Partida Rol por web

Obsesión

3. El concierto

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16/05/2011, 23:51
Director

12 de abril de 989

El Teatro Real se encontraba a rebosar. Todo era lujo y esplendor. La noche así lo sugería. Mientras que el teatro era propio de las clases populares (al menos el de comedia y tragedia, medios escasos y vulgaridad), la ópera era sólo para los ricos. Allí se reunía la flor y nata de Arlan. Los hombres iban todos de traje, sobriamente peinados y de punta en blanco. Las mujeres lucían vestidos que hacían las delicias de cualquier aficionado a la moda. Un camarero repartía champán en el hall de la entrada, en tanto la función se preparaba para dar comienzo.

Jules, impecable, charlaba con uno de sus socios mientras Elisabeth hacía lo propio con Junette. Su guardaespaldas esperaba en la calle, dado que en el Teatro no se podían meter armas. Pero Jules no se separaba de ella, así que estaba relativamente segura.

Dieron el primer aviso para pasar adentro. La mayoría dejó las copas en manos de los camareros e inició el camino hacia el patio de butacas. Jules llamó a Elisabeth para que acudieran al palco, pero la joven pareció recordar algo y le dijo una cosa al oído. Jules negó con la cabeza y cogiéndola de la mano tiró de ella.

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17/05/2011, 00:13
Elisabeth Mastrall

-¡Espera! -Elisabeth se encaminó hacia Damien y le dio un broche de oro-. Damien... ¿podrías ir al camerino de María y darle esto? Es para que le dé suerte. Pensaba ir antes, pero se me ha pasado...

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17/05/2011, 00:17
Damien Goldman

Aquel era un gran día. Damien se sentía como en casa en aquel ambiente. Todo apuntaba a que iba a ser una preciosa velada. Ya llevaba un par de copas de champán entre pecho y espalda y fue entonces cuando Elisabeth le pidió aquello. Se agachó para escuchar mejor sus palabras entre el bullicio y asintió, con una sonrisa.

- Claro, cielo, yo me encargo. - dijo, recogiendo el broche y echándole un vistazo. Hizo un gesto militar mientras se levantaba. - Ahora vuelvo, queridos míos. -

Se dirigió a la zona de camerinos, buscando a Wilkinson. Sería el único que le dejaría pasar. O eso creía.

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17/05/2011, 00:26
Scott Wilkinson

Bajando unas escaleras se encontró un largo pasillo marcado como la zona de los camerinos. De acá para allá venían actores disfrazados y a medio maquillar, tramoyistas, bailarines y gente que arrastraba trozos de decorado.

Wilkinson se hallaba en mitad del pasillo, dando órdenes. Al ver a Damien se dirigió a él con algo de petulancia.

-¿A qué se debe su presencia aquí, señor... Goldman? La obra está a punto de empezar.

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17/05/2011, 00:28
Damien Goldman

Miró asombrado la increíble cantidad de movimiento que había por allí, nunca había visto una obra de ópera desde aquel lado del escenario. Una vez llegó a Wilkinson le puso una amable sonrisa (todo lo contrario que él).

- Hola, señor Wilkinson, disculpe que le moleste cuando está tan hasta arriba de trabajo, pero... - el noble levantó la mano para enseñarle el broche de oro. - Me lo ha dado Elisabeth, para que se lo dé a Maria Aribeth, personalmente. Dice que le dará suerte. Se lo hubiera traído ella, pero Jules no quería hacerla ir sola. -

- ¿Le importaría que pasara a dárselo? Será sólo un instante. - preguntó con su mejor tono de voz.

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17/05/2011, 00:45
Scott Wilkinson

-De acuerdo. Pero María no está para perder el tiempo con tonterías.

Scott se apartó y le dejó libre acceso. La puerta del camerino de María era la última, y la que contaba con más intimidad. Las luces eran más bajas y apenas había gente yendo y viniendo. Hasta el final del primer acto la diva no haría aparición, de modo que contaba con unos minutos más de calma para calentar la garganta.

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17/05/2011, 00:47
Director

Damien encontró la puerta entreabierta. Del otro lado provenían voces, dos para ser exactos. Antes de acercarse logró escuchar un pedazo de la conversación:

-... que no es para tanto?

-¿Que no es para tanto? ¡María! Por favor, te lo ruego... Deja de hacerme sufrir.

La primera voz era de la cantante, sin duda. La segunda, Damien no lo sabía. Pero tenía un matiz femenino, grave y con un ligero acento. Quizá del este.

