Partida Rol por web

El SS Gabrielle, decíamos ayer, surcaba los mares del Antártico en su camino a Nueva Zelanda.

Aunque los días eran tranquilos, se adivinaba el zumbido de la humanidad tras el rostro cansado de los radios, McHilvaine y Laroche, que estaba ayudando al hombre completamente agotado por la constante llegada de comunicaciones de todo el globo.

En general, a no ser que insistieran mucho, se procuraba mantener, durante esos días tras la crisis, a los más enfermos al margen de las noticias que llegaban.

Fue durante esos días tranquilos que se pudo hallar al menos un rato de tranquilidad y buena camaradería. Era algo que pronto iba a terminar. La fama esperaba a los expedicionarios: nubes de periodistas -se sabía- esperaban ya en Nueva Zelanda. El mundo era una colmena que, por el momento, zumbaba solo para los supervivientes de la expedición Starkweather-Moore.

hola Jefe..perdon por el retraso, pero estoy de vuelta de vacas y trabajo apilado a miles...

Pues no se, creo que Pickwell poco va a ppoder hacer ya, no? sin una mano no se si sera muy operativo, pero si ves aue aun puuede hacer en la aventura, me lo dices y seguirá al pie del cañon.

saludos

A Menez le salía humo de la cabeza. Tanta cuenta, tanto papeleo, tanto atender a unos y a otros... Así que, cuando tenía ocasión, se encerraba con los enfermos más graves para visitarlos y disfrutar del remanso de paz mental que suponían la enfermería gracias a las estrictas medidas de Greene encaminadas a mantener la calma y paz de sus pacientes. Por supuesto que mostraba especial interés en Peabody, el mejor amigo de aquel al que había empezado a amar en la travesía de ida, en aquella misma lata de sardinas, y también con Pickwell. El Demente ere un hombre al que había cogido bastante cariño dado su agradable trato y su valentía.

- ¿Cómo se encuentras hoy caballeros? Pronto llegaremos a tierra firme y entonces echaran de menos las Montañas...- La broma le salió sin fuerza. Aún, al recordar aquellos accidentes naturales en los que habían dejado compañeros e incluso partes de sus almas, le daban escalofríos. No sabía cómo dirigir la conversación para no molestas a los que ya consideraba sus amigos pero conocía bien a los periodistas, eran unos buitres, y Peabody y Pickwell, dada su condición de heridos, eran la jugosa carnaza.- Nuestro regreso va a ser sonado, ¿saben? Sé cómo funciona el mundillo. Déjenlo todo en mis manos. Ustedes sólo descansen o hagan lo que más les alivie las penas.

Fuera de las visitas médicas y los temas organizativos, Aramiker se dedicaba a clasificar la ingente cantidad de material que poseían y los hacía en función de su importancia. Las fotos de Field eran algo espectacular que no podía revelar tan pronto. Hacía montoncitos con la carroña que iba a dejar que los primeros buitres picotearan. La idea era dosificar la información para conseguir que los dejaran un poco en paz.

Después de clasificar estaba el tema de contactar con alguna publicación prestigiosa antes de llegar a tierra. Menez tenía contactos en el mundillo y podía negociar una exclusiva a cambio de material más contundente, de peso. A cambio de ello no daría a las demás más que bisutería. En aquel intercambio la expedición comenzaría a ganar dinero para compensar las inversiones pero Menez quería asegurarse, además, ayuda por parte de la publicación para lidiar con los medios. Con la ausencia de Starkweather habían perdido ese encanto que ella no había visto nunca, pero que era consciente de que era real. Un tema importante para ello era el control de la información. Debían vigilar a los expedicionarios al menos para que no se fueran demasiado de la lengua.

Nota mental: Dar mucho trabajo a  Myers y, de rebote, al bocazas de Avery Giles.

