Partida Rol por web

La caja de las caras doradas reacciona ante la ira de la guerrera elfa, y se abre.

En su interior hay una colección de antiguas miniaturas de piedra que representan un ejército vikingo de las Tierras de los Reyes de los Linnorm.

Con cuidado y con una mueca de extrañeza pintada en su cara, la joven elfa dejó la caja con cuidado en las buenas manos de los sirvientes del Maestro Antorcha. Hizo crujir su cuello para aliviar la tensión que habia acumulado, ignorando las expresiones asustadas de los demás. Extendió sus manos, giró las muñecas y arrancó una serie de chasquidos de los nudillos a medida que convertía las manos en puños.

Dedicó una media sonrisa a su anfitrión y se acercó a sus compañeros, tratando de ayudarles en descifrar los mecanismos de apertura de las extrañas cajas.

- ¿Es posible que las cajas esten relacionadas entre sí?- Se pregunto la elfa a media voz, más para sí misma que para los demás.

Se acercó a Anaxagoras, solicitandole la caja lisa con un gesto entre autoritario y sexy. El tacto de las superficies de la caja, cuidadosamente pulidas, resultaba extraño despues del contacto con la caja que contenia el ejercito vikingo en miniatura.

Mientras la examinaba, Tira pregunto en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular:

¿Qué sabeís de Linnorm, sus Reyes o sus tradiciones? Quizas nos sirvan de pista...-

"Y nunca viene mal saber algo más"

- "Ni idea, me temo." - Me encojo de hombros en señal de ignorancia.

—¿Grm?

Dijo Shatumal, que sabía poco o nada de reinos humanos. A decir verdad, sabía poco de todo lo que no fuera vivir en el bosque y cazar. Todo este asunto le resultaba confuso y aburrido. Tal vez pudiera abrir una caja estrellándola contra la cabeza de ese Antorcha.

- "Lo lamento, pero no creo que conozca nada sobre Linnorm que pudiera servirnos de ayuda. ¿Por qué crees que eso podría ayudarnos?"

Tira sopesó la caja que tenía entre las manos, mientras pensaba en la respuesta y se maldecía entre dientes por tomar un papel demasiado activo en este asunto...

- Necesitamos pistas para saber como abrir estas malditas cosas, ¿correcto?- La guerrera alzó la caja hasta ponerla a la altura de los ojos- Hemos abierto algunas gracias a la suerte o al beneplacito de los dioses, pero puede que se nos acabe en algún momento... Y no tenemos tiempo... Quizá, los Reyes de Linnorm tenían algún himno que podamos interpretar con la... con la caja...

La elfa se calló de repente, consciente de lo poco consistente que eran sus argumentaciones.

- "En realidad todo esto no es demasiado importante. Podemos darle al Maestro Antorcha el contenido de la primera caja, que es lo que él quería y continuar así con nuestra misión.

Aquí estamos perdiendo el tiempo por la posibilidad de lograr alguna magra recompensa personal, cuando es mucho más lo que está en juego y el tiempo corre en nuestra contra." -

Tira enarcó una ceja. Un gesto que escondía el enfado que se estaba gestando en lo más profundo de su alma. Con la caja pulida todavia entre las manos, sintiendo su peso y su tacto, la elfa se giró hacia el hombre de negocios que les había puesto a prueba.

- ¿Es correcto, Maestro Antorcha?- Para su propia sorpresa, en lugar de usar un tono exigente, Tira se expresó con un cuidado.- ¿Hemos cumplido?.

Tamborileó los dedos contra los laterales de la caja, subitamente frustrada por la perspectiva de no sacar en claro todos los secretos de los extraños recipientes.

Cuantas más cajas consigáis abrir, mayor será mi gratitud, muchacha.

- "Me temo que personalmente debo declararme incapaz de abrir más cajas." -

Habéis abierto dos cajas de cinco, dice Antorcha. No está mal, pero esperaba más de vosotros.

En este momento no recuerdo el lugar en el que Nessian estableció su guarida, pero no os apuréis que si lo recuerdo os lo haré saber. Podéis retiraros.

Y con un ademán, da por terminada la reunión.

Un iracundo rubor coloreó las mejillas de la elfa cuando fue despedida por el Maestro Antorcha. Arrojó una encendida mirada a su compañero, confiando en desintegrarle con la única ayuda de su fuerza de voluntad.

Al parpadear y comprobar que Anaxagoras seguía allí, la frustración aportó su grano de arena al cabreo de Tira, que apretó los puños hasta dejar los nudillos blancos de tensión.

"Salgamos de aquí." Espetó la elfa en un siseo venenoso, mientras se cubria con la capucha de su tabardo.

Hirviendo de rabia, la elfa cruzó la habitación, deteniendose bajo la arcada de salida. Haciendo gala de un autocontrol encomiable, se volvió e hizo una reverencia a su anfitrión.

