Partida Rol por web

El ataque le había sorprendido, pero ya se había enfrentado a maleantes y ladrones con anterioridad, y este tipo no parecía mucho más que eso. En cuanto se alzó en el aire y descendió su tanto contra el pecho del gigante, éste interpuso su sagrada porra, que desvió el ataque con un tintineo. Juzoh sonrió y ladeó el arma en toda su extensión, dispuesto a batear al enemigo con todas sus fuerzas.

Nada más poner un pie en el suelo, el encapuchado no tuvo tiempo ni de alzar la vista cuando un tremendo porrazo lo alcanzó en la parte superior de la cabeza... aunque por suerte para él fue de refilón. Lo cual, sin duda le salvó la vida, ya que recibir semejante golpe de lleno habría supuesto que hubiera ido directo al Otro Mundo.

El hombre se llevó una mano a la cabeza y gruñó de dolor, aturdido. Se repuso enseguida y miró con rabia a Juzoh, que seguía blandiendo el garrote como si fuera un juego para él. Su atacante esta vez no se decidió a volver a la carga (sin duda, un bastonazo de metal en plena testa desanima a cualquiera). En lugar de eso, sacó un afilado shuriken y se lo lanzó a Juzoh directamente a la cara con toda la furia de que fue capaz.

SWISSHHH...

El artefacto voló raudo cortando el aire. Juzoh lo esquivó instintivamente, pero le alcanzó hiriéndole en la oreja derecha y arrancándole un grito de furia y dolor. La sangre del grandullón manchó el suelo, mientras su rival maldecía por no haber logrado darle de lleno.

Molesto por no encontrar ni rastro regreso a donde deje al joven.

Frustrado por haber perdido al asesino, Lee se obligó a calmarse y a recuperar la quietud de su espíritu. Tras algunos segundos de relajación, volvió sobre sus pasos en dirección a la columna de humo rojizo que era la aldea. No sabía qué o quién podía haberle hecho eso al pobre aldeano, pero jamás había visto una huida tan veloz como aquella. Era preocupante...

Tras algunos minutos caminando, llegó de nuevo junto al hombre. Ya no se movía ni respiraba, había muerto. Sin embargo, Lee notaba una presencia cerca, aunque no habría sabido decir de dónde provenía, o si sus propios sentidos empezaban a traicionarle tras un día tan agotador como aquél...

Alerto mis sentidos y me acerco al joven para cargar con su cadáver, atento a cada sonido, a cada movimiento.

Una vez que cargo con el cuerpo del joven, y  doy la vuelta para volver hacia el pueblo, barro con la mirada el lugar.

Lee se dispuso a llevar el cuerpo del fallecido de vuelta a la aldea, cuando por el rabillo del ojo detectó un movimiento en los matorrales. Algo o alguien le acechaba.

Sin querer dar muestras de que lo había descubierto, Lee avanzó como si nada pasara, pero manteniéndose alerta. En cualquier momento podían saltar sobre él, pero estaría preparado. Poco a poco, volvió al pueblo, que aún ardía pero ya con mucha menos intensidad. La mayoría de casas se habían derrumbado y no eran ya más que rescoldos de los edificios que habían sido. No había ni rastro de Akari, Juzoh ni los demonios de fuego. Todo estaba desierto y aún hacía mucho calor.

Con delicadeza dejo el cadáver del fallecido en el centro del pueblo.

-Descansa ahora amigo, ya regreso.

Pendiente de que algo acecha en las sombras volteo de lado a lado buscando a alguno de mis acompañantes, pero al no verlos me adentro en el pueblo por alguna calle secundaría.

Alzándose en todo lo alto que era, Juzoh se palpó la oreja para luego mirarse la mano empapada de sangre. Notaba las pequeñas gotas corriendo por su cuello, y luego miró nuevamente al desconocido atacante. El tipo era rápido y ágil, pero no era suficientemente fuerte como para derrotarle, y aquella era su ventaja. Le había dado la oportunidad de rendirse, pero su aspecto le decía que jamás lo haría, hasta sucumbir. Frunció el ceño, miró a su expectante hermana, y luego saltó hacia su enemigo con el formidable arma en lo alto.

Mira el combate sorprendida. Ya sabía que su hermano era fuerte, pero el otro tipo es bastante rápido y encima lo ha herido, aunque no de gravedad. Está segura que su hermano ganará y si no lo hace, lo menos que deseará será morir a manos de ese hombre de negro.

Se pone en guardia por si en algún momento tiene que defender al anciano y a la chica.