-Ah, querida... No me mires con esos ojos. Es un juego, es sólo un juego. A quien quiero... es a ti.

Hubo un silencio. Por el resquicio de la puerta Damien pudo ver el espejo, y reflejado en él la escena que se desarrollaba al otro lado. María se puso de puntillas para besar a una mujer alta y morena, con un pañuelo rojo en el pelo. El beso se volvió más apasionado cuando Serena la estrechó contra ella. María la detuvo.

-Cariño, vas a quitarme el maquillaje.

-Lo siento.

Sobre la repisa bajo el espejo había un montón de flores de todas las clases, con tarjetas. La mayoría estaban destrozadas, como si alguien las hubiese aplastado y retorcido.

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17/05/2011, 01:02
Damien Goldman

Damien frunció el ceño mientras escuchaba las primeras palabras, sin cruzar el umbral. Entonces fue cuando María habló por segunda vez y Damien pudo observar lo que allí pasaba. Sus ojos se abrieron de par en par y sus cejas pasaron de estar contraídas a expandirse al máximo. Su rostro, de la sorpresa a la más plena incredulidad. ¿Qué... qué demonios estaba viendo? ¡Era increíble!

Si picaba, sería demasiado obvio que la puerta estaba abiera, así que cogió el pomo con mucho cuidado para que la puerta no se abriera de golpe y picó en la puerta con suavidad. Carraspeó.

- Umh... hola... soy Damien, ¿puedo pasar? Traigo un regalo de parte de Elisabeth. Me ha pedido que te lo diera... - dijo aún sin entrar ni ver de frente a las dos mujeres. No sabía muy bien cómo meterse ahí

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17/05/2011, 01:23
María Aribeth

Tan pronto Damien hizo aparición en escena, las dos mujeres se separaron algo incómodas. María recuperó rápidamente su apariencia habitual, frívola y juguetona, y sonrió.

-Oh, Eli, qué considerada -dijo en referencia al broche-. Me lo había ofrecido, es cierto... -Se miró en el espejo, dándose la vuelta lo justo para que Damien le viese la espalda. Tenía una pequeña mancha de sangre a la altura de la cintura, sobre el vestido azul claro-. El caso -dijo volviéndose de nuevo- es que no me pega con lo que llevo puesto. Tendré que dejarlo aquí... Pero que Eli no se entere, ¿eh?

Serena miraba al suelo, concentrada en las grietas de la madera.

-No he tenido oportunidad de agradecerte el ramo de flores. ¡Ha sido todo un detalle! -María se inclinó y le dio un beso en la mejilla-. Gracias, querido.

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17/05/2011, 01:34
Damien Goldman

Mientras María se ponía el broche además de observar aquella marca de sangre miró de reojo a Serena, que parecía querer desaparecer de allí (o hacerle desaparecer a él). María volvió a mirarle y tuvo que volver a prestarle atención. Pero no tenía en aquel momento la cabeza como para pensar en la pelirroja.

- Sí, bueno, intentaré que no se de cuenta... Oye, ¿estás bien? Eso en tu espalda parece... sangre. ¿No habrán intentado asaltarte o algo, no? - preguntó Damien. Sí, sabía que posiblemente se estaba metiendo en terreno pantanoso. Pero tenía que preguntar esas cosas. Quizás también por enterarse un poco de qué demonios ocurría allí.

Y si se llevaba un bofetón por impertinente, al menos tendría algo de razón. Cuando María le dió el beso tuvo que resistir poner una mueca. Gracias por avisarme de que me estaba metiendo en un embrollo que no me incumbía, preciosa.

Aunque no estaba muy enterado, sí que pudo imaginarse por dónde iban los tiros.

- Tiradas (1)
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17/05/2011, 01:55
María Aribeth

-¿Sangre? -preguntó María, extrañada. Se giró y miró en el espejo hasta encontrarse la mancha-. ¡Ahh! ¡Se me ha manchado el vestido! Serena, moja un paño y ayúdame a limpiarlo.

Serena asintió en silencio e hizo lo que María le ordenaba. Al humedecer un paño con una de las botellas de agua del camerino, Damien observó que la sangre provenía de sus manos. Serena también se dio cuenta y se las aclaró antes de restregar el vestido de María.

-Así mejor... Ay, se ve... Pero sólo de cerca. Esto tendrá que valer.

Sonó el segundo aviso.

-Damien, querido, ya es hora de que te vayas.

