Partida Rol por web

Veo como he herido la moral de este cabestro, por llamarle algo, ya que el me llamo mujer de mala reputacion.
Miro al caballero que a frenado la mano del bocazas y le hago una reverencia para agradecerle el gesto.
Asi que cojo mi arco, tenso la cuerda, respiro lentamente, apunto con cuidado y dejo que la flecha vuele hacia el blanco

La flecha voló por el campo de tiro improvisado, bajo la atenta mirada de curiosos que bebían, gente que apostaba monedas y criados que se sorprendían al ver a una joven muchacha disparar (y pensaban dónde y porqué habría aprendido a ello). Las flecha volaron de una en una y un par de contrincantes tuyos no acertaron ni a golpear al pelele de madera. Un pequeño juez improvisado os voceó que debíais cargar de nuevo un par de flechas. Los caballero detrás de tí te miraban y parecían ser los únicos que susurraban cosas buenas sobre tí.

Don Juan de Navascos afirmó a Sebastián, pero fue Caitán quien se adelantó. El joven pardo avanzó con el vaso en la mano, esquivando caballeros y súbditos también cuajados de armadura, y se sentía como pez en el agua en medio de aquella "fiesta". Julián Barbero se quedó como embotado en sus pensamientos, pero no logró discernir un ápice de intención o sospecha en aquel tipo del bigote (pues en seguida húbose de mezclar con la gente del lugar). Eso sí, cuando los tres llegásteis al lugar de la jarana mayor vísteis todos un grupo de caballeros que recién llegaban. Era una mesnada, según veíais y os parecía, de varios grupos de hombres (y toda ella era numerosa). Según sus enseñas, eran caballeros de la Corona de Aragón: valencianos, aragoneses, catalanes y mallorquines.

Estaban desplegándose en un claro, en la parte alta del puente, y mientras ya colocaban sus lienzos de tienda muchos otros de ellos ponían en tierra o sobre éstas enseñas de batalla, que indicaban, según sabía don Juan y Sebastian por su experiencia, un ofrecimiento a liberar a todo peregirno de Santiago del estorbo que suponía aquella lid del Paso Honroso, pese a tener noble fin. La gente en derredor les abucheaba, algunos se mostraban indignados por su llegada, les gritaban... Oísteis incluso que ellos romperían las trescientas lanzas pedidas en un sólo día... ¿Porqué éste descontento?

Lo curioso es que el caballero del bigote estaba entre ellos, pero no se mostraba altivo como cualesquier otro de los recién llegados; tan sólo se metió en su tienda a descansar.

Tú lo sabías, entre la multitud pudíste oir de algunos comentarios ajenos, y colocando debidamente la oreja en dos caballeros que hablábanse entre sí, una curiosa historia:

El Condestable de Castilla, don Álvaro de Luna, señor feudal de Suero de Quiñones, era hijo bastardo del noble aragonés Álvaro Martínez de Luna. Que un bastardo haubiera llegado a condestable era infamante y tenía como enemigos a los infantes de Aragón, Enrique y Juan. Para vengar las ofensas ciertas o imaginadas solían rivalizar en grandeza: don Álvaro aprovechó las fiestas de Valladolid de hacía unos años para engrandecerse frente a los aragoneses, pero esa grandeza se vio superada por el Paso de Fuerte Ventura, organizado por Enrique de Aragón. Y ahora don Álvaro, valiéndose de su caballero don Suero, pretende, con el Paso Honroso, rivalizar y vencer en grandeza y señorío a los infantes de Aragón. Vengarse "en honra", vaya.

Me acerco a una de las personas que abuchea todavía con el vaso en la mano. Lo apuro y le digo-¿A qué tanta jarana?¿qué han hecho estos hombres para ser así recibidos?-Lo digo con tranquilidad y confianza. Pues yo también quiero sumarme a la algarabía general y dejarme llevar por la multitud....pero claro, no sin saber de qué va la vaina. Veo al caballero de antes, parece más recatado que los otros, pero "dime con quién andas y te diré quién eres" que decía mi abuelo....yo soy un putero y un borracho y por ende acabo siempre con putas y borrachos....me rio ante mi descubrimiento, pero sigo esperando respuesta a mi pregunta.

