Partida Rol por web

Otros Mundos III: Riders of the Last Beyond

II. La Inmortalidad del Cangrejo.

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20/05/2025, 15:57
Ayla Meyer

Ayla aceptó la ayuda del hombre. También la máscara de oxigeno. Se sentía raro respirar a través de aquello pero tomó un par de bocanadas algo agónicas hasta que sintió que podía respirar bien y le hizo un gesto a Alan para que se centrara en Lucia.

El calorcito del cuerpo de Kai contra el suyo le hizo agradecer seguir viva. - Vaya cerdo. Como nos ha engañado a todos... - murmuró al escuchar que no habían sido las únicas victimas. Había logrado ya incorporarse e intentaba recuperar el equilibrio y el sentido de la orientación en aquel barco abrazado por la tormenta. Mientras la española era atendida se asomó en busca de algún marinero al que poder avisar del fuego puesto que no parecía haber ningún sistema que protegiera al navío de aquel mal. No vió a nadie.

Sintiéndose más recuperada volvió y se acuclilló al lado de la mujer

- ¿Puedes levantarte? Quizás es demasiado peligroso que vengas con nosotros. ¿Te encargas tú de buscar ayuda para apagar el fuego? - esperó su respuesta antes de volver con Alan - Contamos con la ventaja de que él nos cree fuera de juego. Hay que pararlo, así que yo voy a buscarlo. ¿Sabes donde está el resto? - Iba a preguntar especificamente por Marcus pero una oscura idea le hizo cambiar su pregunta a una más genérica. ¿Y si el espia había contado conque las salvarían y poder averiguar donde estaban las cartas?

Mientras ayudaba a incorporarse a Lucia observó su entorno con disimulo

- Tiradas (1)

Motivo: Percepción

Dificultad: 0

Habilidad: 5+1

Tirada: 2 3 5

Total: 3 +5 +1 = 9 Éxito

Notas de juego

He sumado a la percepción lo de vista aguda, pero bueno, tampoco es que me haya salido una mega tirada, xD

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20/05/2025, 17:21
Alan Riddler

Luego de darle algunas respiraciones a Lucia, Riddler volvió a colocarse la máscara, subiendo la visera para que su rostro fuera visible a través del extraño casco con forma de astronauta cósmico. – Se ha comportado usted de forma excelente ante el peligro. La felicito.-

Si había alguna claraboya para abrir, Alan lo haría, de tal forma que con el oleaje de afuera ingresara algo de agua, tal vez serviría para mitigar el incendio.

 No- negó ante las palabras de Ayla.- Perseguirlo no tiene sentido. Si quiere atraparlo, no hay que seguirle el rastro, hay que descifrar donde va a estar. Y hay un solo lugar al que puede interesarle ir. Marcus. Señorita Meyer – dijo mirándola a los ojos.- No voy a abandonar a uno de los nuestros, debo ir a ayudar a la Señorita Ward. Si usted quiere acompañarnos, es bienvenida a hacerlo, de lo contrario, ya puede tener una idea adonde dirigirse. Pero tenga cuidado, el Holandes no haría esta jugada si no tuviera todo planeado al dedillo, y no me extrañaría que el extraño submarino que le permitió huir a Rolf, también este aquí. Cuentan con muchos recursos extraordinarios. – Se dispuso a cargarse a Lucia como un saco de patatas sobre su espalda, a menos que ella respondiera adecuadamente. Tampoco iba a dejar a la española atrás.

Notas de juego

Jefe, pues voy a la sala de los cangrejos, con Lucia a cuestas. Si me acompaña Ayla, pues genial, y si Lucia se recupera, indicalo, pero no voy a dejarla sola tampoco. 

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20/05/2025, 16:39
Nataliya Yegonova
Sólo para el director

Escuchar el sonido de las patas repiqueteando contra el suelo o el de las pinzas chasqueando en busca de carne que arrancar no ayudaba en nada a la concentración de Natalie. Pero ella era una mujer fría, acostumbrada al peligro y no podía dejarse llevar por el pánico. No cuando tanto había en juego.

Poniendo en práctica todo su entrenamiento, se concentró en quitar lo que fuera que impedía que la puerta se abriera y, tras varios intentos, consiguió por fin su objetivo. Estaba libre y, si se apuraba un poco más, a salvo de aquellos seres mutantes que no cejaban en su empeño por acabar con cualquiera vivo en la bodega.

Pero ni siquiera llegó a abrir la puerta que escuchó la llamada de auxilio. Al principio bastante audible aunque, poco a poco, se fue debilitando. En cambio lo que crecía en intensidad era el sonido de aquellas patas y pinzas que ponía los pelos de punta.

Nataliya dudó un segundo. A su espalda la seguridad y delante de ella la vida de alguien. Por un instante, por solo un instante, a punto estuvo de adentrarse en la bodega para salvar a quien fuera que estuviera aún con vida. Pero al ver a aquel monstruo arrastrar a Gemini… Era imposible que ella sola pudiera con aquella aberración.

Su mirada se cruzó con la de la mujer y en ella vio que ya había aceptado su destino. Nataliya simplemente asintió con la cabeza y, sin mayor remordimiento, salió de la bodega cerrando la puerta tras ella, sin olvidarse de atrancarla con la misma llave inglesa que había usado su captor.

Ella era una espía, una loba solitaria. Conocía los riesgos de su trabajo y sabía de todos los daños colaterales que sus misiones solían acarrear. La muerte era un riesgo más dentro de su carrera y así tenía que aceptarlo. Lo que no podía hacer era poner en riesgo toda la misión, sus objetivos y su deber, por encima de una sola vida que seguramente ya estaba sentenciada desde hacía horas.

Mientras atrancaba y aseguraba la puerta, Natalie cerró los ojos pensando si de verdad creía en todo lo que le habían inculcado. Negó con la cabeza e, intentando hacer oídos sordos a los sonidos procedentes tras la puerta, echó a correr hacia la cubierta del barco.

Tenía que saber qué había sucedido allí arriba, qué había pasado con Levi y, sobre todo, tenía que avisar del peligro que los acechaba desde las mismas entrañas del barco.

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21/05/2025, 04:00
Jacques Monroe

Levi había mostrado su verdadero rostro, el de la traición. Jacques se había sorprendido tanto que no había logrado reaccionar, y la consecuencia había sido una buena ración de plomo en el cuerpo de Dash.

