Partida Rol por web

El grupo de Inquisidores viajó hacia el oeste, a Campoquemado. La zona había quedado devastada sin motivo aparente varios años atrás. El bosque que ocupaba aquella zona había quedado infectado por un extraño mal que lo había corrompido. Los lugareños, temerosos de que la enfermedad de las plantas infectase al bosque de Brozal, habían quemado la zona, eliminando en cuestión de días un enorme conjunto vegetal que había quedado reducido a una llanura quemada, con sólo algún que otro árbol reseco y torcido de pie, moribundo.

El grupo avanzaba con cuidado, sabiendo que el Señor de la Muerte (además de sus servidores) podía estar muy cerca. La enfermedad bien podía ser su aura de corrupción. El sol dolía a los ojos debido a la luz grisácea y amarilla que se colaba entre las nubes. Hacía bochorno y se había levantado algo de niebla. Habían acampado en la zona sana de las llanuras para internarse armados, deseosos de terminar cuanto antes.

Habían caminado varios kilómetros hacia el interior y todo estaba en calma. Pero... el suelo empezó a temblar... Y crujió...

Y de la tierra emergió un hedor hecho forma, un gigantesco gusano púrpura que palpitaba como un corazón, con apéndices por todo su cuerpo, brazos, garras, bocas, piernas. Era una espantosa creación no-muerta, un compendio de seres vivos cosidos entre sí hasta formar una criatura destructiva y repugnante.

Los Inquisidores habían tenido el buen juicio de dispersarse antes de que el gusano emergiera, pero aún así no pudieron evitar que atacara. Se lanzó, ciego, contra Wylfred, barritando.

Wylfred notó, la presencia de la abominación, como una mancha de aceite quemado sobre la superficie prístina de un lago. Antes de que pueda pensar siquiera en hacer nada, no obstante, la crtiatura ya ha surgido de la tierra y se abalanza sobre él.

Te estás haciendo viejo, Wylfred. En tus buenos días habrías detectado a este cabrón mucho antes de que apareciese. Y ahora ni te da tiempo a hacer nada.

Por suerte la mente del anciano es más rápida que su cuerpo. En índice y el corazón de su mano derecha trazan un círculo sobre la palma de la izquierda, y le da tiempo a musitrar "Miserere mei, mater" mientras la cosa violácea y amorfa carga contra él.

Hebras de luz brotan del cuerpo de Wylfred, entretejiéndose en el aire a velocidad de vértigo en una matriz sinuosa de líneas curvas que se entrecruzan como hilo de oro, formando lo que al principio parecen ramas y hojas, para ir definiéndose después como brocado, el brocado de un manto hecho de luz pura. Sólo es un minúsculo pliegue, pero entre las hebras centellea una luz radiante que se extiende frente a Wylfred, formando una pantalla in extremis para detener el golpe... o eso espera. Está viejo, y los años le han quitado reflejos. No sabe si habrá sido lo bastante rápido para frenar a la bestia...

Sin que el viejo guerrero pueda hacer nada, el gusano le levantó en el aire y le partió por la mitad con sus apéndices. Wylfred cayó a trozos al suelo: un brazo aquí, medio tronco allá, tripas y parte de su armadura teñida de sangre. Ni siquiera llegó a gritar, al menos. Se fue con paz y haciendo lo que más amaba: combatir al mal.

Ahora el gusano se encaró al resto de combatientes con un bramido que les puso los pelos de punta.

La tao no llegó a ver el horrible destino que había sufrido Wylfred, de lo contrario se habría quedado paralizada de terror ante semejante poder. En cambio echó a correr hacia el gusano que había emergido de la nada para golpearle con fuerza con sus manos desnudas, su única arma.

Los cuatro golpes impactaron en el gusano de lleno, destrozando gran parte de sus apéndices. Mas, en el proceso, Naomi sintió lo venenosa que era aquella carne. Su poder impío le produjo cierto escozor en la piel. Si volvía a tocarlo con las manos y los pies desnudos, probablemente le causara algún tipo de daño por culpa de la podredumbre.

Tenía un... un trozo de... en el pelo. No. Concentración. La Inquisidora levantó una mano en el aire y liberó parte de su ki. A su alrededor se formó una pantalla de hojas de un intenso color verde, como hacía tiempo que no se veían en esa región. Cientos de ellas revoloteaban a su alrededor como un enjambre de insectos furiosos, protegiéndola y ocultándola de la vista de manera intermitente.

Volvió a sujetar la empuñadura del Legislador con las dos manos.

El gusano se encaró hacia la persona que más le había llamado la atención. Puede que Naomi le hubiese golpeado, pero estaba ya a su espalda. Marina acababa de activar su ki, de alardear de su poder vital... y el muerto viviente deseó destruirla. Se arrojó contra ella con un chirrido, estirando sus apéndices metálicos y corruptos.

Vio a aquel... ser lanzarse a por ella. No estaba preparada. No pudo interponer su espada entre ella y los horribles apéndices muertos de la criatura, pero las hojas que formaban su defensa se arremolinaron a su alrededor, formando una capa protectora que amortiguó un golpe que para otro hubiera supuesto el fin, convirtiéndolo en unos arañazos contra su armadura. Otra cosa por la que dar gracias a Dios.

