Partida Rol por web

Mientras Offene se marcha para seguir el corredor y encontrar otra posible entrada que sea menos aparatosa. El resto de vosotros podéis observar como Beano guarda su pañuelo, suspira largamente como si no quisiese hacer lo siguiente y avanza hacía los hombres y mujeres que copulan como animales en la sala. Varios de ellos dejan de fornicar para desnudos avanzar hacía Beano, con el resto de amantes mirándoles atónitos. Sus cuerpos parecen ondular como si hubiese decenas de gusanos debajo de su piel, Beano tambien parece sufrir estos espasmos...

Offene  en tanto, después de deambular un rato llega al final del pasadizo que termina en un callejón sin salida, si hay alguna puerta sería cosa de buscarla más concienzudamente.

La escena que podían apreciar detrás del tapiz provocaba repulsión en el Errante. Aunque su percepción extrasensorial le mostraba la situación desde una perspectiva atenuada, no podía evitar revolverse ante la degradación y el mal que anidaban en Beano y sus seguidores. Mientras Ofenne buscaba la manera de llegar hasta allí, el anciano venció el asco que le provocaba la escena y ahondó en su poder, en busca de respuesta a lo que veían. Quería saber algo más de la naturaleza de lo que serpenteaba bajo la piel del concejal y sus súbditos.

Mientras El Errante y Cleremond vigilan la perturbadora escena vuelvo a comprobar el pasillo. Su abrupto final es extraño, y que no facilite el acceso a mas estancias reduce su valor como punto de observación. No es, según mi experiencia, común que aquel que invierte recursos en crear un lugar así se rebaje a dar un largo rodeo para satisfacer su curiosidad.

Cleremond observa la escena estupefacto en tanto el Errante intenta recordar si en todos los años de su larga vida ha tenido una experiencia igual o si ha leido algo relacionado con ello. Pero no logra centrarse ante el horror que está actuando frente suya. Pues de los cuerpos de Beano y de los amantes salen decenas de zarcillos negros que se entrelazan unos a otros en tanto que sus cuerpos empiezan a deformarse dejando muy atrás lo humano. Los pocos humanos de la sala intentan huir ante la escena, pero pronto uno de los zarcillos se enlanzan en sus pies y los empiezan a arrastrar junto a la masa que se ha formado de la unión de los poseídos.

En tanto Offene encuentra por fin un pequeño botón, al pulsarlo hay un ligero clic y ve como una portezuela se abre dando paso a la sala donde se lleva a cabo tal trasformación.

Con silenciosos gestos indico a mis camaradas la forma de franquear rápida y eficazmente el umbral.

Después intento apartarme para permitir que Cleremond esgrima su gran hoja. Pero la imagen que atisbo me trae siniestros recuerdos que apenas si me permiten retroceder trastabillando hasta la pared, mientras boqueo buscando aire y aferro la tosca empuñadura de mi hoja.

¡Madre querida viejo, madre querida!

La mirada de Cleremond es la del que preferiría estar en otro lugar, viendo un oso moribundo se devorado por lobos, la cría de un cervatillo despedazada por varios oseznos en un infernal juego, un ciervo con la cornamenta colgado que agoniza sin remedio vagando por el bosque, cualquier cosa, cualquier cosa que ésta deformidad antinatural y horrible que ante nuestros ojos se presenta.

Mi cabeza está desnortada, mi estómago a punto de explotar y mi corazón pide muerte y desmembramiento, me pide no dejar brazo con hombro, ni cabeza con cuerpo, me pide la purificación más terrible y rápida.

¡Ayúdame viejo, ayúdame a destruir ésta imagen, del mundo, y de mi cabeza!

Las palabras de Cleremond taladraron su vieja alma. Aquel grito de auxilio que bien podía estar dirigido a él o tal vez a algún familiar del joven, lo llenaba de impotencia. ¿Qué podía hacer él paya ayudarlo? ¿Cómo iba a hacer aquel cuerpo decrépito para ayudar a sus compañeros en tan aciago momento?

Sus opciones no eran muchas. Sus brazos eran débiles, su voluntad tambaleaba ante tanto horror. Pero aún le quedaba una salida. Tal vez no pudiera desaparecer las visiones que los asaltaban, pero podría darle un escudo, una barrera que impidiera que las perversiones que tenían que presenciar, hicieran mella en su razón.

