Partida Rol por web

Corréis hacia la caravana. Sorteando los pocos caminantes que deambulan, y aunque confusos, parecen oler la sangre y el miedo. Alertados por vuestra presencia, por las carreras, y la presencia inesperada de la autocaravana.

Llueve sin parar. Y vosotros a la carrera. Hacia una posible salvación.

Esta vez el más veloz es Oliver. Pasa de largo a Yuki, alcanza el vehículo y entra rápido, pasando al lado de la danesa.

-¡Go up, go up!

 Ahí está la pequeña Lexie, olvidado y perdido el morral que no encuentra. Javier desesperado detrás. El hombre desconocido con la delgada barra de hierro protegiendo el rescate.

-¡Venga, venga, por mi puta madre, corred! –aúlla en un perfecto y castizo español.

Javier corre, derriba a un zombie apartándolo del camino. Él también se va al suelo encharcado, está agotado, al límite de sus fuerzas. Se levanta, para justo ver como Yukino pierde pie, no controla el equilibrio y se pega el gran tortazo contra el asfalto. Rueda sobre sí misma con la niña en brazos, una de las mochilas se le desprende, sostiene a Lucía, pero la niña también se le escapa.

Yolanda dispara un par de veces en su desesperado correr. Un tiro falla, el otro acierta en un brazo a un zombie alelado.  La dependienta también se resbala y se cae a lo largo. -¡¡¡Ayyyyyaaayyyy!!!

Se ha roto algo. Seguro.

La inglesa llega a la caravana a la vez que Javier. La chica danesa propina una buena patada a un zombie en la rodilla, despejando el camino. -¡Come on, move your ass!

 El hombre sigue con la barra soltando hostias con ella a cuanto bicho que se mueve. -¡Hostia puta, mierda de cabrones! Y sprinta dirigiéndose hacia Yuki y Lucía, cuando se da cuenta que uno de esos pellejudos va a por ellas.

No cesa de llover. El chaparrón os tiene calados hasta los huesos. Otra explosión en el interior de la tienda os conmociona momentáneamente.

No debe de haber más de tres o cuatro caminantes vagando entre vosotros.  Pero quizá hay más que vienen en vuestra dirección. O no. Todo es muy confuso bajo el torrente de agua que se desploma sobre la noche y vuestras cabezas. 

No se había sentido tan cansado en su vida, los brazos le pesaban, el codo le dolía de tanto apalear zombies y tenía unas ganas terribles de comer una pizza y beberse un cubata mientras veía como todo el mundo se iba a la mierda. Tendría que esperar, al menos hasta que todos estuvieran en la caravana. Corrió con lo poco que tenía, golpeando con el gato del coche de su prima intentando apartar zombies de su camino, abriendo el camino para Lexie y para los que vinieran por detrás. Vio Caer a Yukino y a Yolanda, pero siguió corriendo, incapaz de procesar la imagen, incapaz de entender que aquellas caídas significaban peligro, peligro de muerte.

Entonces vio a un notas que llevaba una barra de hierro corriendo en dirección contraria y se le quedó cara de tonto. Por que iba nadie a correr en dirección contraria? Aquello estaba a punto de explotar, no tenía sentido. Llegó a la caravana junto a Lexie y entonces lo entendió. Yukino, Lucia, Yolanda, se habían quedado atrás y él las había dejado, no había sido capaz de entender la situación, porque era tonto, era un estúpido y su estupidez iba a causar muertes si no hacía algo.

Miró a Lexie con urgencia y le dijo unas palabras, rápidas, con el aliento entrecortado

Después, la cogió por la nuca durante un segundo. El deseo de besarla intenso. Lo hizo. En la frente. Con ferocidad. Tal como la cogió la soltó y salió otra vez bajo la carrera, chapoteando en los charcos y con el gato preparado para golpear. Él estaba muerto, al menos si el mordisco de los zombies funcionaba como en las películas. Tendría algo de tiempo todavía antes de convertirse y ese tiempo es el que debía aprovechar y hacer que sirviera para algo.

