Partida Rol por web

Noxville, Canadá
Sábado 22 de junio de 1995
7:46 AM

- ¡Ander! Cariño, ¿estás bien?

Lo primero que vio el pequeño Ander justo al abrir los ojos fue a su madre, inclinada sobre él con un gesto de preocupación. Le pasaba una mano por el pelo, que tenía húmedo y pegajoso, y comprobaba con cariño que no le pasara nada. Entonces recordó que había tenido una pesadilla, y una horrible sensación de agobio le invadió. Se agarró a su madre con fuerza, mientras ella le abrazaba.

- Ya está, pequeñín, ya está... -le arrulló mamá, meciéndole suavemente-. Sólo ha sido una pesadilla, sólo eso...

Ander debía haber gritado en sueños y por eso ella había acudido a la habitación. Su abrazo era cálido y le aliviaba, pero la pesadilla había sido espantosa. No la recordaba por completo, pero se había visto a sí mismo en medio del bosque, rodeado de árboles tan altos que no se veía dónde acababan. Era de noche, y unas luces rojas flotaban y se acercaban poco a poco a él, susurrando su nombre y tratando de convencerle para que las siguiera. Era todo como las historias que habían contado los niños en el colegio durante el curso. Seis niños se habían perdido el año anterior en el bosque y habían estado a punto de morir. Todos decían que podía volver a pasar... ¿y si esta vez era él a quién le ocurría?

- Venga, no pienses en cosas que den susto -le dijo su madre con una sonrisa-. Ya es de día... ¿quieres que bajemos y te prepare el desayuno?

Solo quería que le abrazara más, mucho más. Sólo de pensar en poder perderse en el bosque... ¡Aunque fue en el bosque donde Elliot se encontró a ET! Tenía que pensar en cosas guays, como decía mamá. Sí, tenía que comportarse como un niño mayor. ¡Ya iba a primaria! Atrás quedaron los llantos y preescolar.

- ¡Si!, si, mamá - dijo Ander más serio - digo... ¡señora Waggon, señora! - sabía que su madre odiaba que le hablara así, pero lo cierto era que un niño como Ander no cambiaría sus ilusiones porque su madre se lo dijera, no señor. Tenía todo un Universo que defender - ¿Y me prepararás un zumo como a Theresa? ¡Yo también quiero Cheerios! ¿Puedo? ¿Puedo? ¡Porfiiii! ¡Anda, ma... señora Waggon! ¡Que ya soy un niño mayor!

Se levantó y siguió el ritual que seguía todos los días. Agarró su cinturón y se puso esas zapatillas con forma de cohete que le había comprado su papá hacía unos meses. Eran preciosas. Y cogió el casco también, pero no se lo puso, porque había llegado a un acuerdo con mamá de que no se lo pondría en la mesa.

- ¡Vamos! ¡Vamos! - salió de la habitación, mirando a ambos lados. Y después cruzó el pasillo rapidamente hasta que se puso de espaldas a la barandilla de las escaleras que descendían al salón - ¡Despejado! ¡No hay insectoides a la vista! ¡Ya puede salir, señora!

Mamá puso los ojos en blanco en cuanto Ander echó mano de la jerga de ciencia ficción que tanto le gustaba. Pero al fin y al cabo eran vacaciones, y había tenido una pesadilla, así que se alegró de verle tan contento y no dijo nada.

- Sí, cariño -dijo-. Puedes tomar zumo y Cheerios... pero no demasiados, no sea que luego te duela la tripa. Unos poquitos y ya está.

Según iban por el pasillo, pasaron al lado de la habitación de Theresa, que seguramente aún estaba durmiendo. Su madre le indicó con un dedo ante los labios que no hiciera mucho ruido.

- Ya sabes que si la despertamos estará toda la mañana enfurruñada... -susurró.

Al poco llegaron a la cocina y mientras Ander se sentaba, sin casco por supuesto, mamá se puso a preparar el desayuno. En la mesa había unos cuantos comics de extraterrestres que el chico se había dejado la noche anterior, los últimos que su padre le había regalado. Sería mejor que los guardara para que no se le mancharan de zumo...

