Partida Rol por web

-Malditos hideputas!, a este paso tendré que pedirle cuentas yo a San Pedro y toda su maldita casta celestial!- tronó el sargento de Tarantela y Villegas, aquellos del cipango tenían los tenían bien puestos, al intentar aquella maniobra desesperada, parecía que aquel Jesuita que escribió sobre ellos tenía toda la razón.

-Soldados!, quiero diez hombres que auxilien a popa! presentaos al cabo Quirós a la voz de AR!-

-El resto, conmigo, de nuevo a las planchas!-
 

El sargento azuzó a sus hombres para que terminasen el trabajo empezado con anterioridad.

-No les deis cuartel! matad a todos esos herejes!-

Hay que cortarlo...

Esas sencillas palabras sacan a Martín de sus ensoñaciones. Se debatía entre su repulsión natural por mancharse las manos de sangre y entre la necesidad de ayudar a nacer a aquel niño... Y más por ser las de una maiko... Una prostituta malaya. Era casi no persona, y encima gaijin. Pero Aquel niño tenía que vivir. Por los niños muertos. No quería ni pensar en sus nombres, aunque no era necesario. Podía recordar sus risas, su olor... Y eso era peor. Mucho peor.

Avanzó un paso. A esas alturas habían acudido más curiosos a mirar. Siempre hay curiosos. Gente de baja cuna que sólo sabe mirar.

Hilo! Un hilo!

Ordenó a los curiosos, mientras se arremangaba y se preparaba para hacer algo que jamás había hecho antes. Lo había visto hacer una vez, a una comadrona que tuvo que asistir a un parto de urgencia... Pero lo vió mal y de lejos... Y tampoco es que se fijara mucho en aquella ocasión. No era de su incumbencia.

No se me dan bien las cosas nuevas, neh?

Va pensando mientras manipula el cordón umbilical y se va manchando las manos de sangre.

Has de vivir, has de vivir...

¡Ese hilo!

Acudió presto el coslete a auxiliar a su Cabo, a raíz de ciertos comentarios que decían que no se había ganado el sustento. Pero tal fue el brío y el ímpetu de posnerse en primera fila, que una de aquellas lanzas endemoniadas se le vino encima y no andó ducho el de Tordesillas a evitar el ataque parando con el hasta de su media pica.

¡Estos bastardos se manejan como tudescos!

Porfirió al encajar el golpe. Pero como donde las dan las toman, devolvió un potente picazo levantando el asta por encima del pecho.

Para alejar todo tipo de pensamientos inoportunos e improductivos de su mente, decide concentrarse en lo que está ocurriendo ante sus ojos, estar atento y solícito para tratar de colaborar en lo que fuera posible, para limpiar un poco su mala conciencia por no ayudar en un primer momento.

Se queda observando a Martín, dispuesto y resolutivo desde el primer momento. Una especie de orgullo paternal le invade. No sabe a ciencia cierta como es esa sensación, pero intuye que debe ser algo parecido a lo que está experimentando en este momento.

Desde luego, hice bien en confiar en él desde el momento en que decidí acogerlo entre los nuestros para reconducirle a la verdadera Fé. Cuando llegó era un ser atormentado. Demasiados momentos oscuros en su vida, que solo parecía que lo podían llevar a un destino aun peor. Y, sin embargo, míralo ahora... Si esto no es un ejemplo de redención y renacimiento como cristiano, no se que otra cosa puede ser.

Hilo, un hilo...

Escucha las palabras de su protegido, e instintivamente se manotea entre las telas de su hábito. Sabe que es inútil, no lleva nada de eso encima. Sin embargo, aprovechando lo roído de sus mangas, tira de una de ellas y consigue sacar un trozo de hilo de una longitud aceptable, o al menos eso cree el jesuita. No está muy seguro de si estará lo suficientemente limpio, pero ante la pasividad del resto de los presentes, es lo mejor que se le ocurre. Se acerca a Martín, algo nervioso, con el hilo sostenido entre los dedos pulgar y corazón de su mando derecha.

-¿Creéis que podrá servir con esto?- Comenta mientras les ofrece el triste hilo sacado de su hábito.