-Vaya parece que esto se va a poner interesante-

Julián se acercó con su compañero a ver que estaba pasando.

-Creo que vamos a asistir a una rencilla entre nobles señores-

Me pongo nerviosa al ver como las risas se apagan y los machos ven como una femina puede disparar mejor
Adi que cojo otra flecha de su funda y disparo dando al borde exterior de la diana, pero el segundo tiro ronda la perfeccion y da en el centro
Una sonrisa se dibuja en mi cara

Entre ronda y ronda, tras unas flechas disparadas a modo de entrenamiento y para no perder la calentura, viste que la gente se acercaba al terreno de disparo. El rumor de que estaba participando una mujer y que no era prostituta había interesado a muchos. El público aumentó pero aquello no fue motivo de nerviosismo. En la segunda ronda, cuando lanzaste el par de flechas, una de ellas se incrustó en la cabeza del maniquí, y tus rivales también acertaron o fallaron estrepitosamente.

Por fin puedo demostrar que no solo soy una mujer con dos berzas y un bosque donde todo hombre quiere sacar el tronco, asi que cojo con fuerza el arco y poco a poco voy sacando las flechas y viendo como surcan el aire y se dirigen hacia su blanco, una se disperso un poco pero las otras dos dieron en el blanco y bastantes acertadas, asi que sin dar ninguna señal de jolgorio me retiro con la cabeza agachada esperando que mi contrincante falle.
Asi que con un ojo disimulando observo como van los tres disparos y cruzo los dedos para que mis bravuconadas se cumplan...

Como bien es sabido que la música amansa a las fieras, Sebastian intenta calmar el tumulto subiéndose a una mesa y cantando el Tedeum con su melodiosa voz.

Xertrude disparó su última flecha. Todo o nada. El final del pequeño torneo improvisado estaba cerca, muy cerca. Las gentes miraban con atención tus pasos, carraspeos y disparos; y tu rival también. Tras varias flechas disparadas, una de ellas apuntó muy cerca de la tuya, mucho más en el centro. El juez que habían estipulado marchó hasta las dianas de trapo y en el rostro de los dos maniquíes habia sendas flechas de ambos dos. La tuya estaba clavada en la mejilla, y la de tu contrincante, en la nariz...

El juez estimó que aquel siervo, palafrenero pero armado y con carcaj propio (seguramente siervo de algún otro noble), ganar la contienda. Tras mirarte no te dijo nada, pues no era honroso dar apego o deportividad en lances con féminas. Algunos de los tipos del principio se jactaron de tí.

No oigáis lo que dicen, bella mujer -dijo entonces el caballero que te miraba desde el principio con embeleso-. Ni yo mismo sería capaz de hacer cuanto habéis hecho. El blasón de mi casa está a vuestra disposición durante este torneo, si alguien vos molesta o lo necesitáis. Su tono era gallego, y probablemente hablaría tu lengua materna. Sin más preámbulo y siendo el único que te mostró respetos, se mezcló con su compañero entre la multitud, desapareciendo entre la masa.

Allá a lo lejos, cerca de la parte alta del puente, sentiste un revuelo, una algarabía. Cualquier algarabía era propia en este sitio, pero aquello era como un abucheo o algo parecido. ¿Qué estaría pasando allí?

Mientras Caitán se preguntaba qué diantres significaba toda esa manifestación, Julián Barbero miraba expectante, como si supiera que lo único que le faltaba en su mano para divisar un buen espectáculo fuera una cuña de quesa y una bota de vino, ambos en las manos. Don Juan de Navascos seguía allí, tan embobado en las lides ajenas como siempre, y se maravillaba hasta de qué podría tratarse aquella jarana. Parecía a veces que vosotros teníais el porte de señor y él el de siervo (tan "inocentón" en ciertas ocasiones).

