Partida Rol por web

-¡Esos bastardos mataron a mi padre! -gritó Jules-. No iba a dejar que se hicieran con el poder, ¡de ningún modo! Conseguí manipularlos de manera que terminasen lo que empecé, por miedo a que matasen a Elisabeth. Lucian era tan engreído que creyó que me arrancaba el nombre de Tristán tras horas de tortura... ¡y sólo tuve que esperar hasta que fuese evidente que no mentía!

El hombre alado miró la punta de su arma.

-Suficiente. Luchemos.

-¡Aleph! -Fiona buscó la mano del gigante y cerró los ojos. Elías avanzó a su lado mientras entonaba cánticos. Con el mismo cuchillo con el que se había cortado la mano hizo cortes en las muñecas de Aleph. La sangre brotó a borbotones hasta el círculo de invocación, que comenzó a titilar con luz blanca-. No olvidaré mi promesa.

Celeste liberó el poder que llevaba guardando desde que había visto la sangre de Elías caer al suelo. Apuntó con su mano al círculo de sangre, y desembocó el poder de su interior. 

-Ya limpié una iglesia una vez, puedo volver a hacerlo.

Tras esas palabras, su cuerpo se iluminó, y vetas blancas surgieron de él hasta la sangre derramada. Pretendía hacerla desaparecer, interrumpir la convocación, corromper el ritual.

El suelo se limpió y el círculo dejó de brillar. Elías soltó un improperio, pero luego dijo algo en voz baja.

-Tardará más, pero podré hacerlo igual -dijo Elías-. Damien, Vincent. Haced que ganemos algo de tiempo.

Aleph se posicionó cerca de Fiona, cortando su conexión visual con Celeste. La batalla había empezado

No quedaba tiempo

-¡Regresad al Flujo de Almas!

Jules extendió las alas y se lanzó al ataque contra Damien. La carga aérea imprimía aún más fuerza a su ataque, que como un proyectil se acercaba al joven noble con gran velocidad, buscando atravesarlo.

-Podrías haber sido grande, Damien. ¿Por qué no hiciste como Celeste y te uniste a mí?

Damién se esforzó lo justo para hacer una parada perfecta, de manual, desviando el estoque de aquel Jules transformado en ser alado. El joven se negó a considerarlo luminoso, la luz provenía de tus obras, no de tu aspecto.

No hice como Celeste y me uní a tí porque no soy una zorra traicionera.

-Igual tenemos diferentes ideas de la grandeza. Jules. Para mí no significa traicionar a todos lo que quieres. A todos los que te aman. Sino defenderlos, como estoy haciendo. Puede que tuvieras razón en tus reclamaciones contra la Iglesia. No lo sé, pero la has perdido con toda esta masacre, sólo demuestras que lo que os hicieron... os lo hicieron por que os lo merecíais, así estás deshonrando a todos tus antepasados.

-¿Sabes? Aún puedes parar, aún puedes detenerte, por lo que sé Elizabeth y Tristán se encuentran en la ciudad. Todo ésto les matará ¿Es lo que quieres?. Podrías recapacitar, demostrar que eres un ser luminoso, que lo que Junette vió en tí no era mentira. Hasta ahora has exterminado a cultistas y a unos cuantos clérigos, deja que esa sea la venganza si la Iglesia es culpable, no asesines una ciudad entera.

Jules y Damien, trabados espada contra espada, esforzándose por ganar al otro pero aun así igualados, parecían tan enzarzados en un duelo a espada como otro dialéctico.

-No sabes nada de nada, Damien. Tus palabras son como las de un niño ciego y sordo, no tienen sentido porque nadie te ha enseñado cómo es el mundo. No sabes ninguna verdad. ¿Crees que dejaría a Elisabeth a su suerte allá afuera, a la luz de mis ojos? -Puso la mano sobre la espada de Damien para intentar doblegarla y no se hizo ningún daño-. El Guardián la protege contra los efectos de Jorosh. En lugar de su vida dará la esencia del agua como intercambio, ¡igual que Tristán!

Clavó sus ojos en el joven noble.

-Protejo a los que amo. ¿Por qué crees que habéis podido entrar aquí?

Celeste empezó a elevarse sobre el suelo, sin acercarse a sus antiguos aliados. Agitaba sus alas muy léntamente sintiendo cada movimiento de sus nuevos músculos. Era una sensación fantástica, pero no podía sonreír. El destino de su amor se había sentenciado, había elegido la muerte al igual que los otros necios.

Por otro lado, la muerte tampoco era una mala compañera. Su abrazo era frío, pero tenía una naturaleza protectora. No había que sentirse mal bajo él. Celeste lo sabía muy bien.

-¿Por qué teméis a la muerte? ¡¡¡ABRAZADLA!!!

El ángel cambió de color y oscureció su cuerpo. Fumarolas de un humo inexistente salpicaban su piel, como si la peliazul se estuviera evaporando. Sentía como su cuerpo volvía a entrar en ese lugar, un lugar más allá de la vida, pero antes de la muerte, una estancia prohibida, restringida sólo a pocos afortunados.

-Dejadme que os enseñe.

Un flash de luz iluminó la catedral, para concentrarse en las manos de Celeste. Una luz sólida, con forma definida se posaba en sus blancas manos, colocadas con las palmas mirando al cielo. Y esa forma no era otra que dos pequeños ángeles brillantes, portadores de sendas espadas serradas. No tuvieron que recibir órden, el alma de la hechicera enviaba todas las indicaciones. En una fracción de segundo, como si de dos flechas luminosas se trataran, como si hadas angelicales fueran se lanzaron hasta Elías, tartando de perforarle el corazón, tratando de dejarle en el suelo. Tratando de eliminarle.

Enviándole con la muerte.

Una figura se movió, interponiéndose en la trayectoria del rayo, con los brazos extendidos en cruz y los músculos tensos, listos para recibir el impacto

Aleph se lanzaba a los brazos de la muerte

-Aleph, apártate imbécil.

La luz pasó frente a él, y no pudo evitar cerrar los ojos, cegado ante tal majestuosidad. ¿Habría sido lo suficientemente rápido?

Elías vio llegar el disparo y trató de apartarse, pero el rayo de luz y ángeles le impactó en el brazo, salvado el pecho por la pantalla que suponía Aleph. La carne se quemó al contacto y Elías soltó un alarido. Luz o no, aquello debía de ser muy doloroso.

-Hija de puta... ¡Vincent! ¡Acaba con ella!

-Sí, amo.

Vincent se concentró en Celeste mirándola a los ojos fijamente, pero fuera lo que fuese que intentaba hacer, no daba resultado.

El dolor llegó como una punzada, pero incluso entre el ardiente beso de la luz sentía la huella de Celeste. Quizás por eso, las heridas no importaron, y el impacto fue casi agradecido, como una descarga de adrenalina para despertarlo por dentro

¡No! ¡A ella no!

Se giró, para mirar a Elías, y su rostro no dejaba lugar a réplica. Si querían contar con él, no dañarían a Celeste, incluso ante esa situación de crisis

¡Detente, Vicent! ¡No la hagas daño!

Pero cuando sus palabras llegaron ya era demasiado tarde

Quizás haya fracasado en mi empeño por salvarte de ti misma, pequeña. Pero enfrentaré a las consecuencias de mis actos, sean cuales sean

La miró, y en sus ojos se alcanzó a ver un breve atisbo de tristeza, que fue rápidamente engullido por la misma determinación de antes

No me defenderé, pero tampoco dejaré que les hagas daño. Acaba con esto, o acaba conmigo: La decisión es tuya