Partida Rol por web

Plus Ultra - La Conquista del Cipango

Los hombres de Nishi (Escena 1)

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13/08/2015, 21:57
Director

Los pescadores de Kagoshima vieron, para su espanto, a la gran masa de buques. El viejo Taichi se apresuró a regresar con sus hijos a la costa, dejando la barca en tierra antes de correr hacia el pueblo. Los hombres del clan Shimazu no les creían, ni le dieron mayor importancia. Siempre se veían naves portuguesas doblando el cabo, rumbo hacia el norte, al recién establecido puerto de Nagasaki. No eran asuntos que incumbieran a Kagoshima, ni motivo para molestar al señor.

Pero el anciano insistió, y uno de los samurai mandó investigar. Hablaba de muchas naves, dirigiéndose al norte. Cientos de naves nanban. No solo carracas portuguesas, si no naves con otras banderas, con muchos más cañones. En las velas, tenían la cruz de los Kirishtian pintada.

Los guardias, casi todos ashigaru, miraron con incredulidad al viejo, al que creían un loco. Antes le habían amenazado con pegarle, si no dejaba de decir tonterías. Ahora el samurai les ordenaba subir a un promontorio rocoso en la línea de costa, e informar de lo que vieran. Hacia allí se encaminaron con pocas ganas, cumpliendo las órdenes de su oficial. Hablaban y fanfarroneaban por el camino, con sus lanzas sobre los hombros, andares plebeyos y patizambos, contando chistes y hablando de historias. Ascendieron hasta el promontorio compitiendo, a ver quien llegaba antes. Se derribaban sobre las rocas, se insultaban y hacían burlas, tratando de ganar aquel premio. El perdedor debía pagarles unas rondas de sake al resto, así que nadie quería quedar el último.

El primero que llegó, el pequeño y escurridizo Sato, se quedó parado en lo alto de las rocas cubiertas de hierba, sin dar crédito a sus ojos. Su amigo Kei llegó justo después, tras una caída tonta que le había arrebatado el trofeo de la ascensión.

-¿Que miras, eh? -le preguntó- Parece que hayas visto a un Tengu.

No respondió nada, solo levantó la mano y señaló con el dedo. El resto llegó detrás, todavía quejándose del esfuerzo. Se quedaron mirando aquel aterrador espectáculo, conforme llegaban a la cima. Más de un centenar de naves negras, naves nanban, con sus banderas al viento. Naves grandes y pequeñas, que pasaban alejadas de la costa, pero que se podían ver desde allí.

-Ésto no me gusta... -dijo el suboficial- Nunca han venido tantos, no para comerciar. El shogún no lo permitiría.

Todos se giraron a mirarle, reflexionando sobre aquello. Ellos habían conocido el tumulto de la lucha de clanes, la lealtad a la bandera de su señor. Un señor que se resistía a la expansión de Nobunaga y su títere, el shogún Hideyoshi. Pero aquello podía cambiarlo todo. ¿Que querían aquellos extranjeros, y por que venían tan numerosos? Había que informar a su oficial, y luego al daimyo.

-Volvamos, rápido. El señor sabrá que hacer -sentenció Sato.

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13/08/2015, 22:23
Director

El viaje desde Manila había sido corto, aunque había durado varias semanas. Corto en comparación a las largas jornadas de navegación a través del Altántico y el Pacífico. Al final, la cordura se impuso, y aunque se enviaron hacia Acapulco, las mejores naves de la escuadra tomaron la ruta más directa, doblado el Cabo de Buena Esperanza. Esperaron a los demás en Manila, poniendo las cosas en órden. Ayudando en la reconstrucción del fuerte, dos veces asaltado, y desembarcando la artillería y los hombres que habían sido asignadas a la plaza.

El rey no quería que se repitiera los ataques de 1576 y 1582. Manila había de ser su puerto amigo en el Pacífico, y el lugar desde donde partieran los suministros necesarios para la gente de guerra. Las flotas convergieron, casi sin oposición. Solo unos piratas ingleses, de esos que no conocían más nación que el dinero, habían hostigado a algunos buques en el Caribe, capturando un pequeño jabeque en un descuido.

Del resto de naves, solo se lamentaron las pérdidas de tres urcas, que en lo más grueso de una tormenta en el Pacífico se separaron de la escuadra para nunca verse más.

Y así, tras más de ocho meses tras la partida de las naves desde España, llegaron todos a Manila. La recepción fue cálida, pues se había gastado un buen dinero en asegurar suministros desde China, reses, pescado fresco, trigo y demás alimentos, que los hombres embarcados acogieron con gusto. Algunos habían tenido escorbuto, como era normal en esos largos viajes, y ahora sanaban con alimentos frescos.

