Partida Rol por web

Después de salvar a los pequeños, no pudiendo hacer nada por su cuidadora, seguimos camino hasta llegar a la cabaña que había divisado Banedon. Nos costó entrar, pero con un poco de fuerza lo conseguimos. Nada había allí, excepto un martillo, que por pesado que era lo obvié y lo dejé donde estaba, sujetando la puerta para que pudiéramos pasar la noche tranquilos. En el sótano encontramos algunas manzanas que nos servirían para apaciguar el hambre. Estaba claro que habría otra salida de la cabaña, pero no me interesaba buscarla, sino descansar.

Por la mañana, seguimos nuestro camino, ya fortalecidos por las horas de sueño. Al poco de avanzar, nos topamos con la Guardia Real, con sus capas blancas. Iban montados en grandes corceles y pedían ayuda para combatir al enemigo y defender al príncipe Pelathar. Le hice una señal a Banedon y me acerqué a ellos.

-"Podéis contar con nuestra ayuda, caballeros. Estamos listos para partir con vosotros hacia donde os dirijáis." Le dije.

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Banedon te acompañaría y juntos acudisteis al encuentro con los caballeros. Muy pronto os llevarían hacia la guerra.

Ante tus ojos una feroz batalla tiene lugar sobre un puente de piedra. El choque metálico de las armas y los alaridos de hombres y bestias resuenan a través del bosque. En medio del combate ves al Príncipe Pelathar, el hijo del Rey. Lucha hábilmente contra un gigantesco Gourgaz gris que blande un hacha negra sobre su escamosa cabeza. Un reptil de sangre fría que habita en las profundidades de las traidoras marismas de Maakenmire.

Su alimento preferido es la carne humana.

La caballeriza se adelanta como puede, cortando cabezas de horrorosos giaks agrisados y reptiles escurridizos. Junto a Banedon y otros tres hombres hacéis camino entre los cadáveres y conseguís alcanzar al príncipe.

—Son muy poderosos, hermano mío. No hay vuelta atrás; si nos quedamos, debemos luchar —vaticina Banedon—. Si huimos por allí, hacia el bosque, encontraremos más bestias. Esos fuertes drakkarim escondidos en los árboles son muy poderosos.

De repente, el Príncipe cae herido por una flecha negra que le atraviesa el costado. Su espada yace a tus pies. Puedes tomar y utilizar este arma si quieres. El Gourgaz se dispone a atacarte y, si permaneces, deberás librar contra él una lucha a muerte.

Gourgaz: DESTREZA EN EL COMBATE 20   RESISTENCIA 30

Esta criatura es inmune al Ataque psíquico (no aplica en tu caso).

• +3 puntos DES y RES por los 3 hombres que te acompañan (pueden morir).

• Banedon te está ayudando, hará +1 daño y evitará +1 de daño en cada tirada.

• +2 puntos DES si usas la espada del príncipe, que entiendo que sí lo usarás.

• Banedon te está ayudando, hará +1 daño y evitará +1 de daño en cada tirada.

• Empiezas con 24 RES porque todavía no te has recuperado de tu anterior combate.

• Arco y flechas: 1 tirada gratis (realizada).

Tiras D10 y aplicas la columna [0/0] hasta que uno de los dos muera. Si no te aclaras, dime por Off y lanzo yo.

Llegamos en plena batalla, cruenta y salvaje, y pronto divisamos al Príncipe. Combatía con furia, alentando a sus hombres a no desfallecer; pero pronto se vería rodeado de bestias inmundas. La caballería, junto a la que íbamos, cargó contra las bestias, abriendo brecha para llegar junto a su líder. Este, herido por una flecha, dejó caer su brillante espada. Banedon aconsejó retirarse al bosque, aunque fuera peligroso, pero esa no era una opción. Era un miembro del Kai y nunca había rendición posible. ¡Antes la muerte! Pensé en estas últimas palabras mientras cargaba contra el enemigo.

Disparé una flecha que impactó en el gigantesco reptil que quería acabar con la vida del Príncipe. Banedon y tres soldados me acompañaban en el acercamiento para proteger al noble. Recogí la espada caída, signo de poder entre algunos, y ataqué con saña a mi adversario. Tres espadazos sirvieron para acabar con él y poner a salvo, de momento, al Príncipe. No me había dado cuenta, pero la bestia me había logrado herir, aunque no era muy grave el corte.

