Partida Rol por web

La persona que se quejaba estaba justo delante de Lee, tendida en el suelo. El monje sólo podía ver un bulto que se movía, así que no podía saber qué le ocurría exactamente.

- E... estoy aquí... por... favor -siguió diciendo la forma.

Lee se acercó y comprobó que era un joven. Bajo la escasa luz pudo ver que estaba tendido de espaldas a él, de costado, y se echaba un brazo al estómago. Tal vez estuviera herido...

Juzoh frunció el ceño al ver la situación, pero no desconfió. Era un joven de buen corazón que normalmente no veía las trampas y emboscadas aunque estuvieran a dos centímetros de su cara y brillando como el sol, así que lo primero que hizo al ver la situación fue clavar su formidable arma en el suelo con un golpe y arrodillarse junto a la pareja con la mejor de sus caras.

- Somos viajeros, anciano - dijo, inclinando levemente la cabeza a modo de saludo - Mi hermana Akari es sacerdotisa de la capital, y yo soy Juzoh, su hermano y guardaespaldas. Hemos visto lo sucedido en la aldea y hemos acudido a ayudar. ¿Estáis bien?

Al ver al joven tendido, me acerco a el con la intención de examinar su herida.

-Por favor, dígame que sucedió, y como se hizo semejante herida.

Cuando el anciano escuchó la palabra "sacerdotisa" y observó que tanto Akari como Juzoh tenían aspecto de ser buenas personas, se relajó. Pareció de pronto cansado y abatido, y volvió a centrarse en la muchacha a la que sostenía.

- Os agradezco vuestra ayuda -dijo con esfuerzo-. Esos monstruos han arruinado la aldea, no quedarán más que cenizas al alba. Debemos marcharnos. Joven, ¿puedes ayudarme con la muchacha? -le dijo a Juzoh, tendiéndole a la chica.

Se levantó tras depositar a su protegida en los brazos del grandullón y miró a Akari, haciéndole una reverencia.

- Te saludo. Percibo tu poder y tu sensibilidad al mundo etéreo. Los espíritus velan por ti. Yo soy sacerdote también. Ahora seguidme, rápido... Sé que él está a punto de volver. 

Y echó a correr como buenamente pudo hacia la espesura, alejándose de las llamas.

Lee se acercó y observó que la persona tendida tenía una profunda herida en el abdomen. Sangraba profusamente, una sangre que a la escasa luz de la noche se veía negra y abundante. El monje taponó la herida como pudo, tratando de cortar la hemorragia, mientras intentaba aplicar un apósito. El hombre herido se quejó de dolor.

- ¡Agh...! Ha sido... él... -dijo con mucho esfuerzo-. Un hombre... un hombre terrible... Ha matado a la mitad... de la aldea... y se ha... se ha llevado su...

Tosió con violencia, esputando sangre al suelo húmedo. No parecía que fuera a poder decir mucho más...

-¿Por donde se fue?. Pregunto al moribundo.

El hombre no pudo decir nada, pero alzó una mano temblorosa y ensangrentada que señalaba el oeste. Luego volvió a toser y a aferrarse el vientre con sufrimiento.

Le hace una reverencia al anciano, en gesto de respeto ya que nota un gran poder y una gran sabiduría procedente de él. Le indica a Juzoh que es mejor ponerse en marcha cuando antes y hacerle las primeras curas a la chica cuando sea posible estar en un lugar tranquilo, o al menos seguro.

-Que os ha pasado? Por qué han atacado la aldea?

Le cierro los ojos con cuidado y le digo.

-Descansa amigo, yo iré por el resto de la aldea y detendré al asesino. Por tus actos, te recordara tu gente, por tus actos, tu próxima vida será más afortunada. Y el camino de la iluminación se abrirá para ti.

Tras unos segundos en los que aferro su mano, salgo corriendo a toda velocidad hacia el oeste.

Corrieron durante mucho tiempo, hasta que las llamas del pueblo no fueron más que un resplandor distante recortado contra las siluetas negras de los árboles y la maleza. Lejos de la aldea y del fuego, Juzoh y Akari sintieron de pronto bastante frío, pero se obligaron a huir lo más rápido posible. Cuando se detuvieron en un claro entre los árboles, al anciano le costó casi dos minutos recobrar el aliento.

- Gracias, jóvenes... -dijo con esfuerzo-. Ahora podremos hablar... aquí no nos encontrará...

No dijo de quién hablaba, pero le hizo enseguida un gesto a Juzoh para que dejara a la chica en el suelo, y volvió a examinarla a la luz de una pequeña vela que encendió. No puso buena cara...

- Una de esas fieras la mordió -dijo-. Los colmillos de un demonio son terribles. Esta enfermedad no puede ser curada por nada de nuestro mundo.

Akari y Juzoh se quedaron pálidos al escuchar el diagnóstico del anciano. ¡Esa joven había sufrido el mismo ataque que Hikari, una mordedura de demonio! El sacerdote murmuraba ahora un ensalmo, con una mano sobre la frente de la muchacha, pero sólo consiguió que se tranquilizara un poco... justo igual que había pasado con Hikari cuando Padre trató de sanarla.

