Partida Rol por web

Ean y yo estamos hablando con Yldiane, discutiendo lo que vamos a hacer ahora, cuando algo me distrae. Es la suave voz de Urvan que, arrodillado junto al hombre moribundo, lo acuna con un afecto casi maternal. Entiendo perfectamente cómo se siente, cuáles son los dilemas que lo atormentan, porque son los míos. Lentamente, susurra una serie de palabras de aliento y consuelo, y yo me vuelvo para mirarlo, con la boca ligeramente abierta, soprendido. Su doliente letanía me hace vislumbrar un paraje que no es tan distinto de los bosques prístinos por los que velan los c’maoghs. Siento que hay un punto de conexión y de encuentro entre nosotros.

Y entonces, empieza a cantar.

Con una voz dulce y liviana, comienza a entonar una canción que bien podría ser una nana. Por algún motivo, me viene a la mente la imagen de una madre recién dada a luz que aprieta contra su pecho el cuerpo aún caliente de su bebé muerto. A medida que los versos se suceden, un malestar parecido al dolor atenaza mi pecho y asciende por mi garganta hasta instalarse justo detrás de mi nariz y mis ojos, que empiezan a escocer, como queriendo sacarlo. Cierro los ojos para aliviar la molestia, y los siento húmedos.

Si antes albergaba alguna duda, ya no me queda ninguna.

—Eres un buen hombre, Urvan —sentencio, con una voz inmutable que apenas sí fluctúa un instante—. Ojalá hubiera más siervos del Templo como tú.

«Y más demorthèn», pienso; y sin embargo, callo.

...Y de repente, su enemigo huyó.

Huyó como un cobarde, como una rata apaleada o como un perro con el rabo entre las piernas. ¿Miedo a la muerte?, todos temían a la dama negra, lo que hacía valerosas a las personas era el como afrontar el último beso, el que te lleva más allá de esta vida, y ella, Arven, jamás huiría por iniciativa propia.

Resistiría hasta el fin de la vida.

Intentó una arrancada rápìda, para ensartar al cobarde con su espada, pero al segundo paso, un fuerte pinchazo, seguido de un dolor extremo, sacudió su pierna, hasta la cadera, proveniente del profundo corte que le habían provocado.

Los siguientes tres pasos, para frenar su arrancada, fueron cojeando, mientras apretaba la boca en una mueca de dolor.

-Aggggggh- intentó reprimir en la medida de lo posible el grito, y tras frenarse, volvió hacia  una piedra grande, para recostarse, a la pata coja también.

Fué Liam el primero en acercarse a la muchacha, y no le dijo nada, pues estaba procediendo a curarle aquel estropicio.

-Estoy bien, Yldiane, gracias- Respondió a aquella muchacha, con la que parecía mantener una sensación de afecto desde hacía años, aunque no la recordase con toda la claridad posible, al menos, agradeció mentalmente su gesto.

Mientras Liam continuaba remendándola, no pudo evitar escucharles a todos, y no le sentó nada bien que pensasen en ella, ahora mismo, como una inválida.

-No os preocupeis por mí, puedo andar perfectamente, esto no es nada- Comentó con un tono serio, que no admitía replicas.

Luego llegó aquella tontería de matar o no matar, de primeras veces y cosas varias.

Menuda idiotez, no hay que dudar ante el enemigo

-Gracias por curar la herida, Liam, pero no te confundas en lo más importante- Hizo una pausa

-Tendrás que volver a matar de nuevo, todos nosotros tendremos que hacerlo, puedo que no hoy, ni mañana, pero ten en cuenta que volveremos a cruzar espadas con alguien-

Continuó esperando a que Liam terminase de remendarla

Liam escuchó serenamente a Arven, y, curiosamente, cuanto más seria parecía la guerrera menos despistado y nervioso se mostraba el joven.

- No, no puedes andar sin hacer saltar los puntos ¡Y eso cuando lo cosa!- Replicó Liam mirando seriamente a Arven.- Así que vas a estar sentada y sin moverte más de lo que yo diga. Me parece perfecto que en batalla estés al mando por tu experiencia, pero en esto el experto soy yo. Puedes refunfuñar y protestar todo lo que quieras pero harás lo que te diga ¿Nos entendemos?- Preguntó el joven sin desafío pero inflexible.

