El castillo de las arañas

Durante las últimas jornadas de viaje, el grupo se había ido internando cada vez más en el corazón del bosque Negro, y pudieron ser consciente de ellos sin la necesidad de un mapa, pues la atmósfera y el ambiente del bosque se iban enraleciendo cada vez más, y el aire era cada vez más viciado y espeso. La protección del Rey Elfo iba quedando atrás, y pronto sintieron una sensación de peligro cada vez mayor, observando como las horribles telas de las arañas eran cada vez mayores en número, de hilos extraordinariamente gruesos que cruzaban de árbol en árbol o enmarañadas en sus ramas más bajas, pero nunca cruzando el sendero que los elfos les advirtieron de no abandonar. El grupo había llegado tras una larga jornada de camino a un pequeño claro que les proporcionó algo de alivio. Pero en mitad de la noche, Baldor, aquejado de pesadillas, se levantó para dar una vuelta y despejarse y cometió la imprudencia de, medio dormido todavía, beber de un arroyo cercano. Aquello le había hecho olvidar cinco años de su vida de un plumazo, y en su mente había regresado al triste episodio del dragón y la destrucción de la Ciudad de Lago. Sin llegar a reconocer ni a su propio hijo, y tomando al grupo que lo escoltaba por unos bandidos que lo habían secuestrado, Baldor huyó hacía el interior del bosque, probablemente sin ser consciente de en qué bosque se encontraba y mucho menos de las advertencias de los elfos sobre no abandonar el sendero.

Ahora el grupo necesitaba decidir rápidamente lo que debían de hacer, pero debían de hacerlo inmediatamente, pues cuanto más tardaran, más se alejaría Baldor del sendero. Aún así no podían perder el orden y el control, ¿irían todos tras él? ¿dejarían a los ponis solos?

-¡Id tras él! - gritó el muchacho asustado y preocupado. Se había aferrado con la mano al talismán que colgaba de su cuello y se agitaba nervioso de un lado a otro. -¡Yo vigilaré a los ponis, pero no dejéis que se aleje demasiado!

Al muchacho no le faltaba razón, no podían dejar que Baldor se alejara demasiado de aquel lugar. El claro parecía lo suficientemente seguro como para que el muchacho pudiera quedar al cuidado de los animales y las mercancías, pero claro, en aquel extraño lugar las cosas no parecían lo que realmente eran.

Kurdrim quedó boquiabierto por la reacción del comerciante ante su hijo, dejando claro que estaba realmente trastocado, y aun quedó más sorprendido cuando emprendió la "huida" hacia el interior del bosque. Recomponiéndose en un instante al percatarse de lo peligroso que podía llegar a ser eso echó una rápida mirada al grupo, otra al chico y a los ponis y, por último al claro

- Igwar, Mungo, Droul y Belak, acompañadme! Rápido!- dijo sin pararse a pensarlo demasiado y "eligiendo" a los posibles perseguidores por conformar un grupo con habilidades y características variadas - Lain cuida de los ponis y del chico, todo esto no me da buena espina... Belgo, traeré a tu padre de vuelta y solucionaremos todo esto- añadió antes de salir a toda prisa tras el comerciante sin pararse a mirar si el resto seguía o no sus indicaciones

No quería imponer nada pero en quien más confiaba para mantener al chico a salvo y tranquilo era en sus dos tocayos, y Droul le ayudaría a mantener la cabeza fría, y en vistas de los peligros que entrañaba el bosque creía que disponer de un guerrero capaz de talar un árbol de un golpe, alguien pequeño y escurridizo, y un tipo que parecía capaz de salir de cualquier entuerto con imaginación junto a alguien vestido de pies a cabeza de fiable acero enano y un amigo que me mantuviera sereno, mas o menos, daban bastantes opciones de lograr superar cualquier obstáculo

Quiso salir corriendo tras Baldor, pero en cuanto dio un paso adelante, cayó en la cuenta de su pequeño. ¿Quedarse a solas con los ponis en medio de ese terrorífico bosque? No dudaba que cualquiera de ellos temblaría con la idea de pensarlo, y peor aún tratándose de un muchacho. ¿Valiente? Mucho, pero la valentía tenía un límite. Sin embargo, el arrojo que demostró al enviarlos, como si fuera un Gran Señor que enviaba a sus tropas al combate, le emocionó.