Fue entonces cuando el duque, caballero e infanzón de renombre, Sebastián de la Torre Quebrada, hizo acopio de todo su potencial en la voz. Tra subirse a una mesa por allí dispuesta, se llevó una mano al pecho y otra al aire, mientras intentaba cantar aquella loa mística y de buen ritmo entre todos los caballeros. Muchos de ellos quedaron atónitos: algunos porque sabían aquel himno cristiano y otros (la gran mayoría) porque se estabana aguantando cierta sonrisa entre diversión y estupefacción. Y no es que no impresionara la voz de Sebastián, pero aquel no era su día (y menos entre una masa de caballero borrachos en derredor).

¿Pero qué hacéis, Sebastián...? -dijo mirándote don Juan-. Bajad de ahí, vos lo pido -siempre le hablaba con respeto, quizá con más respeto que al resto por ser de alta cuna, aunque en realidad don Juan no era faltón.

Entonces, algunos arrancaron ciertos aplauso, y otros levantando blasfemamente el vino hacia el caballero de santiago, como jactándose de él. Enseguida se bajó pues. Vísteis finalmente que los abucheos en aquella zona alta del puente dejaron de hacerse, que los nuevos caballero allegados se iban instalando y que, el resto, se dispersaba a beber, practicar, fornicar y otros enseres de aquel día.

Me quedé estupefacto cuando don Sebatián se puso a cantar. Puse cara angelical y seguí la música y fingí tararearla....pero el sentido del ritmo no era lo mío, y por dentro pese al rango de don Sebastian y a conocerle me estaba tronchando, aunque no salió de mí más que una leve sonrisa.

Acabado el jaleo y el cante me despedí de mis compañeros y me dispuse a darle gusto al cuerpo, ya habría tiempo de otras cosas y ahora lo suyo era la entrepierna.

Con un "hasta-más-ver" Caitán desapareció entre la multitud de gentilhombres y caballeros, damiselas y criados. ¿A dónde iba? Sólo el demonio lo sabía.

Buscabas unas manos que pudieran tirar de tu espalda, y un cuerpo de mujer que satisfaciera tus deseos. Así eras tú. Alguien que no dejaba escapar oportunidades decisivas. Tras andurrear por ahí viste de lejos, en la zona más baja del puente, en un extremo de la ciudad de lienzos, que Xertrude estaba hablando con un caballero durante unos instantes, y luego la perdiste de vista. Tú ibas a lo que ibas, y aquella mujer portuguesa no quería nada contigo. Tu olfato te llevó a cierta zona del campamento donde abundaban las féminas y los caballeros con armaduras. Allí, una gran lona habilitada con tablones horizontales en su interior hacían las veces de "lugares de privacidad" donde aquella mancebía (pues era lo que era) se alzaba para el gusto de todos los presentes al Paso Honroso. Parecía ironía tal designación. Un tipo llevaba cuenta de quien entraba y salía, de quién andaba con las mujeres, y antes de poder hablar con alguna de ellas había que darle cuentas a él.

¿Eh tú? ¿A dónde vais? -dijo mientras te acercabas a él al deducir que debía ser quien organizaba todo aquello dado que el resto de clientes le daban cuentas-. Se encontraba en la entrada de la tienda, y tenía un par de bolsas colgando de su cinto negro, a juego con su ropa. El tipo era bajito, pero las "doncellas" le requerían a cada momento, y ésta les daba órdenes entre voces y palabras suaves, según con cual. Cuando las mujeres salían de acabar su oficio, le entregaban parte de su dinero, mientras su acompañante se alejaba rascándose un poco la entrepierna.

Ligeramente abochornado puesto que no se esperaba esta respuesta de caballeros y gente de alta alcurnia y temerosa de Dios, Sebastián bajó de la mesa, dirigiéndose a don Juan.
- Bueno, era menester intentarlo. Todo sea porque buenos cristianos no se dediquen a atacarse entre ellos.

- Parece que las copas ya os las han fastidiado, así que por que no nos llevamos la jarra y vamos a ver qué se cueçe en las tablas? Tal vez os tengáis que enfrentar a alguien que esté allí practicando u os encontréis a algún conoçido.