Las traería de vueltas, a ellas y al loco de la barra. Había dado su vida por protegerlas y ahora que ya no tenía vida no iba a flojear. Estaba agotado pero sacaba fuerzas de donde no había, no podía pensar, solo traerlos a todos de vuelta, alejar a los zombies y salir rápido....y si todo explotaba y lo pillaba pues tampoco se iba a quejar. No quería convertirse en una de esas cosas, no quería matar gente.

"Me han mordido... voy por ellas. Díselo a la guiri, si se pone feo y estoy fuera largaos....No me esperéis. Entiendes? Sube!"

Y lo había logrado, estaba allí en la caravana tras haber cruzado un buen trayecto a puro trote. Una vez subo, me quedo ayudando a la Danesa aporreando a patadas a los que estaban cerca y cuando quiero acordar todo se tuerce un poco más. Estoy allí de pie, viendo todo y de alguna manera la actitud heroica de Javier me tuerce, no sé porque pero me cae horriblemente mal y no hago nada para bajar, sólo me quedo allí al lado de la chica que les habla e intenta apartar los zombies. 

No sé cuál sería el destino de todos ahí, ni sé cuál sería el mío si hubiera sido Yukino o la niña. Tal vez no tenga corazón, tal vez me convierta en zombie con el correr de las horas. ¿Quién sabe? Pero no haría absolutamente nada, no esta vez, dándome igual si me cae un sermón o me dicen algo al respecto. 

Ahora mismo, no pensaba como una de las pocas buenas acciones desinteresadas que había hecho le habían costado todos sus recursos recolectados, pero pronto lo pensaría. Por el momento, y hasta que saliera de ahí, pensaba solo en los zombies que tenía alrededor, en la gasolinera a punto de explotar, en la oportunidad de subirse en la caravana. La verdad, poco pensaba en Lucía, Yukino o Yolanda. Oliver ya estaba a salvo, y Javier iba junto a ella tras recuperarse de embestir aquel muerto viviente.

Hasta que el showman la detuvo. Sus palabras le entrecortaron el aliento y le paralizaron el corazón. Quizás apenas lo conocía, después de todo, apenas lo había visto un par de veces, pero la intensidad de lo vivido hoy y las veces que le había salvado el pellejo hacían que se sintiera más unida a él que a gente de su propia familia.

Se quedó sin palabras. Sin pensamientos. Y hasta que le dio aquel beso en la frente, también se quedó absolutamente paralizada. La verdad era que ni sabía como procesar la explosión de emociones que sintió al verlo correr de vuelta, e instintivamente su cuerpo se tensó, alcanzando a dar un par de pasos con la llave de tuercas sujeta con firmeza en su puño. Más que con firmeza, con rabia, pues la apretaba de tal forma que los nudillos se le veían blancos. Sin embargo, tras esos pasos, frenó en seco. Miró a la caravana, miró a Javi... Quiso gritarle que dejara de ser un héroe y volviera, pero sabía que no lo haría. Lo sabía tan bien como entendía la frustración, rabia y dolor que ahora le encogía el corazón le presionaba el pecho, y formaba aquel odioso nudo en su garganta. Tan bien como que, en cuanto hubiera un segundo de calma, no habría nada ni nadie que impidiera que dejara salir lo que ahora la adrenalina bloqueaba.

Resignada, y sabiendo que el reloj iba en su contra, corrió a subirse a la caravana.

Mientras Lexie y Oliver suben a la autocarava, a salvo momentáneamente, con un ojo pendiente de los zombies y el otro en la tienda en llamas, Javier y el tipo de la barra se lanzaron a la carrera para ayudar y salvar a las dos chicas y a la niña.

