Partida Rol por web

Nieve Carmesí VII

La Mansión

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10/03/2009, 13:22
Franz Grüber

Grüber sintió alivio al oir las ordenes del sargento de dirigirse a la casa. En muchas ocasiones se había cruzado con oficiales cegados por su propio ego, capaces de sacrificar las vidas de sus subordinados por un simple presentimiento o por seguir ciegamente lo que había aprendido en sus libros militares.

El joven doctor escrutó a sus compañeros mientras se dirigían a la casona, en general todos lo parecían buena gente, era muy probable, que como él, no quisiesen estar ahí. Eso por no hablar de sus prisioneros, el gesto resignado que lucían solo era posible después de años de sometimiento por su propio gobierno primero y por sus atacantes ahora, realmente los compadecía.

Espero que la casa esté vacía - Pensó - No creo que estemos en disposición de un enfrentamiento contra soldados rusos y más civiles pueden ser un inconveniente.

Mientras hundía los pies en la nieve intentó hacer memoria de si tenía el mauser o la luger cargadas. Él no era un militar propiamente dicho y apenas había recibido una instrucción apropiada. Hasta ahora había tenido bastante trabajo atendiendo a los heridos como para haber disparado en combate - Ni siquiera me acuerdo cuando comí o me afeité por últma vez como para acordarme de mi arma.

Herr Karl, si tuvieseis unos prismáticos tal vez podríamos ver si hay alguien en la casa antes de aventurarnos en ella - Le dijo a su sargento una vez se encontró a su altura. Muchos compañeros de batallón le trataban casi con el respeto de un oficial por ser el doctor, pero Grüber siempre había seguido la cadena de mando, procuraba no actuar por iniciativa propia para no ofender a sus superiores.

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10/03/2009, 14:33
Grigori

El campesino intentaba no perder detalle, no dejar escapar ninguna palabra de esas que le sonaban tan extrañas.

-Si al menos los entendiera un poco.-

Por lo que ahora temía era por la posibilidad de que hubiera una patrulla rusa allí dentro. Lo que menos le convenía era otro enfrentamiento armado. Pues si ganaban los rusos, a él le fusilaban. Y si ganaban los alemanes, en el mejor de los casos, seguiría preso. Eso si el loco ese no le tiroteaba por diversión antes.

Se volvió hacia donde estaba la campesina, dispuesto a hacer un poco de relación por si se habían de ayudar entre ellos, y le dijo en ruso.

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10/03/2009, 14:39
Grigori

-Oye, me fío tanto de estos alemanes cómo de nuestras tropas. Al menor signo de combate, deberíamos apartarnos y que estas ratas se maten entre ellos.-

Al mismo tiempo que hacía un pobre intento de guiñar el ojo, casi congelado ya. En un gesto de complicidad con la pobre campesina, que al igual que él, sufría los tormentos típicos de su clase.

Notas de juego

No sé las nociones de ruso de las tropas alemanas, si lo creéis adecuado, los alemanes también tendrían que entender algo, no?

A decisión de el/los Director/a/es/as.

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10/03/2009, 21:16
Alexeva

Alexeva estaba distraída por la conversación entre los hermanos, preguntándose si podría usar posibles disensiones entre ambos. Cuando devolvió la atención al camino se podía distinguir un caserón de aspecto antiguo entre la niebla. Se arrebujó en sus pobres vestidos de campesina y paró para contemplarla con atención hasta que uno de los soldados la empujó con el arma para que siguiera avanzando. Intentaba hacer memoria, reconocer la casa. Necesitaba un punto de referencia para situarse en el terreno, pero se sentía perdida en medio de tanta niebla.

Miró a Grigori cuando éste le empezó a hablar y sonrió a su pesar cuando éste le guiñó un ojo. Le respondió igualmente en ruso, con tono cansado y resignado.

Notas de juego

¿De dónde viene la luz?¿De las ventanas, de la entrada?¿Cuántos pisos tiene la casa?

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10/03/2009, 21:17
Alexeva

-Paciencia, hombre, paciencia. Si San Andreas quiere saldremos de ésta sin daño. - Respondió, mirando al cielo.

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10/03/2009, 22:09
Teniente Diederick

El teniente se detuvo un instante a contemplar la situación. Parecía que el sargento tenía dotes de mando y se defendía bien. Un simple gesto sirvió para que el sargento supiese lo que quería y como lo quería. La disciplina militar funcionaba a la perfección.

