Partida Rol por web

Tomo referencias visuales. Aunque se la dirección que van a tomar, desconozco la posición exacta. Realizar un teletransporte a ciegas es lanzar una moneda al aire, cuanta más información tenga, mejor y más cerca quedaré de ellos. No me gusta tener que abandonarles en las lides de un enfrentamiento, pero mi juramento me impele. Suspiro asintiendo ante mis hermanos. No es una despedida, pues volveré a hacer frente al enemigo.

-Nunca he abandonado un frente. -Digo con solemnidad. -Y esta no va a ser la primera vez. Mi juramento me obliga a proteger al Hermano-Capitán, y haré honor a la palabra dada. -Me pongo en dirección a la fortaleza, tirando del arnés para llevar al Hermano-Capitán a mi espalda, y dejar de arrastrarlo. -Volveré. -Comienzo a correr en dirección a la fortaleza, pero mantengo el contacto por radio. -Mantened la cabeza fría y aguantad hasta mi llegada.

Sigo corriendo hasta perderme en la bruma, y perder el contacto por radio con mi equipo.

Siguiendo la estela de sangre que fluía hacia el norte atravesabais pequeños grupos de supervivientes de la Guardia Imperial que os miraban con rostro de sorpresa mientras trataban sus heridas de manera improvisada. 

La mayoría sólo ha oído hablar de los heroicos Astartes en cuentos o historias y, aunque ninguno de ellos sabía que erais Caballeros Grises, vuestra sola presencia como Marines Espaciales los abrumaba. Algunos, los menos, llegaban incluso a daros las gracias por haber acudido en su auxilio.

También miembros del clero, poniendo de cierta manera su vida en peligro, andaban por el campo de batalla dando la Extremaunción con sus pistolas bólter, o recogiendo las chapas identificativas de los numerosos caídos que cubren el gélido planeta. Los apotecarios del capítulo, a la vez, extraían con diligencia las sagradas semillas genéticas de los muertos, o arrastraban en dirección a la fortaleza a aquellos cuya vida podía salvarse. 

La batalla a vuestro alrededor parecía decantarse a vuestro favor. Ya no caían cápsulas de desembarco del cielo, y hasta podíais ver como algunas naves de asalto retomaban el vuelo, seguramente saliendo del planeta antes de que también fueran derrotadas. No obstante, la batalla no había aún terminado. 

Cuanto más avanzabais, más se ensanchaba el río de sangre. Primero eran simples zarcillos, pero al final ya era un torrente de casi un metro de ancho que confluía, junto a otros muchos riachuelos que venían de otras direcciones, en una inmensa balsa de sangre. El olor a muerte, y ese típico sabor metálico propio de la sangre, os inundaba los sentidos. 

Pronto ese olor se transformó en ozono, y varios rayos anaranjados alcanzaron el embalse sangriento. Estaba claro que algo del plano inmaterial había sido materializado.

Una figura comenzó a emerger del lugar, poco a poco. Era una figura vagamente humanoide, bastante más alta que vosotros, con cuatro brazos goteantes de sangre, un rostro con dos cuencas oculares vacías, y una boca apenas perceptible. No tenía piernas, y en su lugar parecía tener una larga cola ensangrentada. Era como si la sangre se moldease a su voluntad, como si todo su ser estuviera conformado por sangre, como una fuente que se alimenta de agua a sí misma... 

- Nos habéis servido bien, lacayos del Emperador Cadáver.  Mi señor Khorne está muy complacido, y os ha bendecido con mi presencia -Dice la criatura chorreante de sangre en Bajo Gótico, el idioma común del Imperio, mientras mantiene dos de sus brazos entrecruzados y otros dos extendidos. Su voz es horrenda, gutural, pero a la vez hay por detrás un molesto chirrido, como el que se escucha cuando alguien raya una pizarra-. Las calaveras auparán más aún SU gran trono de bronce, y la sangre derramada extenderá el gran mar de sangre sobre el que se alza.

"Gracias, Hermano. Una vez más." Eso es lo único que el Hermano-Capitán dijo durante todo el trayecto de vuelta hasta la puerta norte de la fortaleza Inquisitorial. 

A medida que os alejabais de donde os despedisteis del resto del equipo de fuego, os encontrasteis con pequeños grupos de supervivientes de la Guardia Imperial que os miraban con rostro de sorpresa mientras trataban sus heridas de manera improvisada.

La mayoría sólo había oído hablar de los heroicos Astartes en cuentos o historias y, aunque ninguno de ellos sabía que erais Caballeros Grises, vuestra sola presencia como Marines Espaciales los abrumaba. Algunos, los menos, llegaban incluso a daros las gracias por haber acudido en su auxilio, y sin duda vuestra aportación a la batalla nunca se les olvidará (Salvo a aquellos que sea realmente necesario lobotomizar).

