Partida Rol por web

Por lo que tú ves, si los recién llegados son algún tipo de ilusión o similar, la copia es perfecta.

Chester no entendía nada de lo que estaba diciendo Ménez. ¿Lluvia de piedras negras? ¿Cuándo había pasado eso?

Señorita Ménez, ¿me está usted diciendo que han empezado a caer piedras negras del cielo como si nada? 

Aquello era muy raro, pero claro, ¿qué no lo había sido desde que habían decidido entrar en la torre negra? Chester prefirió dejar que fuera Ménez la que llevara la voz cantante, pues se estaba dando cuenta de que se había perdido mucho de lo sucedido en las últimas horas. Eso sí, al menos podía centrarse en lo que sí sabía.

Oye, Albert, ¿aún tienes la piedra estrellada que te di? Esa que encontramos en la cueva. La que no se podía tocar con las manos porque ardía, y que empezó a arder aún más cuanto más cerca estuvimos de los monstruos extraterrestres. Ahora quizás ya no sirva de mucho, pero con un poco de suerte podremos examinarla más a fondo cuando volvamos a la civilización.

Y sin duda aquella era la gran pregunta. ¿Cuándo iban a regresar? ¿Debían hacerlo de inmediato, o era mejor esperar a Sutton y a Meyer? Chester dudaba que lograran salir con vida de la torre negra, pero maldita fuera su estampa si no esperaba hasta el último minuto antes de abandonarles a su suerte.

¿Piedra? ¿Qué piedra? ¡Ah, si! La piedra. Pues no se. Me pasó algo raro con los cristales. Era como si cantaran. Parecía, juro que no se si estoy loco, parecía como si estuvieran aliviados.

Acacia respondió a Menez antes de encararse con Chester. No se. ¿Grité? ¿Qué pasó? Estoy confusa, escuchaba a alguien silbar y me daba pánico. No. No cogí ninguna de esas piedras negras. Yo no vi que hubieran llovido del cielo, desde luego. Solamente vi las que había al pie de la torre. No había más, aunque puede que la nieve ya las hubiera tapado. No eran muy grandes.

Creo que él estaba cerca esa piedra que dice usted, señor Field. Dijo a Chester y a Albert.  Cuando encontré a Albert había como una brasa tirada en el suelo. Daba mucho calor. ¿Era esa? No paré casi ni para ver qué era, agarré a Albert y me lo llevé de ahí.

Señorita Charlene, ¿va a seguir las instrucciones de Halperin?

¡Oye, Douglas! ¿Te importa si empiezas a registrarme a mi? La chica todavía está recuperándose del viaje.

Charlene, desde luego, parecía muy molida. Ahora que más partes de su anatomía habían aparecido a la luz (manos, pies, cuello), su piel era un puro hematoma. Sus lesiones se estaban enfriando, y parecía que dolían a rabiar.

No, no, no. Que venga ella. ¿Que se está recuperando? ¡Apuesto a que se está remetiendo los tentáculos en algún sitio! ¡Que venga ya!

Fuera se escuchaba mucho más nitido, aunque todavía lejano, el canto del Soggoth: tiruri tu ta, tiruliruli tu tu. Con algún Tekke li li por si las moscas.

La rampa en espiral terminaba en una tercera arcada poco después del túnel anterior. Juraríais, mirando hacia arriba, que estabais a más de 50 metros bajo el nivel de la gran cámara.

Esta tercera arcada también estaba cubierta con cortinas de fibras vegetales trenzadas, pero en esta ocasión estaba sujeta tanto a la parte baja como al dintel de la arcada, sujeta al nivel del suelo con cinco pesadas piedras planas. Del otro lado llegaba con grandísima intensidad el repugnante olor de los Antiguos. Había algunas manchas de ese líquido apestoso en varias de las fibras. Se podía oír, también, una gran cantidad de pequeños sonidos: chapoteos lejanos, murmullos, arañazos. Había, al otro lado, una muy tenue luminosidad verdosa.

