Partida Rol por web

Sutton se quedó mirando los tres seres monstruosos y sin saber qué hacer. Hasta que se decidió... abrió el bote de alcohol metió el trapo y, sacó el mechero. Mirando a todos se acercó al Soggoth y, apuntando con cuidado, le lanzó el bote. Antes enciende la mecha. 

Charlene permaneció paralizada durante unos instantes, la boca desmesuradamente abierta dejaba escapar visiblemente la saliva por ambas comisuras. La visión de Pooster, con lo que parecía todo su sistema nervioso perfectamente extraído, había superado lo admisible, mucho más que los muy demenciales seres que les acechaban o incluso el hecho de que estaba al borde del colapso fisiológico.

Con los brazos temblorosos por el esfuerzo, apuntó hacia la cabeza del que había sido su compañero durante el largo periplo, y apretó el gatillo de su rifle. La bala se perdió sin efecto aparente, inofensiva e inútil como la mujer que la había disparado.
 

¡Ropa, ropa, ropa, ropa!

Gritaba su mente para acallar los chillidos desgarradores, nunca mejor dicho, que la perseguían por detrás. El frío atenazaba sus músculos más que el miedo. Se pegó una bofetada en la cara para tratar de hacerse reacciones.

- El equipo...- Aún presa de un tembleque se lanzó sobre las cosas allí apiladas buscando algo que ponerse, cualquier cosa. Sabía que no podía salir al exterior sin protección o moriría igual. No exactamente. De manera más lenta aúnque como en un dulce sueño, como si se quedara dormida. No como Baumann, al que estarían haciendo filetes ahora mismo. Agitó la cabeza para alejar esos pensamientos. No podía sentirse culpable ahora. Se puso de nuevo las ropas tratando de concentrarse para no dejarse nada al descubierto, como había aprendido y puesto en práctica tantas veces ya. Echó un vistazo para ver si había algo útil en el equipo allí tirado, lo cogió y volvió a ponerse en marcha.

Chester estaba horrorizado, claro. Como todos. ¿A quién no le parecería horripilante ver decapitado a un compañero con el que hacía pocos minutos aún estaban charlando? 

Pero por desgracia, no se podía decir que fuera algo nuevo para él. Aquellos finos hilillos eran prácticamente lo mismo que se habían encontrado en La Puerta de la Luna, a muchas millas y toda una vida de distancia.

Bueno, ¿Qué podían hacer ante aquella situación? Dos nuevas criaturas monstruosas ocupaban la que esperaba fuera su vía de escape, mientras otra parecía que - afortunadamente - se había desentendido de ellos, al menos mientras estuviera ocupada con Pooster. O con lo que quedaba de él.

¿Cuáles eran, pues sus opciones? Pocas. Y todas ellas pasaban por abrirse camino entre aquellos dos Antiguos. El de delante parecía tener una arma entre sus manos, pero no les estaba disparando; solamente les apuntaba. ¿Qué significaba aquello? ¿Acaso quería dialogar?

No, seguramente lo que quería era cogerles vivos para despedazarles mejor. Meyer tenía razón: no se podía negociar con aquellos seres, era o ellos o nosotros. Y Chester no estaba dispuesto a rendirse. Con lo que solamente le quedaba una opción.

¡Tragad plomo, malditos bichos! ¡BANG!

Con un rápido movimiento, Chester disparó al antiguo que estaba más cerca. 

A todo eso, ¿Dónde estaba Ménez? La habían oído perfectamente, pero no la veía por ninguna parte.

¡Ménez! ¿Dónde carajo te has metido? ¡Y tú, Albert - dijo dirigiéndose al ensimismado documentalista - haz algo con la maldita estrella! ¡O se la lanzas a los antiguos, o al otro! ¡Pero HAZ ALGO!

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

Tres disparos y un zumbido proveniente del extraño aparato que llevaba el Antiguo que iba más adelantado.