Así que siguió a su compañero al interior de aquel siniestro bosque, piqueta en mano, con la tranquilidad de que Lain se quedaría protegiendo al joven. Si era sincero consigo mismo, tenía miedo de entrar en aquellas sombras para nunca más volver. Pero, ¿qué clase de enano sería si no se lanzara al combate con el corazón acelerado y el pulso firme?

Durante unos instantes, Iwgar estuvo meditando que opciones serían las más óptimas para poder ayudar a Baldor a recuperar la cordura, dándose cuenta que todas y cada una de ellas no eran muy alagüeñas. Regresar sobre sus pasos para solicitar ayuda al Rey Elfo era a priori la más lógica y racional, pero aquello implicaría fracasar en la misión, haber perdido el tiempo de forma fútil. Otra opción a tener en cuenta sería seguir avanzando por el sendero para ver qué tal iba con portándose el mercader con el paso del tiempo, ya que era posible que los efectos no fuesen permanentes y que en unas horas Baldor volviese a ser quien fue, recordando su cometido y muy especialmente a su hijo Belgo, que ahora mismo estaba trastocado al ver que su padre no era capaz de reconocerle. También era posible que alguno de los sabios de su tribu tuviesen idea de cómo paliar los efectos que ahora observaban, por lo que de llegar a los dominios de los beórnidas, su gente, quizá lograsen encontrar una solución...

Todos aquellos pensamientos volaron en cuanto Baldor, asustado y temeroso, con la mirada perdida en la nada y como si el grupo se tratase de burdos saqueadores o malechores, empezó a correr adentrándose en el bosque Negro, abandonando la seguridad del sendero.

- ¡Diantres! ¡No podemos permitir que se aleje y termine perdiéndose! ¡Eso sí que sería un grave problema! - expresó en alta voz el colosal beórnida, que de inmediato comenzó a dar enormes zancadas siguiendo a Baldor, acortando la distancia entre ambos. Iwgar tenía una gran envergadura, y quizá a diferencia de los enanos, era capaz de moverse y desplazarse con facilidad. No sabía si lograrían seguirle el paso, pero lo que estaba claro era que Iwgar no iba a perder a Baldor ni dejarlo solo en el bosque. ¡¡Groaargggh!! - rugió como si de un oso salvaje se tratase, dando caza a su presa. 

Parecía que cuanto más se adentraban en el bosque, mayor era el número de desgracias que les caían encima. Desorientado y afectado por alguna clase de sueño perturbador, Baldor no habían hecho más que empeorar su situación al beber del arroyo del que los elfos les habían advertido. La locura parecía haberse apoderado de su mente, incapaz de reconocer a ninguno de los presentes. Belak estaba realmente preocupado por cómo se habían desarrollado las cosas y fue todavía peor cuando Baldor decidió huir saliendo del camino e internándose en la espesura. 

Belgo les gritaba desesperado y nervioso que fuesen a buscarlo. Kurdrim fue quien se pronunció para encabeza el rescate arengando al resto de aventureros. -No hace falta que me lo digas dos veces.- Le dijo al enano que cogía su arco, su carcaj y su hacha. Ya tuvieron una prueba de los peligros que acechan incluso bajo la protección del camino. ¿Qué otras calamidades se podrían topar si se adentraban en las profundidades del bosque? -No podemos perder su rastro.- Se apresuró a advertir a sus compañeros. Aunque dada la rapidez y la brusquedad con la que Baldor abandonó el claro, no sería especialmente complicado seguirlo. Por lo que optó por seguir a Iwgar pero teniendo cuidado de no perderse en su intento de rescatar al comerciante. 

Respondiendo al ruego del pequeño Belgo, el grupo se organizó sin apenas perder tiempo y decidieron que Lain se quedaría con el muchacho en el claro cuidando de los ponis y la mercancía y el resto iría tras Baldor sin perder ni un sólo minuto. Perseguir a alguien que se abría paso a trancas y barrancas por el cenagoso terreno que había junto al arroyo no debía resultar muy complicado, especialmente porque dejaría unas huellas de pisadas tan grandes que incluso un ciego podría seguir sin mucha dificultad. Pero aquel bosque era traicionero y peligroso, como ya habían podido comprobar en las últimas jornadas.

