Partida Rol por web

Otros se alejaron con tu pregunta.  Desinteresados, o mirando con recelo.  Pero estabas junto a un puesto. 

Emm, si claro.  Le dijo la vendedora.   Esta changeling, como tantas otras que llegaban al mercado, requerían saber lo básico sobre PraxedisGuerrera.     Su nombre le fue dado por su gran habilidad en batalla.   Dime, ¿cuántos asentamientos goblins conoces que tengan este nivel de sofisticación y este mercado?  Qué batallas, qué batallas.  Y contra las mechanias.   Sólo ella. 

Pero mija, si has de saberlo, la fuerza viene de saber chuparle la savia a quien beneficias. -te dijo en confianza-   Poco cobro, y no tienes ni guardias para defender y poner órden, ni pagas cantera ni albañiles, ni macheteros que te limpien los trods para paso y paso, que sin eso el Seto se los come de nuevo.   Demasiado cobro, y haces caldo con la gallina de los huevos del desayuno.   Todo se trata del balance.  -Como esos trabajos de escarabajos.  -Lo dijo mientras un goblin hacia saltimbanquismos con su escarabajo subiendo desde hasta abajo una esfera más.

Muy práctica conversación.  Diciendo eso, seleccionaba el par de panqués de hierba procesada por rumiante que mejor se vieran.  ¿Estos te parecen los más dorados y redonditos, eh?  -Buscando confirmación.  Los olió.  mm, rico.   Anda ayúdame a buscar unos como estos.   Te reclutaba como ayudante.

A Oleisky no le gustaba la violencia, siempre había preferido pasar desapercibido, pero acababan de invadir su hogar. Así que buscó algo que usar como arma (un martillo, un cuchillo…). Lo cogió y atacó a la ráfaga con la esperanza de que le hiciera retroceder y volver por donde había venido.

—¿Qué? Pues… ninguno. Es el mercado goblin mejor organizado, más extenso y con mejores productos que he visto —No era mentira, porque aquel era el único que había visto.

Asintió durante el resto de la conversación, siguiéndole la corriente. Ante el comentario sobre los excrementos, Anna asintió, intentando fingir gusto e interés.

—Vale. Enseguida —contestó ante su petición, y salió en busca de otros similares. Aquellos productos que vendían no eran de su agrado, pero consideró que lo mejor sería tratar de encajar, por el momento.

Emergió a la soleada calle sintiéndose energizado. Aquel baño de multitudes había resultado una estupenda fuente de glamour. 

Sopesó sus opciones apoyándose ligeramente en una columna mientras observaba la ardiente calle. Se decidió por el taxi, sería más caro pero llegaría pronto y en un lapso bien determinado. Quizás era un poco hipócrita, pero tampoco quería hacer esperar a sus clientes más de la cuenta. Ya lo cogería para la vuelta. Otra cosa que se están cargando...

Hirotaka pensó en sus capacidades. No tenía mucha fuerza, pero ese ser tampoco parecía muy fuerte. Ahora bien, la bomba podía estallar en cualquier momento, y en el tiempo en el que se pasaban luchando, podía estallar, y la gente se pensaría que fue el hombre topo-oso (si es que aún lo veían así). Miró a las hadas que estaban allí. Giró la cara disimuladamente, y decidió acercarse disimuladamente al "señorito" changeling.

Debo advertirle. Si se cruza con los junkies, lo volverán a secuestrar... O algo peor...

-Muchas gracias por su excelente servicio y espero contar con la ayuda que me pueda ofrecer.

Y a partir de ahora, siempre contará con él*, mi señor.   

Por el retrovisor, Haníbal pudo ver que, aquel maitre que había salido a despedirlo, se deshacía en una pila de ramitas y corchos en la acera.  Y los transeuntes lo esquivaban como si no fuera nada más que un montón de basuras apiladas.  

Miró al frente.  

La botella de vino iba en su regazo, rebotando suavemente entre su caro traje sastre y la elegante tapicería de la limousina.   El aire acondicionado estaba a todo, tratando de sacar al sol de Miami, de Miami.    ¿Hacía sentido?   

El lujo lo puede todo, o eso se creía en varias cortes.   Hasta que caían. 

Habían de atravezar toda la ciudad.   La recepción antes de la cena sería en la casa del cabildo, un lugar elegante, con arcos hablando de tiempos en que este lugar era de España.    Ahí reunidos había gente con trajes casi tan caros como los de él, y otros más sencillos, donde en los blancos y sonrientes dientes se veía la ambición por el poder, la negociación suave, la inteligente ironía.  

Llegaron; el chofer le abrió la puerta, y, acomodándose el botón superior del saco, bajó Haníbal.  

