Partida Rol por web

El poker es tu negocio y no solo eso. Es una forma de vida para ti. A veces haces trampas... a veces no, pero siempre ganas, o al menos, eso es lo que intentas. En estos momentos, en el saloon de Socorro, eres tú quien más dinero llevas y eso siempre trae problemas.

Nadie puede dejar una partida cuando va ganando. Nadie. Así que tienes que intentar que la gente se marche, o bien por puro cansancio o que acepte su derrota.

Delante de ti tienes a otros seis jugadores y alguno de ellos ya da muestra de cansancio. De hecho, mientras lo analizas, y barajas las cartas para repartir, uno se pone en pie.

-Ya es suficiente para mí. Si pierdo más tendré que vender mi caballo -dice.

-Espera, te acompaño -le comenta uno, recogiendo el dinero y marchándose de la mesa.

Ahora solo quedáis cinco.

-Yo no pienso moverme de aquí hasta que recupere mi dinero -te dice el que está sentado justo enfrente de ti.

Mientras barajas, ves como más gente entra en el saloon, que cada vez está más lleno, aunque a ti solo te preocupa la partida.

Oh, el Póker. Aquel entretenimiento en el que me encontraba totalmente en mi salsa. Ese día estaba enfrentándome a seis caballeros y, por supuesto, ya había desplumado a alguno de ellos.

-¿Un caballo? ¡Vuelva, señor, siempre quise conseguir un caballo jugando al póker! -exclamé, en tono burlón, después de haber desplumado a aquel pobre tipo que ya se levantaba de la mesa.

Solo quedábamos ya cinco hombres alrededor de la mesa de juego, después de que dos de ellos comprendieran que no tenían nada que hacer. Ya habían perdido demasiado y yo sabía bien que había momentos en los que era mejor retirarse a tiempo.

Me sorprendió el arrojo del tipo que tenía delante mía. Un hombre con bigote, perilla y sombrero negro, que afirmaba que no se movería de allí hasta recuperar su dinero. "Pues entonces vas a quedarte sentado en esa silla mucho tiempo" pensé para mis adentros.

-Un hombre que sigue un objetivo siempre logrará alcanzarlo -le comenté al desconocido, con un gesto de asentimiento y un fingido tono respetuoso.

Barajé cuidadosamente, fijándome en las diminutas y casi imperceptibles equis con las que yo había marcado cada carta. Aquellas eran las cartas buenas de la baraja, por lo que decidí barajar situando todas esas buenas cartas después de las primeras. Repartiría las primeras cartas a aquel adversario, de forma que todas las cartas que le tocasen fueran bastante malas. Con suerte, terminaría dando su brazo a torcer y abandonando la mesa de juego después de esa ronda.

El jugador observó cómo barajabas, como si intentara cogerte en una trampa, pero cuando repartiste no dijo nada y esperó a recibir sus cartas.

Las miró con detenimiento y tras examinarlas un rato, decidió arriesgarse y poner dinero en el centro.

-Creo que después de todo, tendré suerte en esta mano -dijo, mirándote sin pestañear. A su lado, el resto de jugadores, que ya estaban bastante quemados, decidieron no ir. Era tu turno para pensar si igualabas o no la apuesta.

Mientras te lo pensabas, su sonrisa no disminuía en un ápice, a pesar de ir perdiendo.

Los otros jugadores habían decidido no continuar, pero aquel hombre parecía ser bastante insistente. Sabiendo que le habían tocado malas cartas, decidí igualar mi apuesta. Era poco probable que mi adversario fuera a obtener cartas mejores que las mías, por lo que merecía la pena continuar arriesgándose sin hacer trampas por el momento. Me sorprendía la seguridad que mostraba ese hombre en sí mismo, pese a saber que tenía todas las de perder.

-Parece que sólo seguimos usted y yo -comenté, con una sonrisa en los labios, mientras observaba mis cartas-. Hay que reconocer que tiene usted más agallas que el resto...

El hombre recogió las cartas y al ver lo que había conseguido, sonrió. Decidido, apostó todo lo que tenía sobre la mesa.

-Yo siempre tengo agallas, señor, y de vez en cuando, buenas cartas -te respondió.

Tras pensárselo durante unos segundos, colocó sus cartas boca abajo en su sitio de la mesa.

-Bien, creo que entonces iré con todo -te dijo, arrastrando el dinero al centro de la mesa, con ambas manos.

Su rostro era el típico rostro de jugador de poker, sonriente, confiado, del que no sabías si verdaderamente tenía algo o no, ¿así que debías arriesgarte... o no? Sin duda, era tu turno. Había mucho dinero sobre la mesa, casi todo lo que tenías, así que se lo estaba jugando todo a una sola mano.

El resto de jugadores te miraban, esperando tu reacción.-

No había duda. Ese tahúr estaba decidido a jugar hasta el final y sabía por experiencia que, con ese tipo de personas, las cosas siempre terminaban acabando mal. Si le ganaba, es probable que se enojase al ser desplumado, aunque dudaba que fuera a intentar dispararme delante de tanta gente.

