Partida Rol por web

Daphné no encontraba palabras de consuelo para sí misma y no le resultaba fácil hallarlas para los demás. En situaciones dolorosas, a veces no son necesarias, porque el silencio lo dice todo. Miró el rostro de Eric con gran pesar. No podía quitarse de la cabeza la imagen del día anterior, con el muchacho corriendo junto al río, persiguiendo a las mozas. Prefería recordarlo así, feliz, ajeno a su destino, y evocar las distintas etapas de la vida que habían compartido, como la niñez.

Justine lloraba abrazada a él. Se santiguó y tras aguardar prudente unos instantes posó suavemente su mano sobre el hombro de la mujer, con intención de reconfortarle. 

En el momento en que Daphné apoyó su mano sobre Justine, el Padre Claudio dejó de rezar. Se levantó con dificultad y, tras hacer una última reverencia hacia el altar y la cruz, se dirigió hacia vosotras.

- No hacía falta que viniérais, hijas mías. Es muy temprano. Hoy celebraremos una misa en honor del pobre muchacho, antes del entierro, para que todos podamos llorarle adecuadamente. Que Dios lo acoja en su seno.

Se le veía francamente agotado, y no os hubiera extrañado que se hubiese pasado toda la noche velando el cadáver del joven.

Mientras el padre os hablaba, pudisteis oír ruidos sordos a vuestras espaldas. una rápida mirada os reveló que se trataba de Jean-Paul, que se había levantado del banco y se dirigía cojeando ostensiblemente hacia la salida de la Iglesia.

Sí, indudablemente las bayas estaban dulces, en su justo punto de maduración para poder saborearlas sin temor a intoxicación o indigestiión alguna. Pero más allá de su dulce sabor, algo te llamó la atención. Al principio no sabías qué era. Simplemente había algo que no cuadraba a tu alrededor mientras masticabas las bayas.

Después de un tiempo, caíste en la cuesta de qué era: allí había acampado alguien. Cerca de donde habías cogido las bayas, había marcas que sólo podían ser de una pequeña hoguera. Alguien se había esforzado en disimularlo, enterrando los restos de madera carbonizada y la ceniza entre la tierra y la hojarasca seca.

Al inspeccionar más de cerca, pudiste sacar más información. Se trataba de un hombre, sin duda, calzando botas. Por las marcas del suelo, que de nuevo se habían esforzado en disimular, pudiste ver que cargaba más el peso en una pierna que en la otra. El rastro se perdía pronto entre la horajasca y la maleza, pero parecía dirigirse a Sérézin.

Sentí la mano en mi hombro y la agarré con fuerza. Pensé que sería Jean-Pal, pero esa mano era más pequeña, no podía ser él. Me sequé las lágrimas como pude y me giré para ver quien era. Daphné. Susurré y traté de sonreirla como agradecimiento, pero no logré hacerlo.

Me incorporé nuevamente y miré a Eric por última vez. Besé la frente del que fue mi amigo, despidiéndome así de él y oí al Padre Claudio acercarse a nosotras. Buenos días Padre. Le dije con tristeza. No faltaré....

Los ruidos que sonaron detrás nuestra me interrumpieron, al girarme y ver a Jean-Paul irse así, me preocupó más. Todo estaba siendo muy raro. Discúlpeme Padre. Yo.. tengo que solucionar algo. Volví mi mirada hacia Jean-Paul de nuevo.

Me giré hacia Daphné antes de salir a ver que le pasaba al soldado y la susurré. No te vayas muy lejos, creo que tienes algo que contarme.

Tras esto miré a los Tavernier, que parecía que seguían igual que cuando entre y salí con paso apresurado a ver que tenía Jean-Paul en la cabeza.

Volvería luego, entonces, para la misa. Justine se acercó a ella y Daphné le miró con expresión de no entender a qué se refería. Jean Paul se había ido sin esperarla. ¿Tal vez estaban peleados? Bueno, en cualquier caso ya coincidirían más tarde o ya se preocuparía Justine de buscarla cuando quisiera hablar.

-Desde luego, Padre, no me cabe duda. Eric es..., ha sido, una buena persona, y ahora se hallará con Dios, acompañado por nuestros rezos, el calor de su familia y de todo su pueblo.

Se detuvo junto a los Tavernier. Gina estaba todavía dormida, y aunque no quería despertarla, le sabía mal salir sin decir nada. Además, estaba tan desmoronada sobre el hombro de su marido, que probablemente ni siquiera un concierto estridente de los hermanos Chastel le habría despertado.