Offene busca en sus memorias sin éxito que clase de poder maligno puede provocar la imagen que tenía ante sí. Decenas de zarcillos aplastan a uno de los amantes humanos que deja el suelo lleno de sangre escarlata que brota escandalosamente de sus heridas. El resto aulla de terror sin visos de pedir clemencia o ayuda. Están demasiado alejados de cualquiera de ellas como han descubierto en un momento de lucidez.

Cleremond recupera la cordura y nota como sus manos aprietan con fuerza el pomo de su gran arma. Esa criatura que hay frente a él es todo lo que odia. Lo antinatural en su apogeo y siente que debe destruirla sin dilacción. El errante suspira exhausto ante el nuevo hechizo, sus viejos huesos no están para estos trotes y piensa que sino será está la última vez.

La criatura os encara y sus múltiples voces chillan:- Mirad lo que me habéis obligado a hacer... Malditos seáis... Malditos...- Y avanza quebrando el suelo ante su peso sobrenatural.

-Por favor, muchacho... reacciona -las palabras del Errante salieron de su garganta como un quedo suspiro. El último hechizo había consumido sus escasas fuerzas y todas sus esperanzas se posaban en aquel hombre hermano de la naturaleza y guerrero de la vida.

Temiendo lo peor, el anciano dio un paso atrás al ver que el concejal se acercaba cada vez más y tomó a su cuervo con delicadeza-. No dejes que te atrape, viejo amigo. Si ves que no tenemos chance de acabar con él, huye... huye y vete lejos de aquí, deja atrás estas nieblas. Después de todo, te has ganado una vida de paz.

Incluso alguien que jamas hubiese enfrentado la muerte sabría que no era buen negocio esperar como ratones en su agujero a que el monstruo que antes era Beano los buscase. Antes que la pulsante masa bloquee el acceso salto al interior de la habitación y, aferrando con ambas manos el pesado astil de una de las lamparas que iluminan la escena, golpeo a la mas cercana de las victimas.

Envuelto en el mefistofelico humo del combustible aceite, ofrezco la apariencia de un diabólico emisario que contrasta con encarnación de La Gula que nos amenaza. -¡Sirvo a aquel que llamáis Leopoldo! - Declaro con voz tonante dirigiéndome mas a las victimas que a mi adversario. -¡Huid ahora o sentir la ira de mi oscuro señor!.

En ese momento casi como si lo hubiese invocado, pero mas probablemente por haber sobrepasado sin riesgo todos los obstáculos que habíamos eliminado, aparece la larguilucha y pecosa del guardián de la otra puerta [1] seguido por una nutrida banda de indeseables. Durante un instante fugaz sospecho que, de nuevo, e entregado mi mensaje. Pero con tantas posibles amenazas me limito a permanecer alerta aferrando la pesada y flamígera arma de a que me e apoderado.

-Por favor, muchacho... reacciona 

¿Muchacho? ¿Ese soy yo? MUCHACHO, ese soy ¡YO!

¡Maldito monstruo, por mi madre que acabaré con tu existencia, o ME IRÁ LA VIDA EN ELLO!

Sus colmillos fueron más grandes, su pelo se extendió por gran parte de su cuerpo, sus dedos fueron garras, y su espalda alcanzó dimensiones animales.

El trasunto de hombre y oso en el que Cleremond se convirtió saltó con velocidad hacia Beano, con violencia se tiró contra él, con un gutural aullido acompañando la dantesca escena, siempre habla de su madre, pero nunca de su padre, pues está claro que no era humano.

¡¡¡AAAAAARRRRRGGGGGG!!!

Tras Offene empiezan a brotar personas enmascaradas, sin las dificultades que habéis pasado vosotros, los hoscos encapuchados están practicamente ilesos. Quizás no hayan tenido que enfrentarse a los poseidos que os esperaban en la entrada de la mansión. Hay al menos una docena de ellos que sujetan sus espadas roperas y se ocultan tras sus marcaras negras como el carbón. A excepción de quien va en cabeza, que guiña el ojo a Offene al pasar, para poco después dar ordenes a grito pelado a sus secuaces:- ¡Hombres de Leonardo, es hora de batirse el hierro. Rodeadle y aniquiladle!-

Mientras esto pasa El errante gracias a la visión que le proporciona su fiel compañero observa como Cleremond se abalanza sobre la fantasmagórica criatura. Su espada se clava en el estomago de la criatura que empieza a sangrar profusamente. Está aulla de forma horrorosa, poco después todas las antorchas, tanto las que portabáis como las que no se apagan dejando la sala completamente a oscuras...