Sutton estaba manoseando su mochila. Le dio tiempo a sacar un bote del alcohol y comenzaba a destaparlo.

Uno de los disparos, quién sabe cuál, había sido hecho con tan buena fortuna que acertó en la cabeza al ser que sostenía el aparato, ese que llevaba un trapo azul atado al torso, de manera que ya no apuntaba al fotógrafo de Starkweather-Moore, dicharachero y simpático, sino que acertó a hacer vibrar el mural justo tras él de manera ominosa. El ser agitó sus tentáculos, así como su compañero, que dejó caer a Baumann. Los dos chillaban medio histéricos. El ser que había dejado caer al aviador alemán tomó las de villadiego, juraríais que horrorizado por los horrendos bípedos a los que se enfrentaba, seres que pasarían a dominar la tierra tras el auge de su antigua estirpe.

El otro, conmocionado, también abandonó el escenario de la lucha, sangrando por varios de los tentáculos de su cabeza, que habían sido atravesados por un único disparo, y cuyos ojos estaban ahora ciegos. Lo hizo torpemente dados los daños, y que no veía en un ángulo de más de 180 grados, con lo que su perspectiva parecía estar terriblemente deformada, como si mirara por los dos únicos ojos de disposición abominablemente frontal de esos simios sin pelo que le atacaban.

Ambos chillaban. De la parte superior, otro silbo-chillido les respondió histérico.

El Soggoth, tan alegre como siempre (y satisfecho por la labor cumplida, por el trabajo honrado y sencillo), silbaba en un tonillo lleno de contento mientras desapareció con la cabeza de Pooster, y esos cordones sanguinolentos que colgaban de su cuello, en dirección al piso superior. Miraba en lontananza con sus numerosos ojos porcinos lleno de optimismo por el futuro. Su bonito color verde relucía de salud. Sus pinzas chasqueaban el aire laboriosas.

El Antiguo herido, finalmente, tras chocar con la columna central, casi se cayó de cabeza por el agujero de la rampa, aunque seguía siendo visible y no era imposible hacerle nuevas perrerías.

Acacia "tiburón" Lexington disparó por último su pequeño pero mortífero rifle, arrancando un trozo de columna muy cerca del ser que caía desorientado en su fuga salpicando por sus heridas chorros de un líquido verde y apestoso.

El suelo seguía temblando y temblando. Todos estaban, al menos, con una rodilla en el suelo, o con las piernas abiertas para controlar mejor las oscilaciones del suelo y no acabar rodando por el mismo.

¡Tragad plomo, malditos bichos! ¡BANG!

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

¡Ménez! ¿Dónde carajo te has metido? ¡Y tú, Albert - Rebotó remota por los túneles la voz de Chester sonando entre disparos. Haz algo con la maldita estrella! ¡O se la lanzas a los antiguos, o al otro! ¡Pero HAZ ALGO!

Todo ello mientras la ínclita periodista especializada en ciencias ocultas se disponía a salir de najas, tras haberse puesto la ropa necesaria para sobrevivir al exterior.

Con actitud medio ausente Sutton abre el bote de alcohol, mirando el resultado de los disparos y la reacción de los Antiguos. Se queda a medio realizar el movimiento; como si algo dentro de su cabeza estuviera intentando realizar dos acciones opuestas a la vez. 

- No volveré a esa peste, no, no, no, no...- Así se negaba a volver con Baumann. ¿Quién podría recriminarle nada?Era normal sentir miedo y, además, aquel hombre la había apuntado con una pistola después de salvarle de morir congelado en un agujero. Deberían haber hecho lo que ella había sugerido. Estallar uno de los aviones contra la torre cuando habían tenido ocasión. Quizá aún pudiera hacer algo para escapar de allí. Volvería con Miles y Halperin, el loco de Halperin.El único piloto para los dos aviones y estaba mal de la cabeza. Les faltaba un piloto. No había escuchado a Charlene, lo cual no sabía si era bueno o malo, al menos no había chillado como la Lexington, pero ¿y si había muerto? ¿Y si Pooster también había muerto? Salió al exterior y comenzó a caminar por donde habían llegado

Con la decisión pintada en su desquiciado rostro, Charlene soltó el rifle y con un movimiento sorprendentemente atinado, se echó su escopeta de galga al rostro para apuntar durante un instante, y disparó contra el Antiguo que había sido herido.

meyer vuelve a apuntar pero la imahgen de Pooster le hace volverse hacia el Sogoth en el ultimo momento, para vere desaparecer. ese despiste no permite que atine sobre el antiguo herido, que sigue su huida.

