Partida Rol por web

La desaparición de Malkar fue un golpe duro en el alma del anciano. Aquel joven le recordaba por qué valía la pena continuar la lucha, el significado que tenía la palabra "bien". Y las nieblas de aquel lugar maldito, no contentas con todo lo que les había arrebatado hasta el momento, habían decidido quedarse con él, engullirlo y transportarlo quién sabía dónde y a qué nuevos horrores habría de enfrentarse.

Apesadumbrado, siguió los pasos de sus compañeros, haciendo caso del consejo del cerrajero. Ese lugar albergaba numerosas trampas y su anfitrión estaría más que satisfecho viéndolos caer en ellas.

Cuando el humo de las velas se hizo insoportable, un ataque de tos se apoderó de él. -Cof, cof, cof! -el Errante se vio obligado a detenerse, apoyado en su cayado, para intentar recuperar el aire. Tosió unas pocas veces más, hasta que logró sobreponerse a lo peor, pero su garganta continuaba irritada.

-Amigos... alguno tendrá una cantimplora? Cof... no me siento... cof, cof... -iba a decir "bien", pero el murmullo proveniente de las habitaciones lo detuvo, poniéndolo en alerta.

-¿Qué debemos hacer? Continuamos adelante, arriesgándonos a que nos embosquen por detrás, o seguimos el sonido de esos cuchicheos para descubrir que esconden, perdiendo valioso tiempo para alcanzar a nuestro anfitrión? -qué debían hacer? el mago no sabía cual de las dos alternativas era más conveniente. Hubiera podido preguntárselo a los hilos del destino, pero en aquel lugar se sentía reacio a utilizar su magia.

-Si debemos obtener respuestas sugiero que las busquemos en quien genera nuestras dudas. -La posibilidad de actuar directamente, sin subterfugios ni ardides, resulta un estimulante cambio respecto a la vida como sombra mensajera. Una pequeña rebelión que satisface antiguas y reprimidas necesidades. Aunque no por ello pensaba descuidar las amenazas que podían estar acechándoles.

Cleremond y Geralt andan tosiendo con fuerza por el humo malsano que parece haberse apiñado en está planta, en tanto que el Errante excepto Offene, ese hombre un tanto siniestro y usualmente taciturno. Mientras dudáis si avanzar, escucháis una letanía infantil proveniente de las habitaciones vacías.

En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Enekin.

¡Monseñor  tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan, 
y al darles en la frente un buen zapatillazo 
les obliga a bailar ritmos de Villancico!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles: 
como un órgano negro, los pechos horadados, 
que antaño damiselas gentiles abrazaban, 
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza, 
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio, 
¡Que no sepan,  si es danza o es batalla! 
¡Furioso, el ama rasga sus violines!

Sin duda saben que estáis aquí y esperan vuestra llegada, sean lo que sean que andan ocultos en las habitaciones.

Susurrante Cleremond se gira hacia sus compañeros.

El subterfugio no es una opción, son perfectamente conscientes de que estamos aquí, lo único esperanzador es que quizá, si hubiesen querido matarnos, ya lo habrían hecho.

Posa su mirada, inquisitiva en Offene, el Errante y Geralt.

¿Qué hacemos? No salí del bosque para morir muerto de miedo en la casa de un demonio.

-Cumplir nuestras intenciones. -Sentencio como respuesta a la pregunta mi montaraz compañero. Mientras, con ojos bien abiertos sigo la pista de nuestro anfitrión por el pasillo. Si las criaturas permanecían en las habitaciones no seria yo quien voluntaria mente entrara en su madriguera. Deseábamos encontrar a Beano y procuraría evitar cualquier otro encuentro.

El humo llena vuestras gargantas y os hace toser con fuerza, excepto Offene que medianamente puede aguantar la vaharada del humo ponzoñoso que entra en vuestros pulmones y que hace que los ojos os piquen de manera horrible, intentando no parpadear para que las cosas que aguardan en las habitaciones os salten sobre vosotros. Pero por un segundo no podéis remediarlo y tenéis que taparos los ojos para aliviarlos. 

Entonces al volver a abrirlos veis a los "niños". Pues tal forma tienen, pequeños retoños con trajes coloridos de fiesta, quizás de ellas fueran sacadas para ser poseidos por el mal, pero como todas las aberraciones que habéis visto está noche, tienen algo que los distingue de los demás. Con la boca abierta desmesuradamente y mirando hacía arriba dejan  brotar de sus gargantas unos tentáculos compuestos de una materia oscura, como si una sombra hubiese tomado materia física, se mueven compulsivamente dando oscilaciones. Pero los niños han detenido su movimiento... por ahora.

