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Matagigantes I: La Batalla de Colina Marcasangrienta.

Matagigantes I: Relatos y Narraciones.

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21/01/2019, 23:16
A ESTA HORA.
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MATAGIGANTES I: RELATOS Y NARRACIONES:

Notas de juego

- Escena de relatos y narraciones.

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24/01/2019, 18:50
Tronquito.
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El sol se alzaba implacable en el cielo, apostado en el mediodía, y martilleando con sus rayos cuanto se postraba a sus pies en los páramos de Belkzen. Se mirara a donde se mirara, para el ojo común, sólo había polvo, piedras y una vegetación pobre y rastrera que parasitaba la escasa humedad escondida en la aridez reinante para mantenerse con vida contra todo pronóstico. Un ojo más certero sería capaz de ver en medio de la desolación algo completamente distinto. Un cosmos de vida a escala reducida, capaz de obtener de los magros recursos el máximo beneficio, de sobrevivir sin problemas mediante la adaptación, la simbiosis o la simple dilatación en el tiempo de sus ritmos vitales. Y ese ojo avezado quizá hubiera logrado ver en la oquedad abierta en la base de un gran pedrusco, posiblemente la vieja madriguera de un fénec, una semilla protegida por las sombras de la furia del Astro Rey. Y si se acercara con mirada curiosa, llegaría a ver el latido de la vida en ella, una vida pulsante, con un ansia feroz, bañada por el deseo de germinar, de crecer, de alcanzar a ser lo que sólo la imaginación podría soñar. Y con paciencia unida al resto de exigencias, vería nacer a un Ghoran.

Y con hambre, se lo comería, deleitándose con su sabor.


Un día más, el Sol se alzaba implacable en el cielo, apostado en el mediodía, y martilleando con sus rayos cuanto se postraba a sus pies en los páramos de Belkzen. Bajo una roca, en lo que posiblemente fuera la vieja madriguera de un zorrillo del desierto, hacía tiempo muerto, la extraña forma de una semilla de Ghoran descansaba sobre un lecho de arena, protegida por la sombras de lo más crudo del estío. A escasos centímetros, una pequeña osamenta, blanqueada de su carne por una miríada de gusanos que a su vez murieron para formar una pequeña, pero nutritiva capa de humus, era la extraña compañía del Ghoran nonato.

Cuánto tiempo llevaba allí era una incógnita. Si llegaría a germinar un misterio. Si sobreviviría... sólo la voluntad de los dioses lo decidiría y ello sólo ocurriría si había un destino que cumplir.

El Sol, cansado, empezó a descender y como venía siendo habitual desde hacía siglos al final de aquella estación, grandes nubes empezaron a formarse en el remoto horizonte, preludio de las lluvias que anegarían tierras lejanas, dando origen a ríos temporales que, por unas semanas, conquistarían aquellos páramos, convirtiéndolos en un jardín ubérrimo, antes de ser devorados por las ávidas arenas. Los relámpagos inicaron su danza en el ocaso y ya no la detuvieron.


Pasaron días, quizá semanas, y la ansiada agua llegó. Tímida al principio, tormentosa después, hasta asumir la templanza que caracterizaría a aquellos cauces hasta su desaparición. Y la humedad lo permeó todo, incluída la cama sobre la que descansaba aletargada la semilla. El milagro ocurrió y la potencia se transformó en acto. 

Y la consciencia junto con los recuerdos despertaron, inconexos, incompletos, rotos como consecuencia de la traumática transmisión habida en su momento. Las células se reproducían, aprovechando la bonanza de agua y luz y destellos de un pasado olvidado se abrían paso en la oscuridad como rayos en una tormenta.

- ¡Lo has conseguido! ¡La has abierto! - la voz de mujer sonaba impresionada.

- Te juro que no sé cómo lo he hecho - esta vez, las palabras resonaron masculinamente graves y con un asomo de preocupación, de incomprensión.

- Y a quién le importa. Nos vamos a hacer ricos - replicó un tercero. - Muy ricos.

Silencio. Una resonancia hueca, la sensación de una tenebrosa oscuridad y un peligro inminente en la boca del estómago. Los gañidos de un animal, reticente a avanzar, interponiéndose entre las piernas de su dueño. Pasos, respiraciones agitadas, sudor, excitación impregnada de un sentido de amenaza, la trémula y danzante luz de una antorcha. Una pared con un nicho. En el nicho, un libro. En sus tapas un símbolo que parecía arder bajo el fuego de la tea.

- No, no puede ser - negación.

- Deja eso donde estaba. Larguémonos - urgencia.

- Es tarde. Demasiado tar... - resignación.

Oscuridad. Dolor. Un dolor intenso ante aquellos rostros imposibles de ver y sin vida, ante los cuerpos rotos, ante la consciencia de la propia muerte. Una vez más, un pequeño gañido. Un pequeño y peludo cuerpo arrastrándose, sanguinoliento, hasta su proximidad, buscando su contacto, una caricia que quizá mitigara parte de su agonía. Y aquello que fuera el Ghoran en aquella existencia supo que era su única posibilidad de supervivencia.

Recuerdos fragmentados de otras vidas, manchados por la experiencia presente que lo nublaba todo, fueron transfiriéndose a la semilla y en un postrer esfuerzo, la depositó junto al pequeño familiar.

- Llévatela. Lejos - estertores.

Comprensión en la mirada animal. Entre sus fauces, la semilla inició un largo viaje que concluyó bajo una roca en mitad del páramo. Y cumplida su misión, se tumbó y esperó la llegada de la muerte.


Las aguas fueron evaporándose. De forma apenas perceptible al principio, rápida después. El caudal se frenó y el cauce se transformó en un barrizal, pero el agua y el Sol habían permitido no sólo la germinación sino el posterior desarrollo del Ghoran. Era consciente de sí mismo y de su entorno así como de los huecos en su memoria, recuerdos concretos de vidas pasadas perdidos irremisiblemente y con ellos la experiencia y el conocimiento. Sabía que debería empezar de nuevo, como si aquella fuera su primera vida, condenado a una amnesia focal permanente. Ni siquiera recordaba su nombre.

Comenzó a moverse justo en las inmediaciones de aquel agujero que llamaba hogar. Después, sus pasos le condujeron más lejos hasta que abandonó definitivamente el lugar donde había nacido, adentrándose en el corazón de aquel páramo que intuía plagado de peligros que trataba de evitar y a los que acabó poniendo rostro.

Orcos. La palabra se había abierto paso en su mente como un cuchillo que cortara la carne buscando un corazón. Un miedo atávico, una memoria instalada en sus genes le llevaron a alejarse de ellos, a evitar su encuentro, consciente de que si se topaba con ellos, sería lo último que hiciera. Debía alejarse, buscar una relativa seguridad y fue entonces cuando la vio en la lejanía. Se acercó con una mezcla de curiosidad y reticencia, inseguro de la decisión que debía tomar. Y por un tiempo, vagó por sus alrededores como un perro buscando comida entre los restos de basura. Vio a las diferentes gentes que pobablan aquel lugar, y supo que para todos ellos sería un sabroso bocado. Pero debía dar un paso en un sentido u otro. De pie en la encrucijada formada por dos rutas y en su encrucijada mental, miró a un lado y a otro. Tras él, el páramo y los orcos. Frente a él, la ciudad y los hombres. Ni lo uno ni lo otro eran buenos.

Perezosamente, empezó a andar. Un paso se sucedió a otro y la ciudad de Trunau fue cada vez más nítida.

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25/01/2019, 09:19
Peludo.
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Jugar con hermanos. Beber de mamá. Calidez. Dormir. Jugar…


Abro los ojos para despertar. Apenas soy un cachorro de gato y las Tierras del Sueño yacen frente a mí en toda su extensión. Mis hermanos juegan y corren por el pastizal mientras veo a otros elevarse hacia la Luna. Los gatos somos libres aquí y vivimos nuestros días en calma y prosperidad.

Soy pequeño y mis padres nos están criando. Nos educan, enseñándome a cazar y acerca de todo lo que necesitamos para sobrevivir en ambos mundos. Nos dicen que los gatos somos las únicas criaturas que estamos realmente más despiertos cuando dormimos, en este mundo. Aquí somos completamente inteligentes y tenemos todas nuestras habilidades mientras que en el Mundo de la Vigilia, nuestras mentes descansan en un estado adormilado, abandonados a nuestra naturaleza salvaje. Nos cuenta que es normal y que recordaremos lo sucedido sólo como los pensamientos rudimentarios y sensaciones que perciben nuestros cerebros adormilados.

Nos relata también, entre muchas otras cosas, que nuestra familia desciende de poderosos gatos psíquicos que antaño derrotaron a peligrosos enemigos en Las Tierras del Sueño. Nos dicen que todos nosotros podríamos desarrollar esa clase de habilidades pues está en nuestra sangre y eso nos volverá poderosos, capaces de defender a nuestros seres queridos.

Los días pasan tranquilos mientras mis padres nos enseñan todo lo que debemos saber, y vivimos como todos los gatos lo hacen: Alternando una vida de gato normal en las Tierras del Sueño y de gato animal en las Tierras de la Vigilia. Me explica que nuestra dualidad nos permite sobrevivir mucho más que otras criaturas, pues si nuestros cuerpos mueren en el Mundo de la Vigilia, nuestras conciencias de aquí pueden revivirlo mientras que si son nuestras conciencias pensantes asesinadas en el Mundo de los Sueños, nuestras conciencias animales restaurarán nuestras conciencias pensantes en horas. Sea como sea, es muy difícil que un gato muera definitivamente, pues aun sin cuerpo en el Mundo de la Vigilia, nuestras conciencias pensantes pueden sobrevivir en este mundo hasta que nos llegue la hora. Incluso, nos habla de que podemos cruzar los portales para ir al Mundo de la Vigilia y de vuelta con nuestra mente pensante. Sólo debemos encontrar los portales y cruzarlos.

Muchos temas más nos enseñan y nosotros aprendemos como gatos curiosos que somos.


Jugar. Mamar. Correr. Hermanos. Jugar. Comer. Caca. Dormir.


Pero las Tierras del Sueño no son un lugar exento de peligros. Una poderosa entidad de las Tierras del Sueño ataca la pradera donde vivimos. Mis padres y otros gatos adultos intentan protegernos con sus poderes, pero éstos son inefectivos ante el poder de aquella criatura informe, cuyos tentáculos incontables destrozan a los nuestros como si fuesen de papel. Intento huir junto con mis hermanos, pero no llegamos lejos y siento que muero en las Tierras del Sueño.


Despertar. Miedo, pero familia vive acá. Relajo. Ya volveremos a otro lado. Esperar. Jugar. Rata enorme. Sangre. Papá muere. Pena. Mamá lucha. Mamá muere. Pena. Rata come hermanos. Miedo. Humano bueno. Me salva. Comida y cariño. Yo bien. Cómodo. Seguro. Comer. Caca. Dormir.


Las Tierras del Sueño se alzan otra vez ante mi mirada, pero esta vez estoy solo. Recuerdo lo ocurrido, como aquella entidad mató a mi familia acá y, como si el destino quisiese glorificar la crueldad, unas ratas terribles atacaron nuestro lecho en las Tierras de la Vigilia. Contemplé la lucha y, aunque mi recuerdo está confuso y limitado por la inteligencia animal que tenía en ese momento, sé que todos fueron asesinados allí también y sólo sobreviví por la intervención de un humano, un joven novicio de aquel templo. Me mantuvo con vida lo suficiente para que mi conciencia en este mundo se regenerase. Ahora puedo volver a vivir aquí, pero ya no tengo a nadie más en el universo.

Vago por las Tierras del Sueño, viviendo como un gato libre y solitario. Cazo y me divierto. Descanso y el tiempo pasa mientras encuentro un lugar seguro para vivir. Encuentro a otros gatos y me uno a ellos pues, aunque no somos de formar grupos grandes ni convivir demasiado, sabemos que la unión hace la fuerza. Cuando ya estoy rodeado de ellos, puedo volver a vivir en paz.


Despierto. Hambre. Cazar. Rata rica. Sabor a sangre. Casa. Win camina. Seguir. Maullar. Cariño rico. Bicho volando. Juego cazar. Se fue. Mear. Aburrido. Sueño. Dormir.


Bostezo mientras despierto. Los meses van pasando y en el Mundo de la Vigilia vivo feliz en el templo, cuidado por aquel humano al que llaman Win. Él me trata bien y puedo confiarle mi seguridad. Mientras, en este mundo, me entreno a medida que mis poderes se desarrollan, pues quiero ser lo suficientemente fuerte para no sucumbir tan fácilmente como mis padres.


Despierto. Win habla. Viaje pronto. Cariño. Ronroneo. Trunau. Ronroneo. Acompañar.


Mastico una pequeña alimaña de las Tierras del Sueño mientras recuerdo que Win va a viajar junto con varios de sus compañeros del templo a ese lugar llamado Trunau. Mi mente animal no ha sido capaz de captar los motivos, pero supongo que algo bueno será. Estoy decidido a que viajaré con él, pues quiero mucho a ese humano y me hace muy feliz estar cerca de él.


Viaje. Carreta. Dormir. Win. Cariño. Ruidos. Ataque. Miedo. Orcos. Muertos. Huyo. Oculto. Miedo. Observo. Miedo. Orcos matan todos. Miedo. Win. Gritos. Pena. Impotencia. Humanos. Batalla. Felicidad. Win vivo. Acerco y froto. Sangre. Win sin ojos. Pena. Lloro. Acompaño. Duermo.


Mis ojos se abren y siento como las lágrimas han corrido por ellos.

“Win ha sido mutilado y está condenado a ser un ciego por siempre. Todos sus amigos han muerto, él jamás volverá a ser el mismo y todo porque yo no fui capaz de ayudarle. Porque al otro lado sólo soy un estúpido gato. No fui capaz de defender a mi familia y no defendí a Win. No soy capaz de defender a ninguno de los que amo.”

Mi grito resuena con violencia en el cielo mientras mis poderes escapan de mi control, causando destrucción a mi alrededor. La impotencia me inunda y la pena me daña como un cuchillo afilado. Viejos y malos recuerdos son revividos con las terribles imágenes de lo que acaba de suceder.

Pero entonces lo entiendo.

Perdiendo mi tiempo en las Tierras del Sueño no he sido capaz de proteger a Win en el otro mundo, el único que me queda y a quien le debo la vida. Ahora y para siempre, estará discapacitado por no tener vista, será un pobre ciego indefenso, como yo lo era de cachorro y sin pensar más que como una bestia.

“Ahora es mi turno de cuidarlo.”

Abandono las Tierras del Sueño por una de las Puertas del Sueño y me reúno con mi cuerpo en el Mundo de la Vigilia. Veo a Win recostado. Ya estamos en Trunau y es atendido para que se recupere de sus heridas, bueno, de las heridas que pueden sanar. Pero todo es distinto ahora, ahora le cuidaré.

Me acerco a él y comienzo a amasarle con mis patas mientras le ronroneo:

 - “Rrrrrrrrrrrrrrrrrr.” (Tranquilo Win. Ya estoy aquí y jamás volveré a faltarte. Yo te cuidaré desde ahora.”

Ahora estoy a su lado, con plena conciencia y capaz de protegerlo ya que él no es capaz de hacerlo. Le quiero y él me cuidó a mí cuando estaba indefenso, se lo debo. Es hora de devolverle el favor.

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27/01/2019, 23:20
Haluk Molok.
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EL NIETO DE LA MATADRAGONES.

El sonido de una criatura llorar resonaba en la cueva, situada en un frondoso bosque en el sur de Isger, en la que se encontraba una familia de Hobgoblins.  Estaban dando a luz a un recién nacido en unas circunstancias más que favorables para la situación en la que se encontraban. La familia estaba en el interior de una cueva trabajada, para que fuera un lugar confortable para que un neonato naciera.

Halkk Molok Turkag, así lo llamaron, un hobgoblin que nació en el año 4689 AR. Como todos los de su raza no tardaron más de tres semanas en separarle del pecho de su madre, a los seis meses la criatura ya sabía hablar y caminar. En el momento en que empezó a dar los primeros pasos ya se inició su adiestramiento en combate, una instrucción más que rigurosa, en la que no todos lograban sobrevivir por la crueldad y la dureza del entrenamiento.

Los primeros años de los hobgoblins son los más duros de todos, los más decisivos, ya que allí se puede ver si el hobgoblin tiene la fuerza tanto física como mental para sobrevivir o simplemente caer ante el infernal agotamiento del adiestramiento. Halkk Molok Turkag logró sobrevivir, presentaba unas buenas habilidades y una férrea determinación, se podía ver que el crío de hobgoblin prometía y a los cuatro años de edad ya era un combatiente digno e astuto. Halkk destacaba por su fuerza y resistencia, su sigilo era más que notable y no tardó en comprender la jerarquía social en la que le tocaba vivir. Mientras crecía ayudaba a su padre y madre, estos pertenecían a la iglesia de Asmodeus por lo que su fe siempre había estado influenciada desde el día en el que nació.

 


 

LA GRAN GUERRA.

En el año 4687 AR se iniciaron unas grandes guerras en Isger, la unión de varias tribus de hobgoblins se alzaron en armas contra las otras razas. Halkk Molok Turkag a sus ocho años de edad no dudó en participar, ya estaba alistado en un pelotón en la que las jóvenes promesas de los hobgoblins estaban preparadas para poner en práctica todo su duro entrenamiento. Gran parte de la familia del pequeño Turkag desapareció, había rumores que la Iglesia de Asmodeus hizo llamar a sus acólitos más representativos y estos acudieron sin reproche alguno.

El joven trasgo empuñó sus dos espadas para afrontar a sus enemigos, mediante estrategias y escaramuzas guiados por su líder lograron flanquear las defensas del enemigo y atacar desde el corazón de su formación. Aquel grupo era astuto y gracias a ellos las grandes tropas de hobgoblins fueron avanzando destruyendo toda raza viviente a su paso. Aquellos enemigos que sobrevivían y acababan rindiéndose, no tardaban en ser esclavizados para utilizarlos como trabajadores para la construcción de fuertes defensivos y así ir avanzando hacia Isger su objetivo primordial.

Los adversarios no paraban de crecer  y el avance cada vez era más tedioso, las otras razas que estaban en contra del avance de los hobgoblins se juntaron formando un muro inquebrantable, la mayoría de humanos no dudaron en cargar contra el ejército de goblinoides. La guerra duró días y la balanza poco a poco se iba poniendo en contra de Halkk Molok Turkag, el famoso pelotón de las jóvenes promesas iba careciendo de efectividad. El avance era cada vez más lento y ahora debían de centrarse en las defensas de los fuertes que habían conseguido construir.

Halkk Molok Turkag se encontraba durmiendo plácidamente, aunque estuviera en medio de una batalla, todos esos años en vida había sido entrenado para esa finalidad y esa situación era de lo más natural para él. El sufrimiento de pequeño había conseguido construir un caparazón de acero en su mente y corazón. Los gritos de aviso lo despertaron y con una agilidad asombrosa se apretó las correas de la armadura de cuero que portaba encima. Sujetó su escudo y su espada corta y fue a ofrecer apoyo a sus compañeros. Los humanos habían llegado y estaban atacando el fuerte, la  guerra se iba acercando a su fin y sólo les quedaba la retirada para volver a atacar otro día. Adiestrado en el uso de varias armas, ofreció ayuda para organizar la retirada y ganar algo de tiempo. A medida que retrocedían iban quemando los campamentos que habían creado y asesinaban a los esclavos para lanzarlos a los pozos de agua que dejaban atrás, con el objetivo de infectarlos y que el ejercito que avanzaba tuviera cada vez más escasez de suministros. Para Halkk Molok Turkag los esclavos y esclavas eran herramientas o medios para cumplir una finalidad, fuera cual fuera.