La estancia en Manila se estaba demorando, buscando pasar los peores meses de comienzos de año para reaprovisionar y armar a las tropas. Muchos venían con la instrucción justa, y fue preciso foguearlos peleando contra los moros del Mindanao, cosa que fue bien acogida entre los que en Manila habitaban, pues siempre tenían problemas de los sultanes del sur.

La plata de Nueva España estaba rindiendo buen fruto. Una fuerza de piratas wako, de la China, se les unió en busca de botín, y en sus naves embarcaron los tagalos de los clanes de Luzón. Tanta era la fuerza de aquel ejército, que simplemente mandando una fracción contra el Mindanao, se consiguieron muchos éxitos. Éxitos impensables para las exiguas fuerzas con las que Manila había contado desde su fundación.

Hambrientos de buena comida y mujeres, muchos españoles y portugueses se derramaron por mancebías y salones de té, llenando de vida los bajos fondos de la ciudad. Mientras, se cargaron en las naves los víveres y municiones, y se debatió con los pláticos en aquellas aguas todo lo que había de ser la fase naval de aquella conquista.

Los soldados no se enteraron de mucho, pues alternaban sus permisos con la disciplina del campamento. Era preciso practicar el montaje y desmontaje del mismo, siguiendo las mismas ordenanzas que en Flandes o Italia. Hubo, como siempre, rencillas a causa de honor, mujeres y vino, pero el mando pasaba un poco la mano, pues era consciente de que los hombres venían cansados tras tan largo viaje. Habían recorrido medio mundo, y ahora se esperaba que tuvieran fuerzas para conquistar la otra mitad.

Finalmente, la dulce estancia en Manila, comiendo plátanos, carne y leche, se terminó. Entraba abril, y con él, el buen tiempo. Las tropas volvieron a embarcar, preparándose para el salto final que debía llevarles a las islas del Cipango. Solo entonces supieron que se encaminaban hacia el sur de éstas islas, al puerto amigo de Nagasaki, colonia de la compañía de Jesús. Esperaban reforzarlo, convirtiéndolo en la plaza fuerte y base de operaciones para la conquista de las islas.

Como era necesaria gente local, para usarla de gastadores, tener lavanderas y aún prostitutas, fueron atraídas al sonido del dinero muchas de las mujeres que trabajaban en Manila. Y entre ellas, Dôa y sus muchachas, que esperaban servir té y deleitar a los oficiales, a los que se suponía más refinados, con su buen hacer. Era una excusa, buena como otra cualquiera, para regresar al sagrado suelo de Japón.

Martín, por su parte, evitaba esos pensamientos. Llevaba años siendo el criado, compañero de fatigas y factotum del padre Expósito, el misionero que le había acogido tras la muerte de su familia. Ahora eran un equipo de traducción, y de hecho uno de los mejores. Durante el camino, se habían dedicado a enseñar a los oficiales a hablar japonés, y tratar de mostrarles los modales. Algunos atendían más que otros, claro. Algunos señores rechazaban de plano rebajarse a aquello. ¿Aprender las costumbres de los monos orientales?, ¡Si las suyas eran las mejores! Para otros, sin embargo, era una cuestión de disciplina. Órdenes del rey, y cosas propias del oficio. Trataron de sacarle al lado divertido a todo aquello, y las clases solían ser una jaula de grillos.

Estaban embarcados con la compañía de Lope de Figueroa, del Tercio del Águila, en el galeón Santa Catalina, una estupenda y orgullosa mole erizada de cañones, que había sido botada tan solo cinco años atrás. Su capitán de mar era Fermín de Berasategui, un vizcaíno muy plático en las cosas del mar, que mandaba a los artilleros, gavieros, grumetes y marineros rasos que sumaban setenta almas. Habían sido los encargados de llevarles desde la Península, y entre unos y otros había una excelente relación, no exenta de los típicos roces con personas particulares. Los marinos eran gente muy celosa de sus cosas, y hablaban de un modo muy raro, que pronto debieron aprender. Izquierda es babor y derecha estribor, y hasta las cosas más sencillas, como una maldita polea, se llamaban diferente. "Cuadernal".

El Santa Catalina navegaba en la vanguardia de la escuadra, muy cerca de la nave del almirante, y por eso era testigo de excepción de todo que estaba pasando. En la bodega, hacinados sobre las sucias sentinas, la grava y los barriles, viajaban las mujeres y los pasajeros civiles, a la manera acostumbrada en Europa. Gracias a Dios, al haber hecho la aguada en Filipinas, el agua no estaba podrida, y el olor allí no era tan vomitivo como en el resto del viaje. Sin embargo, el lugar estaba impregnado de aquel asqueroso olor que les había acompañado durante meses.

Hacía tres días que habían avistado las costas del Japón, y su intención era proceder hasta la bahía de Tachibana para desembarcar a la gente en Nagasaki. Sin embargo, todos sabían que tal concentración de fuerzas atraería la atención de Nobunaga y del mismo emperador. Así a que a nadie extrañó que cuando doblaron el cabo de la isla de Kaba, el vigía anunciara a voz en grito desde la cofa.