Pobre Nandan.- Rompehuevos había llevado a su hijo bastardo a la tumba. Eso le recordaba que tenía que encontrar a la madre del chiquillo*. Al menos podría darle sus cosas. De nuevo el dolor atenazó la boca de su estómago. Se le venían terribles recuerdos a la mente. ¿Cómo iban a vender todo aquello? El tema de los Carambolos, los ópalos, los pingüinos albinos, la verdad de lo que había tras las montañas. Eso sí que iba a ser complicado pero estaba decidida a contarlo todo. Al menos todo lo que ella considerara oportuno. Sabía que eso la pondría dóblemente en peligro. Por una parte estaba ese tal Danforth, que había preparado todo el sabotaje y que estaba obcecado en no dejar que la verdad saliera a la luz. Por el otro estaba la ingrata profesión de periodista de lo oculto. De nuevo su prestigio caería por los suelos y sería vilipendiada por mal llamados periodistas celosos de sus increíbles historias. Pero si en un campo tenía experiencia Menez era en aquello. No en vano había llevado durante mucho tiempo la edición de una revista especializada en ello.

Al aún convaleciente Peabody la idea de verse inmerso en una vorágine de interés por parte de periodistas, políticos y público en general le generaba un gran desasosiego. Confiaba por completo en Menez para dirigir ese cotarro, y colaboraba en lo que podía con ella. Sobre todo, claro, se dedicaba a los aspectos científicos de la información, y parecía que se preparaba a su manera para enfrentarse a los académicos universitarios cuando, presumiblemente, pusieran en duda sus tesis.

Tenía, de sus tiempos de investigador, algunos teléfonos y direcciones, algunos nombres dentro de las revistas más prestigiosas. Recomienda a Menez en especial Science, inicialmente fundada por Thomas Edison y posteriormente apoyada económicamente por Alexander Graham Bell; allí tiene algunos contactos, derivados de sus investigaciones en la transmisión inalámbrica de energía, el gran sueño al que por fin parece que va a poder dedicarse, tras tantas aventuras, sin problemas de financiación.
 

Tras lo vivido, Dom aparceia lastimero y alicaido. Su trabajo de piloto ahora peligraba, al haber perdido su mano. Algo nimio en el momento de la amputacion, ante la posibilidad de terminar deglutido por la maldita semilla del dios, pero en el momento actual, la peor de las desgracias.

Habia rozado la muerte y su alma estaba algo cambiada. su actitud alegre y positiva se habia enturbiado ante el dolor y la perdida de su mano.

Solo le alegraba ver a sus compañeros de aventura, le reconfortaba y solo asi se mostraba algo mas positivo. Con todo y con eso, era una sombra de aquel jovial piloto entusiata y simpatico, habia visto demasiado, habia sufrido demasiado y sabia que la vida que conocian habia podido desaparecer en un suspiro.

El Gabrielle permaneció varios días en Dunedin, Nueva Zelanda.

El recibimiento no fue tan asfixiante como en un principio se suponía, ya que Acacia Lexington llevaba ya varios días en el puerto. Sus chicos descansaban, ponían las cosas en orden, acudían a fiestas, a desfiles, a conferencias. La primera película se estaba montando. Los periódicos invadieron el camarote de Menez en cuanto se tocó puerto. No había todavía información demasiado sensible. Acacia estaba cumpliendo con lo que había dicho: nada. Todavía no se estaba hablando a fondo de las causas de las muertes.

Está todo demasiado confuso todavía. Debemos a las familias de los fallecidos reunir a las expediciones y poner en claro lo ocurrido.

Se hablaba de terremotos y tormentas en unas montañas que, hasta la fecha, ya se habían cobrado demasiadas vidas. Algunos periódicos comenzaban a hacer amagos de críticas a la temeridad de poner en el continente helado unos aparatos -los aviones- que estaban, quizá, pensados para otras circunstancias.

Menez, a pesar de su interés en contar la verdad, no pudo menos de alabar para su magín esa actitud prudente de Acacia. Las familias de los muertos difícilmente iban a aceptar las verdaderas causas de las pérdidas de sus familiares. ¿Pooster, el respetable psicólogo atrapado en una torre alienígena? ¿El honorable Anthony Montagu-Sutton III, par del reino, asesinado por unos marcianos? ¿El muy afamado y reputado lingüista Johan Meyer estrangulado hasta morir por un engendro de otra época?

¡Y el dinero! Si la cosa se llevaba de manera discreta, las historias lacrimógenas darían para muchos dividendos pero, ¿daban también para los inevitables juicios por responsabilidad, si se despertaban las sospechas de los muy poderosos familiares de algunos de los fallecidos?

Por otro lado, a Menez parecían no hacerle demasiado caso los periodistas. ¡Curioso! ¡Pedían, suplicaban, imploraban por encontrarse con Moore y con Acacia!

