Partida Rol por web

-Gracias mi señor por sus sabios consejos- agradecí las palabras del barón mientras seguía curando a su guerrera, tal vez era valiosa porque era de las pocas que aún seguía en pie.

Rebusqué en mi bolsita de hierbas hasta encontrar la flor de edelweiss. De entre las superficies de piedra que se podían adivinar bajo el manto de nieve, elegí la que me ofreciera la superficie más plana para poder colocar mi mortero.

Primero machaqué los filamentos y toda la parte interior de la flor, y al final los pétalos, conocía perfectamente como haciéndolo de esa manera obtendría unos magníficos resultados. Mezclé la pasta resultante con nieve, formando tres pequeñas bolas.

Me acerqué a la guerrera que estaba medio recostada cerca del fuego y le indiqué cómo debía colocarse una bolita en el interior de su boca, en el lado donde tenía el pulmón afectado, otra bajo la lengua, ambas debía mantenerlas hasta que la nieve se derritiese y la tercera se la tragaría. Los efectos serían casi inmediatos, así que, en la espera aproveché para reponer fuerzas, calentándome y tomándome un poco de taraxacum para el cansancio.

Herida yo también detengo mi espada cuando lo hace la elfa, no por respeto ni honor, si no porque es un enemigo como nunca antes había encontrado. ¿De dónde habían salido y qué significaba aquella pira? Nada de aquello parecía tener sentido pero luchar contra ellos tampoco parecía acercarnos a lo que habíamos ido a buscar allí. Así como una gata malherida me alejo para lamer mis heridas. Me llevo la mano al costado notando mis cortes y siento como la sangre caliente humedece mis dedos al frío contraste del viento que aún nos acompaña.

—Debiste haber luchado conmigo, juntos habríamos terminado con esa maldita elfa —contesto entre dientes para Fardhinn cuando estamos cerca, sin dejar que inspeccione mis heridas —. Espero que la próxima vez tengáis más valor para enfrentaros a nuestros enemigos, porque quizá cuando lo hagamos no estén dispuestos a bajar sus armas.

Y en cuanto termino de hablar me alejo también de él, molesta y enfadada. Me había sentido abandonada al ser la única que tomó partido en el combate, pero sobre todo estaba decepcionada conmigo misma por haber sido sobrepasada en gran manera por esa mujer. Aún tenía mucho que mejorar y no quería morir en una montaña helada.

El majado de flor de Edelweiss surte paulatinamente efecto en la guerrera, que se recupera por completo en pocas horas, viendo cómo sus heridas cicatrizan y cómo su organismos adquiere de nuevo su color y equilibrio naturales. Ambos, el barón y la portaestandarte, te están muy agradecidos. Has cumplido tu palabra y ellos cumplirán la suya, perdonándoos la vida y dejándoos marchar.

- Thäthüätoïrtaïngdhömh neächslànachaïdhcòïr.

- Sarïf agradece tu habilidad como sanadora. Nos serías de utilidad en Anodiras.

- Te deseo éxito en tu búsqueda, Militsa. Que Sêlune guíe tus pasos.

En otras circunstancias me habría invadido la vena curiosa con similares cuestiones acerca del barón y la pira, pero no ahora, cuando la vida de mi hermano está en juego.

Reprimo como puedo las ganas de abofetearla, pero no puedo evitar sacar el veneno que me corroe.

—¡¿Y por qué demonios habríamos de atacarlos?! ¿Qué pretendías con ello, además de ponernos a todos en peligro? —respondo rabioso, antes de parar un segundo, y continúo mi discurso sin dejarle tiempo para contestar—. Esas dos personas no eran hostiles. ¡No eran nuestros enemigos! Ahora habremos perdido medio día de viaje, tú estás hecha una piltrafa y tanto Militsa como yo nos hemos jugado la vida por evitar que terminen con la tuya.

Me alejo un poco más, aún encabronado.

—¿Quieres hacerte rica? Muy bien. Habíamos convenido en ir a esas ruinas y buscar lo que cada uno ansía. Yo sólo necesito una cosa, la vida de alguien cercano depende de ella, y debo conseguirla a toda costa. ¡Así que no habrá otra maldita vez! Si fuésemos atacados, ten por seguro que yo sería el primero en responder. Pero si eres tú la que vuelve a poner en peligro nuestras vidas y el propósito que me trae aquí, juro por los dioses que levantaré el arco y será para dirigir una flecha a tu corazón. Y no confundas valor con temeridad y estupidez —termino diciendo antes de escupir al suelo y darme la vuelta.