Curro golpeó a un infectado apartándolo del camino, el hombre de la barra se abría igualmente camino, atravesó la cabeza de un caminante con la barra, la extrajo, atizó a otro. Alcanzó a Yolanda, la cargó como un fardo sobre el hombro y emprendió la huída hacia el vehículo.

Javier agarró de la mano a Yuki y en brazos a Lucía, la niña no lloraba, incapaz de derramar lágrimas. Eso sí. Lo observaba todo con una mirada que parecía absorber hasta la misma agua que les caía encima.

Y Oliver no movió un dedo. Y Lexie esta vez tampoco, paralizada.

La gasolinera no explotó. Aparecieron más caminantes en buen número,  ocultos por la oscuridad y la cortina de lluvia y ahora más visibles al reflejo de las altas y rojizas llamas. El humo se elevaba, mezclado con la lluvia, semejante al residuo de una plegaria a los cielos.

Los dos hombres lograron llegar a la caravana, subieron todos aprisa, la danesa lo hizo en el asiento del copiloto. Arrancaron desesperados, a toda prisa, acelerando sin preocuparse de vehículos, obstáculos o zombies delante. Derribaron a uno , atrevido colocándose en medio, con en frontal.

El conductor, un joven de unos treinta años, pisó el pedal del acelerador, a fondo, abriéndose paso a través del intenso aguacero.  Miráis atrás, la tienda en llamas, los infectados gruñendo, vagando sin sentido, sin esperanza. La gasolinera disminuye su tamaño, no ha explotado…todavía…

En el interior del vehículo conduce ese chico, está el tipo maduro de la barra, de unos cincuenta años; una mujer algo más joven, quizá la madre de la danesa, y un chico muy jovencito, presumiblemente el hermano. La madre, es un torrente de lágrimas, pero al fijarse en Yolanda, se acerca, parlotea en danés, y busca vendas y una pomada para el tobillo, tiene pinta de una torcedura o rotura de ligamentos. La dependienta de nuevo lloriquea y se queja del dolor en el pie.  La pistola la tiene en la mano, como si no la recordase que está ahí.

-Vaya movida, tíos. La puta hostia –suelta el sudoroso hombre de la barra.

-Thanks…-agradece gentil Yukino a Javier, con una profunda inclinación de cabeza. Le sangran las piernas y las manos, solo son más rasguños que acumula. Lucía se refugia de nuevo en ella.

El vehículo corre veloz por la carretera, recuperándose todos los ocupantes del mal trago, tomando aliento como peces que regresan al estanque. Nadie habla, solo respiráis y os miráis. La joven danesa aparta la mirada.

-Sorry. So sorry.I…needed to…I didn´t think…I just thought about my family…

Y no hay tiempo para pensar en mucho más cuando una nueva situación se presenta. Los faros enfocan un accidente parece…varios vehículos implicados. Las luces de un coche de policía hieren la nocturnidad de la noche. Un agente hace indicaciones de detenerse con una linterna luminiscente.

-No pares, Alberto. No está el puto horno para bollos.-ordena el hombre al conductor. El chico disminuye la velocidad, parece dudar.-Coño, te digo que no pares, hostias. Tienes sitio de sobas para pasar. Acelera, joder.

La peliazul esta vez no abre la boca.

Acepto el abrazo de Javier y respiro aliviado mientras la armonía se mantiene dentro de la caravana. Con la mirada busco a Lex y al verla la abrazo por la espalda con la intención de susurrar algunas cosas a su oído. No era por mala educación, sino que lo sentí así y como nunca se sabe cuánto tiempo tendré o si muero mañana, prefiero ser claro con ella. 

Luego cuando los demás hablan, yo solo escucho como si fuera algo lejano. El subidon de adrenalina que tuve rato atrás, ahora se me había ido al suelo. No puedo tener la actitud de Javier, en parte su asunto con el heroísmo y que se le dan bien las cosas, es una mezcla explosiva que te puede llevar a la muerte. Solo espero que siga con esa racha, tiene el cielo ganado. 

