Partida Rol por web

El Capitán Brackett os contempla en la opulenta Gran Catedral de Aroden en la ciudad de Almas, la bulliciosa capital de Andoran.

Las tintadas vidrieras reflejan luz coloreada en su delgada cara con nariz de lechuza mientras os presenta vuestras órdenes.

Después de vuestro éxitosa misión en Cassomir, los líderes de la Sociedad han decidido que no os dejéis ver mucho por la ciudad, ya que hay bastantes cadáveres que explicar y lo mejor es dejar que se enfríe la situación antes que un guardia malpensado arreste a alguien o los odiados miembros del Consorcio Aspis saquen provecho.

Por ello os han destinado a la Logia de Almas, la capital de Andoran, a la que llegásteis hace algunos días.

El Capitán de la Logia no ha perdido el tiempo y os ha hecho llamar, os encontráis en la entrada de la Antigua Catedral de Aroden, un edificio impresionante propiedad de la Sociedad que sirve como Logia....y tenéis órdenes de presentaros ante él...

Ambos sois miembros desde hace algún tiempo de la Sociedad Pathfinder, y hace unas horas un compañero amigo vuestro os citó por separado en una taberna de Almas, capital de Andoran, donde estábais residiendo.

Nada más llegar os saludó y os sonrió a cada uno, invitandoos a una bebida... no conocíais al otro invitado y os mirabais con inquietud, pero vuestro compañero en la sociedad solo os dijo estas palabras.

-Buenas tardes compañeros, el capitán Brakett espera que os presentéis en su despacho en la Logia para encargaros un trabajo, por favor cumplirlo con presteza, pero además tenemos una pequeña misión para vosotros...-

Os entregó un pergamino lacrado a cada uno y se levantó dejando pagadas las bebidas...

Ambos sois miembros de la Sociedad Pathfinder desde hace poco tiempo y hasta ahora habéis desarrollado trabajos menores en la Gran Logia de Absalom.

Sin embargo El Consejo de los Diez, o alguna instancia menor más probablemente, ha decidido que a la Logia de Almas, en la nación de Andoran, le hacíais falta y os han destinado allí. Al parecer tenían muchos espadachines libertadores y pocos lanzadores de conjuros serios que se dedicaran a escribir crónicas.

Habéis hecho un breve viaje en barco desde Absalom a Almas y os encontráis en los muelles de la ciudad con vuestro equipo a cuestas cuando se os acerca un humano vestido con una túnica a rayas...

-¿Señor Anhurmose, Señor Carter?, ¿son ustedes...?-como os volvéis a mirarle con cara de afirmacion prosigue...-El Capitán Brackett les espera en su despacho de la Logia de la Sociedad, que está en la vieja catedral de Aroden...- se gira y señala hacia unas torres que se adivinan entre los edificios-Pueden ir en esa dirección, tiene un trabajo para ustedes...-

Pese al bullicio de los muelles Almas parece una ciudad limpia y tranquila, contempláis que los ciudadanos (aqui se hacen llamar así) se dirigen a sus trabajos con las primeras luces de la mañana ya que el barco ha hecho el atraque al amanecer...

Marnan se agachó con gran agilidad para apartar una de las piedras del suelo. Los trabajos que le habían ofrecido hasta ahora en la Logia de Absalom no eran los que él esperaba. Sus pensamientos iban desde el más profundo resentimiento a la más absoluta curiosidad. Apartó otra piedra, tampoco era lo que necesitaba.

El pelo moreno le caía sobre su frente, ocultando trás de sí el rostro del hechicero. No era demasiado sociable, puesto que la gente de su ciudad siempre le había dado la espalda en cierto modo. Por ello, estaba sólo en medio de aquel pequeño claro, sin ningún tipo de compañía salvo su túnica, de un color amarillo limón, y sus escasas posesiones. Cogió otra piedra más, mientras se incorporaba levemente, la hizo saltar un par de veces en la mano, estudiando su peso. Después, no muy contento con ello, la soltó, se irguió y suspiró.

Era un muchacho muy apuesto. Su edad quedaba perfectamente reflejada en sus facciones, duras y suaves en un equilibrio perfecto. Los ojos, de un color mucho más claro, denotaban inocencia y una chispa de vida, que no era fácil de ver en las personas corrientes.

Si pudiera realmente enfrentarme a dragones, salvar pueblos, ayudar a la gente, ganar fama y dinero,...

Normalmente le daba vueltas a todo aquello que le habían dicho en la Sociedad, a todo lo que podría hacer,... y para lo que aún seguía esperando. Mirando al cielo como estaba y absorto en sus pensamientos, no escuchó al mensajero cuando se le acercó por la espalda. El consecuente susto que se llevó, casi le hizo caer de bruces al suelo.

