A las 6 de la mañana todo el mundo fue puesto en pie sin contemplaciones. Nadie había dormido bien. Todos tenían ojeras, rostros cansados, pieles macilentas. Orgelfinger estaba bastante afectado. Se apretaba la cabeza con las manos y no deseaba hablar con nadie. La sorpresa, al salir de las tiendas, fue ver que el Belle ya estaba en sus últimas fases de calentamiento. Todo el grupo de Acacia, acompañado de unos cuantos alemanes rodeaba el avión, mientras los que iban a viajar subían poco a poco.
Starkweather estaba furioso. Discutía con Halperin y DeWitt, que se habían empeñado en revisar otra vez el oxígeno.
¡Los que estamos a los mandos necesitamos bombonas que no apesten! Decía Halperin en tono histérico. Tenía al capitán agarrado por la pechera con una mano mientras señalaba las bombonas desempacadas con la otra. Starkweahter parecía en un tris de soltarle un puñetazo.
La temperatura era de -26 grados. Aparentemente cómodo, si se leía en el termómetro. Sin embargo el viento había aumentado hasta alcanzar una media de 25 kilómetros por hora, lo que significaba una sensación térmica mucho más dura. Los cálculos tras la corrección arrojaban una temperatura subjetiva de -45 grados, eso hacía que los hombres se movieran despacio. Muy despacio.
Moore, por una vez, parecía desentenderse de la situación. Murmuraba para si, reordenando las cosas en su petate. Las sacaba. Añadía algunos artículos, sacaba otros. Cambiaba de idea y volvía a comenzar.
Acacia parecía estar ganando la carrera.
Tirada oculta
Motivo: cordura Pickwell
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 92 (Fracaso)
Tirada oculta
Motivo: cordura Pickwell
Tirada: 1d6
Resultado: 3
Todos habéis vuelto a sufrir pesadillas esta noche.
Pickwell, tres puntos de cordura por la lectura del texto.
Siendo copiloto la noche anterior a la partida la dedique a asegurar la carga comprobando la correcta estibacion, repartiendo los pesos en el mejor lugar para equilibrar el punto de gravedad del avion. Estando la mayor parte del tiempo solo dentro del avion me permitio hacer una pequeña "trampa" en la cabina escondi una caja de municion del 0.45 y un paquete de pennicam que escamotee de la despensa, y una segunda caja de 0.45 y otra de cartuchos de escopeta que escondi en el fuselage donde iria la carga y el pasaje.
De esta forma me aseguro que no nos falte municion, y estos 5 kilos el avion ni los nota. Otra cosa que añadi a ambos aviones fue un par de rollos de cinta americana para tapar remaches en caso de necesidad.
El resto de la noche me dedique a improvisar un lanzallamas en miniatura usando una de las aceiteras del avion llenandola con keroseno, era muy sencilla pero como pude ver en el exterior al ponerle un zippo delante y apretar el gatillo soltaba una llama que llegaba a los 2 metros.
Tirada oculta
Motivo: mecanica
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 49 (Exito)
Ya los he descontado, pero estoy falto de cordura, que estoy a la mitad... necesito masss
tiro mecanica por lo del lanzallamas, ya me diras como a ido.
Un saludo
Ojo, que la munición es de plomo. Son cinco kilos por cada paquete. Mmmh, en cuanto a la cinta americana, creo que todavía no se ha inventado. Estuve mirando, de hecho, porque lo pensé. Si me das documentación al respecto, lo permitiré, si no, me temo que todavía no existe.
Si que existe el papel de celo, pero no es el mismo producto, por mucho que se parezca.
Lo del lanzallamas, vale. Pero el tiempo que has gastado cambiando las boquillas (no tiene la misma densidad el aceite que el keroseno) te ha llevado tiempo, por que las tienes que improvisar y estarás muy cansado al día siguiente: -10% a todo lo que hagas. Si ves que te compensa, me lo dices y tiramos con tu lanzallamas.
Chester no estaba dispuesto a meterse a mediar entre Starkweather y quienquiera que fuera el objetivo de su ira. Había dormido poco y mal, se sentía con ánimo gruñón y le importaba un pimiento quién llegara antes.
Lo importante - y parece que nadie se da cuenta de esto - no es llegar el primero, sino regresar de una pieza.
Con metódica calma, a imagen y semejanza de Moore, Chester se aseguraba de que sus cámaras estuvieran debidamente empaquetadas y colocadas en un lugar seguro en el avión. Dejó una de las más pequeñas a mano, por si acaso pasaba algo interesante durante el viaje en avión.
Bah, ¿a quién quería engañar? Estaba casi seguro que pasaría algo interesante, lo que en aquel grupo solía ser sinónimo de peligroso.
