Partida Rol por web

Vuestro pelotón se sienta apiñado en una pequeña trinchera que habéis construido, temblando por el húmedo frío. Todos estáis extenuados después de la carga contra la trinchera alemana y la caminata a través del bosque, apenas habéis podido descansar.

A vuestro alrededor, los hombres del primer y segundo batallón del regimiento 308 de Infantería se mueven como hormigas asustadas, pequeños grupos de hombres tratan de excavar en el rocoso suelo. La unidad ocupan un valle poco profundo, de aproximadamente 5 km de largo y 275 m de ancho, a través del cual corre un pequeño riachuelo. El área está relativamente llana, la cima de las colinas rematadas por algún que otro árbol, mientras que a los lados los densos árboles del bosque de Argonne forman un borroso y frondoso horizonte.

Cuando el último rayo de sol desaparece, los colores parecen difuminarse; el abrupto terreno se vuelve llano, el negro fango, las piedras y el oscuro bosque del fondo se funden con las nubes de color pizarra, envolviéndoos en un manto de oscuridad. Los soldados parecen transformarse en fantasmas de color gris, apareciendo y desapareciendo de las sombras que os rodean. Una tenue lluvia helada empieza a caer sobre vosotros mientras os juntáis tratando de buscar calor.

A unos pocos metros de vosotros, una lámpara de queroseno alumbra algo entre las raíces de un árbol. En su cálido brillo dorado podéis ver la larga y melancólica cara del Mayor Whittlesey, el comandante del batallón; el cristal de sus gafas brilla cada vez que ladea la cabeza hacia el Capitán McMurtry, su segundo. Los dos oficiales están hablando al Sargento Maddox, y haciendo gestos sobre un mapa que está en el suelo. Justo en ese momento, los ensordecedores gritos y el sonido de las palas es enmudecido por un trueno. El suelo bajo vuestros pies tiembla, y el fogonazo de una explosión trae color al mundo por un instante. Otro proyectil cae, dejando imágenes de árboles esqueléticos y soldados aterrorizados en su vigilia. Un proyectil de mortero cae a pocos metros de vosotros, cubriéndoos de suciedad y piedras. Un nuevo sonido surge de entre las explosiones, los quejidos de los heridos.

Después de iniciar el nuevo avance por lo menos nuestro oficial es lo bastante veterano para saber que entrar en combate en las condiciones de agotamiento quenestamos habría supuesto solamente nuestra muerte. El avance se realiza, pero tan lentamente que no alcanzamos la siguiente línea defensiva alemana y finalmente al ocultarse el sol nos ordenan comenzar a cavar trincheras.

Apenas había ya luz y en cambio de ordenarnos descansar los tres al mando se habían enfrascado en una discusión. No es la primera vez que he vivido una situación así por lo que permanece con los pies bien separados arañando apenas la superficie con la pala, total no se ve casi nada con tan poca luz.

De golpe y por sorpresa comienzan a llover granadas de mortero sobre nosotros.

Rápidamente grito. –¡Cuerpo a tierra cubriros!

Una vez más en medio del infierno suelo sacar un momento de calma, en este momento me encuentro mirando la luz de la pequeña llama de la lámpara de queroseno que me hipnotiza durante un instante. Una nueva explosión hace que mi estómago se revuelva de nerviosismo, ya comienza todo de nuevo.

Mi cuerpo tiene frío.

Me separo mentalmente de éste. Conozco la forma de centrarme en mi Ser y tratar todo lo que lo rodea como simples pensamientos que permito y a los que no me agarro y dejo ir.

La luz de la llama me ayuda a tranquilizar la mente... como a muchos otros de mis compañeros. La veo aunque no la miro. Abro mi campo de visión sin fijarme en nada en concreto. Eso me da una visión clara de la explosión.

- ¡Dios! - alcanzo a exclamar cuando me cubro. Ha sido tan sólo instante el que he tardado en cubrirme y eso creo que me salvado la vida. Una piedra, intuyo, pasa por dónde estaba mi cara antes de bajar la cabeza para cubrirme de la explosión, y me roza el casco.