Afortunadamente el norteamericano era un hueso duro de roer, y no sólo se levantó, sino que tuvo la fortaleza de romper la trampilla. Ahora era su turno, debía alcanzar al traidor antes de que este alcanzase a Marcus, y las cartas.

Había hablado a alguien, un cómplice que se encontraba en su camino. No dudaría en aplicar sus mejores golpes, debía sacarlo de combate lo antes posible. Se concentraría en dejarlo fuera de combate, enfocando toda su atención en él, y tal vez dando tiempo a su compañero a poder avanzar. En cuanto terminara con él se sumaría a la persecusión.

- Tiradas (1)

Motivo: kung fu

Dificultad: 0

Habilidad: 8+6

Tirada: 3 3 7

Total: 3 +8 +6 = 17 Éxito

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31/05/2025, 12:05
Director

Segundo piso bajo cubierta. Más abajo, el cascarón del Stiletto hundiéndose en las aguas revueltas por debajo de la línea de flotación. Un salto, otro, imágenes en acción, un relámpago, la furia del viento y del hombre. También la del cangrejo. Natalie se encontraba en el fondo, en la bodega de carga que poseía un aspecto fantasmagórico gracias al fulgor verdoso que emanaba del mutágeno que el Enemigo había plantado allí.

Estaba sola. Su estado natural. En soledad era libre de actuar como convenía, de obrar a discreción teniendo en cuenta lo que valía y lo que no. Juez, jurado, verdugo. El silencio, que guardaba sus secretos, ahora tenía una perla más que esconder. Y Natalie una muesca más en su alma.

Atascó la puerta. Al otro lado se encontraba una aberración más alta que un hombre que simulaba ser un cangrejo, pero no lo era. Descomunal, desproporcionado, cegado por hambre de carne humana y sed de sangre caliente. Y no estaba solo. La rusa había visto como las jaulas de los cangrejos eclosionaban como huevos alienígenas cuando sus habitantes destrozaban sus paredes con sus cuerpos, los cuales no dejaban de crecer. Su crecimiento acelerado les hacía mutar, estirar sus patas afiladas, recubría sus caparazones y sus pinzas, blindaba sus articulaciones, se elevaban sus ojos por encima de sus cabezas y estos relucían, hambrientos. Malvados.

Crecían. Capa sobre capa, hambrientos. Libres.

Docenas de ellos.

Cientos.

Unos pocos miles.

Natalie atrancó la puerta de aquella pesadilla, recorriendo el pasillo que la había traído hasta allí. No miró al cadáver del marinero muerto que tenía dos disparos; uno en la cabeza, otro en el corazón. Un trabajo profesional. Levi Von Vanhersen la había encerrado allí junto con Alan y con Gemini. Debía encontrarle, alertar a los demás. Era la mayor amenaza.

Las criaturas se abalanzaron sobre la puerta chasqueando sus grotescas extremidades, frotando sus dientes flexibles contra el impracticable metal de la puerta. No lo derribarían. Sin embargo, esos ojos verdosos, de perlas de cristal alienígena, poseían no solo instinto y hambre, sino también una perversa inteligencia. Sus cerebros, hasta ahora insignificantes y minúsculos, también habían fermentando, otorgándoles nuevos conceptos, percepciones. Ideas. 

Alan habían abandonado la bodega de carga por un agujero del techo. Y mientras Natalie corría por el pasillo, los cangrejos lo hicieron por el camino que había abierto Alan.

 

***

 

Primer piso bajo cubierta. Los dioses, en los cielos, cabalgando la tormenta, fornicando entre las nubes, riendo con trueno y tempestad. Jugando a los dados. Y los hombres, nunca temerosos, subiendo las apuestas.

—Quizás habría sido mejor que Levi me asesinase —le contestó Lucía a Ayla.

Había ahí más culpa de la que se podía percibir a primera vista.

Lucía se encontraba en el suelo, medio drogada. La cabeza siendo martilleada por los químicos y la traición. Ayla le había salvado la vida. Y Alan. Sentía vergüenza. Y un agujero negro en el estómago que hablaba de culpa, de inseguridades, de lágrimas y penas. Eso no lo vieron.

—No podré caminar sin ayuda.

No pidió levantarse. No aún. Colocó su mano, débil, sobre la de Ayla.

—Obraste bien.

El fuego, en el camarote de Lucía, se había descontrolado pese a los esfuerzos de Alan por evitarlo. Era una noche en la que no se podía luchar contra los elementos. Viento y agua dominaban el exterior. Pronto el fuego haría lo mismo con el interior del barco.

La española miró a las llamas con cierta indiferencia. Su equipaje estaba allí. Nada de valor se había perdido. Solos sus enseres personales y una maleta vacía.

Alan había jugado el papel de salvador. Aunque Ayla no había necesitado ser salvada. Su casco, cargado de oxígeno y buenas intenciones, le dio un chute de optimismo a Ayla y algo de fuerza a Lucía, quien se lo agradeció con la mirada. Su orgullo hispano le impedía decir más.

Kai, juguetón, trepó por el hombro de Ayla hasta colocarse a su altura. Fruncía el hocico al observar el fuego con aquellos ojos diminutos y hermosos. No le gustaba, claro.

Debatieron. Ahora sabían que Levi, el infame, había encerrado a Natalie y Alan en una bodega llena de cangrejos mutantes carnívoros, y que había tropezado con Ayla, a quien había amenazado de muerte para que le revelase el paradero de las cartas.

—No debemos separarnos. Debemos reunir al equipo. Y buscar a Marcus.

Era el objetivo. Levi les había descartado a los cuatro, ninguno tenía las cartas. Estaría buscando a los demás. Pero Alan tenía que volver a jugar la carta de salvador. Debía regresar a por Natalie.

No hizo falta. Recortada contra la llama y el humo negro del incendio, erguida en aquel mundo que se tambaleaba de un lado a otro a punto de verterse sobre el más profundo de los abismos, apareció la espía. En negro y tacón, los labios rojos impolutos, el cabello sin revolver, la mirada calma y serena. No parecía que hubiera mirado a los mil ojos de la muerte hace unos instantes.

 

***

 

La habitación de la falsa Rubí quedaba de camino. Jazz Moore había caído en sus redes, o había intuido que ocultaba algo y había seguido el juego del cortejo y la seducción para descubrir que se escondía detrás de las bambalinas de aquel teatrillo erótico. Y vaya si lo había descubierto.

