Partida Rol por web

A Snorri todavía le picaba la nariz por culpa del polvo de los libros y se la restregó con la palma de la mano un buen rato hasta que pudo recuperar la normalidad. Dejó que Tukk hablara, y el enano lanzó un par de preguntas interesantes. A todas luces era obvio que el bibliotecario no estaba solo en la sala, o al menos utilizaba algún medio de telecomunicación con un interlocutor que había desaparecido por obra divina.

—¿El amo? ¡Qué va! Tan solo era Laurence. Lo que pasa es que es tímido, no le gustan los extraños.

Al oír hablar del geómetra, el alegre rostro del diablillo se ensombreció con una expresión de pesadumbre.

—El amo lleva años sin bajar a visitarme. Solía venir a menudo a consultar libros o a inspeccionar las demás plantas, especialmente para mantener a raya sus experimentos. Pero se ha recluido en su sala de conjuración y he tenido que encargarme de todo. Suerte que Laurence me echa una mano para no tener que abandonar la biblioteca o rompería el contrato que hice con el amo.

Alzó la vista para observar detenidamente a los aventureros.

—¿Y por qué habéis vuelto? ¿Qué habéis visto ahí arriba? 

El estrépito de Snorri y todo el jaleo posterior no le permitieron cerciorarse, pero a Franerick le pareció escuchar una voz familiar en aquella algarabía. Notó cómo se le humedecían los ojos. ¿Era acaso su imaginación? 

Tan solo había sido un instante, pero el mediano estaba seguro de haber reconocido la voz de su hermano Gronkar.

Tukk observó el lugar con suspicacia tratando de localizar a Laurence.

—Pues los salones están hechos un asco. Se caen a pedazos, literalmente. Hay una enorme grieta en el medio de la sala y se ha desprendido la mitad del techo de la bóveda —escupió—. También hemos encontrado el pasaje hasta la vidriera, que está rota. Supongo que todo tiene que ver con el temblor de hace dos semanas. ¿Tienes idea de qué causó aquel temblor?

Tukk no se fiaba en absoluto de aquel imp bienintencionado y extrañamente civilizado. Había algo en él que le daba mala espina, a parte de su cola en forma de flecha, sus cuernos y su olor a azufre, claro. Desde luego tal parecía que la ausencia del Geómetra le había hecho ascender en el escalafón de aquella mazmorra. Por lo visto, en ausencia del mago era él quien mandaba.

Entre las lágrimas, aún podía ver... hablar y escuchar. "Tienes que saber hablar, y especialmente escuchar" le decía su hermano.

-¿Cómo es Laurence?- preguntó el mediano dando un paso al frente -¿Dónde está? Me gustaría conocerlo- mientras miraba para todos lados, y hacía un sonido que Bigotes conocía bien: explora.

A Snorri le picaba molestamente la nariz, se sentía algo avergonzado por haber echado a perder la oportunidad del grupo de acercarse en sigilo a espiar al diablillo encargado de la biblioteca. Hubiera sido muy digno y loable por su parte pedir disculpas, pero era mucho mejor echarle la culpa a otro por su metedura de pata. 

-¿Y te parece eso excusa para andar aquí holgazaneando y de cháchara? - Exigió saber el mago colocando las manos en las caderas. -Si conozco a los geómetras como los conozco, y créeme que conozco a unos cuantos bastante bien, - dijo a pesar de no conocer a ningún geómetra, -les gusta tener sus libros limpios y libres de polvo. Es bien sabido. - Alzó un dedo en tono de regañina y lo paso por la estantería mostrándoselo después al diablillo como quien revela la prueba incriminatoria ante el culpable. -¿Y qué tenemos aquí? Ajá, los ácaros se están dando un festín con estas reliquias y manuscritos únicos. 

—Pues los salones están hechos un asco. Se caen a pedazos, literalmente. Hay una enorme grieta en el medio de la sala y se ha desprendido la mitad del techo de la bóveda —escupió—. También hemos encontrado el pasaje hasta la vidriera, que está rota. Supongo que todo tiene que ver con el temblor de hace dos semanas. ¿Tienes idea de qué causó aquel temblor?

—Ah, sí. La estructura de este complejo está diseñada para absorber cualquier temblor sísmico. Aunque es posible que hubiese algún tipo de desprendimiento y sufriese desperfectos en la cara exterior. Hace dos semanas noté una vibración bastante intensa, así que imagino que tubo que ser un desprendimiento considerable. Especialmente si dices que causó tanto destrozo.
»Pero si preguntas por el motivo del temblor… Bueno, aquí son habituales. Por eso el amo adecuó bien su torre con toda clase de ingenios.

