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Tierra sin Fé

[Iolaeden] La casa del Máximo Dolor

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17/07/2009, 17:01
Director
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17/07/2009, 17:01
Director

Vivir. Morir. Tonterías, tan solo se trata de sobrevivir. Y solo los más fuertes sobreviven. Solo el dolor te hace más fuerte. Sobrevive a un lobo, y creerás poder matar otro. Sobrevive a dos lobos, y creerás poder matar un oso. Lucha contra un oso sin haber peleado siquiera contra un lobo, y morirás despedazado.
Es por eso que has de sufrir, es por eso que has de superar el dolor y el sufrimiento si quieres llegar a ser un cazador, un depredador, el amo de tu destino.

Sin sufrimiento no hay gloria, ni victoria. Sin Dolor, no hay recompensa.

Esa lección la aprendió perfectamente la no tan inocente Iolaeden Raldimar, y aceptándolo, sometiéndose a ese pensamiento, y sobreponiéndose a todos los tormentos para seguir esa senda, alcanzó la grandeza. Sufrió y agonizó para alcanzar las alturas, y ahora, desde las sombras de su reducto oscuro, desde su abadía del tormento, dirige los hilos que mueven a los loviatarinos de la Costa de la Espada. La Doncella del Dolor la sonreía.

Caía la noche a las afueras de Azhkatla, empezando a ensombrecer la Abadía del Dolor. Esta misma noche, cuando ni luna ni sol iluminasen un ápice el salón principal de la destartalada y reconstruida fortaleza, el nuevo sacerdote sería ordenado para mayor gloria de la diosa. Iolaeden pensaba en ello mientras se preparaba para la ceremonia, en sus aposentos privados, vistiéndose apropiadamente para un día tan importante... ese sacerdote era muy, muy especial. Muy mayor para ser un simple acólito, el desquiciado sacerdote fue un importante ilmaterino en el pasado, y había costado muchísimo esfuerzo a Iolaeden doblegar su voluntad de acero. Pero había vencido, una vez más, al absurdo rival de su diosa.

Ni el tiempo había podido con la voluntad de la loviatarina, ni los secuaces de la tríada que intentaron rescatar al sacerdote, ni el irritante mutismo ante las peores torturas conocidas por la Cicatriz Verdadera habían sido suficientes... ¡Victoria! Sin duda, hoy Loviatar gozaría con lo que vería en su abadía.

Tras prepararse adecuadamente, (*) la sacerdotisa se relajó y rezó brevemente ante su altar privado. En días como éste, importantes, solía recibir alguna que otra señal, a menudo dolores o punzadas. Sus oraciones, animadas por los olorosos inciensos que encendió fueron intensas y profundas, y ni siquiera los alaridos de aquellos con quienes se divertían los acólitos la molestaron lo más mínimo.

Estaba concentrada, prácticamente en trance... incluso se sentía a gusto... sus oraciones casi terminaban, y no había habido señal alguna...

Hasta ese momento. 

 

 

El dolor del más cruel latigazo imaginable azotó su espalda, y la hizo caer del golpe frente al altar. Durante años había sufrido dolores atroces, y parecía que hacía décadas, siglos, que no gritaba de dolor, que una punzada o un latigazo no la hacía retorcerse, sin embargo, un grito ahogado salió de su garganta, y quedó tendida de bruces, con un tic inquieto en su pierna, junto con algunas convulsiones ocasionales e involuntarias del resto de extremidades, teniendo que morderse el labio para no gemir patética y lastimeramente debido al dolor del corte, a sus extrañas y agónicas punzadas, y a la sensación de que hubiesen estado hurgando con sal y alfileres dentro de la herida.

No hacía falta que se girase para ver quién la había atacado, pues podía estar segura de que no había sido nadie de este mundo. Semejantes estertores de dolor y tormento en un solo golpe, únicamente podían ser obra de la mismísima Doncella del Dolor.

Y si no fuera porque el día era hoy, uno de los días más importantes de su vida, perfectamente podría haber pasado por su cabeza que semejante 'señal' fuera más un castigo que una recompensa... ¿Tal vez una prueba? Quién sabe... ahora estás recobrando la compostura, aunque todavía tirada en el suelo... Y la ceremonia ya no tardará en comenzar.

Notas de juego

(*) Tú dirás qué lleva y qué tiene pensado vestir, hacer y decir para el ritual, y si te quieres inventar que tenga algún amante (hombre, mujer, lo que ella kiera xD) o alguna otra manía, cosa preciada u odiada... es el momento de completarlo. Expláyate, que aún hemos de hacer la ficha y tal.