También miembros del clero, poniendo de cierta manera su vida en peligro, andaban por el campo de batalla dando la Extremaunción con sus pistolas bólter, o recogiendo las chapas identificativas de los numerosos caídos que cubren el gélido planeta. Los apotecarios del capítulo, a la vez, extraían con diligencia las sagradas semillas genéticas de los muertos, o arrastraban en dirección a la fortaleza a aquellos cuya vida podía salvarse. 

La batalla a vuestro alrededor, no obstante, parecía decantarse a vuestro favor. Ya no caían cápsulas de desembarco del cielo, y hasta podíais ver como algunas naves de asalto retomaban el vuelo, seguramente saliendo del planeta antes de que también fueran derrotadas. No obstante, estaba claro que la batalla no había aún terminado. 

Sea como fuere, quizá por suerte, o realmente por haber recorrido ya este camino, lo cierto es que llegas hasta las líneas aliadas, hasta el bunker de entrada a la fortaleza. La sangre congelada tiñe de un color rojo palo todo el suelo alrededor del bunker, donde decenas, por no decir cientos, de hombres y mujeres de la Guardia Imperial se encuentran congregados, malheridos y tullidos. 

Matasanos imperiales que operan bajo improvisadas carpas de campaña se afanan por amputar miembros, o cauterizar heridas de manera poco saludable para las decenas de pacientes encamillados, más pensando en la urgencia que en la vida del soldado, mientras que algunos apotecarios pasan revista a los heridos del Capítulo. Puedes ver como algunos de los tuyos se encuentran tapados con grandes sábanas ensangrentadas, con sus armas apoyadas sobre sus cuerpos. 

A su vez, servidores de combate amontonan munición en cajas metálicas, de donde los supervivientes que están nuevamente preparados para el combate alimentan sus armas para volver al frente. 

Los gritos y el trajín reinante entre la gente que entra y sale del bunker volverían loco a cualquiera que no tuviera la suficiente voluntad y entereza como para saber que la guerra es así...

Siempre era duro ver los puestos de triage donde se efectuaban las curas o, finalmente, la liberalización final. Cuando no hay nada más sano que acabar el dolor, los apoyecarios hacen el último sacrificio. Pero así era la guerra. Dónde unos vivíamos para volver a luchar.

Había que encontrar donde dejar al capitán y volver ala batalla, me centré en ello.

Miras hacia todos lados, quizá esperando que alguien se fije en tí para dar pie a dejar al Hermano-Capitán en manos de un apotecario. Sin embargo, eso no pasa; por extraño que parezca, nadie parece prestarte atención debido, seguramente, al ajetreo del lugar, desde los cirujanos que gritan órdenes y sajan cuerpos de aquí y allá, hasta los heridos que vienen y los soldados que, con su fé renovada, vuelven al frente, sin contar con algunos miembros del capítulo que traen heridos, tanto imperiales como caballeros, sólo para volver al frente poco después. No obstante, hubo algo que sí llamó la atención. Más bien alguien.  

Se trataba de, casi con total seguridad, un inquisidor. Al menos, eso explicaba la facilidad con lo que salía de la fortaleza, y la gracilidad con la que se movía por un entorno bélico sin mostrar signos de afectación o empatía.

Viste una abrigo largo de cuero marrón, y por debajo lleva ropa grisácea básica, sin armadura. Medio cráneo es una prótesis cibernética mientras que la otra tiene pelo moreno, lacio y largo. Por la caída de sus músculos faciales parece sufrir algún tipo de leve parálisis, y su mano derecha es una especie de garfio de cinco puntas móviles. Sin duda, parece un hombre que ha tenido días mejores. 

Sin mirar atrás, el aparente Inquisidor sale del bunker con intención de rodearlo y poner rumbo al sur.

De pronto, alguien se dirige a ti. Estabas ausente, y hasta te sorprendes. Es un apotecario que os pregunta si necesitáis ayuda... 

La visión de alguien que, por la forma de andar y vestir, lo catalogo como un inquisidor me llama poderosamente la atención, tanto que apenas soy capaz de escuchar al apotecario que trata de auxiliarme. Para cuando me quiero dar cuenta, el inquisidor se ha perdido de mi vista. Algo me dice que no será la primera vez que lo vea, pero no es momento de pensar las razones por las que haya sido convocado. Hay un frente que derrotar. Miro al apotecario, mientras me suelto el arnés, con determinado cuidado, para evitar que el capitán caiga a plomo contra el suelo.

-El Hermano-Capitán Caddon Varn ha sido herido de gravedad mientras hacía frente al Adalid traidor, Azu’sax, apodado por el resto de traidores como el Canibal, traemos pruebas de su justa purga de este mundo. Aunque ha sido previamente estabilizado, sigue sin poder sostenerse en pie. Yo preciso de una rápida atención para volver a la batalla. Dígame dónde puedo dejar al capitán.