- Urvan, Mòr, ayudadme a moverla ¿Queréis? Ean, si quieres aprovisionarte de flechas hazlo y mientras podrías asegurarte de que ninguno recupera el valor suficiente como para atacarnos por la espalda. Yliane ¿Puedes adelantarte y preparar una esquina para que Arven repose y comprobar que no hay más reizhianos?- Organizó el joven con unas rápidas sugerencias y peticiones.

- Arven, no te equivoques, la violencia es el último recursos de los necios y el fracaso de la civilización.- Añadió el muchacho bajando de nuevo la vista a la herida de Arven a la que aplicó el cataplasma frio que acababa de preparar y lo aseguro con un vendaje provisional.- Lo que ha ocurrido aquí no ha sido algo desagradable pero necesario, ha sido simplemente algo tan innecesario como estúpido. Algo que yo personalmente considero un fracaso personal. Y recuerda- dijo alzando la mirada hacia la de ella- hay cosas que una vez se pierden no pueden recuperarse.

Os separáis de vuestros compañeros y volvéis al lugar donde os encontrabais al principio. Sólo el sentido de orientación de Yldiane os permite llegar hasta allí, pues Ean estaba convencido de que tendrían que haber ido en otra dirección, a pesar de encontraros a penas a unos diez metros del lugar.

Encontrais el cuerpo del guerrero al que Liam atacó por la espalda. Tiene varios signos de heridas recientes anteriores, así que no os cuesta deducir que no estaba en su mejor momento cuando se acercó a vosotros. Sin duda ese es el motivo por el que la inexperta estocada de Liam pudo acabar con su vida.

Os agacháis a su lado y empezáis a registrarle. A parte de su espada y una bolsa con unos cuantos daols, lo único reseñable que tiene es ese emblema magientífico que le identifica como soldado de Reizh y el extraño brazalete de plata que lleva en su brazo. Ahora que lo examináis más cerca, parece que está fabricado con cierta torpeza, como si lo hubiera hecho alguien sin ninguna experiencia en orfebrería, y el símbolo que lleva grabado no termina de parecerse con nada que hayais estudiado o que Yldiane recuerde de sus viajes.

Cuando estáis seguros de que no hay nada más que os pueda dar ninguna pista sobre el cuerpo, os dedicais a observar a vuestro alrededor. La disposición de las rocas os recuerda a la de una casa, pero con esta niebla no tenéis ninguna perspectiva más amplia, así que hay poco que podáis averiguar sobre la zona. A pesar de todo, cuando os acercais a la zona donde estaba Yldiane que, salvo que estéis muy desorientados, os parece la dirección en la que estábais avanzando, os asalta el recuerdo de una hoguera en un improvisado campamento.

De repente, un grito desgarrador perfora vuestros tímpanos y os congela la sangre, no tanto por poder resultar aterrador en el silencio de esta niebla, sino por la carga de desesperación que le acompaña. - ¡¡¡NOOOOO!!! - Os miráis el uno al otro durante un momento, casi paralizados al reconocer la voz. Es Liam.

Veis cómo Ean e Yldiane se sumergen nuevamente en la niebla, volviendo al lugar donde cayó el guerrero al que Liam apuñaló. Urvan entona una canción encomendando el alma de su enemigo caido al Uno. El hombre parece tranquilizarse ligeramente, aunque Arven no puede evitar pensar que sería mucho más piadoso clavarle la espada en el pecho y acabar con su sufrimiento.

Liam sigue enfrascado en su trabajo, cerrando la herida de la pierna de Arven, ligeramente turbado por tener que tocar la piel de la hermosa guerrera. A pesar de todo, hace su trabajo con profesionalidad, manteniendo una discusión con ella sobre la evitabilidad de la muerte en una batalla. Cuando al fin termina, la mujer se levanta, demostrando que está en perfectas condiciones, a pesar de que su rostro no puede esconder una mueca de dolor. Urvan y Mòr se acercan a ella para tratar de ayudarla, pero les aparta con un gesto, dando a entender que puede moverse por sí misma sin ayuda.