Se acercó con gran pesar y tras lidiar con el nudo que se formaba en su garganta a medida que sus pasos le acercaban acortando esa pequeña distancia, se dirigió al posadero:

-Lamento muchísimo lo ocurrido, señor Dominique -dijo con tristeza. Iba a añadir algo más, pero creyó mejor dejarlo para más adelante. 

Salió de la iglesia y observó alrededor. El contraste de luz era evidente, así como el frescor de la mañana. ¿Quién más se habría despertado en Sérézin? 

"Si no tienes cabeza, usa las piernas". Eso es otro de los sabios consejos de mi Padre. "...así que si te olvidas el arco y las flechas, pues corre a recuperarlas si no quieres que te corte la cabeza". Mierdamierdamierdamierdamierda. Es una suerte que no haya mucha gente que se interne en los bosques, sino ahora estaría como loco por la probabilidad de que alguien me lo robe. Pero nada, ahora sólo corre el riesgo de ser pisado accidentalmente por algún bicho y me lo destroce.

Desando el camino hasta llegar a las bayas y ahí está todo por los suelos. Me pongo el arco y el carcaj a la espalda y vuelvo a caminar dirección a la Aldea.

"Un momento..."

Vuelvo atrás y me arrodillo en el suelo, metiendo mis zarpas y cogiendo más bayas que no tardo en devorar. Ahora sí, contento, satisfecho y sin olvidarme nada esta vez, voy hacia la Aldea.

"Un momento..."

Me arrodillo en el suelo y miro las señales de la presencia de alguien. Sobre todo me llama la atención las huellas? ¿Por qué una es más profunda que la otra? Lo único que se me ocurre es que... ¡sea algún ser del infierno con una pierna más grande y pesada que la otra!

"...no, espera. Elouan, no vayas por el camino fácil. ¿Qué provocaría que alguien dejase un surco más profundo por un lado que por otro?". Empiezo a pensar, dándole a la cabeza, pero de verdad que la idea de las piernas de diferentes tamaño resuena una y otra vez en mi subconsciente. "¡Ah! ¡Si hay más peso en un lado que otro!". Claro, eso tiene bastante más sentido... ¿no?

¡!

¿Podría ser...? ¿¡Podría ser que sea el mismo individuo que mató a Eric!? ¡Incluso podría haber cargado el mismo cadáver de Eric y luego dejarlo en la Iglesia!

Después de elaborar mil y una teoría (a cada cual más absurda), me quedo a investigar la zona antes de salir por patas hacia la Aldea, algo preocupado.

Apreté le paso un poco más, para alcanzar a Jean-Paul lo antes posible. Una vez a su altura le agarré del brazo.

Jean-Paul, espera.... Me coloqué para que se apoyase en mi al caminar. ¿Te encuentras bien? Le pregunté preocupada mientras le miraba. Verás.. yo... Comencé a ponerme algo nerviosa. Te noto un poco... raro.. desde anoche en el bosque... Cuando tu y yo.... Noté como mi cuerpo comenzaba a temblar. Temía su respuesta, su reacción, el dolor que pudiese causarme. Aparté mi mirada de él y la clavé en el suelo. Y-ya s-sabes.... Empecé a tibutear mientras me ponía colorada recordando esos momentos en los cuales estuvimos sólos en el bosque, cuando todo era un dulce y apasionado sueño... Antes de la pesadilla. ¿T-te pasa a-algo? Miré la mano que tenía libre, temblaba con fuerza. Te noto... distante. Logré decir sin tartamudear girándome levemente hacia la iglesia, por si salía alguien y nos escuchaba hablar.

Jean-Paul se giró hacia ti en cuanto le alcanzaste, sobresaltándose. Quizá demasiado. No te habías acercado tan en silencio como para esa reacción. Te miró, al principio confuso y después, sorprendido. Notabas cómo escuchaba tus palabras atentamente, pero su mirada te decía que no parecía acabar de entenderte.

- ¿Distante? ¿Qué quieres decir? ¿Te parezco distante? ¿Precisamente a ti?

Parecía que iba a añadir algo más, pero se calló y se giró de repente, fijando su vista hacia el bosque. Parecía estar muy atento hacia un punto en concreto de la linde.

Pocos segundos después, apareció Elouan por entre los árboles. Se dirigía a la aldea. Parecía algo alterado.

El tabernero te miró con ojos vidriosos, enmarcados en profundas ojeras, sin duda fruto de las horas de vigilia. Asintió despacio, agradeciéndote el gesto, antes de volver a sumirse en sus pensamientos.

La aldea comenzaba a cobrar vida. Vuestros amigos y vecinos empezaban a salir de sus casas y a volver a sus rutinas, como si pensaran que todo lo ocurrido el día anterior sólo fuera una terrible pesadilla. O quizá aceptando que a veces Dios les ponía a prueba, y lo único que podían hacer era seguir adelante.

