Partida Rol por web

Dharma se había dedicado a estudiar el clima, a hacer cálculos del deshielo, a aprender todo lo posible de navegación de los oficiales del barco.   Eran temas nuevos, la mayoría, pero tenía la ventaja del avance de la ciencia y la geografía de todo un siglo y eso le daba nuevos insights, algunas luces, aunque siempre abierta a aprender.   En esta o aquella época hubiera sido una buena alumna. 

Por eso que desesperación el machismo y patriarcado. ¡Todo lo que se perdió de oportunidad esta generación de talentos por discriminar a las mujeres!  ¡Cuánto más hubiera avanzado la humanidad en ciencia habiendo tenido tantittia más igualdad!    Le quedaba más claro ahora, con la fuerza del interés compuesto en el tiempo.   ¡Estaríamos ahorita navegando con satélites fuera de este atolladero en ese otro mundo!  

Había celebrado el 8 de Marzo con Martina y sus compañeros.

Coman las entrañas crudas de la osa.  Había dicho, para captar vitamina C.  Pero hasta eso se había acabado ya.

Ahora era otro momento.

¿Alguna señal de que habrá deshielo de verano?   El pasaje Noroeste.  Era su única esperanza.   

Si no, a caminar.  -pensó con desmayo.

Al igual que su compañera Dharma, Karim se tomó todo el tiempo libre del que disponían para estudiar la situación y como salir del deshielo. Pero ¿Porqué no volvían a dar el salto de nuevo?

Karim empezó a creer que ya no volvería a haber más saltos y con ello empezaron a llegar a su mente pensamientos oscuros de muerte y desesperación...

Aunque aún no los compartía, empezaba a entender los motivos por los que algunos marineros decidían tomar el camino rápido y quitarse la vida.

Sus miedos y manías se agudizaron. No quería tener contacto con nadie por miedo a que le contagiasen alguna enfermedad. Se empezó a volver apático y huraño.

- Si esto sigue así mucho tiempo más, no lo lograremos. - les confesó a sus compañeros un día, falto de esperanza.

Brian nunca había estado tan desesperado en toda su vida. Ni siquiera cuando acababa de explotar una granada a su lado en aquella violenta noche de 1981 en Miami. Comparado con su experiencia actual el primer salto les había llevado a la montaña rusa de un parque de atracciones.

Levantarse cada mañana, sucio, hambriento y aterido de frío en la bodega de La Esperanza, era lo más parecido que Brian podía imaginar el infierno. Compartirlo con sus compañeros de proyecto de la universidad, le añadía un punto pesadillesco e irreal.

El ingeniero era perfectamente consciente de que el verano iba a pasar y que el barco no se movería de su tumba de hielo. A menos que intentaran algo realmente ingenioso y desesperado.

Esa idea le ayudaba a levantarse cada mañana, a mantener ocupada su mente y a moverse por toda la nave tratando de encontrar cualquier herramienta o recurso que les sacara de allí. Su natural curiosidad servía de acicate cuando el ánimo fallaba.

De ese modo, Brian Yamaguchi había terminado por coleccionar una gran cantidad de cachivaches cerca del lugar donde dormía. Todo le parecía útil y rebuscaba por cualquier parte, incluso entre los equipajes de aquellos marineros que parecían destinados a morir. Cualquiera que le observara podría llevarse una mala impresión de aquel asiático que se movía nervioso de un lado a otro como una comadreja; pero a esas alturas al ingeniero ya no le dolían ni los insultos, ni los empujones, ni los golpes que alguna vez se había llevado al ser confundido con un saqueador.

Nada le importaba que no fuera encontrar una solución al misterio de su permanencia en aquella línea temporal. Y así trataba de hacérselo ver a sus tres amigos mientras dibujaba un boceto tras otro de ingenios que pudieran mover aquella mole varada.

Ánimo Brian.  Hay que repasar lo que sabemos sobre mecánica de fluídos a bajas temperaturas.  ¡Vamos!, que el trabajo de un siglo y más, y lo que descubrieron Stokes y demás no quede sin uso!.

La única forma de sacar del desánimo a un nerd como el buen Yamaguchi. 