Entrecerrando los ojos miró hacia la construcción intentando con escaso éxito discernir algo entre la tormenta. Parecía que esa casa era su única posibilidad, así que tampoco había mucho que discutir.

-¡Adelante!. ¡Avanzad en formación y cuidado con las ventanas, podría haber algún francotirador!. Primero aseguraremos la zona y luego nos instalaremos.¡Vamos, vamos, vamos!

El teniente comenzó a trotar a paso ligero hacia la casa dando por hecho que sus soldados le seguirían. Tenía los pies helados y doloridos, pero si todo iba bien, no tardarían en poder descansar. Y si iba mal, acabarían todos muertos, así que no merecía la pena ahorrar energías.

-No bajeis la guardia. Es en situaciones como esta cuando una emboscada puede ser más peligrosa. Vamos, abríos más. Mantened la formación.

Tenía que gritar para que sus hombres lo escucharan en medio de la tormenta. Sin embargo, su tono era firme e inspiraba seguridad.

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10/03/2009, 22:39
Dieter

Dieter señaló hacia los campesinos con el rifle y con un movimiento del mismo les invitó a seguir al teniente. El teniente demostraba valor llendo delante, pero él prefería mandar a los prisioneros abriendo camino si había un tiroteo o...¡minas!.

-Vamos, perro...muévete-dijo asestándole un puntapié a Grigori en su trasero-.Os prometo que como no obedezcais, os abriremos en canal y nos calentaremos con vuestras entrañas.

A pesar del cansancio, el soldado parecía tener fuerzas suficientes como para desquitarse con sus prisioneros.

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10/03/2009, 22:51
Hans Müller

Las palabras del Teniente Diederick restallaron con la fuerza de un látigo, devolviendo al artillero Hans a la realidad de la guerra. Una punzada en los riñones y la adrenalina corrió libre por su sangre. Y bajo su efecto, el frío, el entumecimiento y dolor desaparecieron dando paso a un estado de exaltación que había conocido bien durante las últimas semanas.

Obedeciendo las órdenes de su superior, mantuvo la formación respecto a sus compañeros mientras se abrían en abanico, el rifle bien sujeto, avanzando a la mayor velocidad que la capa de nieve le permitía, la vista fija en la enorme casona, sensible a cualquier movimiento en las ventanas y rezando porque nada les ocurriera. La copiosa nevada, tanto les perjudicaba como beneficiaba. Lo que hacía unos segundos les torturaba, ahora les protegía ocultándolos del potencial enemigo. O eso esperaba.

-Vamos, perro...muévete -oyó gritar al soldado Dieter-.Os prometo que como no obedezcais, os abriremos en canal y nos calentaremos con vuestras entrañas.

La guerra, la terrible guerra parecía capaz de sacar al monstruo que todos encerraban dentro. ¿Cuándo acabaría la pesadilla?

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11/03/2009, 00:19
Karl Ziegler

El sargento organizó rápidamente el improvisado comando en el que se habían convertido. Al poco todos estaban en disposición de cumplir provechosamente las órdenes del teniente incluso en aquel ambiente tan hostil y desolador.

Al poco de comenzar la marcha, el médico se acercó al sargento con una sugerencia:

Franz Grüber :

Herr Karl, si tuvieseis unos prismáticos tal vez podríamos ver si hay alguien en la casa antes de aventurarnos en ella

 

El sargento miró al médico con semblante pensativo. Quizás podría estar pensando que aquel tipo de sugerencias no eran las más adecuadas por parte de un médico con escasa formación militar y que era un imprudente al atreverse a decir a un superior lo que debía hacer. Pero Karl sabía que en la guerra hace que las personas se comporten de forma muy distinta a como lo harían en condiciones más favorables, era un entorno en el que cada uno intentaba sobrevivir como mejor le parecía, por eso permitía que los soldados se propasaran con los prisioneros, hasta cierto punto, porque eso era mejor que tener un pelotón desmoralizado y sin autoestima. Por eso ni se le pasó por la mente que Grüber estuviese cometiendo alguna falta, simplemente se limitó a responderle como mejor le pareció en ese momento, como hacían todos.

