 11 años que superé la etapa de las pesadillas, no me voy a obesionar ni preocupar por un sueño estúpido.

Abandono mi habitación y salgo fuera de casa para llenar un cazo de agua del barril. Me lo bebo tranquilamente, observando a los pocos madrugadores que empiezan sus labores matutinas. Bebo otro cazo entero y vuelvo a entrar en casa, asustándome (aunque jamás lo admitiré ni bajo tortura) al ver a mi padre sentado en su lado de la mesa, con los dedos entrelazados encima de ésta. Me observa detenidamente, en silencio, evaluándome.

- ¿Una pesadilla?

- No diga tonterías, padre. Ya no soy un niño. -Le acerco el trozo de tela que utiliza para cubrir el hueco dejado por su ojo perdido en combate. - Tápese, ya sabe que a las niñas y a los demás del pueblo no les gusta ver su ojo.

No quiero que mi padre siga interrogándome ni que me mire como a un niño pequeño asustado, así que cojo el carcaj y el arco y abandono la casa rápidamente. Me dirijo al Bosque con intención de cazar algo, pero también para investigar lo que no pude hacer ayer por culpa de buscar a los aldeanos escondidos.

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03/05/2016, 12:20
Daphné Sabineau
Sólo para el director

Entreabrió los ojos arrastrando aquel sueño, sin ser consciente al principio de que se hallaba en otra realidad. Todavía permanecía impreso en ella el olor a lino así como el terror experimentado justo antes de despertar. Inmóvil en su lecho, tumbada boca arriba, observaba detalladamente su habitación bañada en la azulada luz del amanecer mientras asimilaba que todo estaba bien. Tras comprobar que así era, se relajó y entonces el frío que sentía se acusó, haciéndole estremecer. Estiró la sábana hasta cubrirse el cuello y se acurrucó colocándose de lado, tratando de combatir la destemplanza que envolvía su piel.

-Aaahh!! -gritó asustada. Unos ojos curiosos la observaban. Era Ronan, quien permanecía inalterable sentado en una silla, abrazando sus piernas flexionadas, con la barbilla apoyada sobre sus rodillas y los labios apretados-. ¡Menudo susto me has dado! -exclamó Daphné ahora aliviada. El pequeño siguió inmutable durante varios segundos en los que se miraron fijamente los dos sin pronunciar palabra. Rompió el silencio Élise anunciando que ya estaba listo el desayuno. Pobre madre, esforzándose en teñir el día de normalidad cuando está claro que será duro, especialmente para los Tavernier.

-Anda, ve! Enseguida bajo -añadió con dulzura. Ronan salió con la presteza que impulsa un estómago vacío. Daphné negó con la cabeza esbozando una leve sonrisa mientras comenzaba a arreglar la cama. Su hermano había dormido con ella y de no ser por la inquietud que le había generado esa pesadilla y que supuso le habría despertado, de seguro habría amanecido con su pie en la cara. Se vistió y se sentó en una esquina de la cama, con la mirada perdida, pensativa. Escuchó de nuevo la voz de su madre y se apresuró a bajar con los demás. Ya casi habían acabado el desayuno. Tomó asiento tras desear los buenos días y bebió un poco de agua. Apenas tenía hambre, estaba embelesada. ¡Ni el más talentoso de los bardos ni el más hábil de los titiriteros habrían podido sumergirle en una aventura igual!

-Buenos días hija, ¿qué tal has dormido? -se interesó Élise.

He soñado con un lugar extraordinario, fascinante a la par que aterrador. Misterioso, oscuro y con cientos de secretos ocultos tras sus muros. O tal vez sólo uno, terrible e inconfesable. Ha sido extraño, como vivir el sueño de otra persona, o tal vez soñar su vida, de un modo muy real, puesto que era yo sin serlo, o sí era yo pero en otro mundo, un mundo que conocía demasiado bien y que despierta sería incapaz de imaginar.

-Bien… -respondió confusa a su madre, quien la miraba con las cejas arqueadas, paciente, mientras le acercaba un panecillo dulce.

Lástima que haya acabado así. Si volviese a soñarlo de nuevo subiría corriendo las escaleras sin detenerme a verificar la presencia de aquel temible asesino. Aquel ser misterioso le inquietaba, pero no más que el hecho de sentir que comprendía tanto acerca de ese mundo desconocido.