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17/05/2011, 01:35
Aleph

 A pesar de que el estilista que Jules había contratado para hacerle un traje decente a Aleph se había esforzado lo que había podido, y el resultado era como poco sorprendente, que una persona de esa estatura se plantara en medio de una reunión social como esa siempre atraía miradas curiosas. Aleph, acostumbrado, ignoraba aquella atención no de forma voluntaria y consciente, si no debido al mero hecho de que, tras tanto tiempo, había dejado de fijarse en esas cosas. A decir verdad, estaba totalmente cambiado: Se había peinado para la ocasión (nada demasiado estrafalario, una simple coleta que le caía por la espalda limpiamente y sin enmarañar), y el traje que le habían confeccionado era lo suficientemente elegante como para hacerle encajar en cierta medida dentro del marco general que se presentaba a su alrededor

Pero un pez fuera del agua sigue siendo un pez fuera del agua por muchos colores o intricados detalles que tenga su envoltorio escamoso, y que ese hombretón no pertenecía al mundo por el que estaba moviéndose era tan obvio que era difícil no darse cuenta. Puede que su aspecto dijera una cosa, pero sus movimientos, su mirada, e incluso su expresión eran como un libro abierto: Aleph no era un noble, ni nada que se le pareciera. Ni siquiera uno de esos "nuevos burgueses" a los que tanto solían referenciar algunos de los círculos más influyentes, normalmente con desprecio o burla. No, simplemente, se veía a la legua que estaba allí como invitado

Aún así, no estaba nervioso. Se mantenía junto a Celeste, pero sonreía, e incluso se permitía hablar de algún tema con los demás. Como si no tuviera miedo de hacer algo inadecuado, o de llamar la atención más de la cuenta (Y más de lo que la llamaba debido a sus características físicas). Caminaba seguro, aunque atento, vigilando: Era consciente de que ese lugar estaba bien protegido, pero desde hacía unos días se preocupaba por mantener una actitud despierta y de mantenerse alerta siempre que pudiera, para evitar que algo similar a lo de un par de noches atrás se repitiese

Caminó junto con Jules y los demás al palco, observando con curiosidad cada detalle de aquel impresionante edificio, y apenas tuvo tiempo de dirigir una mirada de despedida a Damien, atento como estaba de captarlo todo en su memoria. Aleph siempre gustaba de visitar y conocer lugares, personas y costumbres nuevas, y aquella no iba a ser una excepción. Fiel a su visión positiva de la vida, solía quedarse con lo mejor de cada situación, y aquel lugar, desde luego, tenía un montón de virtudes que resaltar, empezando por la magnificencia que irradiaba y el esfuerzo que debían de haber realizado sus constructores para erigirlo. Una verdadera oda al progreso y a la raza humana, un pequeño tributo a la misma vida, clara seña de lo que podía llegar a alcanzar si se la dejaba fluir con naturalidad

Quizás algo artificial para Aleph, pero impresionante, al fin y al cabo

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17/05/2011, 02:02
Damien Goldman

El noble torció el gesto a la par que fruncía el ceño. Aquello no podía ser más raro. ¿Qué podía haber pasado allí entre ellas dos? No quería ni imaginarlo.

Cuando María le avisó el joven Goldman se dió la vuelta para salir sin decir nada. Una vez estuvo en el umbral de puerta, de espaldas, se paró.

- No deberíais avergonzaros de eso. Ah, y María... suerte. - dijo, antes de salir hacia la entrada para pasar luego a su butaca, donde estaban los demás.

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17/05/2011, 02:12
Damien Goldman

Damien, tras el segundo aviso para que la gente fuera entrando, apareció en la zona de butacas para sentarse con ellos, sonriendo. Aunque no iba a sentarse al lado de Eli (Jules ya se había ocupado de que Eli no estuviera al lado de ningún desconocido) se acercó a ella un momento para inclinarse y decirle.

- Ya le he dado el broche, Eli, y te da las gracias por ello. - le guiñó el ojo a la pequeña y se apartó, para sentarse en la butaca que le correspondía.

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17/05/2011, 02:20
Aleph

 Aleph por poco ocupaba dos butacas. Se sentó donde le dijeron, y luego esperó a que la ópera comenzara

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17/05/2011, 02:18
Damien Goldman

Tenía que reconocer que estaba preocupado. No le acababan de encajar todas las piezas sobre aquel tema. Aun así, Eli estaba allí con ellos, a salvo, y todo lo demás era secundario.

Ahora no podía hacer mucho más que disfrutar de la ópera.