Durante varios días de retirada, una caballería enemiga logró flanquear al ejército impidiendo así su escapada. La guerra había terminado aquel día, en el que los jinetes cargaron por los flancos descubiertos del ejército de goblinoides.


 

EL DESPERTAR DE LA FE

 

Halkk Molok Turkag fue apresado junto al pelotón que pertenecía, sólo el hobgoblin que los lideraba había caído ante el acero de sus enemigos. Desarmados e inmovilizados con cuerdas fueron avanzando hacia el campamento de los humanos, pero nunca llegaron allí. El tercer día después de la partida de vuelta, los jóvenes hobgoblins que aduras penas tenían ocho o nueve años, lograron terminar con los soldados que los mantenían apresados. La calculadora mentalidad de esos niños y niñas logró conseguir su objetivo sin ninguna baja.

 

 

Durante varias semanas vagaron sin un rumbo establecido, esquivando las patrullas enemigas para seguir con vida y libres. El paisaje era desolador y la muerte reinaba en cada rincón, fue una guerra caótica en la que la vegetación no sobrevivió al poder de las llamas. El cansancio y la hambruna se apoderaban del grupo y eso hizo que sus sentidos se vieran afectados cayendo en una emboscada por parte de unos mercenarios. Halkk Molok Turkag y su grupo habían sido rodeados, en su físico se veía reflejada la falta de alimento y el temblor de sus extremidades, al sujetar las armas, manifestaba el brutal cansancio que cargaban encima.

Estaban perdidos, pero no podían caer presos de nuevo ya que su condición no mejoraría en nada. Su instinto de supervivencia no elegía la esclavitud como forma de vida, preferían morir con un arma en la mano que bajo la bota de un enemigo. En lo más profundo de Halkk Molok Turkag surgió una rojiza luz de fe, tenía todo en su contra, todo menos una cosa, la fe que le había inculcado su familia. El crío sujetó con firmeza su espada y pronunció una serie de palabras en su idioma natal, el goblin.

- “Ngokuba isikhulu esihogweni… ¡Asmodeus!” –

Sin esperar más, ante el potente grito de Halkk, todas las criaturas hobgoblins se lanzaron a un ataque suicida. Los mercenarios les superaban en número, pero la lucha fue de lo más encarnizada e igualada. Los humanos temieron por una derrota, pero finalmente lograron reducir las fuerzas de los hobgoblins hasta quedar dos humanos contra Halkk.

El crío se hizo el muerto al ver a su último compañero caer inerte al suelo. El humano se acercó para ver el estado de Molok, en ese instante el niño aprovechó la sorpresa para seccionar la yugular con un certero tajo en el cuello. El adversario que quedaba vivo no tardó en atacar a Molok y en un intercambio de golpes, el hobgoblin quedó desarmado. Las piernas del niño flaquearon y acabó con una rodilla en el suelo, la respiración era agitada y alzó la mirada para observar al humano que alzaba su arma para descargarla contra él. Era el fin de Halkk o eso pensaba él, no iba a morir de rodillas y allí que intentó levantarse pero el humano le golpeó con la bota para dejarlo tendido boca arriba.

Antes que el bandido lograse descargar su ataque definitivo para sesgar la vida del hobgoblin unas figuras resurgieron en la oscuridad de la noche y mandaron el alto al mercenario. El humano paró su ataque para observar a los recién llegados.

“En nombre de la Iglesia de Asmodeus la guerra ya finalizó hace semanas, basta de combates, dejad el arma.” – Era una comitiva de acólitos de la Iglesia de Asmodeus, esa organización ofrecía ayuda a los huérfanos de la guerra sin prejuicios de raza.

La palabra "Asmodeus" despertó de nuevo su fe en el subconsciente, su mirada pudo ver la daga que reposaba a escasos centímetros de su mano. En un movimiento calculado sujetó el arma y apuñaló el lateral de la rodilla del humano. Con la mano libre sujetó la pechera para hacerlo caer y sus dientes se hundieron en la yugular para seccionarla de un mordisco.

La voz del clérigo que guiaba la comitiva de acólitos resurgió de nuevo con un potente grito – “¡BASTA HE DICHO!” – en un segundo plano quedó el gorgoteo de la respiración del mercenario, que buscaba oxigeno sin mucho éxito terminando cediendo a la guadaña de la muerte.    

La pequeña figura del hobgoblin se incorporó a duras penas con el rostro ensangrentado, su cuerpo delgado y desnutrido dejaba ver sus huesos. - “Asmodeus me ofreció una oportunidad para la victoria y yo la he aprovechado…” – los ojos poco a poco se iban cerrando, las fuerzas le iban desapareciendo y ahora luchaba para mantenerse erguido. - “¿Tu nombre, muchacho?” – Preguntó el clérigo y con las últimas fuerzas el hobgoblin respondió – “Halkk Molok Turkag” – después de decir su nombre el hobgoblin cerró sus ojos y lo siguiente fue oscuridad.  


LA IGLESIA DE ASMODEUS.

Los acólitos de la iglesia de Asmodeus lograron que Halkk sobreviviera a las heridas, estuvo en cama durante varios días y sus lesiones no sanaron hasta pasadas varias semanas. La familia que ofrecía culto a Asmodeus lo acogió en su hogar, ellos sobrevivieron a la guerra ya que acudieron a la llamada, pero el resto de familiares habían muerto en la batalla.

Halkk tardó en acostumbrarse a su nuevo ritmo de vida. Los sacerdotes lo instruyeron en su culto, le ofrecieron libros y le enseñaron a leer y escribir en común, goblin e infernal. Fue educado en filosofía y política infernal, pero su verdadera habilidad y naturaleza era destinada al brazo armado de aquella religión por lo que le enseñaron las artes de guerra y el uso de la maza pesada. Participó en la ayuda de la construcción de varios monasterios que se dedicaban a la expansión de la religión por los dominios de Isger gracias al apoyo de la casa Thrune de Cheliax.

A medida que iba creciendo de forma innata el joven Halkk se iba interesando por los dragones, unas criaturas ancestrales que originaban en su interior un odio creciente. Sus padres le habían contado historias de su abuela, una conocida matadragones. Los sacerdotes vieron en Halkk potencial y le ofrecieron conocimiento sobre esos seres, permitiéndole acceder a zonas de las bibliotecas ocultas al público rutinario. Halkk pasó largas noches, su único tiempo libre ya que el duro adiestramiento militar lo mantenía ocupado todo el día, durante varios años aprendiendo sobre los dragones, estudiando estrategias para combatir contra ellos y defenderse de sus temibles ataques. Los sacerdotes tenían en consideración al joven Halkk y veían en él un gran siervo a la fe del príncipe del infierno, el temible Asmodeus.

 

 

 


 

El ASCENSO AL PODER.

El credo en el que estaba Halkk se dividía en varios grupos de fuerza influyente, en el interior de la iglesia había luchas internas para ver quién se encargaba de regir el control sobre la doctrina de Asmodeus que expandían en el territorio. Las diferencias eran palpables hasta en la familia del hobgoblin, su padre y el resto de sus hermanos estaban a favor de un Hierofante. Por otro lado, la madre de Molok impartía las ideas de otro seguidor. Las disputas eran cada vez más duras y tensas, golpes e insultos inundaban la casa donde vivía Molok.

El hobgoblin fue llamado para impartir una misión que haría ascender su poder en la iglesia de Asmodeus, esta vez su fe jugaba un papel importante ya que era en nombre de la deidad que profetizaban. Todo se inició cuando la madre de Halkk fue asesinada, el hierofante Almanegra entregó unas pruebas que culpaban al padre de Halkk, seguidor de rango alto de otro hierofante. La misión del joven hobgoblin era erradicar a su familia, exterminarla para disminuir los apoyos de los adversarios.

Después de largos días en los que Halkk rezaba a Asmodeus, llegó la hora de cumplir con su misión. Aquella noche en la casa de Halkk las vidas de su padre y sus tíos fueron sesgadas con el filo de una daga. Así es como el hobgoblin llamado Halkk Molok Turkag llegó a tener cierto poder en la iglesia que pertenecía.

Después de aquella fatídica noche todo mejoró y el gobierno del credo prosperó, todo gracias a la decisión del joven Halkk, esta vez sólo le quedaba la familia por parte de su madre, las dos hermanas de la fallecida y sus hijos, primos de Halkk.

 

 

 


 

LA TRAICIÓN.

Después de muchos años de adiestramiento y servicio a la iglesia, una nueva guerra interna surgió como la deflagración de una explosión. Halkk tenía sospechas de que Almanegra era un ser calculador y estratégico, nada fuera de lo normal si no fuera por lo sucedido años atrás con la familia de Halkk. El hobgoblin llegó a escuchar una conversación entre el Hierofante Almanegra y uno de sus acólitos de más confianza. En dicha charla el Hierofante afirmaba que la muerte de la familia de Halkk fue orquestada por él mismo, todo era un plan para minimizar el poder del bando contrario y Halkk fue un simple títere para conseguirlo. En definitiva, la madre de Halkk fue asesinada por orden del Hierofante Almanegra.

Después de esa revelación, Halkk se lo explicó a las hermanas de su fallecida madre. La familia que quedaba se puso en contra del Hierofante Almanegra y ayudó al bando contrario. Se inició una nueva batalla, esta vez intensa, pero el bando ganador fue de nuevo el del Hierofante Almanegra y para impedir que sus acciones nefastas salieran a la luz ordenó purgar a todos sus adversarios sin perdón alguno y a aquellos que no le siguieran en su comitiva de liderar la Iglesia que representaban.

Halkk abandonó las zonas de influencia de la iglesia del Hierofante Almanegra, inició una huida para escapar de las abrasadoras garras del líder. La familia que le quedaba pereció en las emboscadas que originaban grupos de asesinos y mercenarios mandados por el astuto Hierofante. Halkk logró sobrevivir y siguió su fe por Belkzen hasta llegar a Trunau, allí decidió en nombre de Asmodeus que su nombre sería Haluk Molok, un cruzado a servicio del príncipe del infierno sin subyugarse a ninguna organización.


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31/01/2019, 10:45
Momo.
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Oscuridad. Al principio sólo fue consciente de eso. ¿Estaba muerta? Era tan pequeña que ni siquiera había pensado nunca en la muerte, mucho menos en la de ella. No recordaba exactamente qué le había sumido en aquel estado, si es que podía llamarse así, pero un vago presentimiento le decía que algo malo había ocurrido. Después comenzó el pitido que la perseguiría el resto de su vida.

Era molesto, muy molesto, mucho más en el silencio absoluto de aquella oscuridad. A medida que iba recobrando la consciencia fue percibiendo más cosas, sobre todo dolor, lo que le hacía pensar que no estaba muerta. Su madre le había dicho que cuando su mascota había fallecido - un pequeño topillo de campo llamado "Tizón" por su pelaje negro - que ya nunca más sufriría, puesto que cuando mueres descansas en la paz más absoluta. 

Después del dolor llegaron los fogonazos de lo ocurrido. ¿No había estado jugando a espiar a su madre en el taller? Tenía terminantemente prohibido entrar allí, lo cual era demasiada tentación para una gnoma tan curiosa como Monique. Se había escabullido sin problemas hasta debajo de la mesa en la que su madre, tan concentrada en sus tareas que no percibió a su hija, mezclaba los componentes alquímicos necesarios para un potente brebaje. Sólo quería ver lo que hacía su madre allí metida todo el día cuando la puerta se abrió mostrando a su padre en el quicio de la misma.

- ¿Has visto a Monique, cariño?- Preguntó, pues llevaba sin ver a su hija un buen rato y se temía lo peor. Monique se asustó tanto al sentirse pillada, temerosa de afrontar el seguro castigo, que se incorporó de repente, con tan mala suerte que su cabeza golpeó la mesa de trabajo. La robusta madera se tambaleó por el golpe justo en el momento en que Monique exclamaba un audible ”¡Auch!”. La dosificación de los ingredientes que la madre con tanto cuidado procuraba se fue al garete, desatando una reacción exotérmica de fuerza incontrolada.

Así que eso era. ¡Un desgraciado accidente! Pero... ¿había matado a sus padres? Ese sentimiento de culpa iba a costarle gran cantidad de años superarlo y muchos pensaban que sus problemas con el lenguaje provenían, precisamente, de dicho sentimiento, que se enterraba profundo en su subconsciente. Estar debajo de la mesa la había protegido de lo peor de los daños, logrando sobrevivir. Con el paso del tiempo tan sólo le había quedado aquel molesto pitido y una creciente obsesión por los explosivos.


 

- ¿Nno es hu-um vvverdad a-angel dde a-amorrrr, q-qqque en e-esta mmmm apartada orilla mmas uhm a-alta biri-bri-bri-brilla la luna y se rrrrrrrrrespira me-mmmejor?

La boca se movía con fluidez, pero la lengua era otro cantar. Momo intentaba recitar los versos más conocidos de Hommel y Brekka frente a un espejo de acero pulido. Se despreciaba enormemente, atormentada por las feas muecas que su reflejo le mostraba. La cara se le retorcía como si la estuviera exprimiendo un enorme ogro para sacarle hasta la última gota de sangre que contuviera. Los gnomos era conocidos por su facilidad para el canto, la poesía y la música, así como para la magia. Combinando precisamente esas artes solían convertirse en famosos bardos, como lo había sido su propio padre. Con la dificultad de Momo para con la palabra recitar quedaba descartado. Por suerte para los tartamudos su dificultad para la expresión oral quedaba mitigada cuando cantaban, o no les impedía tocar un instrumento. El problema para Momo es que, la explosión que había acabado con sus padres también le había dejado secuelas permanentes en los conductos de su oído interno. Un pitido eterno, normalmente inapreciable por el ruido de fondo, pero que en pleno silencio era realmente insoportable. Esto hacía que su oído musical se viese afectado. Desgraciadamente, desafinada tanto con los instrumentos como usando su propia voz, y así no había quién inspirara nada.


 

No había manera. Hacía perder la paciencia hasta al profesor más curtido.

- Pa-parreta ppppratima umh. - La joven gnoma trastabillaba con las palabras como un borracho volviendo a casa por las empedradas calles de Trunau. Así no había manera de hacer magia.

- ¡NO, NO, NO Y MIL VECES NO!¿ES QUE ERES ESTUPIDA? Es “parēta pratimā” ¿Acaso es tan dificil? - Tampoco ayudaba la presión que el impaciente profesor ejercía sobre ella, ahí, mirándola desde las alturas y con las venas de las sienes palpitando.

- Pareta... - ¡Ya caso lo tenía! Si le salía la segunda palabra lo tenía hecho.-...pratimauhm.

¡BOOM!

Fue la segunda explosión que sufría Monique, y no sería la última. El ligero cuerpo de la aprendiz de ilusionista salió despedido hacia atrás por la fuerza de la onda expansiva. Por otro lado, el profesor, de mayor masa corporal, “sólo” había sufrido un pequeño percance. Se le habían quemado las pestañas y la cara se le había llenado de hollín. Gritó enfurecido mientras Momo le ignoraba, echa una bola, temblando y moviéndose espasmódicamente, atormentada por los recuerdos de la muerte de sus padres en unas circunstancias más que parecidas.

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31/01/2019, 19:21
Garinya.
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Caryis me miraba fijamente, con expresión entre preocupada y enfadada. No sabría decir qué emoción predominaba sobre la otra. Yo simulaba no darme cuenta, intentando restarle importancia. No era para tanto. ¿Tan mala idea le parecía? Al final, después de un largo silencio demasiado incómodo, me decidí a volver a hablar.

- Venga, no me digas que tú no has pensado en intentarlo. Es ya vieja. Seguro que no es difícil vencerla. He estado entrenando.

*Pero por algo ella es la líder.* - Me contestó, ahora con un gesto de enfado que inequívocamente ganaba a la preocupación.

- Sólo porque nadie ha tenido la idea antes. La gente es demasiado cómoda. Se conforma con poco.

*No quiero tener nada que ver con esto.*

Caryis se levantó y se dispuso a marcharse, pero para hacerlo tenía que pasar por mi lado, y la agarré de un tobillo. La miré, y mi expresión había cambiado. Ya no estaba eufórica, como cuando le conté mis intenciones. Mi expresión era grave, seria, y así fue mi voz cuando volví a hablar.

- Pero tengo tu apoyo, ¿verdad? Estás de mi parte. No te pido que se lo digas a nadie, ni que lo muestres, antes de tiempo. Cuando venza, cuando sea yo la líder, serás mi mano derecha. Ya no habrá nada que ocultar. Podrás decir que siempre estuviste a mi lado y nadie te discutirá.

Caryis me miró. Ahora con más preocupación que enfado. Tiró suavemente de su tobillo y la solté. Ella suspiró, y cerró los ojos un instante. Cuando volvió a abrirlos, creí distinguir el atisbo de una lágrima. Afirmó con la cabeza. Sólo una vez. Muy suavemente. Yo sonreí. Y ella se marchó.




Corrí todo lo que las piernas me permitieron. La sangre a veces se me metía en los ojos y en la boca, y no me dejaba respirar, ni distinguir bien hacia dónde me dirigía. Casi me orientaba por puro instinto. Incluso cuando daba rodeos para despistar a mis perseguidoras. En mi cabeza retumbaba su voz, como un alud de piedras dentro de una montaña enorme y hueca.

*Será considerada adulta aquella que acabe con su vida. Su cabeza será la prueba, y el trofeo.*

¿Me extrañaba la reacción de las otras chicas de la tribu? Claro que no. Seguramente yo habría hecho lo mismo: lanzarme a por la presa contra la que se había abierto la veda.

No, no, no, no...

Ni otra palabra, ni otro pensamiento asomaban a mi cabeza durante la carrera. No. No era posible. No podía ser verdad. ¿Cómo había sucedido? Yo era joven y ágil. Ella no. Ella se había acomodado a la vida de líder y yo había entrenado.

La rabia me cegaba más que la sangre en mi rostro, y fue inevitable tropezar. Y lanzar un grito cuando mi muñeca izquierda se dobló más de lo natural y crujió. Me quedé entonces un momento quieta y en silencio, en el suelo. ¿Me habrían oído? Miré a mi alrededor. No, la grieta estaba ahí mismo. La entrada a nuestro lugar secreto. Nadie iba nunca por allí, nadie lo conocía. Nadie me buscaría tan cerca de la aldea. Allí para los demás no había nada. Sólo un peñasco de unos cincuenta metros de diámetro por siete de alto, agrietado por años de humedad y frío. Nadie sabía que estaba prácticamente hueco, excepto nosotras. Y por eso no podía ser otra quien se había detenido entre la grieta de entrada y yo.

- Caryis...

Allí estaba, erguida, con las alas cómodamente plegadas a la espalda, al igual que enlazadas sus manos fuera de mi vista. Me miraba, con un gesto por primera vez indescifrable para mí. La conocía bien. Casi desde que había nacido, pocos años después que yo. Y en ese momento parecía tan sobria, tan adulta, tan majestuosa.

- Ayúdame. - Alcé una mano, la derecha, en su dirección para que me la tomara y me ayudara a levantarme. Ella se acercó, y comenzó a mover sus manos de la posición en las que las había mantenido, a la espalda. No para servirme de apoyo, ni para abrazarme y consolarme. En una de las manos, Caryis tenía una gran piedra. De forma casi triangular y hasta afilada por uno de sus lados. - No, no, no. Caryis, no, por favor. Por favor. - Comencé a arrastrarme para alejarme de ella. - Por favor... No tienes por qué hacerlo. Me iré, me esconderé. Te daré algo que te sirva de prueba. Ayúdame a marcharme, a ponerme a salvo, y te daré...