Eine fhürs!! se van a escapar!!

¿Seres superiores? ¡Ja! ¡Me río yo de esos seres superiores que no aguantan nada, hombre ya!

Chester estaba exultante. Cuando la situación parecía desesperada, cuando más cerca estaban de morir horriblemente en aquel páramo helado, va y consiguen darle la vuelta a la tortilla y pasar de ser los vencidos a los vencedores.

¡Venga! ¡Aprovechemos ahora para salir de aquí!

Chester recordaba que la voz de Ménez provenía de algún nivel inferior al que se encontraban ahora, o sea que empezó a dirigirse hacia el agujero por el que se habían ido los Antiguos amos de aquella fortaleza... siempre tratando de mantener la distancia con las dos huidizas criaturas, claro, no sea que decidan cambiar de opinión y de ruta y volver a por ellos con refuerzos.

¡Ménez! ¿Está usted aquí? ¿Por dónde ha entrado? ¿Hay una salida? ¡Nos gustaría mucho a todos tomar un poco de aire fresco! ¡Cómo lo ve?

Jesús - dijo volviéndose hacia Meyer, que parecía haber pillado un buen resfriado. 

Claro que si salimos de aquí con una gripe y basta, será todo un éxito.

El disparo de Charlene acertó de pleno, pero el ser se había recobrado del mal golpe y ahora, tras casi dar con su corpachón en el suelo, se largó mientras seguía chillando complejos patrones de sonidos. En ningún momento había soltado el aparato que llevaba con él.

Cuando todos conseguisteis medio arrastraros hacia la rampa de bajada, las armas en ristre, con mucha precaución, encontrasteis el maloliente rastro que se perdía hacia abajo del líquido que salía de las heridas del ser.

De arriba dejó de llegar sonido alguno. El Soggoth debía haberse alejado lo suficiente, o había dejado de cantar su versión alienígena del aibó, aibó...

De abajo tampoco. Bien es cierto que vuestra capacidad auditiva estaba todavía muy disminuída, dado que los disparos os habían castigado los tímpanos ya fastidiados por el estallido del cartucho. Seguramente quería decir que los sonidos remotos o no muy altos no los estábais captando. Y cuando hablábais, lo hacíais a gritos.

El suelo seguía temblando.

Baumann yacía sin moverse, ahí donde le había dejado caer su captor.

El terremoto seguía en todo su esplendor. Fuera todo era horrible. El viento soplaba con más fuerza, y la nieve había comenzado a caer en numerosos copos gruesos y blancos mezclados, de manera incongruente, con granizos.

Menez trastabilló por la explanada central, que se volvía a congelar rápidamente. Ya no parecía hacer una temperatura tan agradable como cuando llegasteis. Era muy difícil mantenerse en pie cuando uno de los temblores, que eran como si un corazón del tamaño del valle latiera bajo ella, hacía trepidar el suelo. Se cayó varias veces, y se levantó de nuevo. Caminó. Caminó. Miró a la nieve cuando llegó a la zona donde esta era ya más espesa. No encontraba las huellas que tenían que haber dejado a la ida, tanto los otros como ella y Baumann. No aparecían por ningún lado, pero no estaba segura de si se habrían tapado por la nieve o si ella se había confundido de dirección.

Notó en el pie derecho algo de humedad. Parecía que su maldita bota no era tan buena, después de todo. Algunas peripecias y ya calaba.