El gourgaz se adelantó hacia ti cuando te vio, olvidando al príncipe que estaba bajo sus pies a un solo golpe de morir. Llevabas la capa verde del Kai, distintivo de la orden que juró proteger a Sommerlund de aquellas criaturas. Entendías que su prioridad no era otra que destruir a todos y cada uno de los monjes que todavía siguiesen en pie. Fuiste valiente al enfrentarte a uno de ellos, sabiendo que todavía eras todo un novato en el noble arte de la guerra. Por lo menos, contabas con la ayuda de Banedon y tres soldados que juraron lealtad al Rey hace mucho tiempo.

—Lo haremos, por el rey y por el príncipe —responde un soldado—. Daré mi vida por ellos y juro estar a tu lado hasta el final. Estoy en deuda contigo hasta el resto de mis días.

Mientras tú te enfrentabas al Gourgaz con los otros tres, cuyo combate estuvo a tu favor, Banedon tuvo el camino libre para sacar al príncipe del peligro. Miles de dardos sobrevolaron vuestras cabezas como una lluvia de meteoros, con la intención de evitar la escapada y otros guerreros que estaban por la zona asestaron su golpe definitivo a otras bestias para rodear al príncipe.

Sonidos seseantes alborotaban tus oídos.

Entonces, solo quedaron los golpes metálicos de vuestras hachas chispeantes. Aquel gourgaz era capaz de mantener una lucha ágil con vosotros cuatro, escuchabais el sonido del hacha negra que por poco os rebanaba la cabeza. No duró mucho más tiempo desde que la ligera espada del príncipe que ahora manejabas tú se atrincheró en su costado. El moribundo reptil agonizó de dolor, pero siguió en pie dándolo todo para acabar con todos los señores del Kai, hasta que finalmente asestaste el golpe final. La criatura quedó inmovilizada sobre el césped ensangrentado y muy pronto acabaría en la pila de cadáveres a los que soterrar con fuego.

—Lo hicimos, Lobo Solitario —te sonríe Banedon—. Fue arduo difícil, pero lo hicimos.

82

El gigante Gourgaz yace muerto a tus pies. Sus malvados seguidores disparan sus dardos contra ti y después se repliegan detrás del puente. Los soldados del Príncipe forman con sus escudos una barrera protectora alrededor de ti y del jefe muerto de los Gourgaz. Negras flechas pasan silbando por tu cabeza.

El Príncipe moribundo te mira a los ojos.

—Señor del Kai, debes llevar un mensaje a mi padre —carraspea en un pañuelo mojado—. El enemigo es demasiado poderoso para que podamos detener su avance. El Rey —vuelve a toser— debe daros permiso para ir a Durenor o todo estará perdido. —Entonces señala su montura—. Toma mi caballo y cabalga hacia la capital. Que los dioses y la buena suerte te acompañen.

Te despides del Príncipe y montas en su blanco corcel. Antes de que galopes con fuerza, una mano impide al caballo moverse.

—Espera, Lobo —es Banedon, no se olvida de su promesa—. Iré contigo. Te serviré de ayuda en la travesía hacia Holmgard —se montó en el corcel a tus espaldas.

Juntos os dirigís hacia el sur por el sendero del bosque. La batalla aún prosigue, pues los soldados del Príncipe rechazan otro asalto en el puente. El caballo del Príncipe es realmente un magnífico animal, rápido y seguro. Galopa por el tortuoso sendero como si fuera una calzada recta. Al fin, el ruido de la batalla se extingue a lo lejos.

Sientes un estómago rugir.

—Lobo Solitario. Disculpa si le pregunto esto. —Al girarte, ves que rebusca en un bolsillo—. ¿No tendrías algo de comer? Hace mucho que no pruebo bocado. —Tus tripas también rugían del hambre que tenías. Te gustaría tomar un delicioso manjar ahora mismo y posiblemente así sea dentro de poco. Tienes la capacidad para saciar a ambos, aunque es tu decisión resistir la llamada de tus instintos.

