Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: POSADA "LA CASA ENREDADA".

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POR LA MAÑANA.

Observo a Dragos, escrutadoramente. Sus palabras son preocupantes, pero al mismo tiempo... no sé, es Dragos, lo que quiera que sea. Una cosa es que le respete, otra que me crea lo que dice.

Bien, si no os importa, me gustaría quedarme las flechas. Prometo que pronto darán su maldición a unos cuantos orcos. Aunque estaría bien saber qué son.

Por otra parte, esta armadura de cuero Tachonado me podría ir bien, si nadie más la quiere. Igual que esa daga, pues la mía se perdió en las calles de Trunau y, sin herrero, no sé cuándo conseguiré otra.

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AÑO: 4715 RA.

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MES: FARASTO.

DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POR LA MAÑANA.

La muchacha nada tenía que decir. Si Dragos decía que los objetos estaban malditos, sus razones tenía para ello, y si el resto decía que no lo estaban, tampoco debían carecer de motivos. Fuera como fuera, solo una de las opciones era cierta, y no era Ekaterina quién para meterse en una discusión sobre la que no tenía ni idea con intención de arrojar luz sobre la verdad.

Tras sentarse en una mesa vio a Cham acercarse para ofrecerle compasiva algo con lo que desayunar. Agradecida, la antigua camarera miró a la mediana esbozando una sonrisa sincera y fugaz. Un gesto que se vio obligada a repetir poco después cuando de forma inopinada el ciego se aproximó a ella.

Al principio no entendió sus razones, pero tan pronto la tocó y sintió cómo parte del cansancio y el dolor escapaba de su cuerpo como vapor, no pudo por menos que respirar aliviada.

Alzó la cabeza como si parte del peso que soportaba se hubiera esfumado y miró al hombre de hito en hito. Durante bastantes segundos no dijo nada, pero finalmente dejó escapar una palabra que hasta no hacía mucho había considerado inútil por no existir ocasión de usarla.

- Gracias.

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DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

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Tronquito, en el trajín de la recogida del botín, su traslado y llegada a la posada había permanecido silencioso. Su paseo por la aldea había bastado para ver la destrucción y la muerte que había ocasionado el ataque y aunque este finalmente había podido ser repelido e incluso podían vanagloriarse de la victoria, lo cierto es que esta había sido muy cara.

El ghoran era igualmente consciente de la turbación de Momo, asaltada por la inquietud acerca del destino de sus padres.

-Si quieres, luego iremos a buscar a tu familia, Monique. Confiemos en que estén bien y no te preocupes antes de tiempo. ¿De acuerdo?

Pero no era lo único problemático. El habitualmente silencioso y esquivo Dragos, había revolucionado el ambiente con su afirmación de una maldición. Sus sospechas quizás fueran infundadas pero lo cierto era que no tenían razones para oponerse a su afirmación. En aquel punto recordó algo. Rebuscó entre sus cosas y extrajo el tubo con la carta que había intentado leer en su momento, antes de recordar que en ninguna de sus vidas anteriores había llegado a aprender a hacerlo o de haberlo hecho, había perdido aquella capacidad.

-No sé, tal vez esto pueda arrojar algo de luz. Estaba en el cuerpo del semiorco alquimista, junto con el broche -dijo al tiempo que también lo extraía-. Dragos, dijiste si no recuerdo mal que poseía algún poder mágico. ¿Alguno de los presentes podría leer la carta? Me temo que yo no puedo hacerlo. Monique, tú seguro que sabes. ¿Procedes a revelarnos su contenido?

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DÍA: 7, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: POR LA MAÑANA.

Ante las palabras de Tronquito, relativas al padre de Momo, el campesino se remueve, inquieto, y mira a Momo, pero sin decir palabra. Ya informó durante la noche a Momo, y es ella la que debe hablar, si es que ese es su deseo.

