Partida Rol por web

No que yo sepa de ningun rio por aquí importante... -respondió Bernardo a Ambrosio- ¡Oh Dios Mio! ¿Por la ventana dices? Créeme cuando te digo que no soy tan jóven como vosotros y ya me he roto más de una costilla en situaciones parecidas, pero... ¡no como tal!

Bernardo se internó entre las llamas en busca de otra posible salida. Lo perdísteis de vista.

Parecía mentira que ninguno de vosotros supiera acudir con exactitud al santo o entidad de Dios precisa para acabar con aquella cosa. La fe es la misma para todos ellos, pero buscar al preciso asegura la tarea ciertamente. Menos mal que tres de los rezos fueron escuchado por el Altísimo al mismo tiempo; sin duda parecía que vuestros corazones eran limpios frente a toda historia que pudiérais haber contado en la semana de estancia en dicha posada. Entonces ocurrió.

La zona donde había más llamas era la barra, pues estaba construida toda ella de un montón de tablones superpuestos unos en otros y muy bien rematados. Mientras el fuego abordaba toda la superficie, las lenguas de fuego parecieron abrirse ¡se tambaleaban más de lo normal! ¡¡Las mismas, oh, se curvaban!!

Encima de aquella barra apareció una luz blanquecina, entre dicho fuego. Junto con algunos fráteres que aún no había perecido entre los ataques, vísteis aparecer de forma algo majestuosa a un muchacho más bien bajito, rubio, vestido con una túnica inmaculadamente blanca y con seis pares de alas a las espaldas... Era el Arcángel Rafael Sonrió ampliamente y se colocó delante del ente, el Haborimo según el fráter Ambrosio:

¡Caramba! ¡Lo tuyo si que es un recibimiento cálido! -dijo el arcángel.

Por contra, el Haborimo comenzó a rugir y súbitamente las llamas se multiplicaron por momentos al tiempo que hacía más y más calor. A continuacion lanzó un par de bolas de fuego que Rafael interceptó con sus propias manos, deshaciéndolas como quien deshace un par de bolas de nieve entre sus dedos.

Acto seguido, comenzó una lucha espectacular entre el bien y el mal. El Haborimo rugía con su cabeza de felino, escupía brebajes con la de serpiente y blasfemaba contra Dios y el propio Arcángel con la de humano, todo ello al tiempo que lanzaba más bolas de fuego y hacía huir a los últimos fráteres retrasados. Rafael saltaba y esquivaba valiéndose del batir de sus alas en leves aleteos. Fue entonces cuando los puños y mordiscos (por parte del arcángel y Haborimo respectivamente) comenzaron a sucederse en una pelea sobrenatural, claro está, en un lugar mundano...

Finalmente, tras unos minutos de lucha, el Arcángel Rafael hizo huir al Haborimo, entre sus propias llamas, no sin antes dicho demonio haber arrasando hasta los cimientos con la puesta en marcha de su huida... El arcángel también desapareció en medio de un halo celestial...

El piso de abajo está impracticable y ardiendo por doquier: os queda huir arriba, a vuestra habitación o dónde sea...

Tras contemplar el espectáculo, a Ambrosio no le cupieron dudas de que debían salir por la ventana. Hizo acopio de sábanas de camas, las ató fuertemente al asidero que le pareció más conveniente e indicó a los fráteres supervivientes que había que salir de allí ipso facto. Y así salieron.

Juan observó atónito el espectáculo que se representaba en la planta baja del lugar. Aunque aún estaba de rodillas rezando y sabía que debía huir con la mayor presteza posible, sus músculos no le respondían y contempló la escena con evidente sorpresa en su cara.

Al terminar, los gritos de algunos de los fráteres le hicieron volver a la realidad.

Oh, mi Señor que habéis escuchado nuestras plegarias. Gracias, gracias. No podré rezar en mi vida suficientes oraciones para agradeceros este milagro -dice santiguándose varias veces-.

Luego se puso en pie y se dio cuenta de que el problema aún no estaba solucionado, pues el piso inferior estaba en llamas y era imperativo salir por las ventanas.

Ai! Qué desafortunado que esa cosa no se haya llevado el fuego con él. Ahora mismo,  no nos irí mal si nuestro salvador nos hubiera prestado un par de sus alas, puesto que tenía seis no creo que le importara... -dice mientras se dedica a buscar en ese piso la mejor opción para saltar-.

