Partida Rol por web

Cuando los acordes cesaron Lavonne tenía las mejillas rosadas y una sonrisa resplandeciente en el rostro que bien podría haber sido la marca expresa de la felicidad. La realidad era que no hacía falta mucho para satisfacer su inocente espíritu. Carecía de ambiciones políticas, de entresijos y pensamientos oscuros de los que emponzoñaban el corazón, aunque se viese ahogada en ellos constantemente. No le deseaba mal alguno a nadie, ni en aquella vida ni en ninguna otra. Apreciaba con devoción su existencia y la sencillez de poder cantar o deslizar el arco por las cuerdas de su contrabajo. De bailar a oscuras con los auriculares cuando Jeremiah se ausentaba y, por supuesto, de escribir todavía a tinta y plumín todas aquellas telarañas fantásticas que tejía su mente con y sin permiso. Se contentaba abiertamente con placeres mundanos que muchos calificaban de superficiales y vanidosos, y no entendía qué mal había en ello. No le hacía daño a nadie. Nunca le haría daño a nadie.

Pero había días, ratos en ocasiones, donde su mente se volvía más afilada de lo normal. Parecía recobrar el sentido después de una larga apatía pudiendo ver y escuchar con claridad, y era en esos momentos donde empezaba a darse cuenta de que quizá, después de todo, a pesar de un ferviente y febril amor, había monstruos que no tenían salvación. Preguntaba entonces, en alto y para sí misma, cosas que quizá no debiera. Era entonces donde su mente volvía a aquel extraño sopor donde sólo existía el silencio. Y mientras aplaudía con entusiasmo se preguntó por qué no podía hacer aquello más a menudo, cantar. O bailar. O existir. Miró a Jeremiah de soslayo con una interrogación pendiente, y sin siquiera darse cuenta aquella frágil sonrisa se desvaneció asentando un peso en su interior que atenazaba sus pulmones.

—¿Te parece un buen momento para presentarnos ante el Príncipe y su dama?

Shane se levanta de su asiento, satisfecho del concierto y de haber obtenido uno de sus objetivos, cierra la cremallera de su chaqueta con cara de pocos amigos y sale de la biblioteca con intención de perseguir su nuevo objetivo. Era algo que prefería obtener lejos de miradas curiosas.

Miro a la maldita vaca. 

Querida hago lo que puedo para intentar divertirme en este patético evento que has organizado. Miro la carta que tiene en sus manos, sintiendo cierta curiosidad que jamás mostraré, puedes dejarla en la mesa la miro y sonrío a su atrevimiento o puedes abrirla y darme una excusa. 

Me levanto y camino lentamente hacia ella, la rodeo, la huelo, la observo como un predador. 

No olvides nunca lo que eres, cual es tu lugar en la cadena alimentaria. No dejas de ser una vulgar... vuelvo a sonreír... una vulgar. Deja la carta y márchate. 

Augustus correspondió la sonrisa de Sebastian con la suya propia, dejando entrever esa hilera de dientes afilados que parecía que habían sido tallados en marfil. 

—Quien no debe preocuparse es usted, señor Crawford. No temo unas manchas, ni tampoco a lo que estas puedan decir de mi —hizo una leve inclinación de la cabeza, a modo de despedida—. Una vez más, ha sido un placer. Disfrute del resto de la velada.

Y, aprovechando que el minuto de gloria de Babylon Mynk se aproximaba a su fin, el señor Fowler se deslizó discretamente en las sombras de vuelta a su asiento.

No puedo apartar mi mirada de Lavonne, en ocasiones como esta me molesta que siga teniendo este capacidad de engatusarme, por otro lado me fascina su capacidad de sorprenderme. Niego con la cabeza mientras sonrío, si algo me recuerda a volver a ser humano, esa eres tu Marie. 

Podemos. Cojo su mano para dirigirme dentro de la sala. Mientras pienso que si no hubiera estado ausente se podía haber presentado antes cuando lo he hecho yo. 

Me dirijo directamente a Marcel sin vacilaciones ignorando por completo la actuación del otro... caballero. Miro fugazmente a la dama de rojo para volverme hacia Lavonne y guiarla. 

Buenas noches su alteza. me inclino en una pequeña reverencia. Antes no he tenido el placer de presentaros a mi chiquilla aunque asumo que habréis quedado fascinado como todos por su brillante actuación en el restaurante. Marie Lavonne, te presento a nuestro benevolente anfitrión Marcel Guilbeau. 

Me despido de Fowler con un leve asentimiento que responde al suyo, sin dejar de sonreír. Bien, ahora solo necesito buscar un momento propicio en el que cuente con la atención de gran número de Vástagos para hacer mi petición. El hecho de dirigirme al Príncipe por primera vez desde mi presentación me intimida un poco, pero si voy a hacer lo que quiero hacer, necesitaré la ayuda de Fowler. Pero lo primero es lo primero: la próxima vez que vea a JoJo le anunciaré mis intenciones. Me gustaría saber qué tiene que decir ella al respecto.

