Partida Rol por web

Llorando Pecados

Testamento

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22/10/2009, 14:55
Alexander Duff
Sólo para el director

Se maldijo a si mismo por haber tenido que fisgar en el tren en aquel preciso momento, su idea era dormir durante el viaje y descansar de la agitada fiesta nocturna... Ahora le iba a ser imposible.

Notas de juego

OFD (Only For Director)

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22/10/2009, 15:03
Alexander Duff

Cuando sus miradas se encontraron una sincera sonrisa se dibujo en el rostro de Alexander.
Apunto estuvo de perder la compostura y saludar con la mano, como un plebeyo. Alexander se levantó presto de su asiento, el contundente sonido de sus zapatos y de su bastón al golpear el suelo lo acompañaron en su breve trayecto.
Su paso era vigoroso y seguro, el caminar de los vencedores. Se dirigió hacia Margarett y con un gesto suave, nada brusco le cogió su mano y la besó a modo de saludo.

Tan hermosa como siempre mi querida Margarett. ¿Me permite sentarme aqui y compartir el viaje con usted? Nada me haría más feliz que tener tan grata compañía junto a mi.

No le dió el pesame por la muerte de su tío, hubiese sido un insulto pues ella no era su esposa, y no se aireaba los nombres de amantes tan a la ligera. Dejó que ella fuera quién hablara de eso, si le apetecía hablar.

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22/10/2009, 18:30
Bruce Keenan

El joven Bruce se esforzó por evadirse del viaje con su lectura. Quería que fuera lo más rápido posible ya que no quería seguir dándole vuelta tras vuelta al asunto pero resultaba casi imposible y el trayecto se convertía en un avance casi eterno. Por suerte los cambios de paisaje sí suponían una hermosa distracción y, de vez en cuando, conseguían arrancarle una sonrisa que enseguida volvía a ser sustituida por una expresión algo taciturna y ceñuda entre las líneas de su libro. No era necesario ser un genio para darse cuenta de que tardaba mucho más de lo que sería habitual en pasar una sola página.

El hombre que le acompañaba no ayudaba precisamente al intento continuo de serenarse así que el final Bruce bajó su libro hasta que éste quedó parcialmente apoyado sobre sus rodillas.
-Di-disculpe...- empezó con un leve tartamudeo que consiguió enrojecer la punta de sus orejas. ¡Nuevamente ese incordiante defecto! -¿Tal vez n-nos conocemos...?- preguntó dubitativo, pues no reconocía al caballero pero al menos no le imponía tanto cómo los nobles arrogantes, parecía un hombre de a pie que sencillamente había tenido bastante buena suerte. Quizá se hubieran cruzado en una de sus muchas búsquedas de empleo... y si no era una forma como cualquier otra de entablar conversación.

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22/10/2009, 19:23
Margarett Heisell

La noche había discurrido con una antinatural lentitud para la insomne Margarett Heisell, cuya mente viajaba a través de los recuerdos impidiéndole conciliar el sueño. Pero el día acabó por llegar y con las primeras y mortecinas luces, Margarett se levantó dispuesta a enfrentarse a un viaje de incierto significado. Tras asearse y tomar un frugal desayuno consistente en gachas y té, se puso un vestido negro como ala de cuervo, símbolo de un luto que ella misma no alcanzaba a comprender ni terminar de experimentar, pero cuya oportunidad estaba llena de simbolismo. Una hora después, tras despedirse de su familia, montaba en el carruaje que habría de llevarla a la estación de Edimburgo.

- Gwyn, querida, cuídate - fueron las últimas palabras que dirigió a su hermana desde la ventanilla.

El trayecto hasta la estación fue corto, bajo un encapotado cielo parejo al estado de ánimo de Margarett. Ayudada por los mozos de estación, su equipaje se acomodó en el vagón de cola, al tiempo que ella ocupaba su asiento. Si en aquel momento, mientras observaba a los dragones a través del cristal de la ventana, alguien la hubiera contemplado con atención, hubiera sorprendido el profundo desprecio de su mirada al contemplar a aquellos jinetes británicos, símbolo de la opresión que la Corona ejercía sobre su amada Escocia. Educada en los valores de su tierra, profunda conocedora de la historia de su país, Margarett siempre había descollado en las conversaciones de salón por su espíritu independentista, un espíritu irredento que ni la edad, ni las circunstancias habían logrado mitigar los más mínimo.

Finalmente, el tren se puso en marcha. Margarett, tras santiguarse y formular en silencio una breve oración, sacó el Fingal de James Macpherson con la intención de distraerse en su lectura pero le resultó imposible concentrarse en la misma. Resignada, volvió a guardarlo, y dejó volar su mente acunada por el movimiento del tren y el tamborileo de la lluvia sobre el metal. El regreso la desasosegaba, la llenaba de un humor taciturno pero se mostraba firme en lo conveniente de su decisión. Y fue entonces cuando su mirada se cruzó de forma casual con la figura de alguien que no tardó en ubicar en su memoria. "El hijo de Alexander... El sobrino de James", pensó reconociendo de inmediato al joven que justo en quel mismo momento alzaba sus ojos y la sorprendían contemplándole. La sonrisa que le dedicó, fue una clara muestra de que él también sabía quién era ella a pesar del tiempo transcurrido desde la última vez que se vieron.

Cordial, el joven y apuesto caballero se puso en pie y tras acercarse y besar con elegancia la mano de Margarett, consiguió que una sonrisa se dibujara en la cara de la mujer.

- Tan hermosa como siempre mi querida Margarett. ¿Me permite sentarme aquí y compartir el viaje con usted? Nada me haría más feliz que tener tan grata compañía junto a mí.