De repente, el suelo parece temblar violentamente. Arven pierde el equilibrio y se ve obligada a apoyarse en el fuerte brazo de Mòr durante un momento. El muro tras el que se cubrían los ballesteros se derrumba finalmente, levantando una nube de polvo que se mezcla con la niebla, impidiéndoos ver nada más allá de dos pasos. Toséis al respirar las partículas de arena y piedra que se han levantado y agitáis las manos junto a vuestro rostro tratando inútilmente de ventilar el aire que respiráis. No tardais en taparos la nariz y la boca con algo de vuestra ropa, pero para cuando lo hacéis a penas distinguís las siluetas de vuestros compañeros.

Y ahora… ¿qué es esto? De repente, la tierra se sacude con fuerza, en un terremoto que me parece demasiado oportuno, demasiado casual para que sea natural. Instintivamente, separo los pies en el suelo y adopto una posición encorvada, acercando mi centro de gravedad al suelo para que me sea más fácil conservar el equilibrio. A mi lado, Arven se aferra con fuerza a mi brazo, pero yo apenas lo noto. El muro de piedra tras el que se ocultaban los ballesteros cae bajo su propio peso, y una densa nube de polvo se levanta rápidamente hasta envolvernos, aislándonos aún más de todo lo que nos rodea. Me cubro nariz y boca con una de mis grandes manos, pero no puedo evitar que el polvo me haga estornudar un par de veces. Miro a mi alrededor para comprobar que todos están bien, pero me cuesta ver a mis amigos.

¿Qué está sucediendo? ¿Qué es todo esto? Y sobre todo, ¿dónde estamos y qué hacemos aquí? Todas estas preguntas revolotean por mi pensamiento sin hallar respuesta, y cuanto más tiempo transcurre, más cuenta me doy de que nada tiene sentido. Todo es irreal, antinatural y ajeno. ¿Qué buscamos? ¿Por qué esos hombres han tratado de detenernos? ¿Qué ha hecho que la tierra se mueva con tanta violencia?

Esta última pregunta se queda fija en mi mente. Recuerdo entonces lo que me enseñaron acerca de Liadh, un arte demorthèn prácticamente olvidada, mediante la cual los más sabios eran capaces de comulgar con los c’maoghs y hablar con ellos. Los pocos y fragmentarios conocimientos de que yo dispongo sobre la materia son eminentemente teóricos. De hecho, como ionnthén, soy apenas un aprendiz de las tradiciones y las disciplinas de los demorthèn, y mi erudición es muy limitada. No obstante, decido intentarlo.

Sé que muchas de las habilidades místicas que se les atribuyen a los demorthèn dependen fundamentalmente del vínculo que se establece entre el alma del practicante y todo aquello que lo rodea, de su capacidad para abrir su consciencia al mundo viviente. Me concentro en todas las pequeñas cosas que puedo sentir a mi alrededor, que puedo percibir con mis sentidos, al tiempo que me arrodillo lentamente y hundo mis dedos en la arcillosa tierra cubierta de hierba fría y mojada.

—C’maoghs cré, éist liom —empiezo a hablar en la antigua lengua de los osags, la que se emplea para comunicarse con los espíritus. Mis dedos se cierran, atrapando un trozo de tierra en mi puño cerrado, que llevo a mi frente—. Éist le mo cheist. Cad atá ag cur isteach ort*?

Al finalizar mi pregunta, abro la mano, dejando que el puñado de tierra que había arrancado caiga para reunirse con el resto. Mi mente se prepara para escuchar la respuesta.

Liam suspiró sintiendo que aquel actuar caótico y poco meditado no era fruto de su perdida de memoria. Algo le dijo que aquello más bien se acercaba a la norma en la vida de aquel curioso grupo. Aun así no pudo evitar una mirada entre acusadora y dolida a Arven cuando decide levantarse.

- La herida sigue abierta, si vuelve a sangrar hay posibilidad de que se desgarre el músculo y tendré que hacer un doble punteado al coserte.- Explicó Liam llamando la atención de la mujer antes de decirle algo que si entendería.- Si eso pasa te pienso coser la pierna con un “te lo dije”.

