Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: BAJO TRUNAU: LA TUMBA DE USKROTH:

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MENOS DE UNA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

Mientras los humanoides del grupo comienzan a hablar y a moverse por uno de los túneles que tienen delante, Peludo no separa su vista de las ratas quemadas. Le parece extraño que nadie haya revisado qué hay ahí o si podría haber algo que fuese útil para ellos, algo que les ayudase, considerando que muchos del grupo ya están al límite.

"Supongo que puedo revisar yo."

Sin separar la vista del objetivo, maúlla:

 - "Miau. Miau." (Veré si el cuerpo tiene algo útil. Los alcanzo de inmediato.)

Sin dudarlo, de un salto baja del hombro de su amigo y se dirige a donde está el cuerpo, olfateando y mirando a ver si hubiese algún objeto que pudiese ayudar al grupo más de lo que ayudó al desgraciado de su dueño anterior.

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MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MENOS DE UNA HORA DESPUÉS DEL OCASO.

El incesante goteo del agua ocultaba otros sonidos de la galería, y Dagfinnr se concentraba en avanzar con cuidado con el resto del grupo. Habían acabado con el enjambre de ratas sin problemas, pero el vikingo era consciente de que muchos, entre los que se incluía, estaban al límite de sus fuerzas y de su aguante. Cualquier encuentro medianamente serio les podía poner en un grave aprieto.

No pronunció palabra mientras caminaba, espada y escudo en mano. El brillo de la luz que proyectaba su escudo les facilitaba el paso a los que le rodeaban, y llevó cuidado en no acercarse demasiado a los que avanzaban sigilosamente en la vanguardia.

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Parpadeó. No porque necesitara limpiar sus ojos. Ni por sueño. Simplemente fue como si algo volviera a ponerse en marcha. Miró en derredor, confuso, asustado, sin reconocer el paisaje, sin saber siquiera cómo había llegado allí o qué podía haber ocurrido.

Estaba sobre una pasarela de piedra entre dos pequeños estanques y ante él, todo un grupo de individuos de diferentes razas, edades y colores. Sintiéndose débil, clavó una rodilla en el suelo. Algo no iba bien. Siempre había sospechado que podía ocurrir. Su germinación y crecimiento no habían sido especialmente propicios. Sus lagunas de memoria eran quizá lo más evidente y había tenido la esperanza de que aquellos fueran todos los males que le aquejaran en aquella vida. Pero no, algo más subyacía en su cuerpo y especialmente en su mente. Cerró los ojos y evaluó su propio funcionamiento. Los procesos fotosintéticos estaban desequilibrados y habían determinado un elevado grado de toxicidad en su savia. Y aquello no debía haber ocurrido. Quizá era lo que había llevado a su cerebro a un apagón sináptico del cual había despertado más por suerte que por otra razón.

Se concentró, reorganizando sus sistemas y extendió unas raicillas hacia la cercana agua para absorber la necesaria humedad que purificase su riego de savia. Casi de forma inmediata notó la mejoría. Entre otras muchas cosas, estaba deshidratado. Recordó entonces el fuego y las llamas, el pesado calor, la evaporación. Volvió a mirar a la muchedumbre ante él, y sus rostros fueron cobrando identidad y nombre, hasta que uno consiguió sacar de su boca una sola y ronca palabra.

-Monique.

Se puso en pie y comenzó a caminar hacia ella. Necesitaba su cercanía y proximidad. Necesitaba hablar. Necesitaba saber.

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Peludo maulló y Win comprendió, asintiendo con la cabeza. El felino, de un salto, bajó de su hombro y se acercó al orco medio devorado, husmeando y buscando pertenencias.

Repentinamente el errático Tronquito pareció a comportarse de una manera más estable y normal. Los últimos minutos se quedaba bloqueado, como si fuera a echar raíces, o corría presa de una extraña furia en busca de oponentes a los cuales convertir en guano y alimentarse de ellos. Pero por fin comenzó a balbucear y emitir palabras conexas. Volvía en sí. Desconocía si estaba pasando por algún proceso vegetal, maldita fuera la suerte al ser en mitad de una contienda, pero ya parecía que retornaba lentamente a la normalidad. El ciego suspiró y asintió.

- Bienvenido - dijo al arbóreo. En ese momento percibió cómo los que estaban en cabeza de la marcha, Will y Piero, se encogían y comenzaban a caminar despacito, entendiendo que pretendían ser sigilosos. Complicado con toda la marabunta ruidosa que les seguía muy de cerca -. Quizás deberíamos darles un poco de margen y caminar con algo de cuidado - opinó para el resto. Por otro lado, caminar un poco más lento, permitiría dar tiempo a Peludo a buscar algo en los despojos del orco y a Garinya a curar con la varita de sanación y poder avanzar a la vez.