- Maldita se... - el silencio se hizo en su boca cuando se dió la vuelta para ver a aquella hermosa mujer. Rápidamente se presentó: "Zirnaste" y le comentó su nuevo destino en Andoran. La cabeza de Marnan daba vueltas, dudando si concentrarse en lo que aquella mujer le decía, o concentrarse en lo que él podía decirle para que ella le hiciera caso. Sin embargo, ningúna de las dos cosas ocurrió, ya que la muchcha terminó su discurso y, tan rápido como había aparecido, desapareció.

Las cosas no estaban demasiado claras, pero sí se había enterado de que debía de tomar un barco en dirección a Andoran esa misma tarde. Viendo como se alejaba, dió un par de pasos luchando contra la vergüenza y alzando la mano como si agarrando el aire pudiera hacer parar a esa bella mujer que se alejaba de él. Entonces algo le incomodó debajo del pie. Un canto perfecto, redondo, liso, peso perfecto... Lo alcanzó casi sin esfuerzo y lo guardó en su bolsa con un sonoro: "clack" del choque entre los diferentes guijarros. En la cara del hechicero se dibujó una enorme sonrisa.

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"Brughhh" Las manos de Marnan casi arrancaban los tablones del navío, cuando este apretaba debido a las contracciones de su cuerpo al vomitar toda la comida de los últimos tres días. Odio viajar en barco. O al menos eso creía. Era la primera vez que montaba en uno.

Devolvió de nuevo y se limpió con la túnica. El color azul pálido quedó ahora un poco difuso en la manga, con la mezcla de bilis y saliva. Se dirigió, balanceándose como un alcóholico, hasta la entrada a los camarotes,... ¿Cuando llegarían? era lo único que se le pasaba por la cabeza una y otra vez. 

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Al bajarse (¡Por fin!) y acceder a los muelles, el jóven hechicero se dió cuenta de que no era el único que había recibido ese mensaje. A su lado, un hombre calvo y alto, agarraba sus posesiones como si estuviera en medio de un círculo de atracadores. Las continuas palizas a las que era sometido de pequeño, habían curado de espanto a Marnan, quién ahora sonreía divertido por la situación que vivía aquel hombre. *

Una nueva voz, ésta vez masculina, sacó a Marnan de su "trance". Asi que a la torre,... y hay que hablar con el Capitán Bra...Bra... con el capitán.

Agarró su mochila y se la puso a la espalda. Después se acercó al hombre calvo, sin decir nada. Sonriendo todo el rato.

- Gracias por la invitación - digo con una sonrisa antes que se marche nuestro mutuo compañero, y luego doy un trago a la misma, mientras miro con curiosidad a Shaire- Bueno... estoy casi seguro que os recordaría si os hubiera visto antes. Mi nombre es Nazredin Maul, paladín de Iomedae. A vuestro servicio - dice con buen humor, extendiendo la mano hacia su interlocutora

La muchacha que tiene delante el paladín no parecía una aventurera, era apenas una niña, no debía tener más de unos quince o dieciséis años. Era delgada como un junco y parecía incapaz de mirar a la cara al paladín, de hecho, parecía incluso aterrada. No vestía ningún tipo de armadura, y sólo una vieja daga y un arco largo sin ningún adorno parecían romper la primera impresión de que era una escolar perdida o una criada de alguna vieja granja.

Sin apenas armas ¿Quizás una hechicera? Si fuese así seguramente tendría los componentes de conjuro bien escondidos pues tampoco se venía nada parecido.

La muchacha respondió al saludo acercando la mano en un gesto temeroso, pero no llegó a responder al asludo antes de retirarla, sin mirar a su interlocutor ni un momento. Tras aquello, cerró los ojos como su estuviese recuperando el control antes de responder verbalmente.

- Lo siento, no soy una... aventurera... demasiado experimentada. Ni me gusta estar con gente, y no me gusta el contacto físico. Tendréis que perdonar mis problemas para comunicarme, no suelo hablar mucho.

El acento era extraño, parecían conjugarse varias cosas diferentes. Era un acento extranjero ¿Cheliax quizás?, pero más allá de eso era un acento dubitativo, como un niño pequeño cuando ha aprendido a hablar. Eran dificultades en la dicción, aunque no parecía vacilar con las palabras.

- Me gusta tirar con arco -añadió escuetamente, creyendo obligado explicar por qué estaba allí-, y necesito ganarme la vida de algún modo. Pero no soy una luchadora, ni una maga, ni sé empuñar una espada.

