Partida Rol por web

Desprovistos de una bandera bajo la que servir los mercenarios de la Compañía Negra se ven reducidos al bandidaje y a la crueldad. O al servicio del infame barón Adolph Shicklgruber . Lo que a fin de cuentas no es muy distinto.

Así mientras que los traidores de Harg y Isvar rondan, en caballos robados y acompañados del piojoso mono de Isvar, las granjas y alquerías de esta tierra sometiendo a los villanos a todo tipo de crueldades para labrarse el sangriento sustento Estrilda y Rufus hacen lo mismo pero llaman al robo “impuestos”.

Harg e Isvar no tardan en apañárselas para unirse con otro sujeto de moralidad dudosa: Metzger. Este es un tipo menudo, casi raquítico que carga con una enorme espada. Algo raro hay en esa espada pues aunque el hombre parece un pobre desgraciado es capaz de decapitar un buey de un solo golpe de ese horrible acero. Incluso cuando le rebanó la cabeza a esas dos viejas de un único tajo en la última granja juraríais que la espada, no Metger si no la propia espada, se rió.

Estrilda y Rufus no tardan en darse cuenta, tras el enésimo romper los huesos en la rueda de un pobre desgraciado, que es el momento de buscar otro empleador. Pues el siempre avaricioso barón ya ha empezado a mirar con interés sus pobres faltriqueras.

Así pues, al amparo de la noche deciden emprender el camino. Su deambular les lleva al sur, a las cercanías del infecto lago Onda. Donde en una mañana gris donde una fría niebla envuelve y amortigua el día como si fuera un sudario entran en una posada solo para encontrar, acodados en la barra a ¡sorpresa maldita! A los traidores de Harg, Isvar y un tipejo extraño con una enorme espada. Al fondo en una mesa un tipo elegantemente fumando en pipa levanta la mano como si os esperase. Mientras que junto al fuego un tipo con pinta consumida¹ que acarrea los instrumentos de un cirujano se calienta con las debiles llamas.

Y aquí retomamos nuestro bonito cuento de dolor…

Todo lo que el basilisco bicéfalo profetizó se ha cumplido. Todo aquello con lo que nos sentenció ha de pasar.

El Fin de los Días se acerca imparable. Las ESCRITURAS INNOMBRABLES son exactas hasta el último trazo. Este mundo decae y muere. Las palabras hace mucho susurradas son hoy verdad.

Salmo V Versículo 56 Y se marchitarán hasta no ser más que polvo los últimos Reyes y Reinas. Sus cortes repletas de maldad e inquinia serán devoradas por rabiosos lobos.

Aun en vuestro deambular habéis oído los rumores, las trompetas y el tronar de la batalla en la lejanía. Corre el rumor de que el rey Fathmu IX falleció ahogado en uno de sus banquetes. La gula que lo consumía pudo más que su orondo cuerpo y se ahogó con un hueso de pollo. Otros dicen que fue a causa del veneno vertido por sus propias hijas en el vino. Algunos más enterados dicen que se ahogó pero que el hueso no era de pollo si no de las falanges de una mano humana, una mano pequeñita como la de una niña, servida con salsa de ostra y setas añaden.

Sea como fuera muerto el tirano Fathmu IX y con su cadáver, obeso y cubierto de salsa y excremento cuando la muerte aflojó sus intestinos, aun tirado en el salón de banquetes sus hijas ya empezaron a pelear por el trono. La corte se dividió en facciones y menudearon las puñaladas y las promesas de lealtad (normalmente seguidas de puñaladas en la espalda).

La guerra civil ha hecho su gozosa entrada en el escenario de esta tragedia. Ejércitos de pobres campesinos son obligados a marchar bajo los puntapiés de los caballeros. Estos parecen querer matar solo por el placer de hacerlo y años de rencillas y envidias florecen como lirios de sangre en decenas de batallas y asedios. Las nuevas armas de peligrosa pólvora negra importadas de la nación de los científicos-brujos de Grift no hacen si no ampliar la escala de la matanza.

El hedor de la muerte planea sobre el Reino y las ratas y cuervos son ahora quienes celebran el festín.

Y ahí estáis vosotros, en una posada roñosa en un reino convertido en enloquecida fábrica de tripas ensangrentadas y carne lacerada.