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Win sintió cómo Ekaterina lo miraba después de recibir sanación por su parte. Le resultó curioso el percibir cómo la joven parecía masticar algo, sin soltarlo. Cómo parecía que tenía un conflicto interno. El iomedano no era un guía espiritual, sino un oráculo de la batalla, un visionario de la lucha, de la cruzada de Iomedae contra la injusticia, y por ello no castigó ni agobió a la mujer con palabras que la llevaran a la introspección ni le dedicó comentarios asertivos o amigables, considerándolos fútiles. Los actos y obras de las horas anteriores habían hablado con creces. Mentalmente le deseó que pusiera su alma en orden y volvió su atención al debate sobre los objetos y maldiciones varias. Apenas había dado un par de pasos cuando escuchó la gratitud a sus espaldas. Se detuvo en seco y girando levemente la cabeza, aunque no podía verla, le dedicó media sonrisa y un asentimiento de cabeza.

Sus pasos lo llevaron a la mesa donde se habían congregado compañeros y objetos. Mientras la discusión sobre usar o no usar los objetos, si estaban malditos o no, arreciaba, el ciego cogió la armadura mágica y se la enfundó.

Comprobemos si está maldita, pensó mientras poco a poco se la fue ajustando y con ello poniendo a prueba la hipotética maldición. Sintió cómo esta pareció deformarse suavemente para encajar como un guante en la fisionamía del invidente. Era una armadura pesada, pero a la vez robusta y que le aportó verdadera seguridad. Tuvo la certeza de que, además del metal, algo mágico envolvía a la panoplia aportando mayor defensa al usuario. Realmente no sintió nada malo en ella, excepto cierta restricción en el movimiento.

Ahora la prueba de fuego. A ver si me la puedo quitar, se dijo el joven tratando de quitársela... algo que no le resultó complicado, solo costoso en tiempo.

- No siento nada anómalo. Por el contrario me pareció muy defensiva... y he podido quitármela - dijo evidenciando el hecho y asintiendo ante el comentario de Piero. Él también tenía entendido que un objeto maldito atrapaba a su portador e impedía que este lo abandonase hasta causarle las peores calamidades. No creyó que la armadura fuera el caso. Pero a saber.

Cuando el granjero hizo comentario sobre el arco, incluyendo como posible usuario al ciego, este no pudo evitar dibujar una amplia sonrisa. Lamentablemente su percepción era limitada y un arma de ese alcance en sus manos sería un desperdicio y así lo hizo saber. Rió quedamente y negó con la cabeza cuando Tronquito mostró un libro pidiendo que alguien se lo leyera. Mejor tomárselo con humor.

Pronto, los aventureros comenzaron a repartirse el equipo y hacer peticiones sobre qué objetos deseaban adquirir si no había negativa por parte de otros. Win pensó que el martillo... al ser de una mano estaría bien en la mano de alguien que empleara un escudo. Por tanto, siendo él en mayor medida luchador a dos manos se decantó por una defensa en su armadura.

- Si nadie se opone desearía optar por la armadura mágica - dijo el joven -. ¿Hemos obtenido algún buen arma a dos manos? ¿Quizás alguna mandoble? - preguntó interesado en ello.

- En efecto. Varias armas a dos manos, de hecho. Si no he contado mal, Win, Tronquito tiene un alfanjón de dos manos de gran calidad de hierro frío, que creo es el mejor arma de ese tipo de la que disponemos. Además el mismo Tronquito dispone de un hacha doble orca de gran calidad, mientras que yo dispongo de otra que, creo, aún no ha sido debidamente identificada en cuanto a su calidad o posible encantamiento. Sí se ha determinado la gran calidad del hacha de batalla de la que dispongo. Y concretamente un mandoble grande de gran calidad se encuentra en la casa grande, aunque temo que su tamaño lo hace bastante inútil. O eso pienso.

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Momo no levantó la cabeza ante la demanda de Tronquito para no derrumbarse y sólo tendió la mano para que depositara en ella la carta. Una vez hecho esto habló.