  Y pues si no, a la expedición de caminata.  Este es el verano decisivo.  Si no deshiela, a patín nos vamos.  Si si deshiela, a navegar lo mejor para salir por el pasaje.   Lo tenemos claro.   Y la alternativa es morir como el resto.  Y no le podemos hacer esto al Tiempo, con mayúscula. 

Pues si, Dharma lo tenía claro, como el hielo. 

Martina estaba en un punto que se movía mecánicamente. Había armado una rutina que compartía con muchos para comer y beber y no dejar que una mañana se despertase congelada, pero su mente estaba obsesionada con como salir de allí. La tumba de hielo parecía irse cerrando sobre ellos y sentía un reloj en la espalda que le recordaba que cada vez tenían menos tiempo -¿Que opinan de explosivos? -Preguntó a sus compañeros con voz ronca hablando por primera vez después de días, de pensar y anotar  cosas en cualquier papel que encontrara. -Tiene que haber pólvora o algún material explosivo en la bodega, si podemos volar parte del hielo quizás podríamos liberar el barco... - O hundirlo, era la otra alternativa clara, pero en la situación en la que estaban tampoco era tan descabellado.

El Tiempo se volvió en contra de los ingenieros. Y contra sus cabezas. El cuerpo, a pesar de las pésimas condiciones que fueron viviendo, mejoraron un poco de cara al verano, pero no lo suficiente para poder tener una noche placentera donde poder descansar de manera decente.

El cansancio mental y la esperanza era lo que más mella hacía en la situación. A pesar de conocer la historia y adelantarse a los acontecimientos que estaban viviendo desde el conocimiento que tenían, la realidad era mucho más dura. Aquellos marineros y exploradores, acostumbrado a bajas temperaturas, hambre y situaciones infrahumanas, estaban en un punto donde apenas podían seguir con sus vidas.

El capitán Goodmin había cambiado. Apenas vestía con sus ropas elegantes propias de un capitán de un barco explorador como es El Esperanza. Se había convertido en uno más: si él caía, caería con los suyos.

Los ingenieros, con más conocimientos que medios físicos para poder atajar los problemas, seguían intentando ayudar a los carpinteros y al señor Keller, pero los avances apenan era esperanzadores.

Aquella noche, tras la cena, Keller se acercó a la mesa de los ingenieros. Su aspecto también había decaído mucho. Pero conservaba aquel liderazgo que le caracterizaba, aunque algo más atenuado presa del día a día y los problemas.

- El bueno de Duncan... - agachó los ojos unos segundos - Está muy enfermo. Os tiene estima y siempre ha contado con vosotros. Me ha pedido veros, aunque para mí, suena a una despedida.

El explorador tiritaba por el frío.

Pues vamos a ver a Duncan, dijo Dharma, dejando sus notas de fluído de hielos. 

Miró sus ecuaciones, como queriéndoles sacar aquella respuesta que aún no le querían dar. 

En 100 años seguro se hizo un mejor rompehielos, aún sin acorazados.  ¡Tenemos que poder!   

Se levantó, ese movimiento le daría más calor. 

¿Algo de biología, para un cultivo de algas con vitamina C?  - le dijo a Martina. 

Karim había desistido de todo plan. Aquí no tenían los medios necesarios aunque si tuvieran la física y las matemáticas de su parte. El estrés por las incursiones inuit, unido a la falta de comida tampoco le dejaban pensar con claridad.

Si todo eso no fuera suficiente para concentrarse en una solución para salir de esta, sus manías se habían agravado y su paranoia por enfermar.

- No se si es buena idea. - respondió. - Seguro que si nos acercamos acabará contagiandonos eso que lo está matando por dentro. - aclaró con signos claros de estar empezando a pensar por instinto de supervivencia más que por la lógica y la razón.

- Si os acompaño yo me quedo fuera... sentenció finalmente, sin mucho ánimo de levantarse de su asiento para ir a ver a Duncan.

Duncan se moría y Brian no podía dejar de estar presente en la despedida. Se había acostumbrado a la muerte dentro de aquel barco, él, que ni siquiera había visto morir a sus abuelos ni podía mantener la vista sobre un perro atropellado.

