Partida Rol por web

Matt Winokur desliza un dedo sobre la pantalla de su BlackBerry buscando noticias sobre las palabras de Obama durante el memorial de los atentados del 11-S. Nada interesante. El presidente sólo había leído un salmo de la Biblia. Su discurso no lo pronunciaría hasta la noche, durante un servicio religioso en Washington.

Con un suspiro, Matt se acomoda en su amplia plaza de primera clase, y toma un sorbo del Sapphire con tónica que ha conseguido que le sirviese la azafata, a pesar de no haber despegado todavía. Todo gracias a su estudiada sonrisa y una frase ingeniosa. Pero este pequeño triunfo no levanta su estado de ánimo.

Él podría haber escrito ese discurso. Podría haber escrito todos ellos. Pero no. Y todo porque se equivocó hace cuatro años. Pudo haber entrado en el equipo de Obama, pero apostó por Hillary. Y se equivocó. Matt no se considera racista, pero no creyó que el pueblo americano fuera a dar la presidencia a un negro. Y entonces, cuando Hillary perdió en las Primarias, le despidieron.
Y al cabo de un mes, Ella le dejó.

Molesto por volver a pensar en Ella, Matt toma otro trago y deja el móvil a un lado. Tiene que centrarse. Ha aguantado los dos últimos años trabajando en el sector privado, pero es hora de volver a las grandes ligas. Y esta vez no hay margen para el error. La crisis económica hará perder las elecciones a Obama. El próximo presidente será republicano, pero debe elegir bien. Acertar cuál será el candidato que llegue hasta las elecciones del 2012. Si tiene suerte podría convertirse en el próximo director de comunicaciones de la Casablanca.

¿Y total, para qué? Resuena una voz en su cabeza. Matt siente de pronto un tremendo vacío en su interior mientras se queda mirando fijamente la pantalla del televisor donde se ve una vista aerea del memorial del 11-S, en la antigua zona cero.
Ella no va a volver. No importa el dinero que consiga o el cargo que ocupe. Lo cierto es que nunca le quiso, que nunca le importó, él sólo fue otro peldaño en el ascenso de Ella hacia lo alto.
Ojalá pudiera olvidarla. Ojalá sintiese que su vida tiene algún sentido...

En ese momento, la voz del comandante resuena en el interior del avión.

Buenos días señores pasajeros, les hablo desde la cabina de mando. Soy Jason Gates, su comandante durante este vuelo. Me acompaña el primer oficial Gary Benford, y los dos juntos vamos a llevarles hasta Chicago.

La duración del vuelo será de aproximadamente dos horas y media por lo que llegaremos a Chicago un poco después de las cuatro de la tarde. Llevamos un retraso acumulado de veinte minutos debido a temas de seguridad, pero despegaremos por fin en breves momentos. Hoy hace un día magnífico para volar y el tiempo en el resto del  país es similar al de aquí.

Dentro de unos momentos nuestro personal de cabina les hará unas demostraciones de seguridad muy importantes. Tanto si vuelan con frecuencia como si es su primer vuelo les ruego que presten atención a esta importante información.

Gracias y bienvenidos a bordo del United Airlines 333.

Dos horas después...

Putos cerdos... Piensas al oir la desagradable risa. Como no logras pasar de esta pantalla del Angry Birds, dejas la partida y miras la hora: 03:33 PM. Aún a tiempo de tomarte una última copa antes de aterrizar.

Dejas el móvil sobre la bandeja donde reposa si tocar el bombón envuelto que os han ofrecido. Haces amago de cogerlo, pero en lugar de eso coges el vaso con los cubitos medio derretidos y apuras un último trago que sólo te sabe a agua. Vas a pulsar el botón para que vengan a servirte cuando la azafata morena sale de su zona andando por el pasillo. Alzas el vaso vacío, sacas tu mejor sonrisa y empiezas a decirle algo cuando la muchacha pasa a tu lado sin hacerte el menor caso, siguiendo su camino y atravesando la cortina hacia la clase económica.