Ander era un niño bueno, así que se guardó las ganas de gritar para despertar a Theresa y bajó hasta la cocina. Vió los comics que le habían regalado el día anterior.

Le echó un último vistazo a la portada. Era genial. ¡Un comic de Buck Rogers!. Le encantaban los libros antiguos, esos que solo los papás de algunos de sus amigos conocían.  Buck Rogers, Flash Gordon,... No leía excesivamente rápido, aunque siempre decían que era muy listo para tener seis añitos, pero le encantaba enfrascarse en los dibujos e imaginarse sus propias historietas.

Miró como mamá le preparaba los cereales y notó como el estomago le rugía. Se colocó una servilleta en el cuello y se sentó en su butaca. Era un poco más grande que el resto de las sillas de la habitación. ¡Pero molaba mucho más! Tenía un dibujo de un cohete en la parte trasera, uno de color blanco con aletas rojas. Cuando fuera mayor y pudiera construir un cohete, sería como ese. E iría a descubrir nuevos planetas.

- ¿Qué hora es? - preguntó de pronto - ¿Qué hora es, señora Waggon? - Empezó a botar en el sitio, con la cucharilla en la mano. Ponian "Star Trek" en uno de los canales y no quería perderselo. No le gustaban mucho las pelis de "mayores", le gustaban los dibujos. Pero hacía una excepción con Star Trek, otra de las cosas que siempre había querido era tener un androide como el C3PO de Anakin. ¡O como Data, sería mucho mejor como Data! ¡O como el de perdidos en el espacio! ¡Bieeeeeeeeeen!

Mamá se dio la vuelta con una sonrisa ante la insistencia de Ander por saber la hora que era. Le acercó un tazón con Cheerios y un vaso de zumo del que tanto le gustaba, para que pudiera ir empezando.

- Son las ocho menos cinco. Creo que es un poco pronto para Star Trek, cariño -dijo con una sonrisa-. Ve desayunando mientras tanto, que si no se te van a ablandar los cereales. Iré a ver si Theresa se va despertando, quiero que me haga un par de recados...

Salió secándose las manos limpias con su delantal y empezó a subir las escaleras, dejando que Ander se tomase el desayuno. Un par de minutos después pudo oír una conversación en el piso de arriba. Seguro que Theresa se estaba haciendo de rogar, no le gustaba nada levantarse pronto.

- ¡Bieen! - gritó Ander al ver los cereales en el tazón - Nivel insuficiente de energía. Se precisa cargador de litio - dijo mirando a su madre - o un buen tazón de desayuno - sonrió mientras, nervioso, cogía la cuchara con impaciencia para empezar a comer.

No le importaba que fuera temprano para Star Trek, lo tenía grabado. Y se sabía los diálogos de memoria. La serie original era muy antigua, su padre la había puesto alguna vez, pero no le convencia del todo. En cambio la nueva... era genial. Quería un Data, definitivamente. Miró una vez más a Buck Rogers... él no tenía androide. Y siempre iba con una chica... que rollo. ¡Eran tan pesadas! Como Theresa. Si vivieran una aventura, seguro que las chicas les retrasarían. Definitivamente, nunca iría en un grupo aventurero lleno de chicas. En los comics siempre eran unas inútiles. La única razón para protegerlas era porque los protas estaban enamorados de ellas.

A los pocos minutos, mientras Ander degustaba con placer sus Cheerios y su zumo, oyó otra vez pasos en la escalera. Luego, la voz del capitán Picard fue eclipsada por las quejas de su hermana, que no paraba de decirle a su madre lo injusta que era por hacer que se levantase pronto en vacaciones.

Theresa entró en la cocina con cara de pocos amigos, muy enfurruñada. Eso sí, ya iba perfectamente peinada, vestida e incluso un poco maquillada. ¿Cómo podía acicalarse tan rápido? Mamá normalmente tardaba una eternidad cuando se preparaba para salir a cenar con papá...