Al cabo de varias millas el sendero termina bruscamente en una bifurcación. Hay en ella un poste de señales, pero alguien lo ha derribado.

—Nunca estuve por aquí, hermano mío —no sabía aconsejarte qué camino tomar—. Me parece que estamos ante la decisión de una moneda.

Rastreo

La habilidad de Rastreo te revela que varios rastros arrancan del sendero de la derecha en dirección hacia el de la izquierda. Las huellas pertenecen a lobos fatídicos. Los Señores de la Oscuridad utilizan a semejantes bestias como exploradores de sus ejércitos. Son criaturas malvadas y a menudo montan en ellas giaks. El sendero de la izquierda conduce hacia Holmgard y el de la derecha hacia las montañas de Durncrag.

Después de abatir al gournaz, sus tropas retrocedieron ante el avance de los soldados del Príncipe. Una barrera de escudos me protegió de los dardos y flechas del enemigo. Me arrodillé ante el moribundo noble y escuché sus palabras, acatando su orden al instante. Como no, mi amigo Banedon decidió acompañarme en este nuevo viaje. El caballo real galopó raudo hacia la capital, pero la falta de energías se hizo notar enseguida. Unos retortijones en el estomago indicaban que el órgano necesitaba llenarse con algo más que aire. Cuando llegamos a una bifurcación, me bajé del caballo para observar el terreno.

-"Creo que el camino hacia la capital es el de la izquierda. Huellas de lobos infernales se dirigen hacia allí, así que deberemos de tener mucho cuidado. Descansemos unos instantes y comamos algo frugal. Creo que tengo algo de comida en la mochila." Le dije.

Tras unos minutos de asueto, montamos de nuevo y enfilamos a toda velocidad e camino de la izquierda, dirección a la capital, para llevar las nuevas del Príncipe a su padre. Solo esperaba que nada ni nadie se cruzara en nuestro camino y llegáramos a tiempo de dar el parte del Príncipe.

32

Después de cabalgar unas tres millas, ves a lo lejos las inconfundibles siluetas de cinco grandes lobos fatídicos. A lomos de ellos van los giaks, criaturas grises y pequeñajas con una odiosa sonrisa.

—Allí, hermano, ¿lo ves? —te murmura Banedon y frenáis el paso.

Parecen dirigirse hacia adelante, donde el sendero desciende hasta una pradera abierta. De repente, uno de los giaks se separa de los otros y retrocede por el camino en dirección hacia ti. Os escondéis detrás de unos espesos arbustos de manera que el lobo fatídico y su jinete no vean vuestros caballos blancos. Conseguís camuflaros de sus ojos; sin embargo, podría ser mejor descubriros para conseguir algo escondido en el cinturón del giak.

—Tiene algo, es un pergamino. Sigue el camino de Durncrag, probablemente sean órdenes de guerra —Banedon estaba muy seguro de lo que decía y estaría decidido a atacarle—. Si se lo quitamos, bloquearemos el avance enemigo al interior de Holmgard.

Banedon hizo un juego de movimientos y el pergamino negro apareció en sus manos. El jinete frenó de inmediato al darse cuenta del robo y el lobo comenzó a olisquear el terreno. Por otro lado, los lobos fatídicos que están en la lejanía regresan lentamente. Enfrentarse a esos cuatro sería mucho más complicado que uno solo, los números están en vuestra contra.

Tienes tiempo, podrías pelear con el giak que amenaza con descubriros, antes de que el grupo de lobos detecten vuestra presencia. Y serías un gran héroe si consigues acabar con todos los enemigos de este sendero.

Tras tu escondite está el interior del bosque, un lugar más seguro que el camino directo a Holmgard plagado de giaks.

Tras escondernos de los lobos y sus jinetes, Banedon logró escamotearle el pergamino mediante la magia. Con él en nuestro poder, podríamos huir habiéndole quitado las órdenes al enemigo, creando algo de confusión y dándonos una valiosa información sobre su ejército. Combatir contra tantos enemigos ahora no era la mejor solución, así que giré mi montura hacia la espesura del bosque y la azucé para que marchara entre los árboles.