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18/07/2009, 08:41
Iolaeden Raldimar

A lo largo de su corta pero intensa vida, Iolaeden había servido fervientemente a Loviatar, con el dolor, agonía y éxitos que ello había representado. No había nada que se hubiera propuesto y que no hubiera conseguido, y sin embargo, aquél día era especial. Podía sentirlo en las entrañas. Someter al sacerdote Ilmaterino le había costado tres años. Ni una súplica, ni un momento de debilidad. Nada que la ayudara a seguir adelante. Pero la Cicatriz Verdadera sabía que todo cuerpo tiene un límite, y perseveró. La paciencia era una de sus virtudes. Desbarató rescates y torturó a los supuestos rescatadores delante del Ilmaterino. Quebró su cuerpo, su espíritu, sus esperanzas y sus empatías. Y al final fue su mente la que se desmoronó a ella, para que pudiera moldearla a su voluntad. Victoria.

Iolaeden miró a sus ropas de cuero rojo, que había empleado durante esos años para entrenar al sacerdote. Hoy, al fin, vestiría de blanco impoluto, el color de la Diosa, que representaba que ya no tendría que recurrir a macharse de sangre  para enseñarle el camino. Lo haría él mismo, dócilmente. Había vencido, para mayor gloria de Loviatar. Se permitió una sonrisilla, pasándose la lengua por los dientes, deleitándose del placer que iba darle a su Señora.

Volvió a la realidad y comenzó a ponerse el traje blanco ceremonial. Un vestido blanco con falda y sin mangas, que se pegaba al cuerpo de Iolaeden enseñando las curvas generosas de su juventud. Esas curvas que atraían a los hombres pero que hasta el día de hoy había despreciado. ¿Qué compañero podría elegir, al fin y al cabo, que fuera tan fuerte como ella?

Se cepilló sus cabellos rubios: ese día los llevaría sueltos, dejando que se desparramasen por los hombros, hasta media espalda. Tras dudar unos instante, también cogió una cadena erizada de púas y se la enrolló alrededor del muslo. No era para ella nada más que una ligera molestia, pero sentir el acero mordiendo su piel cada momento la unía con su diosa. Raro era el momento del día en el que Iolaeden no sufriera al menos una leve molestia -a menos que estuviera durmiendo.

La sacerdotisa se entregó a sus plegarias. Solía hablarle a la diosa de sus avances, de sus planes o de sus anhelos, de aquellas cosas que quería que Loviatar tuviese. Jamás la hablaba de grandeza propia. Iolaeden se había entregado por completo.

Fue entonces cuando el dolor la destrozó.

El tormento del látigo le había dejado rígidos todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, y solamente podía pensar en huir a gatas de la fuente de ese suplicio. Se quedó tendida en el suelo boqueando, cubierta de sudor, jadeando y con lágrimas fluyendo en sus mejillas. Se sentía como si el dolor le estuviera haciendo pedazos todos los músculos de su cuerpo. Indefensa como cuando por primera vez el flagelo tocó su piel infantil.

Cuando pudo recuperar el resuello, hizo un ímprovo esfuerzo sacado de años de torturas, para hacer caso omiso del dolor que aún ahora le recorría el cuerpo en oleadas y poder incorporarse, sin dejar de estar arrodillada ante el altar. Sabía que ese dolor sólo se lo podía haber provocado Loviatar. Pero por eso mismo, no se atrevería a darse la vuelta. Aunque hubiera estado esperando este momento toda su vida, no miraría a la Dama del Dolor si ella no se mostraba y tampoco la hablaría si ella no la hablaba primero. Lo contrario sería una falta de respeto a la diosa incuestionable.

Se limpió con la mano temblorosa la sangre de su nariz y las lágrimas de sus ojos, y después la volvió a depositar sobre sus rodillas. Se quedó ahí, arrodillada, aunque el cuerpo aún le temblaba en convulsiones y su mente le pedía a gritos huir de un posible segundo latigazo, se quedó allí.

Esperó.

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18/07/2009, 10:18
La Doncella del Dolor

Pasaron unos segundos que se hicieron horas, mientras el dolor comenzaba a ser más soportable, por conocido. Iolaeden escuchaba una tranquila respiración, y algún suave movimiento de las sábanas de su lecho, como si alguien se acomodase y se recostase.

Tal vez no era extraño que un dios pudiera ocultar el poder que podía llegar a irradiar, y no detectó nada más, aparte de lo que sus sentidos normales la advirtiesen..., pero cuando habló, su voz desprendía una sensación de poder arrolladora, casi como si fuera una compulsión que te obligase a obedecer, en caso de que no quisieras, en caso de que no estuvieras ya totalmente sometida.

Levántate. Antes de que tenga que animarte con otros dos.

Y desde luego, aquellas poderosas palabras eran como para ser obedecidas con diligencia, y no hacía falta ser una Cicatriz Verdadera para sobreponerse al dolor con tal de evitar otros dos como aquél.