En el exterior de la taberna, Alvar, Sébastien y Onfroy, tres labriegos de la aldea terminaban de colocaren su sitio el último de los barriles de cerveza vacíos. Los hermanos Chastel bostezaban ostensiblemente mientras se desperezaban en la puerta de la iglesia, despertándose al fin en su guardia; a pesar de ello, no parecían arrepentidos o avergonzados.

Elouan llegaba a la aldea desde el bosque, cosa que a nadie parecía extrañarle... excepto a Jean-Paul y Justine, que miraban cómo se aproximaba. La pareja parecía estar enfrascada en alguna especie de conversación importante, trascendental, que se había quedado a mitad.

La joven Daphné por su parte salía de la puerta de la Iglesia, procurando no pisar a los Chastel mientras estos se ponían en pie, a su ritmo.

Al mismo tiempo, por la puerta de la empalizada que rodeaba la aldea, pudisteis ver cómo tres jinetes entraban al paso. A diferencia del día anterior, no llevaban las armaduras puestas, si ropas sencillas y prácticas, pero de calidad. El tipo de ropa que nadie en la aldea se podría permitir a excepción de, quizá, Fiacre. Aún así, las espadas largas colgaba al cinto.

Parecían estar echando una ojeada y se dirigían hacia el centro de Sérézin, como todos vosotros.

Y, al fin, llego a la Aldea. Salir del Bosque y ver que la Aldea sigue como siempre, con su gente recién levantándose, me tranquiliza bastante. Ya estaba teniendo ideas absurdas, imaginándomelo todo en llamas y con todos sus habitantes muertos como Eric. Les dedico un gesto seco con la cabeza a modo de saludo a Justine y Jean-Paul, después de notar que ambos me miraban fijamente.

Tampoco se me pasa por alto el hecho de que los Chastel estaban dormidos. "¿Y se me había pasado por la cabeza el preguntarles? Menudos inútiles. Es por eso que yo debería haber sido Guardia, no ellos. Tendremos suerte si esos vagos han visto u oído algo".

- Daphné. -Saludo, acercándome a ella al verla salir de la Iglesia. - Tengo que hablar contigo. He descubierto algo, pero necesito alguien listo para entender lo que significa... -sonrío tranquilamente, sin importarme admitir que soy demasiado tonto como para entender lo que veo por mí mismo. - ¿Qué hacías en la Iglesia?

Entonces veo a los tres jinetes acercándose, así que decido esperar y ver qué pasa.

Salía de la iglesia cuidadosamente, procurando no chocar con los hermanos Chastel, quienes comenzaban a ponerse en pie tras desperezarse estirando los brazos a más no poder. Pasó de lado entre ellos y al sobrepasarles se detuvo un momento, observando la aldea imbuida en la fría luz matinal.

Comenzaba la actividad en Sérézin como un día cualquiera, aunque distaba mucho de serlo. En el exterior de la taberna ya estaban depositando el último barril vacío. Bostezó, contagiada por el letargo que todavía arrastraban los guardias. Justine y Jean-Paul estaban hablando de algo serio, y Elouan regresaba del bosque y se dirigía hacia donde estaba ella. Daphné se preguntaba si habría descubierto algo, y le miró asombrada al escuchar que así era.

-¿Sí? ¡Cuéntame! ¿De qué se trata? -dijo realmente intrigada- ¡tal vez lo averigüemos entre los dos! -añadió sonriendo también.

Tres jinetes se acercaban al centro de la aldea, y junto a su amigo observaba atenta la escena mientras respondía a su pregunta. -Me extrañó que estuviese abierta a tan temprana hora y decidí acercarme.

Así es... Mi frase quedó a medias pues giré hacia donde miraba Jean-Paul, viendo salir a Elouan del bosque. Alcé mi mano para devolverle el saludo mientras miraba de soslayo a mi amado. Vas a tener que contarme lo que pasa por esa cabecita tuya. Le susurré. No podía ser que yo le asustase al llegar y luego fuese capaz de percibir la llegada de alguien por el bosque... ¿En que pensabas?  Pero antes.. quizás debiéramos hablar con Elouan. Es el mejor rastreador de la aldea y podría ayudar...nos..  Me giré al escuchar los cascos de los caballos golpear en la tierra y el relinchar de uno de ellos. Miré extrañada a los tres jinetes a la par que asustada, demasiadas cosas raras en tan poco tiempo. Me aferré con fuerza al brazo de Jean-Paul, buscando así su protección.

Jean-Paul asintió, despacio y en silencio a las palabras de Justine, posando su mano sobre la de la mujer y apretando un poco, en gesto cariñoso.