- No creo que con esta niebla y tanta lluvia unos prismáticos sirvan de mucho señor Grüber, pero no seré yo el que le prive de intentarlo. - Seguidamente se echó la mano a la mochila y desenganchó los prismáticos de campaña que solían llevar los soldados de más rango y se los cedió al médico. En cuanto Grüber los cogió le hizo un gesto con la mano para que se alejase abriendo la formación como había ordenado el teniente.

Los soldados continuaban su penosa pero bien organizada marcha hacia la luz. Karl se mantenía en la posición más cercana al teniente Diederick, atento a cualquier orden que pudiese salir de sus labios. Desde que el teniente asumió el mando de la unidad ya no se escucharon los gritos de ánimo ni las órdenes del sargento, pero no dudaba en volver a ayudar a cualquiera de sus soldados que hubiese quedado atrapado en la nieve o tuviese cualquier tipo de problema durante la marcha y sin descuidar a su vez la aparación de cualquier peligro.

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11/03/2009, 00:35
Pieter Müller

Pieter oyó las instrucciones del Teniente Diederick. Ahora estaba caminando, con su fusil en alto, preparado para una emboscada. En esos momentos Pieter tenía daba todo, entregaba su alma a la batalla. Lo único que le importaba era ganar, la euforia lo dominaba y comenzaba a disparar al enemigo sin remordimientos. No le importaba clavar su bayoneta en los estómagos de sus enemigos, no le importaba disparar y eliminar vidas. Matando indiscriminadamente, no se detenía a pensar que en un segundo la vida de los otros terminaba y no pensaba en que le podía pasar a él. No temía, el esperaba la gloria y se sentía seguro de que llegaría. -¡Sí mi general!- Dijo Pieter, eufórico. Comenzaba a dar pasos decididamente, con un semblante serio, mirando fijamente la casa, sin dejar de apuntar con su fusil.

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11/03/2009, 08:36
Director

Siguieron avanzando con dificultad sobre la nieve y a pesar de que la casa aparentaba estar cerca, su marcha se hizo larga y penosa. El ruido de las bombas seguía oyéndose a lo lejos, enmascarado por el rugir de la tormenta. De cuando en cuando, un proyectil caía lo suficientemente cerca como para recordarles que no estaban a salvo.

Bajo la luz gris del crepúsculo, la luz resaltaba más sobre la sombra del edificio. Los pasos les acercaban más y más a ella y al hacerlo, una sensación de ominosa irrealidad iba penetrando en sus mentes, pero no dejaron de correr. Una enorme Mansión solitaria, erguida en medio de ninguna parte, salida de la nada, creciendo ante sus ojos.

El viento aullaba aún más, henchido de tormenta, henchido de lamentos ululantes arrancados de gargantas inexistentes. Un paseo flanqueado de álamos desnudos conducía hasta la puerta que coronaba la impresionante reja que rodeaba toda la casa. Los árboles batían sus ramas, agitaban los dedos faltos de hojas, azotándoles cuando paso a paso avanzaban hacia ella, venciendo con dificultad la ventisca, soportando apenas el aguijón de la arena, la tierra y la nieve mezcladas, que hería sus rostros, sus manos, y doblegaba sus cuerpos.

Cuando lograron acercarse lo suficiente, pudieron comprobar que la luz procedía de varias de las ventanas salpicadas a lo largo y a lo alto de aquella imponente casa de tres plantas. Aunque la visión era inquietante, aunque a medida que se acercaban una impresión de desasosiego, de vida latente a pesar del evidente estado de abandono era más y más palpable, no se detuvieron tampoco, no volvieron atrás. Esa luz era un refugio en las tinieblas, un oasis en el desierto.

Llegaron a la reja, una magnífica pieza de hierro forjado que mantenía un color negro profundo entre los claros que los densos zarcillos de enredadera seca, espinosa, dejaban entrever. Se alzaba hasta muy por encima de sus cabezas, y a lo largo se perdía en la niebla, rodeando sin duda toda la casa. La puerta estaba abierta de par en par, desencajada una de sus mitades, inclinada y atrancada en la nieve, y firme la otra en el suelo helado. En ella el hierro forjado se retorcía en unas caprichosas formas simétricas, estrellas y espirales acabadas en sendas puntas de lanza, al igual que las que erizaban la parte superior de toda la reja.