- Tan caballero como siempre, Lord Duff - respondió -. Naturalmente, ninguna mujer se negaría a disfrutar de vuestra compañía, aun cuando tenga edad para ser vuestra abuela - dijo señalando el asiento frente a ella -. Ni de vuestra conversación. Este paisaje resulta tan deprimente bajo la lluvia. Pero soy una desconsiderada, mi querido Lord Duff. Permitidme que os dé mis condolencias. Por partida doble. Supe de la muerte de vuestro padre, a cuyas exequias no pude lamentablemente acudir, así como la más reciente de vuestro tío, el Conde de Fife. Un terrible golpe para la casa de Duff, sin duda - afirmó con rostro imperturbable -. Y deberéis disculpar mi curiosidad, pero, ¿cómo ocurrió? Ignoraba que Sir James estuviera enfermo.

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22/10/2009, 21:35
William McDonald

William apenas era consciente del veloz paisaje que el tren surcaba al otro lado de su ventana, y aunque su rostro estaba fijamente encarado a este, y su mirada parecía absorta en él, estos no veían otra cosa que a su necesitada familia. Y esa imagen, el mero hecho de recordar sus necesidades, tanto a la hora de comer como de vestir, o la pequeña y cutre habitación donde se veían obligados a dormir, no hacia más que acelerar su corazón, aunque las razones de esas descontroladas palpitaciones no eran más que la impotencia y la rabia. Y esos sentimientos, establecidos en su interior y promotores de la mayoría de sus actos, rivalizaban en esos momentos con la tenue esperanza de que el mal nacido Conde de Fife hubiera decidido arreglar, para bien, la situación con su testamento.

Nervioso, y a un solo paso de la desesperación total, su cuerpo bullía en un constante movimiento, y si bien no osaba levantarse de su asiento, cualquiera que lo mirase, se preguntaría si no habían un millar de clavos bajo su culo, pues este, incómodo, no cesaba de arrastrarse por la pequeña y mullida superficie que había elegido para el trayecto. Y seguramente por esa razón, por ese incesante hervidero de ideas e hipótesis que lo carcomían y devoraban con el paso de los minutos, el economista no era consciente de cómo el tren abandonaba Lowlands y se adentraba en Hoghlands, o como, al frente, en el horizonte, coronando aquellas tierras, las grandes y distinguidas montañas se apreciaban libremente, siendo, seguramente, un bello espectáculo para otros viajeros muchos más serenos y accesibles que él. Por esa razón, o quizás sinrazón, cuando en un momento indeterminado, del que pudiera parecer el viaje más largo de su vida, apartó su mirada de la oscura ventana, pues no había otra cosa en ella más que dolor, y se cruzó con la de aquella mujer, William apenas distinguió sus rasgos y mucho menos reconoció su rostro, pero un segundo vistazo, quizás unos segundos después, o puede que minutos, cuando su mente se columpiaba de la desazón de su mala fortuna a los mil y un ardides que llevaría a cabo para cambiarla en caso de que el testamento no lo favoreciera, aquellos ojos, inolvidables para la mayoría de los hombres, estimularon y avivaron su memoria, obligándolo a recordar y reconocer a aquella hermosa mujer.

Es ella, seguro… Eminé Leary, la ex mujer de ese desalmado. Y si está en este tren,… ¡diablos!, no puede ser una mera casualidad, sería demasiado. Seguramente también debe haber sido invitada a la lectura del testamento, a decir verdad es mucho más lógico que su nombre salga en ese papel que no el mío, así que no es de extrañar que ella esté aquí, ¿no?. Y si es así, que lo es, ¿debo acercarme?

Indeciso, pues si bien conocía a esa mujer su relación con ella apenas había consistido en un par de casuales encuentros, Wlliam cabeceó ligeramente, en señal de saludo, pues aquella inteligente mirada manifestaba, muy claramente, que lo habían reconocido, eso, y que la noche de aquella mujer había sido más lluviosa que la mañana de aquel oscuro día, por lo que tras su sutil gesto, - Quizás sabe algo acerca del testamento, puede que hablar con ella sea buena idea. Además, parece más apenada de lo que debería, y ese hombre no se merece que nadie le llore,… nadie, ni siquiera el día de su muerte. - agarró su bastón con la mano izquierda, para de forma lenta pero cauta, ponerse en pie, dispuesto a recorrer los pocos metros que lo separaban del asiento donde ella estaba.

Buenos días, señorita Leary. – la saludó, con voz cordial y neutra, haciendo un esfuerzo por disimular, por ahogar el malestar y el desasosiego que lo habían martirizado durante los últimos años, exactamente desde su fiasco con el Conde, ahora mucho más intenso a causa de la muerte de este y la inminente lectura de su testamento. – Espero que no le moleste mi indiscreción, así como mi franqueza, pero asumo, dada la casualidad de encontrarnos en este tren y en este preciso día, que ambos nos dirigimos al mismo lugar, WetStones ¿cierto? Verá, siendo así, había pensado que quizás podríamos compartir algunas palabras mientras el tren alcanza su destino. Si no le importa, claro. – agregó, manteniéndose de pie, a la espera de un gesto o alguna palabra que lo invitara a tomar asiento, o quizás, por otra parte, a volver al que él mismo había elegido al inicio de aquel viaje.