Las notas iban tomando forma entre homenaje y homenaje, y ya tocaba la hora de partir hacia el hemisferio norte. Menez tenía bastante clara la información principal. En este día, el alcalde de la ciudad les iba a dar una despedida muy sonada. Y algunos rumores (era imposible hacer trabajar a Avery Giles, aunque se habían hecho esfuerzos considerables) comenzaban a propagarse. Un par de revistas de medio pelo, deseando agarrarse a temas sensacionalistas para sobrevivir, habían mencionado "circunstancias que han tenido que ver con temas más oscuros de lo que se dice, y mucho más horribles". De momento no era nada preocupante, vista la catadura de semejantes publicaciones. Sin embargo, y ya que era especialista en arqueología y en ciencias ocultas, Menez estaba casi segura de que esa noche tendría la oportunidad de hacer una introducción, si es que estaba decidida a ello. ¿Lo haría?

Estaba ante la multitud. Todos callaban. Los periodistas tenían sus lápices y sus libretas a punto. Menez se encontraba en un estrado junto con los más insignes científicos de la expedición...

Menez era una profesional y como tal se comportaba. Si Moore la había puesto al frente de la expedición era por algo y eso era que sabía que no iba a traicionarle, al menos tan pronto. Era una locura contarlo todo ahora, sin asegurarse primero de la protección, tanto personal como mediática. Además estaba obligada por contrato. Eso era una cosa y otra, muy diferente, era estar de acuerdo con Moore y Acacia sobre contar la verdad. ¿Acaso los familiares de los muertos no querrían saber la verdad? ¿Preferían pensar que el refinado Sutton había muerto congelado en el hielo por un error al abrocharse la ropa- ¡Patético!- o en un acto heroico enfrentándose a seres horripilantes para defender a las mujeres de la expedición, mujeres a las que en otro momento plagaba de piropos y delicados intentos por seducirlas? 

Tras las debidas presentaciones ante los medios, a las que estaba altamente acostumbrada, Menez se vio en el atril, tan pequeña como era, ante una masa de periodistas con sus cuadernillos de notas y sus cámaras de molestos flashes. Los nervios habituales de la profesión hacían que se sintiera viva. Después de lo vivido en las Montañas era de agradecer, no se iba a quejar.

- Antes de partir, como representante de todos los integrantes de la expedición Starkweaher-Moore, me gustaría agradecer al alcalde, y por supuesto a la gente de esta adorable ciudad, el calor con el que nos han recibido. Sin embargo es hora de partir.- Los periodistas, al menos los más educados, levantaban la mano haciendo aspavientos, y el alboroto era algo creciente. Muchos protestaban para que se les dejara hacer preguntas. Menez trató de calmar los ánimos con un gesto de las manos.- Señores, somos conscientes del interés que levanta el resultado de nuestras investigaciones, así como las circunstancias tan "especiales" en las que se ha visto inmerso nuestro trabajo. Como comprenderán la cantidad de información recabada es ingente y necesita de más trabajo, menos emocionante pero no por ello menos importante, para procesarlo todo.- Dejó una pausa para que se calmaran nuevas protestas al respecto. Quería espantar a las publicaciones más sensacionalistas con respeto a la información encontrada en sus investigaciones. Seguro que no estaban interesadas en publicar tediosos informes geológicos, análisis de muestras. Lo que querían era otra cosa. Los muertos.-  Con respecto a aquellos que ya no nos acompañan...- Esta vez hizo una pausa dramática, haciendo uso de su habilidad para la interpretación de un texto que, por supuesto, tenía ya preparado. Bajó la mirada como compungida, casi como si fuera a derramar una lágrima por los caídos. No le era difícil pues a muchos de ellos los apreciaba.- ...mandar un mensaje de condolencia a sus familiares y pedir respeto a su memoria. Comprenderán que no pueda dar muchos más datos hasta que todas las circunstancias de sus fallecimientos queden clarificadas.- Usar a los muertos de escudo era algo que los políticos hacían muy bien y no podía dejar pasar esa oportunidad.- Todos creíamos saber los peligros que entrañaban una expedición al desierto helado. Les aseguro que, habiéndolo vivido en primera persona,  no volverían a convencerme de hacer este viaje.- Dijo con algo más de humor.- Sin embargo, ojalá todo hubiera sido enfrentarse a las inclemencias de la Naturaleza pues, aunque severa e implacable, no se imaginan hasta que punto, no tiene la maldad de los seres dotados de cierta inteligencia.- Dijo tocándose la sien un par de veces con la mano. Se refería a los seres humanos y a los no humanos, claro.- Así es señores. Como ya sabrán por las noticias de inicio de nuestra expedición, nos vimos afectados por multitud de sabotajes.  Este problema se acrecentó al llegar a la Antártida, debido a las peculiares condiciones climatológicas y la interacción con las otras expediciones, entre las que se encontraban la Lexington y la Barsmeier Falken.- Dejaba así la idea de que las muertes habían sido causa de saboteadores y que no sólo salían de su grupo. Eso sí que interesaría a las publicaciones, ávidas de sensacionalismo. Algunos hasta podrían imaginarse que de rencillas entre las distintas expediciones.- Ruego por tanto que tengan paciencia y que cualquier aclaración sobre estos asuntos la dirijan a mi persona, como jefa de prensa de la Expedición Starkweather-Moore. Hasta que el Sr. Moore se recupere estaré al mando de la expedición.- Una mujer, sí.- Les aseguro que la espera merecerá la pena. Ni se imaginan los descubrimientos realizados, el material que lo acredita, las nuevas incógnitas que se nos abren. El Continente Helado es un auténtico desconocido para el hombre, aún virgen en su mayor parte, plagado de misterios. Aquellos que se dejaron la vida allí pasarán a la historia como hombres y mujeres valientes anticipados a su tiempo y que abrieron camino a los demás. Aunque no estén su recuerdo quedará imborrable en nuestra memoria. Muchas gracias Señores por su atención. 

