Partida Rol por web

Victorian Vampire

Escena privada: Recien llegados

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28/12/2017, 23:20
Director

Kay llego a Paris y como en todas las ciudades, el olor de demasiadas personas, animales y los humos de las fabricas, golpearon su olfato con dureza. El aire era desagradable para los de su especie si no estaban acostumbrados a él pero en aquella ciudad había algo más, olia a muerte por las esquinas...

Se encontro al final con una enorme mansión, estaban descargando baules y las criadas iban de un lado a otro con maletas y otros bultos pero los finos oidos de Kay escucharon por encima del ruido y la gente, de los carros....

Una mujer pedia ayuda, en las caballerizas, uno de sus caballos se había desbocado.

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29/12/2017, 00:04
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Había tenido la cabeza en otra parte desde su llegada a la mansión al punto de la mañana.

Tata Eve le estuvo dando la charla todo el viaje, y aún después de bajar del carruaje no dejaba de perseguirla recitándole su agenda como si fuera un loro.

"Las criadas se han adelantado para que estuviera todo en condiciones en el momento en el que llegasemos pero aún falta mucho por hacer. En cuanto hayamos puesto la casa en orden debemos ir a presentarnos en sociedad. Tras eso habrá que organizar la fiesta de la que hemos estado hablando. Deberás comportarte como la anfitriona que esperan, hablar con la gente, integrarte. Y tendrías que ponerte el vestido rojo. Tienes cuerpo de mujer y debes aprovecharlo. Más todavía si quieres encontrar marido..."

Ella sólo escuchó un leve murmullo de fondo. Uno tan suave que no conseguía sobrepasar la fuerza de sus verdaderas intenciones y deseos.

Pobre Evelyne. Había mandado a paseo a cada pretendiente. Al menos a los que tuvieron el valor suficiente de tratar de cortejarla.

En París no iba a ser diferente. Sabía a lo que venía. La excusa del marido era solo una tapadera. Ella quería ser libre, conocer su raíces, encontrarse a si misma...Vivir.

Pero la capital era tan...abrumadora.

Nada que ver con la pequeña ciudad del norte de Francia en la que residía hasta el momento; rural y tranquila. Aburrida.

Se abría ante ella un mundo de posibilidades. ¿Por dónde empezar?

Escuchó un grito. Proveniente de las caballerizas.

Por ahí.

En un abrir y cerrar de ojos se remangó el vestido con las manos y hecho a correr en su dirección, dejando el amplio jardín por el que paseaba para llegar al núcleo de ese chillido.

Sin embargo antes de llegar ya sabía que estaba pasando.

Pecado.

Su caballo. Otrora un semental resabiado. Fue un verdadero reto domarlo, pero desde entonces eran como uno solo.

Les dije que no lo tocaran. Lo dije mil veces.

Pecado, en enorme semental negro, era una mala bestia con cualquiera que no fuera ella. Mordía, coceaba...Una vez le arrancó dos falanges de un bocado a uno de los mozos de cuadras. Se había acercado demasiado a su cuadra...

Seguramente ahora se trataba de lo mismo. Alguna de las criadas habría intentado cambiarle la paja sin su presencia y a él no le habría hecho ninguna gracia...

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29/12/2017, 00:05
Kay Schneider

La peste penetrante de esa ciudad era sorprendente, había estado en muchos lugares incluida Transilvania y nunca, en todos sus viajes, se había encontrado un olor a muerte tan penetrante. Ya había creído ver, enfrentar y vencer de todo, desde vampiros a otros de su propia raza, pero ese olor le pedía que saliera de esa maldita ciudad a toda costa. Y siempre solía hacer caso de lo que su instinto animal le pedía.

No obstante, al pasar por una mansión cuyo dueño era también evidentemente nuevo en la ciudad, detuvo los pasos al escuchar el lejano grito de una mujer pidiendo ayuda y ninguno de los presentes parecía oírla. Pero él era capaz de escuchar perfectamente lo que decía e incluso la razón del alboroto.

Gruñendo, molesto con su propia conciencia que en más de una ocasión le había metido en líos completamente evitables, salió disparado hacia la fuente de esa voz que pedía ayuda desesperadamente. Al llegar, algo que no tardó demasiado en hacer gracias a la velocidad de su raza, se encontró con lo que parecía una sirvienta aterrada.