- Mmmi pa-padre e-está mmmuerto.- Otra vez. Sus padre biológico había muerto por su culpa, por una explosión provocada por una de sus travesuras, y ahora su padre adoptivo, muerto también, en parte por su culpa, por no haber podido defender Trunau mejor. Sin más se sumergió en la lectura de la carta, algo harto difícil, no sólo por que el idioma gigante era complicado, sino porque los ojos se le llenaban de lágrimas y veía borroso.

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Dragos observó con horror como el ciego Win se ponía la armadura, y no pudo evitar retroceder un par de pasos, en previsión de una gran catástrofe... Que no sucedió. De hecho, incluso pudo quitarse la misma. Aquello dejó algo confuso al albino, aunque seguía sintiendo un prudente rechazo a todo aquello, y convencido de que había algo oscuro y opresivo en lo que habían sacado de la condenada tumba. 

-Yo no tomaré nada. Prefiero no tocarlo-replicó el albino, aún guardando algo las distancias. Fue entonces cuando llegó aquella confesión de Momo, algo quizás esperable, pero igualmente desagradable. Y sabía que era un error, pero no pudo evitar sentir lástima por la pequeña alquimista, junto con un ramalazo súbito de empatía.

-Lo lamento mucho... Sé lo duras que son estas pérdidas.

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Peludo le sonreiría a Piero por su saludo, pero no tiene la extraña combinación de músculos faciales de la que hacen gala los humanoides. En cambio, le responde por el asunto de tu granja:

 - "Miau. Miiaau." (También lamento que hayas perdido tu granja. Yo puedo cazar ratones y pájaros para ti mientras vuelven a crecer tus plantas comestibles.)

Después escucha a Dagfinnr preguntarse cómo es que sigue con vida, pero Peludo cree saber la respuesta:

 - "Miau." (Quizás tienes un antepasado gato y por eso tienes más de una vida.)

El gato se pasea por la mesa y escucha a todos los presentes en sus distintas pláticas, hasta que le llama la atención el que Win se ponga aquella armadura que antes era gigante, pues solo con tocarla se volvió de su tamaño. Peludo se pregunta si es que él la tocara, se volvería de tamaño gato. Se acerca a ella y la toca con su pequeña mano, a ver si así ocurre.

Mientras lo hace, le habla a los presentes:

 - "Miauu. Miau." (Yo quiero mi parte del botín, aunque solo lo quiero en dinero, no en objetos. Win lo guardará para cuando yo lo necesite.)

Pero entonces Momo confiesa que su padre murió, lo que hace que el gato de inmediato baje la cola, apenado. Se acerca a ella y se para en sus patas traseras para apoyar ambas delanteras en el cuerpo de la gnoma. Acto seguido, comienza a masajear suavemente, para intentar aliviar su pesar, como se hace comúnmente entre los felinos.

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Observo los objetos sobre la mesa. Creo que los objetos que no usemos pero valgan dinero, deberían repartirse lo mejor posible. ¿Alguien puede calcular cuánto hay para dividirlo entre... nos empiezo a contar a todos, para terminar en el gato. Él se merece su parte también. Entre 13.

Son embargo, lo que dice Momo le llega al corazón. Momo... Monique, yo... Lamento tu pérdida. Si puedo hacer algo, solo dilo.

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-Cuanto he traído está a disposición de quien lo necesite. Dudo que yo pudiera hacer buen uso de las armas. Si algo he aprendido de esta aventura, es que carezco de habilidades importantes. Os he visto luchar, crecer y yo... He sido más una carga que una ayuda. No soy un guerrero. De hecho, no sé qué soy -dijo algo entristecido y poniendo las armas sobre la mesa.

Y entonces llegaron las palabras de Monique. Cayeron entre ellos como una lluvia de plomo ardiente que congeló el espíritu del ghoran. Por un fugaz instante, las flores y pétalos que conformaban su cara, se agitaron y movieron caóticamente, revelando el estado de Tronquito. No podía llorar como los humanos, pero todo su ser se estremecía de dolor. Hubiera querido poder hablar, decirle que lo lamentaba, pero su voz estaba estrangulada y tampoco era lo que quería decirle. No era momento de fórmulas de cortesía.