Volvió a cerrar los ojos, aquel esfuerzo parecía haberla agotado. Con los ojos cerrados parecía auyentar al mundo que tenía delante, como si sólo pudiese estar cómoda consigo misma. Toda aquella forma de comportarse era en extremo desagradable y era consciente de ello, pero no era capaz de hacer otra cosa. El contacto físico era algo que la aterraba y la simple idea de volver a matar o caer herida ella misma porque algún otro la golpeaba con una espada la aterraba aún más. Con los ojos cerrados recurrió por un momento a sus ejercicios de autocontrol, simplemente repetía mentalmente el proceso de un disparo con el arco, recreando cada detalle del gesto técnico, buscando encontrar el disparo perfecto en su recreación mental para tratar de encontrarlo luego en el mundo físico. Tras un par de minutos, cuando volvió a abrir los ojos parecía algo más serena.

- Lo siento, no es nada personal, estuve un tiempo viviendo sola en el bosque mientras entrenaba con el arco. No estoy acostumbrada a otros humanos -la voz seguía siendo dubitativa, con aquel extraño acento de quien busca los sonidos para expresarlos porque no está acostumbrado a emitirlos-. Aprecio mucho que mi primer compañero sea un paladín de Iomedae, muchísimo más de lo que aparento. Si fuese algún otro tipo de compañero, quizás no podría evitar salir corriendo -no había humor al expresar ese pensamiento, era un hecho-. Sé que de vos no debo temer daño alguno, pero aunque lo sé no puedo evitar tener miedo. Intento superarlo. Sólo os pido que, salvo que haya un peligro inminente, no intentéis tocarme, ni siquiera una palmada en el hombro u otro gesto amistoso, me pondría muy violenta.

- Mi nombre es Shaire.

El semielfo, pues evidentemente lo era, miró con extrañeza a la joven y, tras un instante de duda, retiró la mano presentada, que Shaire no había llegado a estrechar. Si Shaire era casi una niña, Nazredin era poco más que un joven, que debía tener cumplidos bastante recientemente los veinte años. Llevaba una barba corta que, en situaciones que no terminaba de controlar, se mesaba. Tal como estaba haciendo ahora.

Estaba, evidentemente, en buena forma, e iba vestido con una armadura metálica, en forma de escamas, a la que complementaba con una espada larga y un escudo. 

Se quedó en silencio dejando que la joven se explicase. No se le daban bien las relaciones sociales. No tan bien como otros compañeros, sin duda. Pero tenía el suficiente sentido común como para no pretender agobiar a la persona que estaba frente a él. Había algo que le hacía sentir la necesidad de protegerla. Aunque temía que hubiera sido conveniente protegerla de algo ya ocurrido. Esa chica, y no hacía falta ser un lince para darse cuenta, estaba herida.

Cuando Shaire volvió a abrir los ojos vio como el paladín le miraba, de forma compasiva. Aunque rápidamente el semielfo recuperó su compostura

- Os agradezco la gentileza y sinceridad - dijo tras unos segundos- Espero que podamos ayudarnos mutuamente y, desde luego, no teneis nada que temer de mi. Os ayudaré en todo lo que pueda. Y no os tocaré salvo que sea imprescindible, no os preocupeis, dama Shaire

- No soy una dama, las damas no existen, sólo hay mujeres ricas y otras menos afortunadas.

Las palabras no salieron esta vez dubitativas, eran palabras escupidas, con saña, con dolor, con desprecio.

- Lo... siento -se disculpó de nuevo al darse cuenta de la violencia que había mostrado.

El osiriani tíró del gancho que había metido por el orificio nasal del campesino extrayendo con él el cerebro no sin cierta dificultad. Se sentía bien haciendo este tipo de cosas. Por una parte preparaba el cuerpo de un hombre humilde para el tránsito a los brazos de Pharasma y por otro cumplía con sus labores de enseñanaza a jóvenes embalsamadores. Lo metió en una jarra canópica.- Ahora sólo falta rellenarlo de líquido para embalsamar y podéis empezar a vendarlo.- dijo Anhurmose a sus atentos iniciados. Se trataba de un hombre de mediana edad, delgado, de piel cobriza y facciones angulosas producto de la vida ascética y una dieta frugal. Llevaba el pelo afeitado y el contorno de los ojos tatuado, como mandaban los cánones. La sencilla túnica blanca y el símbolo de Pharasma eran toda su indumentaria.

Se quitó los guantes y dejó a sus estudiantes en la sala de embalsamado. Esa fue la última lección antes de embarcarse rumbo a Absalom por orden del mismísimo príncipe Khemet III.