Loviatar estaba tendida en tu cama, cómodamente recostada. Te miró de arriba abajo, comprobando que mantenías una compostura bastante digna, y debidamente sumisa y servicial. Mientras te recorría con la mirada, daba la sensación de que estaba maquinando alguna manera de causarte dolor, pero era como si estuviera conteniéndose.

Las curvas de Loviatar son la perfección encarnada, y su cabello, de un profundo color negro, enmarca un rostro que exhibe unos ojos crueles y deprados, que completan una expresión fría, intensamente fría, que refleja su gélido corazón y su calculadora y sádica personalidad. Ahora comienzas a sentir una sensación de poder rodeándola, invisible, pero prácticamente tangible. Un poder que has sentido en tus dedos, pero que comparado con esta intensidad, las sensaciones previas parecen insignificantes.

La Doncella del Dolor no lleva ningún instrumento de tortura, posiblemente no le hagan falta. Cuando acaba de mirarte, se mira la mano mientras hace algunos gestos, como si algo perverso que hacer con esos gestos se le pasara por la cabeza. Y vuelve a mirarte, dejando al fin la mano descansando.

Tienes buen aguante, Iolaeden. Y tu victoria me complace mucho. Un nuevo y poderoso fiel, y el Dios Quebrado triste y reconcomido de dolor. Gesticula con una mano mientras habla, relajadamente, despacio, como si hablase con total naturalidad Ha querido el destino que este día coincida con un asunto importantísimo... la misión más importante para la Fé que haya encargado a ningún fiel, jamás. El premio más grande que puede otorgar un dios a un mortal...

Hace un gesto rápido con el dedo índice, y un brutal segundo latigazo recorre tu espalda de arriba abajo. Invisible, pero exactamente igual de doloroso, o tal vez un poco más que antes... quema, duele, escuece, y desgarra de nuevo tu piel, haciéndote sentir el dolor prácticamente en la espina dorsal... pero sin tullirte.

Loviatar sonríe malévolamente, mientras vuelve a poner el dedo en la posición original, como si preparase otro, y te mira con curiosidad y sádico deleite, comprobando tu fortaleza... una segunda vez.

¿Quieres ganártelo...?

Su cruel deleite la hace relamerse los finos labios con paciencia, saboreando el atroz dolor que sientes.

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18/07/2009, 15:08
Iolaeden Raldimar

Un mortal común se hubiera levantado a trompicones, pero Iolaeden no era una mujer corriente. A una orden de su Señora se levantó con un movimiento elástico. El dolor recorría su cuerpo en oleadas, pero la Cicatriz Verdadera contuvo los espasmos y se volvió con fluidez hacia Loviatar. Adoptó una aptitud sumisa, con las piernas juntas y las manos sobre su abdomen, y se miró las puntas de las suaves botas de piel que calzaba.

Mi Señora... musitó con fervor en una inclinación de cabeza.

Iolaeden se permitió alzar la mirada y mirarla, estirada en su diván como un felino perezoso. ¡Resultaba tan doloroso observar su perfección! Se sintió sucia y fea. Al estar frente a ella se dio cuenta de lo ignominiosa, de lo indigna que era. De buena gana se hubiera clavado el estilete en las entrañas por ser tan presuntuosa de creer que pudiera ser valiosa para la radiante presencia que tenía delante. Pero al desgranar Loviatar los motivos de su aparición, Iolaeden se quedó sin aliento.

Entonces vino el dolor.

Sintió como un montón de agujas incandescentes se clavaban en su espina dorsal. Escuchó un crujido y pensó que una de sus costillas acababa de partirse. Su cerebro le envió una señal de dolor por cada fibra de su cuerpo, pidiendo una ayuda que jamás llegaría. Iolaeden abrió mucho los ojos y escupió un borbotón de sangre. Fue lejanamente consciente de que los ojos se le arrasaban de lágrimas y que volvía a caer de bruces. La sangre en la garganta le dio arcadas.

Pero esta vez fue distinto.

Casi de inmediato sintió un escalofrío casi eléctrico recorriendo su piel, y sus músculos destrozados hicieron que se convulsionara como si fuera una serpiente bailando en una cesta de mimbre. Se estremeció y jadeó, con los ojos muy abiertos clavados en el suelo. Sí. Había sido muy distinto esta vez. Iolaeden jamás había yacido con un hombre, pero supo que los espasmos y la humedad que sentía en la entrepierna hubiera sido un resultado propio de hacerlo.

El color subió a sus mejillas y se sintió furiosa consigo misma. ¡Que indigna de servir a Loviatar! Se levantó del suelo y se volvió a erguir en toda su estatura, ignorando las terribles punzadas de la espalda. Se enjugó la mezcla de sangre, lágrimas y sudor que le cubría las mejillas. Se relajó y logró contener el temblor de las piernas. Tensó las mandíbulas y se concentró en alzar el mentón y aparentar la dignidad y el aguante que la Diosa la atribuía.