Si el hombre moría el único vínculo realmente fuerte con la tripulación quedaría completamente cortado. Entonces, una idea temeraria se le vino a la mente.

—Vámonos de este maldito barco —susurró a sus amigos cuando Keller se alejó de ellos—. El verano pasará y no se va a mover de aquí. Si nos quedamos está será nuestra tumba. Somos cuatro y sabemos dónde estamos y dónde nos dirigimos. Tenemos esa ventaja de conocimientos sobre esta gente. En nuestra época todos los pasos del Ártico están cartografiados. Si nos hacemos con un mapa podemos trazar una ruta hacia la zona habitada más cercana.

La idea sonaba descabellada, pero Brian había tomado la determinación de largarse de allí lo antes posible. Prefería morir intentándolo que quedarse en aquel ataúd putrefacto.

—Yo sí iré ahora a despedirme de Duncan. A la vuelta preparamos la huida, ¿sí? Nos llevaremos algo de los escasos víveres, aunque me temo que las armas estarán fuertemente custodiadas.

La noticia de Duncan era una triste anécdota más de lo que estaban viviendo. Aquel hombre, que había pasado la mayor parte de los días con los ingenieros, estaba perdiendo la vida. Poco a poco, los ingenieros se fueron levantando de sus asientos., dejando aquella cena fría y enlatada que estaban cenando, con un sabor metálico. Keller, asintió, agradecido por la consideración que estaban teniendo a los deseos del explorador moribundo. 

Las tablas crujieron bajo los pasos de cada uno de ellos. En el camino, algunos exploradores se cruzaban con ellos con un aspecto más que lamentable, a pesar de las ropas que los cubrían. Tuvieron que bajar a una de las plantas donde se apilaban camastros. El rechinar del hielo hacía crujir los tablones, haciendo notar un balanceo sobre los pies de los ingenieros. Duncan se encontraba en un camastro velado por un médico. Un par de velas iluminaban la estancia. Karim, se quedó fuera, observando entre la puerta. Teller hizo lo mismo, con las manos entrecruzadas en el pecho.

Duncan tenía las encías inflamadas y rojizas. Además, había perdido parte de su dentadura. Una barba poblada lo hacía irreconocible, acostumbrados a verlo siempre casi bien afeitado. El médico, que limpiaba un trapo en una tinaja con agua, lo posaba húmedo en distintas erupciones cutáneas.

- Oh... vaya, queridos jóvenes exploradores... - su expresión era amable y cansada -. Habéis venido ver al pobre Duncan Montgomery pasar sus últimas horas - tosió -. Habéis sido unos grandes marineros, estoy muy orgulloso de vosotros... adelantados a nuestro tiempo, diría yo... Sois muy listos - sonrió -. Una última voluntad para este hombre, dejadme uno de mis puros, hace mucho que no fumo - dijo señalando vagamente a una de las múltiples baldas sobre los distintos camastros que allí habían -. Anda, "muchacho", acércate - le pidió a Martina -.

La ingeniera asintió con amabilidad y se acercó a lugar donde los puros asomaban en una pequeña caja. Quedaban pocos. Cuando Martina se puso de puntillas para alcanzarlos, un agitamiento tiró la caja al suelo, haciéndolos rodar. Las velas se apagaron durante unos instantes por la corriente, pero volvieron a mantenerse firmes.

Un sonido chirriante de la estructura del hierro del barco crujió a lo largo de unos segundos, imitando el sonido de una ballena. Las maderas se combaron para volver a su sitio de nuevo.

- Vaya... - Duncan tosió para volver a sonreír -. "El Esperanza" hace honor a su nombre... - dijo mientras cerraba los ojos.

Keller puso su mano en el hombro de Karim apretando, con fuerza y se dirigió a todos.

- El barco, se está moviendo.

Desde el exterior de la sala, Karim se frotaba las manos que desde hacía semanas no lograba hacer entrar en calor. Temía perder algún dedo antes de que les llegara la hora a todos, como al viejo Montgomery.