La lanzada de Quirós atravesó la armadura del japonés y le hizo cierto daño. Aunque él podía seguir peleando, y así se lo hizo saber chillando como un demonio. Mientras, Ortega había roto el peto de bambú y clavado profundamente la lanza. Pero el hideputa era como un jabalí al que costaba matar de una sola lanzada. Se mantuvo firme, preparado para más. Su espada le había resbalado en el peto y le había hecho un corte en el antebrazo, no muy profundo pero si molesto en la efusión de sangre.

El abordaje llegaba a una fase crítica. A pesar de la buena mano de los mosqueteros y piqueros, la técnica de los arpeos estaba surtiendo su fruto. Era más difícil atacarles cuando trepaban de manera casi vertical, usando las medias picas. Y las espadas de los mosqueteros a veces no bastaban contra los guerreros con armadura.

El tener que reforzar la popa y vigilar varios sectores de la borda hizo que alguno de aquellos hideputas subiera al navío, jugando su espada con mucha destreza e hiriendo con ello a algún mosquetero. Parecían cabreados y con razón, por la impotencia que habían sufrido durante la mayor parte del combate.

Uno de ellos abrió paso usando su lanza naginata, de modo que otros dos pudieran colarse por el hueco. Un soldado armado con una de esas extrañas lanzas con púas que tenían sus trozos de abordaje, y un guerrero que parecía el jefe de los guerreros, por la calidad y vistosidad de su armadura.

El primero atacó al sargento, tirándole un golpe con la lanza. El segundo, tras tener que abandonar en su propio barco su lanza, se acercaba al capitán Figueroa con grandes zancadas y la mano en su espada. Le hubiera pillado desprevenido, de no ser por que Manolito, su joven paje de rodela, se interpuso en el momento en el que él desenvainaba con un poderoso corte, que provocó que el chaval diera un traspiés y cayera al suelo. Quedaron así frente a frente.

Don Diego estaba bramando órdenes, a viva voz, cuando dos de aquellos japos se colaron entre los hombres, uno de ellos corrió sin oposición hacia el capitán, y don Diego intentó ir a por él, pero entonces sintió el frio acero del otro cornudo del cipango clavándose en su carne, tendría que matarle primero para socorrer a su jefe.

-YAAARGGG! puta madre! puta virgen y puto cristo!, hereje bastardo hijo de treinta mil flautas!-

Escupió por su boca con rabia dichas palabras, ahora no descansaría hasta hacerle pagar cara la insolencia a aquel japones del demonio.

La lanzada resbaló sobre la escarcela y perforó la bota, provocándole un corte de poca entidad en el muslo. Ahora llegaba el momento de contraatacar.

la respuesta de Don Diego no se hizo esperar, y pinchó el muslo con la punta de lanza de la alabarda, haciendo fuerza con su propio cuerpo para imprimir más profundidad a la perforación, al maldito japones le iba a doler.
 

-Ojo por ojo! maldito perro del diablo!-

El nivel de tensión aumentó cosa buena. A fe que los bárbaros mostraron valentía, pero los hombres de Lope estuvieron a la altura e hirieron a muchos de ellos.

- ¡Aguantad! ¡Vive Dios! ¡Resistid!- Gritó con gran fuerza pues eran muchos de ellos los que atacaron y subieron al abordaje. Varios de ellos llegaron a la zona del capitán, aunque gracias a su fiel paje pudo salvar el pellejo. Diego se encargó de un soldado, pero otro se encaró ferozmente con Lope.

- ¡Por Santiago! ¡Arrrr!- Con valerosidad, Lope se lanzó contra el guerrero de Cipango. Aprovechó que su ropera permanecía baja para realizar un tajo sobre la pierna alta, que tenía avanzada.

Temía que todo saliera mal en el último momento. ¿Y si el cordón no se cortaba? ¿Y si se le quedaba colgando al bebé durante demasiado tiempo? ¿Sería peligroso? Odiaba tener tantas preguntas, pero no tenía ni idea de medicina, y, aunque la tuviera, seguramente sería un desastre, pues apenas había avances para salvar vidas.

Fue por ello que miré con una gratitud increíble al hombre que reaccionó, y decidió ayudarme.

