Partida Rol por web

Aún conmocionado por la visión del pobre Brunel retorciéndose de dolor y gritando de modo inhumano, Bert consigue fijar la mirada en lo que está haciendo Tom.

Y entonces se da cuenta de que aquello negro, vivo, letal, debe ser, tiene que ser uno de esos ópalos. Una de esas piedas perdidas.

-Pero... pero... pero qué...?

El temblor no le deja seguir. Y, desde luego, sigue incapaz de reaccionar a la petición de Drummond, incluso de la voz del oficial de guardia.

Beakins simplemente no puede soportar aquella visión, hay algo extraño ahí, sobrenatural, pero no alcanza a saber qué es. Necesita salir de allí y en medio de un ataque de pánico abandona la abitación corriendo y no para hasta llegar a su camarote, donde se encierra para llorar.

- No rechace la idea tan pronto Turlow.- Dijo refiriéndose a apagar la caldera. Si iban a volver a luchas con las inclemencias del tiempo Sykes debería estar también presente en la reunión.- Vayamos a ver qué pasa e inmediatamente después vayamos a esa reunión. Avisen también los jefes de los expedicinarios*.- Menez le cogió el mapa de temperaturas sin preguntar a Picwell y lo observó durante unos instantes. Se suponía que lo habían mandado hacer para ver hacia donde iría la criatura en caso de escapar. Pero antes tenían que asegurarse de que no fuera una falsa alarma.

De acuerdo - aceptó Peabody con disgusto, pero apresurando el paso - Buscaré al capitán y le informaré...

De camino al lugar de donde venían los gritos, Aramiker y Pickwell se cruzaron con Beakins, un operario de la sala de máquinas con el rostro demudado por el horror que no os hizo ni caso. El asunto prometía ser muy serio.

Para llegar de la manera más rápida posible (esto es, sin salir al exterior, para lo cual había que vestirse adecuadamente), había que acceder al cuarto de máquinas principal y, desde ahí, tomar el pasillo bajo el que únicamente separaban del abismo marino al caminante el eje de la hélice y la misma quilla del Gabrielle. Dentro el sonido casi no dejaba hablar. Los gritos habían cesado.

Subieron por las estrechas escalerillas que llevaban desde aquellas profundidades a la entrecubierta de popa. Se escuchó una voz tensa por estar conteniendo el pánico.

¡Haced algo estúpidos! ¡Agua! ¡Algo! ¡Que se escapa!

La urgencia del tono hizo que aceleraran el paso. ¿Drummond, el ingeniero jefe?

¡Popa! ¿Qué diantres está pasando ahí abajo? ¿Hay alguien? ¡Mandamos al médico! ¿Me escuchan? ¡Mandamos al señor Lansing!

Esa era la voz de Quingsley, el oficial de guardia. Por la reverberación debía estar hablando desde el puente, a través del tubo comunicador que daba a la sala del motor de gobierno del timón.

Aquella zona a la que salisteis era muy estrecha. Un espacio angosto, vagamente triangular, desde el que se accedía a cuatro camarotes, a un baño, a una ducha y a la sala del motor. Las escaleras accedían por el centro del pequeño vestíbulo, otro tramo continuaba hacia la cubierta de popa, donde había unos cuantos camarotes más.

Hacía bastante calor: no se escatimaba con la calefacción en las zonas de habitación, a lo que había que añadir esa pequeña sala de máquinas.

Dicho vestíbulo lo atestaban el operario de máquinas Brunel, tirado en el suelo con una horrenda herida en la parte superior de un muslo que chorreaba sangre, sus compañeros White y Humphries, el ayudante del ingeniero jefe Pacquare y el mismo ingeniero jefe cuya voz habíais escuchado al subir las escaleras, Drummond.

Los únicos que habían conseguido reaccionar, Drummond y Humphries, estaban de pie, intentando meter en un cubo metálico una especie de masa móvil, cubierta de arena de la que se utilizaba para apagar incendios. Los otros presentes estaban como alelados mirando la escena. Más arena cubría la zona herida de Brunel. Aquella especie de masa móvil que trepaba por una palanqueta que sostenía Humphries parecía ser de color completamente negro bajo la capa de arena que se le había quedado pegada. Drummond, con la parte metálica de un hacha, intentaba despegarla de la palanqueta para que se metiera dentro del cubo.