La habitación estaba revuelta. Sábanas, sangre. El mobiliario hecho añicos, como si hubieran arrojado un cuerpo pesado por todo el camarote. Había cortes profundos en el metal de las paredes, algo que no podía hacerse ni con un hacha de acero. También un enorme agujero en el casco que daba al mar revuelto, agresivo. Ni rastro de ningún cuerpo. No era difícil imaginarse a ambos contendientes cayendo por aquel agujero, tras una feroz lucha, siendo engullidos por el mar.

Pero Rubí era una muchachita de menos de cincuenta kilos, cintura de avispa y perfume de fresas. ¿Como había podido mantener una pugna con un aventurero experto como Jazz Moore que además le sacaba más de treinta kilos de peso? Fue Alan quien encontró la respuesta tras agacharse en el suelo para inspeccionarlo. Al lado de un salpicón de sangre roja había otra sustancia verde gelatinosa. Sucia. Hedía. La tocó con la mano solo para comprobar su tacto. No había error posible.

—Reptilianos —dijo, explicando todo aquel caos.

 

***

 

Así que Levi contaba con un agente infiltrado que había caído al agua. O que podía ser cualquiera.

La cubierta. Separados por una puerta. Dash y Monroe se habían encontrado con Levi, quien había fingido acudir en su ayuda. Cuando Dash le había dado la espalda, tras confesar que era Marcus quien guardaba las cartas, el Holandés no había dudado en vaciarle el cargador de su arma. Dash no había muerto, aunque había atropellado en su caída al artista marcial. Cuanto más grandes eran más ruido hacían cuando los disparabas. Herido, sobretodo en el ego, Dash había subido las escaleras decidido a tomar represalias. Levi había cerrado el acceso a la cubierta, pero Dash lo reventó, embistiéndolo.

Pero afuera Levi no era el único problema.

Invisible y letal, el ninja se encontraba en algún punto de la tormenta. El agua, el viento y el oleaje eran su camuflaje. Cuando un relámpago hendió el cielo partiéndolo en dos, también lo hizo el ninja, cayendo sobre Dash.

Pero allí estaba Jacques Monroe. Detuvo el golpe del ninja. El asalto fue formidable, técnico y traicionero, pero Jacques lo repudió de forma contundente, rechazando al invisible rival. No lo escuchó caer. No lo veía, pero la lluvia caía sobre la nada a una distancia de él. Si se fijaba, Monroe podía contemplar como las gotas de lluvia se deslizaban sobre el ninja y no a través de él.

—¿Eres tú el hombre más fuerte del mundo? —preguntó, con marcado acento asiático.

Monroe no respondió…se lo demostró. El mono borracho en el ojo del tigre, la técnica de la ola rampante, la flauta de la muerte, el furor del dragón…cada técnica tenía una contramedida. Cada golpe recibía un homólogo. Ambos cuerpos se encontraron en mitad de la tormenta atraídos el uno hacia el otro por el común denominador de la violencia entrenada. Tras cada impacto, la potencia era tal que se formaba una onda expansiva de aire que repudiaba el agua, expulsándolo aquí y allá. Así, daba la impresión de que cada golpe de Monroe, cada bloqueo del maestro del kung fu, agujereaba la tormenta.

Rugía la noche. Pero cuando aquellos dos colosos de las artes marciales se encontraban, el silencio reinaba. Y luego, una explosión, y vuelta a empezar. Aquello era artillería de primer nivel.

Era un espectáculo que merecía la pena verse.

 

Por supuesto, había un submarino. Todos lo esperaban. Una equis sobre un fondo blanco indicaba que pertenecía al ejército de rebelde del general Morden. A pecho descubierto, como un hércules moderno, se encontraba Allen O’Neill, héroe de guerra americano al frente de una ametralladora para artillería pesada; cuatro cañones, calibre de muerte instantánea. Se había dedicado a agujerear la cubierta y el puente de mando desde la seguridad del submarino. Arriba, solo quedaban tres personas con vida.

Marco, el capitán, aún se encontraba aferrado al timón. Muerto, agujereado sin piedad, aún trataba de mantener el ritmo de un barco que hacía tiempo había partido hacia las aguas estigias. Y entre los cadáveres de la tripulación, tres almas. Marcus, afortunado entre afortunados, la doctora Anderson, con un libro en la mano…y Levi Von Vanhersen. Lo había logrado, el malnacido había logrado llegar hasta las cartas.

 

***

 

Frankie no solo tenía un libro entre las manos, ese tomo mohoso de ocultismo que bien podía haber sido hurtado de la cripta de un esquelético guardián, sino que había leído uno de sus pasajes tras elegir una criatura entre su colección de monstruos, mitos e historietas. En voz alta, pronunciando unas palabras que sabían a sangre y te secaban el cerebro, recitó el salmo prohibido y olvidado. Las había pronunciado sin fallar al final, sin carraspeo. Invocación completada, en mitad de una matanza, con la muerte aún tierna dentro del puente de mando. Un sacrificio goloso.

Había leído el libro. Un hecho relevante, más adelante. Ahora Levi era su mayor problema.

Caída la máscara, la doctora y el inglés se enfrentaban al villano. Desarmados. Marcus había mostrado las cartas, alzándolas en su puño. El papel se mecía con fuerza, anclado al mundo terrenal por el pulso de Marcus. Si le disparaba, las arrojaría a la tormenta y ya no podía alcanzarlas. Nunca.

Levi se mostró contrariado. Sabía cómo abrir a Marcus. No le hizo falta. La doctora quiso tomar las riendas, quitarle las cartas a Marcus para ser ella quien amenazase al espía. Valiente. Descubrió que Levi era un buen tirador, colocando una bala en sus entrañas. Dolía como un hierro al rojo incrustado en la boca de su estómago. Levi disparó una segunda vez.

Para Marcus era la oportunidad. De escapar, de guardar las cartas, saltar del puente, llegar a cubierta, pedir ayuda. Esa valiente historia habría terminado con los héroes victoriosos y una onza de plomo en el cráneo de la doctora. Por eso Marcus decidió ponerse en medio mientras gritaba “Nooo”. A cámara lenta. La bala asesina perforó su hombro, justo allí donde hace unos días el shuriken de Monroe se había clavado y aún mantenía el vendaje de la doctora.

Eso le hizo soltar las cartas. Estas volaron, arriba, al cielo, al mundo, como una bandada de papel que pronto se disgregó.

—Ese contratiempo no lo esperaba.

Los dos sangraban. Compañeros de sangre. Marcus se preocupó por la doctora. Le fallaban las piernas, pero la obligó a levantarse. Levi lo exigía. Abajo había un público considerable. Puede que el único que quedase vivo en el Stiletto. Y pensaba usarles a los dos como rehenes.