- ¿Boda? Vaya, que lindo. - digo tardíamente sorprendido. 

Y me quedo mirando por la ventana, la idea de parar no me parece nada bien. 

- Hombre, recién salimos de una jodida. No te conviene parar, pasemos lento en todo caso y veamos la situación. Es un riesgo enorme este lugar. - irrumpo en la conversación, apoyando las palabras de la danesa. 

- Te quiero enana, pero promete que no me matarás de un ataque al corazón con tu intento de rambo milennials Por favor. - susurro en su oído, cariñoso. 

Los segundos de espera se le hicieron un infierno. Ya había dado a Javier por muerto, pero aún así, al no verlo con sus propios ojos, conservaba esa esperanza estúpida de quien se empeña en creer en lo imposible. Estaba tan quieta, tan silenciosa, que hasta podía escuchar sus propios latidos retumbar en sus oídos mientras esperaba. Y cuando por fin se subieron todos, Javier entre ellos, Lex exhaló aliviada.

Al recibir el abrazo de Javier lo estrechó muy fuerte en sus brazos, tanto como podía, y aunque no tenía planes de soltarlo rápido, al notar que era él quien retrocedía para ir a Oliver lo dejó ir. Estaba confundida. Habría jurado que habían tenido un momento importante fuera de la caravana, ¿y ahora llegaba bromeando sobre su boda? Su ceño se frunció, a medio camino entre molesta y desconcertada, pero los brazos de Oliver no tardaron en llegar por su espalda para acunarla. Aquel contacto hizo que cerrara los ojos y respirara profundo, pasando sus manos por los brazos del chico en una caricia hasta entrelazar sus dedos con los de él en ambas manos. No quería que la soltara aún.

Aún sin abrir los ojos, sonrió con cierta gracia ante la broma del chico. Girando su cabeza hacia un lado, le susurró una respuesta y besó su mejilla antes de apoyar la frente en él mismo lugar. Podía sentirse a sí misma temblar, así que se aferró a él mientras podía para buscar la calma que Oli era tan bueno aportándole. Mientras Javier conversaba con la asiática y la niña, Lex se giró del todo hacia Oliver para abrazarlo por detrás del cuello. Ahora que tenían un momento de paz, todo lo que había pasado empezaba a pasarle cuenta, y estaba muerta de miedo. De miedo, de rabia, de pena... de todo. Y no quería que nadie más lo viera. Quería abrazarse a él, esconder su rostro en su cuello, y fingir que nada ni nadie más existía. Respirar profundo y dejar que su olor, como siempre, le trajera la tranquilidad que necesitaba.

Cuando la danesa habla es recién cuando toma suficiente valor para soltarlo, algo más recompuesta. No del todo, claro. Lo único que quería era que esa pesadilla se acabara y dejar de pensar en maneras en las que ella y todos los que conocía podían morir y, seguramente, morirían.

No, you were right. I'm sorry. - se disculpó ella con la danesa, sonriéndole levemente con la comisura de los labios mientras Javi se acercaba a la parte de adelante de la caravana. Al escuchar lo que le decía a la gente de delante, especialmente con la parte en español, la rubia intervino - Yolanda and him were bitten, but neither of them are showing any weird symptoms. Maybe it doesn't work the same as in movies... The only zombie we have seen turn was a girl who died in a car crash and she was never bitten. - explicó, esperando que eso tranquilizara a los ahí presentes, aunque también lo hacía por avisar de Yolanda a Oliver, Javier y Yukino, a pesar de que el segundo hubiera sido mordido ya.

Pero es la policía, ¿no? Podemos pasar lento, o parar, no sé. Quizás puedan ayudarnos. - sugirió, pues de todas formas, no sabía donde ir desde ahí.