Sin pensarlo dos veces la apartó del caballo, tirando de sus hombros para que se alejara.

Se acercó para coger las riendas con unos reflejos y una rapidez sorprendente obligando al caballo a mantenerse en su sitio, más por la fuerza bruta que por habilidad o empatía, antes de intentar calmarlo rascándole la frente para que así supiera que no tenía nada que temer

Sabía de animales, aunque se le daba mejor cazarlos y ese caballo tenía pinta de saber realmente bien. Estaba bien criado y a ojos de Kay sin duda sería una buena presa.

Mientras ataba al animal antes de girarse a la mujer a la que acababa de salvar de ser aplastada por unos cascos, vio entrar en las caballerizas a una joven más que atractiva. Aunque no fue eso lo que lo había dejado parado por unos segundos, sino su olor.

Estaba sorprendido por creer haber encontrado a una de los suyos de esa forma, y más sorprendido por su apariencia ya que era todo lo contrario a lo que acostumbraba a ver en su raza y más en él mismo.

Mientras parecía estar instalada en una mansión enorme él solía preferir vivir en la naturaleza salvaje, sus ropas eran mucho más elegantes sobre todo en comparación al gastado cuero y las pieles que él usaba. Por no decir que ella era la viva imagen de la nobleza, parecía frágil incluso aunque sabía que sólo debía de ser apariencia. Kay le sacaba más de veinte centímetros, tanto de altura como de espalda, la barba y el cabello largos estaban desaliñados por los viajes. Viajes que también se habían marcado ya en sus facciones. En cambio ella había peinado a la perfección su melena negra, y no había rastro del desgaste que una vida en los bosques y las montañas hacía sobre el rostro.

Lo único que tenían en común parecía ser la férrea mirada en sus ojos claros.

Como un animal agitó la cabeza, quitándose de golpe la impresión, y terminó de atar al negro semental que se había tranquilizado aún más con la presencia de la joven. Algo que resultaba aún si cabe más extraño desprendiendo el olor que ella desprendía, pero hacía de la pregunta que Kay iba a hacerle algo innecesario. Aún así no tenía ni idea de qué decir, ya que tenía la impresión de acababa de invadir lo que debía ser la casa de esa joven y que ese era uno de los momentos en los que su conciencia le jugaba una mala pasada.

Tendría que haber hecho caso a sus instintos.

¿Es vuestro? —Sorprendentemente y, a pesar de su aspecto, aún parecía alguien capaz de hablar e incluso de hacerlo con palabras correctas y modales. Estaba acostumbrado a tratar con humanos, incluso había tratado con nobles.

Pero aún había una pregunta que no podía dejar de hacerse: ¿Qué clase de loba criaría caballos en lugar de comerlos? Casi dudaba de su olfato pensando que éste le estaba engañando pese a que nunca le había fallado. Aún así no se atrevía a decir nada al respecto delante de una humana.

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29/12/2017, 01:29
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

En lo que apenas fueron unos segundos Elisabeth tuvo tiempo de rememorar la conversación con su madre cuando cepillaba a Pecado antes del viaje.

"No irás a llevarlo contigo ¿verdad, cariño? No es un caballo apropiado para una señorita. Un palafrén manso y trabajado sería lo más indicado."

Ella se encogió de hombros, con una pequeña pero inquieta sonrisita impropia en su carácter dibujada en los labios.

La señora Des Lioncourt frunció el ceño, cruzándose de brazos en lo que trataba de ganar la batalla perdida que era hacer que su marido interviniese a su favor cuando se trataba de su adorada hijita y cualquier tema ecuestre, más todavía relacionado con Pecado.

Nada bueno iba a resultar si el semental causaba problemas nada más llegar, por mucho que se debiera al despiste de una criada.

Para su sorpresa al poner un pie en las caballerizas la sirvienta no estaba sola. Había un hombre a su lado.

Su primer instinto fue apartarlo del caballo un empujón. Por suerte tenía lo suficientemente entrenado su cuerpo y mente en lo que doblegar sus impulsos se refería, para que la asombrosa fuerza que escondía, no solo para ser una mujer, sino para ser humana, no levantase sospechas de su naturaleza, de modo que se quedó quieta. Y menos mal que lo hizo.