Su hermana fue hasta la nevera sin siquiera dirigirle la palabra a Ander, y empezó a prepararse el desayuno mientras seguía murmurando por lo bajo.

Ander miró divertido a su hermana sin decir nada. Le encantaba cuando estaba fuera de sus casillas, aunque lo más probable fuera que se llevara algún puñetazo en la cabeza. Inconscientemente agarró un poco más su casco contra él. Mientras, en la otra mano, tenía una cucharada sopera con la que se iba metiendo enormes cucharones de cereales en la boca.

Siguió de reojo y con una sonrisa los movimientos de su hermana. Sin decir nada aún. No quería que estallase contra él, al menos no sin mamá delante, claro.

Theresa terminó de echar leche en un tazón y a continuación buscó sus Cheerios para servirse. Cuando hubo acabado, se acercó a la mesa con gesto de fastidio y se sentó sin ceremonias. Luego reparó en el programa de televisión.

- ¿Qué es lo que estás viendo, renacuajo? -preguntó con mala cara, sin siquiera mirar a Ander-. ¿Ya estás con los marcianitos...? Menudo rollo...

La niña cogió el mando de la televisión para poner otra cosa, con la misma expresión agria.

- No tengo ganas de ver explosiones...

¡BANG!

En cuanto Theresa apuntó a la tele con el mando, hubo efectivamente una explosión. Pero no fue una explosión procedente del altavoz del televisor, causada por algún torpedo klingon impactando en una nave de la Federación...

Theresa gritó con todas sus fuerzas mientras casi se caía de culo de la silla, y Ander se sobresaltó. Había sido una detonación fuerte y que había roto un cristal de la ventana del salón. Al mirar en aquella dirección, pudo ver que el alfeizar de la ventana estaba ennegrecido y uno de los vidrios cuadrados de la ventana estaba rajado. ¿Qué demonios había pasado?

Esa era Theresa. Vociferando con su voz de pito desde primera hora de la mañana. - Tú si que eres un rollo... - musitó Ander por lo bajini.

Pero entonces sucedió la explosión. Ander era pequeño, pero no era ningún cobarde. Agarró el casco y se lo puso. Miró a Theresa.

- No te muevas de ahi - dijo sin ayudarle a levantarse. Y se encaminó en la dirección en la que venía la explosión. Llevaba la pistola en alto, por si necesitaba usarla contra algún enemigo imaginario. Y al doblar la esquina, se escondió detrás de todo lo que vió. Buscaba a mamá con la mirada. En el fondo lo que más quería en el mundo era ver a su madre. Pero ¡no!... Buck Rogers era valiente, John Carter era valiente. ¿Qué harían ellos? Buscarían a la dama en apuros para poder salvarla. Se armó de valor y avanzó hacia el salón, buscando a su madre con la mirada.

La madre de Ander y Theresa no apareció por ningún lado, pero enseguida pudo oírse una algarabía en el jardín, y un grupo de niños se acercó corriendo mientras reían.

- ¡Guau! ¿Has visto qué explosión? ¡Ese era de los buenos!

No cabía duda. Aquellos niños habían encendido un petardo al lado de la ventana. Mamá no iba a estar contenta cuando viese el cristal roto y el alféizar chamuscado...

Los niños llegaron hasta la ventana, y al ver que estaba rota dejaron de reírse al momento. Ander distinguió algunas caras conocidas, pero no sabía el nombre de ninguno de ellos.

- ¡Idiotas! ¡¿Qué estáis haciendo?! -exclamó Theresa, entrando en el salón.

Se llevó una mano a la boca al ver el cristal roto y abrió mucho los ojos con terror. Empezó a agitar una mano, nerviosa, y a fruncir mucho el ceño con enfado.

- ¡Os vais a enterar ahora! ¡MAMAAAAAÁ! -chilló la niña-. ¡¿Tú has tenido algo que ver con esto, enano?!

Aquella última frase iba sin duda dirigida a Ander. Si Theresa le echaba la culpa de lo que había pasado, no lo iba a pasar nada bien...