- Keller, yo tampoco creo que nos quede mucho al resto. Esto es lo que nos espera a todos... - dijo señalando a Montgomery con un gesto de cabeza.

Los bajos ánimos de la tripulación le habían minado el espíritu luchador. Se había venido abajo y ya no sabía que hacer más que dejar correr el tiempo hasta su inexorable final.

Pero de pronto un quejido proveniente del propio barco pareció responder a sus oscuros pensamientos.

- ¿Nos estamos moviendo? - preguntó incrédulo primero a Keller y luego al resto de sus compañeros. - ¡Nos movemos! - gritó exaltado con un brillo inusitado en la mirada, llena de renovada esperanza.

Tras eso corrió, como muchos otros hombres hacía la cubierta, para ser testigo de lo que estaba pasando fuera.

¡Aguanta Duncan, que ya casi nos vamos!  -le dijo Dharma poniéndole la mano en el hombro antes de salir corriendo detrás de Karim.  

¡Ahora nuestros conocimientos de astronomía y navegación y dinámica de hielos nos han de ayudar!  -La esperanza que trae un crujir de hielo. 

Subió a cubierta.  ¿Estar junto al navegante era lo más útil que podría hacer ahorita?

¡Mis notas!  -las sacó con las manos ateridas de aquel gordo abrigo.

Un alboroto se formó en El Esperanza. Los ingenieros comenzaron a recorrer los estrechos pasillos subiendo por las escaleras de mano, topándose con varios marineros y exploradores. A pesar de la sensación de movimiento del barco, muchos de los presentes corrían despavoridos por lo que sucedía en cubierta. 

En menos de un minuto, los ingenieros estaban en la superficie. La oscuridad, solo destruida por varias antorchas colocadas en mástiles y barriles del barco, era casi total. Una gran tormenta de nieve había abrazado a El Esperanza. El viento agitaba con fuerza sacudiendo levemente la embarcación, mientras la madera crujía a los pies de los exploradores.

- ¡Hay que desplegar las velas! - gritaba Keller - ¡Hay que desplegar las velas!

El hielo parecía que se resquebrajaba, pero era más un deseo de cada uno de los exploradores que una realidad. Si bien el barco avanzaba, era algo imperceptible. La nieve comenzó a amontonarse en la cubierta, helando más todavía aquella zona del ártico. Otra racha de viento nevado erizó las velas, anudándolas con mala intención en los distintos mástiles, haciendo inútiles los esfuerzo de los marineros y exploradores que a duras penas obedecían órdenes de Taylor Keller.

El capitán Goodmin apareció en aquel momento, a pesar de su talante serio, una mezcla de esperanza y miedo se dibujaba en su rostro. Su voz ronca se escuchó en la nieve y el viento.

- ¡Carpinteros, al casco, hay que hacer todo lo posible para mantener el condiciones la madera y hacer que el barco avance! ¡Hay que tre... - una ventolada lo hizo retroceder un par de pasos - trepar para abrir la velas!¡Rápido, rápido! ¡Lanzad todos los barriles vacíos y que no necesitemos, si el hielo se quiebra podremos avanzar!

Martina, Karim, Bryan, ¡voy a por las velas! 

-Esperaba que sus compañeros se ocuparan de la integridad estructural de la nave. 

Lo bueno es que estudié bien String Theory.  Pensaba para animarse mientras se subía en el mástil como en aquellas paredes de las Seychelles y luego en las Appalachias. 

 Esto tenía que quedar listo para que mantengamos el momentum y la quebradera de hielo sea contínua.   Y así darle más oportunidad de evitar presiones laterales para las que, desafortundamente, no estaba construído. 

Brazo, pierna, asidera, la concentración era total mientras buscaba llegar a aquellos velámenes que había tenido tiempo para estudiar durante la interminable espera. 

Ya casi llego, Sr. Keller.  ¿Ahora?  - gritó en la ventisca.

Dharma no se lo pensó dos veces y comenzó a trepar con gran habilidad una de las velas que se tambaleaban movidas por el viento. La africana apoyó un pie detrás de otro haciendo palanca para escalar con eficacia a pesar del pesado abrigo de piel que llevaba puesto. Otros hombres hicieron lo mismo pero no con tanta habilidad como la ingeniera. Las velas comenzaban a ser una realidad.