Con tanto alboroto no se había percatado del intenso olor que desprendía el desconocido.

Estaba atónita.

No era la primera vez que veía a alguien como ella. En la otra residencia también advirtió varios de esos seres, pero siempre desde lejos, en el bosque. Nunca se acercaban a la ciudad.

Era increíble. Su olor le resultaba atrayente, y, aún en desconcierto, teniendo en cuenta su apariencia, agradable.

Jamás estuvo tan cerca de uno. Únicamente, con alargar la mano...

Su mente despertó, antes de que sus dedos, ya extendidos, empezaran a elevarse hacia él, y carraspeó, mirando a la sirvienta que por lo visto era la culpable de tal situación.

Márchate. —Fue lo único que se molestaría en decir. No necesitaba más, pues su habitual máscara de hielo cubría nuevamente su ser.

Cuando esta hizo caso a su orden y se encontró a solas con el extraño le devolvió la atención y se acercó con pasos lentos pero decididos al caballo, tratando de no mirarle, y, sobretodo, de tranquilizarse. Su corazón latía desbocado en su pecho, pero no por la carrera...

Pecado es un poco brusco. No le agrada que otros se acerquen a él. —Una rápida mirada de reojo...— Sin embargo vuestra presencia no parece molestarle tanto. De hacerlo ya le habría coceado. —Concluía acariciando el mentón del animal, que le mordisqueó suavemente la muñeca.

Entonces lo hizo. Se atrevió.

Sois...como yo. —Dijo con un apenas audible hilo de voz. No estaba segura de si era una pregunta o una afirmación. Y alzó la cabeza para penetrarle con su mirada celeste.

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29/12/2017, 18:44
Kay Schneider

Kay aguardó, observando como la criada salía rauda ante la fría orden de su señora, esperando no tener que salir él también bruscamente del lugar por un simple malentendido. A veces los nobles eran unos mojigatos y a pocos lograba entender, y no sabía cómo reaccionaría la joven pese a ser de su misma especie. Incluso, viendo cómo iba, dudaba que supiera mucho de lo que eran, tal vez ni siquiera controlara del todo sus habilidades así que no estaba seguro de que ella pudiera reconocerlo.

Sólo necesitaba que le enseñaran quién es el macho alfa —respondió, en una mala broma que suponía que sólo tendría sentido para él, apartándose un poco para que ella pudiera acariciar al caballo. Aún así no se apartó mucho, pues se dedicó a observar a la joven con intensidad y con más de uno de sus cinco sentidos.

Apreciaba el olor de una de los suyos, incluso su presencia. No había esperado encontrar muchos lobos en una ciudad tan concurrida como esa, a la que Kay tan sólo había ido a pasar una breve temporada de diversión antes de continuar sus andanzas, y la sorpresa por la situación y la coincidencia seguía golpeándolo.

Tiene un buen nombre —añadió, en referencia al nombre del caballo, sin saber muy bien qué añadir.

La mujer evitaba su mirada y él sentía que la tensión aumentaba, volviendo el momento más incómodo. Las pequeñas señales químicas que le llegaban junto al agradable aroma de la mujer le indicaban que estaba nerviosa, incluso parecía temer algo, sensaciones que aumentaban al escuchar el latido de su corazón desbocado, que golpeaba los oídos de Kay con una frecuencia que sólo iba en aumento.

Pero él seguía esperando sin atreverse a moverse demasiado y tampoco deseaba hacerlo.

Se dedicó a apreciar las facciones de la joven, no sólo recreándose en ellas sino buscando también algún rastro de familiaridad. Había conocido a lobos de toda Europa, y había visto como muchos vivían de forma diferente, pero lo de esa joven era muy extraño: Vivía entre la nobleza, tenía modales propios de una dama y poseía un caballo.

Toda una rareza...

Al final reprimió el suspiro de alivio que el cuerpo le pedía al saber que ella también lo había reconocido, aunque no estaba seguro de que eso fuera a ser suficiente. La mujer parecía sorprendida, tanto que a pesar de su fino oído casi le costó entender las palabras que había pronunciado con un hilo de voz, como si hubiera descubierto algo increíble. Pero Kay no estaba seguro de si ese descubrimiento le había gustado o, por el contrario, sentía miedo ante él.