Desde allí se divisaba ya en toda su grandeza la Mansión, un edificio imponente y regio, que algún día había debido brillar en toda su gloria, pero que ahora sólo lucía apagado en el resplandor mortecino de la nieve. Y se vislumbraba también lo que debía haber sido un frondoso jardín, pletórico de fuerza. Ahora los cipreses y los cedros vencían sus ramas por el peso de la nieve acumulada, y a un lado, más lejos, las ramas de unos sauces llorones se inclinaban, agotadas, tristes, llorosas.
Algunas esqueléticas, despojadas de las hojas, rozando con sus huesos la superficie helada de un pequeño estanque... una fuente de piedra, gris, rota...

...y aún más lejos, en un rincón, entre volutas vivas de niebla cambiante, una estatua. Una mujer, pálida la piedra, quizá mármol, una hiedra trepando en su base. Y, tras ella, adivinándose apenas, pero inconfundibles, las cruces y lápidas de un cementerio.

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11/03/2009, 09:09
Director

En ese momento, Octavius tuvo una corazonada, un presentimiento...sentía que algo no  iba bien. Una sensación terrorífica y nada halagüeña le embargó. Era como si supiera que algo les esperaba más allá de aquella reja. Un antiguo mal, poderoso y cargado de odio emanaba de aquel lugar cubriéndolo por completo con su manto. Quizá fuera algo normal para una persona común; desconfiar de un refugio surgido en medio de la nada, pero Octavius conocía muy bien aquella sensación y sabía lo que traería consigo. Y por un momento, temió que todo volviese a empezar.

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11/03/2009, 09:41
Franz Grüber

Franz le sonrió a su sargento cuando le entregó los prismáticos, sabía lo que estaba pensando, al joven doctor le encantaban los suboficiales, solían ser los más pragmáticos del ejército y no se paraban a mirar el rango de quien les ofrecía un consejo.

Lo más probable es que el sargento karl tenga razón, en medio de la tormenta va a ser dificil ver nada, pero si vemos las luces de la ventana tal vez pueda ver una ametralladora asomando por ellas. Al llegar a la altura de la tétrica verja usó los prismáticos para escrutar el edificio por si podía advertir algún peligro, si algo había aprendido es que en la guerra todo era peligroso, Bernhard se lo había enseñado. Josef Bernhard era un joven soldado con el que había hecho buenas migas durante el camino a Varsovia, cuando llegaron a la ciudad quiso darle un poco de chocolate a un niño que se nos quedó mirando y el maldito mocoso sacó una pistola de la nada y le voló la cabeza.

 

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11/03/2009, 11:27
Octavius Dietrich

Octavius avanzó con el resto y acatando las ordenes del teniente, formó tal y como le ordenaron, abriéndose en una formación adecuada para acercarse a lo que creían iba a convertirse en su refugio. El ponerse en marcha con un claro objetivo logró que la adrenalina dominase su cuerpo y esta pareció controlar, por unos largos minutos, el dolor y el entumecimiento de sus huesos, e incluso sus extrañas y nada halagüeñas sensaciones parecieron sucumbir ante la obligada concentración en la que se había sumido.

La tormenta no había disminuido ni un ápice, y el avance, la carrera hasta la mansión, no traía consigo más que las mismas penalidades que habían padecido hasta el momento. El aire, con fuertes rachas que arreciaban contra sus cuerpos, arrastraba una sin fin de pequeños proyectiles, los cuales eran, sin lugar a dudas, mucho más certeros que las bombas rusas, y cuando impactaban en su rostros, lograban que estos se contrajeran a causa de los aguijonazos de dolor. Pero el dolor no era importante en esos momentos, y Octavius, afianzado y centrado en su deber, tan solo inclinó su cuerpo, lo suficiente como para intentar protegerse lo mejor posible de la ventisca, para avanzar con la decisión reflejada en su semblante.

Y entonces, por fin, y tras una marcha mucho más larga de lo que habría deseado cualquiera de ellos, los desalentadores álamos salieron a su encuentro, y como guías en la interminable niebla, los guiaron hasta las mismísimas puertas de aquella vieja mansión mientras el profundo y cada vez más intenso cántico de la tormenta les recibía con un tono alto y siniestro, abrazándolos, acogiéndolos con sus lamentos prorrumpidos por irreales voces.