- Lo que me faltaba hoy ¿Las placas tectónicas también tienen ganas de demostrarme lo irracionales que pueden ser?- Se quejó el joven en voz alta. Pero aun así se cubrió las vías respiratorias y cerro los ojos mientras se arrodillaba y ponía una mano en el suelo.

-Ya está Liam!- Le espetó con relativa crudeza, estaba disgustada por todo, y tuvo que pagarlo con aquel que la había curado, por sus palabras ilusas.

-Si la violencia es el último recurso de los necios, la utopía es el primero de los estúpidos, no existe ningún lugar, ni existirá, libre de la muerte por hierro y acero, siempre habrá codiciosos, envidiosos y asesinos, y es nuestra tarea, de las gentes de bien detenerlos-

-Sea como sea-

-Así que no me llames necia y yo no te llamaré estúp....-

La tierra comenzó a temblar, y Arven tuvo que aferrarse al gigantón de Mòr.

Tras aquel repentino terremoto, el cual le dejó con las palabras en la boca, Arven frunció el ceño, entre cansada y harta de todo un poco, tuvo que taparse el rostro con rapidez, para no inhalar mas polvo del necesario...

-¿Que ha sido eso?- dijo entre tos y tos

Ean seguía a Yldiane hacia donde todo había empezado, no tenía claro si ese era el camino correcto, pero al fin y al cabo, ella era la experta. El arquero iba con cuidado, observando atentamente, cuando su mirada se paro en la espalda de la pelirroja. Se fijo en su movimiento ondulante, y se quedo hechizado, como si de una serpiente bailando se tratase. Ese suave bamboleo al que sometía a sus caderas, iba acompañado por el movimiento hipnotizador de ese culo, ese culo que Ean no podía dejar de mirar mientras las caderas marcaban el ritmo...Ean no pudo aguantar un suspiro.

-Buffffff.....- Al momento se dio cuenta que lo había hecho demasiado alto, y de que Yldiane empezaba a girarse, rápidamente desvió la vista y se encontró con el cadáver. Cuando Ylidane lo miro, este estaba con la mirada fija en el guerrero.

-Buf! El tío esta hecho polvo eh? Parece que ya había tenido su buena batalla antes de que Liam le asestase el golpe de gracia...

Ean se agacho a su lado y empezó a registrarlo. Cogió la bolsa, la abrió unos cuantos daols...y se la guardó. Finalmente posa su mirada en el brazalete. Se lo quitó y lo observó con curiosidad. No parece una obra maestra no, lo levanta para enseñárselo a Yldiane -Te suena de algo el símbolo...”pequeña”?- Dice con una sonrisa traviesa en su rostro.

-Oye...tu recuerdas si tenias alguna relación especial con alguien? Porqué yo tengo un vago recuerdo...como si tú y yo tuviésemos algo...

Se la queda mirando... Entonces el recuerdo de una hoguera asalta su pensamiento...acampamos aquí? Pero ese pensamiento se desvanece con el grito de Liam. En décimas tiene la ballesta en la mano con una saeta cargada. Levanta la vista hacia Yldiane...

Camino hasta el lugar donde hemos despertado al inicio de todos mis recuerdos, seguida de Ean, que no termina de alcanzarme por mucho que yo reduzca el paso... Eso no me hace mucha gracia, pero es cierto que él no conoce el camino, así que trato de orientarme en medio de esa densa bruma y llegar al lugar sin equivocarnos. Una vez allí, le escucho suspirar a mi espalda y me doy la vuelta, extrañada, pero parece que su atención está fija en el cadáver del hombre al que ha matado Liam. Me acerco con cuidado mientras lo escucho. 

—Por eso se lo ha conseguido asestar —respondo, acuclillándome para examinar el cuerpo; en efecto, tiene varias heridas recientes—, no habría podido si éste hubiera estado en mejor forma. Y es un soldado reizhiano —añado, señalando su emblema. 

Entonces miro el símbolo del brazalete con detenimiento. Pero ningún recuerdo de ningún tipo aflora a mi mente. 

—No. Y mi nombre es Yldiane, no sé si te lo he dicho alguna vez....