Menez se dio cuenta de que estaba en ventaja. Tirar de la manta habría sido, como mucho, incómodo. Eran verdades demasiado increíbles como para decirlas así, a bote pronto, y no se sentía demasiado capacitada como para darle un aire de verosimilitud adecuado... todavía, al menos. Irónicamente, se encontraba más cómoda eludiendo el meollo, y el mensaje subconsciente que se derivaba de aquello caló en la multitud, que tragó una tras otras sus vaguedades. Aprendió (otra vez, acaso) que las personas no desean necesariamente conocer la realidad, mientras esta no empuñe un arma y amenace su vida de manera inminente.

Aquí iba a hacer falta alguien con mucha labia. No se trataba tanto de aportar pruebas como de convencer al público. Las pruebas podían ser puestas en duda, sobre todo si el científico que las examinaba se veía amenazado, presionado por la sociedad, para no creerlas. Un asunto delicado.

La locución de Menez fue estupendamente. No solo habló ella, por supuesto pero, a toro pasado, resultó ser el plato fuerte de aquella despedida.

A popa del Gabrielle quedaron las costas de Nueva Zelanda y, de nuevo, se abrió un periodo de calma, de trabajo tranquilo, de navegar por mares transparentes y cielos límpidos.

Digna de mencionar fue la parada en la Isla de Pascua, donde se hicieron algunas reparaciones menores. Hubo tiempo de hacer un pequeño viaje por la isla para ver las famosas esculturas.

La ceremonia del paso del ecuador, que algunos de los Dementes no habían celebrado, fue muy moderada. Ninguna broma más allá de algunos disfraces estrafalarios e inocentes. Cuando decimos inocentes es así: nada de seres escamosos como guardianes de Neptuno.

Apenas se llegaron a avistar las costas de Perú, días después, y ya se encaminó la singladura hacia el Canal de Panamá donde esperaban Moore, Charlene y el muy trastornado Chester.

El reencuentro fue muy emotivo. Moore parecía bastante recuperado, y pronto se encerró con Menez a repasar todo el trabajo que había hecho. Charlene acompañaba a un Chester que estaba muy cambiado: parecía un viejo. El pelo blanco, delgado, en silla de ruedas. Estaba muy tranquilo. Demasiado tranquilo. Ya no se relacionaba con el mundo.

Menez (y ahora Moore también, pero él dejaba buena parte de las relaciones públicas a la periodista) se hartó de repetir las mismas palabras a los periodistas. Las preguntas iban siendo cada vez más apremiantes. Aquí, en Panamá, ambos recibieron a una delegación del gobierno británico.

