Partida Rol por web

A duras penas llegan a oír la última frase de Peter Kavanagh

- …pero entonces tienes o no la certeza de que sea posible crear formas de vida superiores que sean autónomas y plenamente funcionales, incluso en condiciones tan extremas como el vacío del espacio?

Y el tímido Jonathan Kern contesta con un tono bajo, casi en un susurro…

- Entiéndelo, me es imposible hablar de certezas porque en la actualidad la gente no publica sus resultados -trata de argumentar- Antaño los mejores genetistas aspiraban al Nobel y para ello publicitaban sus descubrimientos, pero ahora la empresa privada ha captado todos los talentos… gente de mucho renombre, como los doctores Josef Mengele y Klaus Schmidt, que eran pioneros en hibridación humana, están casi desaparecidos... totalmente perdidos para la comunidad científica internacional. Hace dos décadas que no publican nada, pero todos sabemos que han continuado trabajando en sus respectivos campos para la W-Y y la Wk, y con fondos ilimitados –alza las cejas de un modo sumamente expresivo- Además, esos eran los mejores, pero hay muchos más. Ahora la verdadera ciencia es algo privado. Mientras las universidades y los proyectos públicos se limitan a mejorar la producción de lombrices alimenticias, o a crear quimeras para zoológicos de fantasía… vete a saber lo que puedan haber logrado los equipos de genetistas más avanzados, sin limitaciones económicas… y sorteando muchos de los impedimentos legales que nos atan al resto.

Pero cuando irrumpen en el puente de mando y lo descubren atestado de gente, las inhibiciones sociales le inducen a guardar silencio, mientras enrojece y se mira los zapatos…

Lucy, que estaba pensativa mirando al suelo, enarca las cejas y mira a Steve Rogers cuando Adama le llama brigada. La mujer esboza una sonrisa casi imperceptible, y luego les ve alejarse. En breves momentos, Riddick aparecería por el puente de mando, y si ya imponía encadenado a la pared, no imaginaba lo que supondría verle por la nave.

Mientras se alejan, observa como se cruzan con los científicos, que al parecer mantienen una conversación algo trascendental. Lucy vuelve a agachar la cabeza y se queda mirando el suelo con los brazos cruzados.

Al cabo de un rato hace su aparición la consejera Wray, caminando en solitario y con paso algo vacilante. Muestra unas profundas ojeras, como si no hubiera dormido bien últimamente. Y lo cierto es que apenas se ha dejado ver estos días, prefiriendo quedar recluída en su camarote privado.

Tal vez sea víctima de las famosas "migrañas del tránsito espacial" que afectan a algunas personas cuando son sometidas al sueño de crioestasis...

La cuestión es que no parece estar muy habladora, ni tampoco de muy buen humor. Y camina en silencio, sin saludar a nadie, hasta colocarse junto a su asistente personal, Meredith Vickers. Aunque no cruza ni una palabra con ella.

Levanto una ceja cuando Adama me llama y, tras nuestra pequeña conversación, es evidente que Lucy ha entendido el motivo. Sin embargo esta vez no digo absolutamente nada, pues hay demasiada gente presente en el centro de mando ahora mismo.

Observo  un momento a los dos doctores que entran hablando en la sala y les saludo con un gesto de cabeza. Aún no me los han presentado, aunque su tema de conversación parece mantenerles completamente absortos de lo que ocurre a su alrededor. Son científicos, después de todo.

Acopaño a Adama y a Monnipenny de vuelta hacia la bodega de carga. Me parece bien sacar al prisionero, que necesitará algo de movimiento. Además, no olvido que en algún momento habrá que llevarle algo de comida de verdad y permitirle hacer sus necesidades fuera de un tarro, aunque todo eso será innecesario si el comandante mantiene su postura para dejarle moverse "libremente" por la nave.

Mientras caminamos, el comandante se separa de la secretaria de Smith lo suficiente como para hablar conmigo en privado. Respondo a su agradecimiento con un gesto de cabeza; después de todo he sido transladado a su unidad, al menos temporalmente.

- Señor, si me lo permite, la forma más sencilla de controlar a Riddick sería con los grilletes. Aunque estén desactivados, no considero seguro quitárselos completamente. Podrá moverse con ellos sin dificultad, por lo que los demás entenderán que no es más peligroso de lo que en realidad es, pero será mucho más rápido reducirle si decide no comportarse - añado a falta de una palabra mejor. Observo un momento a Monnipenny. - Además, creo que sería conveniente que yo tuviese el control de los grilletes. Es algo que quería haber hablado con el señor Smith de todas formas, pero no he tenido ocasión hasta el momento.

Estoy seguro de que el miembro de la WY no se opondrá demasiado a ello, ya que me ha traído aquí precisamente para controlar a Riddick.