Aunque no sé si hubiera deseado morir, pues en ese instante, con el fuego y las luces producidas por la granada, se dibujan formas horrendas de seres imposibles, grotescos, que me traen sensaciones que no vivía desde,... desde, ese maldita estancia en Hong Kong.

Quedo hecho un ovillo en el suelo fangoso de la trinchera, también apoyado encima de las piernas de alguien. Aunque yo ahora no soy consciente de ello.

Volver a ponerse en marcha no le resultó fácil a Anthony, aunque durante el tiempo que llevaba en el frente su estado de forma había mejorado nunca había sido un atleta. Además podía notar el cansancio de sus compañeros y eso no servía para animarle. En todo caso debían avanzar y así lo hicieron.

Era un terreno difícil para los zapadores, Anthony espero que no le tocara cavar, incluso imaginó poner como excusa el estudio de  los documentos alemanes para escaquearse aunque sabía que al final no lo haría, algo así estroperaría las relaciones con sus compañeros, pese a que con alguno esto le importaría poco.

Vio como los oficiales trazaban los planes justo antes del primer fogonazo, cegado por el flash trato de ponerse a cubierto y siguió a Emett. Seguían lloviendo bombas, no había lugar donde esconderse, cada flash grababa en la retina del soldado una imagen, compañeros heridos, gestos desencajados, tierra, escombros y metralla salpicando por doquier. No sobrevivirían.

Por mas que avanzábamos entre las líneas enemigas, no veía nada por la que mereciese la pena estar aquí. La lluvia, el barro, la oscuridad y el frío, eso solo sin contar el cansancio que ya había hecho acto de presencia, no hacían mas que estropear mas aun si cabe mi animo.  

Mientras tiritábamos juntos los unos a los otros, solo teníamos que esperar a que los mandamases terminasen de mirar sus mapas y rezar para que decidiesen un buen camino de avance que nos alejase de las baterías enemigas. No acababa de pensar en eso, cuando un pérfido silbido seguido de gritos de aviso, llenó la noche. 

De repente un proyectil cae muy cerca, y un soldado sale volando gritando, cayendo en la trinchera en una lluvia de sangre y pequeños trozos de carne que salpican de lleno a Emmett y James.

Nuestro mayor no sé si ha perdido la cabeza o no sabe cómo ascender a general antes de Navidad. Pero decirlo púbicamente me rebajaría a soldado raso sino me ejecuta sumariamente por deserción. Y nuestro sargento no se si no logra quitarnos las peores misiones o también aspira a ascender por méritos en el campo de batalla. Es muy fácil para un oficial de su graduación, sólo tiene que hablarte en privado encargándote transmitir un mensaje y cuando sales sacar la pistola y dispararte acusándote de deserción.

Pongo los ojos en blanco por la locura de la posición en la que habían decidido que nos fortificáramos y la actual de tras haber perdido dos compañías enviar dos pelotones para solucionarlo.

¡Sí les has ordenado a dos compañías una tarea imposible para que la lleven a cabo, como lo solucionas solamente con dos pelotones! ¿Cómo?

– Muchachos ya habéis oído las órdenes del sargento, ¿nos guiara personalmente? No tengo ni idea de las ordenes de avance de esas compañías.

Oigo a Mcnalley quejarse a gritos. Esto me saca de mi ensimismamiento. Levanto la cabeza y me incorporo justo en el momento que hay otra explosión cerca y me salpica la cara de barro. Un escalofrío estremece mi cuerpo.

Nos ordenan avanzar nuevamente. No sé dónde y ya ni me importa. 

Anthony no recordaba la última vez que estuvo de acuerdo con Macnalley, parecía que las vidas de los soldados eran prescindibles. Y sin embargo, aún estando todos claramente en contra de las órdenes  todos las actaron como corderitos que van al matadero- ¿que otra opción tenemos?...- pensaba Anthony.

Las bombas seguían cayendo y a Anthony no le parecía seguro permanecer mas de dos segundos en el mismo lugar por lo que se movió siguiendo al resto, en busca de esos pelotones perdidos.

-Vaya, de repente nos hemos convertido en un grupo de rescate- pensó en voz alta esperando que Emmet le oyera.