-Monique -alcanzó a susurrar. Extendió una mano y tomó la siniestra de su amiga, cerrándose sobre ella. Finos zarcillos brotaron desde aquella mano y crecieron alrededor del antebrazo de la gnomo. Pequeños botones se formaron y abrieron, dando paso a decenas de pequeñas flores y un aroma suave los envolvió a todos, un perfume que despertaba los recuerdos del hogar, de la infancia, del amor. Olía a besos y abrazos, a tarta horneada, a mantequilla recién batida, a sábanas limpias, a café recién hecho, a cielo azul y sol. Olía a esperanza.

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Win asintió con la cabeza, agradeciendo a Piero la información y a Tronquito por depositarla al alcance. Un alfanjón de buena calidad también podía llegar a ser útil en sus manos. Percibió a Haluk investigando la armadura y esperó que él fuera capaz de ver lo que el ciego no había sido capaz de discernir. También notó a Peludo maullar diversas cosas, acercarse a la armadura y tocarla. Quizás esperando que esta encogiera a su tamaño. Win rió ante aquel hecho. No creía que la panoplia, de forma humanoide, se ajustara a un gato. Pero a saber. Entonces se hizo el silencio cuando Momo, entre lágrimas, comunicó que su padre había muerto en el ataque orco.

El joven invidente se acercó a la pequeña, ya siendo consolada por Tronquito, Peludo, Dragos o Will.

- Lamento tu pérdida, Monique - dijo dando el pésame a la gnomo. Win sabía lo que era perder a alguien muy cercano. Trulin, el enano que había enseñado todo al iomedano, había sido como un padre para él. Y los mismos que lo asesinaron hace tres meses habían repetido el acto, dando muerte a numerosos habitantes de Trunau. Fue entonces cuando el oráculo de la batalla tuvo bien claro por qué Iomedae le había dado una segunda oportunidad. Por qué debía prepararse y equiparse adecuadamente. Había acontecido una gran tragedia y habría consecuencias.

- No hay palabras que puedan darte consuelo en estos momentos, pequeña. Lo sé bien y por ello no las buscaré. Pero sí puedo decirte una cosa: esto no va a quedar así. Ante la injusticia debe darse una respuesta. Ante los culpables habrá que ejercer un Justo Castigo - afirmó el invidente con contundente seriedad -. Confío en Iomedae y en su guía. Aquí, ahora, después de la catástrofe acontecida, ella se mantiene a nuestro lado y lo seguirá estando en la Segunda Batalla. Porque la habrá - dijo el visionario de la guerra justa -. Siguiendo su ejemplo lucharemos, llevando el combate a su territorio y con su coraje perseveraremos en la búsqueda de la obligada justicia y de la verdad que hay detrás, oculta, de todos estos acontecimientos. Y por su voluntad nosotros, luchadores, nos mantendremos firmes y desafiaremos a los enemigos de nuestro pueblo hasta obtener la victoria - proclamó el joven, con una convicción total y una seguridad de palabra. Casi como si alguien le estuviera dictando o inspirando qué decir.

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Con cierta dificultad podía llegar a comprender la pena que sentía Momo, aunque la antigua camarera desconocía las implicaciones del vínculo afectivo que unía a la mayoría de padres con sus hijos. Lo que ella sentía hacia su madre nada tenía que ver con el cariño, muy al contrario, cuando esta muriera ni una sola lágrima humedecería su rostro a no ser que escaparan por el júbilo. Lo que no comprendió fueron las palabras soltado por el ciego, que en un instante hizo que se esfumara la buena impresión dejada por las curaciones realizadas.

Probablemente lo último que necesitaba la gnoma era a alguien diciéndole que la lucha no había acabado, que no tendrían tiempo para llorar a los muertos antes de verse obligados a partir de nuevo para seguir matando o muriendo y perdiendo en el proceso a aquellos con los que había formado algún lazo de afecto. Por mucho que el discurso fuera engalanado de grandilocuentes odas a la justicia, por muy cierto que fuera y mucha razón que tuviera, eso no significaba que aquel fuera el mejor momento para hacerlo.