El comandante William Adama entra en la bodega de carga de proa acompañado de Steve Rogers... y de la secretaria personal del hombre de la Weyland-Yutani, la rubia Monnipenny. Allí le aguarda el reo que trajeron de la penitenciaría orbital de Himalia, custodiado en este turno por el sargento Pentecost y los soldados Matthew y Ochoa.

Parece ser que el asistente Joe Brett se marchó hace bastante, acarreando su cubo de limpieza...

La rubia tiende el control de los grilletes magnéticos al fornido militar, contestando a sus anteriores palabras con una frase un tanto críptica:

- Los protocolos de seguridad internos son correctos, el Capitán Rogers consta como personal autorizado para custodiar al preso -afirma con un tono inhumanamente neutro- Aquí tiene el mando codificado.

Antes, en aquel puto infierno de Himalia, no pudiste percibirlo. Entre otras cosas porque todavía no te habías recuperado plenamente, acababan de sacarte de la pesadilla inducida durante la criogenia. Por no mencionar que tus visitantes eran varios y estaban tras un panel blindado. Pero ahora es distinto. Ya no hay mamparas por medio, no hay compartimentos estancos. Y además, incluso has recibido otra visita femenina en esta celda improvisada, aquella joven tan callada que acompañaba al agente Bester. No era de las que usan perfume, su aroma era algo del todo natural. Y completamente delicioso. Las mujeres jóvenes y sanas huelen de maravilla. Es su naturaleza.

Por eso ahora lo percibes con claridad. La ausencia de olor, de transpiración, de feromonas. De vida. Esa rubia es una muñequita muy atractiva, pero no es una persona. Sí ha usado unas gotas de perfume sintético, uno caro, pero no hay ni un ápice de humanidad tras él, si acaso el olor de los componentes sintéticos de su piel o su cabello. Aunque la imitación es realmente buena, eso hay que reconocerlo. Material del caro. Se nota que son la Weyland-Yutani.

Nunca antes habías tenido contacto con un replicante, un humano sintético, como gustan llamarlos... y es más, apostarías a que la mayor parte de la tripulación de esta nave no se ha dado cuenta de lo que és. Basta con ver cómo se la mira el más joven de los marines coloniales, este es de los modositos que intentan parecer educados, todo un caballero, pero no la pierde de vista y una sonrisa aflora en sus labios. Cuanta inocencia. Y cuanta falsedad.

No puedo más que asentir a la petición de Rogers, pues éste tiene razón y no puedo negarle la verdad de sus palabras.

- Buenas tardes señores -saludo al entrar, acompañando mis palabras con el gesto militar propio de alguien de mi oficio- Vuestra guardia concluye en estos momentos. Señor Riddick, nos acompañará usted al puesto de mando. Los grilletes permanecerán en su lugar aunque, como es obvio, sin activar. 

No existía nada como volver a estar en familia. Los consejeros de las corporaciones, sus secretarias, los científicos, los militares, la ONUG... todos reunidos en un mismo lugar, en una misma sala, incluido el nuevo inquilino de la nave, quien parecía el más agradable y simpático de todos los presentes, siempre que agradable y simpático fueran leídos con cierto tono irónico.

Pero aun faltaba alguien más en la fiesta, el Doctor Mckay. Sí, aun faltaba el jefe de la comitiva científica, quien daría su peculiar punto de vista a todo aquello mientras, gente como él, se mantenía en un lugar más apartado y por lo tanto, más cercano a su zona de confort. Dejar que los demás hablen mientras él escucha, es lo que le diferenciaba de los demás presentes. Quería saber que opinaban y que posiciones tomaban, eso le daría más información que cualquier palabra que saliera de su boca.

Así permaneció Bester en segundo plano, con las manos a la espalda y sin decir palabra, a la espera de todos los demás.

Me habia llevado mi tiempo personarme en el puente de mando. Y no es que no me hubiera enterado del aviso, no. Tampoco es que careciera de la documentación o los conocimientos necesarios, tampoco. Ni siquiera me había perdido por el entramado de pasillos que conformaban aquella nave, que va. La razón por la que me hice el remolón de aquella forma, llegando deliberadamente tarde a aquella reunión eran tan simple, tan sencilla, y a la vez tan contundente que, de no ser porque se trataba de "mi" razón, incluso podría haber resultado ridícula.

La cuestión era simple: lo bueno se hace esperar.

Y, de aquella nave, yo era lo mejorcito, eso estaba claro.