Sin embargo, el hecho de que quisiera ir con todo me desconcertó. ¿Quizá, por el remoto azar, había conseguido cartas que igualasen el valor de las mías? ¿O tal vez él también estaba haciendo trampas? Decidí fijarme con detenimiento en sus manos, atento por si añadía nuevas cartas a las que ya tenía. Me resultaba extraño que mostrara tanta confianza, aunque también podía tratarse de una estrategia para que me retirara.

Por supuesto, no lo hice. Tenía una reputación que mantener.

-Voy con todo yo también -declaré, arrastrando yo también mi dinero hacia el centro de la mesa, esbozando una ligera sonrisa-. Alea iacta est.

Su sonrisa se borra casi al instante, coincidiendo con tus palabras. 

-Está bien. Veamos tus cartas -te dice.

Cuando las descubres y ve que tienes un full de cincos y treses, mientras que él tiene una simple pareja de ochos, te parece que incluso aparece un tic nervioso en sus ojos.

-Eres un tramposo -te dice con toda la tranquilidad del mundo. Y a mí no me gustan los tramposos, sobre todo los que me roban mi dinero.

Continué manteniendo mi sonrisa, mientras escuchaba que aquel jugador de póker me tachaba de tramposo. Me había pillado, eso era cierto, aunque de momento no tenía forma de demostrarlo.

-Amigo, tú mismo lo has dicho -comenté en tono divertido-. De vez en cuando, tienes buenas cartas. Pero esta no ha sido una de esas veces. Acéptalo, esta vez la suerte no ha estado de tu parte...

Mientras lo decía, deslicé mi mano por debajo de la mesa, acercándola a la funda del revólver, tratando de que el tahúr no se percatara de mi movimiento. No estaba dispuesto a dispararle, pero todo apuntaba a que no se estaba tomando bien su derrota y era posible que tomase represalias.

El jugador sonríe, y entonces escuchas un "click" debajo de la mesa que no te deja lugar a dudas. Él también había preparado su arma, porque sabía que iba a perder.

-A mí me parece que no has sido muy justo conmigo. No es que me guste quejarme, la verdad, pero supongo que todo ese dinero que tienes ahí, no es en realidad tuyo. Creo que lo habrás cogido por error.

"Tranquilidad y seguridad en uno mismo. Son las bases de un buen mentiroso" pensé para sus adentros, mientras tragaba saliva al ver que el jugador contra el que me había enfrentado había decidido jugar las mismas cartas que yo al apuntarme por debajo de la mesa.

-Estoy seguro de que hay un malentendido, caballero -dije, con total serenidad-. Siempre soy justo con quienes juego. Hemos jugado y usted ha perdido. Todos lo han visto. Y por favor, no me apunte con ese arma. Estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo que nos satisfaga a ambos. ¿No será usted el tipo de hombre que mata a otros sólo porque le hayan ganado jugando al póker?

El resto de jugadores de la mesa se levanta, coge sus ganancias y se marcha, y a vuestro alrededor se crea un halo de silencio, con docenas de ojos puestos en vosotros para ver lo que sucede.

No, claro que no -te dijo el jugador -. Soy del tipo de hombre al que no le gusta que le roben dinero.

El jugador se puso en pie sin dejar de apuntarte con el revolver, y cuando acabó, lo enfundó dándole una vuelta entre sus dedos.

-Pero nadie dirá que Roy Throne es un asesino sin compasión. Así que le daré la oportunidad de ponerse de pie y desenfundar más rápido que yo.

El tal Roy retrocedió ligeramente, sin quitarte la vista de encima.

Por si fuese poco, una voz se elevó entre el silencio reinante, procedente de la barra. 

- Yo lo digo.

El hombre está sentado junto a la barra, con un plato de comida y un vaso de whisky delante, y un rifle entre las manos apuntado a Roy Throne sin inmutarse.

Al girarse hacia él, el rostro de Roy cambia de la más inquebrantable seguridad al miedo absoluto.

- ¿Te acuerdas de mí, Roy? Jeremiah se acordaba. Y Bob. Y Carl el Pequeño. Y Carl el Grande. Todos ellos se acordaban. ¿Te acuerdas tú? Uno tras otro fueron llevándome hasta ti. Todos ellos gritaron, porque todos ellos negaron la oportunidad que les di. Te la daré a ti también: dime donde está Charlie, y no te mataré. 

La voz rasposa de aquel desconocido corta la respiración de todos, pero sobre todo, la de Roy.

-Hola, John. Has tardado mucho en encontrarme -le dijo Roy.

Acto seguido, aquel desconocido amartilló la escopeta y se preparó para disparar. Por su parte, Roy no se movió de su sitio, pero sí que se giró hacia él desafiante, y con las manos abiertas en arco preparadas para disparar. Entonces, las levantó, evidenciando que no pensaba desenfundar.

