Partida Rol por web

Unos pocos juegos con el dragón que te había regalado Shela habían bastado para hacerte bostezar y caer rendida. Sueños agitados acudían a tu mente, pero una especie de luz luchaba por retirarlos... Hasta que se hicieron insoportables.

Despertaste con un grito propio agónico, empapada en sudor. Asustada, tu corazón fue recuperando su normalidad. Te repetías mil veces que sólo había sido un sueño, no podía ser real...

Otro grito te sobresaltó. Seguido de este, otro de un hombre parecía desgarrar el aire. Golpes en la calle y carreras, gritos y súplicas a los dioses habían sustituido al silencio de la noche. Tu cuerpo estaba resentido, dudabas mucho que hubieras dormido más de una hora... Pero algo estaba ocurriendo.

Había muchas cosas que pensar, pero el día había sido miuy intenso, y tu cerebro te exigía descansar. Así, cerraste los ojos, pensando que el sueño tardaría en aparecer... Pero llegó antes de lo esperado.

Sueños agitados acudían a tu mente, pero una especie de luz luchaba por retirarlos... Hasta que se hicieron insoportables.

Despertaste con un grito propio agónico, empapado en sudor. Asustado, tu corazón fue recuperando su normalidad. Te repetías mil veces que sólo había sido un sueño, no podía ser real...

Otro grito te sobresaltó. Seguido de este, otro de un hombre parecía desgarrar el aire. Golpes en la calle y carreras, gritos y súplicas a los dioses habían sustituido al silencio de la noche. Tu cuerpo estaba resentido, dudabas mucho que hubieras dormido más de una hora... Pero algo estaba ocurriendo.

Sacaste tu cabeza de la fuente, y la visión no era nada agradable. Hombres y mujeres de todas las razas y clases corrían despavoridos, asustados y llamando a sus seres queridos. Varios edificios estaban ardiendo.

No había habido mucha conversación entre vosotros tres, pues el sueño y las emociones os superaban. Así, cada uno subido a su rama, descansó como pudo.

Sueños agitados acudían a tu mente, pero una especie de luz luchaba por retirarlos... Hasta que se hicieron insoportables.

Despertaste con un grito propio agónico, empapada en sudor. Asustada, tu corazón fue recuperando su normalidad. Te repetías mil veces que sólo había sido un sueño, no podía ser real...

Y miraste a tu alrededor. Allí estaban Kail y Namib despiertos, pero no era lo único que había...

Desde la distancia, se podía ver la ciudad en llamas. Las lenguas de fuego con forma extraña sacudían diferentes edificios por todos lados. Y, de fondo, se podía escuchar el grito de los habitantes.

Mereelu se despertó sobresaltada. Una pesadilla... pensó sobresaltada, con el corazón latiendo fuertemente. Respiró hondo para calmarse, pero antes de lograrlo, llegaron a sus oídos gritos y golpes provenientes de la calle. Sorprendida, se levantó deprisa y se vistió. 

Un desgarrador grito heló su sangre. Parecía como si la ciudad estuviera siendo atacada por monstruos o un ejército oscuro que causara tanto pavor como dolor. Sin perder tiempo, terminó de vestirse y salió corriendo a los pasillos del templo, para ver si encontraba a alguien que le dijera qué estaba pasando, o sino a la calle para verlo con sus propios ojos.

Me desperté sobresaltado envuelto en sudor. Ver a NAmib y Ceya me tranquilizó un poco. Entónces lo ví, allí a lo lejos se veía la ciudad en llamas. Era, si no fuera por lo trágico que resultaba, hermoso. Ver las lenguas de fuego y las llamas me dejó medio hipnotizado. Me costó salir de ese estado, de su hechizo.

¡Tenémos que hacer algo!¡Vámos!¡Tenémos que ayudar a la gente como podamos!

Me bajé del árbol y empezé a correr hacia la ciudad, no sabía que podríamos hacer, pero era mejor que quedarse aquí de brazos cruzados.

Namib se despertó con un sobresalto.  ¡Vamos!  Pero en los nervios del momento, el susto y el deseo de ayudar, te temblar sus pies del miedo, le pidió calma al hada de su mente.  

¿Donde hay una represa?  Un río que pudiéramos soltar para que ayude a acabar con el fuego. ¿Hay un gremio de apagafuegos en la ciudad? 

Tenía la sensación de que acababa de acostarme, de que acababa de cerrar los ojos cuando me vi de pronto sentado en la cama, con la respiración acelerada y el sudor corriendo por mi frente y mi cuello. Mirando en todas direcciones hasta acordarme de dónde me encontraba.

Notaba la boca seca, paladeé un par de veces para segregar algo de saliva, cuando un grito me interrumpió, seguido de otro, golpes, pisadas... en la calle estaba pasando algo, y no parecía que fuese bueno. Dudaba que pudiera volver a dormirme, aunque no hubiera descansado apenas.

Me acerqué hasta la ventana para echar un vistazo a lo que estaba ocurriendo en el exterior.