Te quedas con la frase en los labios y el vaso en alto, perplejo y sin saber qué decir o qué hacer. Miras hacia atrás, pero la cortina de separación te impide ver porqué la azafata tenía tanta prisa, aunque alcanzas a oir algunas voces desde el otro lado.

De pronto, tu mirada se cruza con otro de los pasajeros de preferente, uno de los pocos que parece no estar durmiendo. Se trata de un tipo de pelo y barba cortas, que lleva una raida cazadora de cuero que no encaja en clase preferente. El hombre, que te mira fijamente, te dedica una sonrisa desagradable antes de levantarse y seguir a la mujer hacia la parte trasera del avión.

Te vuelves en tu asiento y, al mirar hacia adelante, ves a la otra azafata, la pelirroja, en la parte delantera, frente a la cabina. Le haces un gesto para que se acerque, pero la chica, en lugar de hacerte caso, dobla la cintura adelante como si estuviese haciendo pilates e introduce su mano debajo de su falda, como si buscase algo.

¿Estás soñando o qué? Te preguntas a tí mismo mientras la azafata parece encontrar lo que anda buscando, lo saca sin que puedas verlo claramente y te da la espalda mientras ves cómo abre la puerta de la cabina de los pilotos...
 

Pero... comienza a decir Matt mientras todas las azafatas le ignoran. Sacó su BlackBerry del bolsillo y apuntó la hora junto con un "dos azafatas ignoran mi petición"; la pasta que llegaba a pagar por estar en primera clase y que le omitiesen de ese modo, eso no pasaría sin una hoja de reclamaciones y una carta al director d ela compañía.

¿Ves? dice la voz en su cabeza Ya ni esperan a conocerte para decidir que no mereces la pena perder el tiempo.

Entonces, Matt se encoge ligeramente en su propio asiento y ve al hombre de la cazadora alejarse mientras la pelirroja parece estar a punto de sacarse algo de dentro, como en aquel espectáculo erótico en Bangkok el año pasado.

Te incorporas en tu asiento para ver mejor. Esto no se ve todos los días. Al hacerlo, el vaso con hielos se cae al suelo, pero tú ni lo miras ya que estás pendiente de la azafata pelirroja. Mala suerte. La muchacha (¿cómo se llamaba? lo ponía en el letrerito prendido de su jersey...) desaparece delante, donde debe estar la cabina de los pilotos.

Fastidiado, miras a tu alrededor por si alguien más ha presenciado la extraña escena. Pero no hay nadie, y de pronto te sientes un poco sólo. Incluso el tipo que te ha sonreido ha desaparecido de camino a la parte trasera del avión y los pocos pasajeros que hay en preferente parecen dormidos en sus amplios asientos.

En ese momento oyes gritos y voces procedentes de la cabina de mando donde ha entrado la azafata. De pronto suena un estampido. ¿Un disparo? Todo tu ser te dice que algo grave está sucediendo, y sin querer tus manos aferran los reposabrazos.

Pero de pronto ya no te queda tiempo de pensar. La luz del sol entra de pronto por la ventanilla y te deslumbra. No eres apenas consciente de que el avión se está inclinando hacia adelante, sólo sientes que te quedas sin respiración, que te sientes aplastado contra el asiento y contemplas, casi a cámara lenta, cómo tu móvil sale despedido de la bandeja y cae al suelo rebotando contra la moqueta.

Matt se quedó mirando la puerta por la que se fue la pelirroja, lo cierto es que estaba lo suficientemente buena para tratar de sacarle un par de copas, y lo que surgiera, por supuesto, cuando aterrizaran.

De pronto, se vio solo. No era un hombre acostumbrado a la soledad, al menos a ese silencio que queda cuando todo el mundo se ha ido o está dormido. Siempre estaba en un bar, en una reunión o, si estaba en casa, siempre tenía la CNN y el 24 horas encendido, además del macbook reproduciendo algún vídeo de youtube sobre el último político de moda.