¡Que gozoso es ver la historia del Fin de los Días en primer plano!

Rufus llegó al lugar encorvado y carcomido. Los horrores que había sufrido en la iglesia habían provocado que se volviera flaco, blanco y huesudo, además de lampiño, puesto que en sus brazos no se veía ni un solo pelo. El temor y el horror lo habían cambiado. Cuando vio que allí habían algunos de sus antiguos compañeros les dijo;

-Bienaventurados, supervivientes. No os habéis enfrentado a lo peor, pero aun mantenéis la vida. Muchos de nuestros compañeros lamentablemente no. -Dijo, mirándolos, mientras se ponía el extraño anillo que tenía en el dedo anular.

Las amables palabras de Rufus, poco rencor por quienes desertaron, quedaron interrumpidas cuando se puso el anillo. Pues al hacerlo su dedo pareció desaparecer en el aire al pasar por el hueco de la joya. Sin notar dolor alguno vió como su dedo parecía desaparecer en el aire y como, hasta el punto donde el dedo se juntaba con la mano, solo quedaba un limpio muñon de piel cicatrizada.

El anillo cayó al suelo donde rebotó y rodó unos pocos pasos.

…la noche había sido arrebatadoramente apasionada, nos revolcábamos como cerdos en celo en un charco de lodo mientras nuestros cuerpos traspiraban de pasión y deseo, no hubo posición alguna que no fuera realizada, intercambiando sitios para devorarnos, roles y la cadencia de los movimientos. Toda cavidad fue saboreada o explorada con lenguas y dedos mientras nuestros cuerpos bailaban al ritmo de una melodía pélvica.

Entonces, cuando finalmente todo ápice de fuerza y jugos corporales fue obsequiado al otro con total entrega, una profunda duda asalto mi mente y, tras mirarla a los ojos, incapaz de callar le dije: ¿Qué somos ahora, querida mía?, ella, mucho más sabía que yo con celeridad comprendió mis miedos y pronto con su cascada voz me respondió, ni te equivoques ni temas mi bello príncipe, aun sigo siendo tu querida abuela y entonces, tomando mi flácido….

Harg se encontraba conversando con “Ivan” y Metzger en aquella posada de mierda ubicada en el culo de un feudo que pronto estaba por irse a tomar por el culo como, a todas luces, el resto del puto mundo. El Rajaviejas, recientemente se había decidido a estrujar el tiempo que aun tenia por vivir de la mejor forma posible, y por ello, aunque no estaba borracho si se le notaba bastante animado.

Entonces, la voz de un viejo “compañero” de penurias se hizo sentir a su espalda y, ni lento ni perezoso, Harg se giro sobre si mismo mientas llevaba su mano al pomo del arma dispuesto a ver que malas nuevas tenia el puto día de hoy para obsequiar.

Pero fue ver a Rufus ponerse algo en el dedo y luego que el mismo se "evaporase" en el aire para que todo el resquemor que Harg sintiera fuese olvidado tras la sonora risotada que llegó a continuación. 

Por cierto, se me olvidaba;

• Me descuento 28 monedas de plata por las dos semanas que han pasado, quedando en 262 monedas
• No se si haga falta tirar por recuperar HP, ya que nunca estuve muy herido
• Dejo hecha la tirada por la calamidad particular

Absorto en mis pensamientos me encontraba cuando una risotada proveniente de unas mesas mas allá del fuego de la chimenea me trajo a la realidad. Al parecer un hombre joven se divertía a costas de otro que había perdido su dedo, un anillo rodaba por el piso. Impresionado por la escena me acerque al hombre que recientemente había perdido su dedo anular.

-Por el basilisco.- exclame  -Si usted me permite, puedo analizar cómo se encuentra tu mano. Soy médico y me especializo en la cirugía.- Dije esperando que aquel hombre me diera el visto bueno para poder examinarlo.

Al encontrarse allí a Harg e Isvar, Estrilda sintió un profundo ataque de odio y asco por aquellos hideputas, tan solo interrumpido por la desgracia de Rufus, el cual se había puesto aquel anillo, ahora maldito según habían comprobado y había perdido un dedo así tan tranquilamente.