Suspiró. Sin duda había sido fruto de la tensión vivida el día anterior con la llegada de los soldados, el percance del árbol y la muerte de Eric. Comió el panecillo alejando sus recientes pensamientos e interesándose por la conversación que giraba en torno a la mesa. ¿Qué nuevas había en el pueblo? Ayudó a recoger y subió a su habitación, ya no sentía ese sudor frío así que abrió la ventana para ventilar la estancia. Se asomó y miró el horizonte preguntándose si Sophie y su marido estarían bien, aunque ella así lo creía. Y el asesino, ¿dónde se hallaría? Se aseó y se cepilló el cabello deambulando por la habitación, haciendo sus cábalas. Iría a reunirse con Elouan. Cuando acabó salió de casa, sin poder evitar echar un vistazo al dintel de la puerta al cruzarla. Sonrió. Desde luego no había ningún cayado ahí.

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03/05/2016, 18:38
Narrador

Cuando bajaste por las escaleras, no viste a nadie. La taberna permanecía sumida en un silencio sepulcral. No había ni un alma, y hasta el crujir de los peldaños bajo tus pies te pareció atronador en medio de aquel silencio. Ni Gina, ni Dominique, ni Jean-Paul... ni Eric. Nunca más Eric. Allí no había nadie.

El estado de la sala era, cuanto menos, lamentable. Varias sillas yacían caídas en el suelo; una de ellas con una pata partida. Tendría que ser llevada al carpintero para que la reparase. Vasos tirados y cerveza derramándose. Alvar había intentado hacer cuando había podido por recoger la noche anterior, pero no estaba acostumbrado a ello y se había dado por vencido más pronto que tarde.

Más pareciera que hubiera pasado por el lugar una estampida de ciervos que los lugareños de la aldea.

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03/05/2016, 18:42
Narrador

El frío del alba te recibió con su mordisco, revitalizante, en cuanto cruzaste el umbral de la puerta de tu hogar. Era temprano y aún no había nadie en las calles de la aldea. Te dirigiste, sin embargo, directo al bosque, dándole poca importancia a ese hecho.

La fronda te recibió de forma cálida, casi acogedora. Los árboles te cubrieron de la fría brisa matutina, haciendo que sintieras inmediatamente alivio. Estaba claro que el verano empezaba a decir adiós para dejar paso al otoño, y que, seguramente, aquél sería un duro invierno. A pesar de todo, eso no te preocupó: había suficientes recursos y reservas como para pasar cualquier invierno holgadamente, por frío que se presentara.

El silencio del bosque era sepulcral a aquella hora, sólo perturbado por el cantar esporádico de algún pájaro, y el mudo ruido de tus pasos.

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03/05/2016, 18:47
Narrador

El pueblo permanecía en calma. Aún era temprano. La fría brisa que anunciaba el fin del verano te recibió, haciendo que te estremecieras ligeramente, y obligándote a cubrirte algo más el cuello con ayuda de las manos. Avanzaste por las calles, con la única compañía de la ocasional gallina que se cruzaba en tu camino.

No tardaste en llegar a la plaza; no en vano Sérézin era una aldea pequeña. Pudiste comprobar, con cierta sorpresa, que la puerta de la Iglesia permanecía abierta. Junto a las jambas, los hermanos Chastel dormían a pierna suelta: por lo visto, se habían quedado toda la noche, "haciendo guardia".

También pudiste detectar movimiento en el interior de la taberna, aunque no llegaste a ver de quién se trataba. En el exterior, Alvar, Sébastien y Onfroy, tres labriegos de la aldea, se afanaban en retirar uno de los grandes barriles de cerveza que tu familia había vendido a la taberna, vacío. Por lo visto, la noche anterior todo el mundo había dado buena cuenta de él.

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03/05/2016, 19:34
Justine Lesauvage

Al ver como estaba la planta baja, comencé a recordar. Me había centrado y distraido tanto en aquella pesadilla que había olvidado la real: Eric ya no estaba. No volvería. Ahora comprendía aquella sensación de vacío con la cual me había levantado. No fue la pesadilla, fue perder al pequeño Eric. La pena y el pesar se subieron a mi espalda, sentí como si me hubiesen colocado cuatro barriles de cerveza llenos sobre mi. Debía centrarme, ser fuerte.