 

***

 

—Ya no puede ganar, Levi. Las cartas han volado. Ha perdido —le espetó Marcus, quien tiraba de Frankie.

No era así como había imaginado su primera cita con la doctora. La segunda si, terminaba en transfusión de sangre de una manera u otra.

—No me haga reír, pomposo inglés —se jactó el espía —. Hitler encontró las cartas en 1943. ¿Lo sabía? Solo para perderlas dos semanas después a manos de los guardianes de secretos que custodian la lanza. Volveré para recuperarlas.

Marcus lo miró fijamente. De buenos modales, algo ingenuo, con un agujero en el brazo, captó algo que llamó su atención. Para y no por, como si…la tormenta arrancó ese pensamiento. Y a él, quien se derrumbó junto con Frankie enfrente de sus compañeros. Allí estaban todos. Menos Jazz.

—Si aprecian la vida de su amigo inglés y la doctora, no se muevan.

El ninja se había esfumado. O seguía allí, entre ellos, la muerte que esperaba.

—Son ustedes persistentes, lo reconozco. Pero ya han perdido las cartas. El barco se incendia, lo hundirán los cangrejos o se lo comerán. Y sino, la tormenta hará el resto. ¿Pueden sobrevivir a tantos envites de la muerte? No, nadie puede. Sus cuerpos se hundirán en las aguas como el del auténtico Levi.

Amplió su sonrisa. Máscara sobre máscara.

—Al menos, en eso si acertaron. Ahora, si me disculpan, voy a tomar ese submarino antes de que este barco se hunda. No se avergüencen. Se han enfrentado al mejor y han perdido. No hay vergüenza en eso.

Los ojos de Marcus se abrieron de par en par al entender.

—¡Fahrenheit! ¡Maldito!

Faltaba el aliento y el ánimo.

—Jamás podrá salir de este barco…no hay forma humana de hacerlo.

De nuevo, una sonrisa de superioridad, aria, el superhombre de Kafka que había asesinado a Dios para tomar su lugar.

—La persistencia es una virtud remarcable siempre que venga acompañada de resultados, sino, es mera obstinación. El ego de un chiquillo que no puede aceptar que le manden a la cama sin cenar. Insistente, molesto, vacuo. No esperaba menos de ustedes, tampoco más. Tampoco esperaban que comprendiesen a quién se estaban enfrentando.

El agua no caía directamente sobre él. Su abrigo, su sombrero, no estaban mojados. Había sobre él una capa invisible, un campo de fuerza, que evitaba el impacto final de las gotas de agua.

—No son mis gafas, señorita Meyer. Esas son solo parte del disfraz —dijo, colocándoselas sobre la nariz —. Soy yo.

La sonrisa creció, no mucho, pero si lo suficiente para darle a su falso rostro un cariz diabólico.

—Todos ustedes tienen facultades extraordinarias. Yo no iba a ser menos.

Se elevó del suelo un par de palmos.

—La mente sobre el control del cuerpo, la mente y el control de la materia. Puedo leerles como un libro abierto. Pero eso ya lo saben.

No dejó de apuntar a Marcus y a la doctora. Se sentía intocable. Probablemente lo era. Se desplazó atrás, hacia la borda del barco. El mundo giraba, una locura. El cielo cubierto de negros nubarrones abajo, el mar por todas partes, el Stiletto girando como una veleta, una pieza inanimada de metal y madera arroja al devenir del destino, de la naturaleza. Y el submarino, ahora más cerca que antes. Con Allen O’Neill apuntando sus cuatros cañones antiaéreos hacia todos ellos. Otto Fahrenheit bajó el arma, ya no era necesaria.

Sus pies tocaron la superficie del submarino con gracilidad. El mundo alterado no le rozó. Incluso un gigante como Allen O’Neill tenía que agarrarse a su arma para no ser arrancado de la superficie del submarina. Otto, sin embargo, se encontraba allí como si nada.

—Podría desperdiciar unas cuantas balas en ustedes, pero sería un desperdicio, especialmente para los cangrejos. Les gusta cazar algo vivo. Ahora, si me disculpan.

El submarino empezaba a alejarse, no sin dificultad.  Otto Fahrenheit podía haberles asesinado a sangre fría pero una parte de él, amante del dolor y la violencia, adoraba llevar el caos hasta su estancia final. Ver sucumbir a los héroes que le habían desafiado, siendo devorados por sus creaciones mutadas, consumidos por el fuego o ahogados en aquella vorágine de tempestad llenaba su oscura alma de un placer inusitado.

 

El rostro del espía alemán solo se descompuso una vez. No mucho, pero si lo suficiente para que vieran inquietud en él.

—Esto no lo tenía previsto —masculló.

Era la primera vez que le veían alterado. Con sus ojillos metálicos buscó al culpable, encontrándolo en la doctora Anderson.

—Ha debido ser usted.

Su voz llegó clara y nítida a todos, directamente a sus cerebros. Tras ello, el mar se abrió. Y donde antes había turba, viento, agua y furia, hubo calma, un enorme vacío circular debajo del submarino. Y dientes, muchos dientes.

La boca engulló buena parte de las aguas agitadas del Adriático. Un hedor a fosa común llenó el aire. Abajo, donde antes el mar bailaba con rabia, había un muro de dientes flexibles entre los cuales se podía apreciar limo verde, restos de naufragios y de estaciones petrolíferas, así como batiscafos antiguos y embarcaciones militares de diferentes nacionalidades.

El agua volvió a caer dentro de la boca. No era circular, sino que poseía una hendidura para que el agua se colase por allí y empezase a girar. También la hacía arder como si estuviera dentro de un caldero. La boca quedó oculta por la tromba de agua, también esas tres gargantas palpitantes de un rojo radiante. No así los dientes, los cuales sobresalían como espolones entre la espuma y el oleaje. El submarino empezó a girar dentro del torbellino, siendo arrancado de las garras de la tormenta para verse arrastrados a las fauces de la bestia. Allen O’Neill empezó a disparar. Los cañones rugieron, feroces. Era como tratar de detener un camión a escupitajos.

Otto Fahrenheit seguía anclado al casco del submarino. No se soltó hasta el final, cuando al torbellino se unió una cascada de agua que solo podía significar que la boca se estaba cerrando sobre la presa. Fue un momento dramático, de varios segundos, hasta que la violencia se aceleró y la boca se cerró definitivamente.*

Aún pudieron ver la efigie del monstruo que la doctora había convocado. Caribdis, terror Mesania, mito de la Odisea, vigilante del estrecho. Devorador de barcos, capaz de engullir todo el agua del océano en tres bocanadas.