-Supongo que me matarás, pero delante de tanta gente, mucho me temo que será un asesinato que terminará también con tu vida antes de encontrar al bueno de Charlie... y supongo que no querrás eso, ¿verdad?

Roy sonrió de nuevo y al contemplar la escena, entendiste por qué. Detrás del hombre con el rifle apareció el sheriff, que apuntó directamente a su cabeza con su rifle.

¿Usted qué opina, sheriff? -dijo en voz alta Roy.

-Opino que es mejor que ambos suelten sus armas, o de lo contrario no podrán volver a usarlas nunca más -dijo el sheriff.

Al ver que no hacíannada, insistió en ello.

-A esta distancia, señor, su cabeza será solo pulpa, y la suya, señor -dijo, refiriéndose a Roy -, no tardará en hacerle compañía. No lo diré otra vez. Suelten sus armas.

Tragué saliva. Durante toda mi vida, había sido muy gallito, pero sabía que había circunstancias en las que había que aceptar que los desafíos te superaban y que era mejor marcharse con el rabo entre las piernas. Al menos por mi propia supervivencia. Aquel tal Roy me estaba dando la posibilidad de enfrentarme a él en un duelo con nuestros revólveres, pero claro, cuando uno reta a otro, siempre lo hace sabiendo en qué le pude ganar. Eso me hacía pensar que el jugador de póker debía de ser muy rápido desenfundando y se sentía lo suficientemente seguro como para vencerme en un duelo.

Sin embargo, antes de que pudiera responder a Roy Throne, había aparecido un hombre que, sentado en la barra, apuntaba al jugador de póker con un rifle en sus manos. Antes de que pudiera añadir una palabra, apareció el sheriff del pueblo, apuntando al desconocido a la cabeza con su rifle.

-Eh... Esto... Vamos a calmarnos todos, ¿queréis? -dije, poniéndome en pie y caminando hacia la barra-. ¿Y si os tomáis los dos una copa y lo solucionáis como buenos amigos? Haced caso al sheriff, que de esto entiende bastante...

Tiene mucha razón, señor -te dijo el sheriff -, será mejor que me hagan caso, pero si no le importa, ¿le importaría no acercarse demasiado? Tengo una naturaleza desconfiada.

Los ojos del sheriff siguieron tus andares hasta que llegaste a la barra, para a continuación, volver a centrarse en los dos hombres, en Roy y en el hombre del rifle al que seguía apuntando.

El hombre del rifle se echó a reír, pero no de manera relajada, sino como alguien que está a punto de morir.

- Tomar algo - repite, negando -. Este hombre arrastró a mis dos hijas pequeñas a un granero. Las encerró dentro, y le prendió fuego. Mientras se reía a carcajadas. ¿Te acuerdas, Roy?

Tras decir esto, sigue apuntando a Roy.

- Sheriff, voy a ser claro - le dice a este-. Entiendo que no quiera usted problemas. Puedo esperar. Tengo tiempo.  Pero - concluye, mirando al sheriff - va a morir por lo que hizo. 

El sheriff siguió apuntándole e incluso acercó un poco más su cañón contra la cabeza del hombre del rifle.

-Lo que haga usted con su amigo es cosa suya. La mía es asegurarme que no sucede en este pueblo. Fuera de mi jurisdicción, no es mi problema. Así que decídase. Deme su rifle y todo acabará aquí de buena manera. Y usted, señor, suelte su revolver. Sigan así o disparen... y también terminará para usted... pero de otra forma.

El sheriff hablaba con determinación. Parecía, sin duda dispuesto a disparar si le forzaban a ello.

El hombre del rifle se negó en redondo.

- ¿Darle mi rifle? - le dijo mirando al sheriff-. Puedo bajarlo.

Tras decir eso, así lo hace, disminuyendo la tensión en el lugar. Lo baja y se lo cuelga al hombro.

No mataré a ese asesino en su jurisdicción. No pensaba a hacerlo, pero me pareció que el amigo -dijo, señalándote a ti -iba a adelantárseme. Ahora bien, si quiere quitarme el arma tendrá que recogerla de mi cadáver. Creo que estoy siendo razonable, sheriff.

Después, dejó de lado al sheriff y le habló a todo el mundo en el salón.

- Ese hombre es miembro de una banda de carniceros y asesinos. Los cuales me he ido asegurando de que vayan sufriendo el destino que se merecen. Solo quedan él y su amigo, Charlie Valance. Ambos han venido a este pueblo, tramando a saber qué. Le aconsejaría que lo meta en prisión hasta que su compinche aparezca. Cinco chicos que trabajaban a mi mando. Mi mujer. Mis dos hijas. Todos ardieron mientras se reían. Y ahora ha llegado la hora de que paguen. 

Mientras todo eso ocurre, todos escucháis tiros en el piso de arriba y todo el mundo inclina la cabeza para ver que pasa. Podéis ver a un pistolero vestido con un poncho que acaba de ocultarse en una esquina de una de las habitaciones, y a una prostituta salir corriendo y gritando.