Cuando Ean se lleva las monedas no puedo evitar poner mala cara. No se debe perturbar a los muertos de los caminos... Me levanto, sin mucho más que añadir y observo alrededor. Sí, ahí es donde nos hemos despertado, así que comienzo a buscar un sitio recogido donde poder tumbar a Arven, mirando con curiosidad la colocación de aquellas vetustas piedras, inmemoriales, cubiertas de verde musgo y líquenes. De pronto recuerdo una hoguera... No es mal lugar, a decir verdad, es muy posible que hayamos acampado aquí en algún momento... Pero la voz del arquero vuelve a interrumpir mis pensamientos. ¿Alguna relación especial con alguien? Sí, algo he recordado, pero no con él precisamente... Dejo escapar un sonido a medio camino entre un resoplido y una risa y lo miro, con una sonrisa sesgada en los labios. 

—¿Relación...? No recuerdo... Espera, vale. Sí, recuerdo a alguien mirándome el culo y recibiendo una coz en ciertas partes nobles... ¿te suena? —le respondo con esa misma expresión. 

Y entonces es cuando escuchamos un grito y reconozco perfectamente la voz de Liam. Ean ya tiene por arte de magia un virote enarbolado en la ballesta y me mira. Mi primer impulso ha sido salir corriendo, pero me detengo un par de pasos después. 

—Quizá no deberíamos aparecer de repente. Si son otra vez los mercenarios, nuestra mayor ventaja sería cogerlos por sorpresa. ¿Los rodeamos? —pregunto, hablando rápido y entre susurros. 

Os separáis del cuerpo y os dais la vuelta nuevamente, tratando de escuchar a vuestros compañeros. Pero, súbitamente, la niebla se vuelve mucho más espesa, de forma que a duras penas sois capaces de veros entre vosotros. Ean maldice, sabiendo que con esta visibilidad no podrá disparar a nada que se encuentre más allá de medio metro. A pesar de todo, el extraordinarios sentido de la orientación de Yldiane no falla para que podáis volver hasta los muros donde estaban vuestros compañeros, dando un pequeño rodeo para poder coger desprevenido a cualquier nuevo asaltante que pueda haber aparecido.

Pero el lugar está completamente vacío. No hay mercenarios, pero vuestros amigos también han desaparecido. Os miráis sobresaltados e Yldiane avanza unos pasos. El muro tras el que se cubrían los ballesteros es el mismo, e incluso alguno de los pernos de ballesta que desecharon cuando Ean cogió el arma siguen allí. Las manchas de sangre de la herida de Arven y del mercenario que Mòr prácticamente cortó a la mitad siguen en el lugar que deberían estar.

Pero allí no hay nadie.

Seguís mirando un poco a vuestro alrededor, y la Varigal no tarda en pararse un momento. Las ruinas parecen estar cada vez peor en esta zona y el suelo, lleno de piedras desprendidas de algún muro, parece mucho más inestabale. Con esta niebla es complicado ver nada, así que tal vez sería una buena idea encender alguna luz para, al menos, sabe dónde vais a pisar. Con suerte, algo de iluminación también llamará la atención de vuestros compañeros, pero si los mercenarios siguen acechándoos por aquí, es posible que también vuelvan hacia vosotros.

La sacudida os pilla completamente desprevenidos y durante un segundo os miráis, desconcertados. Mòr intenta comunicarse con los espíritus de la naturaleza para intentar entender qué está ocurriendo, pero los c'maoghs permanecen en silencio. Liam no tarda en explicarle por qué es así. Sea cual sea su origen, el temblor que acabáis de sentir no es algo natural. La vibración parece demasiado localizada como para tratarse de un terremoto, pero no se le ocurre nada que pueda producir algo así, salvo... el derrumbamiento de un edificio.

Instintivamente, Liam mira hacia arriba, pero la niebla es demasiado densa, especialmente ahora que se mezcla con el polvo levantado por el muro al derrumbarse, así que no permite ver lo que tiene por encima de su cabeza. Sin embargo esta bruma no podría haberse generado en el interior de un edificio. ¿O sí? Nada parece tener sentido desde que os han empezado a disparar, pero vuestros recuerdos no van mucho más allá. Si al menos pudiérais decir cómo habeis llegado aquí, o por qué motivo, tal vez podríais entender algo mejor qué está sucendiendo, pero en estas circunstancias...