Manso, satisfecho, la criatura se alejó ajena a lo que acontecía a su alrededor, desaparecieron en la distancia.

 

—Eso…—empezó Marcus, estaba pálido como la nieve, tanto por la pérdida de sangre como por la visión —. Eso no se ve todos los días.

La tempestad los devolvió a la realidad. Lucía aún necesitaba de la ayuda de Alan y Ayla para mantenerse erguida, especialmente en aquella cubierta zozobrante. Su mente regresaba de entre los fármacos que Otto le había suministrado.

—Ha muerto el capitán y toda la tripulación del puente. La tempestad hundirá el Stiletto. Hay un incendio dentro. Y esos cangrejos…casi los oigo desde aquí.

Si esperaban alguna orden no la obtuvieron. Lucía, a pesar de la situación, se había quedado seca de ideas. 

Notas de juego

*Y eso es lo que pasa cuando hacéis explotar un dado, dos veces.

 Os junto a todos. Si sobrevivís, terminamos el capítulo y abrimos otro nuevo.

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31/05/2025, 18:30
Dra. Anderson (nombre en clave, Frankie)

-Hermoso, Mr. Brody, ¿no cree? -una sonrisa beatífica se dibujó entre la palidez de sus mejillas. -La belleza de la Naturaleza, Ciencia, Criaturas nacidas en los albores del tiempo y Misticismo, un cóctel irrestible. 

“Espabila, Frankie”.

-El mar es un buen sitio para morir. 

”¿Y el estómago de un cangrejo?”

-Creo que eso no tanto. Supongo. No hay investigaciones al respecto. 

La doctora alzó la mano y saludó a Caribdis - Gracias, amiga. 

“Eres una dramas”.

-¿Me pueden pasar mi maletín?

El mundo rugía y se despedazaba a sí mismo a su alrededor. En contraposición, ella conservaba la calma de las heladas llanuras de la Antártida. 

Con la ayuda de alguien se apoyó en un contenedor. Le temblaban las manos y el Infierno bullía en su estómago, donde bailaban demonios sobre ascuas candentes. 

-¿Cómo se encuentran? -preguntó, algo preocupada. -Tengo fiebre, lo noto. ¿Alguien más herido? En cuanto pueda me encargo.

Le dio un trago a su petaca y echó un vistazo por encima al hombro de Marcus -Sobrevivirá. Luego me ocupo, Mr. Brody.

Examinó su propia herida. Introdujo un catéter. -La bala no está profunda. Voy a sacarla. 

Se puso a ello. Algodones, pinzas, alcohol, vendas, yodo, inyección de antibióticos, aguja e hilo. Decisión y determinación. 

Suerte. 

Apretó los dientes, masculló en alemán, intentó sonreír. -Disculpen, amigos. 

Escuchó a Lucía, alzó los ojos hacia la jefa.

-Vamos, Srta. De Saavedra. Tenga, un poco de ron le aclará las ideas. -ofreció la petaca también a los demás- Demostremos a fantomas que nuestra perseverancia es a prueba de incendios, tempestades y cangrejos. 

Le faltaba el aliento -Mr. Norton, creo que deberá llevarme en brazos. No me encuentro del todo bien. 

- Tiradas (1)

Motivo: Cirugía en alta mar

Dificultad: 0

Habilidad: 9+6

Tirada: 3 5 10

Total: 5 +9 +6 = 20 Éxito

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01/06/2025, 17:20
Ayla Meyer

Ayla regañó a Lucia por desear haber muerto pero con la garganta tiznada y la preocupación resaltando en sus delineados ojos perdió fuerza. Le apretó el brazo contra su cuerpo y añadió con más suavidad - No digas eso. Te necesitamos...- lo último fue un susurro raspado.

Con ayuda de Alan avanzaron los tres, bueno, los cuatro al estar Kai sobre su hombro, por aquel infierno marino hasta reunirse con sus compañeros. O con la mayoría de ellos. La muerte de la cubierta la asaltó como una bofetada y sin poder evitar buscó con temor la presencia del joven Petrucci. No lo veía. No lo encontraba. Era tan joven.. no podía morir. 

Pero la escena se desarrollaba y los acontecimientos le impidieron buscarlo. Solamente podía ser una simple observadora que luchaba por no perder el equilibrio y no dejar caer a Lucia.

Ni siquiera se percató de que gritó cuando aquel cabronazo abandonó el navío pero... por todos los dioses... Se apartó el agua salada que empapaba su rostro para intentar dilucidar que era aquello que se veía en el fondo. Tragó con dificultad mientras su mano se alzaba para recoger a su peludo pequeñin contra su cuello, como si así pudiera protegerlo de lo que veían. Intentaba racionalizar aquello pero no podía.

Miró a la dra con otros ojos sin saber muy bien si Von Levi tenía razón y había sido cosa de ella. Luego buscó alguna respuesta en Marcus. Las cartas se habían perdido, pero le dolían más las vidas arrebatadas. 

- Hay que apagar el fuego del barco. Y ver si podemos reparar los agujeros lo más rápido posible - Volvió a la realidad cuando la dra comenzó a curar al hombre - Voy a buscar al resto de la tripulación. A Gemini - con cuidado le pasó a Alan el cuidado de Lucia dando así tiempo a que los demás se unieran a ella o le dieran otra idea - Si no evitamos que se hunda nos iremos al fondo todos con él - las palabras le brotaban como balas perdidas pero es que la urgencia del momento lo merecía

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01/06/2025, 23:59
Jacques Monroe

Un mes atrás estaba contemplando la quietud de la provincia de Xian. Los días habían pasado lentos y contemplativos. Allí en ese momento de caos, maravillas y horrores era difícil mantener el foco, desesperarse. Había que encontrar el balance, el equilibrio.

En pocos momentos había luchado contra alguien a quien no podía ver, y había visto levitar al traidor. Levitar. Una vez había oído hablar de un maestro que tras mucho tiempo había dominado el arte y podía suspenderse a unos centímetros del suelo, lo había dudado, pero lo que acababa de ver abría posibilidades inquietantes. Comenzaba a creer en la historia de una lanza mágica.