Estaba a punto de decidirse entre dormirse, como el resto de los pasajeros, o tratar de pedir otro whisky en cuanto asomase la pelirroja cuando...

¡¿Qué es eso?! ¡¿Disparos?!

Las manos, sin darse cuenta, pierden el color cuando agarran con fuerza los reposabrazos del asiento. Un ¿Pero que coj... se queda congelado en la boca cuando la gravedad decide expulsar todo el aire de sus pulmones y apretar el cuerpo contra el asiento... su cuerpo cayó al suelo, haciendose un ovillo, replegándose sobre sí mismo en posición fetal entre su asiento y el de delante.

Un pequeño sonido salía de su boca, parecía un grito tan atemorizado que no sacaba el valor para traspasar las cuerdas vocales y asomar entre los dientes. Parecía sobrarle espacio por la forma en que su cuerpo parecía encogerse más y más sobre sí mismo. Seguramente, si tuviese una manta, ya estaría tapado con ella. Abrazando a su osito de peluche...

¿United 333? Repite el controlador aéreo al micrófono mientras se ajusta mejor el auricular en la oreja, tratando de escuchar algo. Repita, por favor.

La sala del  Centro de Control de Tráfico Aéreo de Chicago es como siempre, una locura, está repleta de controladores frente a sus cónsolas, de supervisores de un lado a otro, todo el mundo transmitiendo órdenes y mensajes sin cesar. Pero uno de ellos se ha quedado mudo y un sudor frío le cubre la frente cuando ve en su pantalla iluminada por decenas de líneas y puntos luminosos como la altitud del avión desciende bruscamente.

Dios... Están cayendo a plomo...

Dicen que cuando estás a punto de morir ves pasar toda tu vida por delante de tus ojos. En tu caso, mientras estás hecho un ovillo sobre la moqueta de clase preferente de un Boeing 757 que cae a tierra, ves a Isabelle.

¿Tanto te canibalizó en su día que también ocupará los últimos pensamientos de tu vida? Ya no eres consciente de lo que sucede alrededor. Mientras adoptas una posición fetal en el suelo, por tu cabeza pasan escenas inventadas en las que ella llora desconsolada cuando se entera de tu trágica muerte. La puedes ver perfectamente, de pie en el funeral, vestida de negro (Dior por supuesto) y el velo de seda ocultando sus lágrimas. ¿Por qué le dejaría? ¡Fue el mayor error de mi vida! ¡Perdóname Matt!

Maldita sea... Este pensamiento, esa rabia, empiezan a alejarte de tu ensoñación. Maldita sea... Ella ni siquiera pestañeará dos veces cuando sepa de tu muerte. Maldita sea... poco a poco te sientes más fuerte.

¡Maldita sea! Abres los ojos. Esto último lo has dicho en voz alta. Te pasas la mano por el rostro, mojado por las lágrimas, y levantas una mano para sujetarte al borde del asiento. Caes entonces en la cuenta que el suelo permanece como debe de estar (en posición horizontal), y la nave ya no se sacude, ni la gravedad te oprime el pecho. La crisis ha terminado.

Sin embargo, todavía te sientes exhausto. Permaneces en el suelo recuperando el resuello. Sigues sin oir muchas voces cerca de tí, lo cual te extraña. Es como si viajaras sólo en clase preferente. ¿Qué sucede con el resto de pasajeros?

En ese momento, aparece alguien en el umbral que da paso a las salidas y a la cabina del Boeing. Es un hombre de unos cuarenta y tantos, pelo canoso y vestido con pantalón negro y camisa blanca de la compañía aérea. Debe ser uno de los pilotos...

El hombre tiene una expresión desencajada en el rostro, y la camisa blanca manchada con gruesas salpicaduras de sangre.

