Partida Rol por web

Cuando Barahir respondió al Señor de las Sombras, éste comenzó a hacer unos gestos mágicos que parecían suponerle un gran esfuerzo, incluso las antorchas recobraron su luz normal, y unas esferas de energía oscura, negra e impenetrable se comenzaron a formar junto a las manos de Máscara, que hablaba en una lengua completamente incomprensible, mientras continuaba con sus esfuerzos.

Cuando la esfera hubo alcancado el tamaño de una persona, desde detrás de la esfera, Máscara habló.

Salta ahora, y hasta la vista, mortal. Nos veremos cuando sea lo bastante fuerte 'allí'

Barahir saltó sin asomo de duda, y fue transportado a través de la 'nada'... la sensación era indescriptible, se veía pasar alrededor de esferas de luz, de nubes de colores difíciles de describir, durante lo que parecieron minutos pero sin duda fueron segundos.
Después, hubo una larga sensación de caída, pero no una simple caída, si no como si una fuerza te arrastrase a través de un espacio infinito, nebuloso y gris, sin detalles ni objetos reconocibles, hasta ninguna parte. Le faltaba el aire y la sensación de calor y sofoco era muy intensa.

Ese viaje sí fue largo. Llegado a un punto, creía que iba a perder la consciencia. Pero entonces, volvió a aparecer en un espacio negro, con esas nubes esporádicas de brillantres colores, y esferas de luz y llamas por doquier.
Entonces la fuerza no le arrastraba, si no que le Empujaba a través del extraño plano en el que se encontraba, hacia una bola azul que apenas tuvo tiempo de ver.

Vio miles de pequeños destellos en ella, de varios colores, durante un instante, y al momento una esfera de energía divina cristalina, como una contingencia, le rodeó. Destellos de colores hipnóticos cubrieron la esfera, justo después sintió un fuerte golpe, y su machacado cuerpo no aguantó más, cayó inconsciente no supo cuanto tiempo...

Loviatar asintió y dejó su látigo a un lado de su cinto, y comenzó a hacer unos gestos con las manos. Fluidos al principio, que parecían reunir hebras de oscuridad y de hilo rojo, pero al poco parecieron costarle horrores seguir esos mismos hestos y reunir más hebras de poder negras y rojas.

Cuando las hebras reunidas adquirieron el tamaño de un yunque, Loviatar la dejó caer al suelo. La consistencia era similar a una goma muy blanda que se extendió hasta hacer un metro de diámetro. Con esfuerzo, siguió añadiéndole hebras al efecto mágico, y cuando alcanzó los dos metros, se convirtió en un insondable y profundo agujero negro de bordes rojos sangrientos.

Salta. La auténtica Fé depende de ti

Iolaeden saltó adentro, y fue transportada a través de la 'nada'... la sensación era indescriptible, se veía pasar alrededor de esferas de luz, de nubes de colores difíciles de describir, durante lo que parecieron minutos pero sin duda fueron segundos.
Después, hubo una larga sensación de caída, pero no una simple caída, si no como si una fuerza la arrastrase a través de un espacio infinito, nebuloso y gris, sin detalles ni objetos reconocibles, hasta ninguna parte. Le faltaba el aire y la sensación de calor y sofoco era muy intensa.

Ese viaje sí fue largo. Llegado a un punto, creía que iba a perder la consciencia. Pero entonces, volvió a aparecer en un espacio negro, con esas nubes esporádicas de brillantres colores, y esferas de luz y llamas por doquier.
Entonces la fuerza no la arrastraba, si no que le Empujaba a través del extraño plano en el que se encontraba, hacia una bola azul que apenas tuvo tiempo de ver.

Vio miles de pequeños destellos en ella, de varios colores, durante un instante, y al momento una esfera de energía divina cristalina, como una contingencia, la rodeó. Destellos de colores hipnóticos cubrieron la esfera, justo después sintió un fuerte golpe, y su machacado cuerpo no aguantó más, cayó inconsciente no supo cuanto tiempo, aunque al parecer... no mucho.