- No podemos hacer nada por ella... -dijo con pesar.

Sin tiempo para comprobar siquiera el efecto de sus palabras tranquilizadoras, Lee salió como una flecha en dirección oeste. Se internó en la espesura, esquivando ramas y piedras con la agilidad de un felino, hasta que dejó de sentir las piernas. No importaba, él estaba entrenado para ignorar el cansancio...

Pero no vio a nadie. Ni siquiera animales huyendo de su carrera, o pájaros volando asustados. Parecía que el mundo había quedado vacío de vida. Finalmente se detuvo un momento, para recuperar el aliento y pensar. El que le hubiera hecho eso al aldeano no podía haber desaparecido. ¿O tal vez hubiera seguido otro camino...?

En cualquier caso, lo que estaba claro era que Lee no iba a encontrar nada por esa ruta.

-Si podemos! Nosotros nos dirigimos al Monte Fuji! Nuestra hermana sufre lo mismo y mi padre dijo que debemos ir allí para poder curarla.

No piensa dejar que otra persona sufra por las heridas causadas por un demonio. Si van a curar a su hermana, también curaran a esa chica y no dejarán que les pase nada. Como sacerdotisa y onmyoji es su deber velar por todos y exorcizar los demonios de esa tierra.

-Confíe en nosotros! Debemos llevarla a un templo o un santuario para que la mantengan controlada y la tierra sagrada mantenga su enfermedad a ralla.

El anciano estaba a punto de decir algo, cuando oyeron un rumor en la maleza, en la dirección que acababan de recorrer. Algo les había seguido. Se pusieron alerta y casi inmediatamente, una forma oscura surgió de entre los arbustos. Era un hombre, o al menos parecía un hombre, pero casi no podía vérsele, ya que iba vestido de negro de pies a cabeza. Sus ojos brillaban bajo una capucha ajustada, y llevaba un largo tanto en la mano.

- Así que pensábais escapar, ¿eh? -dijo con voz cruel el recién llegado-. Bien, bien... presas nuevas. Más sangre fresca. ¡El amo estará contento!

Adoptó una posición de guardia para enfrentarse a ellos. No parecía intimidado ni siquiera por la presencia de Juzoh, que le sacaba al menos dos cabezas y era bastante más ancho que él.

El anciano se arrodilló junto a la muchacha enferma para protegerla, mientras miraba con el ceño fruncido al hombre que les amenazaba. Estaba claro que no le gustaba nada la situación...

Poniendo la mano sobre Akari para indicarle que se quedara protegiendo al anciano y la joven, Juzoh se levantó lentamente pero con el ceño fruncido. No parecía furioso, sino todo lo contrario. Irradiaba una calma poderosa, típica de un experimentado guerrero samurai dispuesto a la batalla. Cogiendo con facilidad con una sola mano su legendario garrote, lo balanceó levemente un par de veces sin mirar al desconocido, para luego alzar un dedo y señalarle.

- ¡Será mejor que te largues ahora mismo por donde has venido, desconocido! - dijo, tronando con su voz. La calma y quietud sólo eran una pantomima para darse aires de grandeza al estilo de los grandes guerreros - ¡Yo, Juzoh Kanzaki, no permitiré que pongas la mano encima de esta pobre gente!

Lee se concentró intensamente en mitad del silencio de la noche. Primero cerró ojos y abrió oídos, tratando de captar cualquier ruido inusual. Luego abrió ojos y escrutó el cielo, el suelo, la maleza y los troncos de los árboles. Fijó su atención en todo, tratando de encontrar algo, una pista que le guiase. Pero no había nada.

Sólo existían dos posibilidades. O el asesino sabía volar, o había ocultado sus huellas demasiado bien. En cualquier caso, estaba claro que Lee no lo atraparía esa noche.

El hombre vaciló un momento al ver el inmenso garrote de hierro que Juzoh manejaba como si fuera una simple pluma, pero luego recuperó su apostura y rió.

- Así que vas a enfrentarte a mí, ¿no? -se burló-. Bueno... la verdad es que no te queda más opción. Es eso, o aceptar ser desangrado como un cerdo.

Se pasó el tanto de una mano a otra con habilidad, tratando de intimidar al gigantón. Salió de la maleza, semiagachado y dando pasos laterales, sin perder nunca de vista a su enemigo. Sus ojos brillaban con impaciencia, como los de un felino a punto de saltar sobre la presa.

- ¡Empecemos ya! -dijo, y saltó dando un par de volteretas, directamente hacia Juzoh.

La lucha se inició en un visto y no visto, cuando el desconocido vestido de negro descendió como un rayo sobre la mole de músculos que era Juzoh. Apuntó su tanto directamente al cuello de gigantón, decidido a seccionar su yugular y acabar rápidamente con el combate.

Tan concentrado estaba saboreando una victoria rápida, que casi no se dio cuenta de que Juzoh le bloqueaba hábilmente con su porra de metal, repeliéndole y lanzándole hacia atrás. Tuvo que esforzarse mucho para caer bien y no quedar a merced de un porrazo fatal...