Mi Señora, nunca he querido nada para mí. Mi universo es serviros a cualquier precio. Siempre he recurrido al dolor para abrirme a vos y buscaros. No tengo palabras para describir lo que es sentirlo ahora de vuestra propia mano. Lo que para otros es un precio, para mi es una bendición, Dama del Dolor.

¡Os lo suplico, permitidme serviros y cumplir vuestros deseos! No tendré miedo, ni duda, ni piedad para nuestros enemigos.

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18/07/2009, 16:08
La Doncella del Dolor

Loviatar seguía mirándola con frialdad, y su sonrisa se borró despacio, mientras parecía pensar en algo. Meditó sobre ello, mirando hacia el techo, y mostrando su hermoso cuello.
Pasados unos segundos, suspiró y prosiguió.

El... problema es que solo podré escoger a una de mis fieles en todo Toril... y tendrá que ser alguien... organizativa... capaz... poderosa... una excelente conocedora de la fé y los dogmas... Tú... cumples todos esos preceptos...

Volvió a mirarla de arriba abajo, fijándose durante un segundo en las humedades de su entrepierna, y volvió la mirada a los ojos de Iolaeden... mientras acariciaba con la yema de su pulgar, la yema del índice y del dedo corazón, suavemente.

Entiendes bien los placeres del Dolor... Sonrió cruelmente e hizo una pausa 

Bien, como iba diciendo... cumples todos esos preceptos, pero me falta conocer... si cumples el último. Cruzó sus piernas, en un gesto sensual La misión será dura, y no quiero que el fiel que envíe vaya a vacilar un solo momento. He de poner a prueba vuestra resistencia... y por ahora, sólo una ha pasado la prueba. Y te voy a poner a prueba.

Hizo un gesto de esfuerzo con los tres dedos mientras de nuevo estiraba su sonrisa.

Esta vez, el dolor fue único. Como si un veneno hiciese arder literalmente tus venas y tus sienes, copando tus sentidos con dolor y agonía. Ninguno de tus músculos respondió durante el tiempo indeterminado que duró la punzada. Era como si hubiese atacado directamente el sistema nervioso central... Y tal vez no fuese lo peor que pudiese hacer, pero simplemente no se te ocurría nada peor.

Si quieres superarla... aguanta. Cuando quieras rendirte... solo suplica, pobre mortal.

Su expresión ahora era seria, y era obvio que esperaba bastante de Iolaeden. Decepcionarla podría ser incluso peor que tratar de superar la prueba.

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18/07/2009, 16:29
Iolaeden Raldimar

El corazón latía con fuerza en el pecho de la Cicatriz Verdadera. Que la diosa hablara así de ella, que confiara de aquella manera una simple mortal, casi la hizo sollozar. Pero se esforzó en permanecer impasible.

No obstante, la diosa se dio cuenta de la deshonrosa humedad de su entrepierna. Iolaeden desvió la mirada, sintiéndose sucia y humillada. Pero cuando mencionó la prueba, se puso alerta, tensando todos los músculos de su cuerpo. Si las dos anteriores veces no eran comparables a la prueba a la que iba a someterla ahora, no quería ni imaginarse lo que iba a suceder a continuación.

El mundo estalló.

No existía nada más que dolor. Era como si la presencia de la diosa entrara dentro de ella, como si su cuerpo mortal se convirtiera en la misma esencia del sufrimiento.

La oscuridad de la muerte la rondó, y la ofreció descanso en su tibio abrazo. La susurró que allí no sufriría nunca más. Era un lugar cálido, acogedor. Vio a su padre. Sonreía y la abría sus brazos. Casi podía palpar su amor, de infinita ternura. Casi lo podía notar prendiendo en su propio pecho. Una sensación que no había sentido hace mucho tiempo y que creía olvidada. Una sensación que el dolor no podía igualar.

Iolaeden esbozó una mueca de asco. Escupió al suelo y se soltó del abrazo de la muerte y del abrigo de la inconsciencia. Ahora creía entender en qué consistía la prueba de Loviatar. No era simplemente más dolor. En el fondo la diosa sabía que había una última espina en el corazón de Iolaeden. Un último recuerdo agradable que impedía que la sirviera como ella merecía. La Cicatriz Verdadera extrajo el recuerdo de su padre como un miasma y lo arrojó de sus recuerdos, para siempre. Borró su presencia, sin vuelta atrás.

En su locura, miró a Loviatar directamente a los ojos.

Por favor, la suplicó. Observó el rostro de la diosa, esperando ver el destello de su desagrado. Entonces una sonrisa que no era en absoluto mortal se resbaló en sus labios. Por favor, ¡dadme más! ¡puedo aguantar más! ¡He renunciado a todo por vos!