*Ella ha dicho tu cabeza*.

Su voz sonó cavernosa, más aún que la de la líder. Sus ojos me eran irreconocibles. Supe que era capaz de hacerlo, y sentí miedo.

- Tú no, por favor...

 

Las súplicas no valían de nada. Caryis apretó sus dientes y alzó el brazo mientras se lanzaba hacia mí. Yo sólo pude taparme la cara y encogerme en el suelo, esperando el golpe, el corte, el crujido de los huesos de mi cabeza al romperse. Esperaba que al menos fuese misericordiosa y me matara de un solo golpe. Por tantos años de amistad... Y tantos parecieron pasar y el golpe no llegaba. En su lugar, un grito de sorpresa seguido del sonido de un cuerpo cayendo al suelo. Y gruñidos. No de la Strix, sino de un jabalí.

¡Trog!

Me atreví a mirar, y la bestia arrastraba a Caryis por el suelo impidiendo que se levantara. Me miró sólo un segundo, y lo entendí: debía escapar mientras él la entretenía.

Con esfuerzo, me levanté, y eché a correr bosque adentro.

- ¡Sígueme en cuanto puedas! ¡Ten cuidado!


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01/02/2019, 20:00
Ertiznao.
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La grave voz retumbaba en cada una de las estancias de la profunda y cavernosa cueva que ocupaban. La narración había comenzado pocos instantes antes, pero el espectador ya estaba sumergido en el relato. Llevaba sumergido desde antes de que comenzara incluso, con la simple idea de una nueva historia él ya estaba dentro.

La historia hablaba de un joven granjero que estaba enamorado de una chica de alta alcurnia. El chico se escapaba todo los días para ver a su amor platónico cuando ella se asomaba a una de las ventanas de su lujoso hogar. Día tras día iba a verla escondiéndose por temor a que alguien le viera y reprendiera su comportamiento. Él estaba convencido de que su amada ni siquiera sabía de su existencia, pero le daba igual, su felicidad dependía únicamente y exclusivamente de verla.

Los meses sucedieron a los días y el joven no faltaba nunca a su cita, puntual hasta el extremo, cada día prolongaba más su estancia bajo la ventana. Cuando se fue a cumplir un año su amada le miró, sus ojos se cruzaron y el joven granjero sintió que su respiración se paraba. No fue capaz de moverse hasta que ella le sonrió y en ese preciso instante comenzó a correr como loco hasta que sus piernas quedaron doloridas.

Pasaron dos días completos hasta que el granjero volvió a reunir confianza para volver a la imponente y opulenta casa de la joven doncella. Cuando lo hizo pudo contemplarla mirando por la ventana con una triste expresión. Eso encogió el corazón del granjero, que no podía sentir más que dolor al ver a su amor triste y armándose de todo su valor se decidió a llamar la atención de la dama. Lanzó una pequeña piedra cerca de la ventana que resonó con fuerza, cumpliendo su objetivo. La joven lanzó un grito ahogado de temor, que rápidamente se transformó en una sonrisa cuando vio al granjero. Ambos se miraron largo tiempo aunque para ellos no fue más que un segundo que se podría haber perpetuado eternamente si no fuera por unas voces que sonaron desde el interior de la casa y perturbaron la expresión de la joven, haciendo que dejara de asomarse de forma súbita.

El granjero se marchó cabizbajo y desolado por lo que entendió como un total fracaso. Sin embargo, antes de dormir esa noche se propuso volver a realizar un último intento para llamar la atención de su amada. Al día siguiente a la misma hora se presentó delante de la ventana, pero para su sorpresa allí no había nadie. La derrota parecía que iba a volver a cernirse sobre él cuando escuchó un silbido a su espalda. Al girar su cabeza se sorprendió de encontrarla a ella, su amada. No era capaz de recordar las palabras que se dijeron, ni cómo sucedió, pero desde ese día volvieron a verse a diario. En ocasiones iban al lago, en otras paseaban por el bosque o simplemente observaban a los pájaros cercanos.

Poco a poco se cimentó un amor verdadero y sincero entre los dos. Sin embargo, las buenas noticias no duraron mucho. El padre de la joven doncella deseaba casarla con un hombre rico y eso haría que los enamorados se separaran. Para evitar tal atrocidad ambos planearon fugarse juntos y huir a un lugar lejano donde nadie los conociera y pudieran vivir su amor con tranquilidad. Por eso acordaron marcharse al día siguiente por la noche, durante el día conseguirían provisiones y viandas y cuando cayera el sol desaparecerían juntos para comenzar su nueva vida.

El plan funcionó y la joven pareja se escapó en mitad de la penumbra, avanzaron y avanzaron hasta que llegaron a una pequeña casa abandonada donde decidieron pasar la noche. Allí por fin dieron rienda suelta a su pasión, fundiendo sus dos cuerpos en uno. La sagrada Shelyn bendijo la unión de los dos bellos seres pues que ambos procrearan sólo podía significar un futuro de belleza. Agotados, durmieron casi todo el resto del día. Sin duda durmieron demasiado.

Lo primero que escuchó la joven doncella a la mañana siguiente fue una conocida voz que bramaba órdenes a diestro y siniestro. Asustada y medio desnuda la muchacha se asomó por una rendija de las paredes de madera de la cabaña y encontró a su mayor temor. Su padre había ido en su búsqueda junto a alguno de sus hombres que portaban teas ardientes y armas. Asustada, despertó a su amado y juntos decidieron confrontar a su perseguidor. Por desgracia nada salió bien.

El padre de la doncella, inflexible, no aceptó perder a su hija a manos de un simple granjero. Los hombres intentaron llevarse al chico y en el forcejeo una de las teas prendió fuego a la cabaña. La pareja ante la imposibilidad de una vida juntos si les separaban, se encerró en la cabaña que había albergado su amor y prefirieron morir juntos y encerrados por el fuego. Los secuaces intentaron apagar el fuego o abrir la puerta, pero fue imposible, pronto las llamas eran tan grandes que no permitían a nadie acercarse y la pareja quedó consumida por el humo y el fuego. Hasta que el cielo lloró apagando todos los restos de la bella historia de amor.

— El fuego chi. El fuego ech bonito. Chelyn lech bendijo con fuego.

Un grito de alegría y felicidad salió de la garganta del pequeño Goblin interrumpiendo el final de la historia. El anciano hombre que la relataba se asustó por las conclusiones que había sacado su discípulo.

— No, no, la historia no es así. Creo que lo has entendido mal.

Sus palabras cayeron en saco roto, el pequeño Goblin había visto la luz. Shelyn le quería como instrumento para hacer del mundo un lugar más bello y él lo haría mediante el fuego, porque nada era más bello que el fuego. Una risa de maníaco se escapó del pequeño cuerpo verdoso mientras sus colmillos y sus pequeñas garritas se movían de forma espasmódica en lo que bien podría interpretarse como un brote de felicidad.

¡FUEEEEEEEEGO!

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02/02/2019, 10:12
Dagfinnr el Vikingo.
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TOMGRUV:

El día dio paso a la noche en un suspiro en las Tierras de los Reyes Linnorn, donde el hielo y el frío de la noche derrotaban ahora a los días cada vez más cortos. Los lugareños regresaban a sus casas de madera. Eran granjeros y pastores en su mayoría. En otra época, sus antepasados habían saqueado tierras lejanas a bordo de los langships. Ataviados con pieles de lobos y de osos, y de la misma ferocidad y fuerza, habían extendido los vikingos su terror por medio mundo. Ahora los descendientes, los Ulfen, eran un pueblo más pacífico aunque sin llegar a ser lo que ellos consideraban una “sociedad blanda”. En algunos de ellos, la sangre de los vikingos seguía fuerte, y sus miras estaban puestas más allá de arar el campo, escarbar en las minas o pescar en los ríos.

- Cuéntamelo otra vez, insistió el niño mientras se acurrucaba junto a su madre Olvjr en el lecho de pieles. Había sido otra dura jornada de trabajo, y ahora que el resto del pueblo de Tomgruv descansaba, el pequeño Finni podía viajar por unos instantes a aquel lugar encantado que existía entre el sueño y la vigía, junto a su madre. Ella, a pesar de estar agotada, se esforzaba en contarle a su hijo otra historia del héroe que se enfrentaba a los monstruos. La voz de Olvjr era melódica, y su abrazo cálido. Y dejándose llevar por esa voz, Finni se encontraba de nuevo en presencia su padre al que no recordaba. Con Alvar Gridstor.

LA CANCIÓN DE ALVAR GRIDSTOR:

Luchaba Alvar el Astuto,
Hacha agarraba, y cuerno
Tras ese muro de escudos
hallará gloria o muerte.

Como una virgen ansiosa
orando por su llegada,
aquel choque con destino
del corazón de acero.

Mañana las skalds sonarán,
y sus tonadas cantarán
la gloria de este día,
el día cuando Alvar luchaba.

Enfrente había un gigante,
montaña monstruosa
Que por conjuros fue creada
Y de maldad infinita.

Era un gigante de miedo
Era un gigante de terror
Tan fuerte y tan malvado,
Sólo por Gridstor derrotado.

Y el filo fuerte hendido
En aquel descomunal ojo
Y de sangre salpicada
El peto de Alvar Gridstor.

En su corazón lloraba.
Y cuando con ellos acabe
y cuando todo termine
La muerte le llevará.

Pues no hay otro destino
Para un guerrero vikingo.
En las runas sus hazañas
Serán por tiempo contadas.

Incluso en regios castillos
Allí su nombre se oirá
Y también en las tabernas
Y también los campesinos.

El recuerdo de Alvar Gridstor
En toda la tierra estará.
Mas nadie llorará su pérdida
Los suyos beberán con alegría.

Recuerdo de gloriosa caída
Justo premio por el valor
Demostrado ante gigantes.
Los suyos beberán con alegría.

Se alzará ante doncellas
Tan hermosas y tan bellas
Y poderosas valquirias
con sus dorados atuendos.

En el último sendero
iluminan su camino.
Se abren para Alvar las puertas
Y así entra en Valenhall.

Alvar Gridstor es llamado
en todo aquel esplendor.

EL JUICIO Y EL DESTIERRO:

Debes gozar de tus ganancias mientras permanezcas en este mundo.
Lo que dejes para el amigo, puede que llegue al enemigo. Quién sabe lo que puede pasar…

A medida que iba haciéndose mayor, el joven Finni se pasaba horas mirando el mar. No se sentía en casa en Tomgruv a pesar de que ya llevaban años allí. Su madre y él llegaron después de la destrucción de su aldea natal y tras un largo viaje. Su madre mantuvo en secreto la identidad del padre de niño, y se presentó en Tomgruv como una exiliada enviudada más. Tal vez lo hizo para proteger a su hijo, o tal vez porque Alvar Gridstor nunca llegó a conocer al pequeño, pues la guerra contra los gigantes de escarcha le había llevado a tierras lejanas. Era algo que Finni no se atrevía preguntar, pues sentía que su madre prefería contarle la historia de las skalds.

La vida no resultó fácil en Tomgruv para el joven. Su madre se volvió a casar con un hombre que ya tenía vástagos. Las peleas entre hermanastros no tardaron en llegar, pero fue él quien recibió el castigo y fue juzgado en la corte de Thingmar. Así pasó a ser un thrall, un esclavo, durante varios años. Un castigo severo, pero que lejos de amedrentar al impetuoso joven, lo que hizo fue llevarle a algo mucho peor. A aquella paliza que le dio al hijo del jarl y amigo de su hermanastro…

El juicio fue rápido ante la asamblea, pero el eco de las palabras que se pronunciaron aquel día le iba a acompañar el resto de su vida. Fue repudiado, deshonrado e insultado. El destierro le convertía en alguien sin hogar, sin nombre, sin familia. Escuchó al mismísimo jarl decir que no era hijo de Alvar Gridstor como parecía insistir el insolente muchacho. Y en cualquier caso, si alguna vez hubo algo de verdad en ese cuento, ya no podía serlo nunca más pues fue despojado de toda su familia.

Su madre no le defendió en público. No pudo. Pero tampoco le iba a dejar marchar en soledad. Antes de partir le buscó y le puso la mano en el corazón y le susurró unas palabras que se perdieron entre las lágrimas y los sollozos de un niño de ocho años que seguía en aquel cuerpo de un joven de dieciséis. Había vuelto a perder a su padre, a quien nunca había conocido. Estaba completamente solo. Caminó sin rumbo hasta la orilla, y se quedó allí esperando largo tiempo.

CAMINO A VALHALLEN:

El hombre sensato no presume de sabio. Anda con tiento y con tacto.
Callado y cauto acude a la aldea evitando enredos.
No le falla su aliado más fiel: La cordura que le acompaña.

De eso hacía ya más de una década. Ahora aquel niño se había convertido en un hombre, y tumbado en otro lecho, en otro pueblo, miraba el techo y recordaba con añoranza aquellos cuentos. Y a su madre. Cada palabra y cada consejo de su madre eran un tesoro, su bien más apreciado. Durante toda su vida, el recuerdo de su madre había sido para él una protección mejor que cualquier armadura o escudo. Y ese recuerdo le había llevado a buscar la senda del héroe. La senda de Alvar Gridstor.

Había sido repudiado, exiliado, convertido en un esclavo thrall y finalmente desterrado, pero había recibido todos y cada uno de los golpes del destino con la cabeza alta porque en algún lugar en su interior, aquel niño seguía soñando con llegar a ser algo mejor de lo que era.

Dagfinnr era su nombre, y era un vikingo. Era hijo de Alvar Gridstor, el Matagigantes, aunque no podía llamarse Alvarsen. Era un hombre de honor y de palabra. Y había jurado que su madre iba a sentirse orgullosa de él.

Ahora, recién llegado al pueblo de Trunen, tumbado en su cama en la Casa Enredada, Dagfinnr se dio cuenta de que seguía siendo un forastero. Un exiliado. Pero sentía la llamada de su dios Gorum, el dios de la guerra. Como había sentido aquel día a las orillas del mar. Tenía que prepararse, pues las puertas de la eternidad esperaban a los valientes. Había un lugar donde descansaban los héroes, y las puertas que veía de noche en sus sueños eran las de Valhallen. Eran unas enormes puertas de roble, y una senda que subía hacia aquel lugar. Y a ambos lados de esa senda había un gigante custodiándola.

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02/02/2019, 10:23
Ekaterina Illhart.
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Hola, hija. Ya estoy aquí de nuevo como al final de cada noche te prometo. Pero mírame, no seas tímida. No me temas. Mírame como yo te veo. Observa...

Sí, así. Muy bien. ¿Lo ves? Claro que sí. Mi querida hija, mi poderosa hija, no puede no verlo. Ella es digna de su madre. Ella es carne de su carne y sangre de su sangre. Es fruto de mis entrañas, es semilla de mi amor y su generosa entrega.

Sí, tu padre. Él. Aún le recuerdo. Lo hago como si fuera ayer. Tan orgulloso y arrogante. Tan crédulo. ¡Y al final tan exquisito! Ah... Aún lo siento. Aún lo saboreo. Su cálida carne aún palpitante entre mis manos y el dulce chasquido de sus huesos. Pobre criatura. Aún me amaba cuando su vida escapó entre mis labios. Aún me amaba cuando cumplió mis más profundos anhelos.

Contempla mi hogar. Contémplalo en todo su esplendor. Porque es hermoso, hija, es hermoso a su manera. Una belleza que jamás llegará a permear tus tan preciados ojos. Esos ojos que tanto atesoras. Esos ojos que lo ven oscuro y húmedo, que lo perciben temible y tenebroso. Pero no es así, hija mía. Horroroso es el mundo que a la luz oculta sus mentiras y que promete lo que no está dispuesto a dar. Yo no soy así. Yo cumplo lo que prometo. Prometí a tu padre una hija, y aquí estás. Prometí que su amor me daría sustento, y aquí estoy viva porque me dio todo su cuerpo.

Pero mira, ya se acercan. En la lejanía se dibuja su silueta. Aventureros todos, tu padre entre ellos. Vienen en busca de riquezas. Invaden mi casa bajo una de esas falsas promesas.

¡Ah, la decepción! ¡Oh, cuanta violencia! Quieren destruirme a mí, que nada he hecho. Quieren arrebatarme la vida bajo falsos pretextos. Pobre yo, víctima de la avaricia. A sus codiciosos ojos me torno en enemiga cuando lo que han acudido buscando es imposible que exista. Ellos quieren lo que no hay. Quieren lo que no hay y al no haberlo, me quieren muerta.

Tu padre así lo supo. Yo se lo dije y me comprendió. Le canté al oído y arrullé a su corazón. Liberé su mente y di rienda suelta a su pasión. Pero qué trágico fue entonces lo que ocurrió. Cuánto pesar en él provocó tener que defenderme de sus compañeros de expedición, antiguos amigos a los que entre lágrimas acuchilló para proteger nuestro recién descubierto amor.

De qué forma me abrazó. Con que fuerza me apretó. Sus brazos empapados en sangre me envolvieron con su trémulo dolor. Yo le consolé con dulces palabras que alcanzaron a acariciar su atormentada alma. Agradecido me poseyó. Y yo le dejé hacer. Yo me hice suya hasta que se derramó. Y con qué pasión lo hizo, con cuánta rabia se hundió. Me apuñalaba con gran desazón. Me apuñalaba como había apuñalado a los amigos cuyos ojos vacuos nos observaban desde un rincón.

Qué dulce, hija mía. Cuánto amor. Qué exquisito sufrimiento que se tornó en pasión. Aún lo siento. ¡Aún lo siento en mi interior! Aún lo siento revolverse, no queriendo pero resultándole imposible no quererlo. Y siento cómo de la muerte nació la vida. Cómo llegaste tú, mi amor. Cómo del dolor llegó el consuelo cuando le confesé que en mi vientre había algo nuevo.

Cuantas promesas me hizo aquel día sabiendo yo que ninguna se llevaría a término, que sus días estaban contados desde el mismo momento de tu nacimiento. Porque si tú vivías él no podía hacerlo, y eso era algo que él no comprendió hasta el último momento. Una mirada tan viva, unos ojos tan abiertos, y aun así el pobre estaba tan ciego.

Todos los días le cantaba, todos los días le susurraba para afianzar nuestro amor eterno. Amor que cultivé hasta el último momento, querida. ¿Por qué no puedes comprenderlo?

A mi lado estuvo mientras te di a luz. Su mano me dio fuerzas mientras con dolor te abrías paso entre mis piernas. Escapaste por donde él entró. Y su carne me nutrió cuando me vi obligada a recuperar fuerzas. Porque él murió por ti, hija mía. Él murió para que tú nacieras. Y desde entonces él está dentro de mí. Su carne es tan mía como la tuya es nuestra.

¿Por qué no vienes a mí, pequeña? ¿Por qué no respondes a la llamada de esta pobre vieja?

Si a mí te unes puedes ser lo que quieras. Todo lo que se te ha arrebatado, todo lo que soñaste y te fue negado puede ser tuyo si así lo deseas. Puedes tenerlo todo como yo tuve a tu padre para que tú nacieras.

Él te quiere conmigo. Él te quiere con nosotras. Sus ojos así me lo dijeron mientras todo su cuerpo nutría mi existencia.

No te abandoné por gusto, te abandoné para que vivieras. Debías crecer sana y fuerte, sin el temor a que más aventureros codiciosos vinieran. Temía por tu vida más que por la nuestra. Por eso te dejé en su puerta. Ellas debían cuidarte, debían criarte hasta que crecieras. Mi error fue no tener en cuenta que eras sangre de su sangre y no carne de su carne, como tu carne es nuestra.

Ese fue mi error. ¡Te vendieron como si no valieras nada! ¡¡Te vendieron como si no fueras hija de quien eras!!