-¡Flota enemiga, por la amura de babor!

Se tocaron inmediatamente los tambores, pitándose a zafarrancho. Mujeres y civiles quedaron sellados en la bodega, se esparció arena en las cubiertas, preparándose las armas cortas, balas de falconete y cargas de pólvora para los tiros gruesos. Los marineros ocuparon su lugar, y los artilleros se dispusieron a cargar los cañones de la banda que el capitán ordenase.

Desde el San Cristóbal, buque insignia, el almirante enarboló la bandera que señalaba la órden: formación de combate. La flota enemiga avanzaba a buen ritmo, pues aunque tenían velas, la mayoría de las naves iban a remo, como las galeras. Era una flota de juncos y pequeños transportes de tropas, naves chatas y anchas pensadas más para alojar a la infantería que para disparar los pequeños cañones que transportaban.

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13/08/2015, 23:05
Fermín de Berasategui

El capitán de mar desplegó el catalejo. Tenía justo detrás a Figueroa y el sargento Tarantela. Lo que vió era preocupante. A sus espaldas, timonel y gavieros se afanaban a cumplir las órdenes del almirante, colocándose en posición de combate.

-No son pocos, vive Dios. Parece que han juntado a toda su maldita flota. Los espías del Nobunaga nos habrán visto en Filipinas, eso seguro.

Se giró a mirarles con una media sonrisa.

-Una vez nos enfrentamos a sampanes chinos, no se preocupen. Solo hay que temer el abordaje, aunque en eso descubrirán que los españoles tampoco vamos mancos. Que se prepare su gente, mosqueteros a las batayolas, que se armen falconetes y esmeriles. Si intentar subir, antes lo pagarán caro. Y luego, tenemos medias picas. Y su gente las sabe usar.

Se pasó la mano por la barba.

-Como decía mi abuelo: a más moros, más ganancia.

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13/08/2015, 23:10
Director

Les habían dejado allí abajo. Cuando les sellaban, la poca luz del exterior llegaba de la cubierta superior, de las que les separaba el enjaretado de madera. Cuando había combate, las mujeres y los civiles se ponían nerviosos. Allí había muchas mujeres, lavanderas, prostitutas chinas, malayas y filipinas, además de simples campesinos contratados para labores de gastador y acarreo de peso.

Era un caos. Un pequeño universo con gallinas en sus cajas, charcos de agua sobre la arena, ratas y cientos de barriles apilados junto a las velas de respeto, la artillería desmontada y mil cosas más.

El jesuita tenía un espacio algo mejor, en un pañol donde se guardaba queso, aceite y aceitunas. Su espacio, ya pequeño de por si, estaba separado mediante una cortina de aquel donde estaban las chicas japonesas, las delicadas aspirantes a geisha, dirigidas por la maiko Dôa, que sabía español. Les había costado acostumbrarse a aquella incomodidad, y a dormir en los coys, las literas de tela que colgaban del techo.

Allí abajo hacía mucho calor, pero ahora la temperatura había aumentado. Así que sudaban como pollos.

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13/08/2015, 23:26
Don Diego de Tarantela y Villegas

Diego calló mientras hablaba el capitán de navío Berasategui, echando cortas miradas a la flota enemiga, la cual, sin artilugio ninguno se veía distante, muy distante y confusa.

Por lo visto era una flota grande, a juzgar por las palabras del Berasategui, entonces la ansiedad por el combate comenzó a hacerle cosquillas en el estómago, subiendo por su pecho hasta el corazón, haciéndolo latir más deprisa.

Se calmó con rapidez, estaba curtido en demasiadas batallas como para asustarse ahora. Más bien el sentir era impaciencia.

Impaciencia por entrechocar espadas con el enemigo, quería comprobar si de verdad eran ciertas las cualidades de los habitantes del cipango.

A pesar del reniego que le salía de la boca, cuando terminó el capitán del mar de hablar, consiguió callárselo

empecemos con buen pie   pensó para sí el sargento, pues no tenía ganas de recibir censura a las primeras de cambio.

Esperó a que su capitán Don Lope de Figueroa hablase, a modo de cortesía militar, bien arraigada en los ejercitos de la gloriosa España. De todas maneras, su cabeza ya estaba en funcionamiento, pues se avecinaba combate, y había que ganarse la soldada.

 

 

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13/08/2015, 23:46
Gonzalo Quirós

El viaje por mar se le había hecho largo aunque por suerte para el Cabo tenía buenas tripas y no era de revolverse con el no poco movimiento marinero. El vaivén era una jodienda pero una vez uno se hacía a ello era como estar azafranado pero sin la parte buena. Lo peor del mar era sin duda el aburrimiento, días y días solo viendo azul y con la cabeza tostada a un sol de justicia hasta que a uno se le acababan derritiendo las entendederas.