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22/10/2009, 22:57
Eminé Leary

Eminé Leary había permanecido prácticamente en silencio desde que abandonó su casa hasta que tomó el tren en dirección a las tierras que años atrás también fueron suyas. Tan solo había intercambiado las palabras necesarias y útiles para el recorrido que debía hacer. Había elegido para el viaje un vestido de color oscuro que cubría sus piernas y sus hombros. Sobre estos reposaba una pequeña chaqueta sin cerrar. Sus manos estaban tapadas por guantes de encaje y tenía el pelo recogido en un moño alto adornado con algunas piedras. Un broche adornaba su cuello.

Desde que recibiera la carta con la noticia del fallecimiento del Conde, Eminé había estado pensando continuamente en todo lo que había vivido antes de conocerle, durante, y después. Hubo un tiempo en el que fue feliz, pero mayor fue el periodo en el que se sintió desgraciada, traicionada y vilipendiada. Durante años había intentado olvidarse de todo aquello. Conoció a otros hombres, a otras mujeres, y realizó labores propias de una mujer de su posición. Pero nada de eso bastó, pues su rostro seguía dibujándose en el de los demás, siempre observándola con desprecio, siempre intimidándola y rechazándola. Poco a poco fue desapareciendo de la vida en sociedad, relacionándose tan solo en las ocasiones más estrictas. Aquella nota supuso un nuevo mazazo, un nuevo golpe de aquel que ahora había muerto y abandonado al mundo pero que eternamente la atormentaría. Nuevamente la obligó a recordar, a abandonar su soledad, su seguridad y su refugio.

Quizá fruto de todos aquellos recuerdos aún era capaz de reconocer rostros y nombres. Por ello supo quién era aquel hombre que se acercó hacia ella. Si bien el Conde era un hombre famoso y de renombre, los gestos que tuvo con los más allegados hacia él eran siempre rastreros y mezquinos. Si la memoria no le fallaba, lo mismo había hecho con él. Un economista, un hombre de negocios, un hombre de familia. Y supo quitarle todo como ya lo hiciera con ella.

Eminé lo observó en silencio, con los labios rígidos y las manos cruzadas en su regazo. Debía romper su silencio, su quietud y soledad alentada durante tantos años.

- Señora Leary, caballero -respondió educadamente, siempre manteniendo las formas y la elegancia propia de alguien como ella-. Hace años dejé de ser señorita, pero ha sido usted muy amable. Siéntese, caballero, podremos hablar si lo desea.

Eminé pensó en sonreír, en mostrar gratitud de algún modo. Pero no pudo hacerlo. Hacía años alguien le robó la felicidad y la sonrisa. En su lugar dejó amargura y soledad. Pese a todo, hizo un gesto con su cabeza, muy sutil, pero perceptible.

- En efecto me dirigo a WetStones -dijo lentamente. La mención del lugar rasgó su garganta y casi le hizo daño-. ¿Cómo se encuentra usted y su familia?

Apoyó la mano derecha sobre la izquierda y esperó la respuesta. Educada. Discreta. Vacía.

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23/10/2009, 03:56
Allan Murray

Allan reaccionó con sorpresa frente a la voz del joven. Parecía sinceramente sorprendido de que aquel se hubiera sentido tan intimidado, o tan curioso, como para atreverse a preguntar. Por un momento resultó evidente que no esperaba la situación frente a él, y Bruce pudo ver cómo el hombre intentaba dominar su gesto, o al menos amainar un poco aquella indigna muestra de emociones. No parecía el tipo de persona educado para mostrarse sorprendido, si no más bien un miembro más de la estoica educación de la gran isla gris.  Y a pesar de todo, tras los primeros segundos de silencio y sorpresa, Allan se puso de pie y se dirigió hacia el caballero que le hablaba. Al llegar a su lado, a pesar que no tenía el sombrero puesto por estar en el vagón, realizó una leve inclinación a modo de saludo y respeto.

- Espero no haberle incomodado, señor. Le pido disculpas. No era mi intención - dijo, amablemente. El asiento frente al joven se encontraba libre, pero Allan no hizo amago alguno de sentarse, como si para él estuviera no disponible - Dudo que nos conozcamos, pero admito que a primera vista me pareció lo contrario.

Un suave silbido amenazó con emerger de sus labios con el final de sus palabras. Allan inmediatamente carraspeó, ocultándolo con maestría. Largos años de experiencia del decoro y la vergüenza, de educación estricta. Los mismos años que aquel buen joven frente suyo debía cargar en sus espaldas, a juzgar por el furioso rojo de sus orejas. Allan le compadeció en su interior, pero su rostro no demostró un ápice de su sentimiento: aquello podía generar en su interlocutor más incomodidad. Todo se basaba en la cortesía; el arte de hacer sentir cómodos a los que te rodean, omitiendo, mintiendo, o tergiversando la realidad. El arte de la gran Bretaña.

Allan sujetó el sombrero, y lo sacudió levemente para quitar las gotas, para interrumpir la tensión del momento.

- Aunque, siempre es un placer encontrar quien gusta de una buena lectura - agregó; y aunque seguía de pie frente a Bruce, moviéndose ligeramente acompañando el vaivén de los rieles, el joven pudo sentir como si estuviera sentado frente a él, desde hacía horas, conversando con interés - Espero no haberle interrumpido.

Luego de ello, Allan guardó silencio, mirando a su interlocutor. Cortesía. Bruce sería quien decidiría cómo sería la continuación.

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23/10/2009, 11:20
William McDonald

Las palabras de aquella mujer denotaban tanta soledad como su rostro, y William no puedo menos que entristecerse y a la vez enrabietarse por una nueva muestra del dolor que había causado aquel despreciable hombre, que ya bajo tierra, era capaz de lograr que aquellos que lo habían sufrido aún siguieran haciéndolo.

