Partida Rol por web

El cultista estaba sentado en su potro de tortura particular y Nighthill empezó a preparar el instrumental. Por supuesto, yo me iba a quedar, pero ante la oferta de Keth y Fornund  de quedarse también decidí que estartía sólo de espectador, de momento.

Me quedaré. Quiero escuchar por mí mismo qué tiene que explicarnos. Cuando acabéis con él y este tierno, le haré yo un par de preguntas de cosecha propia.

Me acomodé en la sala, como era habitual, en un rincón en penumbra, de pie, apoyado contra la pared mirando la estancia desde una posición que me permitiera controlar el lugar. Siempre debía estar alerta para salir, deformación profesional. Eso me había mantenido tanto tiempo con vida.

Cuando queráis. - me acomodé para disfrutar del espectáculo.

Tharkael demuestra una sonrisa triunfante al ver como los fragmentos de hielo se van incrustando poco a poco en las costillas y parte de la columna vertebral a la altura del corazón. Observando que un vapor frío emerge del hocico de la criatura hasta dejar caer unas gotas de sangre antes de desplomarse en el suelo, un ataque letal e impecable  y sin evitarlo empuña su mano realizando ese gesto de flexionar el brazo para hacer ese efecto de conseguir el objetivo.

Pero no son momentos de celebración, sin pensarlo dos veces va a ayudar directamente a Formund en cargar los cuerpos hacia la madriguera para asegurarse de no dejar rastro alguno a los exploradores del Culto y así obligarlos a realizar una ofensiva nuevamente contra el fuerte.

Aquel trabajo duró muchos minutos, logrando apilarlos y pensando que ahora las ratas se darán un festín con sus cuerpos,  avanzaron rápidamente hasta llegar con Nighthill tras ser avistados por Escobert. Durante el trayecto no emite palabra alguna mientras va observando los alrededores con esa mirada cargada de ansiedad a causa del último enfrentamiento y sintiéndose emocionado al ver cuan útil resulta ser para la compañía. 

Al escuchar a Nighthill y verlo asombrado de los resultados, se encoge de hombros con esa expresión de alguien que esta atrapado en su exceso de confianza.

-¿Que más podría esperar de nosotros Bahamut? ...y vea que esta una pequeña muestra de nuestras proezas-.

Hablando como si se tratara de un grupo que ha vivido aventuras toda la vida, sin dimensionar aun todos los peligros que quedan por enfrentar en ese momento. Ante la situación del interrogatorio decide guardar silencio en un principio para dar pie a Formund y a Keth en llevar acabo ese sucio quehacer.

Se posiciona al otro lado, un lugar relativamente iluminado cerca de los instrumentos de tortura, apoyando su brazo en lo que parece ser una rueda para causar alteraciones permanentes en el cuerpo del interrogado. Pensando que por suerte aquella máquina se encuentra desactivada.

-Si el comenta algo que pueda estar al alcance de mis saberes...se los haré saber-.

Dice en un tono confiado y haciendo un guiño con el ojo derecho, ahora tomando nota de como se realiza este tipo de labor. Pensando que en un futuro tal vez se encuentre en la situación de extraer información a través de esos medios poco honorables.

Ante mi propuesta de interrogar al prisionero con una estrategia intimidatoria, Formund propone turnarnos para aplicar una técnica mas suave. La idea parecia buena. El hombre podría decidir confiar en el enano y colaborar con él si le prometía protegerlo de... mi... sonaba gracioso pero plausible.

-mmm... creo que podría funcionar...

Enarco levemente una ceja cuando Escobert menciona los instrumentos de tortura. Luego dedico a Nighthill una mirada prolongada. ¿De verdad aprobaría la idea de someter al prisionero a tortura? En cuanto ese sectario fue despojado de su capacidad de hacernos daño, dejó de ser un enemigo, y maltratarlo para extraerle información nos rebajaría al mismo nivel que aquellos a quienes combatimos. No puedo permitirlo.