-¿Y te parece eso excusa para andar aquí holgazaneando y de cháchara? - Exigió saber el mago colocando las manos en las caderas. -Si conozco a los geómetras como los conozco, y créeme que conozco a unos cuantos bastante bien, - dijo a pesar de no conocer a ningún geómetra, -les gusta tener sus libros limpios y libres de polvo. Es bien sabido. - Alzó un dedo en tono de regañina y lo paso por la estantería mostrándoselo después al diablillo como quien revela la prueba incriminatoria ante el culpable. -¿Y qué tenemos aquí? Ajá, los ácaros se están dando un festín con estas reliquias y manuscritos únicos. 

Isbin frunció el ceño, ofendido.

—Maese mago, por si su parca educación no le permite distinguir mi naturaleza, sepa usted que soy un méfit de polvo; un familiar elemental. El amo me invocó personalmente para custodiar y conservar su biblioteca. Además, ya he memorizado todos los libros y manuscritos que hay aquí. Si alguno se deteriorase hasta el desvanecimiento, podría replicarlo con suma facilidad.

El méfit resopló. Todavía se sentía atacado cuando escuchó la voz de Franerick. Su rostro se iluminó al ver al mediano, a quien había cogido cierta estima. No se ven aventureros tan amables y parlanchines todos los días.

-¿Cómo es Laurence?- preguntó el mediano dando un paso al frente -¿Dónde está? Me gustaría conocerlo- mientras miraba para todos lados, y hacía un sonido que Bigotes conocía bien: explora.

—¿Laurence? Pues ahora que lo dices, no tengo ni la menor idea. Siempre va con la capucha puesta y cubierto por harapos. Solo sé que es grandote, mucho más que vuestro elfo pero mucho menos que Ralph. Suele ir por libre, pero tal vez le encontréis en el laboratorio. Le gusta estudiar allí.

-Oh...- dijo al recibir la tan escueta descripción, pero a la vez suficiente como para que la ilusión del mediano comenzara a tomar la razón -¿Por... por dónde era?- dijo señalando las puertas, ya que la emoción parecía estar atontándolo... o era la enfermedad.

En ese preciso momento, sí se dio cuenta de algo: Bigotes no había regresado de donde hubiese ido a explorar, y se preocupó. Emitió un chillido casi exacto al de un roedor, y pegó el oído al suelo, queriendo encontrar el rastro sonoro de unos gráciles piececillos de ratón.

Tukk miró con extrañeza el gesto de Franerick ¿Y ahora por qué se comportaba como si fuera un ratón? Suspirando y temiendo que la maldición se había cobrado su primera víctima entre ellos, se frotó la sien.

—¿Tanto leer y no tienes ni idea de cómo entrar en la Cámara de Conjuración, bibliotecario? —masculló arrastrando los pies—. Supongo que la lectura está sobrevalorada. La clave de todo este embrollo parece esa condenada cámara y, si no conseguimos entrar, a lo mejor todo este tinglado que tienes aquí montado se viene abajo con el próximo temblor —señaló con el índice a Isbin con aire de advertencia—. Dado que no puedes abandonar la biblioteca, te sugiero que escupas lo que sepas para que podamos pasar al otro lado de esa vidriera, si es que es la puerta de la Cámara de Convocación. Si no es ya demasiado tarde.

El enano se dio la vuelta para dar peso a sus palabras y atender a Franerick que parecía haber perdido el seso irremediablemente.

Se dice que entre un explorador y su compañero animal existe un vínculo inexplicable. Los druidas lo achacan a una unión espiritual, mientras que los magos lo asocian con la existencia de enlaces psíquicos. Sea como fuere, Bigotes parecía haberle leído el pensamiento a Franerick, pues apareció al poco rato.

El mediano escuchó el familiar correteo de Bigotes, que surgió de entre una grieta oculta bajo una pila de polvorientos pergaminos. Cuando trepó hasta las manos de su dueño, este comprobó que llevaba un curioso tesoro en la boca: un mechón pelirrojo.

—Lo lamento, maese enano, pero el amo se muestra siempre muy hermético cuando se trata de sus secretos. Un mero bibliotecario no está capacitado para esos menesteres. Únicamente sé que en su sala de conjuración estudiaba la conexión con otras dimensiones, donde profundizaba sus conocimientos sobre el multiverso. La vidriera es su obra más grande. 