Asintiendo al leve gesto de la mujer, y aún sintiéndose quizás un intruso para ella en aquellos momentos, tomó asiento justo enfrente y depositó su bastón, vital y necesario desde el disparo recibido en su pierna izquierda años atrás, justo entre la butaca y la ventanilla. Vestía sus mejores galas, un traje negro, a decir verdad el único más o menos decente que le quedaba, y bajo su larga chaqueta, una camisa que en su día fuera blanca, donde tan solo la corbata que rodeaba su cuello, también negra, disimulaba, escasamente, el tono amarillento que esta había adoptado con el paso del tiempo y los muchos lavados. Su traje, típico de la época, pero con más años de los que le hubiera gustado, cedió a sus movimientos a regañadientes, tirando de allí donde la tela sin duda se esforzaba por no rajarse, aguantando, luchando en un último y postrero esfuerzo. Como él. Como su vida.

Gracias, señora Leary. – el economista pronunció aquellas primeras palabras en voz baja y un tono distante, pues la pregunta que acababa de recibir era mucho más compleja y delicada de lo que él mismo se habría imaginado. Y la respuesta, la verdadera y sincera respuesta, era un tormento tan denso como las frías y oscuras nubes con las que le cielo había amanecido en aquel día. Por ello, sus ojos pestañearon con celeridad, buscando las palabras menos dolorosas con las que responder, mientras sus manos, tan inquietas como él, repetían el mismo e innecesario gesto que en el andén, alisar las pequeñas arrugas que pudieran existir en sus ropas. – Creo que lo mejor que puedo decir es que están vivas y su salud es fuerte. Pero poco más. Desde el día en que el que fuera su marido decidió traicionar mi esfuerzo y dedicación, y hacer añicos mi futuro así como el de mi mujer y mis hijas, no hemos sufrido más que penurias y miserias, por lo que, sinceramente, y de nuevo siendo franco, mal, realmente mal. – Aquella era una respuesta instintiva, guiada y pronunciada únicamente por sus sentimientos y su impotencia, y aunque quizás no era la adecuada, y verdaderamente tampoco creía necesario hacer gala de su pobreza o su mala fortuna, eso sin contar que a aquella mujer no tenía por que interesarle aquellos detalles, William se sintió bien al pronunciar aquellas palabras, por muy poco apropiadas que fueran, en voz alta. Posiblemente fuese el hecho de dar libertad a su frustración o quizás meramente un deshago tras las largas y duras horas desde la llegada de la misiva, pero como fuere, no se arrepintió de hacerlo.

Y a vos, ¿cómo os ha tratado la vida desde nuestro último encuentro?

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23/10/2009, 12:06
Alexander Duff

Alexander se sentó en frente de la dama.
Oh venga! dijo risueño Si la confundiesen con alguien sería con una hermana mayor dejó un silencio, luego apuntilló con una hermana muy hermosa todo sea dicho.
Al momento escuchó sus condolencias por los dos hermanos, su padre y su tío.
Gracias mi buena Margarett, es un luto que ambos compartimos. Dijo observando el vestido negro de la mujer. Ya sabe que si hay algo que esté en mi mano para ayudarla a soportar este trance solo tiene que decírmelo.

Otro silencio, este incómodo al menos para Alexander. Estaba acostumbrado a desenvolverse entre fiestas, espectáculos, pero la muerte le era un terreno desconocido y nunca sabía como abordarlo exactamente.

Sin duda la casa Duff ha perdido un gran hombre de manera repentina y sin avisar. Porque al igual que usted tenía entendido que el Conde gozaba de una excelente salud. ¿Sabe? En mi niñez le tenía un miedo horrible a mi tío, lo veía como un ser mitológico que existía desde el principio de los tiempos y que viviría para siempre. De hecho en aquel entonces creía que comía niños. se rió suavemente ante tal ocurrencia. Mi opinión sobre él mejoró con la edad y sobretodo cuando usted entró en su vida. Supongo que lo sabe pero usted sacaba lo mejor de él. De hecho la imagen que tengo de él es la de aquellos tiempos, luego perdí el contacto con el cuando mi padre murió y tuve que hacerme cargo de todo.

El traqueteo del tren parece despertarlo de sus propias palabras.

Oh perdóneme, otra vez he acabado hablando de muertes negó con la cabeza para si mismo. Menudo conversador estoy hecho, quería amenizarle este viaje y creo que estoy haciendo todo lo contrario. Pero venga hábleme un poco de usted si le place, seguro que tiene muchas anécdotas e historias interesantes que contarme.

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23/10/2009, 12:11
Alexander Duff
Sólo para el director

Alexander sonrió para sus adentros, había hecho bien en elegir su traje gris.
Lo había hecho de pura casualidad pués estaba dudando entre ese traje gris y uno azul celeste.

De hecho hasta escuchar las palabras de Margarett Alexander no había recordado que se suponía que debía estar triste por la muerte de su tío.

Que cosas.

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23/10/2009, 11:59
Eminé Leary

Si Eminé sintió algo al escuchar las palabras del hombre no lo mostró. Lo miró directamente durante varios segundos, aunque no en exceso, pues podría considerarse descortés. Sus ojos estaban carentes de brillo, y sus labios se mostraban rígidos. El único gesto que hizo fue el de intercambiar la posición de sus manos.