—Mi señor Nighthill... —digo con una ligerísima reverencia—. Sin duda sois un gran gobernador y un hombre resuelto, dispuesto a hacer lo que haga falta para proteger a su pueblo... —Dejo de hablar en cuanto reflexiono sobre mis palabras. En efecto, Nighthill es un hombre práctico que no vacilará en hacer cuanto esté en su mano para defender a los suyos. No lo convenceré apelando al honor ni a la compasión. Decido emplear otros argumentos—. Sin embargo, estoy convencido de que sois también un hombre sabio. Sois tan consciente como yo de que la información extraída mediante la tortura no es en absoluto fiable. El interrogado dirá cualquier cosa para escapar del tormento. Por ello, os imploro que nos dejéis a nosotros esta tarea. Permitidnos averiguar el punto débil de ese hombre, ya sea la codicia, la sed de poder o de venganza. Permitidnos conocer lo que anhela, y prometérselo a cambio de algunas respuestas. —Mis ojos brillan cuando pronuncio la última frase—: Hay estímulos mucho más persuasivos que el dolor.

Vuelvo a hacer una reverencia, y espero la respuesta de Nighthill.

El Gobernador no tiene ningún problema en que los aventureros, ciertamente enviados de Bahamut, se sumen a ver su 'espectáculo'. ¡Tampoco en que participen, con sus propias tácticas! Hasta tal vez les dejaría a ellos primero, para que, después de que no funcionase, hacerles ver cómo lo hacía él... ¡con una sola mano! Ya estaba pensándose cuántas muelas sacarle al preso y en qué orden, cuando Samtharas, eso sí, después de las debidas reverencias y muestras de respeto, le dijo que mejor sería no mancharse las manos. "¿Cómo?" preguntó el gobernador parpadeante, muy serio, y siguió escuchando al clérigo. La información que pudieran extraerle al preso sin tortura sería más fiable de la que pudieran conseguir por las malas.

Nighthill en un primer momento mira con excepticismo, pero asiente, y de un movimiento de manos, os otorga el permiso. "Muy bien, si es esa la voluntad de Lathander y Bahamut, no seré yo quien contrarie a los dioses. Podéis comenzar."

"...Y avisadme si ese vástago de goblin necesita... estímulos dolorosos."

Además del gobernador, Escobert también os acompaña al interior de la celda donde mantienen encadenado al cultista. Todavía está inconsciente. El enano de barba roja os pregunta: "Bueno, ¿y ahora qué? ¿Le echo un cubo de agua a la cabeza?"

Parece que no será necesario. Percibis que la respiración del cultista ha cambiado, y que se ha movido. Como mínimo acaba de despertar, aunque quizá lleva un tiempo fingiendo.

Nighthill nos dejó intentarlo a nosotros primero, así que nos acompañó a la celda. El cultista estaba tirado en el suelo, pero vivo, ya que se movía. No tenía ni idea de las intenciones de Samtharas, pero lo vería pronto

Empieza tú, Samtharas. Ya que has sido el que ha tenido la idea, a ver como te desenvuelves. Si no tienes éxito, ya probaremos métodos más expeditivos. Seguro que cantará.

El prisionero está despertando. Durzo me invita amablemente a empezar el interrogatorio, aunque en el tono de su invitación creo detectar un desafío velado. Sin darme por aludido, asiento en silencio y me aproximo al hombre encadenado.

—Veo que habéis despertado. Soy Samtharas. Parece que los hombres de esta fortaleza no os han tratado muy bien —digo torciendo el gesto, y me acuclillo lentamente junto al prisionero para estar a su altura—. No es de extrañar, ya que vos y vuestros compañeros de la Orden del Dragón estabais atacando a los aldeanos y quemando sus casas cuando os sorprendimos. —Espero unos segundos sin decir nada más. Dejo que en la cabeza del sectario se asiente la idea de que sabemos quiénes son y que no merece la pena tratar de negarlo. Busco sus ojos con la mirada, y cuando la encuentro, sigo hablando—. Pero vos no me parecéis un loco, ni un asesino. No creo que disfrutaseis haciendo lo mismo que vuestros camaradas… Entonces, ¿por qué estabais con ellos? ¿Os amenazaron a vos, o a alguien de vuestra familia? ¿Compraron vuestra lealtad con falsas promesas? Os ruego que me ayudéis a convencer a esta gente de que no sois como los otros. Aún podéis salvaros. Solo tenéis que decirme quién os envía, y para qué.