Así pues, algunos minutos después de haber calculado que prácticamente todo el mundo estaría reunido en el puente de mando, hice acto de presencia alli, con mi habitual sonrisa condescendiente y un dossier bajo el brazo, con alguna información que podria resultar de utilidad. Era más un golpe de efecto que otra cosa, una ayuda para las pobres mentes que no estaban al nivel de la mia: por mi parte, no necesitaba ni uno solo de aquellos documentos. Toda la información, sin excepciones, estaba contenida en mi cabeza, hasta la ultima coma de aquel elaborado informe. Ventajas de tener una mente como la mía.

Y nada más llegar, me adentré en el puente de mando, mirando a los presentes, ladeando ligeramente mi sonrisa al ver que la consejera Wray, y por tanto Venus, estaban alli. Dediqué a esta ultima una pequeña sonrisa cargada de significado, y acabe por dirigirme a todos los presentes, con un ligero cabeceo- Caballeros, señoras y señoritas... - fue lo unico que dije, a modo de presentación. No hubo disculpa por mi parte. No iba a disculparme por llegar tarde. Eso era de mediocres y perdedores. - Espero no haberme perdido nada importante... - dije, mirando a los presentes, como si aquella ultima frase no fuera mas que un buen chiste.

El mismo turno de guardia que relevó a Rogers sigue aquí cuando la puerta se vuelve a abrir, esta vez dejando paso a Adama, el soldadito y a la rubia que estuvo en Himalia. Es justamente esta última, la que extiende la mano y con una frase realmente extraña le cede el mando de los grilletes al soldadito. Vaya, así que tendrá todo el control... interesante.

Miro a la rubia como antes hice con Lucy, no es que haya muchas hembras con una belleza así y justamente mi relación con mujeres en los últimos años ha sido, más bien escasa. Percibo sus curvas y como se mueve su pelo con cada pequeño y discreto movimiento de su cuerpo... una delicia.

Desvío mi mirada a los guardias y veo como al menos uno de ellos, no pierde de vista las curvas del cuerpo de la rubia... Adama interrumpe entonces mis cavilaciones indicándome que debo acompañarlos al puente de mando, con los grilletes puestos pero inactivos. Miro al viejo, me parece a mí que les estoy dando mucho para lo que estoy recibiendo a cambio, pero bueno, veamos a donde lleva esto...

No hago ningún gesto más que el obvio, con mis hombros y espalda, bajadme ya... joder.

Los movimientos y las curvas de la asistente de la hiena me atraen, como harían con cualquier hombre que se preciara de serlo... pero a diferencia de ellos, para mí el cuerpo no es lo más atractivo de un humano: es la combinación de sabor, olor y por último de la visión. El olor y el sabor de una persona te dicen mucho mas de ella de lo que lo hará tu vista, te permite percibir a esa persona a un nivel animal... y eso es una delicia. Por eso mismo centro mis sentidos en percibir de nuevo su olor, como ya hice cuando aún estaba en ese agujero de mala muerte... y cuál es mi sorpresa, al darme cuenta de que a diferencia de la ayudante del loquero, el olor de esta mujer es inexistente... sí, ha usado un poco de perfume sintético y caro, pero no es eso lo que busco. La transpiración y el olor corporal básico del ser humano, no es que este oculto o camuflado, simplemente no existe.

La miro desde mi posición, sin perder la sonrisa de mi rostro en ningún momento... recordando cada momento de interacción con ella, escaso, pero sin duda con mucho peso al analizar su comportamiento. Y la conclusión es simplemente lógica e inapelable. No es humana, es una sintética, una de última generación pero si está de secretaria de la hiena, no se podía esperar menos.

Sin perder de vista a Riddick, desactivo sus grilletes magnéticos y le tiendo la mano para ayudarle a enderezarse. Independientemente de su reacción, le doy unos segundos para estirar sus músculos; a pesar de sus ligeros ejercicios, mantener la misma postura tanto tiempo es agotador incluso para alguien entrenado. Sin embargo mantengo toda mi atención en él, por si se le ocurriese hacer alguna tontería. Sería bastante improbable, porque lo único que tendría que ganar sería una paliza de todos los guardias presentes y hasta el momento ha demostrado ser algo más listo que eso, pero nunca se sabe qué corre por la cabeza de un hombre capaz de matar a cientos de civiles como si fueran soldados enemigos.

- Señor Riddick, supongo que ya conoce los "protocolos básicos" de esto - le digo escogiendo las palabras a pesar de saber que no es un hombre muy dado a ceñise a ningún protocolo. - Le agradecería que mantuviese constantemente sus manos a la vista y que no coja nada...

Me coloco a su lado, ligeramente por detrás y espero a que el Comandante nos dé permiso para salir.

- Después de la reunión, espero tener tiempo para esa comida que le debo, señor Riddick - le digo finalmente. Aunque, por como mira a Monnipenny, puedo suponer que prefiera una cena íntima con ella a una comida con cualquier "soldadito".