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En número incontable las amenazas seguían apareciendo y, una tras otra, ellos debían enfrentarlas. Hacía tiempo ya que Ekaterina se había dejado de preguntar si acabarían en algún momento.

Hastiada, exhausta, la muchacha recogió sus garras cuando los agudos chillidos de las agonizantes ratas empezaron a ser acallados por el crepitar de las llamas. La cambiaformas alzó la vista y la dirigió a uno de los pasillos de aquella cueva ignota, a aquel por el que el arquero ya se adentraba hacia lo desconocido.

Avanzó con cautela, atenta y alerta a lo que fuera terminara apareciendo, porque lo terminaría haciendo. Allí había algo más que unas ratas, algo que esperaba que no fuera peor que el gigante al que ya se habían enfrentado.

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-Gracias... -titubeó pero el nombre le asaltó como un rayo en mitad de la tormenta de su confusión-, Win. No sé qué me ha ocurrido. Todo está como envuelto por la niebla. Algo en mi cuerpo no funciona bien. Supongo que irá mejorando. ¿A qué nos estamos enfrentando? ¿Qué buscamos?

Miró en derredor, tratando de averiguar en qué lugar estaban, lugar al que había llegado sin ser consciente siquiera de ello. Todo aquel sinsentido le asustaba y los pétalos que conformaban las expresiones de su rostro, bailaban alocados tratando de reflejar sus emociones. Y entonces, sus sentidos parecieron enloquecer y el miedo inicial se transformó en algo similar al pánico. No veía ni oía nada, pero tuvo la suficiente cordura para no echar a correr despavorido en cualquier dirección.

Por contra, se mantuvo absolutamente quieto, casi petrificado.

-Win. No veo nada. Me he quedado ciego como tú. Pero tampoco oigo -dijo en un susurro, tendiendo despacio una mano en la dirección en la que el clérigo se hallaba por última vez.

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Entonces lo sintió. Todo de golpe. Por un lado Tronquito, el más avanzado de todos, que pareciendo recuperarse de su actuar errático pretendió volver a un puesto más atrasado... y volvió a quedarse tieso, estirando su brazo-rama hacia él. Al menos fue capaz de explicar el por qué.

Por Iomedae. Está indefenso, pensó el ciego que se apresuró en avanzar hacia el arbóreo. Y es que, algo más adelante, Win notó presencias. Su diosa le avisaba que ocultas entre la oscuridad y cavidades de las cavernas, había unos seres acechando. Escondidos, espiándoles y probablemente hostiles.

- Hay algo ahí delante. Diversas presencias que nos aguardan, agazapadas y a la espera - advirtió el iomedano a sus compañeros mientras trató de avanzar hasta la posición de Tronquito, en detrimento de Will y Piero de ir ocultos. La situación cambiaba y las prioridades también.

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La inmensidad de la caverna pilló a Momo por sorpresa. A los gnomos no le disgustaban las grutas pero aquello le parecía surrealista. Boquiabierta y anonadada seguía al grupo liderado esta vez por Willbur, quien había tomado la iniciativa y la delantera. Era normal que Momo, con sus cortas piernas se quedara atrás. Entre los restos carbonizados de las ratas vio husmear a su marido, Peludo, el gato de Win. ¿Acaso lo que se comían las ratas podía ser otro habitante de Trunau al que llorar? Ya no sabia si le quedaban lágrimas.

- A-ahora vvvengo.- Dijo al pasar junto a Tronquito, que parecía incómodo, quizá asustando por las tremendas llamas que los fuegos de alquimista, lanzados al unísono, habían provocado.

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Una rápida mirada al cadáver al cuerpo de aquel orco devorado por las ratas fue suficiente para encontrar en él un par de frascos de pociones. Peludo no sabe demasiado de pociones pero cree que son de las de sanación que han encontrado en otros cadáveres, por lo que son muy útiles para el grupo.

 - "¡Miau!" (¡Aquí hay un par de pociones!)

Lamentablemente uno de ellos está roto y no parece quedarle mucho contenido:

"Si lo dejo ahí, probablemente se termine de perder. Quizás, si lo bebo yo ahora mismo, no se pierda completamente."

El gato se acerca y comienza a lamer rápidamente el contenido del frasco abierto, teniendo cuidado de no cortarse con el cristal y sin poder dejar de pensar en que quizás le haga mal aquel brebaje que ni siquiera comprobó lo que era.

Pero por suerte para él, era una poción de sanación y consigue aliviar en parte sus dolencias. No es mucho pero sí suficiente para que sus energías queden renovadas para poder continuar con la lucha.