Mirando con desesperación a vuestro alrededor, os asalta un nuevo recuerdo. En la misma dirección en la que apunta el muro, mucho más allá de el cuerpo del mercenario que Urvan trata de proteger contra la caida de las piedras, tiene que haber una hoguera encendida rodeado por un improvisado campamento del que habéis salido juntos. Es sólo una suposición, pues tal vez ni siquiera sea real, o el recuerdo pertenezca a algún tiempo anterior de otra vez que hayáis podido visitar estas ruinas, pero ahora mismo parece lo único suficientemente real como para daros una opción de escapar de estas ruinas.

Liam cometió el error de advertir a sus compañeros sobre el origen no natural del temblor y ahora se esforzaba por no ahogarse con el polvo que había tragado. Consiguió no vomitar, lo cual teniendo en cuenta que volvía a tener la boca cubierta era buena cosa. Pero se había confundido lo suficiente como para que cuando le vino el ¿recuerdo? sobre el campamento no supiese ni donde se encontraba él.

—¿Qué ha pasado? —grito a los demás, consciente demasiado tarde de la futilidad de mi pregunta.

El polvo suspendido en el aire me escuece en los ojos, y siento en la lengua el sabor áspero de la tierra. Desorientado, miro a mi alrededor, buscando instintivamente el posible origen del temblor que acaba de derrumbar un muro de piedra como si se tratase de un castillo de arena bajo una ola furiosa. Sin embargo, soy completamente incapaz de ver nada que se encuentre más allá de unos pocos pasos de distancia.

Me pregunto si el terremoto no habrá sido en realidad producto de la ira divina de Soustraine, que ha decidido castigar nuestros actos de barbarie. Sin embargo, el pensamiento no arraiga demasiado, pues es inesperadamente sustituido por la imagen de una hoguera que brilla con una luz reconfortante, casi familiar. También veo un campamento, y personas reunidas en torno al fuego… ¡Nosotros!

Rápidamente, empiezo a buscar puntos de referencia en el entorno, tratando de encontrar un camino que ni siquiera sé si recuerdo, o si no es más que una invención producida por mi desesperación.

Un silencio absoluto es la respuesta a mi pregunta. No percibo ningún intento de los c’maoghs de comunicarse conmigo, pero lo cierto es que ni siquiera sé lo que se supone que debería percibir. Ha sido una insensatez por mi parte pensar que podría acometer el arte de Liadh con éxito cuando hay tantos demorthèn infinitamente más sabios que yo investigando el modo de resucitar esta vieja disciplina. Sacudiéndome las palmas de las manos, me levanto parsimoniosamente del suelo mientras Liam trata de dar una explicación razonable al terremoto, que al menos suena lógica a mis oídos. Pero de pronto…

… Una luz se enciende en mi mente, y tardo unos instantes en comprender que se trata de la llama de una hoguera. Las brasas ardientes que saltan de la fogata parecen tocar regiones muertas, o acaso dormidas, de mi memoria, despertándolas, como si cada ascua, al tocar ese fragmento de niebla y oscuridad, lo encendiese. Y  veo varias tiendas de campaña a su alrededor, y voces familiares llegan a mí desde figuras borrosas junto a las que he combatido. Un campamento.

Parpadeo un par de veces. Un campamento. He recordado el lugar del que veníamos, o quizá uno en el que estuvimos hace tiempo; ¿quién podría saberlo, habida cuenta del caos que nos rodea? Sin embargo, el instinto me dice que ese punto es importante, y que debemos encontrarlo. Mis ojos atisban a mi alrededor, buscando elementos reconocibles que me hagan recordar, o huellas en la tierra.

Pero todo lo que veo es gris y blanco.

Arven se tambaleó de nuevo, azotada por la sacudida, con la agilidad reducida por la herida. Estuvo a punto de acer al suelo, si no hubiese sido por Mòr, al cual se volvió a agarrar otra vez, aunque ahora lo hizo con más fuerza, porque estaba en su límite físico.

Cuando todo paró, se soltó del gigantón, con los ojos llorosos y tosiendo a pleno pulmón, esta segunda descarga la había cogido con la guardia baja.

Recordó una hoguera y avanzó sin cuidado alguno por entre el polvo y la niebla. Un gran error, porque perdió el rumbo y se tropezó un par de veces, lo que le hizo apretar los dientes y lanzar un gemido de dolor.