Al pasar aquello, volvió a lo suyo, con la maza en mano por si las intenciones de Harg no eran las mejores durante el reencuentro. Dudaba mucho de que fueran, en el mejor de los casos, neutrales. A uno no le llamaban rajaviejas por nada.

-¡Bastardos hijos de puta!- Les gritó a Harg e Isvar -¡Así que bebiendo como cerdos mientras vuestros compañeros morían! Puto asco me dáis los dos, pues bien, si pensábais que íbamos a palmar todos, os jodéis, aquí estamos Rufus, su perro y yo, putos malnacidos-

Observo la escena impasible. Ni siquiera me inmuto cuando la mujer increpa a algunos hombres a causa de una traición, que ni he visto ni me interesa demasiado.

La amputación del dedo y la carcajada de aquel que llaman el Rajaviejas, hace que el maldito alma de metal que domina mi vida vibre entre mis manos.

Aún sentado me preparo para reaccionar por si se produce alguna pelea.

Cuando veo a Estrilda y Rufus me salen una de esas flemas negruzcas, pero esta vez más asquerosa de lo normal. Me revuelvo y la escupo delante de los pies de la señorita, sin llegar a manchar sus zapatos.

"No es que me apasionara seguir en un monasterio maldito con horrores abismales y sin un arma. ¿Si yo faltase quién iba a cuidar del pobre Cabroncete?" - Digo a la vez que acaricio la cabeza del macaco. - "En fin, ¿A qué vienes?"

Sin disimulo me llevo la mano al arma y no le quito ojo a los supervivientes.

Hya malas palabras, peores miradas y risas propias de crápulas sin alma. Lo habitual cuando la corriente del fétido torrente que es la vida junta a la escoria que flota en ella en un mismo momento y lugar.

Pero por suerte no parece que va a llegar, esta vez, la sangre al rio y el posadero relaja el semblante al ver que no habrá de fregar sangre y vísceras del suelo.

En ese momento el joven bien vestido que ha estado mirándoos con una mueca divertida todo el rato abre la boca para hablaros. Algo en su voz, sorprendentemente potente y seductora, hace que os volváis para escucharle.

¡Que alegre y sana amistad que flota entre vosotros! Dice con una voz burlona. Ahora que lo miráis os dais cuenta de que se trata de un hombre joven, rubio y de buena planta, que parece fuera de lugar. No es solo su tono de voz, que denota educación, si no sus ropas, negras y de gran calidad, que parecen casi sobrenaturalmente limpias. Gentes valientes que no se vean entorpecidas por algo tan incomodo como una conciencia. La clase de almas que estoy buscando para un pequeño trabajito aquí cerca.

Se trataría de digamos…un recobro. Hice un valioso préstamo a un emprendedor barón que mucho me temo ha encontrado su final en la batalla que ocurrió hace cinco días al sur de aquí. Dice mientras os va mirando de uno en uno, algo en sus ojos parece fuera de lugar con el tono jovial y las pintas de joven diletante cortesano. Y la cuestión es que quiero recuperarlo, no es más que una bagatela pero hace una pausa y su voz se torna más seria yo siempre cobro lo que se me adeuda.

La paga será buena. Endiabladamente buena diría. Suelta una risita al decir eso y veis como da unas palmadas a un cofre negro en el que no habíais reparado y que tiene junto a él en el banco en el que está sentado. En este cofre hay tesoros que desafían la imaginación. Objetos de poder realmente útiles. No como el Anillo de Abe que tan inconscientemente os habéis puesto en el dedo. Aunque deberíais saber que sois afortunados, otros metieron cosas más valiosas por el agujero.

Con una floritura extrae de un bolsillo de su manga un pergamino y una pluma negra. Firmad aquí para aceptar el trabajo. El encargo es fácil, viajad al campo de batalla, buscad entre los muertos al joven barón al que reconoceréis por su armadura decorada con la heráldica de un grifo devorando una doncella, y recuperad lo que me debe. Se trata de un pequeño collar con un relicario colgando. Y con una ultima sonrisa añade. Y por cierto no abráis el relicario. Lo que hay dentro podría…escaparse.

Y os acerca el pergamino para que firméis, o hagáis vuestra marca aquellos demasiado lerdos para saber escribir vuestro nombre.