Yo también te quiero, babe - dijo en un tono suave y cariñoso - Pero los infartos que sufras por mis intentos de rambo millenial son cosa tuya, no mía - bromeó con una sonrisa - Voy a cuidarme. Lo prometo. - acabó por decir, dándole un besito en la mejilla.

El tipo de la barra se llamaba Eusebio. El conductor, Alberto, su sobrino. Ambos, junto con breves comentarios en inglés de la danesa (cuyo nombre os informó era Karen, su madre Agnete y su hermano Arvid ) y alguna frase en español, os narraron más o menos que ellos dos viajaban en coche cuando se produjo el accidente múltiple implicado el autocar. Ambos, con otra pareja de hombres, se atrevieron a encarar a los “infectados” que atacaban y acosaban la caravana.

El resultado fue que pudieron sacárselos de encima, pero los otros dos chicos…murieron. Arrancaron,  apareció Karen. El resto lo sabéis, su carrera, la gasolinera, el rescate…

Eusebio encendió un cigarrillo, Karen le dijo que no se fumaba, pero al hombre se la traía floja el espacio reducido o la opinión de los demás. Daba la impresión de ser alguien con ideas claras, que imponía sus ideas, un tipo “echado palante”. A nadie se le pasó por alto las miradas a los cuerpos de todas las chicas, incluida Agnete, que se conservaba bien a sus cuarenta y tantos. Por su parte, el sobrino no abría mucho la boca, conducía atento a la carretera, a la lluvia, vigilando el camino con los ojos pegados al parabrisas.

Javier no logró convencer a Yolanda de que le entregase la pistola, bajo la interesada mirada de Eusebio. La chica negó con la cabeza – Vale, te entiendo, gracias, y he visto lo que has hecho. Pero…me la quedo yo.  –Eso sí, la guardó en su mochila.  

Yukino sí aceptó, aunque distante, sus palabras reconfortándola-Sayonara, zombies –repitió. Lucía miró, con sus grandes ojos, a Javier. Se tocó el corazón, imitándole, luego el de él, y le ofreció el conejito.

El asunto de la mordida dejó a todos en silencio. Los ojos fueron esquivos. El de la barra dio una calada profunda, soltó el humo. –Ya sabéis como funciona esto…Si aparecen síntomas…Os largáis o…Lo siento, tío. Disculpa. Si os pasa algo, os controlamos y ya está. ¿Queréis? –tendió el paquete de tabaco a todos.

La autocaravana pasó despacio por el lado de los coches que colisionaron. Nadie, o casi nadie, quería detenerse. Había gente tendida en el suelo, otros dentro de los vehículos, algunos con mantas fuera. Un par de policías. Uno de ellos, insistió en que paraseis, se acercó al costado de la caravana y Alberto, el conductor, aceleró de manera brusca,  derribó de un golpe al policía, aceleró bajo la lluvia y desapareció del escenario en unos segundos, dejando atrás los avisos y gritos del otro poli.

Llovía a cantaros. Hubo otro golpetazo en el frontal, Alberto casi pierde el control del vehículo, pudo mantener la acutocaravana recta tras un zigzagueo. Un susto. -¡Niño, a ver qué hacemos! –le increpó su tío. Anda, mejor para y ya la llevo yo.

-¿Qué ha sido eso? –Preguntó Karen.

-No…no lo se. Salió de pronto. –respondió Alberto.

-Pues qué iba a ser. Un puto zombie de esos…

-Tenemos que ir a un hospital –dijo de pronto Yolanda.- Allí nos pueden tratar a Javier y a mí. Y a todos.

Eusebio se la quedó mirando, con cachondeo en la cara. –Sí, chica, ahora damos la vuelta y nos vamos para Málaga, no te jode. A saber qué mierdas está en la ciudad. Vamos en dirección contraria.

-Hospital, good idea –intervino Karen.

-¡Que no, cojones! Oye, te hemos echado una mano con tu mami, y luego con estos, y ahora hacemos lo que me salga de la polla. –Su tono era tajante y cabreado.