Venimos a ver al señor de la Casa, dejadnos pasar en paz.

Justo en ese momento contuvo una arcada, fue evidente para todos.

No queremos... interrumpir... puajj, vuestro juego.

¿Qué demonios hago hablando con tales criaturas?

Susurrando digo.

Offene, estad preparado... si tal cosa es posible.

No iba a permitir que el próximo parpadeo arrojase esas criaturas sobre nosotros. Con gesto metódico extraigo la cuchilla e intento descargar en la mas apartada del resto un brutal golpe.

Offene nunca ha sido un hombre que deje las cosas para después y sabiendo el peligro que pueden provocar las criaturas a pesar de su disfraz de niños, decide atacar a la más cercana para despacharla rapidamente. Desgraciadamente el humo no le hace ver uno de los pequeños juguetes que pueblan el suelo y tropieza en frente de la criatura, cosa que permite un ataque de todo el grupo. Con sus tentáculos de oscuridad se abalanzan sobre Offene que es acuchillado sin piedad, antes de que vuelvan a su posición inicial. El resto se quedan perplejos ante esta nueva amenaza, en tanto que el humo entra en sus pulmones y cada vez hace más difícil mantener los ojos abiertos.

Antes incluso de ser consciente de lo que ocurre siento la lluvia de lacerantes golpes arreciar sobre mi. Y me veo cubierto de profundas heridas que quizás no sangren tanto como debieran. Pero marcan, al menos de momento, mi indumentaria cuerpo y espíritu.

Me gustaria que Malkar, y su larga asta, estuvieran con nosotros para tratar con estos monstruos desde una distancia mas segura. Pero lo único que puedo hacer es aguantar e intentar acabar con esto cuando pase la embestida.

-O confiar en que tus compañeros te ayudaran. -Susurra dulce en mi cabeza un extraño pensamiento para quien siempre a estado solo.

¡Apartaos de él, sucios engendros abismales!

Me lanzo como una bestia salvaje, blandiendo zweihander contra los "niños".

La violencia nos sigue allá donde vamos, así sea.

Aquella maldad cada vez se volvía más palpable. El retorcido demonio que habitaba aquella morada elegía mancillar la inocencia de la niñez, dotando de aquel aspecto a sus impiadosos esbirros. El Errante sentía como su alma chillaba ante tamaña afrenta.

El cerrajero se lanzó veloz contra uno de ellos, pero fue inútil. Esos seres eran veloces y taimados, y lo que parecía un buen ataque terminó resultando una trampa para su compañero. Necesitaban organizarse, necesitaban ponerse en una posición ventajosa para poder enfrentarse a aquellos demonios y tener una pequeña posibilidad de vencer.

El anciano, temeroso del paso que debía dar, tomó su cayado con las dos manos. El bastón le servía como foco, un punto donde anclarse para cuando debiera asomarse al abismo de la magia, aquel que cada vez con mayor insistencia tiraba de su voluntad, tentándolo a perderse.

Cerró su ojo mental y dejó que su cuervo picoteara su hombro. La presencia de Beltxa lograba infundirle el valor que requería abrirse al poder que casi había acabado con él en su juventud.

-Poderes del abismo, esencia de la vida... Sirvan a esta compañía! Protéjannos de los oscuros, rodéennos manteniéndolos aparte... -la voz se perdió en un susurro, justo antes de que el aire cambiara. Parte de aquel humo que los atosigaba se disipó. Los compañeros podían respirar y ver con normalidad.

También podían sentir que el cambio había sido más que físico. Los niños demoníacos los miraban intranquilos, con algo de temor reflejado en sus oscuros ojos.

-Soy un hombre anciano y débil, pero al menos puedo brindarles cobertura por un rato. No teman, la magia nos rodea, no les será tan fácil acercarse esta vez.

Cleremond reforzado por el escudo que ha invocado el errante y apoyado en su fiel zweihänder se abalanza contra los niños para conseguir que liberen a Offene de sus dolorosos "picotazos".  Sin piedad y sabiendo que no hay salvación para los poseidos corta como si fueran paja a las criaturas con un par de formidables mandobles, la sustancia negra escapa de sus cuerpecillos cubriendo todo alrededor. La lucha ha sido corta, pero Offene tiene feas heridas provocadas por el embite y vuestros pulmones sufren el daño del humo.

¡Errante! ¡Ayúdame!

Me lanzo sobre Offene, inmediatamente me pongo a mirarle las heridas, más que daba un apaño de las heridas.