Cuando el soldado Dietrich alcanzó la reja, su mirada se detuvo, en primer lugar, en las ventanas iluminadas que se mostraban ante él, para acto seguido, y a la espera de nueva órdenes, pasearse por todo aquello que en otro tiempo le había otorgado a aquel lugar un aire de magnificencia, de gloria y de poder. El jardín, y aquellos que moraban en él, ahora de apariencia débil y sin duda vencidos por la tormenta, el estanque, sucumbido ante el frío y tan solo vigilado ahora por sus llorosos guardianes, y detrás, más lejos, la mujer de piedra, la antesala al lugar donde la muerte era la reina y señora.

Y quizás fuera a causa de esa visión, esa mujer de blanca y fría piedra, o quizás o no, pero fue en ese momento, y con la mirada prendida en su silueta, cuando su mente se abrió como otra tantas veces, cuando sus férreas defensas palidecieron y sucumbieron ante el intenso ataque, permitiendo que aquello, fuese lo que fuese, penetrase en él, expandiéndose como un letal virus de acción inmediata. Su rostro, acongojado por el frío, palideció aún más, y sus ojos, hasta el momento nítidos y claros, se cubrieron de una neblina mucho más densa y traicionera que la que les había acompañado desde el inicio del ataque. Durante un tiempo, interminable para él, apenas unos segundos para el resto, Octavius padeció el horror que esperaba al otro lado de aquella negra reja, y sintió, como nunca antes le había sucedido, el odio que anhelaba su presencia, la de sus camaradas y la de sus prisioneros. Un escalofrió, nacido del pavor y no del frío, la ventisca o la nieve, recorrió su espalda, intensificándose a cada centímetro de su piel mientras ascendía hasta el cuello, la nuca, donde explosionó, deshaciendo la neblina y permitiendo que las protecciones de su mente retomaron el control, alejando aquello que emanando tanto terror se había ofrecido para darle la bienvenida.

Con la respiración acelerada y el contenido terror ahuyentado de su rostro, Octavius desvió su mirada hacia el resto, y una vez localizó al teniente Diederick avanzó hacia él con decisión, y aunque en un principio sabía muy bien lo que quería decirle, perdió todo su aplomo mucho antes de detenerse al lado del hombre que estaba al mando, cuando se percató que sus palabras no serían escuchadas, y mucho menos tomadas en cuenta.

Señor, creo que no sería buena idea entrar en la casa. - opinó, alzando la voz por encima de la ventisca, y como sabía que no tenía nada que hacer, ideó y buscó una excusa mucho más creíble, algo que si pudiese ser atendido por el teniente. - Ese lugar no es seguro, señor, creo haber visto varias figuras en las ventanas, señor. Seguramente es una trampa y los presos nos han conducido hasta ella. - agregó, señalando a ambos campesinos, tras lo cual calló, esperando que aquella mentira motivara al teniente Diederick a replantearse la entrada en la mansión.

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11/03/2009, 15:13
Hans Müller

Si Hans Müller hubiera tenido la posibilidad de escribir en su diario, hubiera dicho que la propia naturaleza se oponía a su avance. La tormenta arreciaba a medida que se aproximaban a la casa, mientras truenos de metralla resonaban en la cercanía recordándoles la amenaza de la artillería rusa y la necesidad de un refugio que les protegiera, paradójicamente, del frío y del fuego. 

Hans no supo el tiempo que habían tardado en llegar a la espectral alameda que se abrió ante ellos, pero había sido más de lo calculado y mucho más de lo deseado. Y cuando finalmente se detuvieron ante la rota verja de la mansión, no pudo evitar suspirar de alivio. Su mirada recorrió el paisaje circundante que mostraba de forma ajada y tétrica el pasado esplendor de aquella propiedad. Decrepitud y decadencia eran lo único que quedaba, acrecentados por las escasas ventanas iluminadas, pues las otras se le asemejaron cuencas vacías. Sin embargo, las luces dejaban bien a las claras que el lugar no estaba abandonado.