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18/05/2011, 23:25
Director

Cuando todos estuvieron en sus sitios y un murmullo expectante se extendía por el patio de butacas, las primeras notas comenzaron a sonar.

Tras la obertura, el decorado se iluminó con ayuda de focos de lampyrdae y los actores comenzaron a salir a escena y a cantar. La historia era bastante típica incluso para los que nunca habían visto una ópera: un reino en guerra, una movilización militar, un joven poeta llamado Richard forzado a marchar al frente, dejando en su tierra a su amada. Aún no había aparecido en escena, pero la presencia de María se intuía en todo momento.

Después de varias escenas en las que se presentaba la trama militar y el desarrollo de la guerra, pasaron a describir el entorno de María. Su homónimo personaje era una joven doncella de buena cuna, poco adecuada para el pobre poeta, pero aún así profesándole un amor puro. Al fin, María hizo su aparición.

En el segundo acto, el amado de María, Richard, caía bajo las flechas enemigas. Se perdía de vista en el campo de batalla y se le daba por muerto. María recibía la noticia y decidía meterse en un convento. Entonces entonaba un aria religiosa llena de tristeza y resignación.

La ovación del público fue espectacular. María miró hacia el palco por un instante e hizo una inclinación de cabeza, saliéndose de personaje pero recibiendo los vítores de sus amigos. Después la obra prosiguió.

Tras un sinfín de aventuras, los dos amantes lograban reunirse al fin.

Pero su felicidad era efímera, pues María contraía unas fiebres virulentas que acababan con su vida. Richard cantaba un aria desgarradora con el fantasma de su querida María y no tardaba en darse muerte para seguirla.

El público aplaudió a rabiar y lanzaron rosas y ramos de flores a María y al actor que interpretaba a Richard. La cantante, tomando uno de los ramos en sus brazos y estrechándolos satisfecha, no dejó de repartir besos y de dar las gracias a todos los presentes.

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19/05/2011, 00:17
Jules Lázarus

-Una ópera mediocre, una interpretación soberbia -resumió Jules mientras aplaudía.

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19/05/2011, 01:04
Aleph

 Primero, la música. Una sinfonía entremezclada de negras, blancas y sinuosas corcheas que bailaban al compás traspasando el aire hasta los tímpanos de los oyentes. La cuerda, imperiosa, se imponía sobre cualquier deje de percusión o viento, dando a esta familia la importancia que se merecía en la ópera. El tempo se mantenía constante, pero la sensación que trasmitía la melodía era la de un insistente y mal disimulado crescendo, camuflado bajo brillantes tintes de opulencia y pomposa adoración. Aleph cerró los ojos durante unos instantes. Se permitió aquel breve placer, aunque rápidamente volvió a restaurar su campo visual para no perder de vista el escenario general. Todo aquello era muy bonito, sí, pero no debía olvidarse de que había alguien allí fuera... Alguien que quería dañar a Celeste, probablemente

La ópera comenzó. Y aunque Aleph intentaba mantenerse despierto, no podía evitar irse introduciendo lentamente dentro de la historia, como si fuera él el que se encontrara entre los enemigos, derramando rosas escarlatas de sus pechos desnudos mientras trazaba arcos con su espada. El grandullón nunca había ido a la ópera, por motivos obvios, y todo aquello le resultaba nuevo y fascinante... A pesar de lo facilón del argumento, detalle que Aleph, por supuesto, no llegaba a advertir. Contuvo el aliento, sintió como su corazón se encogía, sonrió... Según que momento, la montaña rusa de sus sentimientos viajaba por un raíl desbocado y abrupto. Cada escena implicaba una nueva emoción, y las sentía dentro, muy dentro de él, conjugando obra y espectador en un único ser que respira, se comunica, late...

Entonces María empezó a cantar. Un canto melancólico, triste, apagado y amargo como las lágrimas de sal, o las gotas de lluvia. Un canto mojado, lacrimoso. Mientras aquella gloriosa voz acariciaba los angulosos palcos de aquel ostentoso palacio dedicado al arte, Aleph evocó nombres, nombres asociados a rostros, rostros asociados a recuerdos. Recuerdos que herían. Recuerdos que dibujaban sonrisas, o lágrimas, o las dos a la vez. La bondad y las enseñanzas de Brannagh, que le sonreía desde el otro lado del claro. El entrenamiento y la filosofía de Yán zhǔ, que observaba como hacía flexiones bajo la lluvia, inmutable. La inocencia y vitalidad de Lea, que sujetaba su conejito de peluche entre los brazos, el mismo peluche que ahora reposaba bien oculto entre las pertenencias de Aleph, en la mansión Lazarus. La pasional y comprensiva Dalia, susurrándole secretos nocturnos mientras las frías estepas del norte intentaban colarse entre las sábanas que cubrían sus cuerpos desnudos