Mientras tanto, los jinetes seguían avanzando por la aldea. De vez en cuando, el que parecía el cabecilla, se paraba para preguntar, desde la posición privilegiada que le otrogaba su montura. Al parecer, estaban buscando a Jacques, o bien, al Padre Claudio.

Pronto llegaron a la pequeña plaza que constituía el centro de vuestra aldea, y a la que daba la Iglesia; donde os encontrabais los tres. Por un momento parecieron pararse y echar un vistazo despreocupado hacia la taberna. Se dirigieron a la puerta de la Iglesia, hacia los hermanos Chastel, que en pocos segundos se habían recompuesto de la duermevela que los atenazaba y hacían gala de un porte digno... o al menos todo lo digno que podía ser, dadas las circunstancias.

El cabecilla se adelantó para hablar, y cuando lo hizo alzó lo suficiente la voz como para que todos pudieras oírlo. El sello imperial relucía en el hombro, bien visible para todos.

- Soy Romuald, hijo de Roldán. Traed a vuestro párroco a mi presencia.

Casi todos los que pudisteis oír su nombre os quedasteis sorprendidos, casi paralizados, entre el temor y la reverencia. Nunca habíais oído hablar de Romuald, pero desde luego sí de su padre: Roldán. Paladín del Emperador, Conde de la Marca de Bretaña, Héroe del Imperio y Terror de sus enemigos.

Todo el aplomo que podían haber reunido los hermanos chastel parecía derrumbarse por momentos. Pierre, el mayor, pareció titubear y, tras una torpe inclinación, que pretendía ser una cortés reverencia, se internó en la Iglesia.

¡El hijo del mismísimo Roldán! ¡Aquí! ¡En Sérezin!

Daphné miraba boquiabierta al hombre que se había presentado como tal, preguntándose por qué había cabalgado personalmente hasta la aldea en busca del Padre Claudio.

Miró a Elouan, y de nuevo a Romuald y sus acompañantes. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Acaso aquellos hombres habían sido informados del modo en que murió Eric y habían venido para investigar? ¿O sería otro motivo el que les había conducido hasta allí? Se sentía inquieta y le hubiese gustado entrar en la iglesia, pero creyó que lo más prudente era aguardar. 

- Hmm... te lo cuento luego... -le respondo a Daphné, sin apartar los ojos de los tres jinetes.

Cuando el que va en cabeza se adelanta y se presenta, mi expresión inocente y bonachona de siempre se convierte en una máscara fría y de odio. "No los soporto". Me enfurece tanto la altivez con la que viven estos soldados... "¿Qué se creen? Ni siquiera es Roldán, es sólo su hijo, de quien nadie sabe nada. ¿Qué derecho tiene para hablarnos de esta manera?".

Pierre Chastel, lejos de recriminar su actitud, obedece como un corderito y se va a buscar al Padre.

- ¿Qué busca el supuesto hijo de Roldán de nuestro Padre Claudio? -Pregunto sin poder callarme, acercándome a los tres jinetes con el arco en la espalda. - Ya tenemos suficientes problemas, así que si vienen a crear más, por favor, márchense.

Aquí estás. Murmuré a Jean-Paul cuando noté su mano sobre la mía. Creí que te había perdido en el bosque.

Los jinetes continuaban su marcha, cada vez más cerca nuestra. Vayamos con Daphné y Elouan. Sentir el tacto de su piel sobre la mía, me hizo envalentonarme lo suficiente como para querer acercarme a curiosear quienes eran aquellos hombres. 

Se desviaron hacia la iglesia y uno de ellos se adelantó. Cuando se identificó, me quedé estupefacta. Miré a Jean-Paul sorprendida. No me lo esperaba. ¿Qué está...... pasando? Me pregunté en voz alta.

¿Qué hacen aquí? ¿Por qué buscan al Padre Claudio?

Elouan no pudo contener su lengua. Apreté el paso para tratar de aplacarle, pero fue demasiado tarde. Con la forma de preguntarles, seguramente ya tendríamos problemas. Me solté de la mano de Jean-Paul y corrí hacia Elouan. ¿Qué haces, hijo? Le pregunté al chico nada más llegar, poniendo mi mano en su hombro. Ruego que le perdonen. Anoche se cometió un horrible asesinato y.... estamos todos muy...  dolidos.... desconfiamos de todo y de todos. Les dije a los jinetes mientras tiraba de Elouan hacia atrás y me colocaba con un pie delante suya, evitando mirar a aquellos hombres directamente a los ojos y realizar cualquier gesto hostil.

Levemente y con disimulo comencé a empujar a Elouan hacia atrás con mi cuerpo. O al menos a intentarlo...