<<Manila tenía ese olor añejo a fin del mundo conocido; olor a vino, putas y viruelas.>>

Si el viaje había sido sal y agua, Manila fueron manjares y dichas. Buen descanso dio el puerto amigo a la fatigada soldadesca y buena ganancia hicieron las Mancebías con tanta pica en pie de guerra. Es en una de estas mancebías donde se habían encontrado a Nuño, un porteador del cual Gonzalo se había dignado a aprenderse el nombre por estima hacia su "atenta" madre. Eso había sido todo hasta entonces, ahora había llegado la hora de darse candela. 

-!Vosotros!-interceptó a un par de mochileros que descendían- !Repartid acero, medias picas y plomos para la mosquetería! -el Cabo giró en redondo soltando un silbido a un par de sus coselete- !Conmigo!

Los hombres iban reaccionando rápido, Gonzalo apenas tuvo que pegar cuatro voces para que los mochileros subieran el acero a la cubierta y comenzaran a repartirlo. Se asomó por la cubierta y observó las naves enemigas, con un poco de suerte les darían mucha candela con los cañones. 

-!Guaje!!La pica! -Gonzalo alargó la mano y Nuño le dio la media pica - !Ale, señores, Brio!

Notas de juego

Presupongo que Gonzalo al ser Cabo nada más tocar zafarrancho de combate se pone a dar voces para organizar a la gente. Si tengo que tirar algo para organizar un poco a un puñado de hombre ya me dices, master ^^.

PD: Nuño es solo un recurso literario al que cargar con mi armadura XD

 

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14/08/2015, 08:56
Pedro Ortega Alonso

Al abrigo de la amura de babor se encontraba el hidalgo Don Pedro, entre el grueso de la tropa y con la vista fija en los extraños buques de la armada enemiga. Se antojaron a Pedro los cuadrados barcos como picatostes en una gran sopa de ajo y no puedo evitar una carcajada castigada con miradas ceñudas y bocas fruncidas bajo enormes mostachos por la infantería de Su Majestad.

Mucho perro con malas pulgas. Que no hay empresa seria que no pueda hacerse con un poco de vino, por el amor de Cristo. Cuanto soldado sobrio hay aquí que cuando se escucha el tronar de arcabuces se le aflojan las tripas y menta más santos de los que caben en el santoral.

El coselete recogió su media pica y aguardó. Con suerte la gente de mar haría buena labor hundiendo la mayor parte de aquellas naves y si la cosa tornaba de color pardo, estaban los mosqueteros. No era momento de ponerse nerviosos, si Dios estaba con ellos Pedro no tendría ni que desenvainar la toledana.

Un Cabo ladró cual perro cortijero, llevándose con él dos coseletes. Pedro dejó que fueran los ávidos de distinciones, que no era buen negocio andar cerca de oficiales y suboficiales. Atraían las balas como la mierda a las moscas y tenían la mala costumbre de aprenderse el nombre de la gente, que luego no le dejan a uno tranquilo ni a sol ni a sombra.

Se limitó a esperar entre la masa de soldados erizados de medias picas, con las piernas separadas para equilibrar el zarandeo y la sesera perdida en rememorar vívidamente los placeres de Manila.
 

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14/08/2015, 09:55
Lope de Figueroa y Barradas

Acostumbrado a viajes mediterráneos, Lope tuvo un mal viaje hasta llegar a las tierras de Filipinas. Para él fue un alivio desembarcar en Manila.
Allí tuvo la oportunidad de tratar no sólo con el resto de la oficialidad del Tercio del Águila, sino también con los jesuitas y sus enseñanzas sobre las gentes de Cipango. Los deseos de su Católica Majestad fueron claras, por lo que el capitán se afanó en aprender todo lo que le enseñaban aún con cierto disgusto por ello.

La partida hacia las tierras bárbaras fue distinto. Lope notó la tensión de su compañía, pues aunque el viaje fuese de breves semanas el peligro aguardaba en el horizonte. Y vaya si apareció.

Junto a Fermín oteó los barcos llegados de Cipango. El momento ante el cual se estaban preparando llegó y el almirantazgo ordenó la posición de combate. Gelves, Flandes, La Alpujarra, Lepanto...Todas áquellas batallas vinieron a la mente de Lope, pero áquellos hombres eran un nuevo enemigo al que se debía enfrentar. Respiró hondo para aclarar la mente y pensó en la Virgen María, pidiendo su protección.

- No vinimos al confín del mundo a tomar té, me temo.- Le espetó a Fermín, capitán al que respetaba, de forma recia. Giró ligeramente su cabeza hacia el sargento.- Diego, disponed a los hombres. Con presteza falconetes y esmeriles...Y los mosqueteros deben aguardar la orden de disparo, evitad pues nervios en los jóvenes e inexpertos soldados. ¡Que se mantengan firmes!