Una vez mas había entregado mi mensaje incluso sin ser del todo consciente. El recuerdo de anteriores ocasiones me hacia sospechar que el antropófago poder encarnado por Beano no tardaría en ser sustituido por otro mas gelidamente flemático pero igualmente cruel. Sin embargo la necesidad de ejercer el libre albedrío que aun conservaba era mayor de lo que recordaba en mucho tiempo. Desde lo mas profundo de mis entrañas el hombre libre que quizás alguna vez fui se rebelaba furioso ante la idea de abandonar a sus compañeros.

Buscar una senda que solo yo pudiera transitar era quizás aquello que mis sentidos estaban mas acostumbrados a buscar. El aceite de las lamparas, la delicada tapicería, y los mullidos cojines y amenazaban convertir en un crematorio toda la estancia. Sabiendo exactamente hacia donde me dirigía derribe otra tea en mi camino hacia El Errante. Ahora solo un flamígero pasillo permitía abandonar el lugar y eramos nosotros tres los que mas posibilidades teníamos de tomarlo antes de que las llamas lo consumiesen todo.

-Cleremond! -Aúllo enérgicamente con la esperanza de atraer la atención del guerrero antes de guiar al anciano lejos del mefistofelico enfrentamiento.

La llegada de nuevos aliados devolvió la esperanza al Errante. Tal vez ahora tendrían una oportunidad de salir con vida de allí. 

Mientras Offene procuraba crear un camino de luz para dejar atrás la cámara, el anciano hizo acopio de su sabiduría. Los años pasados errando por los caminos le habían enseñado unos cuantos trucos para seguir con vida. No por nada las arrugas surcaban su rostro y las articulaciones crujían con cada movimiento.

Orientándose con el resto de sus sentidos, sin apartar su ojo interior del combate que libraban las fuerzas del cerrajero con las del concejal, emprendió la marcha apoyando sus pies en suelo seguro y dejándose guiar por el instinto de conservación para hallar la ruta más rápida hacia la salvación.

Los hombres de Leopoldo atacan por todos los flancos a la criatura en la que se ha convertido Beano. Está tiene una fuerza sobrenatural que le permite partir a un hombre en dos si lo agarra con sus múltiples manos. Pero sus atacantes son demasiados y atacan por sus puntos ciegos, sus espadas envenenadas se clavan por todos los costados, aunque no por eso deja de moverse la criatura.

Cleremond se queda paralizado ante el espectáculo de sangre que está presenciando, en tanto el resto busca la salida de la habitación, que tras la actuación de Offene se está llenando del brillo rojizo del fuego, que se expande con facilidad por las gasas y demás materiales inflamables de la sala.

Offene y El Errante vuelven sobre sus pasos, pero se encuentran con que las escaleras por las que habían bajado para llegar a este lugar, están taponadas por la fuerte explosión sufrida por las trampas de Beano.

¡DESPIERTA!

¡DESPIERTA! gritó Cleremond sin querer o saber.

¡Demonios!

El espectáculo le había dejado en shock, pero ahora solo pensaba en huir con sus compañeros.

¡TENÍA QUE HUIR!

El heroico sacrificio de Cleremond me recuerda la enorme distancia moral que me separa de mis compañeros. Ante el nuevo obstáculo por unos segundos dudo, y antes de poder tomar una decisión, la feral forma del guerrero arremete los cascotes.

Cleremond se abalanza sobre los cascotes que taponan la única salida hacía la superficie. Una confusa mezcla de polvo y piedras se desprenden del poderoso golpe, la fuerza sacada de la flaqueza del guerrero ha conseguido despejar el camino. En tanto detrás vuestro se escuchan los gritos desesperados de los hombres y los alaridos sobrenaturales de Beano, al parecer el fuego ha convertido la sala en un horno.

Ahora podéis escapar hacía la casa de Beano, con el sentimiento de que la muerte de esos hombres que os han ayudado a vuestras es culpa vuestra...

Aun con la esperanza de haber ganado algo de tiempo para esta ciudad con la muerte de los siervos de Leonardo no puedo evitar preguntarme hasta que punto su servicio era tan forzoso como el mio.

Sin tiempo para preocuparme mas ayudo al anciano a traspasar la brecha en los cascotes. Y después doy la vuelta para hacer lo propio con el enérgico guerrero.
-Si puedes moverte no es prudente que sigamos aquí. -Afirmo mientras le tiendo la mano.