—¡Rápido!— exclamé, aunque no quería sonar presurosa, ni agobiante, pero temía que hubiera una especie de cuenta atrás para tener aquello colgando del ombligo del niño.

Lo miré arremangarse, y ensanché la sonrisa, sintiéndome, de alguna manera, no protegida, pero sí amparada. Había pasado miedo, y mucho más aquella mujer parturienta.

Si no encontraban el hilo pronto, o si no daban con él… ¿Cómo tenía que ser? ¿Acaso era algún tipo de hilo especial, de un color concreto, de una resistencia específica?

Sin embargo, mis dudas fueron resueltas al ver a otro hombre con un hilo en la mano. Lo vi con ojos brillantes, y pensé que sí, que era especial.

—Seguro que sirve— dije, emocionada, aunque no tenía ni idea exactamente de cómo funcionaba. Nunca había visto ese procedimiento, y dudaba mucho que supiera hacerlo, por lo que me aparté, y dejé sitio a aquellos dos hombres que parecían manejarse bien en aquel concreto asunto—. Ayudadla. 

Se siente algo incómodo bajo la mirada demasiado expresiva de Dôa, aunque no deja de ser natural en alguien como ella. En los temas de almohada es bueno ser emotivo, aunque en aquellas circunstancias era realmente azaroso. Ante semejante muestra de intimidad sólo se atreve a dedicarle una corta reverencia de reconocimiento.

Observa el hilo que le ofrece el padre... Su señor en la tierra. Lo observa un segundo. Intenta ser neutro ante el hilo mugriento que le ofrece el sacerdote, ocultando sus pensamientos tan bien como le han enseñado.

¿Qué problema tienen los nanban con la higiene?

Piensa que es un hilo muy inadecuado, pero es más inadecuado comentar el tema.

Hai... Gracias, páter. Es usted muy generoso al estropear sus ropas por esta mujer.

Y tomando el hilo se dispone a hacerlo lo mejor que pueda. Dôa se ha apartado y puede percibir el alivio al dejar el asunto en otras manos. Asiente con agradecimiento a la mujer por dejarle espacio, toma aire, lo expulsa y hace lo que se tiene que hacer.

La pica entró sin mucho problema a través del peto de su adversario que se revolvió chillando cosas que Quirós intuyó eran afrentas a su madre en lo que cojones hablaran los del Cipango. El Cabo empujó hacia adelante y miró por encima del japonés para ver el carajal en el que se habían metido. Las espadas de los asaltantes tenían pinta de necesitar hueco para poderlas manejar bien si los arrinconaban se acabarían estorbando unos a otros.

-!Picas conmigo, en formación, vamos a arriconalos contra la borda! -levantó la voz por encima del bullicio del combate- !Los rodeleros en las bandas, emburriarlos con los escudos, arrinconarlos contra la baranda!

El Cabo Quirós apretó los dientes con gesto serio y tiró con fuerza para destrabar la pica que volvió cortar el aire rápida como una flecha al muslo del asaltante nipón. 

-!Vamos a echalos a la mar!!España, cierra, cierra!

El sargento dió un golpe de alabarda a la pierna del guerrero que le atacaba, dejándosela bien maltrecha. Cualquier otro se hubiera retirado del combate, excepto alguien lleno de odio, obstinado, ciego o con un concepto mal entendido de la valentía. Le dió otra lanzada, buscando atravesarle como a un cochino.

Por su parte, el capitán había atravesado las protecciones de la pierna del oficial enemigo, perforando su pantorrilla de parte a parte. Pero tuvo el tiempo justo para recuperarse conforme él le lanzaba un tajo descendente, directo al cuello.

Finalmente, cosieron el ombligo del niño y la placenta salió, terminando con aquellos dolores. Las entrañas del ser humano no eran más que vísceras, grasa y cosas bastante desagradables al olor y al tacto. No eran muy diferentes a las mollejas de una vaca o un cerdo. Éste era el misterio de la creación. Como de lo más infame puede nacer lo más sublime, que es el hombre.

La madre abrazó a su recién nacido, acunándolo. Estaba contenta, después de todo el dolor sufrido. Aunque pronto se quedaría dormida, a causa del sobreesfuerzo.