Repíteme de nuevo lo que ha pasado. Dice el supervisor al controlador que permanece sentado frente a su pantalla. Alrededor suyo, varias personas más están presentes, todas con rostros marcados por la preocupación y la incredulidad.

El controlador suspira. Escuché algo extraño en la cabina. Gritos que no entendí. Después un ruido fuerte, como un disparo. Después el avión comenzó a perder altura a toda velocidad. Cayó aproximadamente mil pies antes de que la altitud se estabilizase.

El hombre mira al supervisor mientras mueve la cabeza, su rostro sigue cubierto de sudor y muy colorado. Desde entonces continúa su rumbo previsto, hacia O´Hare, y no responde a ninguna de mis llamadas.

Otro de los hombres reunidos asiente con gravedad y se dirige al supervisor. Parece tratarse de un secuestro. Tienes que llamar a las Fuerzas Aéreas.

El supervisor traga saliva ruidosamente y mueve la cabeza con gesto afirmativo mientras vuelve a su oficina donde coge el teléfono de sobremesa para hacer la llamada más difícil de su vida.
Avisar a las Fuerzas Aéreas que tienen un posible secuestro de un Boeing que llegará a Chicago en una media hora escasa. Hoy, diez años después del 11-S.

Sin duda eligió una mal día para dejar de fumar.

Gintonic. ¡Tienes cojones! Estoy en un avión a diez mil pies de altura y lo único que me apetece es un puto gintonic. pensó Matt para sus adentros.

Y que Isabel te lloré el resto de sus días tras tu funeral. la voz de su interior no podía dejar escapar la oportunidad nunca de colar un comentario en sus pensamientos y dejarle hundido, deprimido.

Pero no ahora, ¡ahora no!

Un tipo salió de la cabina, manchado de sangre, y tenía que saber qué estaba ocurriendo. Por no hablar, que le pillaba en la misma dirección del carrito de las azafatas donde seguro que estaban esas botellitas azules rellenas de Saphire.

Comenzó a dar unos pasos lentos, agarrándose de los respaldos de los asientos sin fijarse tan siquiera en si había algún opupante. Hey, hey, amigo. ¿Qué está pasando? ¿Qué ha ocurrido? preguntó según se acercaba; instintivamente rebuscó con su mano libre en los bolsillos en busca de su BlackBerry, sin acordarse de que se había caído cuando el avión decidió que tenía complejo de montaña rusa.

El hombre ensangrentado parece conmocionado y no acierta a articular palabra para responder a tus preguntas. Una parte de tu mente intenta decirte que él, igual que tú, está o debe de estar en estado de shock. La otra mitad de tu cerebro, la analítica, razona que el hombre no se mueve o comporta como si estuviese herido, por lo que la sangre debe proceder de otra parte.

Das un nuevo paso hacia él, pero te ves obligado a sujetarte en el respaldo del asiento más cercano, presa de un súbito mareo. Sientes las piernas como si fueran de plastilina y te dejas caer de nuevo en el asiento, con sensación de derrota. Y además el carrito de las bebidas parece tan lejano…

¿Ayuda? Ruegas al universo en general. Pero estás sólo, parece que los demás pasajeros de preferente prefieren estar inmóviles en sus cómodos asientos, con los ojos entrecerrados. ¿Están muertos? ¿Están inconscientes? ¿Y tú? ¿Estás soñando?

Entonces aparece desde el acceso a la cabina de pilotos. Unos pasos detrás del comandante del vuelo. Y empuñando una pistola automática entre las dos manos. La azafata pelirroja.

Ahora lo recuerdas. Kate. Se llama Kate.

La muchacha parece salida de una película tipo torture-porn. La sangre la cubre por todas partes. Su rostro es de hecho, una máscara roja, excepto alrededor de los ojos, donde las lágrimas han dejado regueros que se han mezclado con el rímel. Su expresión está desencajada, como si no pudiese creer lo que está haciendo. Sus ojos están abiertos como platos y sus pupilas muy dilatadas, como si estuviese colocada.