No dejó de mirar hacia los barcos de esos hombres llamados japoneses.

- Siempre me preocupo Don Fermín...Siempre me preocupo.

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14/08/2015, 16:21
Martín de Nagakura

Me sentía como un león (perro en realidad) encerrado. En situaciones como aquella salía a flote mi orgullo de samurai y me odiaba a mi mismo por estar allí, rodeado de heimin, cuando mi lugar estaría arriba, dispuesto a repartir y recibir la muerte...

Pero ahora todo era sencillo. Eso ya no era lo que se esperaba de mí. Era un kirishtian y se suponía que la violencia no era un recurso aceptable. Me costaba entender aquello de la otra mejilla cuando venían con una flota de guerra a conquistar mi antigua tierra, por lo que sonreí al ver una doblez oculta en los hombres de ojos de gato. A veces me resultaba muy ofensiva la literalidad de aquellos hombres barbudos.

hacía mucho calor y empezaba a sudar. Era vergonzoso. Sucio y vergonzoso. Era karma. Cristo ponía a prueba a sus vasallos. Me senté con las piernas cruzadas, con la katana en mi regazo e intenté abstraerme a mi entorno, mientras recitaba unas oraciones a Cristo, pasando las cuentas de su rosario, y así conseguir que él favoreciera una meditación provechosa.

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14/08/2015, 16:32
Dôa

Tocar el shamisen me impediría hablar con todos los que estaban allí congregados, y haría que Keiko, mi compañera, experta bailarina, se moviera con gracia al son de la música.

No entendía de dónde salía tanta gente, ni tampoco pregunté. Apenas pude terminar mis lecciones, y no me consideraba más que una maiko entrenada en exceso. Vagaba entre el estadio de las aprendizas y la constelación de las geishas. Una maiko no hablaba, sólo aprendía observando de su hermana mayor, y era auxiliada cuando lo necesitaba por su bisoñez. Yo no tenía a mi hermana mayor, y me sentía más segura callando que tratando de entablar conversación. A eso se dedicaba Aya, una geisha con el rostro blanco, un kimono exquisito de seda, quien podía robar miradas con sólo uno de sus pestañeos. Ella servía el sake, Keiko bailaba con los abanicos, y yo tocaba el shamisen.

El alboroto y la música me impedían escuchar del todo las preocupaciones de los hombres que nos visitaban, pero intuía que no debía de preocuparme demasiado: mañana ya no estarían, y a mí me habrían olvidado, como yo a ellos.

Sin embargo, el destino es caprichoso, y se divierte a nuestra costa. Todo aquello pasó a ser un recuerdo más bien alegre que monótono y rutinario. Nuestras vidas iban a cambiar de un momento a otro, y todos lo sabíamos.

Contemplé a una de las muchachas abanicarse con uno de los abanicos que usábamos para bailar, y cogí su mano con algo de dureza, mirándola.

Īe.

Los abanicos, nuestros abanicos no eran más que para bailar, para moverlos con suavidad, cuando fuéramos olas del mar, el viento soplando, o las flores de los cerezos. Nos abrasábamos de calor, pero no iba a permitir un mal uso de algo que era tan caro, y nos simbolizaba tanto.

Tomé su abanico, con la mano sudorosa, y sonreí para calmarla. No recordaba cuánto tiempo había pasado, pero el calor y la humedad eran agobiantes. Las capas de seda que nos envolvían se hacían insoportables, y el maquillaje de una de mis compañeras se corría por su cuello.

Ensanché la sonrisa, mirándolas, y moví el abanico de un lado a otro con la mano libre (la otra la usaba para agarrarme al coy; no me acostumbraba al bamboleo del barco), alzándolo un poco al aire, cerrándolo y abriéndolo, metiendo el dedo índice entre las varillas para girarlo sobre sí mismo. Terminé cerrándolo, y se lo di de nuevo a su dueña, inclinando ligeramente la cabeza.

Tragué saliva con dificultad, notando mi garganta como una tierra árida, y miré a mi alrededor, contemplando los que allí estábamos.

Calor— me limité a decir, suspirando por la nariz, y tratando de sonreír. 

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14/08/2015, 15:28
Don Diego de Tarantela y Villegas

El capitán de Figueroa dio la orden y Diego se puso a ello.

Vio que su subalterno, el cabo Quirós, ya había puesto en funcionamiento a la soldadesca, cosa que le pareció bien al sargento, se fue hacia él con paso vivo y decidido.