Quizá debiera enternecerse de aquel hombre, de su situación pasada y su posición actual. Rápidamente pasó de hombre de negocios exitoso a marginado sin apenas patrimonio salvo lo necesario para sobrevivir. No lo recordaba como un tullido, por lo que su pierna debió ser herida tras su marcha a Edimburgo. Y pese a todo, apenas sintió algo por él. Aquel hombre tenía con quien estar, con quien compartir sus penas y desdichas, pues una familia le rodeaba para lo bueno y lo malo. Ella lo dio todo por tener lo mismo, pero no consiguió nada salvo la soledad y el desprecio del resto de los suyos.

Movió su cabeza muy suavemente, pues su rigidez había provocado varios pinchazos en la espalda. Desde hacía tiempo sufría de tales molestias, fruto de años de tensión y sufrimiento. Para algunas personas, dolores bien merecidos por sus traiciones y engaños. Para otras, el precio que debía pagar por haber gozado durante años de las comodidades del Conde. Ante ellos, siempre se había mantenido firme y seria, aparentando que sus palabras y comentarios apenas le influyesen. Pero lo hacían. O lo hicieron, pues tan solo una cosa podía volver a hacerle daño. Por desgracia, tal cosa ya estaba ocurriendo: revivir su anterior vida.

Como si acabara de salir de un trance, nuevamente miró al hombre que intentaba entablar una conversación con ella. Se llevó una mano a su boca para taparse disimuladamente y carraspeó. Humedeció sus labios y colocó de nuevo sus manos.

- Acompañada de mi señora madre. Han sido años duros para muchos -murmuró, consciente de su propia situación. No deseaba hablar de ella ni de lo que podía sentir-. Perdone mi indiscrección, caballero. He de suponer que se dirige a la lectura del testamento. ¿Cierto?

No era algo que una mujer como ella diría, pues era hacer una suposición y realizar preguntas a un desconocido. Pero era lo único que se le ocurrió, algo rápido para desviar la atención sobre su propio estado. Algo que rompiese la monotonía y el silencio creado en su interior.

 

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23/10/2009, 14:43
William McDonald

William recibió y entendió aquella fría e insensible respuesta como un aspecto más de alguien desdichado y dolido, unas palabras expresadas en un marco sin vida, compuesto por una mirada ausente y unos labios que enmudecían por el dolor, y ante semejante muestra de desolación y soledad, esto último algo que gracias a Dios él no había padecido, pues tenía a su amada familia, tan solo pudo asentir, ligeramente, mientras aquella mujer desviaba la mirada de la de él.

Quizás no debería haberse acercado a ella, pues pudiera que ser que su presencia, y los recuerdos que esta pudieran estar ocasionándole, fueran un tormento más que añadir, pero lo había hecho, y por ello, y ante la comprensión o la intuición de lo que Eminé pudiera haber vivido hasta el aciago día, se apiadó de ella. Y aunque era ese sentimiento el que quería, el que deseaba expresar en su silenciosa mirada, no era consuelo o pesar lo que sus brillantes ojos irradiaban, sino ira, una ira que el Conde había instalada en su ser y solo él, aún muerto, podía demoler. Aquel hombre, en vida, había amasado una cantidad ingente de gente destrozada y maltratada, y Eminé Leary era otra más de aquella larga y fatídica lista. Como él. Como su esposa. Como sus hijas. Y como muchas otras más.

En un intento de contener la ira que clamaba por liberarse, como en muchas otras ocasiones en las que el Conde era el tema de conversación o el causante de la situación, como, por ejemplo, había acaecido siempre que había intentado encontrar un trabajo digno y respetado, William apretó sus manos alrededor de sus rodillas, y tras desviar su mirada hacia la ventana, observó, de nuevo, un paisaje que no existía para él. Hasta que el leve carraspeo y la aserción acerca del testamento lo animaron a desatender, por un momento, el torrente de ideas y recuerdos que lo atormentaban. Algo más calmado, o mejor dicho con la ira de nuevo enclaustrada y contenida tras su rostro, lejos de miradas ajenas y en aquel instante de la de la señora Leary, el que fuera un exitoso economista volvió a fijar su mirada en la de ella, tan solo por unos segundos, los suficientes como para intuir que difícilmente aquella mujer podría saber algo más acerca del testamente que lo que él mismo sabía. Si así fuera, y para bien, seguramente la desdicha no sería la reina de un rostro que en su día destilaba belleza y felicidad. No, ella, al igual que él, no sabía por que había sido citada.

Así es. Recibí una misiva de Charles Buchanan citándome para él día de hoy. – informó, suponiendo que ella había recibido, si no la misma, una muy similar. – Aunque no sé por que, ciertamente, es algo como mínimo sorprendente y desde entonces no hago más que preguntarme el por que ese hombre, tras haber arruinado mi vida, ha decidido mencionarme en su testamento. – agregó, suspirando con suavidad una vez la ultima de sus sílabas abandonó su garganta, reseca y áspera a causa de los nervios y la impaciencia por tener una respuesta a dicha cuestión.

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23/10/2009, 17:24
Eminé Leary

Eminé Leary escuchaba las palabras del hombre con atención. Lo miraba atentamente, observando sus gestos y expresiones. Llamó su atención el momento en el que sus manos apretaron sus rodillas. Carraspeó como había hecho ella, pero sus palabras eran mucho más fluidas. Apenas habían intercambiado unas pocas frases, pero resultaba evidente la facilidad que tenía el caballero para hablar en comparación con ella misma. Sin duda, estaba mucho más acostumbrado.