¿Quieres justicia, hija mía? Porque la justicia es fácil tenerla. Tú misma puedes hacerla. 

Hija, escucha a tu madre. Escucha a tu padre que habla por ella. Él y yo somos uno. Su corazón es mío. Su corazón me dio vida y su carne sustento. Te queremos con nosotros. Y no somos los únicos. Tus hermanas quieren conocerte. Quieren abrazarte y festejar contigo. Quieren celebrar un banquete como nunca has visto. Quieren compartir contigo lo que el resto del mundo te niega.

Ven a mis brazos, pequeña. Deja que nuestra generosidad te colme porque nunca serás aceptada como lo serás entre las nuestras.

Abre los ojos, hija mía. Abre los ojos y sacia ese hambre que te impide estar llena.

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02/02/2019, 10:39
Win.
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No vio el brillar de los relámpagos, aunque oyó a la perfección el rugir de los truenos. No vio la abundante lluvia que caía sobre la ciudad, aunque oyó el repicar de las gotas contra el suelo y tejados, y sintió la fría humedad impactando sobre cuerpo, empapándolo. No vio la piedra descolocada en la vía cuando tropezó con ella ni el enorme charco un poco más adelante. Por descontado sí que sintió el agua y el barro cuando cayó en él, haciendo que su vara guía saliese despedida de su mano, perdiéndola.

Incapaz, indefenso, inútil, invidente. Ciego. Y perdido. Perdido en la oscuridad de manera permanente. Perdido por las callejuelas de Trunau, sin saber cómo retornar al hospicio. Perdida toda ilusión y esperanza. Perdida toda la autonomía y dignidad a temprana edad. Perdida toda su formación, su vocación y su futuro. Sin ningún estímulo ni meta en la vida ¿Para qué seguir viviendo?

Sí, una vida sin sentido, sin un propósito, carecía de aliciente para continuarla. En un primer momento pensó que, pese a la pérdida de la visión, la pérdida de su amigo y mentor, la pérdida de la misión por la que se había encaminado al enclave, había sobrevivido gracias a la intercesión de su diosa.

Mientras todos los pertenecientes a la caravana habían sido pasados a cuchillo, con letal rapidez y crueldad, incomprensiblemente con él se cebaron, torturándolo, lacerándolo, quemando sus ojos... y perdiendo el tiempo hasta que vinieron exploradores trunauanos y los acribillaron a flechazos.

¿Imprudencia? ¿Estupidez? ¿Casualidad? Quizás. Pero nada que una deidad no hubiera podido propiciar. No obstante, con el paso de las semanas y la constatación de que jamás volvería a ver, ante la ausencia de signos, señales, sueños, indicaciones o lo que fuera, por parte de su señora, Winslow comenzó a dudar. Eso era todo. El final del camino. Malvivir en un asentamiento donde, debido a los peligros externos, todos sus componentes tenían que ser fuertes o útiles a la comunidad para contrarrestar la crueldad del exterior. Menos él. Él era una rémora, un parásito. Un ser lastimero que vivía de la misericordia vecinal a pesar de que esta bastantes cargas externas tenía que soportar como para encargarse de molestias internas. No. Mejor era estar muerto.

Un fuerte tronar devolvió a la realidad al ciego, tendido sobre el charco y embarrado. ¿Qué hacía allí? Ah, sí. Había salido a buscar a Peludo, pues no lo sentía desde hacía tiempo. Pero, ¿cómo iba a buscar a nadie si era incapaz de encontrarse a sí mismo? Con movimientos torpes se incorporó y alzó su rostro al lluvioso cielo nocturno, quedando quieto durante un rato mientras la recia lluvia limpiaba su cuerpo y harapos del barro. De haber tenido vista pocas diferencias habría advertido a excepción de los rayos que con frecuencia iluminaban el cielo tormentoso. Y eso esperaba. Un rayo. Uno que bajara y le acertara de una vez, acabando con su suplicio y su desesperación.

¡Vamos, fulmíname! ¡Terminemos de una vez con esto! - Exclamó al cielo, esperando una divina mano benevolente que concluyera con su suplicio. Cayeron muchos, pero ninguno impactó en el joven. Mas lo que sí que cayó sobre él fue un malestar en su cuerpo acompañado de frío y temblores. Arrastrando los pies caminó unos cuantos pasos a ciegas por el callejón, ladeándose a un lado, buscando pared y así dejar caer su peso sobre ella para apoyarse. Si esperaba que allí habría una pared sólida para sostenerle se equivocó, trastabillando hacia un hueco hasta golpear su costado con algo romo que le quitó el aliento. Trató de sujetarse mientras le fallaban los pies y a penas pudo aferrarse contra lo que chocara, un barrote grueso y horizontal de madera húmeda, hasta que sus brazos sin fuerza le hicieron soltarse y caer. Otra vez mordiendo el barro... No. Aquel lugar estaba algo húmedo, pero no mojado ni embarrado. No caía lluvia sobre él. Oyó el crepitar de muchas cosas bajo él conforme se retorcía de dolor por el golpe, captó el fuerte aroma de unas heces y escuchó el suave mugir de un bóvido.

Un establo, logró discernir mientras rodó sobre sí mismo, adentrándose en el lugar sin humedad y mucho más cálido, haciendo crujir la paja seca bajo su cuerpo. Allí comenzó a tiritar fuertemente, fruto de la hipotermia adquirida debido al frío agua que mojaba su cuerpo y calaba sus huesos. Sus dientes rechinaron y todo él se estremeció febrilmente.

Iomedae... ayúdame o mátame, rogó a su diosa. Mientras el resto de sentidos que aún le quedaban comenzaban a embotarse y a la que cada vez era menos consciente de su entorno, sintió el cálido roce de una bola de pelos que se restregaba en su cara y se aposentaba sobre su pecho. Era pequeño, suave y muy cálido. Y ronroneante.

Peludo, fue lo último que recordó pensar con alivio mientras lo abrazaba y se dejaba llevar por su estado calenturiento, esperando no despertar nunca más.

Pero despertó con el ruidoso piar de los vencejos que saludaban al alba. Al parecer Iomedae había decidido dejarle otro día de sufrimiento en su mísera vida. Sintió el pequeño peso lanudo, respirante, sobre su pecho. Fiel calefactor en los momentos más críticos. Lo acarició y el gato comenzó a desperezarse. Sintió cómo le clavaba las uñas y supo que el pequeñajo se estaba estirando.

Buenos días, Peludo - saludó a la que el gato maulló varias veces en respuesta. - No. No he tenido buena nochela verdad - admitió con pesar. - Salí a buscarte y me perdí. Y sí, como bien dices será mejor volver al hospicio a ver si nos dan de desayunar - coincidió con el felino a la que este ronroneó complacido.

El joven se incorporó y discernió con su no-vista un buey que pacía comiendo heno en un rincón del establo. ¿Buey? ¿Heno? ¿Y por qué no una vaca comiendo alfalfa?, se preguntó con la certeza de que era el primer caso. Suspiró y luego miró al exterior. No es que viera que ese lado daba al callejón, sencillamente captó el calor del amanecer por ese lado. Caminando con cierta soltura fue a salir del establo cuando flexionó su torso, agachándose por completo, y tras dar unos pasos en cuclillas lo alzó de nuevo. Echo la mano hacia atrás y palpó el barrote de madera que acababa de esquivar, evitaba que el ganado se escapara y que él supo con antelación, de alguna manera, que estaba allí. Oh.

Mientras daba unos pasos confusos por el callejón, sumido en la negrura de su ceguera, se detuvo y miró al suelo. Negro. Adelantó la punta de su desgastada bota levemente y oyó el chapoteo de una masa considerable de agua. El charco.

Impresionado, lo rodeó sin problemas y repentinamente se paró en seco. De nuevo empleó la punta del pie y a escasos centímetros allí la halló: la piedra sobresaliente del pavimento. La maldita piedra, pensó con creciente sonrisa, camino del entusiasmo. Giró entonces su cabeza hacia una esquina de la calle, caminó hacia ella, se agachó, extendió la mano... ¡Oh, diosa! Es el bastón, reconoció emocionado conforme lo asía.

Esquivó sin problemas charcos, barrizales y barriles de la calle. Al llegar a una encrucijada de callejones se detuvo un instante, perplejo ante el hecho de que, en efecto, estaba frente a una. Descendió su cabeza sin mirada a su izquierda.

Yo diría que nuestra calle para ir al hospicio es la de la derecha - dijo a Peludo que, en efecto, caminaba a la izquierda del joven. El gato maulló afirmativamente y ambos tomaron el camino. A los pocos pasos Win dejó apoyado el bastón en una pared, continuando sin él. Para alguien que lo necesite. Poco después llegaban al lugar indicado tras evitar numerosos obstáculos, carros y personas en el camino. No era capaz de visualizarlos, pero sentía que estaban allí. Aunque tal vez, en el fondo, sí los veía: en su cabeza, en su mente, las cosas se tornaban más claras de lo que jamás lo habían sido para Win, incluso cuando era capaz de ver.

- Peludo - dijo a su amigo cuadrúpedo junto a él que alzando su bigotudo morrito lo observó y el hombre lo supo. - Lo bueno de estar ciego es que cuando lloras no tienes por qué preocuparte por que se te nuble la vista - afirmó sonriente mientras sendas lágrimas surcaban sus mejillas, alabando los dones de Iomedae.

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02/02/2019, 10:49
Dragos Florescu.
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Su vida al final se había visto reducida a esto. Escapar. Una huida constante de unos perseguidores implacables, que nunca se rendían ni cedían. Dragos había aprendido esto por las malas en más de una ocasión. Pues hubo varios momentos en los que pensó que les había despistado. Allá en su Ustalav natal, alejado de caminos concurridos, en aldeas casi abandonadas. Semanas, meses incluso, sin saber nada de ellos. Un tiempo que, conforme pasaba, le hacía confiarse más, respirar, creer tontamente que la persecución había acabado.

Todo para, la noche más pensada, darse cuenta súbitamente de que estaban allí. Le habían encontrado, sabían quién era e iban a por él. Y de nuevo repetir el ciclo. Desaparecer sin dejar rastro, sin decir nada a nadie. Seguir corriendo y vagando por el mundo, totalmente solo. No había otro modo de vivir esa vida, al fin y al cabo. Llevaba tanto tiempo solo que se había acostumbrado, todo daba igual, todo salvo seguir vivo un día más.

Es curioso lo que hace una persecución constante a una persona. Como, poco a poco, cualquier noción de confianza y empatía desaparecen, para ser sustituidas por la sospecha y la paranoia. ¿No puede ser ese simpático panadero un informante de tus perseguidores? ¿Acaso ese honrado alguacil no trabajará secretamente para los mismos que siguen tu rastro incansablemente? Ni siquiera las sombras quedan libres de sospecha cuando te has visto forzado a hacer de la huida tu medio de vida.

Y conforme los distintos escondrijos tienen que ser descartados, conforme los distintos pueblos y aldeas tienen que ser abandonados al ser descubierto, una idea empieza a crecer en ti: la idea de que nunca tendrás paz. La persecución nunca terminará. Así que, ¿qué sentido tiene hacer amigos o integrarse en cualquiera de los lugares donde se encuentra un hueco? Todo será temporal, no durará. Y conforme más fuertes sean los lazos que te unan a un lugar o sus gentes, más difícil será cortarlos después, cuando sea cuestión de vida o muerte. Más preguntas suscitará tu marcha. Y, quizás, más gente se unirá a la persecución.

Quizás, más gente sufrirá cuando sepan la verdad. O lo que tus perseguidores dicen que es verdad. ¿Un monstruo? ¿Un asesino? ¿Una bestia? ¿En serio? Ellos no tenían ni idea de nada. La verdad era mucho más complicada que eso.

Dragos no tenía la culpa de haber nacido. No, él simplemente ocurrió, fruto de una madre y un monstruo. Pues su padre sí merecía tal calificativo. Había atormentado a las gentes de Ustalav, alimentándose de su sangre, dejando tras él cadáveres vacíos en el mejor de los casos, horrores no muertos en el peor. ¿Eran esos crímenes culpa de Dragos? ¡Por supuesto que no! Pero eso poco importaba. Tenía su sangre en él, por lo tanto, estaba manchado. Era algo a erradicar.

Y quizás tenían razón. ¿Acaso no se veía apartado de la luz del día? Siempre había sentido más afinidad por el frescor de la noche, pero es que no se trataba sólo de gustos, si no que el propio Sol le hería si se exponía demasiado a él. ¿Acaso no traía con él la mancha de su ancestro? La comida y la bebida eran asquerosas y cenicientas, teniendo que forzarse a ingerirlas para sobrevivir, aunque siempre lo mínimo imprescindible, pues su sabor era vomitivo. Por no hablar de los efectos que las bendiciones de los dioses solían tener en él.

No, no habría luz ni redención para alguien como Dragos Florescu, eso lo sabía bien. Pero no por ello era una amenaza. Aunque no era algo que pudiera razonar con nadie, claro. En el momento en el que fuera atrapado, habría pocas palabras, quitando amenazas, gritos de dolor y encantamientos, claro.

Esas y otras cosas similares pensaba mientras huía, sólo los dioses sabían por cuantas veces ya, de su último escondrijo. Esta vez se trataba de un villorrio abandonado a las afueras de una aldea, que había ocupado temporalmente, oculto de la vista del resto de aldeanos. Había robado de las cosechas para sobrevivir, sin entablar contacto con nada ni nadie. Pero conforme los robos se hicieron más frecuentes, quedó claro para todos que no se trataba de ratones o cualquier otra plaga. Aunque por suerte para él, nadie le vio y logró escabullirse y volver a los caminos antes de que supieran de qué se trataba.

Y ahora tenía una encrucijada, literal y metafórica. Se había visto arrastrado tan lejos que ya hollaba tierras que difícilmente podrían ser denominadas como parte de Ustalav. Un poco más allá, se acababa la tierra de sus ancestros, y empezaba otra tierra, más dura y difícil. El Bastión de Belkzen. Sabía que debería seguir hacia Canterwall, pues allí podría seguir escondiéndose. Tendría más terreno para escapar. Ir hacia el oeste era un suicidio.

Pero claro. Ir hacia el oeste era un suicidio. Si él lo sabía, ¿no lo sabrían también sus perseguidores? Ir hacia el oeste era un suicidio, ¡esa era la clave! ¡Jamás esperarían que abandonara Ustalav! ¡No creerían posible que hubiera sido tan estúpido para lanzarse a las garras de los orcos!

Finalmente tuvo una respuesta a aquella encrucijada, aunque fuera una que no le gustara. Con un suspiro de resignación, y tras mirar una última vez hacia el norte, decidió adentrarse hacia los páramos desconocidos. Seguramente le esperaba la muerte, pero mientras daba un paso detrás de otro, se convenció de que era mejor aquello que seguir huyendo. O quizás tendría suerte por una vez en su vida. Sea como fuere, su preocupación más inmediata era encontrar algún lugar donde poder pasar el día a salvo de los rayos del sol. Más le valía dar con alguna cueva por el camino, o lo iba a pasar realmente mal antes de llegar a su destino, fuera cual fuera.

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12/02/2019, 18:38
Piero Augustus.
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Ciudad de Korvosa, Varisia. 4712 RA.

Llegaba. Por fin llegaba. Había tenido que suplicar favores, había tenido que correr como nunca, pero finalmente ya iba a regresar a casa. Tenía la medicina. Ella se iba a curar.

El golpe llegó desde el lateral, interrumpiendo el rápido caminar del curtidor, derribándolo en el suelo embarrado. Piero pudo escuchar las imprecaciones mientras notaba un pinchazo en las costillas.

Un carro o un caballo. Debe haberme roto algo. Pensó mientras trataba de ponerse en pie. Pero no fue capaz. Sencillamente el dolor era demasiado fuerte. ¡No puedes caer!, ¡levántate!  Sin embargo, de nada sirvieron las exigencias de su mente consciente. Un velo de oscuridad fue limitando su visión y percibió, más que ver, las patas de un caballo alejándose. El rítmico sonido de las herraduras sobre el pavimento, las gotas de agua y barro ascendiendo como pequeños surtidores. Y un sabor metálico en la boca, como de sangre.

Luego, oscuridad. Hasta que de pronto la misma es interrumpida por el nuevo dolor. Renqueante como una vieja reumática, apoyando la mano sucia en la cercana casa, Piero tarda cuatro intentos en incorporarse finalmente. El Sol, que estaba en su cenit antes de derrumbarse, ha desaparecido, y la oscuridad y el frío de la noche cubren ahora las calles empobrecidas del barrio de los curtidores. El olor profundo, mareante, de los curtidos, no afecta a Piero, como tampoco a nadie de los que viven en el barrio.

Como ocurre con todo, los sentidos notan sólo los cambios. Lo habitual es simplemente el fondo normal de la vida.

No es fácil sin embargo, mareado, con esa sensación de bombeo en las costillas, avanzar esta noche. Mucho tiempo después, Piero seguirá estando avergonzado por tardar unos segundos en recordar donde estaba, y por qué corría.

Se muere. Date prisa. Se muere.

¿Cuánto tiempo llevaban juntos? ¿En qué momento ese matrimonio concertado entre dos humildes artesanos se había convertido en un asunto tan importante para Piero? ¿Cuándo su afecto por su hacendosa esposa se había transformado en amor? No habían tenido hijos, pero tal vez aún fuera posible.

Está enferma, idiota. Deja de pensar en idioteces. Anda. Vamos.

Pero daba igual lo mucho que se esforzara. Sentía la cabeza y la boca llena de algodones. Apenas había dado diez pasos, volvió a caer al suelo aunque, esta vez, logró evitar la inconsciencia. La habían diagnosticado como enferma por carbunco. Ese maldito hedor del cuero, esa sensación pesada de nada que tanto había sentido él mismo. Las toses con esputos de sangre, la sensación de tus entrañas al vaciarse en cada estornudo.

¿Y qué? Llevaba la medicina. Aún había tiempo. Podía curarse. Era verdad que había tenido que pagar mucho por la pócima a los sacerdotes del templo, pero funcionaría. Ella podría vivir. Ella…

Sería fácil decir que cuando llegó ella ya había muerto. Pero sería falso. Aunque agonizaba, vivía. Y Piero se acercó al lecho dispuesto a darle la pócima... sólo para descubrir que nada quedaba en su túnica. Vacíos estaban los bolsillos y desaparecida la bolsa con el dinero. Sin pócima, sin dinero, endeudado, lloró y maldijo. Suplicó a los dioses y a sus vecinos. Pero nadie pudo, o quiso, ayudarle.

Y ella falleció esa misma noche, antes que llegara a amanecer. De alguna forma, nunca volvió a amanecer.

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11/04/2019, 19:05
A ESTA HORA.
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PUEBLO DE TRUNAU:

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO.

HORA: CAÍDA DE LA TARDE.

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11/04/2019, 19:14
Momo.
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RELATO DE MOMO:

Momo parpadeó un par de veces de forma consciente y luego se frotó los ojos como si algo de polvo se le hubiera metido en los mismos.

Oh no, otra vez no.- Se forzó a mirar alrededor y entonces sus sospechas se confirmaron. Veía chiribitas allá donde mirara, incluso con los ojos cerrados, y el ambiente lóbrego y agobiante de la Casa de la Plaga se hacía cada vez más opresivo y... GRIS.

Los demás apenas se dieron cuenta de que su cuerpo se quedaba inmóvil, paralizado de terror, sumidos como estaban en el fragor del combate. Dado lo estrecho de los pasillos se había quedado en último lugar y nadie se había fijado en ella. Normal, estaba acostumbrada. Sólo la voz de aquel adolescente que habían rescatado le hizo volver a la realidad.