Tras tantos años, incluso siglos vagabundeando por este mundo, aun sigo apreciando la belleza de cada detalle, me quedo ensimismado mirado las olas romper contra el casco del barco. Las luces de la ciudad reflejadas en el agua. Siento la brisa algo animada por el movimiento del barco. Todo esta vivo, esta ciudad irradia vida como pocos lugares que haya visitado. 

He tenido una interesante conversación con el señor Ainsworht y con los Nosferatu, y he confirmado que Helmut está en la ciudad. Estoy convencido de que a Agnieska le gustará escuchar las novedades. 

La mirada de Caroline apenas se turbo un instante y fue más cuando empezaron las notas, a rasguñarle los oídos. Una sombra de sonrisa se le dibujo en los finos labios.

-Hay un viejo dicho que es perfectamente aplicable a su pregunta, señor Antoine…  Si lo que busca es algo antiguo o elegante, el señor Dumont aquí presente es la persona a ver. Por otro lado, si se trata de algo moderno  o personal, es mejor venir conmigo en primera instancia.  En ambos casos, se puede manejar el asunto con la discreción y reserva que desee, pero sobre todo con la tranquilidad de que el negocio será lo mas “limpio” posible.

- Sin embargo, si lo que busca es algo sucio o retorcido, le recomiendo ir con Fowler... aunque no respondo por el en niguno de los otros sentidos. Y claro, volviendo a lo que dije en un principio… Dime con quien andas, y te diré quien eres.  ¿Le resuelve eso su duda? +inquirió, clavando su mirada, despojada de rastros de humor.

Lavonne sonrió quedamente cuando Jeremiah aceptó su comentario, pasándose los dedos con cuidado por el peinado para asegurarse de que no quedaba un rizo fuera de lugar. Después lo siguió caminando casi a su vera, apenas medio paso por detrás, erguida en su altura y haciendo gala de una elegancia de otra época; una combinación equilibrada entre delicadeza e imposición tan bien ensayada que fluía como parte natural de ella misma. Su mirada azul hielo paseó sin detenerse entre los invitados que restaban de forma discreta, casi inapreciable, pero al llegar ante Marcel toda la atención se centró en el joven Príncipe de Nueva Orleans.

Sonrió y saludó como correspondía, o como ella creyó que apremiaba el momento, haciendo una leve reverencia antes de ofrecerle la mano como habría hecho cualquier dama haciendo triunfo de sus modales británicos. Quería que Jeremiah estuviese orgulloso de ella; seguro que la dama de Marcel empatizaba con ese sentimiento en demasía en aquellas circunstancias.

—Es todo un placer y una delicia poder disfrutar de su hospitalidad en esta festividad tan singular. Y con un motivo todavía más significativo. —Sonrió de nuevo, esta vez hacia Rosalie, quien había cautivado la noche con su presencia y su regreso a ellos. La Cainita estaba sencillamente deslumbrante con aquella pieza que envolvía perfectamente su cuerpo en aquel llamativo carmesí. —Señora D’Richet, me alegro de que haya regresado con los suyos. Es sin duda la estrella más brillante esta noche, como debería ser. Lamento mucho que la ocurrencia de Morgiane les robase la oportunidad de abrir el baile. Deberían haber sido ustedes los protagonistas, sin duda.

No olvides nunca lo que eres, cual es tu lugar en la cadena alimentaria. No dejas de ser una vulgar... una vulgar. Deja la carta y márchate. 

Oh, cuánta elocuencia. Sin perder la sonrisa, dejo la carta sobre la mesa y ensayo una exagerada reverencia hacia esta asquerosa arpía. Zorra envidiosa.

Pero tiene razón, sólo necesita una excusa para despedazarme, y no es así como había pensado que acabaría la noche, así que sin replicar nada, decido darme media vuelta y marcharme. Avanzo con poca dignidad hacia la puerta; no es que mis movimientos sean poco dignos, es que Josephine Baker no es una mujer que decida callarse cuando atacan directamente a su trabajo. Pero bueno, supongo que una retirada a tiempo siempre es una victoria, así que casi alcanzo el vano de la puerta con resolución. Sí, será mejor que deje las cosas así.

Oh, a la merde.

Antes de salir, me vuelvo.

-Es un bonito detalle por tu parte que intentes divertirte en mi fiesta. Cuando hagas tú la siguiente fiesta del Elíseo, haré mis mejores esfuerzos por pasármelo bien. -Ensancho mi sonrisa- Ah, no. Que a ti no te han pedido que organices nada. Ups. Bueno, buena suerte con eso. Adieu.