Pero la pistola que sostiene entre las manos se mantiene firme, apuntando al piloto.

¡Tumbate contra la pared, joder! Grita la delgada muchachita con voz demasiado aguda, pero efectiva, porque el comandante se apresura a sentarse en el suelo junto a la salida del avión, muy cerca de donde estás tú.

Entonces la desorbitada mirada de Kate se clava en ti, haciendo que desees que el asiento se te trague sin éxito…

No hagas un chiste, Matt. No hagas un puto chiste, por todos tus muertos.

Supongo que es tarde para pedir un último ginto... las palabras fueron perdiendo fuerza según Matt se encogía más y más en el asiento. Levantó las manos y trató de poner mirada de corderito, esa que le ponían muchas zorras en los bares para sacarle un par de copas gratis antes de decidir si se lo pagaban con un buen polvo o no.

Miró al piloto, la pistola de la chica, la sangre en su rostro, a juego con su pelo. ¿Su pelo? ¿Qué hacía una pelirroja, seguramente de algún pueblecito de Wyoming, empuñando un arma y secuestrando un avión en pleno vuelo? Demasiado arriesgado para cualquier grupo radical nacional y ella demasiado nacional para cualquier grupo extranjero...

Finalmente, las palabras consiguen volver a la garganta de Matt para salir. Pero, pero ¿qué pretendes secuestrando un avión en pleno vuelo?

La azafata pelirroja te mira con una expresión extraña, que te hace preguntarte si acaso ha escuchado tu pregunta. Después se pasa la mano por la cara, rápidamente, y mira su palma manchada de sangre, como fascinada por lo que ve, pero pronto vuelve a centrar tu atención en ti.

¡Tú! ¡Ponte en pie! Dice con voz aguda sin dejar de apuntarte con su arma.

Ves de reojo como el comandante, sentado en el suelo cerca de ti, te mira y asiente rápidamente con la cabeza, tratando de que Kate no lo vea, como si te estuviese diciendo sin palabras: Haz todo lo que esta loca te diga.

Con cuidado, comienzas a incorporarte en tu asiento, no vaya a ser que te fallen las piernas y te derrumbes contra el suelo. Oyes entonces un gimoteo unas filas más atrás de la tuya y deduces que debe haber alguien más consciente en clase preferente, pero no te giras para ver quién puede ser, sino que no apartas tu mirada de la azafata.

Debes de encontrarte en estado de shock ya que no sientes miedo, y sin embargo miras fascinado la pistola de la muchacha. Es una SigSauer. Conoces el modelo, aunque tú tienes en propiedad una Glock y un rifle Remington para cuando vas de caza. Eso te hace pensar en lo imposible que resulta que la chica, sin importar que se trate de una azafata, haya sido capaz de subir un arma a bordo. Recuerdas lo reforzada que estaba hoy la seguridad en el aeropuerto de Denver, con cacheos selectivos, perros policía y escáneres portátiles además de los arcos de seguridad para detectar cualquier tipo de arma.

Comprendes de pronto que eres un rehen y por tanto deberías hacer algo, por lo que levantas las manos un poco, en señal de que no eres un peligro.

La chica mueve su arma, señalando hacia delante, hacia la cabina de los pilotos, y se dirige hacia ti con la voz ya un poco más calmada, pero un poco ronca. Te preguntas de nuevo si estará drogada o será que secuestrar aviones de pasajeros te proporciona esa clase de subidón.

Ahí dentro hay un tipo muerto. Sácalo o te mato, joder.

Manos en alto, Matt, manos en alto, que esta zumbada no piense por un momento que eres un peligro. por una voz la vocecita de su interior se había olvidado de Isabel, parecía que prefería un Matt deprimido que un Matt muerto en un avión y como portada de los noticieros de las ocho.