El impacto del proyectil había ido muy cerca, demasiado cerca, es la sangre de otro de nuestros compañeros la que termina sobre Emmet y sobre mi. No puedo evitar que una arcada suba por mi garganta, haciendo que expulse parte del rancho ingerido.

- Agggg, pobre diablo. Sin suerte, intento quitarme la sangre que cubre mi cara. - Ahora me gustaría que lloviese, mira tu. Digo mirando hacia el plomizo cielo.

Para colmo de males ahora tocaba salir a enlazar con nuestras unidades perdidas durante el avance, lo que significaba volver sobre nuestros pasos y con "suerte" encontrarles.

- La falta de juicio es a menudo el antídoto del miedo. 

Cuando levanto la cabeza vuelvo a ver la desolación causada por el ataque, me llevo las manos a la cara porque la noto húmeda creyendo que es sudor, pero no, es sangre. Un escalofrío recorre mi cuerpo y casi no puedo moverme, el miedo se está apoderando de mi y eso es peligroso. Escucho las voces del Sargento y me obligo a levantarme y a seguir adelante. 

El pelotón se encuentra con los otros dos y se encamina al borde del valle. En el camino más proyectiles caen entre la lluvia, y los hombres se acurrucan en los humeantes cráteres, el único refugio decente.  El cabo, que encaminaba la marcha de su pelotón, tropieza con algo duro en el suelo y cae al suelo arrastrado por el peso de la mochila.

El motivo de la caída de Grimm es una piedra medio enterrada. La piedra es lisa, gris y vieja, la esquina de algo que parece mucho más grande. En la parte visible de la roca se ven algunas marcas.

Finalmente, no hemos tenido problemas en encontrar a las otras unidades desperdigadas, que no habían sido rodeadas por los alemanes como me temía.

En una de tantas entradas precipitadas en un cráter todavía humeante al final tropiezo y acabo cayendo al suelo. No me hago más que algún moretón más pero el daño real es el moral, rápidamente me giro a mirar a mis muchachos para indicarles con la mirada que el primero que se ría tendrá turno seguro en la limpieza de letrinas.

Después intento ver en que he tropezado aunque estoy más pendiente de algún gracioso que me permita descargar mi frustración.

Aun con todos los peligros con los que podíamos encontrarnos, la suerte nos sonreía y no sufrimos ningún percance, es más incluso enlazamos con los pelotones perdidos. El sonido de la artillería y los disparos esporádicos forman la banda sonora de nuestro avance por el valle. No es de extrañar, que lo primero que pienso cuando veo caer al cabo es que lo han alcanzado.

- Creía que lo habían alcanzado cabo. Cuando este se levanta, podemos ver un extraño pedrusco incrustado en el suelo. - Eso no parece algo natural, seguro que se ha desenterrado bajo esta lluvia del demonio.

Anthony pensó lo peor cuando vió caer al cabo y ahogó un grito pensando que volvía el infierno. Por suerte solo había tropezado con una curiosa piedra, el soldado no tardó en inspeccionar de cerca el objeto y las marcas grabadas en ella:

-¡Vaya!, Curiosa pieza.- Sin darse cuenta, Anthony, durante unos instantes, había olvidado donde se encontraba, por un momento solo estaban esa pieza y él. - Me pregunto si es una antigüedad ¿restos de unas ruinas quizá?...  Murmuró estas y otras hipótesis de forma distraída mientras miraba el objeto y se limpiaba las gafas. Entonces recordó al cabo. - Vaya, disculpe mi distracción, ¿se encuentra bien señor?

Estoy muy cansado. La marcha de hoy está siendo inacabable. Sigo andando sin pensar, sin sentir, sin ningún objetivo.

Veo algunos de mis compañeros de pelotón acercarse a un cráter. Parece que se encuentran todos bien. Me uno a ellos para no perderlos y aprovecho el instante de respiro para sacar un cigarro y encenderlo. Temo que si seguimos mucho tiempo parados mis piernas no respondan cuando ordenen reiniciar la marcha. 

Tengo ganas de escribir y entre calada y calada voy dando forma a lo que puede que sea una de mis poesìas màs inspiradas...