¡Corred! gritó Ceya, que saltó al suelo a la par que sus compañeros. Apenas echó un vistazo atrás, hacia el rebaño que tenían que proteger. Sabía que si las bárbaras no eran capaces de defenderlos, ellos tres poco harían.

Cerca de la ciudad hay un río contestó a la pregunta que Namib no había hecho mientras salía corriendo hacia la ciudad.

No tardásteis mucho en llegar a las puertas de la que ahora debía ser el nuevo infierno en Idhún. Gente de todas las razas y condiciones salía de la ciudad, llena de humo, fuego y gritos. Niños lloraban preguntando por sus padres, había heridos que se arrastraban para salir de allí.

Un grupo de valientes iban con cubos a los ríos, recogiendo agua y marchando al interior de la ciudad de nuevo.

¡Monstruos nos atacan! ¡Huid, huid! gritó un humano que, al salir corriendo, tiró al suelo a una anciana.

El espectáculo horrible y grotesco. El edificio de enfrente estaba en llamas, al igual que otros tantos. Mucha gente de diferentes razas y condiciones corrían hacia la salida de la ciudad. Había celestes que les guiaban como podían, aunque algunos sucumbían al caos y al pánico de los demás, y se desmayaban desolados por no poder controlar las emociones de los otros.

Otros pocos se acercaban a los edificios en llamas para apagarlos. Pero parecía una misión imposible.

El templo no estaba vacío. Abarrotado por otras hermanas de las diosas y guiadas por las celestes hacia el exterior, Meerelu se quedó quieta, intentando que su mente enfocara a alguien que conociera a quien poder preguntar.

Y justo allí estaba la Madre, recogiendo a las novicias más jóvenes e indicándolas el camino a seguir, mostrando gran tranquilidad. Sus ojos se cruzaron un instante, y la voz resonó en la cabeza de Meerelu

Aprisa, hija, aprisa. No recogas nada de la habitación, no hay tiempo. Hay que salir de la ciudad. Varios edificios están en llamas, hay criaturas por todas partes atacando esta ciudad tan pacífica. El caos reina, y estamos en peligro. Sus palabras iban más allá. Todas las sacerdotisas sabían cómo funcionaban las mentes de los hombres en momentos de caos.

Estaba fuera de lugar sin saber que hacer, de modo que me sumé a la gente que estaba cargando cubos. No era fuerte ,pero sí rápido, de modo que lo uno lo compensaba con lo otro. Cuando digeron lo del enemigo alzé la cabeza intentando ver algo, pero sin dejar de cargar cubos. ¿Quien diablos ha echo esto?

El caos... aquello debía ser el destino. A pesar del pánico reinante la varu sintió un hormigueo en los dedos. No podía ser una coincidencia, todo lo acaecido hasta el momento, y ahora esto. Miró dubitativa a la Madre. Sabía que debía seguir las instrucciones de su superiora, debía ser prudente, pero sus impulsos ganaron al razonamiento.

Aprovechando el caos reinante y que la Madre estaba ocupada con las novicias, Mereelu dejó cogió lo esencial de su habitación y echó a correr hacia la calle. Tenía que comprobar por sus propios ojos las criaturas que estaban atacando la ciudad, tenía que saber. Además, no podía irse, en la ciudad había hecho un descubrimiento importante para su investigación y no quería perderlo sin una buena razón. Encontraría al Séptimo, fuera como fuera.

Namib corrió hacia la base del río antes de entrar a la ciudad, corrió hacia la represa que lo sostenía y guardaba el agua para la época de secas.  Ahí lo soltaría, soltaría a las aguas para que bajaran en torrente a apagar el fuego, y los seres de fuego que ahí estuvieran. 

¡¿Quien me ayuda?! -le gritó a sus compañeros.

Los gritos de la gnoma parecían perderse entre los alaridos de temor y horror, o al menos sus compañeros no la contestaron. Tanto Kail como Ceya corrieron hacia el río, cogieron cubos y fueron tras los demás valientes a lanzar ese agua a las casas en llamas.

Namib sintió tras ella, en una arboleda cercana, un movimiento. Vio allí unos ojos, unos ojos de las criaturas del bosque. Pero se perdieron en la oscuridad. El bosque tampoco acudiría en su ayuda. El fuego no era su amigo, los seres de la naturaleza odiaban y les horrorizaba el fuego.

Mientras, Ceya y Kail lanzaron cubos de agua al edificio... Y se evaporó sin llegar a acariciar las llamas. ¿Cómo era posible?

Pero es algo que no les dio tiempo a preguntarse. Las llamas estaban tan cerca, que un temor desconocido en ellos empezó a surgir. Se apoderó de su respiración, sus corazones empezaron a latir a mayor velocidad. El fuego estaba tan cerca, tan cerca, que podía acabar con ellos a una gran velocidad. ¡TENÍAN QUE HUIR DE ALLÍ!

Antes de que pudieran reaccionar, tres figuras encapuchadas se acercaron

El agua no podrá con estas criaturas. ¡El fuego ha tomado vida! ¡La magia está con ellos!

Palabras de lenguaje arcaron fueron narradas a la vez por las tres figuras. La tensión azotó el aire entre ellos y la casa en llamas. Estaban en plena batalla.