Partida Rol por web

Alex salta sobre el monstruoso animal y la imagen se asemeja a la de un cowboy intentado cabalgar un toro bravo, pero el desconcierto que crea al bicho, sumado a los gritos y movimientos que hacen Stacy y Dorothy de diferentes posiciones, hace que pierda unos segundos en medio de la confusión. Segundos que Ted aprovecha para atravesar con el atizador dos glándulas bulbosas que cuelgan bajo la mandíbula inferior. De ellas cae un líquido oscuro que hace humear el suelo y el extremo del atizador, mientras la fiera se agita violentamente.

En una de esas convulsiones, cierra sus cuatro mandíbulas sobre Ted, pero con la herida en su glándula hace que no calcule bien la distancia y sólo consigue hacer unos cortes sin demasiada importancia en el brazo del padre de familia, junto al que tiene desde hace sólo unos segundos antes.

Ahora, la fiera parece confundida. No consigue identificar de manera precisa los objetivos de sus ataques.

Cuando las glándulas borbotearon sintió miedo, miedo y aprensión. Un vértigo que le dio la vuelta al estómago. Pero el bocado del monstruo le pareció algo superfluo, ajeno, casi irrelevante. A esa alturas Ted ya estaba lanzado. La adrenalina bombeaba en su sangre, y se sentía Charles Bronson en aquella peli de boxeadores. Era el puto Lee Marvin en Los doce del patíbulo. Miró en una ráfaga al resto de la familia y no le dio un segundo de respiro al animal; arremetió de nuevo contra él con una sangre fría que no sabía que poseía, buscando de nuevo su punto más débil.

Mamá tenía una idea impecable, realmente, por lo cual tenía que, de ser viable, sostener al monstruo, más ver a su padre, a papá recibir daño dos veces y sangrar le aterró, si bien le aterró aún más que el par de tontas se atreviesen a acercarse. Hizo o intentó hacer un gesto para que se alejaran pero al parecer, de hecho, estaban ayudando notablemente entre él sujetando a la bestia por el cuello colgado por completo de la entidad y ellas distrayéndole por su aparente ausencia de visión. ¿Cómo someterle mejor? Tenía que pensar en algo él igualmente, no podía dejar que le hicieran un tercer ataque a su padre. Pensó, pero no era brillante, no tanto al menos, o no estaba en la mejor condición mental.

Y aún así, eso no era excusa.

Si bien no tenía el peso real para botar a esta bestia de costado como pretendía, no directamente sin volverse una diana andante, ser botado y convertir a sus hermanas o a su padre en blancos, sí que tenía el conocimiento de lucha libre y de otras cosas, como ideas, estrategias. Los nervios y la adrenalina pura, destilada casi e inyectada directamente en su cerebro, le hicieron entrar en razón. "¿Podrá ser...? ¡Muéstrame!" Pensó entonces empezando a escalar por así decirlo o a correr de nuevo como hizo antes quasi cinemáticamente, buscando llegar hasta la cola de la bestia. Si podía doblarle la cola y jalarla de la base o tirarla quizá podría no solo botarle e incordiarle inmensamente, sino que encontrar la clave para que deje de herir a los otros. Por lo demás, tenía que confirmar si era o no el punto débil.

Otra vez más, ahí iba nada, ahí iba todo.

Puede que todos estuviéramos inmersos en salvar nuestras vidas que, por unos instantes, habíamos aparcado el miedo a un lado, aunque desde luego por mi parte no podía decir que no estuviera aterrorizada. Pero ver cómo aquella bestia de pesadilla volvía a atacar a mi padre, consiguió que de nuevo comenzara a chillar como una loca, mitad para tapar precisamente ese miedo mitad por querer evitar que mi hermano y mi padre, cualquiera lo hubiera dicho hacía tan solo unos minutos, sufrieran algún tipo de daño.

Seguí gritando, moviendo los brazos y saltando mientras miraba de reojo a mi madre. Esperaba que, fuera lo que fuera lo que tuviera en mente, esperaba que lo hiciera rápido y, sobre todo, que fuera eficaz para salir de allí.

El monstruoso animal se agita violentamente cuando se percata que Alex se coloca tras él con objeto de inmovilizarle la cola. Mientras Ted prepara su ataque, la lucha entre Alex y el dantesco animal debe decidir un vencedor, y va a ser Alex, que agarra fuertemente el espolón. Entre sus brazos nota como la musculatura de la cola se tensa y lucha su salida, pero sin conseguirlo. Es en un instante de esos los que Ted aprovecha para volver a atacar con el atizador con todas sus fuerzas. Una salpicadura de líquido cae entre los zapatos del abogado y comienza el suelo a humear, al igual que el atizador.

La bestia, perdiendo líquido por su glándula perforada, colvulsiona la cabeza sin control y emite unos gruñidos horribles, mientras abre y cierra su mandíbula intentando capturar un enemigo invisible.

Al mismo tiempo, el atizador de Ted comienza a deshacerse en pequeños trozos que gotean sobre el blanquecino suelo entre una pequeña nube de humo.