Sir John Balfour recibió a Moore y a Menez en la embajada británica. Una gran recepción, por supuesto, un elegante convite, ciertamente. Una invitación a una ceremonia funeral (rito anglicano) por los fallecidos súbditos del Rey, uno de ellos par del reino.

Lo que ya parecía algo más complicado era la entrevista posterior. El embajador estaba tras su elegante (e inmenso) escritorio. Obras de arte de buen gusto y objetos bellos, deliciosos, rodeaban por todas partes a Menez y a Moore. Panamá era un punto fuerte, muy fuerte, para cualquier nación del mundo. Aquí la representación británica era muy poderosa y nutrida, y no parecía cualquier idiota la persona con la que se encontraban.

Hacía, cómo no, mucho calor, pero había a mano bebidas frías, y el edificio de la embajada era antiguo y fresco.

Muy bien, señor Moore, señorita Menez. Les escucho. Tras los cumplidos, había llegado el momento fetén de la jornada.

Menez miró a Moore esperando su aprobación para intervenir.

- ¿Qué quiere que le cuente, Sr. Balfour?¿La versión "oficial" o la verdad? Porque no me va a creer y la oficial ya la sabe.- Quería poner sobre aviso al embajador para que no la echaran de allí de malas maneras cual loca desquiciada.

Sir John puso, por un momento, una cara que decía: "lo sabía, me temía algo así".

Calló con una mirada a Moore, que se había puesto algo pálido.

La verdad, por favor.

- Que no digan que no se lo advertí.-Con esas palabras inició Menez su relato de ko acontecido. Se guardó muchas cosas pues no era plan de entrar en detalles y se centro en lo que creía interesaria más al gobierno británico: la muerte de Sir Anthony Sutton y Rompehuevos. Básicamente mentó a los carambolos como unos especñimines en letargo a los que las sucesivas expediciones habían despertado. Habló de la ciudad tras la montaña y de los sabotajes que habían. sufrido y cómo habian descubierto que era una conspiración de Danfoth,También relató que habian encontrado a desaparecido de la anterior expedicion lo que daba mñas veracidad a su relato.- Tenemos muchas pruebas de todo lo que le cuento, no me mire así.- Ya de paso relató todo lo que sabía acerca de la expedición alemana y las sombras que se cernian sobre ella.

Moore, resignado, confirmó con su actitud el relato de Menez. Aclaró algunos datos científicos y, en general, salpicó con asentimientos las partes más conocidas por él. En cuanto a aquellos lugares donde no había estado, no mostró su disconformidad, aunque se permitió el permanecer inmutable y frío. Tras acabar Menez él mismo relató los sucesos ocurridos cuando Menez y los otros habían ido a la torre en busca de Starkweather.

Tenemos, sobre todo, numerosos testimonios, fotografías y, lo más importante, algunos especímenes que estaban demasiado heridos para despertar... que murieron hace millones de años, pero a los que el frío ha conservado mejor de lo que me gustaría.

Sir John se había quedado de piedra mientras le eran relatados todos los acontecimientos.

El relato de Menez, al principio, provocó consternación, pero se notaba que eran más bien profundas dudas sobre la cordura de la periodista. El tono frío y soso de Moore marcó un cambio en su actitud: alarma unida a la consternación. Sin embargo esta sensación de alarma ya no parecía enfocada en la posible falta de cordura de sus interlocutores. Dejó translucir una preocupación real por la gota de verdad que pudieran encerrar todas aquellas locuras.

Se sirvió un wisky y ofreció uno a Menez y a Moore. Tras paladearlo y reflexionar, se hizo repetir las partes más importantes del relato y las anotó en una rápida notación taquigráfica.

Les agradecería que mostraran a uno de mis colaboradores algunas de esas pruebas, señores.

No antes de contar con su colega, el embajador de mi país, sir Balfour, espero que lo comprenda. Entienda también que le hemos dado una versión de los hechos verídica que será, por el momento, ocultada a los grandes medios.

Lo comprendo, pero comprenda usted, y espero que me perdone, que si no tengo la oportunidad de comprobar, a través de mis asistentes, la veracidad de su relato, me veré obligado a poner dificultades a que el Gabrielle abandone Panamá.

El tono seguía siendo cálido y amigable. Tomaba su copa mientras hablaba, como si todos en la sala fueran amigos entrañables, pero la mirada dejaba ver que no se iba a andar con bromas.