Despiertas de noche, y el más minimo de tus movimientos provoca un crujido cristalino. Al incorporarte, descubres que estás sobre una formación de cristales frágiles, tanto que sería dificil que cortasen, pues tienden a desmoronarse en lugar de partirse. Son de un tono verdoso claro. La formación parece tener el tamaño de cuatro carros, y en su punto central debe alcanzar fácilmente los dos metros.

Si no fuese porque parecen 'crecer' de un bloque sólido en alguna parte del centro, se diría que los han amontonado hasta hacer una pila.

El aire es frío y parece que te encuentras en un prado. Sientes una sensación difícil de describir, de origen.. desconocido, pero que resulta muy inquietante.
Te levantas y compruebas que no te has hecho daño -y aunque te lo hubieras hecho probablemente tampoco te importaria.
Miras tu sombra de espaldas a la luna, y tus ojos se abren con sorpresa al comprobar que son dos las sombras que arrojas. Al girarte, compruebas que, en efecto, hay dos lunas. La primera es blanca, aproximadamente del tamaño de Selune, y la segunda con un ligero tono amarillento, y más pequeña, ambas bastante distantes entre sí en el firmamento cubierto de estrellas, cuyas constelaciones son completamente irreconocibles. No cabe duda que estás en otro mundo.

Gracias a las dos lunas, y que por si fuera poco están en su cuarto lleno, o casi, la iluminación no tiene mucho que envidiar al día, y al fijarte con más detenimiento en el extraño montón de cristales puedes ver, tirado sobre ellos, a un tipo inconsciente, cubierto por una túnica y capa con capucha, que lleva un saco al cinto y algún arma puntiaguda bajo la capa, además de un bastón.

Por lo demás... estás completamente sola. Salvo esa molesta sensación....

Iolaeden abrió los ojos a un cielo desconocido, y sintió la habitual sensación de desorientación que seguía a los viajes astrales. Aunque se había teleportado antes, ningún viaje mágico que hubiera hecho con anterioridad le había preparado para el viaje que había hecho a través del hechizo de Loviatar. Aún recordaba las luces, de unos extraños colores que no correspondían a ninguno que hubiera visto antes. Giraban en una espiral delirante, y la acompañaban en la larga sensación de caída. La Cicatriz Verdadera hizo bien en cerrar los ojos, porque se podría haber vuelto loca en aquel viaje. Recordaba haber intentado gritar, pero el aire oprimía sus pulmones de forma que no podía articular sonido alguno.

Desechó el delirante recuerdo de viaje y se puso en pie trabajosamente. Su mirada se centró rápidamente en el hombre que yacía despatarrado en el montón de aquel extraño yacimiento de cristales. ¿Otro viajero? Lo dudaba. Lo más probable es que fuera un hombre que estuviera por aquí y fuera golpeado por la magia residual del hechizo de Loviatar. Si estaba vivo, quizá le pudiera explicar dónde estaba. Y antes de todo eso, habría que determinar si ese hombre era una amenaza o no.

Iolaeden se deslizó a hurtadillas por el montón de cristales y puso los dedos justo debajo de la nariz del hombre repantigado, sin tocarlo, para comprobar si respiraba. Mientras tomaba una decisión sobre lo que hacer con este hombre, trató de memorizar las constelaciones más grandes del cielo, por si tenía que guiarse por ellas para viajar de noche. Después de ello, examinó de cerca los cristales, por si tuvieran alguna propiedad que pudiera serle útil.

Los cristales se rompieron bajo el peso de Iolae, y al llegar junto al hombre pudo comprobar que estaba vivo, tan solo noqueado y con una expresión turbada en su rostro inconsciente.

Las constelaciones son dificiles de reconocer, pero te fijas en unas estrellas que hacen una forma sinuosa, como una S. Algunas de ellas son bastante luminosas y es grande, así que crees que podrás recordarla para más adelante.
Algunos grupos de estrellas eran relativamente reconocibles, pero hacerse un 'mapa mental' fiable de un firmamento nuevo llevaria muuucho tiempo.