A veces las señales químicas de los cuerpos vivos se entremezclaban y eran confusas, y esa joven estaba demasiado confundida como para apreciar qué sentía de verdad.

Por su fuera poco, la helada claridad de sus ojos lo atravesó y sintió un escalofrío. No apartó la mirada, pues estaba acostumbrado a sostenerla ante los suyos. Pero casi sintió la tentación de hacerlo como si lo hubieran retado a un desafío imposible que sólo iba a aceptar por salvar su orgullo y renombre.

No sé qué deciros... —respondió él, enarcando una ceja—. Yo suelo comerme a los caballos... —confesó, casi como una disculpa.

Al final pese a lo serio, grave e imponente que parecía el hombre lobo, no pudo reprimir del todo una media sonrisa que poco a poco fue apareciendo en sus labios debido a su propia broma. Había conseguido romper la tensión que él mismo sentía, aunque no sabía si había conseguido hacer lo mismo con la joven.

Soy Kay, licántropo de la Selva Negra —se presentó por fin.

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29/12/2017, 20:29
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Por alguna razón Pecado llevaba desde su llegada a París así, inquieto.

Nada más entrar por la puerta principal del terreno de la mansión había montado en cólera, y ahora, de nuevo; estaba más quisquilloso que de costumbre.

Quizás era su culpa. A veces su vínculo con el animal era tan fuerte que parecía transmitirle sus emociones, y viceversa.

Y desde luego, ella tampoco se había sentido cómoda al principio.

No tardó ni un segundo en darse cuenta de que los olores que percibía eran distintos a los que había conocido hasta el momento.

El aire no corría fresco y puro como en su hogar.

Al entrar en la capital la esencia a muerte pareció perseguirla varias calles. Era muy desagradable.

Y mentiría si dijese que en su pequeña ciudad no había captado ese aroma.

Intuía de qué se trataba, o mejor dicho, de quién...

¿Él también captará su esencia?

La contestación que le dio el hombre ante el problema con Pecado estuvo cerca de lograr que rompiera su máscara de hielo para arquear las cejas en un gesto burlón.

Meditó durante un instante sus palabras. Finalmente asintió con la cabeza.— Entiendo. Suerte que he llegado.

El corcel resopló y estaba segura que de poder oír sus pensamientos le habría reprochado el haber dicho semejante estupidez.

Y el comentario sobre su nombre...

Era la primera vez que alguien opinaba de tal manera.

Todos y cada uno de sus conocidos, sobretodo su madre y su nodriza, le habían reprochado una y otra vez que eligiese ese nombre. No pensaban que un nombre tan, valga la redundancia, pecaminoso, fuera correcto para la montura de una dama. Pero no existía un nombre mejor para la montura del caballo que ese, pues tenía el pelaje suave y oscuro como un pecado.

Entonces se percató. La estaba...¿oliendo?

Parpadeó un par de veces.

De primeras casi se sintió ofendida. ¿Olía mal?

Aspiró disimuladamente su propia esencia. Rosas, lirios, jazmín y el cuero y la tierra húmeda de montar. Su olor era el de siempre.

Debía de ser habitual en los de su especie.

A ella también le atraían sobremanera según que olores, y, enlazando lo que tenía aprendido a base de experimentar con su propio cuerpo y la información de la ingente cantidad de libros de animales que no dejaba de leer logró sentirse un poco más tranquila.

¡Y le sostenía la mirada!

La gente se sentía intimidada por su mirada. ¿Qué le ocurría a ese hombre? ¿Se burlaba de ella? ¿Era un reto?

Se irguió, con el mentón bien alzado, y continuó fulminándole con la mirada.

Os agradezco la intervención. Al menos ahora sé que vuestra intención era buena. ¿O debo preocuparme por el bienestar de mis animales? —Los astros estaban alineados, pues una sonrisa emergió de sus carnosos labios sin necesidad de forzarla.

Quería preguntarle tantísimas cosas....No obstante se presentó antes de que empezara.

Oh, disculpad mi educación. Un placer, señor Kay, de la Selva Negra. Mi nombre es Elisabeth. Lady Elisabeth Selene Héloïse Des Lioncourt. —Le tendió la mano antes de pensar en si era acertado estrecharle la mano o simplemente inclinar la cabeza.