Me retiro a un lugar entre la bandida y el otro grupo, jurando en harakmeo entre murmullos. Trato de tranquilizarme. Observo la otra escena, esperando que la curandera se encuentre bien y que no tenga problemas. Por último oteo el horizonte y el cielo, para situarme un poco mejor y tratar de prever si habrá algún cambio de tiempo.

Militsa tarda, pero parece estar bien con los forasteros de Anodiras. Ves cómo la elfa se quita su armadura y cómo la sanadora la trata. El barón habla con ella aunque no oyes mucho. Los cuidados se prolongan algunas horas, la elfa debía estar gravemente herida.

En este tiempo de espera aprovechas para explorar los alrededores y otear el horizonte. El páramo es muy silencioso, el viento trae ruidos muy lejanos que no consigues descifrar. El viento también puede ocultar olores y llevarse los sonidos si sopla en la dirección adecuada. No crees que el tiempo vaya a cambiar, la niebla persistirá y el cielo no se abrirá hoy, ni puede que mañana. Tampoco va a haber tormenta ni va a nevar.

Sin embargo hay algo que encuentras que te preocupa bastante: huellas de lobos de las nieves. Crees contar al menos seis, no es fácil saberlo pues se mueven en fila, uno detrás de otro. Son silenciosos, traicioneros y muy fuertes, con enormes colmillos y denso pelaje. Como todos los lobos cazan en manada, y para tu mayor temor la luna llena está muy próxima. En dos noches será la Luna de Sêlune, la luna llena de invierno.

Los cuidados de Militsa son muy eficaces, aunque no rápidos. La Portaestandarte estaba gravemente herida y las hierbas que la sanadora ha usado sobre ella han tardado en restablecer el equilibrio vital de la diestra elfa. Pocas horas después Zeläj de Anodiras cumple su palabra perdonándoos la vida y permitiéndoos marchar. Dejáis atrás la pira y proseguís vuestro camino hacia el interior de Akerum.

Camináis toda la tarde sobre el páramo helado. Skadi, herida de orgullo y sangre, se muestra distante. Las colinas son cada vez más abruptas, dibujando pequeños cañones y desfiladeros en el paisaje, señal de que os acercáis a las montañas. El frío es cada vez más intenso y la luz filtrada por la niebla va atenuándose poco a poco. La noche se hace inevitable, vuestros estómagos rugen y vuestros pies están cansados.

Debéis encontrar un lugar adecuado para pasar la noche. Resguardado del viento y de una posible tempestad de nieve. Las bajas temperaturas pueden acabar con vosotros en cuestión de minutos, y sin un buen fuego es posible que alguno de vosotros no despierte.

- Gracias mi señor Zeläj, me honra con sus palabras- agradezco con una reverencia la alta estima en la que me ha colocado el Barón. 

"si la cosa se tuerce...tal vez, no sería mala opción ir a Anodiras, allí con toda seguridad sería muy bien recibida" fantaseo mientras observo el estado en el que se encuentra la compañera "que me iba a salvar la vida con su espada"

«Hasta aquí hemos llegado hoy», pienso mientras admiro la crudeza del paisaje.

Echo la vista atrás y compruebo que mis compañeras están tan cansadas como yo. Supongo que no estamos ya lejos de la entrada al desfiladero, pero ha sido un duro viaje y aunque quisiera no puedo forzarnos a avanzar más. Es mejor detenernos ahora y buscar un buen lugar ahora que queda algo de luz. Si nos demoramos mas puede ser fatal.

—Esperad —indico mientras me detengo a escrutar las ahora mas escarpadas colinas a nuestro alrededor —. Allí.

Camino en silencio durante lo que queda de trayecto, herida y cansada, aunque no es algo que no haya soportado antes con la vida que había llevado. Pronto el sol se ocultará y será mejor buscar refugio antes de que ocurra. Así cuando Fardhinn indica una zona me encamino hacia allí deseando abandonar el frío exterior.

Lo primero que hago es dejar mis pocas pertenencias en el suelo y me siento sobre una piedra con un conteniendo un jadeo de dolor. Sin levantar la cabeza comienzo a quitarme la pesada armadura y cojo la bota de vino que llevaba conmigo. Bebo ansiosa durante unos segundos notando como alguna gota cae por mi barbilla, hasta que paro y me limpio la cara con mi propia mano. Después alzo mi camisa dejando a la vista mi vientre con unos músculos bastante marcados y lleno de cicatrices, para verter también parte del vino sobre las heridas mientras aprieto los dientes.

Me quedo respirando con los labios abiertos y miro a mis compañeros, entonces arrojo la bota a los pies del hombre.