Aprovechando el agarrarse al respaldo para incorporarse, Matt decide mantener esa mano apoyada en los respaldos como punto para no caerse. Asiente con la cabeza a la azafata. Tranquila, Kate, haré lo que tú me pidas. comienza a andar hacia la cabina, sus ojos sin poder evitar fijarse a cada paso tanto en la pistola como en la sangre que baña el bello rostro de la azafata.

A pocos pasos, se detiene un segundo y pregunta mientras sigue caminando tambaleante. Supongo que el avión va con el piloto automático, ¿no? ¿Y la radio estará encendida? Porque en breves Seguridad Nacional empezará a preguntarse qué ocurre...

¡¡Callate!! Grita Kate detrás tuyo. ¡¡No hagas tantas preguntas!!

Tú tragas saliva, pensando que quizás te hayas pasado. Matt, tan bocazas como siempre. Por tanto, callas y avanzas unos cuantos pasos hacia delante. A un lado tienes el habitáculo de las azafatas, al otro, los baños, y delante, la puerta abierta de la cabina de los pilotos.

Sigues las órdenes de la chica. En su aguda voz puedes sentir que está asustada por la situación, pero también excitada. Sabes que si hablas con ella la puedes sacar de quicio, pero te preguntas si es una buena idea hacerlo mientras tenga un arma consigo. Y tú no eres un héroe de acción. Si te vuelves para tratar de quitarle la pistola lo más probable es que acabes con un tiro. Así que entras en la cabina.

El habitáculo es pequeño, lleno de instrumentos y con lucecitas parpadeantes. A través de los cristales delanteros puedes ver el cielo azul, pero tu mirada se fija en el cuerpo caido a un lado sobre su asiento. Debe tratarse del primer oficial, un hombre de color de complexión delgada y pelo rapado. No recuerdas su nombre. Un agujero oscuro asoma en la parte posterior de su cabeza. Los controles delante suyo están empapados de sangre y de trocitos de cerebro. Apesta a sangre y orina. Por lo menos, el cadáver está de espaldas a tí lo que te ahorra ver el orificio de salida del disparo, que debe haber convertido su rostro en una masa sanguinolenta.

¡¡Sácalo de ahí!! Chilla la pelirroja, lo que hace que te pongas en marcha, agarrando al oficial por debajo de los hombros y bajándolo del asiento, para después arrastrarlo de nuevo a clase preferente. El hedor es terrible, y tienes que contener las arcadas.

De pronto resuena un disparo. El susto hace que sueltes el cuerpo y caigas de rodillas al suelo enmoquetado. Te palpas el cuerpo, pero estás bien, el disparo proviene de la parte trasera del avión, de la clase económica. Cuando miras hacia alli ves como Kate se mueve hacia allí y asoma la cabeza por entre la cortinilla de separación.

En ese momento, el piloto, que permanecía en el suelo, con la espalda contra la pared, se pone en pie y corre hacia tí, agarrándote por los hombros.

¡Rápido! Te dice a la cara. ¡Tenemos que entrar en la...!

Un nuevo disparo hace que sueltes un grito y caigas hacia atrás. Gimiendo, te arrastras sobre tu espalda hasta que llegas hasta una pared. Delante, Kate sujeta la SigSauer humeante con ambas manos. Frente a tí, en el suelo, el piloto se retuerce de dolor, sujetándose el abdomen, donde una mancha de sangre muy roja empapa su camisa blanca, haciéndose cada vez más grande.

Entonces, a través de la cortina de separación aparece un hombre armado. Es el mismo que te sonrió hace un momento, antes de desaparecer camino de la parte trasera del avión. El tipo sigue sonriendo, al parecer divertido por la dantesca imagen que presencia ante él.

Se gira hacia Kate, y le pregunta: Cariño... ¿has matado a nuestros pilotos?

La muchacha pelirroja, cubierta de sangre, mira al hombre con la expresión de una niña pequeña a la que han descubierto en mitad de una travesura y esconde una sonrisa pícara, llevándose una mano a los labios.

Uppps...