Idiota.

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29/12/2017, 22:08
Kay Schneider

Por fin veía en esa mujer una faceta de auténtica loba: El orgullo. Aunque excesivamente desarrollada para la experiencia que debía tener. Pero no sería Kay quien juzgara algo así, al fin y al cabo él bien podría haber sido peor y tenía algunas marcas que lo demostraban. Le había gustado escuchar la pulla con respecto a quién era el "alfa" en ese momento, aunque seguramente le había gustado porque tampoco se veía preocupado por su estatus en esos momentos. Ni formaban manada, ni creía que la joven pudiera representar un reto en caso de que pertenecieran al mismo grupo.

Os tenéis en alta estima —admitió, con un tono más relajado que antes—. Sobre todo para ser una cachorrilla...

Al principio había tenido dudas de cuánta edad podía tener la joven, y aunque aún la podía tener ya que era complicado averiguar algo así entre los de su raza a simple vista, le había quedado claro que no estaba muy formada en las lides de lobos y licántropos.

Kay estaba acostumbrado a usar un lenguaje más completo con los suyos, un lenguaje en el que la comunicación hablada no le trasmitía apenas información. Todo se leía en olores y gestos, pero la joven no parecía tener mucha práctica en ese tipo de comunicación, y él debía asumir que tendría que hablar con ella como si fuera casi humana.

Pero estaba claro que mostraba ciertos rasgos de una auténtica loba. Tenía potencial.

El hombre, como respuesta a la pregunta que la joven hizo ante su broma simplemente ladeó la cabeza, frunciendo el ceño, como si dudara de cuál era la respuesta que debía darle. Pero al final no tuvo más remedio que relajarse del todo, y sonreír un poco más ampliamente al ver que había logrado que la joven también lo hiciera. Algo que podría considerar un logro al recordar la mirada y el tono dirigido a la sirvienta.

Trataré de contenerme... —prometió.

Pero la presentación sí le volvió a parecer algo chocante, quedando con las cejas enarcadas ante una introducción tan pomposa y, sobre todo, larga. Pero esa presentación chocaba con el gesto que hizo de tenderle la mano, un saludo más propio de los hombres en la sociedad humana.

Pero eso, lejos de molestarlo, lo alivió sabiendo que no tenía porqué mantener unos modales tan estirados.

Creo que os llamaré Elisabeth —dijo, aceptando el apretón y echándole algo de cara a la conversación—. Los títulos y las reverencias no van conmigo y por lo general tampoco con los nuestros, y prefiero no tener que hacerlos tampoco ante vos. De hecho, y si no os resulta muy atrevido, me gustaría que pudiéramos hablar en un tono menos... formal.

Podía sonar descarado y atrevido, pero él prefería considerar a Elisabeth como una de su especie y por lo tanto alejar la situación de los convencionalismos humanos. Eso lo hacía sentirse aún si cabe más incómodo, sobre todo sabiendo que en su sociedad no sería él quien debiera mostrar respeto.

Ella podía tomarlo como quisiera, dependiendo de si prefería hacer caso a su lado de humana o a la loba.

Aunque también imagino —añadió— que tendréis cosas que hacer, y no quisiera ser una molestia, así que tal vez simplemente deba continuar mi camino y alejarme de la tentación...

Porque ese caballo tan bien criado era una presa magnífica, tanto que casi le lástima haberlo atado en lugar de dejarlo suelto y salvaje. Sentía cierto respeto por ese animal que no se dejaba domar salvo por la mano más firme y autoritaria, casi podía entender la razón por la que a Elisabeth le gustaba tenerlo. Casi.

Kay esperó, paciente, para saber cuales eran las intenciones de la joven. Habría echado a la sirvienta por alguna razón, la cual él juraría que era curiosidad, pero no sabía si esa curiosidad estaba saciada.

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30/12/2017, 10:32
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Elisabeth dio un respingo después de escuchar la forma en la que la había llamado.

¿Pardon? —Dijo entornando los ojos. Esa vez prefirió no proseguir con su réplica.

"Cachorrilla"...¿no?

"El primer error de tu adversario, será subestimarte." Le había dicho en cierta ocasión su padre durante una de sus prácticas de esgrima.

A ella le molestaba mucho que la subestimasen, hasta que padre le explicó lo conveniente que era aquello para si misma.