Beakins irrumpió en la camareta-comedor, donde todo el mundo se preguntaba qué estaría pasando, con el semblante demudado, jadeando y con sudores fríos.

Turlow tomó aire para contener el pánico. Sacudió la cabeza mientras lo contenía en sus pulmones y miró con atención. Como parecía que Tom y Charles estaban ya solucionando parte de la crisis, se arrodilló junto al herido y comenzó a quitarse el cinturón.

¡Ayuda aquí! ¡Muévanse!

Con muy buenas intenciones, intentaba buscar un lugar donde hacer un torniquete, pero se estaba haciendo un lío con la hebilla, y no conseguía apretarlo. Su traje, siempre planchado e impoluto, estaba ahora completamente manchado de sangre.

Drummond intentaba cumplir con lo suyo, pero la cosa lanzó una especie de delicado y fino pseudópodo en dirección a su mano, y se agarró a ella. Inmediatamente comenzó a salir aquel vapor apestoso y Drummond comenzó a maldecir.

¡Mierda! ¡Mierda! Aaaaaahhh, quema, quemaaa... Serás hijo de puta.

Consiguió soltar aquel apéndice asqueroso de su mano a base de sacudirla. Soltó la herramienta, viendo que la cosa seguía palpando el aire, ciega, en busca de carne y sangre.
 

Otro pequeño tentáculo sujetó a Tom por la muñeca. Tom soltó la palanqueta gritando también de dolor.

¡Hostias! ¡Jod... ! Comenzó a recular. La cosa se quedó medio dentro medio fuera del cubo, sin saber muy bien a qué carta quedarse. Parecía percibir cosas ricas en cualquier dirección, y costaba decidirse.

En la puerta del camarote del capitán (debía estar descansando ahora) encontraste a Driscoll, el joven cuarto oficial, que hacía las veces de correturnos y de refuerzo durante las crisis.

...gritos y parece que Turlow ha ido a ver, porque le han visto correr hacia popa con la señorita Menez y con uno de los pilotos, Pickwell.

El capitán estaba en su camarote abotonándose la camisa, pero todavía en calzoncillos. Efectivamente, debía haber estado durmiendo. Reparó enseguida en Peabody.

¡Peabody! ¿Qué está pasando aquí?

Dom mira aquella masa y confirma su peor pesadilla, hay otro ejemplar malvado de gusano, y no puede permitirlo.sin dudarlo se lanza hacia el cubo par tratar de evitar que la maldita criatura escape del mismo.

Se acerca a intentar agarrar el cubo pero la arena del suelo hace que se le escape de las manos cuando practicamnet lo tenia agarrado.

Hay que meterlo ahi debajo por ahora, si sigue atacando crecera y no podremos contenerlo!! Ayudenme!!

Como ya se temían lo peor verlo en persona no afectó demasiado a la flamante jefa de expedicionarios. Era curioso cuanto menos que alguien tan menudo y de constitución aparentemente tan débil lograra conservar la calma ante el espectáculo que se presentaba ante sus ojos.

- Eso es lo mismo que ha visto en el laboratorio Turlow.- Así que había más. Otro especímen suelto. observó la escena con frialdad. Un hombre casi muerto al que atendía a la desesperada Turlow. 

Mala cosa.- En cualquier otro momento hubiera intentado ayudarlo pero el especímen libre era mucho más peligroso para todo el barco.

- Hay que enfriarlo. Los que no puedan soportarlo- Dijo con un tono que denotaba que aquellos que no ayudasen serían recordados en la historia que iba a contar como pusilánimes y cobardes.-que vayan a buscar cubos con agua bien fría al baño y a las duchas.- Al llegar hasta allí habían pasado pro un estrecho pasillo que llevaba a las duchas y los baños. Estaban cerca y podrían hacerse con agua bien fría para echársela por encima a la rata asquerosa. Con una determinación y habilidad extraña para alguien de su amorfo cuerpo, más parecido al de una tortuga que al de una mujer, Menez se las arregló para evitar el contacto ácido del monstruo.- ¡Vamos, sólo un poco más!¡y vayan a por agua, demonios!