Observó al apotecario, esperando sus instrucciones para recibir atención y así, volver al campo de batalla.

La espada sigue hablando conmigo, incluso se ha indignado cuando puse en duda la veracidad de sus palabras. Por lo que voy a concederle, de momento, el beneficio de la duda. Vuelvo a comunicarme telepáticamente con ella. Tras ver al inquisidor, no puedo evitar ver un patrón de causalidad entre sus palabras y lo que está ocurriendo aquí.

-Sólo se me ocurren dos vías de obligar a alguien a aprender algo. Una es por devoción, y la otra por sacrifico. Opto por la primera, el ministorium. -Lo otro que comenta, la inquisidora, me llama la atención. -Debes de haber perdido la noción del tiempo. Sí te refieres a la Inquisidora que estaba destinada en el Titán, la respuesta es sí. Llevaba muerta mucho tiempo. Te encontré perdida, atravesando la espalda de un engendro demoniaco que se hacía llamar el quinto. Te rescaté y te usé contra él. ¿Fuiste empuñada por aquella inquisidora?

- ¿El Quinto? Uhmmm... -La horrenda voz se silencia durante un instante, sintiendo por un momento el alivio de no tener a alguien, o a algo, metido en tu cabeza. O eso seguramente desearías. ¿Hasta qué punto estaría esa criatura metida en tu mente? De pronto, continua-: Oh sí, su Heraldo. Sí, sí, sí... Le recuerdo, sí. Cómo no iba a recordar esa apariencia material tan horripilante... Nunca lo entendí. Si tienes la suerte de poder elegir tu forma material, de poder escoger cómo te ven los mortales, hacer que otros te contemplen con una apariencia tan horrible es algo que nunca comprenderé. Son todos tan horrendos... 

De nuevo, silencio. Y, de nuevo, lo corta de forma abrupta: 

- Galo, Gala, Gale... Sí, eso es, Galea. La Inquisidora Galea -Recuerdas que ese era su nombre, según los pictograbadores del titán-. La pobre era tan predecible...

Vuelvo a hablar con la espada telepáticamente.

-Predecible o no, logró mantener en su cautiverio al demonio hasta que lo destruímos. -Asiento con la cabeza. -No se le puede pedir más devoción a nadie que entrega su vida por cumplir con su sagrada misión.

Espero unos segundos, a su más que posible ninguneo del deber para con el emperador y su aportación de que con otro enfoque todo hubiera sido mejor y seguría viva. Blasfemias de una mente atrapada.

-¿Por qué ahora? -Termino por preguntarle. -Después de todo este tiempo, ¿Por qué has decidido hablar conmigo ahora?

El apotecario no tenía nada claro que sucedía, pero estaba presente en cuerpo, que "otro bicho" le hacía una visita. - No, si vamos a ser imán para estas alimañas. Miró un instante al hermano que portaba el arma pesada y como si le hubiese abierto una puerta, que accedía a la sala de baile en una fiesta, con un gesto gentil, le indicó que por su parte podía hacer los honores.

Recorremos el planeta devastado transformado ahora en un gran campo de batalla, tanto nuestras tropas como los herejes habían pagado un gran precio por cada metro defendido. Era el espíritu de la humanidad enfrentado a los horrores del espacio lo que había triunfado en este lugar. No dudo en animar a los guardias imperiales que se cruzan en nuestro camino. - El Emperador nos guía incluso en la senda mas tenebrosa, sed valientes guardias, venceremos. Es justo animar a los compañeros de armas que sin nuestros conocimientos se han enfrentado al horror.

Seguimos avanzando siguiendo los rastros de sangre, que tardan poco en reunirse y formar un río, esta claro que andamos cerca cuando el olor a ozono y los efluvios psíquicos se hacen presentes, tras eso la sangre se estanca y recibimos la visita de un no nacido. - Conocemos a los de tu calaña criatura, vuestros sacrificios a vuestro dios no es algo que nos importe, es tiempo a que decidas abandonar este planeta de una manera u otra. Desenvaino la espada de energía y conecto su haz. - Por mi parte, prefiero desterrarte. No se negociaba con no nacidos, se les desterraba al lugar de donde provenían, concentro mi energía para mejorar las capacidades de mis hermanos, y aun con todo los conocimientos adquiridos ... siento como las energías son dispersadas antes de transformarse.

El no nacido extiende sus cuatro brazos, de los cuales chorrean finos hilos de sangre hasta el lago, formando pequeñas olas que poco después desaparecen. No parece sorprendido de que Zorael haya tratado de entablar combate, pero tampoco muestra signos de que el fallo de sus poderes psíquicos le haya pillado desprevenido. 