Sopesó cada frase del caballero. Analizó sus propias palabras, cómo debía responderle. Ella sentía en su interior multitud de sensaciones, todas ellas referentes al Conde. Sabía lo que le había hecho, lo que había supuesto para ella y para los que le rodeaban. Vio vidas destruidas, personas sumirse en la total oscuridad tras una palabra suya. Su corazón le bullía, repleto de odio, rabia e ira hacia la fuente de todo su dolor. Al mismo tiempo sentía lástima y desprecio por ella misma, pues se consideraba en parte culpable de sus desgracias. Quizá no supo darle lo quél solicitaba, o tal vez simplemente cuando tuvo la oportunidad no se opuso a sus decisiones. Se dejó humillar, se hundió temerosa en su propia miseria. Todas esas sensaciones se mezclaban y luchaban en su interior, bailando las unas con las otras en una danza de confusión y desconcierto. Lo único que Eminé sabía con certeza era que su pena y tristeza eran enteramente suyas. De nadie más, y por ello no debía mostrárselo al mundo. Solo cuando se entregó completamente fue cuando más la hirieron. No volvía a ocurrir.

Su confusión era tal que ni siquiera se atrevía a referirse a él de una forma segura. ¿Sería adecuado llamarle Conde de Fife? ¿Por su nombre? ¿Como su difunto esposo? El hecho de hacerse tales preguntas le resultaron incómodas, desagradables. Acarició el paladar y el interior de los dientes con la lengua.

- Todas las obras, gestos y acciones de aquel hombre siempre resultaron sorprendentes y dañinos, incluso para sus más allegados -respondió mientras lo miraba atentamente-. Como usted, yo tampoco esperaba la carta del señor Buchanan. Espero que todo acabe bien y pueda regresar a mi hogar, junto a mi madre.

Nuevamente apartó la vista. Lo miraba cuando hablaba, pero no lo veía. Su cuerpo estaba en aquel lugar acompañado por ese hombre. Pero su alma y su ser estaban ya muy lejos. Quedaron atrás en el tiempo. Aún cuando miraba por una de las ventanas, Eminé volvió a hablar.

- Hacía años que no viajaba a estas tierras. Nunca las añoré, hasta hoy.

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23/10/2009, 19:18
Bruce Keenan

El joven observó a su interlocutor con cierto aire de extrañeza. No dudó en acercarse, aunque probablemente sólo para confirmar que no se trataba de quién él creía en un principio. El cuerpo de bruce se relajó entonces y consiguió componer una leve sonrisa, algo nerviosa, eso sí.

-No se preocupe, no me ha importunado... Pero t-tome asiento, por favor- le invitó con un movimiento de su libro que señalaba el espacio vacío justo frente a él. Probablemente un poco de conversación le distraería más que la lectura a pesar de que amara la literatura clásica. Una charla trivial requería menos concentración.
-Mi nombre es Bruce Keenan, encantado de conocerle- le tendió la mano entonces con toda la intención de estrechársela, un gesto poco habitual en las altas esferas que confirmaba, todavía más si cabe, que el muchacho era de origen algo humilde e incluso demasiado confiado.

-En realidad fui yo el que p-preguntó demasiado- se encogió de hombros, y con su relajación el leve tartamudeo parecía mitigarse bastante, apenas suponía una pequeña molestia de la que él ya no era consciente. A menos que su interlocutor compusiera alguna expresión extraña, pero sin duda este no iba a ser el caso -Éste trayecto me inquieta- admitió entonces con un hondo suspiro que después disimuló irguiéndose más en su propio asiento -Así que cuénteme, ¿viaje de negocios?- era lo más habitual a no ser que se trata de una familia y ese hombre tenía aspecto de poder contar muchas anécdotas interesantes y variadas.

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23/10/2009, 20:12
Margarett Heisell

Margarett Heisell se limitó a escuchar en silencio al joven Lord Duff, aceptando que este le mintiera con total elegancia. Entendía que los asuntos de familia, especialmente los más escabrosos, no debían ser aireados en público de forma gratuita y sin una aparente razón que lo justificara, y que los verdaderos sentimientos debían escudarse bajo una capa de cortesía y educación, cuando no era oportuno exponerlos abiertamente.

Sin embargo, Margarett conocía perfectamente la relación que James Duff había mantenido con su hermano menor Alexander, cuya débil personalidad había constituido un pobre obstáculo en el firme propósito del Conde de Fife de negarle cualquier posibilidad de acceso a la herencia familiar. Y por extensión a su descendencia.

De hecho, Margarett hubiera podido afirmar que la acusada debilidad de Alexander padre había supuesto un especial estímulo para la perversa naturaleza de James,  como lo era para un buen lebrel seguir un rastro de sangre en una cacería de zorros. Sí, James Duff poseía esa especial habilidad para destruir cuanto se propusiera sin que su rostro o su espíritu parecieran alterarse y ganarse, al mismo tiempo, el respeto y la admiración de quienes le rodeaban sin conocerle verdaderamente. La culpa o el arrepentimiento no formaban parte de su acerbo moral, y estaba segura de que jamás lamentó la profunda depresión en la que acabó por sumir a su hermano y que acabaría con su vida.

No, Alexander Duff no lamentaría jamás la muerte de su tío. Si alguien podía odiar al Conde de Fife, con igual o superior intensidad a la de ella, ese era el apuesto caballero que tenía ante sí.

- La muerte es tan ineludible como la vida misma, Lord Duff – replicó Margarett -. Y hemos de aprender a sobrellevar tanto la una como la otra, aunque en ocasiones resulte complicado hacer frente a ambas – señaló con una cálida sonrisa -. Pero tenéis razón. Dejemos de lado estas conversaciones escatológicas y estas reflexiones metafísicas. Sin duda, nos hemos dejado arrastrar por esta triste y pertinaz lluvia y la soledad de este hermoso paisaje que ahora atravesamos, y que nos hace proclives a la melancolía y a la nostalgia. Y hablar de mí, me temo que acentuaría tales emociones. Del mismo modo que las revueltas jacobitas de hace un siglo favorecieron que la casa de Hannover vaciara los Highlands de vida, vuestro tío hizo lo propio con mi existencia cuando me expulsó de su lado llevando a cabo su particular… clearance en mí.