Y aquel monstruo. Le causó la misma sensación que si hubiese estado en "su contra". Algo como aquello no tenía ningún sentido de la ética o la moral, había sido un instrumento, probablemente de la doctora Anderson, a quien dedicó una mirada de genuina sorpresa. Había borrado del mapa a sus enemigos sin esfuerzo. La rueda del azar, o del destino, había hablado. Podría haber sido al revés, era algo sobre lo que reflexionar. Pero luego. Ahora había que actuar.

- Bien Ayla, reúna a la tripulación. Yo estoy bien doctora, gracias -agradeció su preocupación.

Miró alrededor. Buscaba al ninja, al hombre invisible. Si lo encontraba allí le ofrecería una tregua a cambio de su ayuda, la vida de todos estaba en juego y un par de manos más podía hacer la diferencia.

- Marcus -se dirigió luego al hombre clave-, dígame que me hizo caso y las cartas que volaron no eran las verdaderas.

Respondiese lo que respondiese, había mucho para hacer aún. Apretó los puños.

- Vamos a ver qué tan peligrosos son esos cangrejos.

- Tiradas (1)

Motivo: detectar ninja, oido agudo

Dificultad: 0

Habilidad: 6+5

Tirada: 2 4 10

Total: 4 +6 +5 = 15 Éxito

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05/06/2025, 21:11
Dash Norton

—El Cangrejo debería tener al menos una balsa de emergencia —dijo, con voz cansada, menos firme de lo habitual.

Su camisa estaba agujereada por media docena de agujeros de bala de pequeño calibre y la sangre empapaba el tejido, que se pegaba a la piel.  Jadeaba ligeramente, seguramente a Lucía le recordaría a un toro al que habían clavado un buen número de banderillas.

Debía agradecer el estar vivo al perfeccionismo del agente del Reich, que había preferido conservar el arma original de Levi en vez de usar una de las letales Mauser Nazi.  

Pero no tendría ocasión de vengarse del alemán.  Una criatura gigantesca apareció de las profundidades del océano para tragarse el submarino.  ¿Tenían aliados así de poderosos? ¿Era la doctora Franklin la responsable de convocar  y controlar tales criaturas? La CIA no tardaría en intentar fichar a la doctora y ponerle un laboratorio a su gusto.  Tardó un buen rato en volver a su frase, tan impresionado como con la primera explosión nuclear que presenció.

—Si no hay, nos tocará apagar el fuego primero y defendernos de... ¿Los cangrejos?

No había oído bien la historia, no entendía que los cangrejos fuesen una amenaza cuando podían quitárselos de encima con un buen cepillo o una manguera a presión.

Dash dio un puñetazo a una de las mamparas que aún quedaban en pie.

Había estado relajado, demasiado relajado.  Debería haberle lanzado la mesa a Levi desde el primer momento o haber acabado con la reptiliana antes de que acabase con Jazz.

—Dígame que los papeles que mostró no eran los auténticos, Marcus.  

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07/06/2025, 14:08
Director

—El mejor lugar para morir siempre será mi querida Inglaterra —contestó Marcus, complaciente salvo cuando se tocaba su patria.

Ayudó a la doctora Anderson con su operación. Marcus en verdad no era uno más. No tenía iniciativas, salvo cuando se perdía o se quedaba atrapado en un ropero, pero siempre se encontraba en el momento adecuado para echar una mano. Le acercó el maletín a la doctora y le fue pasando las herramientas. Apartó la mirada cuando Frankie hundió las pinzas dentro de su propio vientre para buscar la pieza de plomo que le estaba quemando hasta el alma. A pesar de las sacudidas del barco su pulso no tembló. Era más fácil extraer una bala cuando sabías exactamente dónde te dolía. Era su mejor paciente.

Tras unos segundos mostró la bala atrapada entre las pinzas, un relámpago recortando la imagen, como una fotografía hecha con flash. Frankie perdió el sentido durante unos segundos, y algo más de sangre. Marcus la sujetó, le ayudó a aplicar el apósito, una venda. Serviría hasta llegar a un hospital, uno que no estuviera a punto de hundirse.

—Es usted excepcional —confesó Marcus.

Le temblaban las manos. Puede que fuera miedo, o simple emoción; adrenalina. O puede que la causa fuera haber tenido que tocar la cintura de la doctora para aplicar el vendaje.

Lucía agradeció la petaca, pero dio un trago corto.

—Mañana tendré resaca.

Su mirada se aclaró unos momentos.

—El barco se va a hundir si no cogemos ese maldito timón y lo enderezamos. ¿Alguien sabe navegar? —Se encogió de hombros —. No importa. Servirá con que sepa mantener fijo el timón.

—Si el barco hace aguas, deberíamos regresar al puerto. Es lo único sensato —dijo Marcus, la voz de la razón —. Pero no podemos permitir que esos cangrejos de los que hablaba Fahrenheit invadan la ciudad.

Ayla propuso encontrar al resto de la tripulación. Si quedaba alguien con vida.

—No deberíamos separarnos —dijo el inglés.

Monroe no encontró al ninja. Se había esfumado. Puede que en el submarino, puede que entre las fauces de aquel monstruo mitológico que era todo dientes y aguas sulfurosas.

Marcus se llevó la mano a la nuca cuando le preguntaron por las cartas. Tragó saliva. Intentó halar, pero su lengua se tropezó con las excusas. Se sentía avergonzado.

—Las cartas que perdí eran las auténticas. Lo lamento —solemne, franco, triste —. Puede que no esté hecho de su pasta. Quizá debí quedarme en mi museo.

Trueno, lluvia.

—Hablaremos de eso más adelante. Ahora no importa —dijo Lucía, casi sin aliento —. Hay un par de botes salvavidas en la popa del barco, pero si el Stiletto apenas se tiene en pie sin hundirse, ¿Cómo haremos para manejar unas barcas en mitad de la tormenta?

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08/06/2025, 02:04
Alan Riddler

Alan se agacho, tocando la sangre espesa y verdosa. Unas palabras salieron de su boca.

Reptilianos.- dijo mientras la vorágine del caos y los recuerdos lo envolvían por un segundo. Pero el Astronauta endureció la mirada, y cerro el puño. 

No había olvidado el alivio que había sentido cuando vio a Natalie allí, antes de lograr ir a buscarla. También noto que estaba sola. Creyó intuir que había ocurrido. Asintió a lo de no separarse y ayudo a Lucia a ponerse en pie, sosteniéndola con el brazo de la española por encima de sus hombros. Con Ayla la transportaron hasta cubierta

Llego para ver el espectáculo de Levi. Como había sospechado, era un villano y el verdadero había caído. Si tenía a Rubí bajo su control, eso solo podía significar una sola cosa. Y no era buena en absoluto. Una bestia sacada de la imaginación de Lovecraft salió a engullirse el submarino.