-¡Mierda! Otro puto accidente –avisó Alberto.-Aminoró la velocidad. Os dais cuenta que un grupito pequeño de gente corre hacia vosotros por la cuneta, os recuerdan a vosotros mismos cuando caminabais agotados por el arcén. Os hacen señales, quieren que paréis, que los recojáis.

-No pares, Alberto. Tira.

-Aquí está más difícil, joder, tío. Y hay infectados de esos, o lo parece, mira, mira como se mueven, como andan.

-Oye, capullo machista. Quiero ir a un hospital –Es Yolanda, con la pistola en la mano, amenazando a Eusebio y Alberto. A la vez, la gente, unos cuatro o cinco, se acerca a la autocaravana que ha disminuido la velocidad. Los zombies también ven los faros, por supuesto. Son unos cuantos, caminan gruñendo hacia el vehículo.

-Mira, niña, métete la pistola en el puto coño. Que seguimos. Alberto, tu puta madre, tira ya, joder.

Yolanda no le dio la pistola. Tampoco lo esperaba pero al menos la guardó. Le sonrió al guardarla y le dio la gracias, para después coger el conejito de Lucía y darle un beso y devolvérselo con una sonrisa. Se limpió la herida y cuando se trató el asunto del mordisco le escuchó con una sonrisa fiera de bandolero. Negó y sacó uno de sus cigarrillos de la risa y lo encendió, intentando ignorar a Lexie y Oliver y los arrumacos que se hacían. Miró a Lucía y lo apagó inmediatamente con una sonrisa culpable y con la certidumbre del que se sabe muerto y no tiene nada que perder le dijo al tipo duro

"No tienes que disculparte. Si aparecen síntomas seré el primero en largarse y si no me doy cuenta no me controles, me abres la cabeza y punto....Si te pasa es lo que haré por ti" - Le dio un golpe en el hombro y se sentó en un sitio discreto a mirar por la ventana intentando pasar inadvertido. Todo parecía ir bien, pasaron un control de tráfico, con heridos que podían morir. Su familia estaba bien, la gente por la que había dado su vida, así que lo que ocurriera allí fuera no era cosa suya. No era el capitán América, aunque una parte de él quería parar. Salvarlos a todos. Era imposible, la caravana estaba hasta arriba....

Entonces Yolanda empezó a hacer de Yolanda, y cuando sacó la pistola la paciencia de Javier se acabó con ella. Se interpuso entre ella y los dos hombres que parecían querer llevar la voz cantante. La miró con dureza mientras abría los brazos para tapar los disparos. Miró a Yukino con una súplica de que hiciera que la niña no mirara, y miró de reojo a Lexie, solo una fracción de segundo antes de decirle a Yolanda

"Se acabó niñita consentida. Si esto es como en las pelis estamos muertos, te enteras? No vamos a ir a un hospital, ni de coña. Si vemos algún centro de salud pequeño podemos intentar conseguir antibióticos o algo así, pero eso no funciona en las pelis. No vamos a poner en riesgo a todo el mundo solo por nosotros. Quieres dispararme? Hazlo, ya estoy muerto.... pero me levantaré y si queda algo de mi en esa cosa, te garantizaré que me levantaré para arrancarte la carne de los huesos a bocados. Y ahora me vas a dar la pistola o a las balas, pero se acabó lo de ir amenazando a gente que te ha salvado el puto culo 2 veces. Se acabó, si tienes que matar a alguien empieza por mi"

Avanzó con las manos abiertas para impedir que disparara a nadie más y con lentitud. Lo de fuera daba igual, el peligro estaba dentro de la furgoneta y tenía que extirparlo antes de que los matara a todos.