Con la rapidez de la adrenalina corriéndome por las venas, esbozo un gesto de despedida en el aire y me dirijo rápidamente hacia la azotea. Por la falta de sonidos chirriantes en el ambiente supongo que el concierto ya ha terminado, así que ahora falta el último entretenimiento de la noche.

Esta me la pagas, Fowler. Lo digo de verdad.

Sonrío ante el acercamiento de la bonita dama y su sire, la verdad es que ya me parecía que tardaban demasiado en acercarse a presentar sus respetos a Marcel y por ende, parecía que a mi también. Sin duda parecían de los más educados de la sala y eso de vez en cuando, era de agradecer.

- Muchas gracias por sus palabras querida, la noche aún es joven y todo lo que mi amado Marcel ha organizado espero que haya sido de vuestro agrado.

Les dedico una sonrisa a ambos y espero la respuesta del príncipe.

Tras descargar toda mi bilis contra Fowler, observo con aprensión el mensaje de Yoomee. Joder, ¿y ahora, qué?

Teclero rápidamente el número del Stoker's, y espero con ansiedad a que alguien coja el teléfono.

-¿Qué pasa, chérie? -Pregunto, mientras asciendo rápidamente por las escaleras hasta el último piso. 

Allí debería estar ya preparada la ruleta Arcadia, con la piscina tentadoramente despejada, la mesa con los chupitos preparados, y el increíble premio flotando sobre una mesa acuática, en el agua. Ah, Marcel. Puede que seas un sieso, pero desde luego nadie podría acusarte de avaro.

Parker tras aquella farsa atraviesa el espacio que separa la biblioteca de la cubierta y divisa a Mihail, el anciano está observando algo delante suyo apoyado en la barandilla, quizás las hipnotizadoras olas del agua que produce el barco en su movimiento, volviendo a ser Agnieszka.

Me acerco a mi mentor, y pienso en todo lo que ha sucedido para contarselo con pelos y señales... me quito la máscara.

Después de acercarme a él, y contarselo todo... sobre Shane, sobre el plan que tiene, sobre los que he conocido en la fiesta y finalmente le pregunto que ha averiguado, estoy deseando saberlo.

Sin duda el cánon de belleza británico ha cambiado y para mejor, miro a la joven dama rubia. Parece frágil como una copa de cristal, no puedo evitar compararla con Rosalie que es puro fuego pero sin duda ambas son más fuertes de lo que pudiera parecer a simple vista. 

No se preocupe milady, esto no es un concurso de talentos, pero siempre es agradable contemplar la belleza. Sus movimientos han sido majestuosos y el título de príncipe de la ciudad no me otorga tales cualidades.  

Observo a Jeremiah. 

¿Participarán ustedes en la ruleta? ¿Tu quieres hacerlo Rosalie?

Shane sale del pasillo que conducía a las cocinas, se pone la chaqueta mientras se mira en un espejo unos segundos y se limpia una pequeña mancha de sangre de la comisura de los labios.

Luego sube las escaleras que llevan a la cubierta con tranquilidad.

Sonrió con gentileza, especialmente por el uso de ‘milady’ en la oración. Era un detalle insignificante; ya nadie recordaba los títulos de antaño, pero resultaban miel para sus oídos, como cuando anunciaban a los grandes Lords y Ladys antes de un gran baile en los elegantes palacios de la capital. Fiestas a las que ella había asistido con frecuencia una vez, y con el recuerdo volvió a sentirse joven y vibrante. Desde luego, Marcel y Rosalie estaban resultando gente de bien y educada, lo que siempre era de agradecer después de ciertas cosas.

—Sois muy amables, pero desde luego, si desean aprender a bailar, el maestro es el señor Crawford.

Miró brevemente hacia el Toreador, apenas un instante, devolviendo su atención a los anfitriones. Hacían una pareja deslumbrante el uno junto al otro, una estampa sobria y hasta cierto punto fiera como el fuego.

—Ah, seguro que la señorita Baker nos sorprende de nuevo. Aunque yo ya he tenido la fortuna de ser ganadora de mi prueba —confesó, bajando ligeramente el tono. —Quizá... si la dama me lo permite, puedo privaros de su compañía un ratito y ver con qué ocurrencia nos deleita Josephine. Así podemos dejar a los caballeros entretenidos en sus asuntos. Se supone que estamos de vacaciones, pero Jeremiah es incapaz de apartarse de la política. —Se acercó ligeramente a Rosalie para confesarle un secreto entre susurros que, en realidad, los cuatro pudieron escuchar sin mucho problema. —Mi sospecha es que no está colgado del teléfono toda la noche porque en Londres ya es mediodía. Right, darling?

Dejó una suave caricia en la mejilla de su Sire, como una disculpa juguetona por la broma. Después se perdió en la mirada azul y cristalina de la mujer, esperando una respuesta.