-GONZALO!, GONZALO!- gritó para llamar la atención de este

-Avisa a cañones, falconetes listos para ayer, que monten esmeriles en las bordas y cofas, haremos que el enemigo  se hunda en estas aguas o que vuelvan al cipango con el rabo entre las piernas, huyendo del mismísimo diablo, que ahora somos nosotros-

Tras esto, inspeccionó a los hombres que se agolpaban en la amura de babor, haraganeando y mirando con curiosidad los sampanes japoneses.

-Gonzalo, monta línea doble de a cinco mosqueteros, entre cada dos esmeriles,  que esperen a la orden para abrir fuego, y que se cuiden los de dedos inquietos, o tendrán al final de la refriega un premio de los que no gustan, y que no se olvide la disciplina de fuego, disparo, retroceso y recarga, así cada fila, para que no se pierda efectividad con los plomos-

Tras dar las órdenes pertinentes al cabo, se dirigió a los mochileros.

-ZAGALES!, no os quiero ociosos o mirando la pelea, reponed balas, pólvoras y plomos a los que lo necesiten, terminad de repartir medias picas y aceros, siempre hay algo que hacer, y como os vea  haciendo el haragán, tened presente que yo mismo os lanzaré por la borda,  si nos viéramos apurados, empuñad armas y haced que los del cipango lo paguen caro-

-SANCHO! SANCHO! cógete a dos hombres y poned un ojo sobre los zagales-

Finalmente se dirigió a los infantes.

-Señores, dejad de asomar la cabeza por la borda y aprestad las armas, ajustaos coseletes y morriones y formad en el centro de la cubierta, no quiero que a ninguna cabeza curiosa la abran como a un melón con esos tanegashima, cuando el enemigo intente abordarnos, les enseñaremos cuan afilado es el acero español-

-ORTEGA! BALENZIAGA!, conmigo siempre, pegados a mi trasero como mala sombra-

Algo más relajado al tener todo controlado, volvió a dirigirse a los infantes

-Señores, para esto hemos venido al Cipango con la real autoridad que nos brinda nuestro señor y rey, a esos herejes nacidos de una perra les mostraremos con ganas la bravura de España, que regresen al cipango acobardados y envueltos en llanto, a abrazarse acongojados en el regazo de la puta que los parió-

Aún no había empezado el combate, por lo que no había razón para ser duro ejerciendo el mando, al menos, de momento volvió a llamar al ajetreado cabo

-GONZALO! dame novedades cuando esté todo listo para informar al capitán-

Por ultimo, se quedó vigilando que la infanteria acometiese sus órdenes con premura

-VAMOS, NO TENEMOS TODO EL MALDITO DIA, REDIÓS! A FORMAR!-

 

 

 

Notas de juego

Con ortega, me refiero al personaje de Warlock.

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14/08/2015, 18:53
Padre Rodrigo Expósito

"Escriben en el Cipango como en la China, con caracteres diferentes que escriben con un pincel..."

Le había llevado un buen rato de esfuerzos concentrarse por encima del bullicio que inundaba aquel pañol para releer los documentos de mayor inspiración personal y vocacional, "Observaciones e instrucciones para la gente cristiana en las islas del Cipango" del padre Maduro. Apenas llevaba unas líneas de lectura cuando fue interrumpido por los gritos y movimientos apresurados de pies, resonando sobre sus cabezas en la cubierta.
Al poco, reconoció el repiqueteo de tambores, aparte de otros ruidos que indicaban que les dejaban encerrados allí abajo.
"Parece que nos aprestamos para combate, que el Señor Todopoderoso nos guíe y nos asista". Después de esta suposición, Rodrigo se concentró durante apenas un minuto, rezando mientras movía los labios en susurros.
Al acabar sus oraciones, mira hacia sus pertenencias, más concretamente a su bordón de clérigo.

"Muy mal se tienen que poner las cosas ahora para que me tenga que ver haciendo uso de la fuerza, pero una vez lleguemos a tierra firme..." Sabe bien que esto no es una misión de paz, o evangelizadora. Es una operación militar, bélica, de conquista. Va a correr sangre de unos y otros, sin piedad. Ya le tocó, hace unos años, mantener a raya a aquellos piratas wako en una ocasión. Pero esto es algo más serio. Si ve su vida en peligro, no dudará en esgrimir su bordón ante cualquiera que ose poner en peligro su vida. Y si se ve obligado a manchar sus manos de sangre, que Dios juzgue, llegado el momento, si ha de pagar por sus actos. 

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15/08/2015, 02:59
Fermín de Berasategui

El buque estaba virando, para presentar su poderosa banda de babor, llena de portas y cañones, al enemigo que avanzaba con muchas asaduras. Sus cañones eran pequeños, y de lejos ellos les podían ofender mejor. El capitán de navío se giró a su patrón y pasó la órden, para que la gritaran a las cubiertas inferiores.

-Toda la artillería de la banda de babor, que se prepare. Las piezas grandes del entrepuente primero, que disparen conforme el enemigo esté a alcance.