-Gracias... gracias a todos...

Sonrió de oreja a oreja. Mientras, en las cubiertas superiores se escuchaban gritos y el chocar del arma blanca. Los japoneses les estaban abordando.

Ahora si. La lanzada de Quirós le quebró la pierna al hideputa, y cayó al suelo entre grandes alaridos. Serían muy valientes, pero aquellos cabrones chillaban como cerdos cuando les herían. Que poco temple, rediós.

Aquello niveló las tornas. Los piqueros de refuerzo, empuñando medias picas para el abordaje, empujaron a punta de lanza a aquellos cabrones de vuelta al mar, matando a muchos de ellos. Gracias a Dios, estaban ganando el combate.

¿Pero estaban locos o qué? en su vida militar, pocas veces había visto a alguien con una herida semejante, arremter con tanta furia, o estaba loco o estaba loco.

La potente lanzada del Japonés fue buscando su corazón, pero esta vez, prevenido, el sargento logró blocar el filo enemigo con fuerza y presteza. Después le escupió a la cara al del cipango como muestra de desprecio.

-Perro de satanás, hoy vas a morir aquí, hideputa!-

- ¡Ah!- A Lope le sorprendió la respuesta del bárbaro guerrero, el cual no cejó en su empeño de malherir al capitán. Éste reaccionó tan presto como pudo para parar el tajo y una vez conseguido, contratacó con su ropera hacia la cara.

Ortega sintió el arrope de otros soldados que cerraban filas hombro con hombro y armaban una pared erizada de picas y mala leche, que coreando a su cabo gritaban: ¡cierra, cierra!

Pasando todo el peso a la pierna adelantada el coslete se echó hacia delante para ganar impulso y alcance, enseñando a aquellos herejes a temer a la infantería española con dos golpes de pica bien dirigidos. El brazo lacerado ardía como el infierno y lejos de impedir el combate, hacía que Ortega renovase el ímpetu y las ganas de devolver japonese al mar.

¡A por ellos! abordemos a estos herejes hasta que no quede ni uno vivo.

Si abordaban a combate cerrado donde nadie sabía de nadie, Ortega tendría la ocasión de hacerse con algo de botín, pero de quedarse sobre la cubierta española no tendría con qué soportar los naipes de la noche.

Las tornas habían cambiado y los suyos lo estaban haciendo bien retroceder con buen tiento a los asaltantes. Le pegó una patada en la boca a su enemigo moribundo para que callara la boca, mucho cuajo pero que poca compostura !La Virgen! La refriega siguió pero esta vez eran los del Cipango a quienes tocaban bastos y picazos todo sea dicho. 

-!Esto no ye na' para los Tercios!-el vozarrón de Quirós resonó entre la formación-!A estos los echamos al mar como que hay Dios!

En estas que el Cabo cogió por banda a uno de los mochileros que no era otro que Nuño, el pobre diablo iba de carajal en carajal para fortuna de Quirós. Allí estaba el mozo armado con una daga y la frente perlada del sudor del que se ve inmerso en su primera batalla. 

-!Guaje!!Ven pa' qui! -le soltó una voz que bien pareció un rugido- Busca al Sargento, al Capitán o si las espicharon los dos al que más voces dé, le dices que los tenemos a raya pero que me mande mosquetería o un par de mochileros con granadas para barrer la cubierta...vuelves y me cuentas el percal.

Ortega iba con muchos bríos pica en mano para cuando el Cabo soltó al crio que salió disparado escurriéndose entre los piqueros. El coselete Ortega atacó a un enemigo y la pica de Quirós fue directa al nipón más cercano al soldado cubriendo el avance de su compañero de armas.  

-¿Tanta prisa tienes, Ortega? -apretó la mandíbula soltando una blasfemia sobre la madre de un japonés y un burro- 

El Cabo alzó la voz de nuevo sobre el tumulto, la soldadesca se estaba comportando como leones y luchando como jabatos. Gonzalo sabía que había que aprovechar aquellos momentos para quebrar la moral del enemigo, un empujón más, era eso lo que necesitaban. 

-!Iros preparando que vamos a barrer la cubierta con mosquetería y después a pasalos a espada con dos cojones! -