Disfruto en demasía la cercanía de Lex e intento reconfortarla con lo que tengo y puedo ofrecer. Más en una situación así, más aún cuando los nervios están por las nubes y la tensión es constante. La verdad es que pienso en todo esto, es como un pequeño flash donde haces una regresión de sucesos y no lo puedo creer. No tengo noción del tiempo, siento que el pasado es demasiado lejano y que el accidente quizás fue en meses. Es una locura, una maldita locura. 

De ahí es que al soltarla la observo pensativo, pero el eco de las voces y la discusiones, hacen que me crispen en demasía. De nuevo vienen los conflictos, de nuevo Javier en modo Héroe y así seguimos con la línea de consecuencias que no tienen ni razón de ser. Yolanda debería haber tenido un disparo en la cabeza hace horas, pero se le ha perdonado todo, incluso cuando me hizo daño a mi y ahí tienen las consecuencias de tal nefasta decisión. 

No intervengo en la discusión, busco un lugar en donde sentarme y los miro. Ya me había enfrentado a esa tipa, y yo había quedado como el esquizofrénico de turno. Así que nada, que se arreglen con ella, no es mi problema. Eso sí, le dedico una significativa mirada a Lex diciendo: no intervengas, déjalo estar y niego con la cabeza, ya había intercedido muchas veces la pequeña, le había hablado con empatía y comprensión. Pero Yolanda es así, no lo puedes evitar. 

El tal Eusebio ese no le gustaba nada. No se fiaba de él ni un poco. Le parecía del tipo de personas que, con algo de poder, y sin nadie que lo detenga, era capaz de tomar lo que quisiera por la razón o la fuerza. Algo de poder ya tenía, porque era su sobrino el que manejaba y él parecía ser el más fuerte del lugar. Y si no lo era ahora, si a Javier le pasaba algo... pronto lo sería. Lo que sí tenía más que claro era que, aunque no fuera a tenerle miedo, le tendría un ojo puesto encima, y ni de coña se quedaría sola con él.

Alberto, por otro lado, parecía un poco más razonable... aunque tampoco se lo imaginaba haciéndole frente a su tío. Agnete se veía amable, aunque no se acercaría a ella hasta que dejara de llorar, y Arvid podría tanto estar como no estar por ahora.

Tras el asunto de las mordidas, Lex frunció el ceño ligeramente. No estaba de acuerdo en abrirle la cabeza a Javier al primer síntoma, aunque no podía decir lo mismo de Yolanda, así que por el momento guardó silencio. No tenía sentido pelearse hasta que los síntomas aparecieran, si es que aparecían. Claro, cuando la chica había considerado que el tema había sido cerrado por la voluntad del showman a morir, y tras una breve distracción por un salto en el camino, se encontraron con otro de los numeritos de la dependienta.

Lex enseguida se tensó. Ganas no le faltaron de llamarla de todo, y más aún, de aprovechar que estaba tan concentrada en Javi y el resto para intentar moverse de a poco hacia atrás de ella y reventarle la cabeza con la llave de tuercas. Sin embargo, entre la mirada del showman y la de Oli, que parecían rogarle que no metiera mano, acabó por abstenerse por el momento. Eso sí, no se apartó, ni fue a tomar asiento. Si la chica intentaba apretar el gatillo, se le lanzaría encima y le quitaría la pistola, aunque tuviera que reventarle la cara a golpes en el proceso.

-Ey. Pásame uno. –Le pidió Eusebio a Curro, un cigarrito de la risa. Karen asintió, a pesar de que acababa de poner mala cara, no se fumaba, también quiso probar.

-I want one of those, please.

Tensión y presión. Tanto dentro como fuera.  En el interior del vehículo todos pendientes de la dependienta encañonando a Javier. Oliver y Lex se quedaron al margen, atónitos, uno harto de las heroicidades de Curro, la otra preparada para saltar como una fiera salvaje. Lucía pegada abrazada a Yuki, la japonesa ni respiraba, pálida como el papel. Alberto tratando de abrirse paso en la densa catarata de agua y entre los coches colisionados. Afuera, esa gente, de la que os habíais desentendido, corriendo hacia la caravana. Los infectados, imposible de saber el número, gruñendo y también avanzando camino de los faros y el ruido de motor, apena audible en el fragor de la lluvia torrencial.