A la torre había llegado en un agradable paseo, acompañada de un alto y guapo alemán, con suaves temperaturas pero obligada a punta de escopeta. ¡Ay ese pequeño detalle! Si tan sólo Baumann hubiera sido más ganlante. Y Menez no era una mujer que se dejase gobernar fácilmente. No hubiera llegado tan lejos en la vida si hubiera sido así. Si lo permitías, los hombres te confinaban en una cocina cuidando de ocho churumbeles, con el cerebro espachurrado de tanto hablar de pañales, papillas, cacas, pises y demás. No, Menez había luchado contra todo aquello con todas sus fuerzas y, prefería morir allí congelada, en un dulce sueño, que sucumbir forzada por la ineptitud de un hombre. ¿Acaso le debía algo a Baumann? Ya le había salvado la vida de morir en aquel agujero y él se lo había agradecido apuntándola con un arma. Los hombres siempre usando la fuerza para doblegar a las mujeres. Si moría, al menos que fuera por sus propios errores. Por ahora ya era consciente de que perdería un pie. Si eso era lo único que perdía y conseguía salir de allí lo entregaría sin rechistar. El problema iba a ser que no perdiera nada más. 

El fin del mundo. No sabía en qué momento lo que había sido un sencillo paseo entre la torre y los aviones se había convertido en una gesta imposible para una periodista con conocimientos básicos en supervivencia en condiciones tan extremas. El camino de ida lo habían hecho sin problemas pero claro, los terremotos y la meteorología no ayudaban. Tratando de orientarse con la torre siguió caminando sin descanso hacia donde consideraba que debían estar los aviones.

Todos parecían haber recuperado algo de tranquilidad, y de aliento de paso, tras esta pequeña victoria. Chester estaba exhultante, y Charlene le miró con una alzada ceja de perplejidad. Después, se agachó a comprobar el estado de Baumann, por si se podía hacer algo por él, pero estaba muerto y bien muerto. Meneó la cabeza hacia los demás, e hizo ademán de continuar la huida.

¡¡¡YUJUUUUU!!! ¡A POR ELLOS, QUE SON POCOS Y COBARDES!

Chester no se lo podía creer: habían ahuyentado a los temibles Antiguos con sus simples escopetas. Millones de años de ventaja tecnológica no les habían servido de nada ante un grupo de aguerridos y primitivos humanos.

¡JA! ¡ME RÍO YO DE SU MODERNEZ!

Pero aquello aún no había terminado; habían logrado una pequeña victoria, pero aún les faltaba mucho para llegar a ver el final de aquella guerra.

¡Rápido! ¡Sigamos su rastro! ¡Hay que descubrir donde se esconden! Con un poco de suerte han decidido tomar las de Minessota y nos enseñan una salida de esta torre. 

Tratando de calmarse un poco - la adrenalina seguía corriendo por su cuerpo a toda velocidad - Chester expuso su plan.

Tenemos que salir de aquí, reunirnos con los demás, contarles todo lo que hemos visto y trazar un nuevo plan de acción. Tenemos que decidir qué hacemos con estos extraterrestres, aunque lo más lógico sería liquidarles en cuanto podamos. Pero ahora lo importante es salir, lamernos un poco las heridas y después, bueno... ya se verá.

Hacía mucho tiempo que Chester no trazaba un plan a largo plazo; las últimas horas había estado demasiado ocupado sobreviviendo a los próximos treinta segundos. Pensar en un espacio de tiempo más allá de los cinco minutos era algo relativamente nuevo.

¿De acuerdo? ¡Pues vamos!

Chester se levantó y se dispuso a seguir el rastro de los Antiguos heridos.

A todo esto... ¿Dónde narices está la Ménez? Estoy seguro de que antes he oído su voz.

Sí, Chester, eso es - Charlene, gritando a viva voz, se aferró al brazo de Field; apenas se tenía en pie - Sacanos..., sacame de aquí...