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Anhurmose pasó el viaje entre sus libros y textos sagrados. Viajar en barco no le preocupaba. Al fin y al cabo el agua era ele elemtno de su diosa, pero no se sentía cómodo en compañía de marineros ni otros viajeros. Sabía que una vez se pusiera a las órdenes de la Sociedad Pathfinder tendría que confraternizar con hombres de otras culturas, pero prefería retrasar ese momento lo máximo posible.

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Almas le pareció un lugar horroroso. Había mucha gente y mucho ruido. Y olía mal. Estaba aturdido y rodeado de extraños. Echaba de menos la silenciosa compañía de los muertos en la necrópolis. Anhurmose se aferró a sus pertenencias temeroso de que alguno de esos hombres de mala pinta se las intentara robar. Cuando el mensajero de la Logia se dirigió a él casi le da un infarto y no fue hasta entonces que reparó en aquel hombrecillo de la túnica amarilla que le acompañaba. Debía tratarse de otro miembro de la Sociedad. - Mi nombre es Anhurmose.- Le saludó con timidez.-Parece que seremos compañeros de viaje.- Concluyó antes de emprender con e´l la marcha hacia la catedral. Parece que en breve pisarían suelo sagrado, y eso le reconfortaba. Pero hasta entonces agarraría su mochila con más fuerza si cabe. Por si acaso.

No se le daba bien tratar con ella. Le había producido dolor.

- Lo siento, no pretendía ofenderos - tenía mas cosas que decir, pero temía no saber decirlas, y solo causar mas dolor. Se quedó un instante en silencio.- ¿Quereis tomar alguna otra cosa? - dijo mas por llenar el silencio que por otra cosa

- No tenéis que disculparos... lo siento -de nuevo la misma voz vacilante- es solo que trabajé para alguien a quien llamaban dama, y no significaba nada, era como cualquier otra. Ojalá un día no haya damas ni sirvientas, sino simplemente mujeres.

Marnar agarraba y soltaba constantemente las correas de su mochila, símbolo claro de su nerviosismo e hiperactividad. Daba también pequeños brincos, sin llegar a levantar los pies del suelo, y mantenía esa simpática y a la vez cansina sonrisa en su cara. Miraba a uno y a otro constantemente. Al mensajero y después al calvo, que finalmente se presentó.

El hombre que les había advertido, tras darles las señas, desapareció, seguramente buscando más personas a las que entregar recados. El hechicero siguió a éste con la mirada mientras se alejaba entre la multitud, y no escuchó al clérigo acercarse. Un nuevo sobresalto, risita tonta, cara de un tono rosado-vergonzoso y de nuevo, estúpida sonrisa.

Le tendió la mano con un gesto muy rápido y brusco.

- Mucho gusto, Anhurmose. - Se mantuvo a la espera de que éste le diera la mano. El clérigo le miraba como si proveniese de un lugar completamente diferente, y por sus ropajes, parecía claramente que así era. - Mi nombre es Marnan, Marnan Carter. - finalmente, el clérigo aceptó y le estrujó la mano con fuerza. El gesto de Marnan se volvió un poco de dolor y le miró con gesto estrañado, pero la sonrisa no tardó en regresar. - Si no me equivoco tenemos que ir a esa torre - señaló con la otra mano mientras aún permanecía agarrado al clérigo.

Ambos se quedaron mirando unos instantes. Anhurmose miró sus manos y después al hechicero. Entonces éste se dió por fin cuenta. - Ah, lo siento - se llevó la mano a la nuca, avergonzado por su nuevo despiste. Agarró sus pertenencias y esperó a que el clérigo hiciese lo mismo para comenzar la marcha. No parecía que estuviera muy lejos, pero aprovechó el camino para ir haciéndole preguntas.

El paso del hombre calvo era mucho más rapido que el suyo, por eso, tenía que ir acelerando en pequeñas carreras mientras hablaba sin parar a su nuevo compañero:

- ¿De dónde vienes? Porque claramente no eres de aqui. ¿Eres miembro de la sociedad? ¿Qué buscas? ¿Por qué estás aqui? ¿Sabes el por qué de la asignación? Tengo ganas de ... - iba a decir, usar mis poderes, pero decidió callárselo, más de una vez le había traído problemas - de... correr aventuras. ¿Tu no? Oh, dioses, estoy impaciente por hacer algo útil, algo divertido.

El gesto del clérigo a su lado permanecía sereno. Seguramente no le gustara, pero a la larga, Marnan era una persona que caía simpática.

Por lo que escucho estamos en un edificio muy amplio... - comenta Klatet-Is a su compañero.

No te alejes mucho, Markus. No quiero perderme en un sitio tan grande...