Y esa niña asustada y frágil, esa chica herida y desconfiada, la misma que había entrado en el corazón de Aleph desde aquella primera vez que se vieron, la misma que ahora se sentaba junto a su lado. Celeste, el alma pura fragmentada, el crisol de luz que acababa donde terminaban sus sueños. De alguna manera, no pudo evitar asociar a María con su amiga. No a la María que había conocido antes, si no a aquella que ahora se alzaba en el escenario, la misma María que había abandonado sus sueños al ver truncado su amor por una absurda batalla. De algún modo, Celeste también había abandonado la esperanza cuando todo se fue a pique

Pero entonces algo nuevo ocurría. María y su amante volvían a encontrarse, y Aleph volvía a creer en los cuentos de hadas. María, Celeste, Lea, Dalia... Todas eran felices. Personificadas en aquella figura romántica, avanzaban sin miedo por las trabas de la vida, enfrentándose a peligros insondables sin pestañear. El futuro era brillante, y parecía que al final todo acabaría bien. Aleph casi se había olvidado del resto del mundo, y sus manos se clavaban a los reposabrazos de su asiento con fuerza, haciendo crujir la madera bajo la presión de sus musculosos dedos

Pero la tragedia vuelve, y Aleph siente como su corazón se desgarra por la pena. María sufre, y así lo hace Celeste. María cae muerta, y así lo hace Lea. María se aleja, y así lo hace Dalia. Entonces el amante y amigo de María se acerca a su cuerpo muerto, y Aleph ve como una imagen de sí mismo toma la trágica decisión de quitarse la vida. Aleph y Celeste vuelven a estar juntos, aún después de la vida, más allá de cualquier rastro humano o animal. Dos almas, simplemente. Dos entes, destinados a estar juntos. La música termina. El telón cae

La tragedia ha finalizado

Aleph se da cuenta de que está llorando. Extraña sensación, a decir verdad. Hacía años que no lloraba, claro que nunca había visto algo como aquello. Como un niño, asistía por primera vez a la representación de una vida, una historia tan bella como el mismo tiempo. Y tan triste ¿Ese era el destino que les aguardaba? ¿No había final feliz para Celeste? ¿La seguiría allá donde fuera?

Se sorprendió a sí mismo con la respuesta, que surgió de dentro, como un resorte que hubiera estado esperando el momento adecuado para saltar: Sí. La seguiría hasta el fin del mundo, y allá donde fuera. De alguna manera, Celeste se había convertido en el eje de su universo

La revelación no fue tan chocante por el hecho en sí si no por las consecuencias que ello implicaba. Durante unos segundos, el cúmulo de sensaciones que había causado la ópera en él se unió a este nuevo descubrimiento, y su boca se convirtió en plomo, su lengua en piedra. Jules dijo algo, pero Aleph no lo oyó. Tampoco se incorporó aunque la gente ya comenzaba a levantarse de sus asientos. Permaneció allí, quieto, simplemente quieto

La amaba

Notas de juego

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"Kyrie, ignis divine, eleison

O quam sancta, quam serena,

Quam benigma, quam amoena, O castitatis lilium"
Elfen Lied
Apúntate un win por esa canción. Tanto por la letra como por la música, que pegan perfectamente
Y además, me encanta esa serie XD
Pd: ¿Erik no me responde en la anterior escena?

Edito: No me preguntéis que les pasa a las notas de juego. Yo tampoco me lo explico XD

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19/05/2011, 09:16
Junette Branctorche

Junette había pasado casi todo el tiempo sumida en un silencio hosco del que sólo salía para hablar con Elisabeth. Se sentía asqueada, rabiosa y enfadada. Los Lázarus habían sido buenos con ella, más de lo que su propia familia había sido. Aunque sólo fuese la asistenta de Jules, y aunque supiese mucho más que ninguno de los presentes sobre el lado agresivo, certero y despiadado de su primo, aquel que desplegaba en toda su magnificencia en su papel de negociador y comerciante... o aunque supiese que Elisabeth no siempre era una niña pura e inocente, y que a veces podía tener unas rabietas monumentales y comportarse con una obstinación que la hacía tener ganas de agarrar un sacudidor de alfombras y darle una buena zurra, o que María podía ser a veces tan insensible como un carámbano...