Los grilletes se desactivan y mi cuerpo cae al suelo atraído por la fuerza de la gravedad, no llego a quedarme de rodillas, pero poco me falta. Veo la mano del soldadito, pero aun no me encuentro con fuerzas para levantarme, tras tanto tiempo en esa posición y ahora verme suelto, mi cuerpo se resiente. Como es normal.  Empiezo con unos masajes rápidos a las piernas y cuando me noto con fuerzas, me levanto sin aceptar la mano tendida. Empiezo con los masajes en los brazos y el cuello mientras le dirijo una breve mira y un cabeceo por el ofrecimiento. No se la he cogido por orgullo mas que otra cosa, pero eso no quita su intención y no es algo que vaya a dejar pasar sin darle a entender que, en su cierta medida, se agradece. Noto como no me quita los ojos de encima, cómo revisa cada movimiento buscando cualquier posible amenaza... lo cual dice mucho.

- Rogers ¿verdad? - Le miro a la espera de algún movimiento por su parte aunque no sea necesario - Agradecería que dejaran de usar todos el termino "señor" conmigo, a ser posible. Resulta bastante... incomodo. En cuanto a sus protocolos, los entiendo y no sera un problema. - En ese momento se coloca detrás mio, únicamente un par de pasos, sin poder evitarlo sigue dándome el trato de reo y convicto. Le miro a los ojos, quiero que quede claro que no me gusta pero tampoco digo nada... es su problema el cómo me vea. Ademas, estar en tensión tanto tiempo acaba pasando factura, y mis intenciones no son provocar problemas en la nave.

No he dado mas que un par de pasos cuando comenta lo de comer. Sin darme la vuelta le miro de refilon y sonrío suavemente. - Si cree que sera capaz de tratarme como a una persona y no como a un prisionero, acepto la invitación. - Me adelanto hasta quedar delante de la rubia, me giro para mirarla y lentamente, para que nadie malinterprete mis intenciones, me acerco para olerla dejando mi mejilla a unos centímetros de la suya. Aspiro profundamente embriagándome con su perfume. - Delicioso.

Me despego con la misma lentitud, clavando mis ojos en los de la rubia, pero sin ningún movimiento que pueda merecer una represalia por parte del soldadito.

El movimiento es lento, claro y queda completamente perfilado. No llegaré a tocarla, únicamente me quedaré a unos centímetros de su cuerpo, lo justo para poder disfrutar de ese perfume tan caro. Mas cuando estoy ahí embargado en ese aroma, dejo que unas pocas palabras salgan de entre mis labios, un mero susurro sólo para los oídos de la belleza rubia. - Buena elección en el perfume. Mas por si solo, es incapaz de enmascarar la artificial realidad... por preciosa que esta sea. - Cuando mis ojos se clavan en los suyos, no hay repulsa ni odio, ni ninguno de esos sentimientos neandertales que tienen muchos de aquellos que se encuentran con los sintéticos... sólo curiosidad.

La asistente personal de Mr. Smith parece, como de costumbre, absolutamente ajena a todo interés personal que pueda despertar en quienes la rodean.

Observo con una mirada de rechazo la última acción de Riddick, un verdadero Chacal como su nombre indica. Seguro que si descubriese la verdad de la secretaria sus sentimientos hacia ella cambiarían radicalmente.

No hagamos esperar más al resto, en marcha. Sargento Pentecost, usted vendrá también con nosotros -ordeno al jefe del grupo de soldados. Cualquier ayuda será bien recibida si algo acontece.

- Señor -el suboficial se cuadra ante el comandante de la nave, para después volver a una posición de descanso y susurrar a los dos marines que le acompañaban en su turno de guardia- David, Scott... quedáis liberados del servicio, id a tomar algo. Seguro que vuestros compañeros se algran de no tener que dar el relevo.

La asistente ni se inmuta, algo que hace que mi sonrisa se ensanche levemente. Escucho las palabras de Adama y me giro para mirarle, así como para de paso encarar la puerta que me sacara del hangar. Sin duda sera interesante poder ver las entrañas de esta nave y no tener que estar todo el rato ahí pegado. Aun así las palabras del hombre de antes me dan a entender que muchos en este nave me tienen pánico, lo cual implica que sera difícil entablar una conversación que me dé algo de información útil. Llegan hasta mi las palabras del jefe de guardia y no puedo evitar que me hagan gracia, aunque en cierta medida tenga razón.

Devuelvo mi atención al comandante Adama, le sonrío mostrando parcialmente la dentadura y con un extraño brillo en los ojos. Aun recuerdo sus palabras cuando salió de este hangar hace no demasiado tiempo, me pregunto si se atreverá a hacer lo que dijo o no...