Mis ojos no se apartan en ningún momento de los del interrogado, pero mi mirada es compasiva. Decido dejar que el hombre sienta el peso del silencio, y no añado nada más. Solo queda esperar.

Mientras mi herida es lavada y vendada por uno de los siervos de la fortaleza*, lord Nighthill se dispone a dar comienzo a la sesión de interrogatorio. En ese momento, Samtharas hace una oportuna intervención: con un impresionante despliegue de retórica, y sin renunciar no obstante a su humildad, el sacerdote convence sin esfuerzo al gobernador de la conveniencia de emplear métodos más compasivos, algo que yo apruebo. El clérigo parece obrar según los dictados de su dios no como un dogma a seguir, sino por un creer y sentir verdaderamente difíciles de hallar. Nighthill consiente casi inmediatamente a las palabras de Samtharas, quizá conmovido por su honesta piedad.

Las palabras de mi compañero demuestran no quedarse solo en palabras cuando, sin atisbo de duda pero también despojado de altivez, el clérigo se inclina frente al cautivo y le habla con amabilidad. No puedo evitar pensar que quizá sea demasiada amabilidad, aunque no por ello dejo de admirar al humano. Dicen que se atrapan más moscas con miel que con vinagre, y aunque no dudo de la astucia del hombre, de algún modo sé que Samtharas respeta genuinamente al sectario, convencido de que todo ser vivo tiene derecho a un trato digno. Asiento al oír su forma de dirigirse al interrogado, impresionado y complacido, mientras espero mi turno de intervenir, si resultase necesario.

De todo el grupo, por el momento, solo Tharkael queda fuera de la celda, escuchando en las sombras. Samtharas, Keth, Durzo y Fornund se acercan al prisionero, y es el clérigo el primero que habla. "¿Un... sacerdote? ...¿De Lathander?" el cultista levanta la cabeza para mirar a Samtharas. "No va a hacerme daño... ¡su religión no lo permite! Ja ja ja..." pese a que intenta reir, le cuesta. Está estable, y su vida no corre peligro, pero parece que los golpes durante la batalla todavía le duelen. "Soy como usted, clérigo..." comienza afirmar entonces, con una sonrisilla de autosatisfacción. "Soy, ¡un enviado de mi diosa, Tiamat! Sirvo a los dragones! ¡Tengo fe! ¡Ja ja...!" vuelve a intentar reir, pero los moratones se lo impiden. "¡Tiamat nos envía! ¡Tiamat nos habla, a través de sus enviados! ¡Alabada sea Tiamat! ¡Alabada sea Tiamat!" repitió, ensalzando a la diosa dragona, una y otra vez. "¡Alabado sea el día de su regreso! ¡Tiamat regresará, lo hará en un lecho de oro, de sangre y de fuego!"

Él no podrá, pero yo no rindo cuentas a ningún Dios. No querrás que intervenga en el interrogatorio. - amenace al cultista. Conozco infinitas maneras de causar dolor y no creo que quieras comprobar como de diestro soy en ellas. Habla. ¿Qué hacéis en Verdosisima y que estáis buscando aqui
Mientras hablaba me acerco a la mesa con los instrumentos de tortura que había preparado Nighthill y cojo unas pequeñas tenazas, seguramente útiles para arrancar dientes o uñas.
Tuya es la decisión de hablar sin dolor y contestar a mi amigo el clérigo o obligarme a intervenir

Doy un paso hacia el interrogado, con una expresión severa y adusta en el rostro. Me lo quedo mirando durante varios segundos desde mis profundas cuencas oculares, en las que se forman sombras debido a la luz indirecta que incide sobre ellas, lo que impide alcanzar a ver mis ojos. En este momento, tengo el aspecto de una impávida estatua de piedra.

—Mi compañero dice la verdad —afirmo, con una voz cavernosa que emerge de las profundidades de mi cuerpo—. Al final acabarás hablando, de eso no te quepa la menor duda, así que ahórrate el tormento y a nosotros la fatigosa tarea de infligírtelo. Si quieres salvar la vida, todavía no es tarde.

Sin embargo, no estoy seguro de eso. No sé a ciencia cierta qué destino le aguarda a este infeliz una vez nos dé lo que necesitamos… Aunque ya me encargaré yo de convencer a Nighthill de que vale más vivo y ayudando a reconstruir la ciudad que bailando en el extremo de una horca.