Al final, no pudo contenerse e intentó que Starkweather dejara en paz al pobre Halperin.
Señor Starkweather... si algo no nos conviene ahora mismo, es partir de misión con un piloto con el brazo roto, ¿no le parece? Calmémonos todos, estoy seguro de que Halperin, igual que el resto de nosotros, se ha esforzado hasta el límite de lo humanamente exigible, e incluso un poco más.
No es que Chester tuviera muchas esperanzas de calmar a Starkweather, pero le sabía mal por el pobre piloto, que seguramente solo estaba haciendo su trabajo lo mejor que podía.
Tirada oculta
Motivo: Persuasión
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 9 (Exito)
Con la cabeza abotargada por haber dormido mal, de nuevo con pesadillas, Menez hizo su petate rápidamente y se dispuso a organizar su mente que también lo necesitaba.
- Vaya nochecita de sueños.- Le espetó a Pooster.- Tengo ganas de partir sólo por saber si lo que leímos es cierto.- Lanzó una mirada cargada de desdén hacia Starkweather que de nuevo daba un lamentable espectáculo.¿Cómo alguien podía soportar a aquel hombre? Cuanto más conocía a Nandan y lo observaba menos se le parecía al padre.
Se sabe quién es la madre pero el padre...
Quizá en beneficio de James se podría decir que parecía haber dormido mal, al igual que todo el mundo, y que antes de aquello se había tirado una jartá de tiempo igualmente ojiplático. Pero, por otro lado, nadie le había obligado a subir al monte Nansen, e igualmente cansado estaba todo el mundo.
Sería con las narices rotas, contestó a las bienintencionadas palabras de Chester. Alzó el puño. Halperin comenzó a girar, intentando desequilibrarle. Podría haber terminado en batalla, pero en el último segundo Starkweather tomó aire y cejó en su empeño.
Mientras Halperin volvía a manosear las botellas de oxígeno, probando todas y poniéndose positivamente pálido con la peste que soltaban, Starkweather se volvió al lugar donde sus rivales, en perfecto orden, subían al Belle.
Dense prisa. Maldita mujer, maldita, mil veces.
Era claro que, como los alemanes tenían justo el horario contrario, habían estado aprovechando el tiempo, mientras los demás pasaban su periodo de descanso. Todo estaba perfecto. El Belle encendió sus motores con éxito, a la primera intentona. El poderoso sonido de la máquina presidió los apresurados preparativos para calentar los Boeing. El Belle comenzó el despegue.
¿Se debería haber arriesgado la expedición a tener un piloto vomitando sobre los mandos en pleno vuelo, con un copiloto incapaz de sustituirle? En todo caso, el hecho de tener que volver a estibar las botellas, una vez seleccionadas las cuatro o cinco que no apestaban tanto, marcó la diferencia. Y lo hizo porque los sistemas de calentamiento ideados por Miles realmente funcionaban a las mil maravillas y no hubieran sido problema alguno. Las revisiones mecánicas ya habían sido realizadas y lo que debería haber durado más de una hora se pudo hacer en menos de veinte minutos: los motores estuvieron listos para ser arrancados sin apenas deformación de las carcasas ni crujidos de los remaches.
Ya estaban retiradas las mantas que aislaban los motores, y estos estaban en marcha cuando aun se estaba acomodando la última bombona. El equilibrio dentro del Boeing debía ser perfecto. Los aviones pisaban los calzos de las ruedas como si estuvieran impacientes. Las hélices movían el aire alrededor, creando turbulencias de iridiscente polvo de nieve.
El cielo, en dirección a la costa, estaba encapotado: era de un gris plomizo. Ahí el paisaje era difuso e indistinto. La línea de la borrasca estaba claramente definida: la otra mitad del cielo lucía con un puro azul oscuro solamente interrumpido por acuarelas del más puro gris perla que formaban las nubes de las capas superiores de la atmósfera. El sol coronaba las Montañas de la Locura como una joya. Estas eran un muro de sombras, la muralla que había que cruzar.
Los exploradores subieron a los aviones abrigados como para una travesía a pie. Ahora pasaban calor, pero pronto no sería así. El Enderby y el Weddell despegaron. A medida que iban tomando altura las montañas se veían imponentes desde las ventanillas. Era difícil hablar con el sonido de los motores y del viento, pero tampoco había mucho que decir. Todos miraban por las ventanas hacia el horizonte quebrado, preguntándose qué habría más allá.
Tripulantes de los aviones:
Enderby:
Halperin, Pickwell, Whitston, Moore, Field, Hirsch, Sutton.