Perdió de vista un instante a sus compañeros

-¿Chicos?-

Os quedáis paralizados, incapaces de decidir si moveros o esperar a que regresen vuestros compañeros y, en el primer caso, qué dirección tomar. No estáis seguros de si la imágen de la hoguera es un recuerdo, un deseo o incluso una visión real que se haya podido mostrar entre la niebla.

De repente, una figura se perfila en el límite de vuestra visión. Una vez más, tomáis vuestras armas, dispuestos a defenderos de cualquier nuevo asaltante que tenga intención de emboscaros. Afortunadamente, no se trata de un enemigo: el tono rojizo de los cabellos identifican claramente a Yldiane.

- ¡Por fin! - exclama como si os hubiera estado buscando desde hace un rato. Sólo entonces os dais cuenta de que llevais parados bastante tiempo. - Seguidme, sé dónde tenemos que ir...

Sin esperar ninguna respuesta, se da la vuelta y, juntándose con otra silueta que a penas llegáis a distinguir entre la bruma, emprende la marcha por las ruinas, en la dirección en la que habíais imaginado el campamento.

Arven se encontró más perdida y vulnerable que nunca. Sola y herida, con sus reservas físicas al mínimo. Tuvo que tirar de coraje para no venirse abajo y continuar

Siempre fuerte, siempre adelante. Se dijo a sí misma para no decaer.

Avanzó con cautela por su camino, con la visibilidad en límites absurdos, jamás recordó un lugar con tanta niebla y polvo, y algo en su interior le decía que aquello no era normal. ¿Y que era normal? Iba recordando poco a poco, cosas sueltas, imágenes, sensacione, alguna frase corta de alguien que le resultaba familiar.

Averiguaré de que se trata todo esto, y ajusticiaré al culpable, lo juro por todo lo sagrado.

Cuando estaba punto de sentirse perdida para siempre, vió a Yldiane, aquella a la que recordaba con un gran afecto, como si se hubiesen conocido desde la infancia. Gracias a Dios, estaba salvada. Se acercó a la joven pelirroja

-Uf! Yldiane, creí que me había perdido para siempre-

Llegó hasta ella cojeando un poco, intentando reprimir el dolor que le atenazaba la pierna. Intermitente, con un tempo estable, como una descarga eléctrica que le llegaba hasta la cadera. Por supuesto, no iba a quejarse por ello.

-Joder, de donde sale tanta niebla?- Ean se pega detrás de Yldiane y empieza a seguirla, sabía que podía confiar en ella para estas cosas, no tenia claro porqué pero lo sabía.

Mientras se dirigían a su destino, Ean era consciente que con esa visibilidad difícilmente podría acertar a nada. Estaba tentado de hacerlo, para demostrarle a la pelirroja que realmente no tenia rival. Pero finalmente guardó la ballesta y sacó la espada corta.

Cuando llegaron donde antes reposaban sus compañeros una nueva sorpresa les aguardaba...ya nadie había allí.

-Vale...esta todo igual...-dice mientras se agacha a observar la sangre de su compañera- Menos ellos...que no están. Crees que se los han llevado? Quien podría arrastrar al grandullón de Mòr?

Se levanta del suelo y observa a Yldiane.

-Parece que nos hemos quedado...solos...- Y en el fondo, era una idea que para nada le desagradaba. Sin darse cuenta, una leve sonrisa apareció en sus labios.

Al cabo de un rato de desconcierto y dudas, alguien se nos acerca. Instintivamente, me pongo delante del grupo, con los brazos ligeramente levantados a mis costados, en un gesto protector. Para mi sorpresa y alivio, la melena de fuego de Yldiane no tarda en aparecer entre la niebla. Ella parece tan contenta como nosotros de habernos encontrado, y nos insta a que la sigamos.

Emprendemos nuestro camino entre el mar de niebla, sintiéndolo pesar sobre nosotros. Nuevamente, apenas soy capaz de distinguir a mis amigos, lo que me da la sensación de avanzar en soledad. Espero que nuestro destino nos aclare más cosas acerca de este lugar y del motivo por el que estamos aquí.