Aún así, había aceptado en su corazón a la familia, con todo lo bueno y lo malo. Y para ella, lo bueno superaba con creces a lo malo. Les quería y apreciaba tal y como eran, aunque sus lazos de sangre fueran tenues. Entre ellos se sentía segura y a salvo.

Y ahora, alguien les atacaba. Mataba a sus criados, secuestraba a la pobre Elisabeth, forzaban a Jules a luchar y a volver herido. Y ella, ¿que podía hacer?. ¿Qué había hecho?. Por más que dijera que ella libraría su batalla con su inteligencia y su tenacidad, ¿qué había hecho?. Encontrar información inútil y no conseguir despejar ni un ápice las preguntas que pendían como una espada sobre sus cabezas.

¿De qué le servía tanto cerebro? ¿Qué bien le había hecho a nadie? Le habría sido más útil usarlo para parar golpes, al menos alguien se habría salvado de uno.

Casi estuvo por exucsarse de ir a la ópera, incluso de volverse a su casa. Estaba deprimida y enfadada consigo misma, y no le apetecía nada el entretenimiento. Pero Jules no lo habría aprobado. No querría dejarla sola tal y como estaban las cosas. Y Elisabeth, que solía acercársele y acurrucarse a su lado para hablar cuando estaba nerviosa y Jules tenía cosas que hacer, la habría echado en falta.

El teatro no le traía buenos recuerdos. El lujo y la frivolidad le recordaban su época bajo la tutela de la anciana Diva. Los mismos salones, el mismo oropel, las mismas conversaciones vacías, la misma indiferencia, la misma falsedad, el mismo perfume y el mismo brillo de terciopelo que ocultaba la vacuidad y la podredumbre de gente que no era más que insturmentos, y que no sabían ver a nadie ni nada más que en términos de cómo de útiles podrían serles. O peor aún, cómo de divertidos podrían resultar antes de que se cansasen de ellos. A las que llegaban allí de niñas las enseñaban a tomarselo todo como un juego, y esa actitud perduraba a lo largo de toda su vida. Todo era un juego de niños. De niños brillantes por fuero y roídos por dentro por la falsa inocencia.

Y eso es para lo que vale tener inteligencia- pensó con amargura. Para darte cuenta de todas las cosas que te hacen daño. Para ser consciente de cómo fracasas y por qué. Para eso es para lo que vale ir a la ópera, para creerte que todo el mundo es ese juego en el que nada es realmente verdad y todo está permitido, porque nadie es de verdad y a nadie le importa realmente lo que nadie siente, piensa o anhela. Sólo el sonido y las formas.

A lo mejor habría debido olvidarme de todos esos libros y todas esas cosas y aceptar que el mundo era como querían enseñarme. A lo mejor madre tenía razón. A lo mejor habría sido mejor ser una Diva.

Y sin embargo...

Sin embargo, pese a su pesar, Junette se quedó absorta con la obra. La música la hizo estremecerse o encogerse con un nudo en el estómago. Las arias hacían que el corazón se le acelerase, y los ecos dolientes de las quejas de María hacían que la sangre se le alborotase y le crepitase por debajo de la piel como una serpiente de hielo. Miró, oyó, aguantó el aliento y echó miradas nerviosas a sus compañeros, sorprendiéndose de ver la intensidad con la que el espectáculo parecía estar afectando a Aleph, soprendiéndose a si misma al ver como el perfil enérgico y centrado de Jules hacía que le batiese la sangre en las sienes y se le secase garganta, sonriendo para sí al ver como Damien observaba con esa mirada de estudiante como si estuviese diseccionandolo. Preguntándose cómo la mente empírica de Celeste se estaría tomando toda esta fantasía.

Y sonriendo al hacerlo. Porque esa gente había luchado para protegerla, porque habían tenido miedo juntos, porque habían luchado por sobrevivir y entender que pasaba. Sentía afecto por ellos. Y se lo podía permitir. Podía permitirse dejarse llevar por las apariencias como una niña, y recordar con cariño los días en que ella misma había imaginado un millón de historias. No como una debilidad a erradicar, sino precisamente como algo que quizás, con el tiempo, la haría más fuerte.

No, no se había equivocado en su camino. Y aunque aún la frustraba su incompetencia, volvía a sentirse libre. La última imagen de la pareja de amantes, libres y juntos al fin, fue como si dentro de ella se hubiese fundido un glaciar congelado dentro de su pecho, y como movida por un resorte, se levantó y aplaudió a rabiar.

Magnífico- dijo, como único comentario.