 

No estamos lejos de la costa, al parecer. En todo caso,  donde esta el timon, estan las barcazas y podríamos intentar hacer funcionar la radio y que una barcaza o la guardia costera vengan en nuestra ayuda. Vamos. Juntos como dice la jefa. – indico Alan.

Notas de juego

Volviendo a tomar ritmo de la mudanza

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08/06/2025, 11:30
Dra. Anderson (nombre en clave, Frankie)

-No soy excepcional, Marcus, ustedes sí lo son. Yo solo soy una mujer, más loca que cuerda, que intenta salvar su vida - fue un momento de revelación, quizá derivado del anterior relámpago, estallando e iluminando en los cielos y en su mente. 

Se desmayó de nuevo durante un par de minutos. Al despertar, no recordaba lo que dijo. ¿Dónde estaban las voces? Habían huido antes de que el Stiletto naufragase.

Sus compañeros la pusieron al día. Ella se sentía mareada. Vomitó. El dolor continuaba supurando miedo en su vientre y martilleando clavos en su cabeza. Si ingería un sedante, no serviría de nada al grupo ni a la misión. 

-Mr. Brody tiene razón, no podemos navegar hasta puerto con esos cangrejos a bordo. Somos héroes, ¿no? No villanos que aprecian su pellejo por encima de todo.

"¿Qué dices?" -una de las voces regresó.

-¡¡Calla!! -gritó de pronto, apretando los dientes y cerrando los puños. 

-Yo digo que hundamos el barco, usemos el combustible y acabemos con la amenaza de esos monstruos. -respirar le causaba más dolor del imaginado- . Reconozco que me gustaría llevarme uno para estudiarlo, pero, bien, comprendo que no será posible.  

Cerró un instante los ojos - Después, hagamos por lo que apuesta Lucía. Los botes salvavidas, nos repartimos. Puede o no que lo consigamos, Lucía, pero lo intentaremos. Bueno, ustedes, yo no estoy para manjar mucho los remos. Disculpen.

Maldijo en alemán.

-Acérquese, Mr. Norton, veamos esos agujeros. Mr. Brody, ¿puede aguantar? ¿Cómo se siente? 

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09/06/2025, 04:59
Alan Riddler

-Es buena idea también, la de la doctora-  dijo Alan. – Si unificamos los botes mediante correas, yo podria intentar impulsarlos utilizando mi sistemad e propulsión, aunque sea para darnos una ventaja inicial. –

Penso unos momentos- Mr Brody, usted estudio los mapas, no es verdad? Tecnicamente, tiene el conocimiento necesario, solo necesita recordarlo. ¿Tal vez la doctora sepa alguna clase de hipnosis o algun coctel que lo ayude a recordar?

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11/06/2025, 18:08
Ayla Meyer

Sabía que iban contra reloj. El barco se iba a pique y por si fuera poco al fuego que practicamente había ocasionado ella se sumaba aquellos cangrejos. Si sus compañeros se preocupaban por ellos es que eran un peligro mayor de lo que recordaba. Asintió a Marcus. Sabía que no tenían que separarse y su advertencia era lógica pero...

Miró a Kai, encaramado sobre su hombro. Parecía rebuscar algo en el bolsillo de su chaqueta, quizás alguna "chuche" pero sacó la pajarita de papel radiante. Y en aquel brillo vió la sonrisa cantarina de aquel joven que a pesar de haber estado rodeado de muerte estaba tan lleno de vida e ilusiones... Era injusto. No le había dado tiempo a vivir nada. A vivir COMO QUERÍA. Se negaba a darlo por muerto. ¿Y si estaba atrapado en las cocinas? ¿O ayudando a alguien más?

- ¡Dra Anderson! - su gritó cortó el viento tormentoso. Era la que hacia más ruido y necesitaba que la escucharan un momento - Dadme solo unos minutos por favor. Tengo que encontrar a Petrucci. Saber si... - titubeó un segundo sin hallar las fuerzas para terminar las frases. Envaró su cuerpo para buscar la fortaleza que llevaba dentro - Voy a las cocinas y vuelvo. Luego podemos dejar todo arder. Si alguien quiere acompañarme... - Esperó unos segundos antes de orientarse. Recordaba que el lugar que buscaba estaba a estribor, también su camarote, por lo que debía tener cuidado al avanzar porque el fuego quizás hacía lo mismo. 

Creía recordar que había un extintor en una de las paredes del pasillo que daban acceso a la cocina bajo un llamativo letrero. Quizás le hiciera falta. Sus pasos viajaban raudos aunque antes de doblar cada esquina o acceder a alguna sala o pasillo lo hacia con cautela para evitar alguna sorpresa. Más o menos ya se conocía aquella zona de haber pasado un par de veces en aquel día. Por lo menos las que estaban abiertas y las que no. Las que tenían ventilación. Si había alguna escalera o esquina muy cerrada. 

- Tiradas (1)

Motivo: Orientarme en el barco para evitar sorpresas en mi camino a la cocina

Dificultad: 0

Habilidad: 6+2

Tirada: 3 9 10

Total: 9 +6 +2 = 17 Éxito

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14/06/2025, 19:59
Director

—Podría hacer esto todo el día —dijo Marcus, resbalando instantes después, rodando por la cubierta hasta estar a punto de caer por la borda.

—Las cartas eran un medio físico para encontrar el camino hacia la lanza, solo exponiéndose ante una luz determinada revelarían el camino. Perderlas ha supuesto perder la lanza —contestó, serio. 

La herida no le dolía tanto como ese fracaso.

Los botes eran una buena opción. El fuego no tardaría en llegar hasta ellos. O los cangrejos. El mar, la tormenta. Todo en aquel entorno estaba tratando de asesinarlos. Se resistían con la terquedad propia de los héroes. O con la desesperación exaltada de los condenados a muerte que aún piensan que tienen una oportunidad para escapar.

 

La tormenta era intensa, una fuerza de la naturaleza que no podía competir con el corazón de una mujer. Mientras todos se dirigían hacia el bote, Ayla se introdujo en las entrañas del Stiletto. Buscaba supervivientes, alguien con vida. Con forma de cocinero especialmente. Aunque recordaba a la perfección los pasillos del barco y armada con un extintor, Ayla pronto se percató de la dificultad de su tarea. Había cangrejos por todas partes.