Comencé a avanzar por el lugar. Mientras caminaba iba levantando sillas o mesas. Me llevaría horas recoger todo aquello, pero me preocupaba más el silencio sepulcral en el edificio. Arriba no se oía nada, abajo, la misma escena, salvo por aquel sonido de líquido derramándose y miré hacia los barriles, algunos grifos1 estaban abiertos y la cerveza se escapaba por ellos. Bastante destrozo había ya como para seguir con pérdidas. Me acerqué y me aseguré de que no volviese a caer más cerveza sin más. Ahora sí, silencio.

Si no estaban dentro, estarían fuera. Salí a la calle, cerrando la taberna tras de mi. Miré el claro cielo de la mañana, la brisa fresca me provocó un escalofrío que me hizo cruzar mis brazos sobre mi cuerpo. Miré hacia el camino que llevaba a la iglesia. No me sorprendería que estuviesen allí, buscando explicaciones, respuestas a sus preguntas.

Aunque Jean-Paul... Me sorprendía que se hubiese levantado y marchado sin avisarme. Es más, aun debería estar agotado y resentido... o quizás, lo que leí en su rostro la noche anterior era aquello que más temía. Fui un capricho.

No debo pensar en eso ahora. He de encontrarles antes de sacar conjeturas. Inicié mi marcha hacia la iglesia, quizás alguien los hubiese visto pasar.

Notas de juego

1 corchos?

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03/05/2016, 22:21
Elouan Leclair

Me adentro hacia las profundidades del Bosque con tranquilidad, disfrutando del rocío de las plantas en lugar de concentrarme en rastrear o cazar. Doy una patada al tronco de un árbol joven y delgado, extendiendo los brazos para que caigan las finas gotas encima de mí.

Después de holgazanear un rato, empiezo a dirigirme hacia el sur, dirección el Ródano. Fantaseo pensando qué clase de animal puedo encontrarme (si es que sigue allí por allí). Espero que sea uno grande y con mucha carne, estoy seguro de que éso animaría un poco a los aldeanos, que con todo el tema de Eric y los soldados, deben sentirse abatidos. "Malditos soldados... Qué rabia me da que usen su autoridad para hacer lo que se les antoje, incluso en nuestras tierras...". Mierda, siempre me ponen de mal humor y mientras más lo pienso, más me hierve la sangre.

Me detengo a inspirar y expirar 3 veces. Reanudo la marcha e intento calmarme pensando en otras cosas, como por ejemplo, aprovechar el paseo para buscar algo que llevar a casa, aunque esta zona parece muy libre de actividad. No veo ramas rotas, hojas movidas, nada. "Venga ya, ¿todos los animales están durmiendo o qué?". Me planteo seriamente soltar un infantil "¡Eeeeoooooo!", pero sólo serviría para asustar a posibles ciervos y liebres.

Me detengo un momento en la base de un árbol, agachándome sobre lo que parece (y efectivamente, es) boñiga animal. Por su olor y textura, casi apostaría que herbívoros pequeños. ¿Liebres? Empiezo a caminar con más cuidado, aunque no desvío de dirección. Y cuando vuelva a la Aldea, a hablar con el Padre Claudio y Fiacre.

"Jo, se me acumula la faena... algo me dice que hoy no podré dormir siestas". Bostezo, cansado sólo de pensarlo.

Notas de juego

Quiero rastrear el punto de donde salieron los pájaros volando del Bosque, para asegurarme de que no hay ningún oso o pantera que cazar y vender :3

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04/05/2016, 12:41
Daphné Sabineau
Sólo para el director

A pesar de la temprana hora, había movimiento en la taberna. Seguramente será Dominique limpiando y preparando las cosas -pensó cuando vio cómo retiraban un gran barril de cerveza ya vacío. Podía imaginar a quiénes pertenecían las gargantas que habían disfrutado su sabor.

Quería acercarse al tabernero y a su esposa para transmitir sus condolencias, pero tal vez no era el mejor momento. Dejaría que la paz del silencio les acompañase mientras la aldea dormía, brindándoles unos preciosos instantes de intimidad. Seguramente realizar las tareas cotidianas les ofrecía la oportunidad de eludir en cierto modo el enorme y desgarrador vacío que heriría por siempre sus corazones, aunque fuera tan sólo por unos minutos.

Le sorprendió ver la puerta de la iglesia abierta y flanqueada por los hermanos Chastel. Se acercó cuidadosamente, procurando no despertarles. Se asomó y luego entró despacio, esperando encontrar la figura del padre Claudio entre las luces y sombras de la parroquia.