Por allá entre las mesas altas sin sillas le saludaron efusivamente, moviendo las manos.  Era Carol, su liason con la oficina de la alcaldesa, una joven vestida de azul Washington.   Por allá, también lo hicieron, más discretos, una señora de aretes grandes de oro, junto a un orondo señor de anteojos de aro.   Aquellos que estarían financiando la siguiente campaña para el futuro alcalde, lo sabía, y la futura campaña para la alcaldesa, ¿a donde?  El Congreso quizá. 

Ellos habían pedido hablar con él, precisamente, en algún momento de la recepción.

Jacobo se detuvo en el pilar.  Vio tres cosas, y su asombro y miedo crecieron a paso agigantado cada una de ellas. 

La primera:  Un tipo oso-topo comiendo un helado, tranquilamente, como si nada.  Estaba junto a un japonés-americano, charlando amistosamente, viendo hacia la estación, disfrutando del parque.  Nada extraño, salvo que era un ser arcadiano en un parque en Miami.

La segunda:  Un tipo, hecho de papel amarillento, como de legajos, agachado abajo de un auto que tenía las marcas ¡del Jardín Morakami!  Quiensabe que estaba viendo abajo de este, ¿robando? ¿poniendo algo?   Lo alertó, como buen detective, que intentara disfrazar tanto sus acciones como algo casual.  Novato.

La tercera, y esta sí le puso los pelos de punta, había, 5 pasos abajo en la escalinata, en medio de ... un grupo de junkies volteando hacia ella,: una mujer con carrito de supermercado, dándoles "algo".   Si, carajo, ¡era un hada verdadera!   Una menor, lo sabía, pero ahí estaba.   Y los hombres y mujeres ahí reunidos parecía que le lamían las llagas de donde supuraba algo... ¡Qué horror!

La mirada del hada recorría a su seco séquito, y pronto llegaría a voltear hacia la columna donde estaba Jacobo, como inexorable reloj estupefaciente.   La electricidad y adrenalina saltaron en el fairest.  En eso vió como el oso-topo erguido, cruzaba la calle en una zandaca animal y se dirigía hacia él!

Hirotaka cruzó la calle.  

El hada no lo había visto.    El fairest señorito, muy atento, sí lo vio.  Lo reconocío como otro changeling, si.   

El hada no había visto al Hirotaka, pues este se ocultaba entre otros que cruzaban la calle, cuadrando su movimiento con los demás, disfrazándose entre el movimiento de brazos y bultos de los turistas que descendían hacia el parque.

Las miradas del hada giraban recorriendo a su seco séquito de seguidores lamiéndola, cual inexorable reloj, hacia la columna donde el fairest estaba recargado, decidiendo qué hacer.  

En un tercio de zancadas e Hirotaka ya estaría en la otra acera, al pie de la escalinata.  ¿Pero qué haría llegando ahí? 

Hirotaka pensó rápido. 

Tengo que sacarlo de la calle. Tengo que alejarlo del hada, lo máximo posible... 

Dos heridas, sangrando profusamente sangre color paja, y aún así Oleisky se lanza a por un martillo colgado.   Pero ah, en el momento en que el metal del martillo en su mano brilla con la luz que se filtra a su taller, aquella ráfaga mecánica de pico de hacha se lanza ¡a contra él!

Anna encontró en aquella pila de la matrona dos hermosas majadas doradas y redondas de excremento de vaca.  ¡Eran casi un círculo perfecto!, armónico, con patrones de la paja que casi casi podía que dijeran algo.   También le llamó la atención una de las bolas de escarabajo gigante estercolero apiladas en pirámide.  Era la de abajo a la izquierda, redondísima, eso sí, pero lo que más llamaba la atención es que... ¡si!, ¿si?, tenía como un altorelieve de un mapamundi, de un globo terráqueo, claro, algo distorsionado, pues había como otro continente en medio del Atlántico y Groenlandia estaba partida en dos, pero bueno, ¡era increíble la coincidencia!

¡Tarramph, tahrramphh! -sonaban los cornos anunciadores de la reina, y las comerciantes y compradores del inicio de la calle ya comenzaban a inclinarse a su paso o de plano hacían genuflexiones que más parecían contorsionismos que otra cosa, pero todo muy reverente.  

Ahí venía. 

Luego de bajar de la Limo Hanibal fue a la fiesta a la cual lo había invitado la Alcaldesa,sabiendo que ahora tendría un sirviente con el,se llevo consigo el vino que serviría para hacer que sus mentiras fueran mas creíbles.

Saludo a todos con gesto amable y una gran sonrisa pero no una falsa como podrían llegar a mostrar los aduladores de la Alcaldesa sino una sincera que salia desde el fondo de su corazón.

La mascara de abogado como así también la corona que poseía Hanibal se le hacía como que pesaran varias toneladas y recordó aquella vieja frase de Shakespeare en una de sus novelas ¨Pesada es la carga de la corona sobre los hombros de quien la porta¨,si bien creía entender esas palabras no fue sino hasta que comenzó a recordar el significado de la misma que no podía quedarse completamente tranquilo.