Iwgar se colocó en cabeza del grupo dando grandes zancadas y se adentró el primero entre los árboles del bosque, donde pronto descubrió que su velocidad y gran tamaño no resultaban una ventaja allí. Los árboles se estrechaban unos con otros, y debían zigzaguear para poder abrirse paso apartando ramas y esquivando raíces que les atoraban los pies en el fango. Pronto Iwgar pasó a ralentizar al grupo, que avanzaba en fila india con unos muy pegados a los otros tratando de solventar el taponamiento causado por las prisas. El terreno comenzó siendo similar a un cenagal, las aguas del pequeño arroyo se desbordaban en alguna zona cercana y regaban el suelo dificultando sus movimientos. Cuando finalmente se internaron más en la profundidad del bosque, el suelo se había vuelto más compacto y pudieron avanzar más aprisa, pero todavía tenían que moverse entre árboles que apenas les dejaban espacio y que con gran frecuencia les obligaban a girar a izquierda y derecha varias veces antes de regresar a la dirección que pretendían seguir. Llegó un punto en el que incluso no sabían si se estaban orientando correctamente y no podían mirar al cielo para hacerlo buscando la posición de la luna o las estrellas, ya que tenían sobre ellos un techo de ramas y hojas que no permitía ver nada más allá. Por la mente de alguno de ellos se pasó la idea de si no se estarían perdiendo ellos mismos para siempre en aquel denso bosque. 

Cuando finalmente llegaron a una zona donde los árboles les dejaban más espacio para poder caminar ya habían pasado varias horas en aquella zona y pudieron caminar con más holgura en busca de las huellas de Baldor. Aquella búsqueda, apuntando las antorchas al suelo para poder recuperar el rastro dejado por el comerciante, les llevó hasta el alba. Finalmente fue Belak quien les puso de nuevo en la pista, cuando descubrió una rama rota que tenían un jirón de la camisa de Baldor, y pudo encontrar un poco después las pisadas apresuradas que había dejado el mercader a su paso por la zona. Dichas huellas seguían internándose hacía la profundidad del bosque, pero de pronto Belak se detuvo. El rastro había desaparecido de súbito como si Baldor hubiera desaparecido en el aire.

Respondiendo al ruego del pequeño Belgo, el grupo se organizó sin apenas perder tiempo y decidieron que Lain se quedaría con el muchacho en el claro cuidando de los ponis y la mercancía y el resto iría tras Baldor sin perder ni un sólo minuto. Belgo se movía inquieto de un lado a otro del campamento después de que vieran como hasta el último de sus compañeros hacían lo que los elfos les habían advertido no hacer: abandonar el sendero.

Lain sabía que ya no podría dormir después de semejante susto, y que Belgo mucho menos podría hacerlo. El muchacho estaba nervioso y agitado, aún así no quitó los ojos del árbol por el que, primero su padre y después el resto de la compañía, habían desaparecido. Las horas fueron pasando, aunque se les hicieron eternas, y para cuando llegó el alba todavía no habían recibido señal alguna de sus compañeros.

Mungo olisqueó el aire, pensativo. Hasta donde él sabía, los humanos no tenían la capacidad de volar o desvanecerse. ¿Habría sido cosa de las arañas?

Con un escalofrío, el mediano recordó las historias de Bilbo. Cómo tuvo que hacer frente a todo un nido de arañas con su espada. La había bautizado como Aguijón en ese mismo momento, o tal vez habían sido las arañas. Él más que aguijón tenía un arco con flechas bien cargadas. Si se encontraba con una, no dudaría en atravesarla para resarcirse del bochorno que estaba causando a sus compañeros de viaje. Les demostraría que es capaz de aportar mucho más que canciones, historias y quejas.