Juzoh atacó con furia al hombre encapuchado, pero este se zafó rápidamente de su ataque y la porra metálica sólo lo rozó. Si continuaba moviéndose así, podía poner en apuros al gigantón...

- ¡Ja,ja,ja,ja,ja! -se rió el oscuro asaltante-. ¿Eso es todo lo que sabes hacer? Ya veo que el primer golpe fue cosa de suerte. ¡No tienes ninguna oportunidad!

Y volvió a lanzarse al ataque volando por los aires. En aquella ocasión hizo una finta y el filo de su tanto cortó el hombro de Juzoh, aunque no fue una herida grave.

Lee se sentía recuperado de la carrera anterior, y volvió a correr por el pueblo, buscando pistas sobre el paradero de los dos hermanos. Las brasas de los edificios iluminaban todo con una luz rojiza, en la que Lee pudo ver cadáveres, fardos y carros destrozados.

Pero se fijó en algo interesante... Unas huellas que se alejaban del pueblo, aunque eran cuatro pares de pies. También había más rastros que se alejaban, y luces en algunas casas. ¿A dónde podían haber ido?

Se acabaron las tonterías... y es que ese tío le está cabreando y encima su hermano no le acierta ni queriendo. Tiene que ayudar a su hermano a conseguir abatir a ese enemigo y la única forma, sin meterse de lleno en la pelea, es imbuir el mazo de su hermano con el poder de los dioses.

Con el poder del Dios del Rayo podrían conseguir paralizarlo el tiempo suficiente para acabar con él así que del interior de kimono saca un papel alargado con el símbolo sagrado del rayo. Cierra los ojos y concentra su poder en él hasta que queda completamente recto. Lanza el sello hacia el mazo e invoca el poder del rayo.

-Dios del Rayo! Confiere a este arma sagrada tu fuerza, tu poder y tu voluntad!

El papelito salió disparado en medio de una nube de chispas, y se quedó pegado al mazo de Juzoh. El gran garrote comenzó a refulgir y pequeños relámpagos recorrieron su superficie, lanzando destellos y chasquidos. El gigantón se quedó sorprendido cuando notó la energía fluir por su cuerpo y ponerle el pelo de punta.

Con una sonrisa, Juzoh se dejó recorrer por el sagrado e increíble poder que su hermana había concedido con sus habilidades, y dedicó una mirada sádica al contrincante. La verdad era que se estaba empezando a enfadar seriamente por las constantes esquivas, fintas y ataques por el flanco del desconocido, pero todo aquello se desvaneció en cuanto Akari imbuyó su arma.

- ¡Ja, Ja, Ja! - rió con su atronadora voz - ¡Estás perdido, desconocido! ¡Te doy una última oportunidad para que te largues!

Y diciendo esto, dio un gran salto hacia delante con la porra en ambas manos, dispuesto a aplastar al ninja.

El hombre de negro abrió desmesuradamente los ojos al contemplar en lo que se había convertido el Kongo Rakan de Juzoh (y el propio Juzoh...) bajo los efectos de la invocación de Akari. Quedaba muy claro que con aquello no había contado. Retrocedió dos pasos, pero en mitad de su estupor no fue lo suficientemente rápido y el ataque de Juzoh le acertó en una pierna.

Lo único que le salvó de tener una pierna rota fue que le había pillado con ella despegada del suelo, y simplemente le envió volando un par de metros hacia la izquierda. No obstante, cuando el enmascarado trató de levantarse, comprobó con horror que no podía hacerlo, pues su pierna se le había dormido a tal punto por la descarga eléctrica que no le respondía.

- ¡Es... espera! -suplicó, viendo que Juzoh se preparaba para el ataque final. Retrocedió arrastrándose como una babosa, mientras jadeaba y el sudor perlaba su rostro-. No lo hagas... ¡No puedes matarme!

Juzoh se sentía como un dios en la tierra, aunque ese pensamiento fuera un poco desafortunado teniendo en cuenta que se había criado en un templo. El poder del rayo le recorría desde la punta de los dedos de los pies hasta el último de sus cabellos, ahora ligeramente de punta, y su formidable Kongo Rakan brillaba y relampagueaba saturado de poder. Estaba satisfecho con el combate, y le complacía tener ante sí al enemigo caído. Pero él no era un asesino. Podía ser perezoso, comilón y bromista, pero no un asesino. Puso la legendaria porra cerca del pecho del maleante, indicándole que podría hundirle en el suelo de un golpe, y alzó la voz.

- ¿Quién eres y qué has venido a hacer aquí? ¡Contesta!

Hecho un rápido vistazo  a una de las casas, si no veo a nadie, o pistas de alguien, sigo las pisadas.