El chico miró los cristales rotos en el suelo, después a los niños. ¿Quienes eran? No conseguía reconocerlos. Cuando su hermana se puso a gritar, los nervios se apoderaron de Ander. No soportaba la voz histerica de Theresa.  Y la acusación le hizo ponerse aún más nervioso.

- ¡Claro que no! - dijo Ander desde la esquina - ¡Estaba desayunando contigo! ¿Cómo podría tener nada que ver?

Miró a los niños de nuevo. Al menos habían dejado de reir. Su madre se encargaría, claro que sí. Permaneció medio escondido, no se fiaba de su hermana, pero tampoco quería que alguno de aquellos niños le reconociera a él y le acusara de algún modo.

- ¡Seguro que sabe de rechupete! ¿Qué parte preferís?

Un coro de risas acompañó estas palabras. Pero Ander no podía oírlas, o al menos no podía prestarles atención. Lo único que ocupaba su mente era la horrible sensación que le causaba el fuego debajo de sus pies. Ni siquiera se daba cuenta de que estaba gritando. El crepitar de las llamas abrasando su carne era demasiado espantoso.

- ¡Yo quiero el muslo! ¡Seguro que es lo más tierno!

El dolor era tal que el pequeño pensó que se desmayaría en cualquier momento. Lo único que deseaba era que terminara. Si iban a comerle, que lo hicieran de una vez. Sólo una palabra venía a su mente una y otra vez: "mamá". Pero su madre no iba a salvarle. Las únicas que le rodeaban eran esas despiadadas Hadas blancas. Y aquellos ojos... aquellos espantosos ojos rojos, tan rojos como el fuego que le consumía lenta y dolorosamente.

- ¡Vamos, venid todas! ¡Ya está en su punto!

Las risas de las Hadas llenaron su mente y el pequeño Ander no aguantó más.

Ander abrió los ojos bruscamente, y lo primero que vio fue el techo de su habitación. Las gotas de lluvia golpeaban el cristal y un relámpago iluminó el cuarto con su luz blanca.

Sólo había sido una pesadilla, pero Ander se sentía terriblemente asustado. Jamás había tenido un sueño tan horrible y vívido, ni siquiera cuando había visto una película de monstruos. Todavía podía sentir el calor del fuego que le calcinaba los pies. Podía notar el sudor en su frente, y las sábanas empapadas. Incluso le parecía oler su propia carne chamuscada...

Aquella sensación no se iba. Porque además Ander sabía que esos monstruos que había visto eran reales. Una de esas Hadas les había hablado en el bosque la mañana anterior. ¿Y si volvían? ¿Y si su sueño se hacía realidad y su mamá no estaba allí para ayudarle...?

Agarrando su casco y colocandoselo, metiendo la pistola en el bolsillo del pantalón, agarró su manta de "La princesa de marte", se bajó de un salto de la cama y se dirigió a la habitación de su madre, arrastrándola. Cada paso que daba le costaba, pero el miedo de la oscuridad le ayudaba a seguir, encendiendo además todas las luces a su paso.

Al entrar en la habitación de su madre puso voz triste y se rascó el ojo.

- Mamá... - dijo casi llorando - He tenido una pesadilla horrible, ¿puedo dormir contigo?

El pequeño Ander sorbió un par de veces, para contener los mocos. Tenía los ojos vidriosos y se esforzaba por no echarse a llorar, mientras esperaba la respuesta consoladora de su madre. Enseguida, mami se daría la vuelta en la cama, lo cogería en brazos y con un mohín de lástima, le metería en su cama, le arroparía bien y le cantaría una canción para que se durmiera tranquilo. No volvería a tener pesadillas.

Pero mami no se dio la vuelta. Ander comprobó con un escalofrío de terror que ella no estaba en la cama. De hecho, la cama estaba perfectamente hecha, como si mamá no se hubiera acostado. Pero era tardísimo, y ella nunca se acostaba tarde... Algo no encajaba, y eso no le gustaba nada a Ander.

Afuera, las gotas de lluvia seguían golpeando las ventanas, suavemente.