Weddell:
DeWitt, Miles, Menez, Nandan, Starkweahter, Sikes, Pooster.
Entre las limitaciones que le imponían los grilletes, y la rigidez proveniente de haber permanecido durante tantas horas inmóvil, Peabody nada pudo hacer para evitar la caida de ella, ni para esquivar el contenido del orinal, aunque esto último no pareció importarle en absoluto.
Maggie..., oh, Maggie - acertó a decir Alex, con la infinita dulzura del que está perdidamente enamorado - Estás..., estás agotada. Ven, permítime que te ayude. Vas a tumbarte. Necesitas descansar... - mientras le hablaba con tanto cariño, se las arregló para tratar de ayudarla a incorporarse lo justo para que pudiera tumbarse en el minúsculo camastro. O´Connel pareció querer protestar, pero le faltó voluntad y energía, y se dejó guiar - Yo te cuidaré - dijo, sin proponérselo - Te cuidaré siempre... - añadió, mientras la acomodaba con infinita delicadeza. Por el rostro de O´Connel pasó alguna emoción al escuchar estas palabras que Alex no supo, o no se atrevió, a interpretar. Ella cerró los ojos y se durmió casi inmediatamente.
Estaba preciosa, tanto que él sintió el deseo imperioso de besarla con pasión, impulso que refrenó con dificultad. Pensó en llamar a alguien, pedir ayuda, pero no quería que nadie la viera así. Como pudo, empujó con las piernas la escopeta hasta que quedó bajo la silla que ella ocupaba, como si la hubiera dejado allí a propósito, lejos de su alcance. Luego, tras asegurarse de que no iba a despertarse, recordó su imperiosa necesidad de orinar, para lo que aprovechó el charco, ya congelado, producto del accidente. No había espacio en el camastro para los dos, por descontado, así que Alex se apoyó incómodamente en una esquina, sin dejar de contemplarla embelesado ni un momento, pendiente de cada respiración, de cada suspiro, de cada gesto de su cara...
Los temores de Nandan se confirmaron por la mañana. Pese a que se había ido a la cama después de hablar con su padre, temprano y reconfortado, no había conseguido pegar ojo. Ahora, con la extraña luz de aquella parte del mundo en la que estaban, que le molestaba en los ojos, se daba cuenta que el motivo de no haber descansado no eran los nervios por el viaje sino las mismas pesadillas que le acosaban desde casi abandonar el amparo del S.S. Gabrielle. Volvían una y otra vez y afectaban a su forma de ver el día. No era él único, parecía, con problemas de descanso.
Su padre estaba tenso, y con razón. Como el chico había predicho, los alemanes parecían ir delante en todo. El muchacho entendía el carácter competitivo de Starkweather y si algo había heredado de él era ese afán de llegar el primero a saberlo todo. Cuando Chester había tratado de separar a James y Halperin, Nandan estaba cerca de los tres y fue el que llamó la atención de su padre hacia el grupo de Acacia, esperando que una dificultad común les hiciese a todos cooperar. Padre e hijo se miraron con determinación; el principal problema en aquella expedición eran sus propias tribulaciones, que dificultaban todo el proceso. Con gestos amables, el hijo tiró del padre hacia el Weddell y para cuando comprobaron las bombonas, ambos estaban sentados en sus respectivas posiciones con los cinturones abrochados.
Comenzaba un viaje hacia lo desconocido. Un viaje que cambiaría las vidas de los que lo iban a realizar... si es que no habían dado un vuelco ya desde que habían llegado a aquel lugar del mundo vacío de todo salvo temor a lo desconocido.
Maggie durmió sin rubor y a pierna suelta durante un rato, aturdida por el alcohol, el golpe y el calorcito que hacía en el lecho. El momento mágico pasó. Sobre todo cuando, extrañado porque no le pedían el relevo, Nils se acercó a la tienda. Al entrar, miró significativamente a Peabody, sin decir palabra, como era su costumbre. Era imposible saber (no sin conocerle, podría suponerse) qué pensaba de la situación. Se limitó a despertar a Maggie, que miró sorprendida a Peabody, balbuceando algo incomprensible. Luego, Nils le ayudó a ponerse ropa seca y quedó él de guardia.
Con la esperanza, y a la vez el terror, de que en la mente de su O´Connel permaneciera de alguna manera el recuerdo de su declaración de amor, Peabody saludo con frialdad pero cortesmente a Nils y agradeció después de tantas horas de incomodidad poder volver al camastro, que aún conservaba - o eso le parecía a él - el calor del cuerpo de Maggie. Se durmió enseguida, y naturalmente, soñó con ella dormida plácidamente en aquel mismo colchón.