Estrilda miró de reojo a aquel tipo, sin perder de vista a aquellos dos traidores malnacidos.

-Con esos dos- Señaló a sus queridos compañeros -No voy ni a por agua, aparte de cobardes, son unos traicioneros de cuidado-

Lo que era cierto, pues se habían pirado sin decir ni hasta luego, dejando al grupo de Estrilda más vendidos que un bono real y por ello Salvatore y Harald estaban en el otro barrios (Y que uno era retrasado y el otro un inútil, todo sea dicho).

Rufus le puso la mano en el hombro a Estrilda y le dijo;

-Tranquila, Estrilda, que si el hombre promete y cumple, tesoros inimaginables serán nuestros. Aunque, personalmente, y disculpe que lo diga así, me gustaría negociar el trabajo. Estoy completamente de acuerdo con que el gran premio sea entregado una vez nosotros cumplamos nuestra parte, pero, actualmente, nos hemos enfrentado a horrores más allá de la imaginación, horrores, sobre todo a los monstruosos monjes de la sangre derramada, siendo así, no me arriesgo a ir sin algún...incetivo, para comenzar. Como veréis, hemos pasado penurias, por lo que me gustaría pedir, ¿Seríais capaz de darnos, a cada uno de nosotros, algo para iniciar el camino y tener más seguridad de conseguir lo vuestro? Ya sea un arma, pócima...lo que sea que nos ayude en la misión a comenzar. -Dijo, mirándo al hombre.

Asiento ante las palabras de Rufus.

- Un adelanto no nos vendría mal. Son tiempos difíciles y con los bolsillos vacíos uno puede perder el norte.

Un leve susurro que sólo yo puedo oír me hace torcer el gesto.

- ¿Queda algún enemigo en ese campo de batalla? o sólo hay cadáveres y almas condenadas.

Al Parecer el hombre que había perdido su dedo era más duro de lo que podía imaginar, no solo ignoro completamente mi oferta de ayuda sino que poco caso hizo a la pérdida de su anular. "Tiempos difíciles hacen hombres duros" me dije a mí mismo.

-Me interesa la propuesta que nos hace, yo estoy deseoso en participar.- Dije intrigado en saber que recompensas interesantes podría ofrecernos aquel sujeto.

El hombre saca con una floritura una pipa y da una chupada haciendo brillas las ascuas en la cazoleta. Un ligero olor a ¿azufre? Parece llenar el ambiente y casi juraríais que las sombras parecen más oscuras.

O si querido Rufus podríamos negociar. Podría darte un incentivo. El de dar a tu alma unas semanas de gracia antes de que vayas a la Habitación Sin Puertas Ni Ventanas. Dice con voz ligeramente enfadada. Donde seguramente esas novicias a las que degollaste te estarán esperando para agradecerte el favor. ¿Acaso necesitas más incentivo?

Y a tu Metzger el maldito puedo adelantarte que la espada que portas será tu pasaporte a condenar aun más tu pequeña alma. Si te dan miedo las almas condenadas ¡olvídalo! Más condenada que la tuya hay pocas. Remata y da otra calada a la pipa.

Os mira a los seis de uno a otro. Os conozco a todos y todos se que todos haréis este trabajo. Aunque solo sea para un día más ir un paso por delante de la Condenación que como un sabueso os acecha. A Isvar el cobarde traidor, a Harg el Rajaviejas que bebe la sangre dulce de los niños, a Estrilda la ratera y “bailarina” que ya desde niña escuchaste las profecías prohibidas, a ti Lucius que no puedes sanar este mundo enfermo y a ti Metzger portador de la espada negra. Y se vuelve hacia Rufus. Y como ya he dicho a ti Rufus amamantado por las ratas te conozco muy bien.

Y vuelve a empujar el papel donde Lucius ha firmado, las letras parecen escritas en el tono carmesí de la sangre.

"Qué demonios, mejor esto que nada."  - Sin pensarlo mucho firmé. - "Total, el mundo arderá dentro de poco y todos nosotros lo haremos con él. Una última aventura que resultará... curiosa." - Digo mirando a los demás, claramente este grupo iba a ser una jodienda, una de las buenas.

El extraño nos conoce demasiado bien y eso no me gusta, pero tiene razón. Somos almas condenadas.

Está bien, firmaré.