-"Vamos, hermano, debemos de darles esquinazo en el bosque. Más tarde le echaremos un vistazo al pergamino." Le dije.

Aunque los lobos nos seguirían fácilmente por el olfato, esperaba ser más rápido que ellos y tomar algo de ventaja. Si salíamos del bosque más adelante, podríamos galopar libremente.

126

Cabalgas internándote con rapidez en el bosque. En silencio das las gracias al Príncipe por tan buen caballo, pues aunque el terreno es una maraña de zarzas y raíces, no ha tropezado una sola vez. Pronto dejas atrás a los lobos fatídicos y concedes un descanso al caballo. Has recorrido unas dos millas y los árboles empiezan a estar más espaciados.

—Ha oscurecido rápidamente y es casi de noche —dice Banedon, sujetando el pergamino que empezaba a confundirse con la oscuridad nocturna—. No puedo leer nada de lo que pone aquí. Está escrito en un pergamino negro. No sé si alguien podrá hacerlo... —Banedon queda en silencio.

A la derecha ves una pequeña choza de madera a la orilla de un lago y un hombre vestido con capa se acerca a ti, manteniendo una distancia prudente que impedía ver lo que escondía bajo la capucha.

—Buenos hombres, ¿viajan a la capital? Os ofrezco mi balsa. Caben humanos y caballos. —El hombre oculto de voz misteriosa extiende su mano ahuesada—. Serán solo 2 Coronas de Oro.

El hombre no se acercó más a ti, de modo que si querías utilizar su balsa deberías acercarte hacia él. Podría ser interesante atravesar ese lago y ver lo que hay detrás, aunque también puedes tardar más tiempo en bordear el lago.

Sexto Sentido

Presientes que allí se esconde algún enigma. Librándose batallas por todas partes y estando las fuerzas de los Señores de la Oscuridad tan cerca, ¿cómo es que ese hombre se ha quedado en el bosque?

Percibes una extraña aura de maldad alrededor de él.

Miro a Banedon a los ojos.

-"Ya encontraremos a alguien que sepa leerlo, hermano, no te preocupes." Le contesté.

Justo ene se momento, un extraño encapuchado se acercó lo suficiente como para que mi sexto sentido me avisara de su aura maligna. ¿Quién diantres sería y por qué no le habían atacado las fuerzas del mal? Posiblemente estaría conchabado con el ejército invasor. Aunque rodear el algo nos haría perder más tiempo, ganaríamos en seguridad.

-"Lo siento, amigo, no nos gusta demasiado el agua. Tenga cuidado de a quién ofrece sus servicios, hay criaturas en este bosque que no son amigas de los de aquí." Le dije, entrecerrando los ojos para intentar ver su reacción.

Seguidamente, espoleé al caballo y marchamos por la ribera del lago para rodearlo. Era casi de noche, así que habría que aprovechar lo poco que se veía para alejarnos de ese tipo y después hacer un pequeño campamento para poder pasar la noche.

90

Se hace de noche y pronto os encontráis inmerso en la más total oscuridad.

—Paremos aquí, el bosque está tranquilo. Tratar de proseguir sería inútil, es mejor descansar.

Después de atar el caballo a un árbol, te envuelves en la verde capa del Kai y caes en un sueño desasosegado.

Te despierta el ruido de tropas distantes. Banedon no está contigo.

Ves al otro lado del lago las figuras con negras capas de los drakkarim y una manada de lobos fatídicos montados por sus jinetes. Encima de los árboles aparece un kraan, que se posa en el tejado de una choza de madera. Sobre el kraan cabalga una criatura vestida de negro. El kraan alza el vuelo y atraviesa el lago hacia el lugar donde tú estás escondido.

Camuflaje

—¡Rápido, Lobo! —te dice la voz de Banedon. No conseguías verlo, era transparente—. Salgamos de aquí ahora que podemos.

Logras persuadir al caballo para que se eche en el suelo y empiezas a cubriros a los dos con ramas y hojas secas. Oyes el aleteo del kraan cuando éste pasa volando por encima de los árboles. Vuelve de nuevo y describe círculos sobre el lugar donde tú estás, pero pronto se retira a través del lago.

Entonces decides partir también, no sea que el kraan vuelva con refuerzos.