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Fuera la voz de Monique o las explicaciones del clérigo, el ghoran se sintió más reconfortado y tranquilo. Y aquellas nuevas sensaciones le condujeron a ser dueño nuevamente de sus sentidos. No estaba ciego ni sordo. Era simplemente su estado de nerviosismo y no un mal funcionamiento de su organismo que, efectivamente, había dado señales de un mal estado, esperaba que transitorio.

Era cierto que la oscuridad reinaba por doquier, pero no era tanta como para no ver absolutamente nada. Aun así, pese a escudriñar en la densa negrura hacia la que señalaba Win, nada alcanzó a ver ni oír. No obstante, confiaba en el contenido de sus palabras y en ningún momento dudó de lo que decía.

-Quizá pueda ayudar en ese sentido.

El murmullo pudo ser oído solo por los más cercanos que alcanzaron a ver igualmente cómo sus luciérnagas comenzaban a moverse.

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El vikingo ocupó una posición defensiva al lado de Tronquito, y agarró su espada y el escudo que brillaba con una luz mágica. -Algo nos aguarda en esta caverna, sentenció para confirmar lo que era evidente para todos ya. En cualquier momento, iban a tener que luchar por sus vidas una vez más. Los enemigos no cesaban, y ellos estaban cada vez más débiles. Pero ninguno de ellos retrocedía. A cada uno le empujaba algo diferente a seguir adelante. Ya sea la protección de Trunau, un odio visceral, una fe inquebrantable u otro motivo, todos allí presentes iban a arriesgar su vida una y otra vez para seguir luchando hasta el final.

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El seguidor de Asmodeus avanzaba con cautela por el interior de la cueva mirando a su alrededor, podía fijarse como sus compañeros continuaban avanzando, algunos de ellos avanzaban con más celeridad pero sin emitir ningún tipo de ruido, sumándose en un sigilo absoluto que hasta al propio cruzado les costaba seguirles y eso que él veía en la oscuridad, pero aquellos que decidieron mantenerse ocultos se camuflaban con la oscuridad ahogando sus sonidos con el resto de ruidos naturales que había en la cueva.

<< "No sé qué clase de peligros nos encontraremos aquí dentro, pero debemos de erradicar a esos pieles y verdes y toda amenaza viviente hacia Trunau." >>

Escuchó las palabras del ciego seguidor de Iomedae y Haluk Molok se mantuvo a la espera que sus compañeros avanzaran y así él pudiera retrasarse un poco, en aquel lugar Haluk era muy ruidoso por la armadura que portaba y mantenerse en sigilo era muy difícil, aparte que quedaría muy atrasado y no podría prestar ayuda en un posible combate.

Quedándose algo rezagado continuó su avance paso a paso y  mirando su alrededor para ver si percibía alguna actividad sospechosa por parte de sus enemigos, pero no había nada extraño, tal vez lo más raro era la tranquilidad que irradiaba aquel lugar, las palabras de Win afirmaban aquellas sensaciones del hobgoblin. 

<< "Esto no ha terminado…" >>  

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A medida que los héroes avanzan por las cuevas en la oscuridad, es cada vez más perceptible la presencia de otras criaturas en los angostos túneles.

Como surgidas de la nada, dos extrañas aves del tamaño de grandes halcones, casi de un metro de altura, pero más parecidas visualmente a cigüeñas de seis patas, se abalanzan sobre el hobgoblin y le picotean salvajemente.

Una flecha vuela en la oscuridad impactando contra una de las criaturas, y retrasando su avance, aunque no parece gravemente herida.

Más de cerca, el aspecto de estas aves resulta amedrentador. No solo por su mirada asesina o sus plumajes revueltos, sino porque las seis patas zancudas acaban en unas extrañas y afiladas garras.

Los chillidos de las criaturas resuenan con eco en los túneles mezclados con los gruñidos de Haluk Molok y el comienzo del combate.

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El angosto espacio no le gustaba, le hacía sentirse oprimido y agobiado, casi prefería seguir combatiendo contra apestosas ratas. Por pura y simple precaución decidió sacar su ballesta y mantenerla cargada, confiaba en sus compañeros y sus capacidades pero más confiaba en meterle un virote entre ceja y ceja a cualquier bestia hostil que se presentara con malas intenciones.

Siguiendo esa premisa y basando sus actos también en que si no era visto, no podrían atacarle planificó moverse con todo el sigilo que era capaz de reunir. Ser sigiloso era algo que se le daba bien así que no le costó mucho pasar desapercibido y tratar de no llamar la atención. Sin embargo y para su sorpresa los enemigos aparecieron de golpe. Unos enormes y violentos pájaros se lanzaron a atacar al hobgoblin de Asmodeus con una furia inusitada. Ertiznao resopló tranquilo y trató de buscar una posición óptima desde la que plantear su ataque.