Viendo el ajetreo de los frateres en busca de una salida para asi evitar ser devorados por el fuego, Teófanes intentó Ayudar en la medida de lo posible. Alcanzó una de las ventanas que todavía  se mantenía estoica  frente al fuego. Algunos frateres habían usado las sabanas de los catres para descolgarse, ayudados por el jovenzuelo de sonrisa picara que acuñaba el nombre de Ambrosio.

Revisó raudo su petate el cual se llevó al hombro en cuanto encontró lo que buscaba: su garfio. De un salto se colgó en el alfeizar de la ventana,se ajustó fuertemente el garfio a su mano diestra con un trozo rasgado de tela de su propia camisa. levanto la vista y gritó:

- Mis  frateres, acercaros a esta ventana para así alejaros del fuego que sube por las escaleras.-  mientras se preparaba a descender la pared  a pulso.- Intentare llegar  al suelo y tiraros una cuerda.-

Inocencio se santiguó ante tal aparición. Poco podía hacer en una batalla como aquella, puesto que su acero no podría inclinar en lo mas mínimo la balanza a favor del arcangel. Se giró entonces hacia las escaleras, por donde sus compañeros subían y los siguió hasta el cuarto comunal, por donde trataban de escapar los fráteres.

Arriba había dos habitaciones: una comunal (en la que habíais pasado gran parte del tiempo contando historias con otros fráteres y en la cual no había camas, sino que era un lugar de reunión) y una privada, un lugar donde había un camastro. Ambrosio e Inocencio estaban en esta última, agarrando las mantas por las cuales tirarse hacia abajo usándolas como cuerdas. No sentíais muy fuerte el horadante calor del fuego en vuestro cuerpo, pero avanzaba sin duda, hacia arriba.

Inocencio y Ambrosio: tiradas de saltar con bonus del 10% por sabanas.

Teófanes: tirada de lanzar (para sujetar el garfio a un sitio seguro), si lo consigues haz tirada de saltar con bonus del 15% por garfio. Si no lo consigues, puedes hacer el salto pero sin bonificación alguna.

Juan: puedes esperar si lo deseas lo que me dijiste de Teófanes. Y las ventanas son todas exactamente igual (en ambas habitaciones).

Inocencio se mantuvo junto a la puerta espada en mano. No podía ver al arcangel ni a la criatura, pero podía escuchar el sonido de la batalla. Aun no podía creer lo que estaba viendo, sin duda nadie excepto el santo padre había podido ver algo como aquello. Y hasta eso dudaba. 

Esperó defendiendo la puerta hasta que sus todos sus compañeros habían salido y entonces envainó el acero y empezó a bajar por aquellas sabanas con cuidado de no caer.

Con cierto apuro, Teófanes  se encaramó  al alfeizar de la ventana, dispuesto a salvar su vida y la de sus compadres. Pero , en cuanto vislumbró* la altura que se percibía desde ese ventanal, tuvo serias dudas de  bajar cual lagartija por la pared.

Frater Teófanes vigilad vuestra espinazo que no querría amortiguar mi caida con vuestros huesos -dijo mirando con miedo la distancia entre sus pies y el suelo-.

Bueno, hoy nos hemos librado de ser devorados por un demonio, espero que no sea para morir aplastados contra el suelo.

Señor, apiadaros de mi una vez más...

GGGRRRRZZZz....zzzAS!!

Las sábanas se rajaron de cuajo cuando el peso de Ambrosio e Inocencio fue dejado sobre ellas. Parte de los nudos quedaron colgando desde arriba, mientras el resto caía con los cuerpos de los dos fráteres como auténticos peleles de paja, a merced de la gravedad y, sobre todo, de la gracia o desgracia que Dios les tuviera preparado...

Por su parte, Teófanes lanzó el garfio... ¡pero al lanzarlo se le cayó hacia abajo! Este quedaba ahora en el suelo de la calle. Acto seguido, saltó como pudo desde aquella distancia, al igual que Olivares, que lo hizo algo más a lo loco mientras pedía nuevamente al Altísimo que no fueran aquellos sus últimos suspiros.

¡Mientras todos caíais notásteis en un inciso cómo las llamas había llegado ya a la parte de arriba y asomaban por donde habíais caído!¡¡Casi os abrasan!! Fue entonces cuando vuestros cuerpos impactaron con las duras rocas del suelo, para bien o para mal.

Inocenció noto como su cuerpo se venía abajo y dio con sus huesos en el suelo. Un dolor agudo le subió por el hombro, pero trató de incorporarse. Sin duda le saldría un buen morado, pero todavía podía levantar su espada.

Al caer de bruces contra el suelo, su pecho  fue el que llevo la peor parte.Por suerte,los días en el ejercito habían curtido su cuerpo para este tipo de sufrimientos.