Volvió a su catalejo, mientras todo alrededor era un caos de preparativos.

-Vamos a enseñarles la artillería que sale de las fábricas del rey.

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15/08/2015, 03:03
Director

La concentración de los pasajeros de la bodega se alteró por el enorme ruido. Los cañones de la nave, que no se habían escuchado desde unas prácticas de tiro en el Atlántico, rugieron con furia. Las grandes piezas del entrepuente, tiros grandes de bronce que hicieron crujir a la embarcación. Su ruido era como una estampida de enormes truenos.

El juego de los cañones fue muy efectivo. El enemigo se aproximaba, mientras el resto de la escuadra entraba en fuego o maniobraba para entrar en él. Querían acortar distancias antes de que toda la artillería occidental entrara en juego, pero la poca que ya lo había hecho resultaba devastadora. Los cañones del Santa Catalina hundieron un junco y dañaron severamente a tres lanchones de desembarco que se habían aproximado, provocando no poca mortandad entre sus ocupantes.

Los grumetes se apresuraban a entrar a los pañoles de pólvora y coger las cargas para llevarlas a las baterías, mientras en cubierta se daban órdenes y la infantería se preparaba para repeler un posible ataque. Entonces, una de las naves más grandes del enemigo, que parecía una capitana, se acercó para jugar la artillería, dando en el barco. El sólido roble cubano aguantó el embite, por lo que recibieron pocos daños.

- Tiradas (2)
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15/08/2015, 03:10
Director

Uno de los proyectiles de artillería chocó por debajo de la línea de flotación. Sonó como un golpe, pero no se produjo ninguna vía de agua. Todos miraron hacia esa pared con cierta fijeza. Hasta que sonaron los gritos de una mujer, en el compartimento principal de la bodega, chillando como loca.

Cuando Martín se asomó, se dió cuenta de que era una prostituta malaya. Estaba rodeada por tres de sus compañeras, y al parecer había roto aguas. La gente estaba asustada, e incluso las compañeras de Dôa abandonaron sus idílicas actividades.

-Son los nuestros -dijo Keiko en japonés- Los nuestros que atacan.

Se escuchaba ruido de disparos y gritos, muy cerca del barco. Estaban tratando de abordarles.

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15/08/2015, 03:14
Director

El enemigo les tiró garfios y arpeos, con mucha valentía. Las pequeñas piezas de las cubiertas inferiores les castigaban, mientras comenzaron a hablar los falconetes y esmeriles, barriendo la cubierta superior. Pero la cubierta estaba prácticamente desierta.

Los españoles se apresuraron a tratar de desenganchar los arpeos, mientras los mosqueteros se preparaban. Entonces, comenzaron a salir los japoneses. Primero, arqueros con sombreros de paja cónicos, que se desplegaron con rapidez contra la borda, bajo el fuego de la mosquetería. Un fuego que mató a muchos de ellos. Acto seguido, los arqueros salieron de su cobertura y comenzaron a llover flechas. Flechas que mataron a un marinero e hirieron a dos grumetes y otros tantos soldados. Poca cosa, en comparación de las decenas de bajas que provocaba el fuego de mosquetería.

Pronto se pasó a palabras mayores, y comenzaron a tratar de lanzar por las portas de los cañones unas granadas que iban sujetas a una cuerda o cadena, con la que se ayudaban. Pero desde el galeón caían también granadas y alcancías de fuego. Todo eran gritos e insultos en ambos idiomas.

A pesar de sus maniobras, los orientales estaban bien sujetos al galeón, y sacaron unas planchas, a modo de escalera, que comenzaron a colocar, a pesar del fuego de mosquetería y los falconetes. Del interior de la nave surgieron los guerreros en armadura, empuñando armas parecidas a picas y alabardas, con sus espadas al cinto, y con energía y valentía trataron de trepar por aquellas escalinatas.

- Tiradas (4)
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15/08/2015, 14:05
Gonzalo Quirós

El Cabo corrió a lo largo de las bandas organizando a la mosquetería como buenamente pudo, lo suyo eran los bosques de picas y darse cuchilladas pero de todo había que saber en esta vida. Por suerte para Gonzalo, Dios había tenido a bien darle un vozarrón de padre y muy señor mío, lo que ayudaba a la labor. 

-!Filas de a cinco y fondo de dos! -miró para el Sargento e hizo bocina con las manos- !Todos lis..!

La artillería tronó dejando a Gonzalo con la palabra en la boca y haciendo crujir a la Santa Catalina. El familiar olor acre del humo y la pólvora subió por las troneras. La guerra de mar no tenía nada que envidiar a la de tierra y pronto se arrimó una nave de las buenas soltándoles una andanada que poco hizo a los maderos de la Santa Catalina. 