Cogió aire, y gritó de forma ensordecedora:

¡DADME MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAÁS!

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18/07/2009, 16:54
La Doncella del Dolor

Loviatar asintió lentamente, y esta vez sonrió complacida, contenta, al escuchar a su sumisa sacerdotisa... y bajó la mano. Meditó unos segundos, mientras el salvaje dolor se iba lentamente de Iolaeden. No es que dejase de doler, pues aún había de pasar mucho tiempo para que todo el dolor residual se marchase y pudiera volver a sentir paz.

Vas entendiendo bien, Iolaeden. Debes extraer toda la debilidad inherente a los mortales, para superar la prueba. Tus dos únicas alternativas son suplicar clemencia, o morir en el intento.

La diosa se levantó con un movimiento felino, sensual y grácil, e hizo aparecer un frasco con unos polvos anaranjados bien conocidos. Su único fin era escocer en heridas abiertas. Era costoso de fabricar, y sus ingredientes difíciles de encontrar, apenas habías tenido dos o tres de estos en tus manos.

La diosa llegó junto a la sacerdotisa, posando sus pies a un metro escaso de ella. Lo miró, mirando después a la Iolaeden con una malicia inimaginable.

Me complace que el dolor te provoque placer, masoquista... pero no se trata solo de ver cuanto te gusta, si no de cuanto aguantas. Veamos si tengo dos donde elegir.... o tendré que escoger a otra para que reciba su premio 
Su expresión cruel se convirtió en una expresión realmente interesada... y expectante. Expectante de lo que iba a ver ahora.

Esta vez estiró dos dedos, el índice y el corazón, con la palma hacia arriba... y en un gesto brusco, los dobló como un gancho.

El dolor volvía a ser terrenal, sangriento. Como si dos anormalmente gruesos y largos falos metálicos recubiertos de afiladas púas la penetrasen anal y vaginalmente, de golpe y profundamente, empezando a girar sobre sí mismos, destrozándola por dentro.

Aunque el dolor no le permitió verlo, la Diosa hizo otro gesto con la misma mano, lanzando otro latigazo igual, pero más fuerte, esta vez a los pechos, frontalmente, cortándole ambos pezones con un solo golpe, y mordiendo la carne de ambos senos con un tajo de unos cuantos centímetros de profundidad, no menos doloroso y punzante que los otros dos.

Iolaeden sangraba profusamente por sendos pechos rajados y por los orificios violados, con la espalda, el frente y las piernas cubiertas de sangre. Lo que fuera que la diosa introdujo en ella dejó de moverse, pero seguía ahí, de modo que el más mínimo movimiento alargaba el martirio.

Si aquellos polvos eran tan eficaces como los que tú usaste, lo que venía ahora iba a ser brutal, una cucharada de esos polvos en una espalda flagelada hacía gritar a un hombre normal durante horas, y lamentarse durante días.

Iba a necesitar toda su fuerza de voluntad para no desfallecer. Iba a tener que desterrar cualquier rastro de debilidad humana para resistir un poco más a una tortura... divina.

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19/07/2009, 08:51
Iolaeden Raldimar

El nuevo dolor era muy alto, y aún no se había recuperado de las torturas mágicas anteriores. Su mente optó por ausentarse del suplicio.

Iolaeden pensó que lo que estaba siguiendo escapaba de toda lógica. No es que pretendiera entender una motivación divina. Pero había previsto (o eso creía) desvelar las intenciones de la Diosa detrás de las pruebas a las que la sometía. Pero entre las lágrimas sólo podía ver cómo disfrutaba de lo que estaba haciendo.

Había visto a otras sacerdotisas, mucho más brutales que ella, disfrutar con regocijo sádico del dolor de sus torturados. Pero ella no era así. Jamás disfrutaba, sólo hacía su trabajo. Para Iolaeden, el dolor de un ser vivo era poder. No sólo poder mágico, a través de la diosa, si no la libertad de la mente. A través del instinto de supervivencia espoleado por el dolor, alguien podría hacer cualquier cosa que debiera hacer. Y esa lección es la que ella enseñaba. Por eso había quebrado al Ilmaterino. Por eso había logrado tantos nuevos adeptos. Si hubiera disfrutado, si sus sentimientos mortales se hubieran interpuesto, jamás lo habría logrado.

Si la diosa quería que le diera placer con el dolor que infligía, le daría todo el placer que ella quisiera. Pero ella no sentiría nada.

Quizá por eso la necesitaba. Quizá por ello la había elegido entre todas las demás sumas sacerdotisas.