- ¿Estas bien? - Se interesó el pobre y asustado humano.

¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía, pero a juzgar por el ruido en el piso superior no debía haber sido demasiado. Las escaleras estaban ya expeditas y podía subir. Sin embargo, de nuevo se quedó como hipnotizada mirando a la pared.

- Sssí, nnno te te uhm pre-preocupes. - Le contestó al niño y le espantó con el brazo como si de una molesta mosca se tratase. Ahora sólo tenía ojos para las letras que se fijaban en su retina y que, de pronto, le provocaban una angustia indescriptible.

R y B

¡Maldito sea!- Los ojos se le inundaron de lágrimas y sorbió fuerte, con esa nariz de gnomo, de forma que los mocos no le colgaran hasta la abertura de la boca. Costaba hacerse a la idea de que no iba a volver a ver a Rodrik nunca más. La muerte del poeta había sacado a la luz sentimientos que había enterrado muy profundo dentro de su pequeño ser. ¿Acaso había sido normal el odio que había mostrado hacia Brinya por haberse hecho con el corazón del Capitán? Ella nunca había sido así, pero no había podido evitarlo. Había deseado fervientemente que hubiera sido culpable. Golpeó la pared con su puño cerrado justo donde la inicial de la semiorca permanecería allí por siempre.

No si puedo evitarlo. - El pensamiento emergió en su cabeza de forma fugaz, pero poderosa. Como una autómata sin control de su cuerpo parecía verse desde fuera de sí, sacando el frasquito de disolvente universal que habían encontrado y lanzando unas gotas de su contenido sobre la pared. Con un pañuelo emborronó el contorno de la letra que representaba la inicial de Brinya. Después correteó hasta encontrar un carboncillo. No era difícil en aquella iglesia quemada hasta casi los cimientos. Con el mismo pintarrajeó sobre la emborronada letra otra diferente. Ahora estarían ellos dos juntos para la eternidad.

De camino a Trunau Momo iba pensativa. Se le había quedado mal cuerpo después de otra de sus alucinaciones y empezaba a sentir remordimientos por lo que había hecho con la pintada de la Casa de La Plaga. Así que iba callada reflexionando sobre lo que había dado de sí el día, que no era poco.

Había empezado bien, yendo a visitar su casa con sus nuevos amigos. Eso sí, había pasado un gran apuro cuando conocieron a su madre, no en vano la llamaban “La Loca Jess”. Si por ella hubiera sido les hubiera tenido allí toda la mañana.

- ¡Oh! Pero... ¿eres chica? - Preguntó su madre con cara de sorpresa al ver que a Tronquito le creían una especie de pechos.

- ¡Mmma-mmma! - Protestó Momo avergonzada por la indiscreción de su madre, aunque ella misma estaba ojiplática por semejante efecto que parecía hacer a voluntad el Ghoran. Tendría que preguntarle una vez estuvieran a solas.

Afortunadamente su madre no les contó ninguna vergonzosa anécdota de cuando Momo era más joven. Nada de que se hacía pis en la cama, o de que a veces tenía alucinaciones y lo veía todo gris,o de que se quedaba encogida y quieta como una cochinilla de agua dulce. Aprovechó un momento para enseñarle a Tronquito su laboratorio, lleno de todo tipo de frascos, fluidos e ingredientes, y éste le hizo a cambio un espectacular regalo.

- ¡Mmme ca-caigo mmm mmuerta! El Ghoran era de lo más sorprendente. ¿No iba y les daba a todos unas bayas que decía que tenía la capacidad de sanar pequeñas heridas y de saciar el hambre? Momo alucinaba tanto que no podía parar de reír mientras observaba el par de frutos que recogió en la palma de su mano y que de forma tan curiosa, o repulsiva según quien lo mire, había generado el pequeño ser planta.

Después de unos tés de amapolas lograron desembarazarse de su madrastra y seguir los rastros de Katrezra gracias a  las habilidades de Ekaterina. Les llevó hasta la herrería donde se encontraron a Piero y a los demás. La información que todos pusieron en común les llevaba ahora hacia la Casa de la Plaga. Momo se revolvió algo incómoda. Todos en Trunau, al menos los criados allí, sabían qué era aquel sitio. Un picadero en toda regla. La sola idea de imaginarse allí a Rodrik, supuso que con la piel verde, le revolvía el estómago.

- ¡Puaj! - Al parecer Rodrik había encontrado por allí un trol de inundación, algo muy raro. ¿Y qué demonios hacía él yendo por esos lugares? ¡Ya no era un adolescente con las hormonas alborotadas! Agitó la cabeza para alejar la imagen que se le venía a la cabeza.

- Qui-quizá ttttenga que ver con la pre-presencia de de uhm esos lobos ttttan ra-rararos. - Tras dar una vuelta más por el pueblo para estudiar las cruces blancas de Iomedae que habían sido pintadas por todo Trunau se encaminaros hacia el picadero. Lo sorprendente fue que era un auténtico nido de todo tipo de insectos y alimañas. Momo misma había tenido que matar a un ciempiés gigante con una de sus recetas explosivas y sus compañeros dieron cuenta de muchos más. Ciempiés, arañas gigantes de varios tipos, ratas... No podía imaginarse qué tipo de pervertidos acudían a un sitio así para aliviarse. Y lo peor es que pudieron constatar, al encontrar el cuchillo de la esperanza que Rodrik había perdido, además de la pintada de la pared, que su amor platónico regentaba aquel sucio picadero.

No sólo eso encontraron. Pruebas de la presencia de lo semiorcos y tesoros ocultos amenizaron su estancia en la Casa. Momo se esforzaba por identificar cada uno de los viales que Piero le entregaba.

- E-este es un uhm a-aceite ppppara en-can-tar armas. - Decía untando los dedos y luego metiéndoselos en la boca sin escrúpulo alguno.

- Essste hu-e-le a rrrancio, mmm lo cual in-ddica ma-magia dddivina. - Pasaba la mano por encima del recipiente abierto, con movimientos cortos y rápidos de la palma para que los olores penetraran en sus entrenadas fosas nasales. - Cu-cuidado cu-cuando lo to-tomes E-katerinna. Advirtió a la muchacha cuando Piero se lo ofreció. - Ssssabe a pi-pis de ga-to. - Le susurró para no ofender a Peludo. Su relación con el gato de Win era un tanto tirante.

- ¡Uy!Este es es para vvver en la os-cu-ri-dddad. - Dijo con las pupilas dilatadas tan sólo de los efluvios que desprendía al quitar el taponcito que lo cerraba.

- ¡Mmmeapilas! Había identificado dos viales de agua bendita.

- ¡Wuuuuaaala! La cabeza le daba vueltas con sólo olfatear el disolvente universal y el pegamento. - O-otro po-poquito mmmas uhm. Volvió a acercar la boca del vial a la nariz y aspiró con cuidado. ¡Se le iba la cabeza!

No sólo encontraron botín que llevarse sino que también peligros que casi se llevan a sus compañeros. Como aquel enorme limo, tan alto como las paredes, aunque igual de tonto. O las trampas que casi cercenan los pies de Piero y Wilbur. Momo había demostrado que tenía buena puntería y que sus bombas eran bastante letales. Sin embargo, no se quedaba tranquila. Necesitaba mejorar el tiro. Todos sus compañeros eran mucho más grandes que ella y así no había manera de lanzar sus bombas a gusto. Tendría que trabajar en ello. En eso estaba pensando de regreso a Trunau.

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11/04/2019, 19:54
Tronquito.
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Las fascinantes y maravillosas aventuras de un Ghoran llamado Tronquito.

Katrezra y el templo en ruinas de Iomedae

 

Capítulo 1

Una extraña fotosíntesis

Tronquito miraba las caras de unos y otros en aquella improvisada reunión en la Casa Enredada, unas veces con la innata curiosidad que le suscitaban sus variopintos orígenes y naturalezas y otras con la expectación previsible ante unas palabras que quizá dieran algo de luz en medio de aquella bruma en la que se movían en su intento de dar solución al asesinato del soldado poeta Rodrik.

Bueno, no sólo de su muerte. Eran muchos los enigmas que iban sucediéndose y solapándose, y lo que parecía un hilo sencillo de recoger y convertir en ovillo, se había transformado en una madeja con la que Peludo podría haber estado jugando durante días antes de recogerla ellos. En resumen, todo era un lío. Y aunque no pareciera que estuvieran relacionados todos aquellos asuntos, al Ghoran nada le resultaba casual y estaba íntimamente convencido de que todo, absolutamente todo, guardaba relación entre sí. Y lo que ahora quizá pareciera distracción, en un futuro proporcionaría una pieza del puzzle que permitiría ver el cuadro al completo. Era por ello que no debían olvidarse del desaparecido cuchillo ceremonial, del ataque de los lobos o de la misiva encontrada, por más que, en el presente y en aquella reunión, no fueran prioritarios.

Y llegó una última novedad. Esta vez de las manos de Haluk Molok, el hobglobin de rostro pintado como el culo de un mandril, cuya mención de unas cruces blancas en diversos edificios y que un guardia borracho se había afanado en borrar, alertaron a Win. Y era que la realidad y las apariencias podían no coincidir por más que se quisiera. No eran cruces, sino un extraño símbolo, dos espadas en aspa, una más pequeña que otra. Quizá una espada y una daga, llegó a pensar Tronquito, armas propias de un maestro de esgrima o incluso de un maestro de armas.

Pero lo más extraño de las dos espadas, amén de su simbología, no era la cantidad de los mismas ni los edificios en los que se grababan, sino la altura a la que se pintaban. Fuera quien fuera que lo hubiera hecho, y con independencia de su objeto y objetivo, debía poseer notables habilidades, bien mágicas o bien naturales o bien físicas. O volaba, o levitaba o trepaba con enorme soltura. Cuando no las tres cosas. En un gesto terriblemente humano, Tronquito frunció el ceño con preocupación. Se acababa de abrir un nuevo frente, aunque sospechaba que hilado directamente con la muerte de Rodrik. Sin razón consciente alguna, ni prueba consistente, las habilidades del extraño pintor volante o levitante le condujeron al asesino de Rodrik. No podía dar forma a un pensamiento coherente, pero por un fugaz instante al que no se quiso sujetar, les creyó la misma persona. Fue una reflexión que guardó para sí. Llegado el momento lo comentaría quizá con Monique, pero ahora mismo, no lo era.

Lo que sí era, era el momento de organizarse.

Habían muchas cosas que investigar de modo que lo más lógico era que se organizaran en pequeños grupos, lo suficientemente numerosos como para poder hacer frente a cualquier eventualidad como ya había quedado demostrado con su anterior enfrentamiento a los lobos enfermos. Unos se encargarían de los extraños símbolos. Otros de hablar con el herrero y, finalmente, Monique junto a Ekaterina, Dagfinnr y el propio Tronquito se encargarían de hablar con la madre de la primera para saber si había tratado o no al semiorco, musa de Rodrik, de sus males, que eran muchos y graves.

No tardaron demasiado en encontrarse cara a cara con Jess "La Loca" Meeson en su tienda, conocida por todos por el nombre de "Esto y lo Otro". Y aunque Tronquito ya había conocido a la pelirroja la víspera, para ponerle sobreaviso de que Monique dormiría en la posada, la Gnomo decidió que era el momento de las presentaciones formales, cosa que hizo con gran entusiasmo para regocijo del Ghoran. Al intercambio de nombres y formalidades siguió un té, un brebaje que Tronquito no recordaba haber degustado en sus anteriores vidas y cuyo sabor le embargó de agradables sensaciones. Ello, junto a la amabilidad de Jess, sumieron en un estado de placentero éxtasis al Ghoran que como reflejo de tal situación, empezó a sufrir leves, pero visibles modificaciones en su cuerpo, femineizándolo. Las hebras que hacían la vez de cabello crecieron hasta adoptar la forma de una larga melena semitrenzada, su busto creció y se redondeó y la zona correspondiente a unas inexistentes caderas hasta ese momento se curvaron hacia fuera. Un suspiro de placer ante el último sorbo pareció ser la rúbrica de su metamorfosis. Tronquito dejó la taza de té, pero, ante el súbito silencio, miró en derredor comprobando las miradas de asombro de sus compañeros. Siguió entonces la dirección del dedo de Jess que mostraban las diversas partes alteradas de su anatomía. El Ghoran sonrió primero y después rió con una carcajada argentina. Se puso en pie y giró sobre sí mismo, encantado de su cambio.

- Mmm, quizá debería cambiarme el nombre y pasar a llamarme Tronquita - dijo pensativo y con una voz modulada para corresponderse a su femenino aspecto -. No, no tiene sentido. Por más que presente este aspecto, sigo siendo un ser neutro. Seguiré siendo Tronquito. Por ti Momo que así me bautizaste en esta nueva vida y por quien primero me llamó así, el bueno y viejo de Basil, un entrañable sacerdote del dios muerto Aroden.

Sin duda, la metamorfosis de Tronquito fue lo más destacado de aquella agradable jornada pues, concluida la misma, lo único en limpio obtenido fue que Jess no había llegado a tener contacto con el semiorco, ni le había ofrecido servicio alguno. Así pues, se despidieron y deshicieron sus pasos de regreso a la posada, dispuestos a reunirse con el resto de sus compañeros y listos para intercambiar información. O la ausencia de la misma.

Y una vez más, como si no hubiera transcurrido el tiempo, todos estaban en torno a la misma mesa, con igual cantidad de preguntas o más incluso y sin demasiadas respuestas. Como consecuencia de ello, Tronquito asistió a la exposición de diversas teorías y comentarios, donde lo más destacado fue la mención a la "Casa de la Plaga". Su solo nombre despertó el interés del Ghoran, íntimamente avergonzado por su morbosa curiosidad acerca de un lugar con un nombre tan terrible como descriptivo y que pronto se vio satisfecha. Se trataba de un viejo templo dedicado a Iomedae, construido más allá de los muros de Trunau y que hacía cinco décadas había servido de improvisado hospital para los afectados por una terrible enfermedad y que era la razón de su actual nombre. Un lugar marcado por la desgracia. No sólo la enfermedad sino que también la muerte tocó al templo, pues un incendio, posiblemente causado a ojos de Tronquito, asoló la construcción destruyéndola y matando a todos los que se hallaban en su interior. Un final terrible que no quiso borrarse mediante la reconstrucción del templo que quedó abandonado a su suerte, sirviendo de refugio a quien osara pernoctar entre sus derruidas paredes, como el Troll de Inundación que se había dicho habían avistado en él algunas personas.

¿Podía ser que Katrezra, el semiorco, se hubiera refugiado en aquel lugar? ¿Quizá saber que era un antiguo templo de Iomedae le había conducido a ello? ¿Estar extramuros le proporcionaba una seguridad que los muros no le daban? ¿Era posible que quien habló de un troll realmente le hubiera visto a él? La cabeza de Tronquito ardía con aquellas preguntas. Pero no debían ser exclusivas de él, pues pronto decidió organizarse una pequeña incursión para investigar las ruinas.

No pasó demasiado tiempo antes de hallarse antes las rotas y caídas paredes del templo. Aún quedaba mucho de la mampostería y cantería del lugar que, como dientes podridos, se alzaban hacia el cielo, pobre recuerdo de lo que un día fue. Y en medio de una de aquellas paredes supervivientes, una vez más, el extraño símbolo. ¿Podría tratarse de un camino de migas trazado para atraer a alguien?, se preguntó un pensativo Tronquito, la mano pellizcando su vegetal barbilla.

Un potente batir de alas le sacó de su ensimismamiento y con un maravillado asombro, observó el vuelo de la Strix. Las poderosas alas se abrieron arrojando su sombra sobre la tierra y sus evoluciones fueron como un baile ante el cual, Tronquito no pudo apartar la mirada. Cuando volvió a posarse, la miró admirado ante su gracilidad y potencia, prestando atención a sus palabras.

- La parte superior esta destruida y aparentemente inaccesible... En la esquina sureste... un agujero... quizá lleve a las profundidades del templo...

No había mucho más que pensar ni que decidir. Era hora de entrar en las ruinas y averiguar qué verdad encerraba por terrible que esta fuera. Y así lo hicieron, sorprendiendo a dos extrañas criaturas, dos centípedos que se aprestaron a atacarles, hambrientos y furiosos. Pronto murieron, pero Tronquito sentía que recuerdos no demasiado viejos se agolpaban en su mente y afloraban, conforme la oscuridad crecía y le hedor de los cuerpos muertos crecía. Se vio en pie, rodeado de rostros amigos, exultantes en un primer momento, aterrorizados después. Sintió dolor, la abrasión del fuego, vio muerte... y la inexorable necesidad de expulsar su semilla. Fueron segundos en los que el Ghoran perdió contacto con su realidad, todo su ser trasladado a otro momento, al pasado. Su mirada fija, buscaba un lugar, un punto por el que huir, por el que arrojar su semilla. Se apoyó en una pared, incapaz de moverse, revelando la existencia de un pasadizo secreto a los ojos del Wilbur.

Poco a poco, Tronquito fue recuperándose de su peculiar estado, y consciente de la oscuridad que les rodeaba, aspiró profundamente, cerró los ojos como sumido en un extraño trance y de pronto, maravilló a todos expulsando de entre casi inapreciables resquicios de su ser una miríada de luciérnagas que, con su titilante luz, iluminó los pasajes que recorrieron. La belleza de tal espectáculo no pudo, sin embargo, aliviar lo terrible de la socarrada habitación a la que llegaron, sin duda tumba de más de uno de aquellos pobres enfermos que perecieron en el incendio del templo y cuyas voces y gritos espectrales, algunos llegaron a escuchar. ¿Fortuito? ¿Provocado? La voz de Ekaterina pronto deshizo el misterio encerrado en tales preguntas, mencionando los restos de una trampa incendiaria en el corazón de la sala. Y con el corazón angustiado por el destino de los que allí murieron, Tronquito y el resto, siguieron avanzando.

Capítulo 2

Tesoros y enemigos

Atrás quedó la terrible cámara quemada y cuando Tronquito sintió que recuperaba la calma, nuevos enemigos se materializaron ante ellos. Dos arañas de buen tamaño, quizá no las más grandes, pero tampoco las más pequeñas, intentaron sorprenderles. No pasó demasiado tiempo antes de que yacieran con sus ocho patas mirando al cielo, sus vientres abiertos y un desagradable y purulento icor manando de sus heridas. Había sido rápido y, sorprendentemente, parte de la victoria la debían a la aparentemente silenciosa y poco peligrosa Ekaterina. Aunque Tronquito bien sabía que las personas y seres más discretos eran los que más secretos guardaban y más peligro encerraban. Y así parecían demostrarlo las afiladas garras que brotaban de sus manos en cada ocasión en que se sentía amenazada y que el Ghoran no podía dejar de mirar con nada disimulada curiosidad. Su descaro hizo que la muchacha fuera consciente de sus ojos clavados en las armas naturales que esgrimía y Tronquito, consciente del más que previsible embarazo ante sus miradas, cabeceó afirmativamente y sonrió a la muchacha, al tiempo que modificaba sus propias manos haciendo que crecieran unas ramas que simulaban garras. Rió con picardía, justo a tiempo de ver cómo una tercera araña, de mayor tamaño que las anteriores, atacaba a Ekaterina. La risa se cortó en seco, como en seco acabó la vida del arácnido. Tronquito supo que no había lugar a bromas ni tonterías mientras se hallaran en pie de guerra y que no debía descuidarse, ni perder de vista lo importante. Pero por más que quiso, no pudo evitar pisar a la araña con cierta saña, lo que provocó un sonido húmedo y repelente cuando reventaron bajo su peso algunos de los negros ojillos, al tiempo que emitía una risita macabra.