- La cobarde hechicería no tiene cabida en las huestes de mi Señor, el Dios de la Sangre -Os espeta la ensangrentada criatura, con molestia-. Una vez sometidos bajo el bendecido yugo de mi Señor, me encargaré de que a cada uno de vosotros os coloquen un collar de sumisión y bloqueen vuestras capacidades psíquicas. Seréis simples marionetas, lacayos del Emperador Cadáver.

Mientras la criatura hablaba una larga lanza, como una especie de arpón rojizo, en apariencia toda ella de sangre, se forma a partir del lago hasta que es sujetada por una de las extremidades de la criatura. Entretanto, la otra pareja de brazos se transforma en un abrir y cerrar de ojos en una especie de escudo sanguinolento. 

Finalmente el hermano-capitán Varn y Cole se teleportan al apotecarión a atender sus heridas mientras el resto de Astartes sigue el rastro de sangre que se adentra en los confines gélidos del planeta. Atravesamos las líneas defensivas de la Guardia imperial, mientras demuestran ser verdaderos soldados del Imperio de la Humanidad, que a pesar de haber perdido un gran numero de efectivos muestran una actitud positiva por el devenir del combate sufrido: han repelido el asedio contra la fortaleza. 

Trebek no hace ademán de decir nada relevante, para eso esta Zorael:-A veces creo que te encanta escucharte.-le dice telepáticamente al bibliotecario. Sin mucho más que decir el grupo de Astartes siguen su camino siguiendo los zarcillos de sangre hasta llegar a un lago rojo donde desembocan los ríos de sangre provenientes del campo de batalla. De pronto aparece un ser, prácticamente hecho de sangre, de cuatro brazos y una gran cola. Sus ojos negros como la noche podrían haber atemorizado a un humanos normal pero tanto Trebek como sus hermanos no eran humanos normales, hace años que abandonaros la condición humana y se convirtieron en seres superiores capaces de resistir cualquier intento de provocar miedo. 

Ese demonio de sangre empezó a hablar y poco después Zorael intentó expulsarlo del plano terrenal y mandarlo de vuelta al vacío pero fracasa y empezamos de nuevo otro combate contra otro demonio:-Al menos lo has intentado amigo. Preparáos.-dijo el expiador e inmediatamente amartillo el bolter pesado y apuntó al demonio.

Mientras que al Hermano-Capitán se lo llevan entre un apotecario y varios servidores médicos hacia el interior del búnker, a ti te llevan hasta un improvisado apotecarium en el exterior, donde varios Astartes sin sus pesadas y poco prácticas servoarmaduras, reconocibles claramente por su tamaño y fisionomía, limpian una mesa de operaciones completamente llena de sangre.

El suelo alrededor hace tiempo que dejó de estar congelado, y en lugar del hielo hay grandes charcos rojizos por los que chapotean los servidores y operarios del centro médico. Varias servocalaveras sobrevuelan el lugar armadas con pequeñas mecadendritas acabadas en instrumentos quirúrgicos.

Tras unos segundos de espera en el exterior, te hacen pasar, te sientan en la camilla y, entre los operarios y los servidores, desmontan momentáneamente la parte superior de tu servoarmadura. Es entonces cuando el apotecario jefe revisa tus heridas, sutura rápidamente la peor de ellas, la del brazo, y te aplica varios analgésicos que rápidamente vuelan por el interior de tu torrente sanguíneo aplacando tu dolor. Sin duda, afirma que esa herida pudo haber causado la pérdida de la extremidad en otras circunstancias. 

Posteriormente te vuelven a armar, dejándote listo para volver al frente. 

- ¿Que por qué ahora? -Te responde la negra espada. Se hace un silencio, roto exlusivamente por los haceres del apotecario, y vuelve a hablar en tu mente-. ¿Qué año es, Caballero Gris? 

Es bueno ver que van a tratar al Capitán como se merece. La lesión medular que tiene no es como para tomársela a la ligera. Algo me dice que volveré a verle antes de lo que pienso por el campo de batalla. Nada me alegrará más. El breve paso por el apotecarium improvisado es suficiente para dejarme el brazo en la condición necesaria como para volver al frente. Aún así... hay algo que me preocupa, sé que mis hermanos pueden aguantar sin mi durante el tiempo que sea necesario. Así que, antes de volver al frente, camino por donde vi desaparecer al que pienso que es un inquisidor. Mientras tanto, hablo con la espada, que parece estar bastante desubicada.

-Estamos a tan sólo unos meses de entrar en el 42º milenio de la humanidad. ¿Qué fechas son importantes para ti? ¿Y cómo puedo referirme a ti, para evitar seguir llamándote espada?

Continúo caminando, tratando de ver qué hay por ahí.