Y quizá esta prueba consistía, al fin y al cabo, en ser consciente de esa realidad. O quizá en que en su cuerpo se borrara todo rastro de miedo y pudiera ver las limitaciones de un dios en comprender de sus siervos, para poder utilizarlo como arma. Si cuestionaba una decisión de la propia diosa, a la que había dedicado toda su vida, ¿qué haría con la de los otros dioses?

Iolaeden volvió a la realidad. El dolor era muy físico, y aunque la estaba destrozando y mutilando, era el tipo de dolor al que estaba más acostumbrada. Fijó la mirada en Loviatar. Quizá la matara por los pensamientos que acababa de tener.

Aguardó sin decir nada.

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19/07/2009, 15:04
La Doncella del Dolor

Loviatar sonrió complacida. A pesar del terrible dolor no suplicaba, su límite mental no había sido alcanzado, pero estaba ya al límite de su aguante físico.

¿Aún aguantas...?
Eso la agradaba. Es evidente que le gustaba el dolor de Iolaeden, disfrutaba con él, pero era doblemente bueno el hecho de que lo estuviese aguantando.

Bien... bien... la mayoría no llegan ni siquiera hasta aquí.

Alzó el pequeño frasco a la altura de su rostro divino y sonrió al verse reflejada en él, mientras lo destapaba con delicadeza, dejando la tapa colgando.
Con el frasco en la mano izquierda, miró a la sacerdotisa y la señaló con el puño derecho cerrado, extendiendo el brazo... y con la palma hacia abajo, abrió la mano.

Lo que venía ahora no era tan terrible como lo anterior, pero era difícil de resistir, con aquellos dos latigazos, el cerebro sintiendo dolor todavía, por no hablar de la anterior fase:

Esta vez, su piel y su carne se abrieron en, miles de grietas y cortes por todo su cuerpo, desde debajo de las uñas hasta el cuero cabelludo.
Miles, literalmente miles de pequeños y no tan pequeño cortes por todo el cuerpo, se abrieron desde dentro hacia afuera, convirtiendo a la sacerdotisa en una sanguinolenta forma humana... y entonces lanzó polvo suficiente como para cubrirla por delante. Desapareció, y la décima siguiente estaba a su espalda, repitiendo el proceso, y a la siguiente décima a su derecha...

Repitió la operación hasta que Iolaeden quedó cubierta de polvos naranjas, y aulló de dolor con todas sus fuerzas, ensordeciéndose a sí misma y a cualquiera que estuviese en la Abadía, pero el final esta vez no fue el deseado... a pesar de toda su fortaleza, las horribles escoceduras, los indescriptibles dolores, y los aparatos que aún estaban dentro de ella, junto con el atroz dolor mental, que volvía a resurgir, superaron su resistencia humana, y la oscuridad acabó por invadirlo todo....

Lo último que sintió fue su caída de cara sobre el suelo ensangrentado, pues el resto de sus sentidos estaban abotargados.

Una suave patada despectiva en la cara desveló a la sacerdotisa, era el pie de la diosa. Los dolores aún eran tan atroces que ni siquiera pudo levantar la mirada para ver a la Doncella del Dolor cuando ella la habló, y solo pudo ver sus pies, posados encima del charco de sangre en que se habia convertido el suelo.
Su voz divina sonaba decepcionada y poco sorprendida.

Hmmmf... No ha estado mal, casi la superas, Mortal... Ahora vuelve a tus asuntos, no quiero que amanezca sin que ese hombre haya sido ordenado sacerdote.

Sin más despedidas, ni otra cosa, se desvaneció en un vaho de sombras, y su figura (La figura de sus pies, vaya) y la sensación de su presencia desaparecieron, dejándola sola y destrozada en el suelo de su habitación, agonizando sobre su propia sangre, cubierta de los crueles polvos de Agonía Sagrada.

A los pocos segundos, la puerta se abrió de un fuerte golpe, como si hubiesen estado intentando abrirla durante un rato, y de repente hubiese dejado de ofrecer resistencia. Uno de los más musculosos torturadores sostenía un enorme mazo con el que había logrado tumbar la puerta, y sudaba con profusión, aunque no habías oído ningún golpe anterior en la puerta.

Tres horrorizadas sacerdotisas, ya vestidas para la ceremonia, miraron a la Cicatriz Verdadera, y una de ellas tuvo arcadas al ver a Iolaeden convertida en una colección de cortes de dentro afuera, y el cuarto bañado el sangre. 