La devoción del hombre hacia aquella diosa impía me producía una mezcla de asco y horror.

Como puede esperar con ansia el fin del mundo?

Durzo ya había empezado a amenazarlo, así que me uní, a mi manera, a la táctica intimidatoria.

-Tu querida Tiamat no te salvo de nosotros y no te salvará del juicio que te espera -le dije subiendo bastante el tono de mi voz y parándome frente a él para que pudiese ver lo alto que soy- Tienes idea de las acusaciones que pesan en tu contra? Tú y tu gente han arrasado villas enteras. Eso significa múltiples cargos por asesinado. Sabes cual es el castigo por ese crimen? Sinembargo, si cooperas con nosotros, tal vez, y solo tal vez, podremos interceder para que tu castigo sea más leve.

Ante las amenazas de Durzo, apoyadas por Keth, y la aproximación más amable de Samtharas y Fornund, el cultista acaba por reconsiderar su situación actual. Os mira a todos con rapidez, para luego volver a buscar la visión de Samtharas. "Señor clérigo... no... no quiero... no quiero morir. Alabado... ¡alabado sea Lathander! ¡Ja ja ja... jaja... ja...!" nuevamente el dolor por los golpes le impide reirse, aunque os da la sensación de que más bien está intentando darse ánimos a si mismo para no temblar de miedo. Su envalentonamiento de antes se ha esfumado realmente, y ahora mira a Samtharas casi suplicando la piedad que antes le resultaba tan divertida. "Nos envía Tiamat, a través de sus enviados." repite, con un tono de voz mucho más bajo que el anterior. "Una dracónida... como vuestro amigo..." señala con la cabeza a Tharkael en las sombras, quien por ello en aquel momento hace acto de presencia, dejando de ocultarse. "Langdedrosa Cólera de Cian..." la nombra. "Y... y estamos acumulando botín para... para 'el gran tesoro que marcará el comienzo del reinado de la reina de los dragones'." recita, como si repitiera unas palabras una y otra vez entonadas. "Tenemos..." traga saliva y mira a los lados, como si se replantera si decir o no estas palabras. "Tenemos... huevos de dragones, en el campamento. Estamos acumulando el botín pa-para ellos, digo yo. ¡E-están en una cueva, en nuestro campamento! ¡Es todo lo que sé!"

El prisionero había comenzado a hablar. Sus palabras me sorprendieron mucho. Había oído que a los dragones les gustaba coleccionar objetos de valor pero... humanos reuniéndolos para ellos? Me parecía una locura. El hombre menciona el nombre de una dracónida.

-Langdedrosa Cólera del Clan...

Me acerqué a Tharkael y le hablé en voz baja para que el prisionero no me escuchara, no quería que me viera salirme de mi personaje de orco malo tan pronto.

-La conoces? -le dije intrigado.

Tharkael había decidido quedarse a la sombra para dejar trabajar al resto de sus compañeros, dado que el interrogatorio no es su punto más fuerte y considera esto una oportunidad para desarrollar una nueva habilidad a entrenar en un posible futuro. En ese momento sus ojos dorados muestran un destello gélido a causa de la emoción que genera el observar aquella dinámica

Realmente son buenos

Hasta que la información empieza a salir de la boca del cultista, rápidamente sale de su punto de confort porque varios datos brindados no resultan definitivamente descabellado.  En ese momento va avanzando de manera impetuosa con esa expresión de preocupación mientras va cayendo en cuenta la intención de aquellos agentes pertenecientes al culto y va más allá de crear una guarida.

-Robar tesoros implica crear una guarida, algo parecido a una colmena de dragones. Muchos de la raza se adhieren a los tesoros a causa de su codicia que llevan en la sangre y incluso algunos desarrollan su magia al robar más objetos mágicos, oro , joyas etcétera-.

Dice de manera arrebatada, dejando exhalar ese vapor de aire frío a causa de su sorpresa y en cierto modo su enfado por comenzar a entender las intenciones que tiene el culto. Escuchando la pregunta de Keth, siendo evidente en su pregunta que lo lleva a quedar pensativo.

-"Langdedrosa Cólera de Cian..."-.