Isbin se desperezó y saltó de su sillón de orejas para mostrarle a Tukk y los demás su catálogo por fichas. De un legajo de pergaminos extrajo un par de esbozos que les recordó inmediatamente a la vidriera.

—La dibujó aquí mismo. Pero aunque le vi abocetarla, nunca supe cuál era su función. Aunque…

Rebuscó entre unos papeles y les entregó un par de documentos plagados de anotaciones, fórmulas matemáticas y un plano de los salones algo emborronado. Isbin ya había leído todo aquello de cabo a rabo, pero sabía que los aventureros le entenderían mejor con una referencia visual.

—El amo era el único capaz de traspasar la vidriera. Creí que os dejaría entrar, la verdad. Lo hacía con esto —dijo, señalando un dibujo que representaba el medallón que llevaba puesto al Attercopus—. Pero tenía una vía de escape, aunque no sé muy bien cual es. Siempre se jactaba de que era un método muy ingenioso porque había escondido en alguna parte de la torre a la hermana gemela de la vidriera, donde se encontraba el pasadizo secreto que conectaba aquella habitación con su sala de conjuración. Pero como podéis ver, no llegó a señalar el pasadizo secreto.

Franerick recordó que todavía llevaban consigo el mapa de Bertoldo para poder explorar cómodamente las ruinas:

El rostro de Franerick se iluminó cuando volvió su compañero, y se levantó de un salto cuando vio que traía algo. El roedor trepó por la pierna y subió hasta la mano, donde depositó su extraño tesoro. Un mechón pelirrojo... ¿y si era su hermano?

-Isbin, ¿esto de quién crees que será?- le preguntó, y mientras lo hacía, recordó algo que sería importante.

-El mapa de Bertoldo, ¿lo recuerdan? Está aquí la sala- dijo señalando la que podría llegar a ser la sala de conjuración, y como si fuera obvio que estaba participando también de la conversación, agregó -Y el pasadizo debe ser el cuadro-

Sin esperar respuesta, se dirigió hacia el laboratorio, ilusionado con la posibilidad de encontrar a su hermano...

-Pues no perdemos nada por probar, señor Montero. - Respondió el mago, que había permanecido más callado de lo habitual desde la reprimenda que le había dado el diablillo. -Desde luego que aquí poco más podemos hacer que coger polvo. - Añadió mirando de reojo a Isbin.

Se preguntaba el mago que le parecería al presuntuoso méfit que convocara una tormenta allí mismo y se perdieran todos los manuscritos e incunables allí alojados y tuviera que vérselas en la situación de tener que reescribirlos todos. Igual terminaría convirtiéndolo a él mismo en un méfit de barro en lugar de uno de polvo. Evidentemente el mago no lo haría, pero no por respeto al diablillo sino por amor a la conservación histórica de los valiosos ejemplares de las estanterías.

Era curioso como había cambiado la percepción del Snorri con respecto a Isbin, si en la anterior visita lo había tomado por un diablillo muy simpático ahora le parecía un borde resabido, aunque era probable que todo fuera a consecuencia de su metedura de pata anterior al estornudar cuando se acercaban sigilosamente.

Cuando se apercibió del pequeño ratón familiar de Franerick, Tukk respiró aliviado. ¿El mediano aun estaba con ellos? E incluso había tenido una ocurrencia de lo más interesante, el cuadro. ¿Podría ser la entrada secreta de emergencia que había comentado el bibliotecario?

—Muy astuto Franerick. Usar el cuadro parece un ardid digno de la mente retorcidamente cuadriculada de ese Geómetra —añadió sonriendo satisfecho comprando completamente la idea del mediano—. Aunque si ese amuleto es la llave del pasaje mágico tendríamos que hacer otra visita a ese traicionero hombre araña. Pero podemos visitar primero ese laboratorio ya que estamos aquí, por si encontramos a tu hermano —concedió el enano consciente de la importancia de los lazos familiares, respetaba eso.

Se despidió de Isbin con un gesto parco y se encaminó al laboratorio con el escudo en ristre.

—¿El cuadro? Lo único que sé de ellos es el inventario que hacen periódicamente los siervos y la lista de nombres de cada pieza de la colección. Ahora que lo mencionáis, solo hay una obra pintada por el amo: una composición geométrica. Puede que estéis en lo cierto.

