Partida Rol por web

Damien observó atentamente la obra, mirándola un poco con la cabeza ladeada. Le estaba sonando muy... arquetípica. La música y la interpretación eran geniales, pero la historia le estaba sonando un poco sosa. Quizás fuera por dónde se había criado, que ya había visto óperas así o que la propia historia le parecía muy surrealista. La cosa es que al final de la obra, se quedó con una expresión neutra, aplaudiendo a lo que él había considero mejor, la propia música ambiental y la interpretación de María y el otro. Las palabras de Jules le sirvieron para pensar que no era el único.

Mientras el palco se desalojaba, Jules encabezando la marcha, Scott Wilkinson surgió de entre el gentío y detuvo a Damien.

-Señor Goldman. María quiere verle en su camerino.

A Damien aquello le pilló un poco descolocado, tardando un par de segundos en contestar al hombre mientras miraba a su alrededor. - Sí, claro... Chicos, si vais a tardar un rato en iros podéis esperarme, si no tirad directamente y ya me las arreglo para volver a la mansión, ¿vale? - dijo, dirigiéndose de nuevo a los camerinos.

El pasillo de los camerinos, ahora, tras la obra, era tenía un aura de sudor y buen humor, como después de un orgasmo. Los actores celebraban el éxito y la ovación bebiendo vino en paños menores, y nadie se escandalizó ni avergonzó al ver a Damien entrando allí como un intruso, una vez más.

El camerino de María, al fondo, lucía muy distinto a como lo había observado antes. La puerta estaba abierta de par en par y una copa de cristal salía volando y se estrellaba en la pared de enfrente en ese momento.

-¡HE DICHO QUE NO QUIERO NADA! ¡NO QUIERO QUE OS ACERQUEIS A MI! -gritaba la diva desde el interior. Serena, fuera, le dirigió una mirada gélida. El actor que hacía de Richard salió del camerino malhumorado y dio un portazo al salir.

-Si vas a intentarlo, buena suerte. Está hecha una furia -le dijo al joven arlés.

Damien pasó de largo por la zona de camerinos, poniendo una sonrisa para acompañar aquel buen ambiente. Pero se le quitó la sonrisa cuando aquella copa estalló en mil pedazos contra la pared. Ignoró la mirada inquisitiva de Serena y se encogió de hombros ante el comentario del actor. - Créeme, últimamente me he enfrentado a cosas peores. -

Abrió la puerta con calma y entró a paso cauto, mirando en la dirección desde la que había sido lanzada la copa. Supuso que allí encontraría a María, así que adelantó a hablar antes de verla. - Oye, que desde fuera ha quedado muy bien la obra, ¿por qué te pones así, guapa? - dijo, con su tono despreocupado habitual

-¡HE DICHO QUE...! -gritó María enarbolando un jarrón en dirección a la puerta. Se detuvo de golpe-. Ah, eres tú. Por favor, cierra la puerta.

Cuando Damien lo hizo, la chica le dio la espalda, respirando deprisa. Se llevó las manos a la cara y contuvo un sollozo antes de girarse de nuevo y acercarse a él.

-Tú... Antes, has... has dicho... -María hizo una mueca de desesperación-. Tú... ¿qué es lo que querías decir? ¿A qué te referías?

Damien cerró la puerta y miró a María con el ceño fruncido, sin inmutarse ante la amenaza. Sin embargo, cuando la pelirroja se acercó a él sollozando fue cuando levantó las palmas de las manos. - Eh eh, tranquilízate. - su expresión era de sincera sorpresa. ¿Que había dicho? No recordaba haber dicho nada importante, más bien todo lo contrario, puras banalidades. - ¿Qué dije, María? - se acercó un poco y amagó un gesto de abrazo hacia ella, para comprobar si se apartaba o no.