Señor Vrendenburgh , al parecer tenemos algún tipo de emergencia que requiere su presencia - acertó a decir atropelladamente Peabody - El Señor Turlow le convoca a una reunión urgente; si es lo que sospechamos, lo más acuciante sería solicitar su permiso para apagar las calderas de la calefacción, pero debemos confirmarlo antes según la naturaleza de esta crisis. Le contaré los detalles por el camino...

Tras Menez, Fitzpatrick, otro operario, apareció subiendo las escaleras, procedente del túnel que atravesaba el barco por encima de la quilla.

El pequeño vestíbulo atestado, ensangrentado, sofocante, fue apenas suficiente para admitir a este nuevo actor, pero el bueno de Micael mantuvo la calma, a diferencia de sus otros compañeros (con la excepción de Tom) y, comprendiendo que la cosa esa asquerosa era algo malo, corrió a ayudar a Menez y a Pickwell.

Pickwell se había hecho un lío con el cubo y, con el fin de esquivar uno de esos pequeños pero peligrosos tentáculos, lo había soltado. Fitzpatrick, con todo el jaleo, pisó sin querer al herido, casi metió el pie en el cubo, y tuvo que dar un paso atrás cuando la cosa pareció sentirle y avanzar en su dirección.

La cosa provocaba un asco similar al que producían las cucarachas y bichos similares, pero multiplicado, y difícil de explicar.

La gente se reunió en torno a Beakins intentando calmarle y consiguiendo que se pusiera todavía más nervioso.

En medio del jaleo, irrumpió el médico de la expedición (de los paquetes, vaya), el doctor Greene.

¡Dejen respirar a ese hombre, diablos! Le temblaban los bigotes con la indignación. ¡Aire! ¡Espacio! ¿No ven que está bloqueado? ¡Silencio todos!

Creó un espacio sanitario alrededor de Beakins, le dio agua y fulminó con la mirada al que se atreviera a murmurar.

¿Más tranquilo ahora? Dijo a Beakins con voz serena. Pon orden en tus ideas, hijo. Tranquilidad. Respira hondo, contén el aire y suelta despacio. Despacio... Esperó un momento, cuando Beakins obedeció, para asegurar el tiro. Bien. Muy bien. Ahora, dime: ¿qué ha ocurrido?

El rostro del capitán se iba ensombreciendo por momentos, escuchando las palabras de Peabody. Caminaban en dirección al puente de mando.

Sea donde sea la crisis, ahí ya hay demasiada gente. No podremos sino estorbar.

Antes de llegar al puente, los tres (el cuarto oficial les acompañaba), se pusieron gruesos chaquetones contra el frío. Fuera, la mar estaba picada, y el paisaje era un espacio informe, gris, cuajado de rasgaduras. El agua embatía contra el cristal del puente. Al timón estaba el contramaestre, y junto a él, pendiente del tubo de comunicación, estaba Quingley, el tercer oficial.

Del tubo de comunicaciones surgían gritos, órdenes poco claras, todo enfangado por el ruido de la maquinaria.

...que vayan a buscar cubos con agua bien fría al baño y a las duchas. ¡Vamos, sólo un poco más! ¡y vayan a por agua, demonios!

Esa era la voz de Menez, sin duda.

Toque zafarrancho. Estado de alerta uno. ¡Todos a sus puestos!

Quingley, con calma, asintió. Abrió una tapaderita, desbloqueó un botón de aspecto rudo y lo pulsó con fuerza.

Por megafonía, para acabar de empantanar las cosas, surgió la voz de Quingley, el oficial al cargo en esta guardia, junto con una sirena cuyo sonido hería los tímpanos con timbre estridente y molesto.

Todos a sus puestos. Estado de alerta uno. Repito: todos a sus puestos, estado de alerta uno.