Los pasillos continuaban. Las salas se sucedían. Los obstáculos se amontonaban. Dos puertas se alzaron repentinamente ante ellos en la antesala de algo aún por descubrir. Era tiempo de tomar un poco de aire antes de enfrentarse a lo que fuera que se hallara tras las puertas e investigar un poco. Un hermoso cofre pronto atrajo la atención de la comitiva. Las gemas que lo adornaban y la exquisitez de los materiales con los que estaba construido no eran para menos. Pero no contenía nada en su interior, quizá porque sólo se había prestado atención a su exterior. 

- Mmm, ¿serán valiosas esas gemas? - se preguntó Tronquito evaluando si arrancar las piedras del cofre. Dudó, pero dado que no estaban allí ni para robar ni para saquear, le dio la espalda al cofre, momento en el que vio una poco atractiva cómoda, que demostró guardar en su interior un pequeño tesoro de viales, agua bendita y una caja con pergaminos.

Tronquito aplaudió entusiasmado ante la presencia de aquellos viejos documentos y no dudó en mirar a sus compañeros, uno por uno, de forma encantadora.

- ¿Puedo, puedo, puedo? - dijo extendiendo las manos hacia los papeles -. Porfa, porfa, porfa.

Por su encanto o por no oírle más, acabaron entre sus rugosos dedos. Cerró los ojos, quedó inmóvil y un creciente y reverberante sonido brotó de su interior.

- Ya lo tengo. Son conjuros arcanos. De Apertura y Llamar enjambre. Sí señor - dijo con gran satisfacción. 

Fuera por su acierto o por ser el más adecuado, Tronquito se convirtió en el custodio y guardián de tales pergaminos, con la sola condición de usarlos de forma correcta y en el momento pertinente. Así que con una mirada a mitad de camino entre el orgullo y el desafío a que alguien intentara quitárselos, guardó los preciados tesoros que le habían sido confiados, y se preparó para traspasar el umbral de las cerradas puertas junto a sus compañeros y cada vez más amigos. 

Lo cierto fue que lo inesperado no se produjo. Es decir, que ocurrió lo que todos pensaban que iba a ocurrir. Quizá no tenían claro el tipo de enemigo al que habrían de enfrentarse, pero que habría uno, eso era seguro. Lo cierto es que no fue uno, sino que fueron muchos. Roedores sarnosos y desagradables, prestos a inocular todo tipo de enfermedades con sus mordiscos, y que no tardaron en morder el polvo, muertos y bien muertos. Los cuerpos de las Ratas Terribles servirían de comida para sus compañeras. Más que satisfecho, Tronquito siguió la marcha descendiendo por unas escaleras. Súbitamente un cofre distrajo momentáneamente su atención. Hecho de metal, Win no dudó en examinarlo, aparentemente ignorante de la posible presencia de trampas en el mismo o demasiado valiente y dispuesto al sacrificio. Su veredicto fue claro.

- Tiene un aura mágica.

La sensibilidad y especial percepción de aquel muchacho sin vista le sorprendía. Era bien cierto que cuando una puerta se cerraba, una ventana se abría, pero no era algo fácil ni de aceptar ni de asumir. Prescindir de la vista era un cruel castigo, más en las condiciones de Win, torturado con gran crueldad. Pero pese a sus limitaciones, ante él se había abierto un nuevo universo de sensaciones. Puede que fuera difícil de entender, pero para Tronquito, Win había salido ganando pese a lo terrible de su experiencia.

- Si me lo permitís, voy a examinarlo - dijo Tronquito a modo de respuesta aunque sin esperar realmente que nadie le diera permiso -. Mmm, sí, sí. Eso parece - murmuraba para sí, antes de ponerse en pie y volverse hacia los demás. - Sobre el cofre pesa un conjuro. Uno de Cerradura Arcana. Podríamos emplear uno de nuestros pergaminos para romper el hechizo y abrir el cofre.

Realmente era una buena ocasión para usar los pergaminos encontrados. Era una suerte que hubieran dado con ellos antes de llegar a aquel tramo de escaleras. ¿Qué hubiera pasado de no dar con el compartimento secreto de aquella fea cómoda? Posiblemente hubieran tenido que dejar atrás el cofre y proseguir su camino sin desentrañar el misterio de su contenido. 

Tronquito se esforzó, pero el pergamino se resistió a sus intentos. Frustrado por no haberlo conseguido, vio cómo Piero sin embargo lo conseguía. Fue algo verdaderamente sorprendente. ¿Acaso el viejo granjero es más de lo que aparenta? ¿Hay alguien en el grupo que sea sólo lo que muestra? ¿Las sorpresas serán eternas?, se preguntaba emocionado al tiempo que las tripas del cofre quedaban expuestas, ofreciendo sus pequeños regalos en forma de hechizos, una ballesta y preciados virotes de plata y hierro frío.

- Oh, Endecha de Perdición de Fantasmas - dijo en un susurro emocionado al recibir el pergamino, y guardándolo entre sus pertenencias.

Pero era hora de avanzar y no de regodearse en la contemplación, así que el grupo siguió bajando por los tramos de escalera hasta llegar a un nivel inferior que tenía la peculiaridad de bifurcarse. 

- No hay tiempo que perder. Somos muchos y esto es estrecho - se oyó decir -. Dividámonos y de seguro que cubriremos todo el terreno en menos tiempo, además de que de ese modo, nadie ni nada escapará

Dicho y hecho. Tronquito vio partir al otro grupo tras lo cual miró a Piero, Wilbur y Momo, sus compañeros, que emprendieron camino por la ruta de la derecha. Inconsciencia, prisas o cualquier otra razón, no se dieron cuenta de toda una serie de cepos ocultos que hirieron a quienes avanzaban en vanguardia, Piero y Wilbur. La mala fortuna a veces acompañaba incluso a los más valientes. Pero tampoco era hora de llorar, sino de actuar. Momo y Tronquito, ayudaron a retirar los cepos, entre pequeños gemidos y algún que otro grito de dolor. Las heridas no eran graves y para Tronquito no suponían un gran problema. Una vez más, cerró sus ojos pareciendo concentrarse al tiempo que extendía las palmas de sus manos, abiertas hacia arriba, y todos podían ver cómo un sustancia viscosa, pero en absoluto desagradable y con una sutil fragancia, empezaba a manar en ellas. Cuando creyó que sería suficiente, abrió los ojos, y tras una sonrisa de disculpa por tener que tocar las doloridas heridas, extendió el bálsamo sobre las mismas que comenzaron a cerrarse, sanando, al tiempo que el dolor se mitigaba. 

Era hora de reemprender el camino. La bifurcación que los había obligado a separarse, volvió a unirse y a resultas de ello también lo hicieron los dos grupos. Su búsqueda de respuestas les condujo a una sala donde, ocultos, les aguardaba el alijo de alguien que parecía refugiarse en aquel lugar. Viales con Cola Soberana y Disolvente Universal, un Kit de Disfraz, una Túnica de Noble y un anillo con el aspecto de un sello nobiliario perteneciente a una orden desaparecida hace tiempo de Trunau, así como una ingente cantidad de monedas fue la golosa recompensa a sus esfuerzos. ¿Qué más les depararía aquel sótano?

Capítulo 3

Othdan y la Nana del Cieno

Las horas pasaban y el cansancio aumentaba, pero no por ello menguaba el espíritu de Tronquito y el de sus aventureros compañeros. Pero cuando dieron con una cámara en la que reposaba un Cubo Gelatinoso, ni siquiera el más valeroso de ellos podría haber negado que sintió cierto vacío en el estómago que nada tenía que ver con el hambre. Era a todas luces imperioso acabar con tan extraña y fascinante criatura, o al menos lo era a ojos del Ghoran que también reconocía que su rareza y fascinación no eran suficientes como para no poder satisfacer su curiosidad a partir de muestras tomadas de su cuerpo muerto. Aceite, fuego, armas arrojadizas... todo estaba preparado para la lucha, pero el cubo no se movía. Tampoco es que pudiera pretenderse que un trozo de cieno tuviera especial iniciativa, pero su inmovilidad era desesperante. Tanto como para acabar con la paciencia del bueno de Win que acercándose a la criatura para comprobar su estado, recibió un soberano y ácido golpe que no fue del todo infructuoso.

- Se mueve cuando algo se mueve cerca de él - pensó Tronquito, reflexión a la que todos habían llegado ya, y muy especialmente el ciego Win -.  Es hora de conseguir que ese pedazo de gelatina haga algo más que descansar como la flema verdusca de un gigante.

Llevado por una súbita inspiración, y consciente de lo pobre de los sentidos del cubo, supuso que eran las vibraciones lo que le obligaban a reaccionar. Así que se lanzó a un nervioso zapateado que, aunque interesante, no logró el deseado resultado. Pensativo, reflexionó sobre sus posibilidades y sin tener nada que perder y quizá sí algo que ganar, se acercó al monstruo alejándose a su vez de sus compañeros. Tenía una sola carta en la manga y debía usarla. Concentrado en su follaje, lo hizo vibrar, y un sonido pulsante y adormedecedor, como el canto de una sirena, consiguió lo que su baile no había logrado. Ondas de sonido golpeaban al cubo como olas de mar contra un farallón y este se movía a su rítmico son. La nana no acabó hasta que el cieno gelatinoso no se colocó en la línea de tiro de sus compañeros. Los ataques llovieron en una tormenta furiosa que, con el apoyo de un elemental de fuego invocado por Garinya, deshizo al indeseado monstruo. Tras los inevitables vítores y muestras de alegría se sucedió un silencio expectante que permitió a algunos escuchar una voz de auxilio. Atraídos por aquella petición de socorro corrieron hasta unas puertas frente a las cuales se detuvieron. ¿Cuál sería la correcta?

Dos parecían conducir a una idéntica sala, mientras que la tercera parecía ser la adecuada. Con destreza y unas ganzúas, Piero abrió lo hasta entonces cerrado descubriendo en su interior a un muchacho, un niño realmente, que se agarró a Ekaterina como si en ello le fuera la vida. Othdan, pues así se llamaba el pequeño, les previno entre gimoteos sobre la necesidad de huir. Secuestrado por un orco o semiorco, este había salido y regresaría con prontitud para reunirse con algún tipo de aliado. Incluso les ofreció un collar mágico si le conducían a su granja.

Todos se miraron. Entendían su urgencia y la necesidad de liberarle y conducirle a su hogar, pero habían hecho un largo camino y vivido muchas vicisitudes como para no terminar de explorar las ruinas. Tan sólo restaba una sala y no podían renunciar a dar con las respuestas que pudiera albergar. Así que con sumo cuidado, se internaron en aquella última sala que no era sino los restos de una excavación no completada. Y allí, entre las sombras y aparentemente compartiendo su naturaleza y materia, dos extrañas ratas se mostraron a los ojos de los aventureros. Tomada una por sorpresa, murió rápidamente, pero la otra, advertida de su presencia, se volvió inmaterial. Tronquito no dudó y sacando el anteriormente hallado pergamino de Endecha de Perdición de Fantasmas, lo usó contra la criatura que así adquirió consistencia. No tardó en reunirse con su compañera en el sueño eterno y concluida así su exploración, decidieron retomar el camino a casa.

Con los pies cansados, pero el corazón liviano, emprendieron la subida, dejando tras de sí el lóbrego sótano. Ya nada podía impedirles el regreso y Tronquito sentía incluso la necesidad de cantar, satisfecho por todo lo vivido y contento por su propio trabajo. Fue a abrir la boca para empezar a entonar una vieja canción, pero, ¡UNOS ASESINOS AGUARDABAN SU LLEGADA! Hostigados por los malhechores, retrocedieron escalera abajo comprometiendo cada vez más su situación. Tronquito miró al joven Othdan y supo que tenía que hacer algo de modo que empezó a segregar una resina espesa y resbaladiza que hizo que tres de los cuatro facinerosos cayeran al suelo entre maldiciones. El que se mantuvo en pie, mejor hubiera sido que cayera también, porque Wilbur le quitó la vida con insultante facilidad. No fue un espectáculo agradable, no al menos para sus tres compinches que decidieron huir viendo la que se les podía venir encima.

Y el resto no se mantuvo ocioso y expectante. No. Garinya y Peludo ascendieron al nivel superior por un oportuno agujero y en unión a Wilbur, que demostró sabía correr, abatieron a otro de sus enemigos. Los dos que quedaban no necesitaron más para huir despavoridos, dejando tras de sí el fétido olor de los excrementos que manchaban sus calzones.

Ahora sí era hora de regresar y nada parecía que fuera a interponerse en su camino a la posada. Todo había comenzado con una reunión en la misma y así debía acabar también, al igual que toda historia debe acabar con un...

FIN

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12/04/2019, 12:10
Garinya.
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CARTAS A PIERO

Le entregué dos papeles a Piero. Estaban escritos con una letra muy irregular, que podría compararse con la de un niño humano pequeño, y con varias faltas de ortografía. Hacía muy poco que había aprendido a escribir y, además, las enormes manos no me permitían coger con comodidad los instrumentos necesarios para la escritura. 

Pero Rodrik decía que para poner las ideas en orden era bueno escribirlas. Así que lo intenté, a ver qué era capaz de recordar. Y se lo entregaba al anciano porque era el más sabio que conocía. Quizás podía ayudar en algo.

 

Notas de juego

Recuerdo que nos separamos por idea de Piero y andé junto a Wilbur y aquel curioso ser llamado Entiznao o algo así hasta la Torre Sur para comprobar la información de quien decía que alguien estaba borrando cruces blancas.

Y que al final no eran cruces o a lo mejor sí, pero podían ser espadas. Y el alguien no era cualquiera, era el Sargento Omast Frum.

Y no estaba de cualquier manera sino colgado con correas del muro para borrar esas cruces, pues estaban dibujadas a cierta altura. Y estaba borracho.

Y que Wilbur subió a la torre. Y yo alcé el vuelo. Y el Sargento se sorprendió de vernos y por poco se cae y entonces yo me centré en intentar que no se cayese mientras Wilbur hacía preguntas.

Y Wilbur averiguó que el Sargento pensaba de verdad que Rodrik se había quitado la vida y yo ya no pensé más que era sospechoso porque le creí. Y Wilbur vio con mucho atino que esos dibujos hacían otros sobre la ciudad. Casi dos espadas cruzadas, pues faltaba uno de los brazos, y decidimos que en algún momento había que ir a ver lo que había allí.

Y resultó que había nombres de orcos en aquel otro lugar cuando Wilbur fue a mirar. También averigüé que borraba las espadas o cruces porque creía que eran símbolos de Rodrik.

No entendí casi nada de lo que dijo. Sólo entendí que el Sargento había bebido mucho y tiré uno de sus odres y le quité otro que tenía en la espalda y que vio Ertiznao, que es un nombre muy curioso, igual que él. Creo que con eso hice entonces que el Sargento fuese poco después por la posada pidiendo bebida. No tenía remedio.

Recuerdo que volvimos a la posada y pusimos las ideas en común. Y se decidió ir a otros lugares a investigar ahora todos juntos.

Y conocimos a un elfo que inmediatamente me gustó. Pero no hablaba, pero nos contó cosas. Pero no las recuerdo todas.

Aquello fue agradable comparado con lo que vino después. Porque fuimos a otro lugar. Un sitio llamado la Casa de la Plaga. Y allí ocurrieron cosas que fueron tan feas como el nombre de ese sitio.

Recuerdo que cogí al gato que se llama Peludo y que no es un gato normal creo yo y sobrevolamos eso.

Recuerdo una gran cruz blanca en la fachada de aquel sitio que tenía muchos agujeros. Hasta uno por dentro que te dejaba mirar abajo y por donde se veía que alguien vivía en ese sitio.

Y recuerdo los gusanos, y las ratas. Y las arañas. Y la daga de Rodrik que estaba perdida. Y un enorme y asqueroso cubo gelatinoso.

Recuerdo el fuego. Y que me manché las manos y los pies. Y que fui a buscar al gato y parecía que había estado dormido. Y recuerdo al niño. Ese niño no me gusta. Tiene algo raro.

Y el agujero con el muerto dentro.

Y que íbamos a salir, pero había unos asesinos. Y yo maté a uno. Otros escaparon. Y entonces salimos de ese lugar.

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12/04/2019, 12:45
Win.
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PRELUDIO

Win expuso sus opiniones, las alternativas de investigación que tenían y todo lo que había averiguado, junto a Peludo, a los presentes en la posada. Tras un mutismo inicial, por fin, Piero tomó la palabra, dividiendo a los presentes en grupos. Debían preguntar sobre la falsa daga en la herrería, investigar las cruces o espadas blancas en casa de Brinya y en las habitaciones de la posada, hablar con los guardias sobre la rápida marcha del grupo de semiorcos y finalmente y más importante, encontrar a Katrezra, probablemente refugiado y oculto en alguna casa de Trunau, y el diario de Rodrick.

Piero, Peludo y Win marcharon a la herrería Clamor, entrevistándose con la herrera semiorca, Sara Morninghawk. Mostrándole la falsa Daga de la Esperanza, encontrada en la escena del crimen, se descubrió que, tal y como sospechaba el ciego, había sido un encargo del propio Rodrick. Probablemente tratando de emular la que había perdido. La sorpresa devino cuando, en teoría, la daga debería estar en la propia herrería ya que estaba a medio hacer, y no en la habitación de la posada. Sabiendo que la daga quedó al cargo de una reciente aprendiz de herrería, la semiorca Urnsul llegada no hace mucho de Freetown, ponía a esta última en la diana como sospechosa al haber empleado y dejado, o proporcionado a otros, la daga para cometer el crimen. Y, ¡Oh! ¡Qué casualidad!, Urnsul había desaparecido la mañana del crimen, probablemente junto al grupo de semiorcos de la posada. Todo encajaba. Sólo hacía falta saber el motivo de todo aquello.

El inquieto y perceptivo Peludo, con su curiosidad felina, se coló furtivamente en la trastienda de la herrería descubriendo la guinda del pastel: un oculto Katrezra y el diario de Rodrick. Finalmente, confiando en los investigadores, el semiorco visionario y amigo del fallecido se dio a conocer y entregó el diario y escritos... a pesar de que ya estaban en poder del grupo gracias al minino y su capacidad para hacerse con lo ajeno de manera oculta. Pudiendo leerlos, o leídos al invidente, supieron de ciertos asuntos extraños y preocupantes. Probablemente causantes de la muerte del capitán de la guardia. Katrezra añadió verbalmente ciertos acontecimientos y visiones que había tenido, dando mayor contenido a lo que subyacía oculto.

Por un lado, los sueños del vidente, en el que, en uno, vio al fallecido trunaui junto a lo que parecía el Manantial de la Esperanza, principal reserva de agua de Trunau, y un gran fuego cercano. Difícil de saber su significado. ¿Quizás ardía la herrería, junto al propio manantial? ¿O era un pantano cercano al pueblo? Otros sueños apuntaban a la Casa de la Plaga, antiguo templo de Iomedae a las afueras de Trunau, debajo del precipicio Sur, destruido por un ataque orco primero, y un dramático incendio tiempo después, todo ello hace mucho tiempo.

"Algo malvado acecha bajo las cenizas del pasado.", veía Katrezra en aquella casa. Y Rodrick decidió investigar.

Por otro lado estaba el encuentro de Rodrick con un Troll de Inundación, cerca de la Casa de la Plaga que investigaba. Ese troll era una criatura rarísima cuya presencia se daba, excepcionalmente, en época de grandes lluvias desbordantes y que las tribus orcas interpretaban como señal de cacería y recolección. Y todos sabían lo que significaba cacería y recolectar para un orco.