Margarett guardó unos minutos de silencio, sorprendida de su propia reacción y sinceridad.

- ¿Sabéis? – dijo mirando los verdes y húmedos prados que atravesaban -. Me alegra haberme topado con vos. El viaje me resulta menos ominoso, menos triste. Hay demasiados recuerdos, demasiado dolor en este corazón ya anciano. Pero mi mente aún es lúcida – afirmó volviendo la vista hacia el noble – a pesar de la edad y mi vejez me permite ciertas extravagancias, como formularos, sin cortesía alguna, una pregunta. La coincidencia de nuestra presencia a bordo de este tren no me parece sea fruto de la casualidad. ¿También vos habéis sido citado para la lectura del testamento de Sir James?

 

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23/10/2009, 23:32
Allan Murray

Allan cambió el sombrero a la mano izquierda, y adelantó la derecha para corresponder al saludo. El apretón fue firme y medido, no lo suficientemente fuerte para ser agresivo, ni tan leve como para demostrar falta de interés. El hombre miró a Bruce a los ojos mientras lo hacía, y contempló el deje de nerviosismo de su sonrisa. Respondió a ella con una suave curvatura de sus labios bajo el bigote, apreciable sobre todo en los extremos de su boca. Las líneas de su rostro continuaban serias, serenas, pero despedían amabilidad. Uno de los tantos casos donde el estoicismo era la educación, pero no una herramienta para incomodar al interlocutor.

- Igualmente, señor Keenan - replicó Allan, soltando tras unos segundos la mano de Bruce - Mi nombre es Allan Murray. Con su permiso.

Sus últimas palabras iban acompañadas de una leve inclinación. No necesitaba reiterarse sobre aquello, ya que la invitación había sido directa: pero aún así, lo había hecho de todas maneras. Inmediatamente luego se sentó, procurando que su abrigo no quedara arrugado en la parte de atrás. Alisó con un gesto mecánico la zona del pecho y la que quedaba sobre su regazo, en el cual depositó el maletín y el sombrero. Mientras hacía todo eso, su atención continuó puesta en Bruce, quien había continuado hablando. Aquel joven le resultaba de lo más curioso, sobre todo porque era por completo diferente a lo que se podía esperar. Debía tener una historia interesante para contar, y le esperaban de seguro una fuerte cantidad de problemas en las Highlands.

Tras esperar a que acabara su pregunta, Allan asintió con vigor. El muchacho se encontraba incómodo, y debía no contribuir a ello.

- En efecto, señor Keenan... Aunque no exactamente de negocios: es un viaje por trabajo - miró a través de la ventana por un momento; las Highlands comenzaban a delinearse cada vez más en sus árboles, sus elevaciones y el verde recortándose contra el cielo gris - Me siento muy afortunado de estar aquí, viendo estos paisajes - miró a Bruce, y sonrió suavemente - Es la primera vez que atravieso las Highlands de esta manera; las anteriores conocí sólo las Lowlands, que tienen su distinto y particular encanto. El ferrocarril es un maravilloso medio de transporte, ¿no lo cree así? Permite ir a todos lados con comodidad, directamente, y además permite admirar cada detalle de esos sitios. Es algo fascinante.

Allan tosió ligeramente, sin poder evitarlo, y de modo inmediato se llevó una mano a la boca.

- Disculpe, me ha tomado desprevenido - carraspeó para retomar el aire - ¿Y lo suyo, señor Keenan? ¿Viaje de estudios, por placer...?

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24/10/2009, 00:57
Alexander Duff

La sinceridad de Margarett le desarmó completamente durante unos segundos, hasta ese momento no se había dado cuenta de el sentimiento que parecía abarcar a aquella mujer. Una profunda tristeza mezclada con resentimiento.
¿Como no había visto antes un sentimiento que le era tan conocido?.
Una sonrisa vieja y cansada apareció en el rostro de Alexander, no era la bella sonrisa del noble que vivía por las noches de fiesta en fiesta. Era la del combativo hombre de 42 años que había pasado más de la mitad de su vida peleando por lo que sabía que era suyo.

No, no es en absoluto casualidad mi querida Margarett. Es algo que creo que hemos dado por supuesto ambos al encontrarnos. Ambos vamos al mismo lugar. Lo que sí es obra del destino es que estemos en el mismo vagón.

Alexander le dedicó una mirada intensa a su interlocutora.
El paisaje transcurría como agua fluyendo por un rio gris. Alguien tosía en los asientos cercanos mientras un niño pasaba correteando seguido por su hermano pequeño. El tren vibraba bajo sus pies mientras el monotono traqueteo del mismo ejercía de banda sonora para el momento.

O quizás no. He de suponer que al igual que a mi le dieron el billete del tren con el número de asiento del mismo. No era más que cuestión de tiempo que nos encontrasemos.

Alexander se rascó la barbilla.

Creo que tanto leer novelas de detectives me hacen ver misterios en todos sitios dijo riendo Aún así y si me permite seguir con esta pequeña parodia de investigación también le he de hacer una pequeña pregunta.
Su rostro se volvió otra vez serio, puso una de sus piernas sobre la otra mientras apoyaba sus manos en el reposabrazos. El gesto parecía decir "vamos a poner las cartas sobre la mesa". Ambos conocemos... conocíamos como era mi tío. ¿Cree que nos aguardará alguna de sus "sorpresas"?