- ¡Ayúdame, Brian! - le indicó Martina al asiático mientras cogía uno de los barriles que se encontraban en la cubierta - ¡Vamos!

De repente, una gran cantidad de marineros se pusieron en movimiento. La nevada golpeaba con fuerza, tirando a hombres al suelo, mientras rodaban sobre la capa de hielo que se estaba formando en la madera de la cubierta. El capitán Goodmin se puso manos a la obra animando a sus hombres, también bajo las órdenes de Keller.

- ¡Desenreda esas cuerdas, hay que abrirlas lo antes posible! - le ordenó Keller a Dharma ante su pregunta.

Martina comenzó a mover con gran agilidad un barril haciéndolo con eficacia sobre el hielo y la nieve de la cubierta. Brian, por el contrario, tuvo más problemas y tropezó varias veces, cayendo al suelo y casi siendo pisado por varios marineros. Por suerte, el ingeniero pudo esquivar la situación y reincorporarse.

De repente, una rápida ventisca hizo que una de los mástiles crujiera más de la cuenta, quebrándose por unos metros por la base. Dharma, que se encontraba en la parte superior se agarró con fuerza ante una caída inminente.

- ¡Cuidado, cuidado! - gritó el capitán Goodmin.

El barco daba la sensación de moverse, mientras el crujir del hielo se hacía más evidente.

- ¡Aguantad!

Karim, Brian y Martina miraron como el mástil se venía hacia ellos.

Karim se quedó paralizado al principio. Después de tanto tiempo languideciendo por su mala suerte, ahora tocaba estar presto a echar una mano a lo que hiciera falta.

Comenzó a ayudar trasladando barriles vacíos o lanzandolos por la borda. Cuando de repente levantó la vista al llegar a sus oídos los gritos de Dharma que se colaron entre una ráfaga de fuerte viento y la siguiente.

- ¡Cuidado! ¡El mastil se viene abajo! - gritó advirtiendo a todos para que se apartan de la mortal trayectoria...

Hizo lo que el Sr. Keller le decía, hasta que...

Dharma calculó el ángulo del movimiento del mástil, como si fuera en cámara lenta.  Fácil, una trayectoria esperada.  Ecuación de física básica.  En el momento preciso saltó para minimizar la fuerza con la que caería, ágil como un gato de las Seychelles.   En su caída hasta intentó desviarlo para que no aplastara a nadie.  A toda acción corresponde una reacción.  Era pequeña, ojalá fuera suficiente.  

¡Este mástil lo necesitaremos si queremos aprovechar la fuerza del viento para abrirnos camino!  -Le chocaba perder esta palanca y vector, pero quizá era recuperable.  

Era tarde cuando Brian escuchó el aviso de Karim. Brian estaba un poco perdido en mitad de la tormenta de nieve. Primero se había resbalado lanzando los barriles y ahora lo había hecho para esquivar el mástil. La poca habilidad de movimiento del asiático le había jugado una mala pasada y un golpe tremendo se le venía encima...

Dharma calculó la distancia y el tiempo para que el salto tuviera el mínimo impacto posible. A pesar de que la nieve serviría para amortiguar el golpe, la altura era lo suficiente como sufrir daño. Pero la ingeniera, en una demostración de habilidad impecable, saltó en el momento exacto para rodar con elegancia.

Karim, con más tiempo que los demás para reaccionar después del lapsus que había tenido por toda la situación, esquivó el mástil sin problema. El sonido de la madera crujiendo fue ensordecedor. Martina, muy ágil pudo esquivar con facilidad también el impacto.

Pero de repente, un segundo de silencio. Y un grito de dolor como un lobo en la noche. Brian quedó atrapado bajo el mástil. El asiático pataleaba mientras intentaba inútilmente levantar la pesada madera. Pero a los pocos segundos, el dolor le hizo perder el conocimiento.

- ¡Tenemos que moverlo! - gritó Keller mientras hacía esfuerzos en vano - Vamos, muchacho, ¡aguanta! ¡Venid! - pidió a varios de los hombres.