Hanibal se acerco a Carol para decirle:

-Te ves realmente estupenda Carol con ese vestido,realmente hace justicia a tus ojos.

Como ella bien sabía en mas de una ocasión Hanibal había dicho que los ojos azules o que el creía que eran azules de Carol eran de un azul tan intenso como el mismo lapizuli una joya magnifica que las mujeres mas ricas y pudientes podían comprarse.

La observo detenidamente por unos instantes asintiendo con la cabeza para agregar:

-Tengo que hablar con la Alcaldesa,pero estoy seguro que hay gente que quiere hablar conmigo,¿podría pedirte que te encargues de buscar un hueco para que nos podamos sentar juntos y charlar con esas personas?.

Su relación con Carol funcionaba de esa manera dado que el no sabía si poseía pareja o no,la trataba realmente de manera respetuosa y sincera.

Nunca le faltaba el respeto y generalmente no bromeaba con ella dado que realmente Hanibal no era del tipo cómico, aún así su relación era mas que nada profesional y cortes.

Al terminar de decir esto y dejar el asunto en las capaces manos de Carol,Hanibal se acerco hasta donde se encontraba el ayudante de la Alcaldesa para reportarse ante el diciendo:

-Soy invitado personalmente por la Alcaldesa que dijo que quería verme en persona,para discutir asuntos privados.

Cuando los gorilas que son los guardaespaldas lo comenzar a inspeccionar en busca de armas ocultas pensó para si mismo ¨ Y ¿si les digo que tengo una banana y se las ofrezco dejaran de inspeccionarme?¨ fuera de ese chiste interno de seguro dieron con la botella de vino para decir:

-Es un vino que traje de donde tuve un almuerzo con los socios mayoritarios del despacho donde trabajo como regalo de mi aprecio hacia ella,si quieren podemos probarlo para que vean que es seguro.

No tenía problemas en que se descorchara el mismo aquí frente al ayudante y los gorilas guardaespaldas pero como bien menciono Hanibal era un regalo para la Alcaldesa.

Oleisky intentó defenderse con el martillo que había cogido. Le dolía la herida que tenía en el pecho, pero tenía que defender su hogar. Por un momento pensó que la ráfaga podría haber perdido parte de su hogar por el agujero y pensar que él era el intruso. Pero por ahora no había tiempo para eso, simplemente cogió el martillo con fuerza e intentó frenarla…

No lo consiguió, la ráfaga era demasiado fuerte y el martillo saltó por los aires golpeando en un par de herramientas antes de detenerse. Mientras soportaba el dolor como podía pensó que era mejor combatirla con algo más que un martillo. La ráfaga era fría, igual si calentaba la habitación conseguía hacer que se fuera. Pensó en mezclar este componente con este otro… igual conseguía un buen foco de calor que la mantuviera alejada… o, incluso, que se volviera por donde había venido.

Hirotaka cruzó la calle, sin ser visto, sin ser notado si quiera, por aquella hada del carrito viejo del supermercado a la que le lamían las llagas los junkies que eran su coro de hierofantes.

Llegó junto a Jacobo.  Se miraron.  Uno de ellos, un fairest de alabastro, cinceladas facciones.   El otro, una cosa peluda, oso/topo/humano, oscuro, ojos pequeños, ferales.   A la altura de la columna donde estaban eran del mismo tamaño aunque Jacobo estaba un peldaño arriba. 

Apenas tendrían tiempo, cual reloj de pilas, las manecillas de la vista perdida del hada giraban rumbo a su dirección y estarían ahí en pocos segundos.

El pánico que le había producido pensar que toda Arcadia había venido a por él se redujo cuando, con una mirada, comprendió que aquel velludo sujeto era un aliado.

-¿Es usted del jardín botánico?-señaló al auto y al tipo de legajos-escondámonos en los urinarios, deprisa, creo que su automóvil está comprometido.

Y, corriendo, tiró de él hacia el interior de la estación, en dirección a los lavabos.

Era claro que Jacobo quería evitar la atención inminente del hada a través de regresar al centro de la estación, rodeado por el torrente de gente descendiendo y ascendiendo a los autobuses Greyhound y los servicios privados express variados.  Podrían hacerlo, pero tendrían que hacerlo ahora.

Por otro lado, ambos veían que aquel changeling de legajos se alejaba de la furgoneta Morikami presuroso, hacia dentro del parque.  Las manos en los bolsillos de lo que, para el resto de la gente, se debería ver como un viejo rompevientos, ligero, aunque demasiado para el calor que caía pesado sobre la acera y las cabezas de todos.  Un hobo y no.

La gente los pasaba a un lado y el otro la escalinata.