Al cabo de unos segundos, la criatura exhala un último aliento gutural, que suena como una ventisca golpeando la boca de una cueva oscura, y se desploma en el suelo.

Los primeros segundos transcurren en silencio. En parte por incredulidad de que hayáis sido capaces de acabar con esta bestia infernal, y en parte por desconfianza de que cobre conciencia un instante para lanzar un últime ataque. Pero no, el animal no se mueve, y un charco humeante se forma a su alrededor.

Me había quitado un zapato, aunque no sabía en qué momento exacto, para lanzarlo hacia la bestia, llamar su atención y que dejara de hacerle daño a mi padre. Pero, de repente, todo termina. Mi padre ha conseguido, junto con Alex, acabar con la vida de aquella bestia.

El silencio invade la sala en la que estamos, nos miramos unos a otros. Me pongo el zapato lentamente, tan lentamente que parece que todo a nuestro alrededor ocurre a cámara lenta.

-Lo... lo siento... yo no pensé... no creí... no sabía-intento explicar mientras balbuceo sin sentido que no pensé que el asustarme y gritar pudiera traer tantos problemas.

Me siento pequeña, tan pequeña que creo que si en ese momento desapareciera sería lo mejor que podría hacer. Recuerdo las palabras de Darek y su habilidad para darme consejos y hacerme sentir mejor. Esos momentos parecen tan lejanos que no puedo evitar sentir un escalofrío recorriendo mi cuerpo.

-Papá... ¿estás bien?- le digo aún con la voz balbuceante mientras me acerco a él.

Jadeaba y sudaba copiosamente, mirando incrédulo al anorme y grotesco animal desplomado a sus pies. Terminó soltando el mango del atizador del que apenas nada quedaba ya, y que resonó tintineando al chocar contra el suelo. Su primera mirada para Stacy cuando se dirigió a él fue de incomprensión, de desorientación. Pero enseguida una sonrisa forzada y mucha emoción contenida se reflejaron en su rostro. Abrazó a su hija con mucha fuerza.

-Estoy bien, hija, estoy bien. ¿Y tú? ¿Y vosotras?

Levantó la cara, buscó a Dorothy y fue enseguida a abrazarla. -Gracias, hija... -le susurró junto al oído, manteniendo largamente el abrazo. Luego miró alrededor. Localizó a Joanna frente a uno de aquellos extraños artilugios, y vio a Alex salir de detrás del cuerpo de la bestia. Se dirigió muy serio hacia su hijo, que se había lanzado con temeridad contra aquel ser, mucho más grande que él. Comprobó que no estaba herido. Lo cogió por los hombros, y su voz sonó orgullosa: -Bravo, hijo mío, bravo. Te has portado como un valiente. Sin ti... no quiero ni pensarlo.

En ese momento se dió cuenta de que el brazo herido le escocía...

Por muy sorprendente que pudiera parecer, todo había terminado y de la mejor forma posible. Álex lo había conseguido. Había acabado con aquel monstruo que, en su agonía, había soltado aquel asqueroso líquido que parecía ser capaz de acabar con todo lo que se cruzara por el medio. Pero también mi padre había hecho un gran esfuerzo y él no había salido tan bien parado como mi hermano.

Aunque me resultara difícil de admitir, estaba preocupada por papá. El animal lo había herido varias veces y no teníamos ni idea del alcance de esas heridas. Me disponía a acercarme a él, dar el brazo a torcer y demostrarle mi preocupación, pero me quedé en el sitio inmóvil, mirando cómo abrazaba a mi hermana. Hasta que nuestras miradas se encontraron y entonces pude ver en sus ojos la preocupación, y el agradecimiento, por el momento vivido.

Sentí como me rompía por dentro, cómo las lágrimas acudían a mis ojos a pesar de los esfuerzos que hacía, respirando hondo y parpadeando varias veces, por contener el llanto que a punto estuvo de desbordarse cuando él se acercó a abrazarme también. Sin embargo, a pesar de sentirme reconfortada entre sus brazos como cuando era pequeña, a pesar de desear con toda mi alma demostrarle que su pequeña aún estaba allí, a pesar de que quería abandonarme a la calidez de aquel abrazo, no hice ningún amago por devolvérselo, ni siquiera cuando me dedicó sus palabras de agradecimiento. Algo dentro de mí me impedía corresponder al cariño que me había demostrado en ese instante, algo contra lo que sabía tenía que luchar si no quería terminar amargada y sola en la vida, pero aún no estaba preparada para dejar atrás y reconocer los malos pasos que había dado últimamente.

E inmóvil continué mientras mi padre felicitaba a Álex, dándome cuenta que, cualquier que nos viera en esos momentos, estaría contemplando a una familia bien avenida donde el cariño primaba por encima de otras cosas. Pero eso sólo era una fachada, una fachada que en el fondo esperaba que se derrumbara cuanto antes.

—Todas estas máquinas tienen que estar aquí por algo, joder. Quizás sean la clave de lo que está pasando. Movamos el culo para ver si encontramos alguna palanca o algún mecanismo que nos permita volver a casa.