El engendro ese... creo que está bajando. Sutton miró al otro lado de las cortinas brevemente. Creo que voy a preparar el otro cartucho de dinamita. Toma la botella de la gasolina, Meyer, termina el coctel molotov. Te estaba tuteando, con la confianza de los guerrilleros metidos en un buen embolado. ¿Quieres? Miró otra vez al otro lado. Poco se podía hacer en ese sentido sin pasar adentro. Hay movimientos, pero no distingo nada. ¿Cómo te parece que lo hagamos? Ha sido todo un placer conocerte, amigo, por cierto. Te sacudió la mano en lo que era, evidentemente, una despedida hecha ahora que teníais tiempo.

Lo mismo le digo, Herr Sutton.

el aleman apuraba la gasolina y preparaba la tela mojada para encenderla y tratar de quemar vivos a esos malditos antiguos.

Entremos y lancemos a esos bastardos todo lo que tenemos, si tiene mas dinamita, démela para reventar esto, prepare su arma larga y que sea lo que sea.

Igual nos da tiempo a lanzar todo y subir a refujiarnos a la sala de arriba, si no encontramos a esa bestia, aun podremos tomar una cerveza en algun lugar. Recuerde, hemos de apurar la mecha para que no pudan devolvernosla como ocurrio arriba, si este es el fin , pues que sea sonado!!!

Pronto había ahí dos botellas llenas de gasolina con sus trapos y un zippo junto a ellas a punto para prender la mecha. Solamente quedaba un cartucho de dinamita. También estaba el rifle Kar 98 de Meyer y el muy fiable Lee Enfield de Sutton, todos con el cargador a tope. Habían pasado unos veinte latidos de corazón y ya se escuchaba por todo el pozo el cantar del Soggoth. Unas cuantas vueltas más arriba se veían asomar sus tentáculos extraños en los que había desarrollado órganos olfativos. El ruido de succión de treinta o cuarenta narices creadas para la ocasión os hacía ver que el ser estaba siguiendo vuestro rastro como un sabueso.

Como estúpido que era, desapareció a la altura de lo que, calculábais, debía ser la primera entrada lateral a la que habíais accedido solamente para retroceder. Era seguro que seguía vuestros pasos literalmente, y que (esperabais) haría lo mismo con la segunda entrada, donde habíais penetrado más profundamente. Si es que no hacíais demasiado ruido, claro.

¿Piedras negras cayendo del cielo? El ingeniero que había en Miles (algo así como el 90% de él, y lo demás eran palabrotas) hizo que le brillaran los ojos de interés. ¿Penetraron en la nieve? ¿Con qué ángulo de incidencia? ¿A qué profundidad llegaron? Tomó mediciones, espero, joder, señorita Menez. Un fenómeno como ese... ¿Tiene ahí la piedra? ¡Enséñemela!

- Lo que oye Miles, ¿o es que tiene cera en los oídos? Cayeron del cielo y penetraron en la nieve. Yo qué sé qué ñangulo coime, ¿se cree que estaba como para pararme y echar mediciones? Casi me vuelan la cabeza. Pero eso sí, cogí una.- Dijo orgullosa de su audacia y valor. Pero para que Miles no se avalanzara contra ella para cpger la piedra le paró con el brazo.- Tenga mucho cuidado y no la toque con los dedos, ¿me entiende?- Le advirtió.- Recuerde las historias que contaban en el Waraloo sobre unas piedras muy similares y la muerte del capitán y su tripulación. Ahora es cuando un geólogo como Rucker nos vendría de perlas.- Rebuscó entre sus cosas y envuelta en un gurruño de tela Menez mostró a Miles la piedra.

Bien, friamos a esos cerdos amigo, entremos, veamos donde estan y lanzemos todo, solo espero que el fuego les despiste y la dinamite acabe con ellos. Ya viene esa criatura estupida, bajará luego y entrara en la otra sala, con lo que tendremos una oportunidad de salir escaleras arriba cuando entre en la sala mas grande, solo tendremos unos segundos, espero que podamos tomar esa jarra de cerveza, sino, lo dicho, ha sido un placer poder estar aqui con ustd y morir de pie, como humanos, como compañeros... Le deseo suerte.