Elijah Monster lanza un escudo.

Vió con gran pesar cómo aquel engendro de la oscuridad sesgaba la vida de Wylfred como si se tratara de una simple astilla. Tantos años de servicio a la Iglesia tirados por la borda en forma de aberración violácea de calavéricos apéndices. Aquella muerte sólo sirvió para despertar la furia que existía en Jared.

El mal debía ser erradicado, así que dejó que el poder de su alma se impregnara con su cuerpo, aunque sólo en parte, y sintió el potencial que el primer Aeon le brindaba. Agarró con la mano derecha su Legislador y, teniendo cuidado de no colocarse muy a tiro, se lanzó contra el monstruo. Su espada se encontró varias veces con alguno de los apéndices no-muertos de la bestia, pero acabó lanzando una estocada (no todo lo certera que le hubiera gustado) contra la fiera, interponiendo su escudo entre los trozos que salpicaban y él, para que no le llegaran a alcanzar.

Regla número 1 del Inquisidor: Mantenerse impasible sea cual sea la circunstancia y nunca perder de vista el objetivo. Wylfred había muerto, pero ahora no importaba. Ya le llorarían después. Era su turno.

Miguel corrió hacia la bestia surgida de las llamas del Infierno y tras golpear su Legislador con el gran martillo de guerra que empuñaba con una sola mano, gritó con bravura y se lanzó a correr, impactando con toda la fuerza que le permitía su anatomía contra una de las caras cosidas al cuerpo de la criatura.

Naomi sintió como las manos le ardían igual que si se las hubieran metido en brasas incandescentes. Retrocedió esquivando el golpe de un apéndice de un salto hasta un sitio seguro donde pudiera examinarlas, mientras el bicho se lanzaba a por Marina. Sus manos, temblorosas, estaban enrojecidas por el contacto directo con la con la piel de aquel ser, y supo que si volvía a tocarlo acabaría perdiéndolas o algo peor.

No tenía otra opción: desenfundó su legislador y volvió a cargar contra el gusano.

La tao se deslizó por debajo de una de las garras y clavó la daga  tratando de abrir una herida larga, ya que profunda no podía ser por la longitud del arma. Esquivó algo, no supo el qué, y giró sobre sus talones para atacar por el otro flanco. Se movió unos pasos a la derecha y repitió el golpe dos veces más antes de saltar hacia atrás y retroceder lo suficiente como para controlar con la vista todos los apéndices que había a su alrededor.

Naomi ejecutó la cadena de ataques del mejor modo que pudo, pero no estaba acostumbrada a luchar con armas. El daño que le hizo al gusano fue considerablemente menor, pero aun así, se rebuyó con ira.

Volvió a concentrar la energía, verde, vibrante, que viajó desde el mismo centro de Marina hasta la hoja de su Legislador, cubriéndola de enredaderas grisáceas y dándole al filo un resplandor verdoso. Corrió hacia la horrible criatura con un grito de guerra. La nube de hojas abría huecos aquí y allá para permitirle atacar, y la Inquisidora rechazaba, apartaba y cortaba trozos de los monstruosos apéndices a espadazos potenciados por el ki. Cada ataque la acercaba a la criatura, hasta que el último, finalmente, atravesó el cuerpo principal.

El ataque de Marina cortó varios pedazos de carne putrefacta que cayó al suelo aun entre espasmos. El gusano se retorció de dolor y se arrojó contra quien más lo provocaba, el joven Miguel.

Miguel sonrió cuando vio que la bestia se abalanzaba sobre él. Justo lo que estaba esperando, ahí es donde más brillaba. El Legislador refulgió a la luz del sol cuando echó una pierna hacia atrás y aguantó con él, el embate de la criatura con todas sus fuerzas. Cuando lo frenó lo suficiente, le atinó a propinarle un golpe en sus miembros cercenados, para provocarlo más. Que se centrara en él. Así sus compañeros tendrían posibilidad de destrozarlo.

El gusano no se esperaba el contraataque de Miguel, así que cuando éste le golpeó con el martillo pareció algo aturdido. Coagulos de sangre muerta cayeron en la tierra al reventarse parte de sus bolsas de carne. El hedor que desprendía resultaba repugnante, pero por suerte no había  caído sobre el Inquisidor. Quién sabe lo que podría producir en su piel.

A Elijah no le perturbó demasiado el aspecto de aquel monstruo hecho de carne corrompida. Había visto cosas similares a lo largo de su vida como inquisidor. No peores, pero si similares. Sin embargo el olor… Aquel repugnante olor sí que le afectó. Por un momento pensó que iba a vomitar, pero el shock que le produjo ver como Wylfred era despedazado en un solo segundo, le hizo olvidar todos sus males y la adrenalina comenzó a correr por sus venas quemándole la piel, incitándole a atacar mientras gritaba lleno de ira a aquel engendro que había matado a uno de sus héroes.

El warlock levantó su espada bastarda con una sola mano y descargó su hoja sobre la putrefacta piel del gusano buscando hacerle el máximo daño que le permitieran sus fuerzas.