Tomando esa constelación como referencia, en esa dirección puedes ver algunas luces muy lejanas, parecen de algún pueblo o ciudad, y lo mismo en... casi exactamente la dirección opuesta. Es como si estuvieses entre las dos poblaciones, prácticamente en medio.

En cuanto a los cristales, pueden 'arrancarse' con cuidado y quedarse con uno en la mano, quedando con una forma aristada similar a un rectángulo acabado en dos triangulos (*) que tienen un numero de lados variable vistos de frente.
Los mas grandes son los mas faciles de arrancar, y también los que tienen el tono un poco más apagado, los más pequeños son dificilisimos de extraer del montón sin romperlos, y su color es más vivo.

Tras comprobar que el hombre seguía vivo y memorizar la posición de la constelación en forma de ese, la atención de la Cicatriz Verdadera se dirigió a los cristales. Loviatar la había advertido que la magia funcionaba distinto en este mundo. Era lógico, habida cuenta que en Abeir-Toril la Urdimbre era Mystra, y este lugar había estado alejado de la influencia de la Dama de los Misterios. Si aquellas gentes utilizaban sortilegios sin Urdimbre ni Dioses, quizá tendrían otra forma de extraer la energía necesaria. Y quizá los cristales que tenían delante absorbían esa fuente, y acumulaban la energía primaria que se podía dar forma y propósito mediante los conjuros. ¿Acaso era casualidad que tras esa enorme descarga mágica hubiera ido a parar a ese yacimiento de cristales, a mitad de camino de dos poblaciones?

Iolaeden se encogió de hombros. Ella no era la Elegida de Mystra, así que sólo había una forma de comprobarlo. Levantó hacia el cielo el cristal que tenía en la mano y susurró una oración para detectar la magia que podía haber en los objetos. Sus ojos estaban entrecerrados y evitaba mirar al yacimiento que crujía bajo sus pies. Si esos cristales albergaban energía mágica como suponía, el destello revelado por su hechizo podría ser cegador.

Iolaeden alzó el cristal e hizo el breve ensalmo, sencillo, tanto que era insultante para alguien de su categoría, y sin embargo... falló.
Falló estrepitosamente, como si no hubiese Urdimbre a la que acudir para poder lanzar siquiera ese conjuro tan básico.

Iolaeden sintió el aguijoneo de la inseguridad al ver que su hechizo fallaba. Sin sus hechizos, en un mundo desconocido, le resultaría difícil llevar a cabo la inmensa tarea que la Doncella del Dolor había puesto sobre sus hombros. Pero si la Cicatriz Verdadera había medrado en su mundo era por tomarse las cosas con mucha calma. Tras comprobar que la respiración del hombre seguía siendo regular, consideró sus posibilidades.

¿Podrían estos cristales crear un campo de Magia Muerta? No, o de lo contrario no hubiera podido transportarse allí con magia. Quizá el color de los cristales fueran indicativos de un tipo concreto de magia que se podía esgrimir con ellos. O quizá no era ese el catalizador que buscaba.

Entonces cayó en la cuenta de cómo los cristales se habían roto con facilidad bajo sus pies. ¿Y si se necesitaba romperlos para liberar su poder? Iolaeden miró en derredor. No tenía otra cosa que hacer que dedicarse al ensayo y error hasta descartar las opciones que se le ocurrieran. Si necesitaba esos cristales después, lamentaría haberse ido de allí sin recoger unos cuantos.

Aplastó el cristal con su mano mientras elevaba una sencilla oración a su diosa para convocar un hechizo de luz.

Como si recogiese la energía mágica contenida en el cristal hueco justo antes de que se evaporase, el hechizo de Luz lo reunió y funcionó, haciendo que todo brillase un poco más, y el montón de cristales relució casi como símbolo de victoria en una tonalidad verde brillante en respuesta al nuevo foco de luz en mitad de la clara y blanca noche de dos lunas.