Mientras te internas velozmente en el bosque, oyes el aleteo del kraan que vuela sobre los árboles y desaparece hacia el norte.

Banedon reaparece con un chasquido.

—Lo hemos perdido, los árboles son nuestros mejores aliados. Con ellos estamos ocultos.

Seguís cabalgando durante casi una hora hasta que llegas a un claro. Del otro extremo del mismo arranca un sendero que conduce hacia el sur.

Por poco no somos descubiertos. Si hubiéramos aceptado la invitación del barquero, ahora mismo seríamos probablemente comida para peces. Aún así, algo hace que esas bestias nos intuyan, por que el kraan voló hacia nuestro campamento improvisado. Tras salir huyendo nuevamente, llegamos a un claro, donde al otro lado se veía un estrecho sendero que enfilaba hacia el sur.

-"Hermano, como bien dijiste, los árboles son nuestro mejor aliado, así que sigamos en ellos y bordeemos el claro hasta llegar al sendero." Le dije en voz baja a Banedon.

Azucé a mi caballo y empezamos a rodear el claro por el borde izquierdo. Si pasara nuevamente el kraan sobre nuestras cabezas, no nos detectaría gracias a la cobertura que nos ofrecían los árboles. Aunque en mi mente estaba una duda, ¿nos podrían detectar por otros medios?

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Espoleas al caballo para que descienda al galope por el largo y recto sendero. A lo lejos divisas la silueta de Holmgard recortada contra el horizonte, con sus altas murallas y agujas resplandeciendo al sol de la mañana. El sendero por el que avanzas empalma con un camino que va de norte a sur. Es la principal calzada de portazgo que une el puerto nórdico de Toran con la capital. Te diriges hacia Holmgard, siempre vigilante por si aparece algún kraan en el claro cielo de la mañana.

—Hemos cabalgado varias millas sin avistar señal alguna de refugiados ni de enemigos —te dice Banedon, al dirigiros hacia una elevada sierra que se encuentra a media distancia—. Cuando subamos, es posible que divisemos la capital. Tengo un mal presentimiento.

Al alcanzar la cumbre, la vista que contemplas te llena de esperanza.

La vista que desde allí contemplan tus ojos te llena de esperanza.

Divisas las altas murallas blancas y grises y las resplandecientes torres de Holmgard, sus banderas ondeando desde las almenas a la fresca brisa de la mañana. El río Eledil, que nace en las montañas occidentales de la cordillera Durncrag, sigue su curso atravesando la capital hasta ir a desembocar en el golfo Holm. Un gran ejército negro desciende de los picos de las montañas y avanza implacable hacia la ciudad.

A tu derecha puedes ver el camino real que a través de la ondulada llanura conduce a Holmgard. Yendo por él puedes alcanzar en una hora las fortificaciones externas de las defensas de la ciudad, pero la mayor parte del tiempo estarías al descubierto y serías vulnerable al ataque de los kraans. En cambio, delante de ti, un ancho y fangoso río fluye perezosamente hacia el Eledil. Podrías nadar por él hasta la capital, amparado por la vegetación de las orillas del río. Por último, a tu izquierda se halla el cementerio de los antepasados. Esas tumbas y monumentos ruinosos de una edad olvidada ocultarían tu avance, pero se trata de una zona prohibida. Innumerables horrores sin nombre duermen impacientes entre esas ruinas, esperando hacer presa en el imprudente intruso.

Los pendones reales ondeaban al viento, lo que indicaba que la ciudad no había caído aún. Pero no tardaría mucho, ya que un ejército colosal avanzaba rápidamente hacia la capital. ¿Qué podríamos hacer nosotros ante tal poder? Mi misión era llegar ante el rey y lo haría, costase lo que costase. Pensé en el camino a seguir: por un lado estaban las tierras prohibidas, un cementerio lleno de horrores del pasado, por otro, un río fangoso, que podría retrasar más que adelantar, y por último el camino real, recto hasta las puertas de las murallas. Era el más rápido, pero estaríamos sin cobertura. Me acaricié la barbilla y tomé una decisión.

-"Hermano, agárrate fuertemente a mi. Vamos directos a la capital." Le dije mientras espoleaba al caballo.