De pronto, mientras observaba las últimas huellas que había dejado Baldor, se percató de una cosa…

La persecución se torna un imposible entre el fango y los árboles, por no mencionar el ambiente opresivo que se respiraba fuera del sendero. Era como si el bosque se cerniera sobre nosotros, opacando no solo el firmamento sino también toda esperanza de dar con Belgo, ante lo que es precisa de toda la jornada para poder dar con su pista

- Malditos árboles; no me extraña que esos orejas picudas los amen, son tan enervantes como ellos- se queja de nuevo en una interminable retahila de maldiciones que se prolonga durante buena parte de la jornada

Cansado, enfangado y con un cabreo de mil demonios, Kurdrim empieza a deambular de aquí para allá cual sabueso en busca de pistas o huellas que los lleven junto a su objetivo de manera infructuosa, revelándose como clave la presencia de Belak para poder proseguir...

- Odioso fango y pantanos llenos de mosquitos. Llevo dentro de mis botas varias onzas extras de esa grumosa amalgama de tierra y agua estancada- añade a la ya expuesta lista de agravios perpetrados por el bosque y sus aledaños contra su persona

Pese a todo, al poco tiempo la pista se esfuma sin más, dejando al enano desconcertado, mirando en todas direcciones, sin saber hacia dónde proseguir haciendo que sus dientes rechinen por enésima vez

- Espero por su bien que el efecto de ese maldito arroyo pierde-memoria siga surtiendo efecto cuando lo encuentre o juro que lo meto de nuevo de cabeza en él y no sale hasta que se ponga morado

No le hacía ninguna gracia perseguir a alguien en mitad de la noche. Peor aún, tener que hacerlo chapoteando en cieno, asfixiados por el calor y la presión de los cuerpos —y el olor, ¿cuándo fue última vez que se habían dado un baño?— mientras escuchaba los constantes gruñidos y quejas de Kurdrim, le hacía desear que un grupo de arañas se los comieran allí mismo. Pero perseguían al hombre que les había contratado. De quien dependía su sueldo y un niño. No podían simplemente dejarlo marcharse sin más. 

—Kurdrim, te prometo que como sigas quejándote te tragarás mi bota —intervino, molesto. No estaba enfadado particularmente con su compañero, pero fue el objetivo más cercano con el que pagar su frustración. Afortunadamente, el suplicio terminó y pudieron regresar a tierra firme. Pero Belak había perdido el rastro—. ¿Lo has perdido, muchacho? —dijo, recuperando el aliento apoyado en un árbol. Entonces, fue cuando lo vio.

Iwgar era enorme en tamaño, poseyendo gran fuerza al embestir y zancadas que abarcaban varios metros en carrera, por lo que en campo abierto y hacha en mano, el beórnida podía ser considerado un enemigo muy a tener. No obstante, en aquel denso y tupido bosque no tardó en aminorar la marcha y tratar de zigzaguear, al llevarse tras de sí toda clase de arbustos, ramas y hojas de los árboles circundantes allá por donde pasaba. Su pies empezaron a hundirse en el lodazal, haciendo mucho más difícil avanzar, y tras un buen rato corriendo tras Baldor, más que ayudar al grupo abriendo paso, estaba ralentizando la marcha.

No fue hasta que salieron de aquel cieno infecto y llegaron a un claro, que se detuvieron para buscar pistas del mercader, pero todo sea dicho, Iwgar tenía dificultades para encontrar rastro alguno, simplemente dejándose llevar por las apreciaciones y comentarios del resto. Todos estaban de mal humor, y él no era ninguna excepción, por lo que levantando la voz, preguntó.

- ¡Por todos los sucios trasgos de las montañas! ¿Este bosque intenta ahogarnos o que ocurre? No logro ver nada reseñable y ni idea de donde pueda estar ese mercader. ¿Alguno sabe por qué acaba el rastro abruptamente? - expresó bastante airado Iwgar, retirándose de la barba todo tipo de ramitas y hojas que se le habían adherido en la carrera. El que tenía una actitud bastante extraña y curiosa era el mediano, el cual parecía olfatear el aire y haberse percatado de algo por su mirada dubitativa. ¿Qué ocurre? ¿Has dado con algo, Mungo?