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El hobgoblin seguidor de Asmodeus fue avanzándose al grupo aprovechando que sus compañeros seguían en sigilo quiso ser el objetivo para que los enemigos salieran de entre las sombras y fueran blanco fácil para los otros aventureros.

Todo fue por sorpresa, pudo escuchar el graznido de esos seres y en ese mismo instante estaba rodeado de dos bestias que le atacaron, sintió los picotazos y los golpes en su vientre y mano.

El grito  de dolor resonó en la cueva a la vez que sujetaba con firmeza la maza y el escudo dispuesto a aguantar las embestidas de esos animales.

- “¡Agggghhhh!” –

Haluk pudo ver esos plumajes delante suyo y sus ojos se encendieron en un brillo de odio y enfado – “¡Moriréis bestias inmundas! ¡Por Asmodeus!” –

En ese momento se lanzó al ataque sin mirar atrás, su maza arma predilecta del culto que profetiza se alzó en la oscuridad de la cueva dispuesta a aplastar la vida de aquellos seres con los que se encontraba. Mientras la atención de las aves estaba fija en el cruzado, él esperaba que sus compañeros atacaran a esos despojos de vida desde las sombras.

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Habiendo terminado de beber aquel vial de poción roto, Peludo siente como gran parte de sus heridas desaparecen y su ánimo crece en gran medida. Sus músculos se tensan y su cola se levanta con fuerza, demostrando que está listo para la batalla. Se gira, listo para continuar con la exploración de aquella tumba, cuando escucha las advertencia de Win.

"Estamos siendo acechados."

El gato se agazapa y sus pasos comienzan a ser silenciosos como si no tuviera peso alguno, por lo que comienza a caminar furtivamente, como si de una sombra se tratase, en dirección a su amigo, para poder enfrentar aquel peligro que les observa desde las tinieblas de aquel lugar.

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Envuelta en la oscuridad de las cavernas, valiéndose de la suerte de poder ver allí donde otros no podían, Ekaterina siguió hacia delante. Lo hizo agazapada y cuidadosa, valiéndose de manos y piernas para avanzar sin hacer apenas un solo ruido. Su forma de moverse, para aquel que pudiera verla, la hacía parecer un grácil felino, un experimentado depredador en busca de una presa ignorante del peligro que corría su vida.

A su alrededor escuchaba a sus compañeros que o no podían o no querían ser igual de silenciosos. Seguían caminando entre cuchicheos que en la quietud reinante se escuchaban como vozarrones.

Ekaterina les ignoró atenta como estaba a lo que pudiera aparecer adelante con la esperanza de ser ella la primera en propinar el golpe.

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Y, en efecto, tal y como el ciego indicó las presencias ocultas salieron de su escondite cayendo sobre los más adelantados. Por el ruido de los gruñidos de dolor y el tintineo metálico de la armadura, Win supo que se trataba de Haluk. Percibió a dos criaturas con muchas patas y cuerpo... extraño.

¿Aviares?, se preguntó el invidente tratando de discernir y comprender lo que sentía. Graznaban como aves, aleteaban como aves pese a no volar y daban picotazos como aves. Pueees... serán aves, concluyó el iomedano sorprendido al descubrir unos pajarracos realmente grandes que vivían en cavernas. No obstante no dudó mucho, aferrando con fuerza su mandoble y avanzando hacia las criaturas. Había que ayudar al hobgoblin e impedir que se convirtiera en la cena de aquellos seres.

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El oscuro camino seguía mientras los goteros del agua resonaba aquí y allá. Una gota, otra, haciendo que, poco a poco, surjan las impresionantes agujas de las cuevas.

Mi mente está enfocada, sin embargo. Nada hará que me desvíe de mi objetivo, proteger a mis compañeros. Así pues, cuando veo que algo se abalanza sobre Haluk, ni lo dudo: dejo a mi arco cantar. El graznido de dolor me confirman mi acierto. Dos nuevas flechas se unen a la anterior y nuestro enemigo deja de moverse.

Win o alguien que sepa mirarlo, ¿hay más presencias? digo, para luego volver a dejar que las sombras me cobijen en su oscuro abrazo.

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No fue la primera en atacar, tampoco la última. Es más, en los escasos segundos que duró aquel combate Ekaterina no hizo nada más que seguir avanzando. Su participación había sido innecesaria, y por tanto cuando vio caer a aquellas extrañas aves que sin mediar provocación alguna habían derramado sangre, se alegró de no haberse apresura desvelando su posición a los enemigos que pudieran encontrar más adelante.

Sus músculos, listos para abalanzarse contra los enemigos que habían estado vivos apenas hacía unos instantes, se relajaron ligeramente. Lo suficiente como para que la tensión no obstaculizara sus ágiles movimiento, pero no demasiado como para ser incapaz de responder ante cualquier peligro.

Luego siguió caminando en sigilo.