Por un motivo u otro, Rodrick estaba sobre la pista de algo. Algo que no debía saberse. Y por ello pagó con la vida. Un grupo de semiorcos infiltrados, al parecer, se encargó de ello. El que todos los sospechosos fueran de esa raza apuntaba peligrosamente a infiltrados de las tribus orcas.

Con lo averiguado, el trío retornó a Casa Enredada. La posada era el punto de encuentro de los diversos grupos investigadores. No habían hallado grandes resultados adicionales a los de la herrería, pero con lo que se había averiguado en el Clamor ya había más que suficiente para empezar: partirían sin dilación hacia la Casa de la Plaga.

Dragos y Haluk quedaron para custodiar la casa de Brinya, la prometida del fallecido. Al parecer las cruces o espadas blancas podían ser una manera de marcar un objetivo contra el que atentar, como pasara con Rodrick. El resto se preparó y marchó hacia la Casa de la Plaga.

Antes de abandonar Trunau, de camino al portón principal, se encontraron con un guardia. Uno muy especial. Uno cuya misión era la de proteger el Manantial de la Esperanza, mucho antes de que Trunau existiera. Melenaplateada era su nombre. Un elfo druida sin la capacidad de hablar que se comunicaba mediante signos. Al parecer quiso acercarse al grupo de exploración antes de que este partiera. Quizás a modo de advertirles, quizás para ayudarles con su sabiduría. Los investigadores preguntaron y gracias a él supieron de lo extraño que significa ver un Troll de la Inundación y lo que podía significar, al igual que la historia de la Casa de la Plaga. Win, incapaz de ver ninguna de las expresiones, pero informado por el resto, se quitó el guante y poniendo la palma de su mano le pidió al elfo que tocara una vez en ella si la respuesta era "sí" y dos si era "no", a las preguntas que le iba a hacer.

Así supo que, respecto a las cruz o espada blanca, símbolo clásico de Iomedae, Melenaplateada no pensaba que las pinturas aparecidas se refiriesen a la diosa. Desconcertado, Win preguntó si podría tratarse de algún símbolo o estandarte de un clan orco, ya que habían sido hechas por semiorcos. Su respuesta no fue negativa, dejando la posibilidad de que así fuera y reforzando la teoría que el invidente, quizás equivocada, comenzaba a formar en su mente: que tras la aparición del Troll, símbolo de la "cacería" orca, alguna tribu con un estandarte de espadas blancas, quizás, iba a hacer una incursión a Trunau.

Pero aquello sólo eran conjeturas y lo que era cierto es que algo se ocultaba en la Casa de la Plaga. Y allá fueron.

EL ACTO

Win tuvo que ser guiado para llegar a aquel antiguo templo de Iomedae, destruido por una invasión orca mucho tiempo atrás, reconstruido como Sanatorio durante una plaga que asoló Trunau para alojar enfermos en cuarentena, y destruido de nuevo por un incendio repentino que trágicamente mató a la mayor parte de enfermos y sanadores del lugar.

En la actualidad, abandonado y empleado como picadero para escarceos amorosos de los jóvenes trunai, o como "casa embrujada" donde los niños debían mostrar su valor a sus amigos, entrando en ella, la Casa de la Plaga resultaba un lugar poco acogedor, especialmente por la "cruz blanca" pintada en su fachada. O así se lo relataron al ciego que para él todo era negrura.

Una vez cerca, Win sintió las formas de la estructura y no necesitó ningún lazarillo para moverse por el edificio. El crujir de las tablas, bajo sus pies, las corrientes que corrían de un lado a otro, el ruido de las bisagras y goznes de las puertas, la sensación de cuerpos sólidos en su entorno... numerosos detalles que fueron dibujando, en buena medida, el interior del edificio en el oscuro mundo de Win.

Como fuera que el ciego parecía pobre y desvalido, lento, torpe y ruidoso por su ceguera y armadura pesada, tuvieron la deferencia de dejarlo en última posición. El joven se encogió de hombros y asintió con la cabeza en gratitud. Quizás fingida.

La exploración los condujo por pasillos estrechos y en ellos, pronto aparecieron las complicaciones: demasiada gente para tan poco espacio. Percibió cómo sus compañeros se peleaban por avanzar para alcanzar a los enemigos, torsionándose, haciendo contorsionismo o saltando como saltimbanquis, con tal de enfrentarse a los oponentes. Como fuera que Win no era bueno retorciéndose, encogiéndose o saltando, se tomó los alborotos con calma, rezando a su diosa para que ayudara a sus compañeros con su bendición.

- Ciempiés y arañas gigantes - le dijeron que habían abatido. El invidente asintió, aunque un poco contrariado, ya que esperaba un culto de semiorcos o un mal temible oculto.

¿Esto es un picadero y está lleno de alimañas agresivas? Incomprensible.

Tuvo que salir de su ensimismamiento cuando, andando por una habitación, había quedado en cabeza del grupo y unas ratas gigantes se le echaban encima.

Oh, vaya. No es lo esperado, pero siguen siendo oponentes, concluyó. Y su mandoble trabajó al servició del grupo y de Iomedae. Una habitación, con los antiguos camastros de aquellos que murieron en el incendio antiguo, tenía algo... siniestro.

¿No ardió esto hace años? ¿Cómo es que aún queda la sala en tan buen estado? Sospechoso.

Inspeccionando las habitaciones, encontraron diversos objetos de valor. El más importante fue hallar la Daga de la Esperanza de Rodrick. Allí mismo. Alguien la debía haber encontrado y depositado en un estante.

¿Una daga de gran calidad y no se la llevan? Inconcebible.

Pero no hubo tiempo de sospechar mucho más, ya que descendieron por unas escaleras que llevaron a unas estancias subterráneas. Allá abajo Iomedae hizo un regalo al ciego, entregándole su arma... aunque cumpliendo el precepto de la Heredera de ayudar al necesitado se la cedió a Dagfirnn, insistente en romper sus propias armas. Con una nueva de gran calidad lo tendría más difícil.

Trampas hirientes, frenaron su avance. Un enorme cubo gelatinoso cerró su paso, exhibiendo un gran intelecto táctico, al no exponerse contra los aventureros y esperando a que estos se acercaran a él en las angostas mazmorras subterráneas con las cuales se cubría, teniendo ventaja. Pero con un ciego haciendo de cebo, unas nanas vegetales y unas buenas redomas ígneas gnómicas, o mómicas, se atrajo al moco gigante a su abrasador fin. Con flechita de regalo.

Con esa capacidad estratégica me sorprende que estas babas no dominen el mundo.

Posteriormente llegaron dos momentos complicados: el casi ahogo por gelatina y estatua aplastadora sobre Win, rescatado por la alada Garinya, y la repentina y prematura llamada de la maternidad a Ekaterina, tras rescatar a un niño preso que se aferró a la pierna de la camarera destriparañas como una lapa. Win pudo sentir por primera vez el terror en la extraña mujer tuerta de garras retráctiles que exclamaba que aun no estaba preparada.

Apadrinado por Piero, el pequeño Othdan explicó cómo había terminado allí: aprisionado por un orco durante una prueba de valor. O de insensatez. Lo mismo daba. Y cómo fue testigo auditivo de una conversación del piel verde con un monstruo. Quizás el Troll de la Inundación. A saber.

Terminaron la exploración combatiendo contra ratas sombrías cambiantes de fase, o algo así, con grandiosos malabares de Ekaterina y Willbur.

Pues ni rastro de orcos, semiorcos o trolls. Decepcionante.

Iomedae inspiró al ciego para que pudiera ver donde no se esperaba que viese, y percibir debajo de un pequeño derrumbamiento un cadáver degollado de un semiorco con un símbolo en su cuello. Palpando el símbolo con cuidado le hizo comprender qué significaba.

Pues alguno sí que había, sí.

Creyendo haber explorado el lugar por completo se decidieron a salir de aquel lugar, sacando al chico que no había logrado la adopción de Ekaterina, yendo el invidente en cabeza de la expedición que retornaba a la superficie... fueron emboscados por un grupo de asesinos que atacaron en manada a Win.

Claro, todos a por el ciego, que seguro que es fácil. ¡Y encima ninguno es orco! Desilusionante.

Pero ya fuera porque Iomedae velaba por él, ya fuera que los asesinos, humanos para mayor sorpresa, eran unos paquetes, que el iomedano aguantó las puñaladas envenenadas sin caer y pudo retroceder para poder sanar sus heridas. Una serie de grasas, suicidios, hachazos y flechazos acabaron con dos matones, poniendo el resto pies en polvorosa y añadiendo a la ecuación que alguien en Freetown, y no necesariamente orco, podía estar interesado en que la investigación terminara abruptamente y que la hipotética amenaza orca se llevara a cabo.

- Creo que tipos como estos, aunque no tan mancos, son los que acabaron con Rodrick. Y no son orcos.

En el tablero entraban nuevas fichas, complicando la partida y haciéndola más confusa.

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13/04/2019, 12:24
Ekaterina Illhart.
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RELATO DE EKATERINA:

La conversación que se desarrolló en la posada no tardó en dar forma a tres grupos que se dividieron por el poblado de Trunau en busca de respuestas. El grupo en el que se encontraba Ekaterina, el formado por Momo, Tronquito, el bárbaro y ella misma, se dirigieron a casa de la alquimista ante la posibilidad de que el semiorco que buscaban allí estuviera. Lamentablemente no estaba allí y entre tés y diversas cortesías que a Ekaterina casi la hacen perder la paciencia, perdieron un tiempo que hubieran podido usar en cuestiones más productivas.

Cuando finalmente todos se cansaron de conversaciones innecesarias y agasajos, acudieron al Templo en el que Katrezra había residido y desde el cual la camarera esperaba poder seguir su rastro. Un rastro que siguió con éxito hasta la casa de la herrera, pero demasiado tarde ya porque para cuando allí llegaron ya salía el grupo que había acudido desde un principio a la herrería. Si tan solo se hubieran olvidado de los tés y las pastitas quizá hubieran podido servir de algo...

Se reunieron de nuevo para poner en común todo lo descubierto, conversación en la que la camarera no participó demasiado, y establecieron dos destinos para seguir las pesquisas que hasta allí les habían llevado. El primero era el Manantial de la Esperanza, en el mismo Trunau; el otro, la conocida como Iglesia de la Plaga.

Dada la cercanía se decidió ir primero al Manantial, fuente de agua del pueblo, donde descubrieron a un elfo mudo que con gestos y aspavientos intentó responder a cuantas cuestiones le expusieron. Gracias a sus respuestas y a la información reunida supieron que las cruces blancas, que en realidad eran espadas, probablemente habían sido colocadas por los semiorcos con intención de marcar lugares de importancia. Sitios importantes que atacar cuando se dieran las circunstancias.

También salió a colación el nombre del poblado de Freetown, lugar donde había pasado buena parte de su vida la camarera, por lo que cuando el suspicaz e inquisitivo anciano la preguntó que si ella sabía de alguien en Freetown que odiara Trunau, no se extrañó y simplemente respondió con un: "Todo el mundo".

La tarde avanzaba y sin nada más de utilidad que obtener allí se encaminaron a la Iglesia de la Plaga, ruinoso templo de Iomedae que supuestamente servía a los jóvenes de Trunau para aliviarse de los calores que en determinadas épocas hacen bullir la sangre de pasiones.

Una vez allí, con la iglesia calcinada a la vista, Garinya alzó el vuelo con el gato en brazos mientras el resto esperaba a su regreso. Su intención era traer información que sirviera de ventaja al grupo antes de adentrarse en el ruinoso templo. No obstante no fue mucho lo que trajeron, datos inútiles sobre el precario estado del edificio y ningún signo exterior de los peligros que más tarde comprobaron que les esperaban dentro. Ni siquiera sirvió para elegir correctamente el acceso pues poco después, a pesar de lo cautelosos que fueron, el camino escogido probó no ser el más adecuado para su ingreso.

Fue estrecho, demasiado estrecho, como descubrió Garinya una vez dentro, pero el único indicio que tuvo Ekaterina de ello tomó la forma de un grito tras el quitinoso chasquido de unas mandíbulas en la vanguardia de la comitiva de aventureros. Fue este ruido el que hizo que dejara su posición en el abarrotado pasillo y corriera en busca de la entrada que habían descartado por demasiado obvia: la principal con sus doble hoja cerrada a cal y canto. La abrió sin sutilezas esperando llegar a tiempo, más cuando lo hizo lo que encontró al otro lado fue un combate que ya había terminado y que ni siquiera había visto comenzar.

En el suelo yacían los cadáveres de dos enormes gusanos con sus inertes patas cubriendo unos largos vientres de los que la vida había escapado. Junto a ellos Garinya jadeaba cubriendo unas heridas que no tardaron en ser curadas con las extrañas artes del variopinto grupo que todos ellos formaban.

Continuaron explorando con la misma cautela que antes con la esperanza de que en aquella ocasión les sirviera de algo más. Para ello se dispusieron a los lados de dos puertas que había en la pared derecha de un pasillo con forma de ele, una junto a donde nacía y la otra junto a su muerte. Entonces las abrieron para descubrir dos hileras de elegantes estatuas que observaban con ardientes ojos dorados los restos calcinados de camas y literas que había bajo ellas.

La camarera hizo amago de entrar, pero se detuvo en seco y alzando un brazo avisó a los que había detrás de que no se movieran. Se había percatado de algo, un detalle sutil, una ligera elevación bajo la alfombra mohosa que descansaba a los pies de las camas calcinadas. Y en aquel instante, como una obra de brujería, como un aviso de su propia madre que aún en la distancia la vigilaba, escuchó agónicos gritos de desesperación y percibió el intenso olor a carne quemada. Pasar por allí, pisar allí, era peligroso. Mortal...

Bajó el brazo que había alzado para señalar lo que había visto. El gesto hizo que todos se percataran de a qué se refería y no tardaron en dar media vuelta en busca de otros sitios por los que seguir explorando. Poca calma hubo, no obstante, pues aunque no avanzaron hacia el obvio peligro, el peligro no quería que escaparan tan fácilmente y acudió a su encuentro en forma de dos arañas que descendieron silenciosamente desde el techo.

Alerta como estaban, no perdieron el tiempo y se lanzaron a acabar con la amenaza antes de que esta acabara con ellos. La camarera abrió sus manos y, tras separar sus dedos, de ellos nacieron unas aceradas garras que no perdió el tiempo en hundir en las entrañas de una de las criaturas que les cortaban el paso. Junto a ella el peculiar gato dio buena cuenta de la otra araña y Piero, el anciano, aplastó con su cayado a la que quedaba y de la que Ekaterina aun no había tenido tiempo de sacar sus manos.

Llegó la aparente calma y la atención de los presentes se centró en unas runas junto a una puerta donde moría el pasillo. En la penumbra alumbrada por la magia de Tronquito brillaban intensamente rojas en el lienzo de piedra. Sobre lo que ponía la camarera no tenía ni idea, pero la pintura sí que la conocía.

- La pintura... Esa- dijo señalando el pigmento rojo por si a alguno no le resultaba lo suficientemente obvio a qué se refería.- Se usa en tiempos de guerra por orcos.

La revelación, si es que era tal, de poco sirvió al grupo, más cuando tras ellos escucharon de nuevo el chasquido de mandíbulas y el dulce roce de peludas patas sobre la seda, Ekaterina dio media vuelta y en un instante las garras aparecieron.

Como un animal salvaje corrió al encuentro del nuevo peligro que había pretendido sorprenderlos. Con el ímpetu de la carga sus dedos llegaron a tocar las vísceras de la nueva araña, más grande y amenazante que sus otras dos hermanas. El bicho intento morderla, pero falló, y a aquel fallo le siguieron varios aciertos de sus compañeros, pero la gloria de la muerte, el golpe de gracia, le correspondió a la camarera. Suya había sido la primera sangre y suya fue la última cuando libre de impedimentos hizo uso de sus garras hundiéndolas en el cuerpo de la criatura que tambaleando en agonía empapó a su asesina de los jugos que guardaba en un hinchado abdomen del que la vida se le escapaba.

El combate por sus vidas dio paso a una tensa calma en la que buscaron peligros tras cada esquina. Tanta búsqueda no resultó infructuosa. Encontraron la daga de Rodrick tras cuya pérdida había encargado la "falsa" que habían junto a su cadáver. Pero aquello no fue lo único que encontraron, también hallaron varios objetos ocultos en un lugar que se suponía que era un picadero.

Piero los repartió como consideró oportuno, dando a Ekaterina una poción que en el combate la protegería. La camarera, desconfiada ante la preocupación del hombre que días antes la había tratado como a una potencial asesina, le miró extrañado y no tardo en darle la poción a Garinya. Probablemente no solo le sirviera más a ella, sino que además evitaba beber el contenido de algo mágico que a saber cuánto tiempo llevaba en un lugar dedicado al fornicio y que además le había dado alguien del que no se fiaba demasiado.

Siguieron su camino con la misma precaución que en las anteriores ocasiones, una cautela que hizo al anciano abrir e inmediatamente cerrar una puerta tras escuchar lo que había al otro lado. Se habló de escoger otro camino, pero mientras se hablaba gato y ciego actuaron atravesando la puerta que por temor Piero había cerrado. Ekaterina les siguió dispuesta a ser la primera en enfrentarse a los peligros al otro lado.

Mostrando sus amenazantes dientes emponzoñados, tres enormes ratas les recibieron dando inicio a otro combate que acabaron ganando. Más que rápido fue instantáneo y ciego, camarera y arquero las despacharon en una confusa melé en la que tan solo confirmaron que el gato era bastante más raro de lo que cualquiera hubiera imaginado.

Tras dejar atrás los cadáveres de los animales descubrieron en la habitación una caja fuerte y una escalera que descendía hacia un sótano. Piero y Tronquito se encargaron de intentar abrirla fracasando en sus intentos durante un buen rato. Cansada de aquella calma y de un tiempo perdido que en nada les ayudaba, Ekaterina se decidió a descender con el gato, el aquero y el ciego. Poco después se les unió el resto para descubrir que debajo de donde habían estado el camino se dividía en dos, razón por la que en aquella ocasión se separaron esperando cubrir más terreno; Por un lado los que no necesitaban de iluminación alguna para continuar su búsqueda, por el otro el resto.

Así pues Garinya, Peludo, Win y Ekaterina siguieron su camino hacia el sur encontrando a escasos metros un desvío bloqueado por un rastrillo y más adelante una puerta tras la que la alada aventurera escuchó un borboteo. Ante la amenaza que sin duda les esperaba al otro lado se decidieron a entrar en tromba para evitar los problemas de espacio que habían tenido en anteriores enfrentamientos, pero aquel plan no se llevó a efecto tan pronto comprobaron lo que les esperaba al otro lado.

Ignorancia y desconocimiento despertaron un temor ante la criatura translúcida, azul e informe que guardaba la sala. Cerraron la puerta con prontitud y se decidieron a buscar la experiencia del anciano Piero que quizá pudiera darles las claves para derrotar aquel extraño engendro.

Por extraño que fuera el gato fue el responsable de buscarlo y poco después de escabullirse entre los barrotes del rastrillo este se abrió permitiendo el paso a todos. Lo cruzaron y se reunieron con el otro grupo informándoles de lo que habían visto, buscando respuestas a cómo enfrentarlo. Un debate que tras la información de Piero se centró en cómo matarlo, porque era peligroso, más peligroso que lo que hasta entonces se había encontrado. Además su presencia allí no era fortuita. Alguien lo había bajado hasta allí a saber con qué intenciones, pero lo que la mayoría imaginaba era que protegía algo.

Prepararon un plan para destruirlo atrayéndolo hacia ellos para quemarlo con un aceite que arrojaríamos en su camino. Un plan que resultaba perfecto en papel, pero que tuvo no pocas complicaciones.