Lo que en un principio parecía algo sencillo, enseguida se tornó en una tarea titánica. Belak jamás pudo imaginar que el terreno jugase tan en su contra. Incluso Igwar, con su potencia física y envergadura se veía mermado ante el inclemente fango que cubría el suelo. La travesía fue tortuosa y sufrida mientas trataban de abrirse paso a través de la espesura. Como si del laberinto más macabro jamás inventado se tratase, el grupo avanzó como pudo sorteando vegetación, piedras y agua por igual; dibujando una sinuosa línea en su urgente pero dolorosamente lenta persecución. 

Tras varias horas sin saber muy bien si todavía seguían siguiendo a Baldor o tan solo caminar sin rumbo fijo, Belak pudo ver algo. -¡Eh, por aquí, mirad esto!- Avisó a todos del jirón de tela que el mercader había dejado atrás. -Parece que no íbamos por mal camino después de todo.- Dijo a sus compañeros tanto para mejorar el ánimo del grupo, incluido el suyo propio. Continuaron siguiendo el nuevo rastro para luego encontrarse con un nuevo y totalmente inesperado obstáculo. -Es imposible.- La mente del hombre del bosque ya no podía razonar más ni atar cabos para intentar comprender lo que había sucedido. ¿Cómo podía alguien que avanza sin el menor cuidado desaparecer así? Ni siquiera daba la impresión de que hubiesen borrado el rastro, tan solo dejaba de estar. Belak ya no sabía que hacer y la frustración y la agotadora persecución le impedía pensar con claridad en ese momento. 

El grupo estaba demasiado cansado, malhumorado y harto del bosque que no pudieron pensar con claridad qué era lo que había pasado con Baldor al llegar a aquel punto donde parecían borrarse sus huellas de golpe y porrazo como si el mercader hubiera decidido echar a volar. Todo esto tenían que acompañarlo de la retahíla de murmullos y quejas que iban rezongando Kurdrim cada vez que una nueva dificultad se cruzaba en el camino de la compañía. Se quedaron allí plantados, entre los árboles de la profundidad del bosque sin saber muy bien qué hacer ni cuál podía ser el siguiente paso a dar para encontrar a su patrón.

Entonces Mungo se fijó en los árboles que había junto a la zona donde las huellas de Baldor desaparecían y descubrió que unas cuantas telarañas colgaban de sus ramas y troncos, aparentemente desprendidas. Mungo, que durante todo el viaje había tenido la mala fortuna de no dar una a derechas, era un apasionado de los acertijos y los misterios por lo que pronto dedujo lo que podía haber pasado allí. No era que Baldor hubiera echado a volar llegados a ese punto, sino que daba la sensación de haber chocado con una telaraña a tal velocidad que terminó arrancándola de los árboles a los que estaba anclada. Unos metros más allá pudo ver el lugar donde, aparentemente, el mercader había caído rodando y luchado con la telaraña para librarse de ella, pero no había rastro de Baldor, sino que Mungo pudo ver unas marcas en el suelo. El hobbit se percató de que algo o alguien debía haber arrastrado a Baldor aún más hacia el interior del bosque.

El reciente descubrimiento inquietó sobremanera al enano. ¿Qué podía haber tan grande en aquella espesura para llevarse a un hombre adulto sin apenas problemas? ¿Lobos? ¿Un oso? Le inquietaban las telarañas, pero no dejaban de ser insectos y mientras estuvieran alerta no habría nada que temer. Al fin y al cabo, eran diminutas criaturas, ¿verdad?

—Adelante, encontremos a Baldor —dijo Droul tras la explicación de Mungo. Este mediano tiene una vista excelente, espero que su puntería mejore. Se adelantó y empezó a seguir las marcas de arrastramiento para ver por dónde había ido su contratante. Mientras no encontrara sangre, era buena señal.