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04/05/2016, 19:30
Narrador

El pueblo permanecía en calma. Aún era temprano. La fría brisa que anunciaba el fin del verano te recibió, haciendo que te estremecieras ligeramente, y obligándote a cubrirte algo más el cuello con ayuda de las manos. En el exterior, Alvar, Sébastien y Onfroy se afanaban en retirar uno de los grandes barriles de cerveza, vacío. Por lo visto, la noche anterior todo el mundo había dado buena cuenta de él.

Pudiste comprobar, con cierta sorpresa, que la puerta de la Iglesia permanecía abierta. Junto a las jambas, los hermanos Chastel dormían a pierna suelta: por lo visto, se habían quedado toda la noche, "haciendo guardia". Y cómo Daphné entraba en el santuario, de hurtadillas, procurando no despertarlos.

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04/05/2016, 19:39
Justine Lesauvage

Alvar, Sébastien y Onfroy de nuevo.. espero que esta vez me den mejores noticias. Pensé acercándome a ellos cubriéndome por el fresco aire.

Buenos días, caballeros. Les dije a los tres con una sonrisa, no estendiéndola demasiado por si me comenzaban a castañear los dientes. Estoy buscando a los Tavernier y a Jean-Paul. ¿Habéis visto a alguno de ellos? En la taberna no están y.... estoy preocupada.

Les miré, frotándome los brazos para darles calor, mientras esperaba su respuesta. Al fondo vi la iglesia, abierta, con los tres guardias de la ciudad descansando la vista y Daphné tratando de entrar en ella. Creo que tendré que hablar luego con ella.

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04/05/2016, 19:51
Narrador

Fue Onfroy en esta ocasión quien te contestó, aprovechando la oprtunidad para cargar con el muerto del barril a sus compañeros.

- Yo los he visto hace un rato en la Iglesia, junto al Padre, pero creo que es mejor dejarlos tranquilos de momento. Pobre familia.

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04/05/2016, 19:56
Justine Lesauvage

Respiré tranquila cuando escuché la respuesta del labriego. Pero....

¿Jean-Paul estaba con ellos? Ya sabes.. el soldado herido, pelo largo, con una enorme cicatriz junto al ojo...

Los Tavernier y el Padre en la iglesia y Daphné tratando de colarse... esto no puede acabar bien..

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04/05/2016, 20:05
Narrador

Los tres sonrieron, reteniendo a duras penas una risa burlona ante tu comentario. Sebástien alzó la voz, aún trasteando con el barril, para contestarte.

- Sí, mujer sí. "Tu Jean-Paul" estaba con ellos. Supongo que tendría algo que confesar, ¿no Alvar?

Los tres estallaron en carcajadas.

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04/05/2016, 20:11
Justine Lesauvage

Me sonrojé y agaché la cabeza. Era evidente que me debieron ver regresar del bosque con Jean-Paul cuando supuestamente estaba allí sola. G-gracias. Les dije un tanto avergonzada y comencé a caminar hacia la iglesia.

No puedo entrar así como así, no quiero interrumplirles. Sus motivos tendrán para ir sin mi... En cambio la joven niña...

Me acerqué al lugar por donde vi colarse a Daphné, manteniéndome a una distancia prudencial para no despertar a los guardias y esperé un rato allí, pendiente de cualquier voz más alta que otra, o ruido... O incluso pendiente de que no despertasen los hombres. No sabía que buscaba allí la chica, pero sin duda podría preguntarla luego y averiguar que ocurrió aquella noche en la iglesa.

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04/05/2016, 22:10
Narrador

Anduviste cautelosamente por el interior del bosque, en silencio. Despacio. Con pasos calculados; la experiencia te guiaba a la hora de saber dónde posar el pie, y dónde no. Prácticamente eras uno con tu alrededor. Seguiste avanzando, inexorable, hasta que te topaste con el río, el gran Ródano.

Seguiste aún su vereda hacia el sur, intentando encontrar alguna señal de aquello que hubiera espantado a los pájaros el día anterior; no te lo pudiste quitar de la cabeza desde que lo vieras.

Al fin, llegaste a un vado natural, en el que el río se ensanchaba y perdía profundidad, y viste lo que buscabas: un rastro claro, muy claro. Varias decenas de botas, pesadas, y cascos de caballos. El rastro venía de dirección sur y cruzaba el río, hacia el norte, hacia Sérézin.