Aguardaron en tensión esperando a que el plan se llevara a cabo, pero tras escuchar el sonido de la puerta abriéndose nada ocurrió. Unos instantes que se hicieron eternos mientras Ekaterina aguantaba la respiración lista para arrojar los dardos con los que combatiría en esa ocasión. Gracias a la información del viejo que todo lo sabía, la camarera había descubierto que atacar con sus garras le causaría más daño del que podía hacer ella.

Siguieron quietos, en silencio, sin que nada ocurriera durante un buen rato hasta que la impaciencia hizo que el ciego abriera la otra puerta, la que teníamos en nuestro lado. Entró y salió escarmentado después de que la gelatina extendiera un tentáculo para golpearlo, aunque pareció ser el detonante para que finalmente el monstruo acudiera a enfrentarlos.

El engendro avanzó lento y los aventureros arrojaron el aceite al suelo tan pronto lo vieron. Con el cieno en el centro del charco la alquimista arrojó uno de sus frascos y le prendió fuego, pero no hubo dolor ni gritos por parte de una criatura sin rostro desde el que pudiera proferirlos.

Envuelto en llamas el monstruo siguió avanzando, pero frente a él nació una criatura que le cortó el paso. Este nuevo monstruo que combatía como aliado, nació de los arcanos canturreos de Garinya y se movía entre las llamas como si fuera una más de ellas. Su presencia les salvó de mayores daños, y con persistencia consiguieron entre todos finalmente derrotarlo.

Con la amenaza desaparecida, sin los gritos y los sonidos de la guerra acallados, el ciego dijo escuchar una voz pidiendo auxilio. No pudiendo ignorarlo, Piero acudió a la puerta tras la que estaba su origen y tras abrirla corrió a refugiarse en la retaguardia del grupo dejando a Ekaterina como la primera en verlo todo: un aterrorizado muchacho, poco más joven que la adolescente que lo observaba desde la puerta, que engrilletado y llorando se arrojó a las piernas de la camarera.

Incómoda y molesta Ekaterina intentó desembarazarse de la presa y acudió al viejo para encasquetárselo. No tenía ganas de soportar los llantos de un mocoso cuando sin duda tenían cosas más importantes entre manos. Y si tanto quería salir de allí era libre de hacerlo teniendo en cuenta que en su avance ya habían despejado el camino. Pero no, allí se quedó, y Piero le atendió y tranquilizó valiéndose de mentiras para ello, algo para lo que parecía muy preparado.

La camarera, sin la molesta presencia del acobardado muchacho, regresó a la habitación en la que lo había encontrado para descubrir oculto en una chimenea en ruinas, entre carbones y piedras, un saco con monedas que no dudó en ceñirse al cinto. El viejo, siempre atento, y probablemente alertado por el tintineo metálico, se acercó para reprocharle que se las quedara. Él quería, en su grandilocuente magnanimidad, repartirlas en un probable intento por congraciarse con todos.

Ekaterina se las dio con un seco e indiferente "Toma" que pareció no gustar a Piero, pero lo que a él le gustara o no le era indiferente, como indiferente le había sido al anciano los sentimientos de ella durante el interrogatorio. En cualquier caso, con las monedas ya en sus manos, no tardó en repartirlas a partes iguales excepto para Ekaterina, a la que le dio algo más de lo acordado. La razón para ello se le escapaba, aunque probablemente fueran un pago para acallar su culpable conciencia.

Una vez acabado el reparto la atención volvió a centrarse en el muchacho que habían descubierto prisionero, pues entre sus compañeros no eran pocos los que tenían sospechas de que no era quien decía que era. Las sospechas probaron ser infundadas, no sin antes hacer llorar al chico cuando el bárbaro, tan sutil como había probado ser en el interrogatorio de la camarera, le arrebató el collar familiar que llevaba alrededor del cuello.

Dejando al viejo y a Ertiznao al cuidado del adolescente, el grupo prosiguió su camino preparados para el enfrentamiento. Cubrieron a la vez dos puertas y al unísono las abrieron para encontrar al otro lado dos extrañas ratas que se abalanzaron para atacarlos.

De nuevo se toparon con los mismos problemas de espacio que habían tenido todo el rato y a Garinya le tocó escabullirse entre enemigos y aliados para buscar una posición desde la que poder atacarlos. Ekaterina intentó seguirla, pero tras cruzar la puerta tropezó y cayó de bruces al suelo exponiéndola a un ataque de los infectos incisivos de los roedores. Por suerte el ciego actuó con premura y de un mandoblazo acabó con la vida de la criatura que amenazaba con acabar con la camarera.

Mientras ella se levantaba y se disponía a participar en el combate, el resto rodeó a la rata que quedaba haciendo que fuera imposible acercarse. Solo la quedó esperar mientras entre todos los presentes la despachaban intentando golpear a un bicho que con extrañas artes parecía ser capaz de esquivar todos y cada uno de sus golpes. Al final una solitaria y certera flecha fue la que se cobró su vida y con ella los sonidos de las armas dieron paso al resollar de agitadas respiraciones.

Cierta calma regresó al grupo de aventureros que mientras recuperaba el aliento observó lo que les rodeaba. Aquella sala en la que estaban era la última de aquel templo derrumbado. Ya no había más caminos que seguir, ya solo quedaba dar media vuelta y regresar a sus casas. Poco descubrieron allí más que el cadáver descompuesto de un semiorco que había muerto de arma blanca y un túnel a medio hacer con sus paredes colapsadas.

Decidieron abandonar el lugar y retornaron a las escaleras que les habían llevado hasta el sótano con Win a la vanguardia. Creyendo que todo había acabado se mostraron demasiado confiados exponiéndoles a una emboscada que cuatro asesinos les habían preparado.

Atacaron al ciego que se vio obligado a retirarse escaleras abajo, que fue lo mismo que poco después hizo el bárbaro. Ekaterina, que había avanzado con cuidado dejando espacio para que sus aliados pudieran moverse, quedó expuesta, pero Tronquito acudió en su ayuda lanzando sobre el suelo una sustancia que consiguió que varios de sus enemigos cayeran al suelo.

En respuesta a las voces del hombre árbol Ekaterina descendió con premura las escaleras preparándose para atacarles cuando bajaran a por ellos. Enfrentarlos arriba era demasiado difícil dada la angostura de las escaleras, pero hacerlo en el sótano daba ventaja a los aventureros. Pese a ello nadie terminó bajando y la tensión se deshizo tras escuchar a Tronquito informando de que estaban huyendo.

La adolescente dejó atrás las escaleras corriendo, evitando con cada zancada caer al suelo por el hechizo que el hombre planta había lanzado. En su carrera dejó atrás el cadáver de uno de sus enemigos y atravesando puerta y pasillo se trabó con el último que quedaba dentro del ruinoso edificio. No obstante Garinya fue más rápida y con un certero tajo dio buena cuenta de la vida del asesino.

De nuevo quedaron solos y sin visos de nuevos enfrentamientos, lo único que quedaba era cruzar por la puerta de salida que tenían a escasos.

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13/04/2019, 12:46
Piero Augustus.
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PENSAMIENTOS DE UN ANCIANO.

Piero no se sentía dichoso. Ni triste. Ni de ninguna otra manera, en realidad. Miró con cierta perplejidad el grupo que, victorioso, regresaba de su expedición a la Casa de la Plaga y, con más perplejidad aún, al pequeño Othdan, al que, al parecer y siempre que alguno de sus compañeros no decidiera que era el sujeto activo de una aterradora conspiración, iba a poder devolver a sus padres.

Si yo hubiera tenido un hijo, ¿tendría la misma edad?

 

No había sido así, claro. De hecho el tener o tener un hijo, y si la culpa era de follar poco, o de un problema médico de él o de su esposa, había conseguido malograr bien pronto los pocos meses de auténtica felicidad que habían tenido entre ambos. Quizás, por eso, había disfrutado tanto con la obvia incomodidad de Ekaterina cuando el pobre pequeño había intentado convertirla en la más inadecuada figura materna imaginable.

La sonrisa tenía un punto ácido. No era tan viejo, era cierto… pero la verdad es que desde la muerte de ella todo tenía un gusto a sangre. ¿Y antes? Nadie preguntaba por antes. Todos pensaban que habían sido felices, y Piero les dejaba que lo pensaran. Era mucho mejor que decirles la verdad: su matrimonio era un desastre. Lo había sido mucho antes que todo llegara a su abrupto final. Y eso era lo trágico: uno siempre esperaba poder arreglar incluso las cosas más rotas. Pero llega la muerte, y siguen rotas.

De alguna manera, casi lo arregla todo.

Era, en todo caso, un momento para la reflexión. Piero, de la forma más absurda imaginable, se había visto mandando a un grupo de niños (¡qué jóvenes, pero qué jóvenes eran, por los dioses!) y quería hacerlo bien. Esos asesinos debían morir. Y Trunau debía salvarse. Así que Piero reflexionó sobre todo lo ocurrido. Había empezado, ¿cómo no?, en la posada, y con una Ekaterina furiosa. Como cada día probablemente desde que la había conocido. Le había vuelto a preguntar sobre Free Town para cabreo de la antigua esclava, pero en esta ocasión, había respondido a sus preguntas, haciendo que el campesino pudiera confirmar su sospecha: Free Town odiaba a Trunau. Luego, las nuevas noticias relativas a la aparición de una especie de “cruces blancas” a una altura imposible, por todo el pueblo. Lo que de alguna manera no sólo era rigurosamente imposible de hacer sin que nadie se enterara (aunque así pareciera haber ocurrido) sino que exigía también o trepar o volar o magia. El que encima una de esas pintadas estuviera en la casa de la pobre amante semiorca del fallecido Rodrik … A todo eso había que sumar las conclusiones de Win: la confirmación de la amistad del fallecido con un semiorco llamado Katrezra con el que el fallecido tenía gran confianza. ¿Era acaso de extrañar que el diario de Rodrik y Katezra hubieran desaparecido?

Había que hacer algo y, antes de tomar cualquier decisión, había escuchado a cada uno de los presentes y había repartido de la mejor manera posible los grupos. Había pedido a Dragos Florescu y a Haluk Molok que protegieran a Brinya, Dragos en horario nocturno (por lo que parecía el buen hombre tenía una grave enfermedad que le impedía salir por la mañana lo que no presagiaba nada bueno, pero… era otra historia) y Haluk por el día. Luego había dividido a los investigadores de forma que pudieran cubrir los frentes y, al tiempo, resistir a un posible ataque. Por un lado Monique, Ekaterina, Dagfinnr y  Tronquito irían a ver la madre adoptiva de Monique, Jess La Loca, y tratarían de encontrar el rastro de Katrezra; por otro Wilbur, Garintza y Ertiznao irían a hablar con el sargento Omast Frum, quien además de ser el primer guardia en ver a Rodrik muerto y ser su compañero, estaba limpiando con desespero una de esas cruces blancas que habían aparecido ; y por último él mismo, Win y Peludo irían a la herrería Clamor, para hablar con la dueña de la misma, una herrera semiorca: Sara Morninghawk.

De los tres destinos fue precisamente al que se dirigió junto a Peludo y Win el que les dio el premio gordo. El gato (que no era exactamente un gato, como había podido comprobar el día de hoy ya que hablaba, era capaz de escribir, Win entendía su lenguaje, tenía extraños poderes de algún tipo de magia) logró hacerse con el diario perdido de Rodrik, pero finalmente no fue necesario engaño alguno ya que, tras un interrogatorio hábil, la semirorca reconoció que había ocultado a Katrezra quien, a su vez, nos confirmó que tenía miedo, y que por eso se había escondido. También confirmó nuestras sospechas puesto que tampoco él pensaba que hubiera existido suicidio alguno. Además, la posadera nos explicó que la falsa Daga de la Esperanza que habíamos encontrada en la escena del crimen, no era como primero pensamos una daga de mala calidad, dejada como burla, sino que se trataba de un encargo del propio Rodrick, buscando emular la daga que había perdido. Pero esa daga, teóricamente, no debía haber salido de la herrería, y menos sin terminarla. Sara nos explicó que había confiado la realización de la daga a su más reciente aprendiz: una semiorca de nombre Urnsul llegada no hace mucho de Freetown. Al describirla, la recordé: la había visto en la fiesta de la noche antes a la muerte de Rodrik. Urnsul había desaparecido la mañana del crimen. ¿Junto al grupo de semiorcos de la posada? Podía ser, habría que verlo.

Katrezra resultó ser una especie de vidente o profeta. Nos indicó del interés del fallecido por la Casa de la Plaga, en donde había visto un Troll de inundación. También me dijo que había visto una profecía en la que yo salía… estaba en el Manantial de la Esperanza, y detrás de mí, había un incendio.

"Algo malvado acecha bajo las cenizas del pasado." indicó también.

Ya no había duda alguna. Rodrik había sido asesinado, y tan pronto los grupos nos reunimos salimos en busca de lo que esos dos lugares, el Manantial de la Esperanza y la Casa de la Plaga, nos podían dar.

El Manantial de la Esperanza es la fuente de agua más importante de Trunau, y estaba protegido por un elfo druida mudo llamado Melenaplateada. Tras hablar con él mediante signos logramos sacar en claro que los semiorcos eran los que habían puesto los signos, que no había logrado verlos, y que podían no ser cruces… sino espadas blancas. Símbolos por tanto de Iomedae. También que la aparición de los lobos solo podían deberse a la traición de alguno de los miembros de la guardia.

Armados con ese conocimiento fuimos a la Casa de la Plaga. ¿Alguien puede explicarme como un picadero puede ser tan peligroso y no haber fallecido la mitad de los adolescentes de Trunau? Supongo que ha degenerado muy rápido. En fin… trampas a punto de costarnos la vida (yo mismo me comí unas cuantas), tesoros, bichos diversos y un intento de asesinato. ¡Ah!, y la daga de Rodrik, y un niño secuestrado, y sus historias sobre encuentros de un semiorco con un monstruo.

Que los asesinos fueran humanos solo me hace pensar una cosa: Free Town. Y orcos. Y malas noticias para Trunau.

De alguna manera que no acertaba a explicarme, habíamos sobrevivido a todo aquello, con tesoro y con nuevos datos, y con el niño vivo. Pero ya no podía demorarlo. Tenía que hablar con la jefa de Trunau, con el capitán de la guardia y con su hijo. Después de todo, la supervivencia de Trunau estaba en juego.

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13/04/2019, 13:26
Dragos Florescu.
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RELATO DE DRAGOS FLORESCU:

Al menos se había recuperado. Eso era todo lo positivo que podía sacar de todo aquello, un lío en el que se había visto envuelto sin comerlo ni beberlo. Tras sus "problemas" derivados de la larga e inclemente espera diurna para su interrogatorio como supuesto asesino del Capitán de la milicia, y llevado por el deseo de ayudar (noblemente alentado por la necesidad de llenar su bolsa y tener un techo y algo que llevarse a la boca), Dragos se había ofrecido a vigilar de noche a esa tal Brinya, por lo que pudiera pasar.

Sin embargo, conforme pasaban las horas empezaba a arrepentirse. En otras circunstancias él estaría paseando, disfrutando del fresco aire nocturno, en vez de quedar de pie y sin hacer nada en un solo lugar... Más aún durante tanto tiempo, en algo que se asemejaba más a una tortura que a una tarea digna. Por si fuera poco, a todo ello se sumaba que nadie le había comunicado qué iban a hacer, ni habían definido en exceso el por qué debería vigilar a aquella muchacha. Simplemente un genérico "corre peligro".

Pero, ¿peligro de qué? Todos corremos peligro continuamente. De tropezar y abrirnos la cabeza, de tragarnos la lengua y ahogarnos, de sufrir un repentino e inesperado fallo corporal que nos deje muertos o vegetales... Y eso contando solo aquellos que no requieren necesariamente de interferencia externa. Era evidente que no se trataba de cualquiera de esas cosas, pero la naturaleza de la amenaza resultaba desconocida para Dragos. Lo que, irónicamente, le era muy familiar y cercano. 

Al fin y al cabo, era lo que había conocido durante prácticamente toda su vida. Huyendo continuamente, sin descanso ninguno, perseguido hasta la extenuación por los múltiples lacayos y siervos de una fuerza maligna que no deseaba más que atarle definitivamente a su voluntad. Aquello no sería muy distinto. ¿Quizás Brinya estaba siendo perseguida por algo similar? Tal circunstancia le resultaría muy extraña al pálido forastero, aunque cosas más raras había visto en sus viajes. Pero aunque no sabía de quienes se trataba, sí creía intuir el por qué: el asesinato del que había sido sospechoso. 

¿Qué unía a aquella moza con el difunto? Otra pregunta que nadie le había aclarado, aunque seguramente debía tratarse de una amistad, pues la diferencia de edad no era suficiente para explicar algún lazo familiar. O quizás se trataba de algo más que amistad. Mientras divagaba, intentando distraerse del lento fluir del tiempo, la vida de la calle seguía su curso. Al menos la vida nocturna que pocos apreciaban.

Las ratas salían de sus escondrijos en busca de algo que comer, con sus chilliditos y correteos aquí y allá, llamando con su actividad a los gatos callejeros, que no dudaban en darse un festín con ellas, o asesinarlas por diversión. Los búhos y otras rapaces nocturnas también acudían a la llamada de la cena, ya fueran ratas, o gatos lo suficientemente pequeños para ser atrapados entre sus zarpas. Los murciélagos revoloteaban en busca de insectos, y el viento gemía a veces por las callejuelas. 

Todo bastante normal. Aunque en determinado momento, sus ojos creyeron captar algo que se salía de lo normal. Una sombra en un callejón. Algo se había movido en él. Intrigado y alarmado, se acercó con paso rápido, y sus oídos captaron como sus botas no eran las únicas que golpeaban el suelo de la población. La sombra se alejaba. Ceñudo aceleró el paso, siendo correspondido con lo propio por parte de su "presa", que finalmente logró evadirse. 

Mientras volvía con rapidez a su puesto de vigilancia, examinó las huellas con sus escasos conocimientos. Un pie grande, sin duda debía tratarse de alguien de cierta envergadura y peso. ¿Quién? Solo los dioses lo sabían. De vuelta al lugar desde el que había decidido mantener aquella guardia, echó un vistazo para asegurarse de que su peculiar protegida seguía durmiendo el sueño de los justos. O puede que no tan justos, pero desde luego roncaba como si nada más importara en el mundo. 

Ya solo quedaban unas pocas horas para el amanecer. Solo debía mantener aquella tediosa tarea un rato más, y su cama estaría esperándole cuando volviera. Sin embargo, aquello había dejado de ser una pérdida de tiempo. Nadie en Trunau, absolutamente nadie, paseaba por las calles a tan altas horas de la mañana. Al menos, nadie que no fuera él. Y si fuera un guardia, no habría huido así. Alguien o algo había intentado acercarse a Brinya sin ser visto. Realmente había un peligro. Aquello no era una pérdida de tiempo total, como empezaba a temerse. 

Las sombras ahora tomaban otro cariz, más amenazante, como si cualquiera pudiera esconder un puñal cubierto de hollín, listo para acabar con su existencia sin ser visto. Y quizás así era. 

¿Eran esos algunos gatos corriendo, o se trataba de unos pasos furtivos que se alejaban de allí? ¿Era el viento lo único que susurraba en aquella oscura noche? Con suerte, los únicos depredadores que habría sueltos a aquellas horas serían los que pertenecían a la noche. Con menos suerte, la cabeza de Brinya correría peligro. Pero si una mala estrella le había mirado en aquel momento, habría una posibilidad aún peor: que una saca con su nombre bordado en ella hubiera llegado a Trunau.