Gracias por su ofrecimiento, Sr. Miles, pero parece que tendré que salir yo... - dijo Charlene, haciendo visibles esfuerzos por incorporarse - Bien Halperin, voy a salir con las manos en alto para que vea que estoy desarmada - gritó hacia el exterior, mientras se acercaba renqueante a la puerta - Le dejaré examinarme, pero no toquetearme ni propasarse; y espero que sea rápido, ahí fuera hace frío...

El viento helado entró en el habitáculo, y ella salió al exterior despacio, añadiendo: No vaya a disparar, ¿eh?. No nos pongamos nerviosos. Lo mejor será que tras quedarse satisfecho entre aquí, con nosotros, y decidamos lo que debemos hacer...

Charlene salio, tras vestirse de nuevo, haciendo muecas de dolor a cada movimiento imprevisto. Es lo que tiene la dinamita, que hace pum y te lanza contra las paredes y todo eso deja mucha pupa.

Pasó un rato.

¡De acuerdo! ¡Vayan pasando todos de uno en uno! Entran en el avión, se desnudan* y luego se visten. ¿A qué esperan? ¡Vamos! ¡No tenemos todo el día! ¡El oxígeno no es eterno!

Vaya, vaya. Miles miró la piedrecita. Qué cosa más rara. Antes de que pudierais impedírselo, la tocó con la punta de un dedo.

¡Está fría! Sin duda está congelada. Parece algún tipo de ópalo. Oye, qué fenómeno más raro. Llueven del cielo piedras semipreciosas. Podríamos ir y recoger unas cuantas, ¿no?

¿Hemos perdido la piedra? ¡Maldición, maldición, maldición!

En realidad aquel pedazo de roca quizás no les habría servido para nada; al fin y al cabo era poco más que un hornillo portátil e incontrolable, pero a Chester le había dado cierta seguridad; la había llevado consigo desde que la encontraron en aquella cueva, hace ya tanto tiempo.

Pero bueno, no tenía sentido preocuparse por esto ahora. Estaba claro que no iba a volver a la torre a por ella, o sea que ya la podían dar por perdida. No iba a obsesionarse con ella. 

Y hablando de obsesos...

Halperin seguía, erre que erre, obsesionado con revisar que no tuvieran tentáculos o cosas raras. Chester no estaba seguro de que fuera capaz de pilotar una nave, pero ¿qué otra opción tenían?

Bueno, quizás aún tenemos otra opción.

Chester se levantó y se dirigió hacia Charlene.

Princesa, ¿crees que podrías pilotar tú este avión de vuelta? Lo digo porque Halperin no parece que esté muy centrado. ¿Cómo le has visto? Aparte de algo desequilibrado, claro. ¿Crees que sería capaz de llevarnos sanos y salvos?

Y por cierto - añadió con un cuchicheo - cuando termine todo esto, Halperin se va a llevar un buen puñetazo. Nadie ve desnuda a mi prometida antes que yo. Maldito sinvergüenza.

Bueno, mi turno - dijo Chester. Tras ayudar a Charlene a recostarse de nuevo, se dirigió hacia la puerta y salió, en dirección al otro avión.

¡YA VOY, YA VOY HALPERIN! ¡MALDITO SEAS TÚ Y TUS PRISAS!

Cuando apenas había sacado un pie del avión, y escuchando la idea de Patrick, Chester se volvió, con cara de pocos amigos y señalándole con el dedo.

¡Ni se le ocurra, botarate! Ya le dijo Ménez que no la tocara, y usted ala, a meter el dedo. Ahora no vamos a entretenernos a coger piedras del cielo que te hielan al tacto. No necesitamos más problemas, muchas gracias, ¿no le parece?

Entrar, lanzar todo y salir por pies.