Ya no eran cangrejos normales. Pinzas, bocas y caparazones habían crecido de forma desmedida, mutando, otorgándoles un aspecto monstruoso y desagradable. Su tamaño había aumentado hasta superar el de un hombre. En ocasiones, el de un caballo. Como una horda carnívora, los crustáceos avanzaron por los pasillos destrozando todo a su paso y devorando cualquier porción blanda y dulce que encontraban sus filosos dientes.

 

Había un bote. Pensar que podían sobrevivir a la tormenta en aquel caparazón de madera era sobrestimar en exceso sus capacidades. Además, el mecanismo que activaba el bote desde dentro estaba roto. Alguien tendría que quedarse en cubierta para activarlo.

Lo prepararon, no obstante, asegurándose de que el bote contaba con provisiones de comida, agua y bengalas. 

No había tiempo para más operaciones. El agujereado Dash subió al bote ayudado por Jacques. Marcus ayudó a la doctora y Alan a Lucía. Incluso bajo aquella tormenta feroz podía percibir el calor que emanaba el cuerpo joven de la mujer.

Ayla tardó en aparecer, pero lo hizo. Un par de supervivientes iban tras ella disparando unas armas que estaban casi vacías. Colgando de su cuello, además, estaba Petrucci, el cocinero. Los cangrejos se habían cebado con su pierna. Requeriría más de una intervención y añadir algo de carne y metal. Ayla hacía las veces de guía y de sostén. 

Natalie les hizo subir al bote. Había espacio para una más, pero ella no subió. Alguien tenía que activar el mecanismo. La rusa hizo girar la manivela soportando la tormenta. Era todo carmín, tacones y determinación. Cuando el bote estuvo sobre las aguas tiró del cable que liberó la embarcación. Y allí se quedó ella, arriba, despidiéndose con un beso. 

Puede que algunos entendiesen aquello como un acto heroico de sacrificio. Otros, los mas avezados, entendieron que la espía aún tenía que hacer algo en ese barco, algo que ellos no debían saber, y que seguramente tenía una ruta de escape alternativa. Así eran las espías.

 

Aferrados a la barca, y a la vida, utilizando el motor de Alan como impulsión, los héroes se perdieron en la noche mientras el Sttileto se hundía tras ellos junto con sus esperanzas de encontrar la lanza.

Así, y con todo, aquellos héroes miraron a la cara a la muerte, al rey de los océanos y la tormenta, rehusando perder el siguiente juego en el que lo único que quedaba en juego eran sus vidas.

Notas de juego

Fin del capítulo.

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15/06/2025, 22:32
Dra. Anderson (nombre en clave, Frankie)

-Qué gran aventura, Mr. Brody. -La Dra. Anderson sonreía, emocionada, a pesar, o gracias, de la tempestad que zarandeaba el diminuto bote- ¿No se siente un Ulises navegando hacia los brazos de su amada Penélope? 

“¿Por qué ha Odiseo lo bautizaron de nuevo y a Peny, no?”

-Yo que se. Será el machismo clásico.

Tomó asiento al lado de Dash.

-Quizá seamos engullidos por el voraz Mediterráneo, el amanecer nos sorprenderá en sus entrañas. Pero no cambiaría nada.

Hizo un mohín de disgusto - El café de la universidad de Venecia. Eso sí lo cambiaría. Debí ofrecerle una taza al impostor mamarracho ese. ¿Habrá conseguido huir?

“Esperemos que sí. Podras diseccionarlo y cuartear su cerebro”.

-Mi madre y mi padre estarían orgullosos de mí. Y mi tía Amanda. 

¿Brillaban sus ojos por las lágrimas o por la sal de las aguas que los bañaban una y otra vez?

-Estoy como una sopa. Mr. Brody, ¿y los chubasqueros? - le dio unas palmaditas en la pierna. Frankie mostró, a la luz del último relámpago, una afilada sonrisa 

- Usted lo ha dicho. Medio físico. No desespere, hombre de poca fe. No hemos perdido la lanza. ¡Ay! - se acarició el vientre- Esto duele. Recuerden: el fracaso es solo la puerta a una nueva oportunidad.

Si lo sabría ella, que llevaba media vida fracaso tras fracaso. 

Alzó la mirada hacia el barco. Natalie se quedaba en el Stiletto, la capitana que se hundía junto a su nave.

-Qué romántico - miró de reojo a Marcus. Era preferible que el inglés creyese en el sacrificio y no pensase en los planes de la rusa. 

-¡Honraremos tu memoria, Nataliya! -se puso en pie, tambaleándose, y se despidió con la mano.

-Vamos, Ayla, venga aquí, a mi lado. Es admirable su gesta. El amor siempre triunfa, ¿verdad? No se amoine, me desmayaré en un instante y no entorpeceré su romance. Mi verborrea es debida a mi nerviosismo. No soy yo, son los nervios.

Se sujetó la lengua y el cinturón de seguridad. 

-Avísenme si nos rescata el capitán Nemo. Me gustaría tratar algunos temas con él. 

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16/06/2025, 15:37
Alan Riddler

Alan se ofreció a ser ese último hombre, después de todo, el podía salir de allí, pero Natalie se lo impidió. Algo en su mirada le decía que tenía algo que hacer, y ese algo era de importancia para su compañera de viajes y posible espia rusa. Sin embargo, habia aprendido a respetar a la mujer, y asintió, un poco a regañadientes.

Resignado, pues no quería dejarla ahí, a pesar de que sabia que podría escapar cuando quisiera, el astronauta la miro durante unos segundos mientras la lluvia le daba en el mentón no cubierto por el casco abierto, y luego, se dirigió corriendo hacia el buque. Se coloco en la parte trasera, parte de su cuerpo hundido en el agua, el traje de astronauta lo protegería del frio intenso y el agua misma, y encendio los motores de su jetpack para que funcionara como el motor de una lancha. Lo hizo a intervalos, no quería sobrecargar el mecanismo, hasta que estuvieran lejos de aquel ojo de huracán y tormenta que todo devoraban.

 

Cuando pudo, se unió a la tripulación de la lancha, y agrego.

Bueno, ellos no tenían los planos, y sin embargo los consiguieron, Sr Brody. Tal vez lo mejor que podemos hacer es dirigirnos al destino donde sabemos que va a ir el enemigo y recuperar los planos, ¿no es verdad?-

 

Riddler no se iba a dar por vencido. Ni aun vencido.

 

¿Cual seria el destino mas probable de nuestros rivales, Sr Brody?-