Aunque si ese amuleto es la llave del pasaje mágico tendríamos que hacer otra visita a ese traicionero hombre araña.

El rostro de Isbin pasó del ocre arenoso a un blanco hueso a medida que empezaba a hiperventilar.

—¿Ho-hombre araña? ¡¿Por qué le iba a dar el amo su llave especial al attercopus que protege la entrada a los salones?! 

Cuando entraron en el laboratorio, sintieron que se adentraban en un mundo totalmente distinto. De la hogareña calidez de la biblioteca habían pasado a un entorno frío y hostil. La sala estaba impregnada con el olor a productos químicos al que Snorri estaba acostumbrado: el hedor propio de los experimentos de los alquimistas.

Las paredes estaban cubiertas en su totalidad por estantes que se elevaban hasta el techo, repletos de tarros, libros, vasos de precipitado y todo tipo de instrumentos alquímicos. Un millar de criaturas extrañas parecían seguirles con la mirada mientras flotaban en formaldehido.

En el centro del laboratorio había una reluciente mesa de operaciones. Había sido limpiada meticulosamente, aunque ahora presentaba una fina capa de polvo. Frente a ella, alguien había dispuesto una tabla de madera a modo de pizarra, repleta de pergaminos con anotaciones. Entre ellas podía apreciarse el esbozo de una amalgama aberrante. Una criatura compuesta de extremidades humanas y animales, con varias cabezas y un diseño anatómico cuidadosamente detallado.

Sobre la mesa había una alta figura encapuchada y ataviada con harapos. Se inclinaba sobre un fajo de papeles diseminados sobre la mesa de operaciones, con la respiración entrecortada por la frustración.

—Se me acaba el tiempo. Joder, si ese malnacido no hubiese sido tan retorcidamente perfeccionista, yo… Tengo que seguir buscando.

El olor acre no le sorprendió mucho. La alquimia siempre olía fatal, como el balde de los encurtidos de Oca Grassa*, o el barrio de los curtidores de Leberhound**. El enano observó alrededor arrugando su bulbosa nariz al ver lo que quiera que fuera aquello metido en los tarros. Pensar que seguramente aquellas cosas habían estado vivas alguna vez le revolvía las tripas.

—¡Ejem, ejem! —carraspeó Tukk tratando de llamar la atención del alto encapuchado—. Laurence, supongo. No nos han presentado formalmente, pero ya era hora de conocernos. Tukk Sorensson —se presentó retirando el escudo tratando de no parecer amenazador—. Parece que tienes un problemilla entre manos. Nosotros también, quizás podamos ayudarnos mutuamente.

Realmente el siniestro y alto personaje encorvado ante la mesa de operaciones del mago sí parecía algo amenazador, pero no estaban como para para perder el escaso tiempo del que disponían en redaños inútiles. Y lo que es más importante aún, no pensaba dar el gusto a Snorri de juzgar su valor.

—A nosotros también se nos acaba el tiempo —dijo con los brazos en jarras—. Estamos buscando la manera de entrar a la Sala de Conjuraciones del Geómetra para eliminar la maldición que pesa sobre nosotros. ¿Qué buscas tú?

Snorri contempló con sorpresa la confianza del enano para dirigirse al extraño tipo que se encontraba en la sala. Le pareció que igual estaba pecando de exceso de confianza pero dejó que el enano siguiera su plan, a fin de cuentas tenía que reconocer que los últimos planes del enano no habían salido mal, y parecía tener el suficiente carisma como para lograr conectar con aquellas criaturas de los subsuelos. Era curioso que en aquel mundo el enano resultara carismático, seguramente se debiera al aire enviciado del lugar.

Por si acaso, el mago tuvo en mente las palabras mágicas que utilizaba para que de sus dedos brotasen los peligrosos proyectiles de magia arcana que se convertían en dolorosas agujas. No quería usarlos si no fuese necesario, pero estaría preparado por si las cosas con aquel personaje se torcía.

Pero a pesar de todo, Snorri respiró profundamente y aspiró el delicioso aroma a laboratorio, gases atrapados en frascos y sustancias alquímicas variadas. Prefería el trabajo de campo, como el le llamaba, pero en ocasiones echaba en falta el trabajo en laboratorios como aquel. No olvidaría echar un vistazo tranquilo y distendido con mayor calma al lugar, pero ahora se conformó con una rápida mirada a lo que allí había.