—Os ayudará a entrar en calor —digo mientras me pongo de nuevo en pie —. Iré a buscar algo de leña, con suerte podré encontrar algo que no esté lo bastante húmedo para poder hacer un fuego.

Emprendo el camino junto a mis compañeros en silencio, pensando en todo lo que nos acaba de suceder y en lo que podría haber ocurrido si no llegase a haber estado allí. Esta vez salvamos nuestras vidas, pero seguro que nos enfrentaremos a nuevos peligros, quiero confiar en que será cosa del azar y no, de nuevo de la imprudencia.

Cuando Fardhinn nos señala el lugar que le ha parecido más apropiado para pasar la noche, trato de verlo, pero el cansancio no me lo permite -No veo nada, si te parece un buen sitio te sigo-

El lugar que Fardhinn ha divisado es prácticamente invisible para el ojo corriente. Guiado por las sinuosas formas rocosas de un corte en una colina cercana, ha detectado una irregularidad en la piedra, algo que no encaja, que no sigue la forma natural. Al acercarse sus sospechas se confirman. Ahí, parcialmente sepultada por la nieve, está la entrada a una cueva utilizada como refugio por cazadores, hábilmente disimulado y obstruido. Él mismo ha hecho eso cientos de veces, por eso lo ha reconocido; los cazadores hacen esto para evitar que grandes animales y otros depredadores hagan de esos refugios su cubil entre los periodos de caza.

Al empujar una gruesa rama, una parte de la cobertura de nieve se viene abajo y deja libre el paso a una corta galería que sirve de acceso a una amplia cámara. En el interior hay un poco de leña, junto a un hueco horadado en la pared de piedra que sus dueños debían usar como hogar. Parece que hace muchísimo tiempo que nadie viene por aquí. Pronto oscurecerá. El acceso puede taponarse desde el interior. No podéis encontrar un lugar mejor.

El lugar estaba bien escondido. De hecho hasta que no llegamos a la entrada no estuve completamente seguro de ello. Pero una vez más mi vista, la experiencia y muy probablemente la desesperación hicieran que me decidiera a llevarlas ahí.

Me doy la vuelta rápidamente, parcialmente ruborizado, cuando la temeraria mujer deja ver su fibroso abdomen marcado por múltiples cicatrices.

«¿Cómo ha podido llegar aquí tras aquel combate y con esas heridas?», pienso mientras observo como vierte el vino en su cuerpo.

—Quieta ahí —respondo al tiempo que muestro el hueco con la leña—. ¿No ves como estás? Yo haré el fuego. Militsa...—digo por lo bajo con la mirada puesta en la curandera, pidiéndole sin palabras que utilice sus dones.

Espero que ella pueda tratar con esa bruta, y que no tenga problemas en sanarla. Aunque por lo visto parezca más un obstáculo que una ayuda, por el bien de todos será mejor que se encuentre en las mejores condiciones posibles.

Busco entre la leña los maderos que estén más secos. Saco el yesquero de mis pertenencias. Adecuo la zona y tras colocar la piezas comienzo a buscar la magia de las chispas que facilitará la generación de la llama.

—Voy a salir para ver si encuentro algo que comer. Creo que será mejor guardar nuestras raciones por ahora. No me alejaré. Volveré pronto.

Fardhinn sale del refugio en busca de alimentos. Afuera empieza a oscurecer, pero el cazador confía en su instinto y en su capacidad de orientación. Militsa y Skadi se quedan junto al fuego. La bandida está muy herida, y tanto el cazador como la sanadora se preguntan cómo ha podido seguir la marcha en ese estado; debe ser una tipa realmente dura.

Una vez fuera miras a tu alrededor. Akerum es un entorno realmente inhóspito. La crudeza del paisaje, el frío, la niebla, la ausencia de referencias, la nieve infinita... y la certeza de que fieros depredadores son los verdaderos dueños del lugar. Si miras al cielo, a intervalos puedes ver alguna estrella, y la luz de la luna que ya es casi llena.

Sin alejarte demasiado recorres la base de los muros de piedra, de los cortados, de las hondonadas y los pies de los pocos abetos que encuentras, esperando tener suerte y poder llevar algo de comida a tu boca.

Cobijado bajo las ramas de un pesado abeto encuentras unas rojizas bayas de escaramujo. Cuando te acercas y las recoges, notas algo que se mueve cerca de ti, bajo tus pies. ¡Es una rata! El pequeño roedor te pilla por sorpresa, y lejos de asustarse trata de morderte en la bota.