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20/07/2009, 01:25
Seiry

La primera de las sacerdotisas mantuvo el tipo y se acercó a Iolaeden, agachándose y poniéndole los dedos en la muñeca (en los cortes de la muñeca) unos segundos. 
Está viva… Aunque por poco.
Dijo mientras te miraba a los ojos. Era una sacerdotisa que se acercaba a la treintena, Seiry… la verdad es que te había costado enfocar la vista lo suficiente como para reconocerla

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20/07/2009, 01:26
Eleedra

Apartaos, voy a curarla.
Se trataba de tu antigua mentora, y actual segunda al mando, que reaccionó rápidamente y se agazapó junto a Iolaeden, conjurando los poderes de la Diosa para ir cerrando las atroces heridas de Iolaeden… con cierta expresión de preocupación, no exenta de algo de miedo. Conocía bien tu resistencia, y el último grito debió causarlo la cosa más atroz imaginable.

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20/07/2009, 01:26
Medea

Qui…én… ha hecho esto…?

Dijo la sacerdotisa más joven, Medea, a punto de vomitar, espantada, aterrorizada. Te idolatraba, pero le quedaban cientos de sesiones de tortura para alcanzar la fortaleza necesaria para ser una buena Sierva. Verte a ti de ese modo, a la persona más admirada, y habiéndote oído aullar de dolor de esa manera la hacía temblar.

 

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20/07/2009, 02:12
Dorach

Dorach se quedó extrañado e inquieto al mirar la forma de los pies de la Diosa sobre la sangre del suelo. Blandió el mazo quedándose un tanto en guardia, y señaló el 'dibujo'

Apuesto a que fue quienquiera que hiciese esas pisadas...

También se le notaba no poco temor en la voz, pues por valiente y duro que fuese, solo sabía de alguien capaz de colarse en la habitación de la Suma Sacerdotisa y causarle esos tormentos... Y probablemente los temiese para sí.

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20/07/2009, 08:52
Iolaeden Raldimar

Iolaeden estaba despatarrada en el suelo, bañada en un charco de su propia sangre. Aún parecía escuchar sus propios chillidos resonando en las paredes de piedra del templo. Había sufrido tanto que su cuerpo lo tenía completamente insensibilizado. Ni siquiera podía llorar.

¿He fallado? se preguntó. No. Había visto la expresión de los ojos de La Doncella del Dolor. Si hubiera fallado, la habría reducido a un montón de pulpa sanguinolenta salpicada contra las paredes de su habitación. Si seguía viva es porque la diosa así lo quería, porque había pasado su prueba. Una sonrisa demente se deslizó en sus labios mientras un borbotón de sangre salía de ellos.

Sintió más que vio cómo sus acólitos penetraron en sus aposentos. Sus voces reflejaban la repugnancia y el terror abyecto por la sangrienta escena que estaban contemplando. Pero ella se sentía demasiado cansada y vacía. Vacía de todo sentimiento humano que no fuera el dolor. Vacía de miedo, de asco, de esperanza, de compasión.

En mitad de su febril estado se acordó de Elminster. Se decía que después de sus encuentros con Mystra nada podía asustarle o impresionarle en demasiado. Iolaeden estalló en carcajadas. No era una risa normal, sino unas carcajadas histéricas y enloquecidas, que parecían venir del más allá. No le hacía falta ver las expresiones de sus sacerdotes para saber que eran capaz de helar la sangre en las venas.

La curación de Eleedra surtía su efecto, notaba su poder curativo fluir en oleadas por su cuerpo y fue recuperando la sensibilidad. La Cicatriz Verdadera apretaba tanto sus dientes que creía que la mandíbula se le iba a despedazar en un montón de astillas. Tenía un ojo cerrado por la sangre reseca, así que clavó el otro en Medea. Los ojos de Iolaeden eran azules, que hubieran sido bonitos sino fueran de un tono tan pálido, casi blancos. Ahora, inflamados de locura, eran capaz de hacer que un hombre hecho y derecho se echara a temblar. Supo el efecto aterrador que podían tener en la joven novicia.

¿Te da asco lo que ves, joven Medea? le dijo en un hilo de voz, jadeante. Apenas podía hablar, y su pecho mutilado subía y bajaba con esfuerzo. Acércate a mi.

El súbito cambio de poder la reconfortó. Hace unos segundos se sentía ignominiosa ante la Doncella del Dolor, ahora era ella la poderosa. Iolaeden era vagamente consciente de que ejercer ese poder sobre la persona más débil de la habitación era lo único que podía arrojar un poco de cordura a su mente trastornada. Necesitaba volver a sentirse en control de la situación para poder volver a ser ella misma. Loviatar necesita de su fuerza y de su sangre fría. Las pesadillas que tuviera que tener Medea era un precio muy bajo por mantener el control. Ser elegida por su diosa era como ser una reina. Su integridad era importante, y se debían hacer sacrificios.

Extiende tus manos, Medea.