Fue justo entonces, cuando su mirada se cruzó con la figura del soldado Octavius Dietrich. Su rostro era una máscara blanca marcada por un terror que se desvaneció rápidamente, y nubes de vaho despedidas por su nariz, hablaban de su agitación. Quiso hablarle, preguntarle, mas el soldado abandonó rápidamente la formación para dirigirse al Teniente Diederick. Sus palabras le sorprendieron casi tanto como la fugaz visión de su cara hacía unos segundos. ¿A quién había visto? ¿Por qué acusaba a los campesinos de haberles tendido una emboscada? ¿Por qué su rostro se había demudado? ¿Qué pretendía aquel hombre? No podían seguir a la intemperie. El crepúsculo señalaba la proximidad de la noche y aquella vieja mansión, mal que le pesara por quien allí viviera, era su única posibilidad de refugio. Además, la mujer y el hombre rusos en ningún momento habían marcado el camino a seguir por lo que la acusación carecía de sentido.

Hans Müller hubiera preferido callar, pero su tiempo se agotaba. No deseaba morir de frío en mitad de la helada noche, ni bajo el fuego de los morteros. No quería ese destino ni para sí, ni para su hermano Pieter, ni para el resto de sus compañeros.

- Señor, yo no he visto nada - gritó.

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11/03/2009, 16:10
Grigori

Poco podía hacer Grigori en esa situación. Se encontraba, cómo muchas veces en su vida, entre la espada y la pared. Y él mejor que nadie sabía que en ese estado qualquier movimiento te mete un palmo de acero en las tripas. Aún así su mente no descansaba en encontrar algún método para mejorar su situación.

-¿De qué hablarán esos alemanes? Parece que les plazca que muramos de frío.-

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11/03/2009, 16:17
Grigori
Sólo para el director

Su cerebro seguía funcionando a pesar del frío que sentía en el resto de su cuerpo.

-Podría intentar una carrera suicida hacia la casa, pero me la juego a que mi captor me vacíe el cargador en el espinazo. Eso suponiendo que al llegar a la mansión se encuentren tropas rusas que me protegan y que no sepan nada de la orden de fusilamiento en mi contra. Y si no hubieran soldados, los alemanes me ejecutarían allí mismo. Demasiado riesgo.-

Grigori desestimó rápidamente esa opción. Decidió que, mal por mal, se quedaría con sus captores al menos hasta que terminase las tinieblas. Y quién sabe, puede que hasta le ayudaran a ir hacia Berlín en vez de encerrarle.

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11/03/2009, 21:49
Teniente Diederick

-Sea como sea, es nuestra única oportunidad, Octavius-dice el teniente en respuesta a la advertencia de Octavius-.Aquí fuera tiene dos opciones, morir de frío o morir bajo el fuego enemigo. Nuestra única esperanza es ponernos a salvo lo antes posible. Grüber se quedará al cargo de los prisioneros. Müler y Pieter, conmigo. Nos encargaremos de asegurar la entrada. Octavius, usted y Dieter, se encargarán de cubrirnos...¡y vigilad bien las ventanas, no quiero que nos sorprenda un francotirador!. Esperad nuestra señal para avanzar.

 Dicho esto, el teniente sigue corriendo hacia la casa, esperando que sus órdenes sean obedecidas.

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11/03/2009, 22:19
Dieter

Dieter asintió y siguiendo las órdenes del teniente, atravesó la reja y avanzó hacia una posición segura, sin dejar de apuntar con el rifle hacia las ventanas. Finalmente se arrodilló detrás de un macetero medio roto y apoyó el rifle esperando la señal del teniente indicando que la zona estaba segura.

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11/03/2009, 22:37
Hans Müller

Hans Müller asintió a la órdenes del Teniente Diederick, tal y como también había hecho el soldado Dieter. Aliviado por la resolutiva respuesta del oficial a la advertencia del soldado de artillería Dietrich, se volvió hacia su hermano, le sonrió brevemente, movió los labios en un silencioso "suerte", y echó a correr hacia el interior de los jardines.  Con el crujido de sus pisadas en la nieve como único sonido, aprovechó los robustos troncos de cedros, cipreses y sauces para ocultarse en su avance y no ofrecer un blanco seguro, sin perder de vista en ningún momento las ventanas. Una última carrera, un cuerpo a tierra para protegerse tras la rota fuente y la mira del rifle barrió la fachada de la mansión atenta a cualquier movimiento, a cualquier amenaza.

Hans sabía que las ventanas iluminadas eran aquellas de las que menos debían preocuparse. Si alguien los atacaba lo haría valiéndose, casi con toda seguridad, de la oscuridad que reinaba en el interior de algunas zonas de la casona.