La muchacha negó con la cabeza y mantuvo su mirada puesta en el suelo. Se mantuvo a distancia, lo justo para no molestar a la alquimista ni agobiarla como el resto hacía intentando hacerla ver lo mucho que ellos también lo sentían.

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Recibió con entereza suficiente como para o estallar en llanto las condolencias de sus extraños compañeros. Notó el reconfortante masaje de su esposo felino y bajó la mirada para esbozar una torpe sonrisa.

- Mmme te-temo que ttttendré que uhm ir al altttttar co-cogida del mmm bra-brazo de mmmi suegro.- Era tradición que la novia acudiera al altar del brazo de su padre. Ahora que no tenía ninguno no le quedaba otra que ir acompañada al altar por un gato, si es que Peludo tenía padres.

Sólo se derrumbó en el hombro de su buen amigo Tronquito. Sabía que así, sus lágrimas no caerían en saco roto, sino que regarían al ghoran que las absorbería con sus raicillas.

Enjuagándose los ojos miró al oráculo ciego.

-¿Y de qué que va a sssservir? Ddddespués ve-vendrán otros y así co-co-conti....con-con-contttt-CONTINUAMENTE.

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El trasgo bajó de la habitación para comerse el desayuno, pudo ver a los aventureros reunidos y contando lo que descubrieron la noche anterior. Haluk logró recuperarse del cansancio que portaba en su interior y no dudó en sentarse para empezar a comer. Pudo ver los objetos que se dejaron encima de la mesa y sintió curiosidad por las armaduras que había.

- “Lamento vuestras perdidas Piero, al igual que las tuyas Monique.” – expuso Haluk sin dar más énfasis a sus palabras ni a la situación. Su atención volvió a la armadura del guardián y se puso a inspeccionarla en silencio. Le habían dicho que portaba una maldición y quería ver si con su habilidad podría averiguar qué clase de maleficio portaba la armadura, estaba seguro que si hubiera alguna maldición solo afectaría a aquel que se la pusiera o se vinculara con ella.

Mientras tanto pudo escuchar en segundo plano la conversación entre Win y Momo, la gnoma estaba desconsolada por la pérdida de gente cercana y Win intentaba animarla.

- “Los mataremos a todos, no dejaremos vivos ni a sus criaturas recién nacidas.” – dijo el seguidor de Asmodeus – “Yo mismo me encargaré de hacerles arder y se conviertan en ceniza.” -   

 Haluk volvió su atención a la armadura, seguía observando e intentando averiguar algo sobre ella.

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Win agachó la cabeza ante la réplica de la dolida Momo y suspiró. No podía darle la respuesta que ella quería por el mero hecho de que no existía. Se acuclilló y se puso a su altura, hablándole con voz suave pero intensa.

- Comprendo tu dolor, pues lo conozco muy bien. Pero no trato de mostrar utilidad en mis palabras, Monique. No busco el pragmatismo. Vamos a tener que afrontarlo porque es lo justo y es lo correcto. Si por practicidad se tratara, Trunau no debería existir. En un sitio tan complicado y expuesto, rodeado de enemigos y peligros. Lo más fácil sería que todo el mundo recogiera lo que tiene y escapara a Freetown - explicó -. Pero tú y yo sabemos que eso solo daría alas a quienes han asolado nuestro pueblo. Al igual que sabemos que tenemos que intentar atajar el problema o se repetirá una y otra vez. Y aun atajándolo nadie nos garantiza que no vaya a volver, que no vaya a ocurrir de nuevo con el tiempo - admitió el iomedano -. ¿Para qué sirve? Para ganar tiempo. Para hacer justicia. Para obtener justa venganza por nuestros seres queridos arrebatados. Para reafirmar nuestra presencia aquí, en la tierra de nuestros antepasados. Para obtener esperanza. Para todo o quizás para nada. Pero algo debemos hacer y algo se hará - dijo el ciego -. Lamento si mis palabras te hieren, pues no es mi intención y puede que no sean el mejor momento... pero han de decirse pronto, pues pronto se va a cernir la oscuridad de nuevo sobre Trunau si no reaccionamos - explicó el vidente.