Los presentes pudieron ver cómo la mano de la Cicatriz Verdadera se deslizaba, temblorosa incluso después de los primeros sortilegios de curación de Eleedra, hacia su sexo. Se palpó. Arrancó de un tirón un objeto metálico erizado de púas cubierto de sangre negra. Un borbotón de sangre manó de sus entrañas y la suma sacerdotisa sintió un acceso de vómitos. Eleedra se inclinó hacia delante, pero Iolaeden la detuvo con una mano. Con delicadeza dejó el objeto en las manos extendidas de Medea y después hizo lo mismo con el que tenía insertado en el ano.

Haciendo un gran esfuerzo, se incorporó levemente hacia la Arrodillada.

Limpialos y guárdalos. Te los pediré más tarde. La susurró con una sonrisa de medio lado. Después dirigió su único ojo abierto hacia el resto de personas que había en sus aposentos. Ahora marchaos, tengo asuntos que discutir con Lady Eleedra.

Aunque lo primero era que la sacerdotisa la curase lo suficiente como para poder tenerse en pie y dejar de ser una muñeca de trapo tirada en un rincón, por supuesto.

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20/07/2009, 09:42
Medea

Medea se acercó con un nudo en el estómago y obedeció a la Suma Sacerdotisa. Cuando Iolaeden se extrajo los instrumentos, de un color imposible de ver entre tanta sangre, un acceso de vómito le vino, y con ambos objetos en las manos, corrió a salir de los aposentos, en una carrera corta e indigna, para vomitar justo fuera del alcance de la vista de la Cicatriz Verdadera, sonoramente.

- Tiradas (1)
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20/07/2009, 09:47
Dorach

Dorach estaba en la puerta, mirando como vomitaba la Arrodillada en el pasillo.

Y después limpia eso.
Ordenó secamente, frunciendo el ceño.

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20/07/2009, 09:48
Eleedra

Eleedra hizo un gesto con la mano a los presentes para que obedeciesen, aunque realmente no era necesario, obedecían perfectamente a su sacerdotisa mayor.

Seiry y Dorach se marcharon reverencialmente y cerraron la puerta tras de sí, dejándote con Eleedra, que termina de sanarte con otro par de hechizos, recomponiendo tu piel y los tejidos destrozados, aunque el dolor residual sigue siendo intenso.
Te ofrece ayuda para levantarte, por si el dolor te hiciera difícil ponerte en pie.

Tampoco puede evitar mirar aquellos dos pequeños pies, que empiezan a desdibujarse. Eleedra se atreve a hablar más claramente.

¿Fue la Señora? Y te mira a los ojos, expectante ante una respuesta afirmativa... tensa, ilusionada...

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20/07/2009, 10:09
Iolaeden Raldimar

Ahora que todos salvo su sacerdotisa de confianza se habían ido, Iolaeden cerró los ojos y comenzó a llorar otra vez. Su cuerpo se sacudía en los sollozos e hipidos. El dolor era insoportable, y la cantidad de Agonía Sagrada que la diosa había vertido en todas las grietas de su cuerpo prolongaría la agonía durante días. Iolaeden lloró lenta y mansamente, de puro dolor. Cualquier arma mortal que la hiriese o hechizo mágico que le lanzasen sería el paraíso en comparación con lo que la diosa le había hecho. Apenas podía soportarlo. La diosa la había destruido y mutilado hasta el límite mismo de su aguante. Se enjugó las lágrimas y se obligó a hablar.

Sí. Ha sido Loviatar. Generalmente, incluso entre las sumas sacerdotisas, no se pronunciaba el nombre de la diosa, pues podían oír su nombre y ello atraía sus atenciones. Pero Iolaeden lo pronunció sin vacilación. Al fin y al cabo, sabía que ella estaba contemplando la penosa escena con deleite.

La Cicatriz Verdadera tomó la mano de su sacerdotisa y se levantó dificultosamente. Su vestido blanco estaba rígido por la sangre reseca.

Ella me ha elegido a mi para servirla personalmente. Dijo con una sonrisa de deleite. No ha sido muy concreta, pero me ha dicho que sólo podía llevar a un fiel de toda Toril. Sé que me llevará lejos de aquí.

Iolaeden estudió con su único ojo abierto a Eleedra.

Sabes lo que te voy a pedir ¿no?

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20/07/2009, 10:34
Eleedra

Eleedra escuchó atentamente y sonrió ampliamente, contenta de que la Diosa se hubiese aparecido en persona en vuestro templo. Quedó unos segundos pensando, quizá recordando, antes de seguir.

Mira en qué se ha convertido la niñita.... Sonrió mirándote y se permitió unas palmaditas en tu hombro. Imagino lo que vas a pedirme... supongo que me toca estar al mando de nuevo.
Y no parecía desagradarle la idea, si bien le hubiera gustado mucho más que el honor fuera suyo, huelga decirlo... Si había envidia, no se le notaba. Ninguna de vosotras erais ángeles, así que en realidad era bastante probable.