Iolaeden contempló el estilete refulgiendo con poderosa luz y una sonrisa de deslizó sobre sus labios.

Victoria pensó para si.

Ahora que sabía cómo conectar con la Doncella del Dolor para que la concediera sus plegarias, era buen momento para despertar al hombre que yacía despatarrado a su lado. Agarró otra de piedra entre sus manos y se deslizó hacia el encapuchado...

¿Hola? ¿Estás bien?

Cuando el encapuchado abrió los ojos vio una mujer acuclillada a su lado. Era una joven de una belleza sin par, y la luz mágica que provenía de un estilente refulgente le daba a su semblante una hermosura casi onírica. Su cabellera pálida y reluciente como el oro hilado estaba recogida en una alta trenza. Sus ojos eran grandes y luminosos, salpicados por el fuego azul de dos zafiros gemelos situados bajo unas pestañas doradas y unas cejas suavemente arqueadas. Su piel, blanca como el mármol, contrastaba con el rojo intenso de sus labios que escondían unos dientes perfectos y delicados como las cuentas de un medallón.

Iba protegida con una coraza blanca y prístina, con repujados dorados, sobre una cota de malla de plata bruñida. Una capa del color del zafiro cubría sus hombros, y estaba cerrada por un broche dorado con el símbolo de un látigo de siete colas de Loviatar. Sólo entonces el viajero pudo darse cuenta que esa aparición tan perfecta, tan conmovedora, tenía algo de siniestro.

Vio una especie de halo, algo tétrico que sólo podía ser percibido por el rabillo del ojo. Era una sombra inquietante, y no se podía asegurar si emanaba o formaba parte de ella. La presencia etérea se aferraba a la mujer, retorciéndose como en un continuo y angustioso tormento.

Ajena a todo eso la mujer le dedicó al hombre una sonrisa angelical.

¿Necesitas ayuda?

Cuando abrió los ojos vio una noche extrañamente clara. Dos lunas, una blanca y del tamaño de Selune, y otra con un tono amarillento y más pequeña iluminaban la noche. Ambas estaban en cuarto lleno, de modo que la luz que emitían era más que suficiente para ver bien. Se encontraban en una llanura, y sobre un montón de cristales de color verdoso de diferentes tonalidades, del tamaño de cuatro carros reunidos y varios metros de altura en su cúspide.
Salvo un ligero aturdimiento y una extraña sensación difícil de describir, parece que se encontraba perfectamente.

El humano que se encuentra tumbado entre los cristales, al oír la voz de Iolaeden despertó súbitamente. Las luces de colores del viaje aun centelleaban ante sus ojos, impidiendo por unos instantes la visión de la mujer. Sus músculos doloridos confundidos por el vértigo no respondieron inmediatamente.

El humano tiene una complexión normal y una altura bastante normal -1'70-. Su piel, cuando después del sobresalto por el viaje tome color, se mostrará de un color bastante claro. Su pelo, a la altura del cuello y echado hacia atrás es de un color marrón claro, aun que según como le de el sol es rubio. Mucho más oscuros sus sobresaltados ojos, de un color marrón más duro.

Viste una túnica negra con capucha con vistosos adornos dorados por las comisuras. Bajo ella, una camisa azul, con algún adorno amarillo y rojo. Bajo ella, es evidente que hay algún tipo de armadura metálica. La elegancia y el buen gusto saltan a la vista en todo. Ningún símbolo revela quién es.

Se sienta apoyándose en una mano mientras con la otra hace un gesto separador.

-Estoy bien, deme unos instantes para incorporarme.

Vale, ya lo ve y lo piensa todo con claridad, al aparentemente buen gusto se añade lo que parece una buena corrección. Se fija -y admira!- a la mujer, pegando a la vez un repaso por todo su alrededor. Es sus ojos brilla la astucia del zorro. Se vuelve a fijar en la mujer. El símbolo de Loviatar le produce bastantes preguntas.

-Es usted muy amable, de veras estoy bien. Hace una pausa.