-!Mosquetería!!AGUANTAD! -gritó a viva voz sobre el estruendo de la soldada y los falconetes a su alrededor- 

La artillería barrió la cubierta vacía, astillas saltaron por todas partes y el humo empañó por un segundo la visión del Cabo Quirós. Los arqueros emergieron, ese era el momento que habían estado esperando. 

-!AHORA! -rugió Gonzalo, 

Las llaves chasquearon y los mosquetes rugieron llenando la banda de babor de una barrera de humo blanco que daba comienzo al carajal. Granizó plomo sobre los del Cipango, silbaron flechas sobre los de las Españas y muerte en forma de granadas llovió sobre patrios y ajenos. Comenzaron a tenderse pasaleras y en estas que el Cabo atisbó a un grupo de infantes y lo vio claro. 

-!VOSOTROS! -gritó a un par de infantes que corrían- !ME "CAGON" LA PUTA!!VENIR PARA AQUÍ!

Gritó en vano porque el sonido de una granada lo calló y los infantes pasaron de largo a combatir a otra de las pasarelas. El Cabo soltó un cagamento e hizo un gesto a los coseletes que lo acompañaban para que lo siguieran a la pasarela más cercana para repeler a los asaltantes. 

- Tiradas (1)

Notas de juego

Vaya mierda de tirada, la idea era que cogieran hachas y mientras unos mantenían a raya a los samuráis con las picas un par de ellos reventaban la pasarela a hachazos pero se ve que el mio grita mucho pero convence poco XD

Me he dado cuenta de que en mi ficha hay liderazgo dos veces pero con valores distintos

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15/08/2015, 15:54
Don Diego de Tarantela y Villegas

Esos malditos japoneses no lo hacían nada mal

-la puta que parió a cristo y rediós- dijo entre dientes, como mascando las palabras, sabedor que de que empezaba la hora del acero.

Era el momento decisivo, o el capitán mandaba la defensa de las bordas, o los japoneses pasarían sin problemas al Santa Catalina.

Bueno, pero Diego no lo permitiría, en el momento en el que los enemigos pusieran un pie en aquellas planchas de abordaje, él mismo mandaría la carga.

 

Notas de juego

Si la cosa está en modo crítico, mandaré a las tropas defender las bordas antes de que salten al barco como pedro por su casa

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16/08/2015, 12:57
Pedro Ortega Alonso

Con pasos plomizos y porte regio de soldado viejo cubrió el coselete la distancia que lo separaba de su sargento, maldiciendo por debajo al oficial que por alguna razón había tenido a bien memorizar su hidalgo apellido.

Que librándome del Cabo tiene que llamarme un sargento, maldita sea mi dicha y la descendencia de los Tarantela.

El de Tordesillas se llevó la mano al morrión para ajustarlo a su preciada cabeza mientras con la otra sostenía la media pica. De soslayo miró al otro infante que compartiría la sombra del extremeño y esperó que aquel curtido soldado estuviera dispuesto a cuidar bien del Sargento, por qué Pedro consideraba labor de sol a sol la de cuidar de su propio pellejo.

A mandar Don Diego, si alguno de esos moros amarillos se acerca lo empalo de lado a lado.

Dijo esperando instrucciónes, si su cometido iba a sar perseguir al sargento, esperaba que este fuese precavido.

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16/08/2015, 20:44
Padre Rodrigo Expósito

Los inevitables lances del combate marítimo estaban empezando a sucederse. Oyeron un golpe sordo, algo había impactado en una de aquellas paredes. Hubo unos segundos de tenso silencio tras el golpe, pero no ocurrió nada más. Silencio que fue interrumpido por los terribles gritos de una mujer, que procedían del grupo de muchachas de Dôa. Martín se asomó para informarse, y tras unos instantes volvió para confirmar que una de aquellas mujeres había roto aguas, y el parto era inminente.

El jesuita se frotaba las manos con cierto nerviosismo. Tras unos segundos de reflexión, le comentó a su protegido:

-Martín, pregúntale a la jefa de las chicas, aquella a la que llaman Dôa, si necesitan ayuda para asistir a la parturienta. Si la respuesta es positiva, habrá que buscar entre estas gentes alguien que pueda ser útil. Puede que haya alguien instruido en las artes médicas, o aunque tan solo sea alguna anciana cuya experiencia le haya hecho ser testigo de diversos nacimientos en su familia.

Mientras tanto, el ruido procedente de la cubierta iba aumentando, escuchándose cada vez más gritos y ruido de pelea. Con el tema de la embarazada se había evadido por unos instantes de la preocupante situación que les acechaba en aquel barco. El jaleo lo había traído de vuelta a esa realidad. Rodrigo se volvió de nuevo a echar una rápida mirada hacia su bordón. 

Aún no Señor, no me pongáis tan pronto a prueba, os lo ruego...