Gracias por vuestra hospitalidad, Maestro.- Los labios de Tira se estiraron hasta formar un rictus que podía pasar por una sonrisa torba entre las sombras de la capucha.- En su momento, me gustaría volver a intentarlo... Las cosas no deben dejarse a medias.

La sonrisa de la guerrera se ensanchó un poco más, consiguiendo infundirle un poco de calor, mientras esperaba a que los demás se reunieran con ella y abandonasen los dominios del quemado señor del crimen.

Salís rápidamente a la superficie, conducidos por un Yargos Gill que se muestra más que encantado de haber salido de una pieza de la guarida de Antorcha.

Bueno, pues de vuelta a la casilla de salida, dice el erudito mientras contempla los primeros rayos del sol que se alzan sobre Absalom (sí, ya está amaneciendo). De repente se detiene y mira hacia la parte alta: ¡Oh, no! ¡Ahí está de nuevo la luz!, murmulla.

Efectivamente, desde la parte alta aun en semipenumbra pueden verse los ya familiares destellos de color del código de señales. Gill repasa mentalmente las señales y dice: ¡La catedral! ¡Quieren impedir que se toquen los himnos!, y vuelve a correr calles arriba.

- "¡Vaya! ¡Parece que volvemos a tener trabajo!" - Sonrío ampliamente mientras me apresuro a seguir al erudito Yargos a toda velocidad, deslizándome por las calles como una sombra sobre el agua.

¡Deprisa, no hay tiempo que perder! - grito mientras me apresuro en pos de Yargos y Anaxagoras, con mi fiel compañero lobo trotando a mi lado.

Apenas habian abandonado el reino subterraneo del Maestro Antorcha, y antes de que Tira pudiese descargar su frustración sobre sus compañeros, el nervioso Yargos Gill estalló de nuevo en un ataque de pánico, exhortándolos a correr la Catedral Metropolitana.

Rápidos como el rayo y bañados por los primeros rayos de sol de la aurora, Yargos, Denauien y los demás echaron a correr. Tira soltó un reniego en un elfo cerrado, afianzó la impedimenta y apretó el ritmo para darles alcance, mientras farfullaba imaginativas maldiciones entre dientes...

"Esto es increible... Los humanos se empeñan en vivir sus cortas vidas rápidamente, apurando cada dia como si no hubiese mañana... Pero, ¡maldita sea, esto es estupido!"

Conforme os acercáis vais oyendo el sonido del órgano entonando el melodioso canto del oficio del día del juramento aunque, de vez en cuando falla alguna nota, loq ue os pone no poco nerviosos.

Por fin llegáis ante la Catedral, cuya puerta de doble hoja está entreabierta.

Antes de entrar me envuelvo bien con mi oscura capa y entro en la catedral agachado, para inmediatamente dirigirme a las sombras más espesas, apartado del resto de mi grupo.

Mi objetivo es localizar a esos criminales y asesinarlos uno por uno.

La joven elfa se detuvo junto a sus compañeros, respirando profundamente para recuperar el aliento. Un ligero rubor coloreaba sus mejillas mientras unas gotas de sudor perlaban su frente y corrian por su nuca.

Alzó la vista hacia las imponentes y majestuosas torres de la catedral. A pesar de no ser execesivamente devota, Tira podía sentir el poder que dimanaba del edificio.

- Maestro Yargos...- Tira se retiró la capucha y se alborotó el pelo, apelmazado por el sudor. Se ladeó apenas para mirarle, lanzandolé una caida de ojos preñada de sentido.- Sed tan amable de esperarnos aquí, por favor.

Dejó caer su mochila a los pies del viejo explorador y se embrazó el escudo. Un torva sonrisa afloró a los labios de la muchacha cuando se dió cuenta de que Anaxagoras se deslizaba furtivamente entre las puertas abiertas de la catedral.

Se encaminó hacia las mismas con paso firme y seguro. La sonrisa de su rostro se ensanchó mientras desenvainaba la espada y la aprestaba con un molinete.

- Y allá vamos... De nuevo...

Hizó un gesto hacia sus compañeros y cruzó el umbral de la catedral, lanzando miradas a uno y otro lado de las magnificas puertas, en previsión de una burda emboscada. Al fondo, frente a ella, la inmensa mole del organo de la catedral. Y, aunque no pudiese verlos con claridad, sus enemigos...

¿A dónde vas?

Estuvo a punto de preguntarle Shatumal al tal Anaxagoras. Después entendió que pretendía ser sigiloso, lo que en ciertas ocasiones es una ventaja, y que hablarle sería contraproducente. El semiorco con frecuencia olvidaba lo mal que los humanos ven en la oscuridad.

—No te alejes.

Le dijo a Tira. Lo cierto es que Shatumal esperaba que a oscuras la mujer acabara tropezando y empalándose en su propia espada.