A juzgar por las luces que se ven muy a lo lejos, parece que estáis más p menos a mitad de camino entre dos poblaciones. Las constelaciones del firmamento son imposibles de reconocer. Definitivamente... esto es otro mundo.

La joven se incorporó con una facilidad engañosa. En sus labios seguía brillando una sonrisa tranquilizadora. No dio muestras de percibir -o de dar importancia- a las preguntas que se acumulaban en los ojos de aquel hombre al contemplar el broche.

Me alegra oír eso. dijo, y tras hacer una breve pausa, le tendió una mano acorazada. Si era una salutación u ofrecía su ayuda para levantar al hombre sentado, no estaba claro. Mi nombre es Iolaeden. ¿Sueles dormir en medio de afloramientos de cristal mágico a menudo?

Su sonrisa, como un dorado diluvio de rayos de sol, se expandió ante su propio chiste. Su risa resonaba cantarina, como el argentado fluir de un torrente aguas abajo.

Se levanta y revisa superficialmente es estado de sus vestiduras.

Iolaeden... usted es suma sacerdotisa de la iglesia de Loviatar en la Costa de la Espada, según tengo entendido. Es un placer conocerla, mi nombre es Barahir Leinthian... hombre de negocios de Amn.

Mira al suelo, observando el montón de cristales. Se le ha pasado por la cabeza desde darle un nombre falso a comenzar a lanzarle echizos. Al fin y al cabo, despertar a los pies de una sacerdotisa de loviatar es bastante inquietante. No obstante, su belleza y su sonrisa se han encargado de rebajar la tensión de sus músculos.

Decide contestar a su pregunta e ir directo al grano. Ahora mismo los secretitos no pueden hacer demasiado bien.

No- sonríe- de hecho es la primera vez... ¿Tú también acabas de llegar?

¡Así que este hombre es Faerûnio!

Pero, ¿un mero hombre de negocios de Amn como se autoproclama? Lo dudo. La mismísima Doncella del Dolor ha pagado un alto coste para abrir un portal para llevarme aquí, e insistió en que sólo podía llevar a un mortal. Y desde luego es demasiado joven para ser un mago cuyo poder pueda equipararse a los de un dios. No, este hombre no está aquí por casualidad, sino por la intervención de alguna otra deidad.

Si no se ha puesto a atacarme inmediatamente y hasta considera "un placer conocerme", es que no es ningún santurrón. Y si se guarda el secreto también elimina unas cuantas opciones de los dioses más jactanciosos, como Talos o la Reina Rabiosa. ¿Quizá sea un adepto de Shar?

Si no quiere decírmelo, no lo presionaré. Al fin y al cabo, si es el héroe de su fe, sus acciones acabarán hablando por si mismas. Teniendo un mundo entero que someter, la lucha contra los dioses más afines a mi posición debería librarse al final. Con tantos enemigos, me vendrá bien tener alguna alianza, aunque sea movediza.

Iolaeden recibió la revelación enarcando una ceja. Al ver que el hombre no tomaba su mano, la retiró.

Barahir Leithian... la Cicatriz Verdadera de Loviatar frunció los labios, como si hiciera memoria. Me temo que nunca he oído hablar de ti.

La frase tenía el preciso perfil de la incisión de un puñal. Pero contradiciendo la estocada, la sacerdotisa volvió a sonreír cándidamente y añadió: Pero me alegra enmendar ese error: el placer es mutuo.

La sacerdotisa no abundó en los detalles de la historia del hombre, sino que se puso a escudriñar con él el terrero que los circundaba.

No se cuánto llevo aquí, creo que no demasiado. Como puedes ver, hay dos lunas, y una constelación con forma de ese con la que podremos orientarnos. En la dirección de la S, hay luces, como de un pueblo o una ciudad. Dijo señalando con el dedo, para luego señalar el extremo opuesto de la planicie. Y en esa otra, parece haber otra. ¿Qué dirección te gusta más, Barahir Leithian?