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24/10/2009, 02:26
Margarett Heisell

- Sinceramente, lo ignoro - respondió Margarett -. Conocí a James, vuestro tío, mejor de lo que quizá nadie haya llegado a conocerle. No en vano le dediqué treinta años de mi vida, como bien sabéis. Y aún así, ciertos aspectos suyos siguen siendo para mí un misterio a día de hoy.

Margarett se sumió en un pesado silencio. Las palabras de Lord Duff no hacían sino apuntalar uno de sus temores, el que el último Conde de Fife hubiera querido jugar una última carta desde su lecho de muerte, con el único fin de hacer aún más desgraciadas sus existencias. 

- Ahora bien, ¿qué sentido tendría? - dijo rompiendo el silencio -. ¿Y qué daño podría llegar a causarnos a estas alturas? No niego que tal eventualidad ya se me había planteado, pues James Duff siempre poseyó una naturaleza oscura y propensa a la destrución de aquellos que más le amaban. En vuestro caso, entiendo el temor que podría embargaros si sospecháis que pudiera denegárseos vuestra legítima herencia al título de Conde Fife y a las propiedades familiares, pues sois heredero directo de vuestro abuelo, cuyo nombre compartís, y ello os condenaría a años de litigio, de lucha en los tribunales por recuperar lo que en derecho os corresponde. En cuanto a mí, ignoro lo que su tortuosa mente podría haber maquinado, si bien ya poco o nada podría quitarme. O al menos, eso quiero creer.

Margarett Heisell miró entonces a Alexander Duff con un brillo divertido en sus ojos.

- ¿Os dais cuenta de lo que estamos haciendo Lord Duff? - dijo soltando una breve carcajada -. Incluso tras su muerte, la sombra de James Duff es capaz de planear sobre nuestras cabezas y hacernos sospechar acerca de sus verdaderas intenciones, llenándonos de temor. Tal vez sea hora de exorcizar esos fantasmas y arrojarlos al infierno que les corresponde. Dudo que vuestro tío se arrepintiera de cuanto hizo en vida, pero es posible que decidiera obrar en justicia tras la muerte. No os mentiré. Esa es mi esperanza y la principal razón de este viaje.

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25/10/2009, 01:17
Alexander Duff
Sólo para el director

Al escuchar las palabras de Margarett una sombra oscureció sus hasta entonces tan positivos pensamientos.

Realmente creía que quizás había llamado a Margarett para que todo el mundo supiera de esa manera que habían sido amantes. Una mancha tan grave a la decéncia de una mujer, en los tiempos que corrían, era relegarla a la eterna soledad.

Ni un solo hombre se le acercaría jamás.
Aún así, cuando la posibilidad de que no le dieran su título salió de la boca de Margarett se instaló en lo más profundo de su corazón, como un parasito que se almientara de terror, y de alguna forma supo que esa posibilidad no solo existía, sino que era tan grande como el sol de mediodía.

Notas de juego

OFD

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25/10/2009, 01:56
Alexander Duff

¿Sabe? Voy a permitirme una pequeña concesión con usted, mi querida Margarett. Es una especie de pago por las primeras palabras que nos hemos cruzado.

Aquella mujer no se guardaba sus verdaderas opiniones, opiniones que dicho de paso Alexander compartía en su totalidad. Estaba claro que había pecado de cauto en sus primeras palabras.
Alexander se acercó a ella y le dijo realmente bajito.

Nada más me enteré de la noticia, organicé una fiesta en mi mansión para celebrarlo. A pesar de lo duras que podrían parecer esas palabras, realmente las dijo con el tono de un niño que le confiesa a su profesora su última y más divertida travesura.

Espero no haberla escandalizado, no era esa mi intención. Simplemente creo que se merecía una verdad para borrar mis no demasiado sinceras palabras al principio.

Alexander se hechó un poco adelante, sonriendo, apollando sus codos en el reposabrazos y las palmas de su mano bajo su barbilla.

Sobre su pregunta voy a permitirme seguir jugando a los detectives hizo un silencio nacido para crear expectación, una costumbre de nobles para dar más enfasis a sus histórias Quién sabe si pone a nuestro alcance lo que más queremos pero a cambio en ese testamento poner clausula casi imposibles para conseguirlas. Otro leve silencio como si estuviera pensando una continuación para su historia, como un ocioso cuentacuentos buscando una linea de narración que le diera sentido a su fábula Mientras el se rie en su lujosa butaca viendonos sufrir bailando al son de su música. Porque... ¿no le parece extraño que nos llamen para la lectura de su testamento pero que no nos avisaran de su entierro?. Aunque hubiera sido solo mera formalidad, deberían de haberme avisado siendo su sobrino.

Alexander no se había dado cuenta como su rostro había ido mutando a lo largo de su relato. Su sonrisa se había desvanecido siendo reemplazadas por una expresión severa, había empezado contando una historia y había acabado dándose cuenta de que para nada era tan descabellada.En absoluto.
Todas las normas de protocolo indicaban que había que avisar a los familiares para que estos acudieran a sus entierros, más sangrante era su própio caso: Él era familia directa, la misma sangre corría por sus venas.

Ahí había algo muy extraño.
Alexander se acomodó otra vez en el asiento mientras empezaba a girar su bastón sobre su propio eje. Como si quisiera atornillarlo al suelo.

Tiene razón, sea como sea aquí estamos, hablando de él. Y cuanto más se acerca el tren a su destino más intranquilo me siento.