Moviendo sus ojos con ansiedad mientras va haciendo memoria de donde habrá escuchado aquel nombre.

Tharkael recalca haber oido el nombre en algun sitio, probablemente, en el Templo de Bahamut allá en los Picos de las Nubes. Sin embargo, no recuerda si llegó a leerlo en algún libro, o quizás oirlo de alguno de los hermanos dracónidos. Cuando Tharkael instintivamente juguetea con el círculo de cobre que cuelga de su cuello, tanto a él como al resto del grupo os cruza la mente una idea: y es que Icehauptannarthanyx, el Custodiado, si de verdad tiene espías por todas partes, sin duda sabrá de quién se trata esa líder. ...¿No?

...¿Y es siquera, esa idea que os cruza la mente... una buena idea realmente?

Piensa piensa piensa.

Y en ese momento, un gruñido ronco deja escapar el hechicero dragonido de enfado a causa de no ser capaz en recordar quien es Langdedrosa. Haciendo evidente su frustración mirando al resto de los presentes realizando una respuesta negativa con un movimiento horizontal de su cabeza, comenzando a dar vueltas en línea recta de ida y de vuelta tras cruzarse de brazos mientras va pensando como solucionar esto.

Su mano derecha acaricia instintivamente el amuleto entregado por el dragón blanco y de repente, cae en cuenta de que deberán de recurrir a su perversa ayuda. La expresión de enfado junto a la frustración se hace presente completamente en su rostro.

-Debemos comunicarnos  con el dragón...algo puede saber-.

Dice mirando al resto de los presentes sin mirar el amuleto sin activarlo, considerando que pedir ayuda a Icehauptannarthanyx, es la mayor deshonra por la que puede pasar un descendiente de los dragones metálicos en una situación de este tipo.

Luego de intentar hacer memoria, Tarkael sugirió preguntarle al blanquito. Era una buena idea, pero me preguntaba si el prisionero podría darnos alguna otra información útil antes de dejarlo aquí para ir a hablar con el dragón.

—Rotundamente no —amonesto a mis compañeros. No sé cómo pueden considerar siquiera la idea de recurrir a un ser tan despreciable como Icehauptannarthanyx para algo tan nimio como averiguar la identidad de esa tal Langdedrosa Cólera de Cian. Mi severa mirada se posa en sus ojos uno a uno—. No hay nada, absolutamente nada, que esa vil serpiente pueda decirnos que no podamos averiguar nosotros por nuestros medios. Apenas hemos empezado a investigar, ¿y ya vais a daros por vencidos? —Guardo silencio durante unos momentos, tratando de controlar mi súbito arrebato, totalmente impropio de mí. Sacudo la cabeza, y mi expresión se suaviza un poco—. Lo lamento, de veras. Eso ha estado fuera de lugar. Pero no vamos a preguntarle nada a ese dragón si podemos ahorrárnoslo.

En esto, me aproximo al prisionero inmovilizado. Tras mirarlo fijamente unos segundos, me inclino hacia adelante, de modo que mi cara queda a apenas un palmo de la suya.

—En cambio, a ti sí quiero preguntarte una cosa —empiezo, en un tono de voz grave, monocorde y sereno—. ¿Por qué? Solo quiero entenderlo. ¿Qué te han prometido para que arriesgues tu vida… para qué? ¿Para que los dragones asolen el mundo? ¿En serio crees que hay algo bueno en todo el sufrimiento y el horror que eso causaría, o que siquiera lo justifique? Quiero creer que no has pensado en las consecuencias que podrían tener tus actos. En el fondo me das lástima, porque me parece que el Culto del Dragón se ha aprovechado de ti y de infelices como tú para desatar un caos que no entiendo cómo nadie podría ver deseable. —Hago una pausa—. Sabes que los dragones no te perdonarían, ¿verdad? De hecho, serías uno de los primeros en caer bajo sus llamas. ¡Y piensa en todas las familias de Verdosísima! Todos los que han muerto… Por favor, ayúdame a entenderlo. Ayúdame a entender por qué has hecho una estupidez tan enorme como seguir al Culto del Dragón, para que yo intente convencer a lord Nighthill de que te deje vivir lo suficiente como para que puedas arrepentirte.

Me retiro ligeramente, dando tiempo al recluso para que reflexione y me responda.