Había vuelto a ser «D», la joven díscola, malhablada, fría y distante de los últimos meses.

El escozor del brazo se atenúa y finalmente se convierte en un leve hormigueo, como cuando pasas mucho tiempo en tu despacho sentado en la misma posición.

Sentís como vuestras vidas se enredan en un extraño torbellino de emociones y temores. Como filamentos de lana que formaban parte de un tejido estructurado hasta que algo extraño aparece y se engancha a vosotros, destejiendo el patrón y dejándoos fuera, en un terreno desconocido, enganchados para siempre.

Vuestro lugar era "el Dakota", en el margen de Central Park, en Nueva York. Y ahora estáis atemorizados en un lugar increíble y desconocido. Atrapados sin saber qué significa todo aquello, si estáis allí por algo, si hay una salida, si hay respuestas, si el mundo sigue estando en algún sitio...

Os miráis unos a otros, compartiendo vuestros pensamientos a través de la mirada como hace tiempo que no hacíais. Todos sentís el mismo desconcierto. Acabáis de salvar vuestra vida frente a un animal de pesadilla. Un animal que no debería existir. ¿Y vosotros? ¿Deberíais existir?

A pesar de que no encontré forma posible de hacer funcionar esa maquina, que aquel rotor girara para poder hacer frente a aquella bestia, mi familia sí logro lo impensable. La familia Krammer acababa de derrotar lo que parecía una bestia salida de la pesadilla del peor de los perturbados y todos estábamos vivos y de una pieza.

Insatisfecha conmigo mismo, pues no pude ser de ayuda, solo me atreví a mirar al escena final desde la lejanía, como los cuatro se felicitaban por un trabajo bien hecho y como esa imagen de unión me reconfortaba y aplacaba mi sentimiento de culpa.

Pero los gritos de Dorothy me sacaron de mi fingida alegría, rescatandome a la realidad para darme cuenta que Ted estaba sangrando, Stacy se sentía culpable y Dorothy podría a ver dicho algo tanto bueno como peligroso. Pero la prioridad en este momento era mi marido.

-Ted, ¿Sigues sangrando? -Me acerque rápido hasta él, sacando los pañuelos de tela que había traído conmigo, al igual que el atizador, el cual ya no podríamos volver a usar. -Ted el brazo, déjame verlo. -Saque de la mochila una de la botellas de agua y limpie lo mejor que pude la herida de mi marido, mientras hacia tiras de una de los pañuelos y con otro lo usaba a modo de gasa. -Aprieta mientras te vendo, es importante detener el posible sangrado. -Pensaba en alto. Intentando recordar cada uno de los pasos de aquellos consejos de la tele en los culebrones de hospitales.

Y mientras me ocupaba de él. Lance una de las ideas que mas había evitado hasta el momento en mencionar. -Creo que lo primero igual deberíamos encontrar un sustituto para el atizador. Necesitamos protección. -Eran palabras que me asustaban, tanto que me dolían, porque significaban que mis hijas deberían protegerse de algo que yo no pudiera evitar.

Adoptó una evidente actitud de orgullo mientras su mujer le atendía la herida. De... macho, como decía Carlos, el conserje. -Estoy bien, es un rasguño -dijo, casi con ternura. -Ya ni me escuece.

Miró a su mujer como hacía tiempo que no la miraba. Viendo en ella no a una extraña con la que compartía cama, familia y vida, sino como su compañera, su cómplice, su apoyo. Asintió a la idea de encontrar otra arma (otra buena idea de Joanna que seguramente les había salvado la vida).

-Sí, busquemos algo... contundente. Ya que estamos aquí demos una vuelta, a ver qué encontramos. Pero no nos perdamos de vista los unos a los otros. -En ese momento lanzo una severa mirada a sus hijos. -Y-no-to-que-mos-na-da.

Joanna se acerca a Ted y examina su brazo con sendos rasguños. Las heridas no presentan ninguna gravedad puesto que son superficiales. La pequeña sangre que salía de ellas ha dejado de hacerlo, así que basta con envolverlas con un pañuelo de tela de los que porta consigo. Mientras lo hace rememora cómo han perdido la carrera contra la rutina y la desidia. Hubo un momento en que se acariciaban por placer, porque les apetecía irremediablemente ese contacto, sin tener que estar heridos por una horrible bestia para sentir el tacto del otro.

El hormigueo del que habla Ted no parece afectarle, puesto que está desapareciendo como él mismo afirma y mueve el brazo con normalidad.

Ted se puso a deambular entre los extraños aparatos y mecanismos de la gran sala, buscando un objeto contundente, punzante o... lo que fuera, eran términos que le venían a la cabeza por deformación profesional. Algo que pudiera ayudarle a defender a su familia. Se sentía reacio a acercarse a los tubos que, como frascos de formol, contenían lo que parecían ser embriones, entre ellos su propia hija. Un escalofrío hizo desvanecerse cualquier sensación de euforia por la victoria que pudiera quedarle.