¡No te reunirás con tu familia aún! Aún te queda mucho que sufrir en esta vida antes de irte a la otra.

El Errante cerró los ojos agradecido, sintiendo que su escudo funcionaba. Con aquella protección, Cleremond pudo encargarse de los monstruosos niños que los acosaban, liberando a Offene de su mortal abrazo.

Sin embargo, la situación se había vuelto fea para el cerrajero. Sus heridas eran graves y perdía sangre de manera alarmante. Tosiendo por la vuelta del humo, el anciano acudió a la llamada de le Brun. No era mucho lo que podía hacer, pero su experiencia podría servirle a su compañero.

-Mis habilidades mágicas no comprenden la curación de la carne. Pero no han sido en vano todos estos años que he pasado vagando por el mundo, intentando hallar una respuesta a mis dudas. He sufrido incontables heridas y a fuerza de tener que seguir adelante por mi cuenta, algo he aprendido. Estoy seguro que puedes utilizarme como ayudante, mis manos son diestras en realizar torniquetes y aplicar emplastos, así como coser heridas, aunque no creo que tengamos tiempo para tanto. Tu guíame, que yo te asistiré.

Cleremond se acerca a Offene y saca algunas de las hierbas que ha recogido en sus viajes, empieza a hacer un emplasto que le ha sido de mucha ayuda en otros momentos, aunque nunca tan acauciantes. Recuerda cuando una trampa apunto estuvo de cortarle la pierna y el mes de sanación junto con el sufrimiento que le acompaño, pero en este caso era un multitud de heridas, y solo podía darle una cura de emergencia y rezar para que aguante.

Ayudado por el Errante, conseguís entre los dos sanar más o menos a Offene, pero las heridas están a flor de piel y otro golpe, podría re-abrirlas. El humo os hace que la cabeza os este dando vueltas, sino os marcháis del pasillo terminaréis cayendo insconciente en el suelo.

Con un gesto agradezco la ayuda de mis compañeros. Con cuidado aseguro la correa de mi petate y, por primera vez en mucho tiempo, me siento frustrado por los daños en mi actual indumentaria. Me permito fantasear por unos instantes sobre lo frustrante que seria para Offene ver sus propiedades dañadas. Pero recuerdo bruscamente el motivo por el que estoy aquí y me incorporo como azuzado por un doloroso latigazo.

Recordando las lecciones aprendidas en mi oscuro pasado me acerco a los inquietantes cadáveres y les dedico unos momentos de atención. -Forja la carne no la crea. -Afirmo tajante antes de proseguir el cuidadoso camino en post de nuestro esquivo anfitrión.

La observación de Ofenne decía mucho del adversario que tendrían que enfrentar. Se trataba de un animista poderoso, capaz de dar vida a los muertos, utilizar sus cuerpos para obtener esbirros. Sin embargo, haber descubierto aquello podía ser importante al momento de enfrentarlo. El animista necesitaría de cuerpos, no podía invocar a su antojo seres del inframundo. Por ello, debían dejarlo sin herramientas. La tarea sería desagradable, pero si querían vencer, no les quedaba otra alternativa.

-Debemos quemar estos cuerpos... no dejemos nada que pueda servirle para volverlo en nuestra contra.

Offene algo mejor tras las curas oportunas de sus compañeros, no se piensa mucho lo que ha de hacer, pues avanza por el pasillo hasta llegar a la puerta por la que debe haber desaparecido el concejal poseido. Cuando la abre una vaharada de aire puro la hace abrir sus pulmones, casi llenos del maldito aire emponzoñado del pasillo. En tanto sus compañeros mareados por el aire del pasillo y asqueados por el mal que hay en esta casa, no parecen darse cuenta del peligro que están soportando por momentos. 

Al otro lado de la puerta se puede ver una gran biblioteca bastante bien aprovisionada. Solo iluminada por una chimenea que da un aire confortable a la sala y que ilumina de forma tenue los estantes.

El humo que inundaba el pasillo no permitió que la idea del Errante prosperara. Si continuaban allí, aunque más no fuera por unos instantes a prender fuego, terminarían ahogados con los gases que el dueño de casa les había enviado para acabar con sus vidas. Lamentando no poder privar a aquel demonio de elementos con los que trabajar, el anciano le hizo señas a Geralt y a Cleremond para que no retrasaran más sus pasos y fueran junto al cerrajero. Si no llegaban ante el enemigo, de poco iba a valer el sacrificio de quienes habían caído bajo las garras del demonio.