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Rabus apareció tarde al desayuno. Mientras los salvadores de Trunau discutían sobre el botín y las siguientes acciones a realizar, el posadero arrastró su magullado cuerpo hasta la silla desocupada más cercana y se dejó caer con un gruñido de dolor, soltando su raída mochila junto a sus pies. Por unos minutos permaneció en silencio, escuchando con los ojos a media asta y la espalda encorvada. Las vendas que cubrían su espalda estaban húmedas de sangre y la camisa se le pegaba incómodamente.

—No ha quedado nada del Campo de Muerte... —susurró para sí mismo. Sus palabras apenas se escucharon tras la profunda voz del ciego seguidor de Iomedae—. Nada...

Con una mueca de dolor, rebuscó en su petate hasta encontrar el ínfimo botín que había logrado rescatar de la funesta tumba de Uskroth. Primero depositó el curioso cinturón sobre la mesa, junto a su plato aun vacío: no parecía gran cosa; tan solo un cinto viejo cubierto de grabados incomprensibles. Después sustrajo la hermosa geoda y la sostuvo frente a los ojos para admirarla. ¿Se trataba solo un abalorio con que el héroe de los gigantes disfrazaba una herida que le vació un ojo? Extraño, ¿pero quién podría decir por qué hacen lo que hacen esas criaturas salvajes y descerebradas...? 

—¿Esto también está maldito? —preguntó posando la negra piedra sobre el cinto— ¿O es solo un pedrusco que podré dejar sobre la repisa de la chimenea para recordar esta sangrienta aventura algún día lejano? 

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Para no tener que pensar en las palabras que le decían sus compañeros, Momo se puso manos a la obra con la carta que le había tendido Tronquito. No estaba de humor como para leerla en alto, tartamuda como era, para desesperación o hazmerreír de los presentes en la taberna. Así que cogió pergamino, tinta y pluma y se dispuso a traducir la carta. Total, iba a tardar menos en escribirla que en recitarla.

- A-aquí te-tenéis. Que que la uhm lea o-otro.                   

"TRÁEME EL MARTILLO DE USKROTH Y LA ROCA. TAMBIÉN QUIERO TODO LO DEMÁS QUE HAYA EN EL TÚMULO, PERO TENGO QUE TENER EL MARTILLO Y LA ROCA. CREO QUE SE PARECE A LA ROCA QUE YA TENGO Y QUE TE ENSEÑÉ. TENGO QUE TENER LAS DOS ROCAS PARA SABER EL CAMINO A LA TUMBA DEL MATAGIGANTES, ASÍ QUE ASEGÚRATE DE QUE ME TRAES LA CORRECTA. ENTONCES TRAE EL MARTILLO Y LA ROCA DE VUELTA AL FUERTE.

FIRMADO,

GRENSELDEK,

GLORIOSA CAUDILLA DE LOS CORAZONES RETORCIDOS."

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Rabus alargó un brazo y tomó la carta de manos de Momo.

—Yo la leeré, si no os importa —dijo echando un vistazo rápido a todos los presentes—. Ya que no fui muy útil con un arma en las manos, tal vez pueda serlo con una carta...

El posadero leyó en voz alta las pocas líneas de la misiva, atascándose solo al finalizar y revelar a quién pertenecían las palabras ahí escritas.

—Vaya... Quizás no sea tan buena idea guardar esa piedra sobre la repisa de mi chimenea... —comentó para sí—. La tumba del Matagigantes... Grenseldek, Caudilla de los Corazones Retorcidos... Por el amor de Iomedae, ¿en qué demonios nos estamos metiendo...?