 Aleph desconectó del hilo de sus pensamientos cuando el asistente de María vino a hablar con Damien. Casi agradeció este breve respiro, e incluso se animó ante la proposición subyacente bajo el mensaje que le era trasmitido al joven chico. Parecía que, con algo de suerte, esa noche Goldman no se iría a dormir solo. Los instintos más naturales de su naturaleza animal rugían con fuerza, lo sabía. La vida abriéndose camino por encima de todas aquellas formalidades, por encima de la etiqueta y de las convenciones. Dos amantes silenciosos en la noche, retomando el contacto con su identidad perdida, lo que les hacía ser humanos y no simples aunque caóticas aglomeraciones de protocolos y normas conjugadas en un cuerpo vacío. Sonrió

Nos vemos más tarde, Damien...

María le contempló insegura.

-Tú... dijiste que no había nada de lo que avergonzarse. ¿Por qué lo dijiste?

¿Eso? El arlés no pudo evitar una pequeña carcajada, poniendo además una expresión de divertida sorpresa. - Llegué en el momento más inoportuno a la puerta y escuché el final de vuestra conversación. No hay que ser un genio para darse cuenta de que vuestra relación va algo más allá de lo profesional... ¿Y qué problema hay en eso? Por lo que oí que decíais, parece que no esa relación no es algo conocido. ¿Por qué debería avergonzaros tener una relación? ¿Por que ambas sois mujeres? ¡Ja! Os falta asistir a un par de esas fiestas privadas de Gabriel, cielo. - dijo Damien con confianza. No estaba mintiendo en absoluto. - Y si no es eso... ¿por qué tanta preocupación? -

La cantante tragó saliva. Se acercó aún más y le tomó las manos, nerviosa.

-Prométeme que no dirás nada Damien... Yo... no sé cómo empezó, fue todo demasiado... -María enrojeció-. Scott no lo sabe, Eli tampoco. ¡Nadie! Nadie debe saberlo. Por favor, guarda el secreto.

- María... No se lo diré a nadie, pero deberíais ser vosotras las que desvelárais el secreto. Sólo sirve para haceros daño y traeros problemas. ¿Amas a Serena? Entonces olvídate de todos los estúpidos 'peros', reconoced lo que sentís y dejad de esconderlo. Si es por el qué dirán... créeme, algún dia descubrirán lo vuestro y no podréis controlar los rumores que inventen, que serán mucho más graves que lo que puede parecer la verdad. - le soltó las manos para frotarle los hombros, esbozando una sonrisa tranquilizadora. - ¿Me prometes que te vas a tranquilizar?

María se tranquilizó, algo más confiada.

-Pero... -Empezó. Tardó en decidirse para continuar-. No puedo, Damien. No puedo si todo el mundo lo sabe. Scott me abandonaría. Todo el mundo me daría de lado. Amo cantar, amo esto. También amo a Serena. No puedo decidir. Todo estaba bien hasta que lo has visto, Damien. ¿Por qué has tenido que hacerlo? -Suspiró, triste-. No sé qué hacer. Tengo que pensarlo. Pero tú... te ruego que permanezcas en silencio.

- Por mi es por la última persona por la que te tienes que preocupar. María, estás en en lo más alto de tu carrera. Si Scott es tan imbécil como para abandonarte decenas de representantes se matarán por trabajar contigo. Vamos, si hasta yo me ofrecería para el puesto, ¡es un éxito de trabajo asegurado! - dijo Damien, con sinceridad. Amplió su sonrisa y le revolvió un poco el cabello. - No seas tonta y piensa en lo que he dicho, ¿de acuerdo? Ahora voy a volver con Eli y el resto o empezarán a malpensar. Más. -

Se dió la vuelta y salió fuera, ya no tenía más que añadir. Pese a la hostilidad de la guardaespaldas, se inclinó hacia ella para susurrarle. - Entra a animarla, por favor. Nada de reproches, simplemente quiérela un poco. - le dió un golpe amistoso en el hombro y se dirigió a la salida.

Cuando Damien le fue a tocar el hombro, Serena le cogió de la muñeca con la fuerza suficiente para hacerle apretar los dientes. Le empujó contra la pared, asegurándose de que nadie los viera.