La revelación de Mungo no puso de mejor humor a Kurdrim, al contrario más bien, pues una nueva sarta de maldiciones sobre los insectos, arácnidos y criaturas del pantano empezó a brotar de sus labios pese a la advertencia de Droul. Sin duda el talante del enano estaba hecho a prueba de amenazas o, sencillamente, aquello le había entrado por una oreja y salido por la otra sin dejar mácula alguna en su dura sesera

Sea como fuere, el hacha de Kurdrim volvió a perfilarse entre sus guanteletes, pues era evidente que había al menos una criatura capaz de dar caza a un humano hecho y derecho, y eso solo podía significar problemas... sumando uno mas uno no se hacía difícil discernir que se trataba de una enorme y abotargada araña que quería darse un buen festín con el comerciante. Y con ellos mismos si no se andaban con ojo

- Deberíamos encender antorchas; si aparece la bestia que se ha llevado a Baldor eso la mantendrá a raya hasta que podamos ver a qué nos enfrentamos y pensar en cómo actuar... no me gustaría ser la cena de ningún ser del bosque- dijo mirando entorno suyo, desconfiando aun mas si cabe del bosque que lo rodeaba

Mungo apreciaba el ímpetu de los enanos, pero en una situación como aquella era mejor actuar con cautela. El recuerdo del lago de los maulladores le erizó el vello de la nuca.

—Nos han dicho que lo mejor es no abandonar el sendero, señor Droul. Coincido en que debemos rescatar cuanto antes a maese Baldor, pero hagámoslo con cabeza. ¿Alguno de vosotros tiene una cuerda? Los que encabecen la búsqueda que tomen un extremo y el resto, mientras vigilamos desde aquí, nos quedamos el otro. De esa forma, si nos alejamos demasiado, no será difícil regresar.

Iwgar se sorprendió del ingenio del pequeño Hobbit, el cual había dado connota solución al enigma de la desaparición de Baldor. Una vez Mungo expuso las evidencias que había visto, el beórnida no tuvo ninguna duda de que en realidad el mercader había terminado desprendiendo las telarañas y rodando varios metros atrás, para posteriormente ser arrastrado de algún modo que no lograba comprender. ¿Alguna criatura del bosque? 

Cómo fuese, la idea de Maese Bolguer le pareció interesante, y sin más dilación, Iwgar sacó de su bolsa una cuerda que si bien no era excesivamente larga, les valdría para moverse un buen trecho y saber regresar al mismo punto.

- Aquí tiene, Maese Bolguer. Espero que le pueda servir... - expresó dubitativo, valorando quienes eran los más indicados para explorar las inmediaciones y quiénes debería permanecer alertas en el claro. Creo que no soy el más indicado para explorar, así que me mantendré alerta aquí mientras verificais las marcas y tratáis de encontrar el lugar a donde ha ido a parar Baldor. Si tenéis problemas, tirad de la cuerda un par de veces con fuerza, y juro que de ser necesario, os haré regresar a rastras a todos aunque quedaseis colgando de un precipicio o cayeseis en el río y fueseis arrastrados por la corriente. - Y en verdad, viendo las apariencias del beórnida, colosal y musculoso como él solo, nadie podía ponerlo en duda.

Iwgar trató de centrarse en las inmediaciones, y permaneciendo alerta, se cuidaría muy bien de estar preparado por si eran atacados. Aquella sería su función.

Lain vió que el chico estaba intranquilo, era normal que esté así si su padre andaba por allí en el Bosque Negro solo.

-Tranquilo Belgo, los muchachos traerán a tu padre sano y salvo, recuerda que dos hijos de Dúrin están con ellos y no hay nada que mi pueblo no pueda lograr, ja ja ja. Recuerda que el pequeño Mungo derrotó a un troll por sí mismo y que Iwgar destrozó un tronco con su increíble fuerza, además he escuchado que los hombres del bosque son excelentes rastreadores, Belak le seguirá el rastro a tu padre en un pis-pas.

La idea de Mungo de atarnos a una cuerda no convencía especialmente a Kurdrim, quien se vería limitado en sus movimientos, y en un lugar como aquel era algo que lo incomodaba... aunque era evidente que se hacía imperativo evitar ser arrastrado como le había pasado a Belgo

- Vamos a parecer reses directas al mataderos, atados con una soga... soy más partidario de ir marcando los árboles para saber por dónde hemos pasado y poder desandar el camino llegado el camino - dijo con el malhumor causado por aquella situación patente en el tono- además, la cuerda llegará un punto que no dará más de sí. Podríamos atarnos entre nosotros a l cintura y marcar los árboles mientras avanzamos, así nada podrá arrastrarnos y seguiremos teniendo la ruta de avance visible cuando queramos volver- explicó, reacio a la cuerda pese a todo