Yolanda temblaba. Tragó saliva. Su dedo se curvaba en torno al gatillo…Acabó por bajar el arma, quizá comprendiendo con un rayo de luz en su mente, de que aquel tipo mal hablado la había sacado de la gasolinera jugándose el pellejo por unos desconocidos, y que el propio Javier lo hizo en el ataque a la tienda. Fue descendiendo los brazos hasta que Javi le arrancó la pistola de las manos.

Entretanto, la pobre gente aquella se agolpó en el lateral de la autocaravana. El sobrino de Eusebio dio un acelerón, atropelló a un caminante, lanzó a la cuneta a otro con un giro de volante, quiso pasar entre los coches y con los infectados y la lluvia y sus nervios, chocó de frente contra un vehículo.

-Mierda, mierda –maldecía, mientras intentaba meter la marcha atrás.

La danesa, Karen, decidió abrir la puerta -¡Go, go, come on up. Fuck!

Dos entraron. Hombre y mujer, empapadísimos, chorreando agua. A Eusebio no le gustó la acción de la chica- Me cago en tus muertos, loca. Serás cabrona, nos vas a matar- Intentó cerrar la puerta e impedir que subiera nadie más. Forcejeó con Karen y con los que trataba de auparse al interior, otro chico y una chica. Agnette no intervino y cogió del brazo a su hijo de unos doce años cuando quiso ayudar a su hermana.

Alberto no daba con la marcha atrás. Rascaba el cambio de marchas, reculó un poco, fue hacia delante. Probó otra vez hacia atrás. Se le caló el motor. Se encontraba aturdido, asustado, cercano al pánico. Los infectados golpearon la ventanilla del conductor y el capó del motor.

No se veía casi nada por los cristales laterales.

Lex miró con verdadero deseo los porros que ofrecía Javier, muy tentada de pedirle al menos una calada, pero haciendo acopio de fuerza de voluntad se resistió a ello. No fumaba desde que se estaban preparando para salir Oli y ella, y ese relajo se le hacía más necesario que nunca. Así podría quitarse las ganas: le daba un par de caladas y ya... ¡Lo bien que le haría! Pero no, no podía. No cuando el estar lentos podría costarles la vida. Ni siquiera un poquito, para los nervios y la ansiedad. ¡Para la tensión! Si es que era casi medicinal. Pero no.

Sinceramente, se alegró de ver que Yolanda perdiera la pistola de una vez. Ella no había sabido quitársela sin arriesgar el pellejo, pero le tenía nerviosa el pensar que era cosa de tiempo antes de que le diera otro ataque de histeria y le reventara los sesos a alguien de gratis. Ya se había cobrado un dedo, y dudaba que esa "suerte" se repitiera dos veces. Muy entre comillas, porque definitivamente no era en absoluto afortunado.

Karen, what the fuck - dijo estupefacta al ver que abría la puerta otra vez, corriendo a ayudar a Eusebio a cerrar la puerta. Esta chica quería salvar a toda Málaga, estaba claro. Perfectamente podrían haber entrado zombies en vez de dos personas, y ya ni hablar de si estaban sanos o mordidos. Que una cosa era Javi, pero si fuera por ella tiraría a Yolanda fuera, mucho más a esos dos que nadie sabía de donde venían. Es que hasta en el mejor de los casos, ¿de donde iban a sacar comida para un batallón? Ni de coña.

Dando un sobresalto al sentir los golpes a la caravana, Lex calló un chillido. - ¡Eh, Alberto! - intentó espabilarlo sin apartarse de la puerta - Atropella a lo que se te cruce, pero vámonos de aquí.