-Si dices algo te romperé el cuello con mis propias manos -siseó, con una voz que prometía que lo que decía era cierto-. Lo he hecho antes y lo volveré a hacer ahora. ¿Lo has entendido?

El áspero acento de Moth recordaba oscurantismo, maldiciones, monstruos bajo la cama. Los ojos de la zínner se clavaron en él con verdadera dureza.

Tuvo que aunar fuerzas para no soltar un quejido ante aquella presa, poniendo en tensión todo su cuerpo mientras la mujer le inmovilizaba. - ¡Au! Eh, eh, eh, no seas idiota. - nota mental, no llamar idiota a la persona que podría matarte con un gesto de manos. - Yo no gano nada con decírselo a nadie, ¿no lo pillas? María me cae bien, ¡hasta tú me caías bien! Pero ya no, por mal educada. Y ahora suéltame, por favor, te puedo prometer que no diré nada, si quieres, pero dudo que la palabra de alguien como yo le sirva a alguien como tú. ¡Y además, si quisiera que se supiera, ya lo habría contado y no sería tan idiota de venir aquí después de hacerlo! -

Intentó zafarse de ella, para bufar y recolocarse si la mujer le dejaba. - Vaya humos, por Abel. -

Serena lo soltó y no dijo nada. Se limitó a tomar la lanza que tenía apoyada contra la pared y volver a colocarse en la posición de guardia. Lo miró y dio unas palmadas en la hoja de la lanza. Parecía estar invitándole a comprobar lo blandas que eran las personas cuando se las pinchaba con un arma así.

Junette sonrió sin poderlo evitar. María, tan osada como siempre. E igual de poco preocupada por el qué dirán. No le extrañaba que fuese tan buena. Había que tener un cierto tipo de valentía para mostrarse así ante tu público, para transimitirles esa sensación como si la estuvieses sintiendo. Eran sentimientos falsos, por supuestos, pero bajo ellos latía la verdad. En todo arte, desde la música hasta la seducción, el artista dejaba siempre algo de sí, por más que intentase suprimirlo o que intentasen hacer que lo ocultara. Y a Junette la habían intentado forzar a ocultar esos sentimientos de todas las formas posibles, y ninguna de ellas agradable. En cierto sentido, la envidiaba por poder mostrarse así, aunque sabía que ella no tendría valor para hacerlo.

Bueno, el valor tiene su recompensa, pensó mientras Damien iba encadenando una excusa tras otra con una notable poca gracia que evidenciaba su nerviosismo, y Junette se volvía de perfil para no incomodarlo con su sonrisa, que se iba ensanchando poco a poco. Estarían bien. María era... audaz, pero era buena chica. No era frívola ni jugueteaba por placer con la gente, así que Damien probablemente podía esperarse una bonita velada, y no hablando de arte precisamente. O no de uno que se hiciese sobre un escenario. Por un breve instante, Junette tuvo una imagen mental de su propio pasado, ella y Jules hablando de la historia del ajedrez, con un montón de libros espacidos a su alrededor y la luz del sol colándose perezosa por las ventanas...

"Quelle vain rêve", pensó para si misma, repitiendo sin darse cuenta las palabras que tantas veces había oído de labios de su institutriz o de su madre, y se volvió hacia Damien.

Yo de todos modos estaré un rato por aquí. Hace tiempo que no salía a una gala por esta zona, y he oído que los cafés de por aquí tienen algunos helados realmente interesantes. Me gustaría probarlos, si Jules no me necesita- añadió, preguntándole con la mirada a su primo y jefe.

-¿Puedo ir yo también? -preguntó Elisabeth, ilusionada.

-No, Elisabeth. Debemos ir a casa. Prima, eres libre. Sólo asegúrate de volver acompañada, no sea que te encuentre un ratero por la calle, ¿hmm?

Jules le apretó el hombro afectuosamente y luego cogió a Elisabeth del brazo. Erik Li se aproximó. Había estado esperando en los alrededores todo el tiempo, vigilando.

-Celeste, Aleph. Nosotros tomaremos el carruaje hasta la mansión. ¿Nos acompañaréis?