Escucha, podríamos salir con bien de todo esto si, cuando subamos por la rampa, el engendro ese está siguiendo nuestro rastro por el camino lateral, susurró Sutton muy excitado. Lo hizo mientras, ya encendido el cartucho, esperabais hasta que la mecha estuviera casi consumida. No hubiera sido mala idea, pero las cosas se torcieron.

Rezando por no tropezar, Sutton, a la par que tú, se lanzó hacia el interior levemente fosforescente.

Era una caverna grande, tanto que los hongos verdosos y brillantes que se acumulaban aquí y allá no bastaban para iluminarla. Estaba llena de vida, vida que se movía. Por un momento tuvisteis la loca imagen de que todos los cuerpecillos de apenas un pie de alto que se retorcían en todas partes eran gnomos que vivían bajo las setas luminosas. Estas setas, que parecían roídas con profusión de diminutos y blandos dientecillos, debían ser el alimento de la blasfema prole de los Antiguos: pues eso eran la miriada de seres que infectaban la oquedad. Pequeños seres con alas y tentáculos casi vestigiales que se movían nerviosos. Cientos y cientos de ellos en un nido oscuro, amplio y cálido en el corazón de la Antártida.

El movimiento producido por vuestra entrada provocó un mar de agitación en la masa palpitante: ¡Kiiii! ¡Kiii! ¡Kiii! Todos a una comenzaron a lanzar el mensaje codificado en sus genes tal y como harían los múltiples pollitos siguiendo a mama gallina en parecida situación. El alboroto fue impresionante. ¡Kiii! ¡Kiii! ¡Kiii! ¡Kiii! ¡Kiii!

¿Esta última llamada no parecía fruto de un organismo diferente? ¿La respuesta de un adulto para tranquilizar a sus polluelos?

Guiados por el sonido de cuerpos mas pesados que los de la legión de blandos y tiernos infantes y por el último llamado que habíais escuchado, lanzásteis uno el cartucho de dinamita y el otro el primero de los cócteles Molotov.

Una llamarada recortó la imagen aterradora de, entre la masa bullente, un adulto cargando hacia vosotros mientras agitaba amenazador sus extremidades y coloreaba su piel con diseños hipnóticos destinados a confundir la vista de predadores ya extintos en un planeta extraño, hace millones y millones de años a muchos parsecs de la Tierra.

El coctel molotov que habías lanzado no había dado al blanco (que se venía con muy mala idea hacia vosotros) por muy poco. Dejado atrás, estalló en llamas provocando una cacofonía de terror inenarrable entre los tiernos infantes de los alienígenas. Formas retorciéndose desesperadas pegaban fuego a los que, tentáculo con tentáculo, abarrotaban el lugar.

De algún sitio en la oscuridad llegó una onda de sonido que pareció solidificarse en torno a Sutton: este quedo atrapado en una postura antinatural, no sin antes haber lanzado su cartucho.

¡Huye! ¡Huye! Sálvate tú. Sálva... La marea de sonido silencioso (no se podía describir de otra manera) superó el cuello del lord inglés enmudeciéndolo.

¡Booooooom!

No sabias muy bien si la onda expansiva había hecho mucho o poco daño. Tú mismo te viste arrojado hacia el exterior, rompiendo en tu caída muchas de las fibras vegetales que todavía estaban enteras en el umbral a ese antro de pesadilla. Fragmentos apestosos, húmedos y tiernos de pequeños antiguos salpicaron todo. El Antiguo que se arrojaba hacia tí también se vio lanzado hacia adelante. Hacia su presa.

Dos grupos de tentáculos de los cuatro que tenía en uso se consiguieron aferrar a tus ropas y a tu cuerpo. Apretaron con terrible fuerza tu delicada estructura humana. Con ira. Todo se volvió oscuro. Todo... La cacofonía que tapaba tus oídos se alejó mansamente hasta desaparecer, hasta precipitarse en la nada. En algún espacio entre los mundos viste cómo toda tu vida pasaba frente a ti. Ya no había dolor. Ya no había miedo. Eso, pensaste, debía ser la muerte. El final.