"En la esgrima, mi pequeña, si te dejas llevar por la ira, habrás perdido antes de empezar....Por eso, que no te enfade que te subestimen, pues ahí será cuando ellos pierdan. Deja que crean que están por encima de ti. Deja que se confíen."

La joven no le quitaba la mirada de encima. Analizaba cada mísero gesto, sus ojos, su boca, el tono de sus palabras.

Estrecharle la mano había sido buena idea. Ya no estaba tan tenso. Mas se quedó un instante mirando como cogía su mano. La de él era fuerte, grande, curtida, y brusca, y la suya, casi desaparecía en su agarre. Pequeña, de piel nívea, suave y fina. La mano delicada de una mujer. En algo simple como podía ser el estrechar de dos manos se podía comprobar la diferencia entre los mundos de ambos.

Deslizó los dedos por su mano para deshacer el apretón cuando los segundos estándar llegaron a su fin, apreciando la agradable calidez que había manado del hombre a ella en tan escaso contacto.

Si las repentinas confianzas que Kay se tomaba con Elisabeth la sorprendieron o molestaron no dio señales de ello. Su rostro seguía congelado. Indiferente.

Lentamente, aproximándose desde la izquierda, en dirección contraria a las agujas del reloj, comenzó a caminar alrededor de él, en círculos.

Cuando pasaba por delante apenas le dirigía pequeñas miradas de reojo, pues era cuando llegaba a atrás cuando lo miraba, aprovechando el reflejo de un espejo colgado en una pared para apreciar sus expresiones. Incluso afinaba el oído para escuchar el ritmo de sus respiraciones.

Acompañaba sus pasos con palabras. Quería engatusarlo con dejes gráciles y elegantes, y frases amables.— Si os sentís más cómodo de tal forma, Kay, que así sea...Aunque preferiría que solo usarais esas...familiaridades, en privado. No sería conveniente que otros vieran que me tratáis con tal confianza considerando la diferencia entre nuestras posiciones. —Pecado giró la cabeza hacia ellos. Notaba el tinte de la situación.— Y decidme...¿qué ha podido atraer por aquí vuestra presencia, además de la bondad de vuestro corazón? Los "suyos" no acostumbran ha adentrarse en las ciudades...Y, sin ánimo de ofender, ni siquiera sabéis como comportaros correctamente; otra persona de mi clase ya os habría echado a patadas, o peor, llamado a la policía... —Entre los pliegues del vestido ocultó lo primero que alcanzó a coger sin ser descubierta; una vara larga de madera usada en los entrenamientos ecuestres que descansaba apoyada a menos de medio metro de su ubicación.

Pecado pateó el suelo, impaciente.

Antes de terminar otra vuelta apareciendo por su derecha colocó la vara tras su pierna y, mirándole a los ojos, combinó un empujón en su pecho y el movimiento hacia delante de la vara para derribarlo de espaldas.

Por muy loba que fuera, su fuerza estaba lejos de acercarse a la que tendría su contrincante, pero si se usaba en puntos clave, combinada con su agilidad y rapidez, era más que suficiente. Porque fuerte no tanto, pero ágil y rápida era un rato.

En ningún momento apartó sus ojos de los de él. Colocó la vara entre ambos como si fuera un florete, sobre su abdomen.

Mi sirvienta se ha ido, aún falta preparar la caballeriza de Pecado y dejarlo dentro para que descanse y todavía no hemos encontrado un mozo de cuadra que se ocupe de estas labores. ¿No creéis que sería descortés dejar a una dama sola en semejante apuro? —De nuevo sonreía, mirándole desde arriba.

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30/12/2017, 14:54
Kay Schneider

Puede que a Elisabeth no le hubiera gustado el término con el que se había referido a ella pero eso era para Kay, una cachorra bastante perdida.

Eso no impidió que la incomodidad aumentara en él al sentir como sus manos volvían a separarse. El breve contacto había sido agradable, pero en ese instante volvía a sentirse incómodo con la joven paseando en círculos a su alrededor con movimientos elegantes, casi estudiados.

Pero él se sentía como si lo estuviera encerrando en una jaula invisible, se sentía acechado.

Estaba convencido de que la joven buscaba con esos movimientos mantener el control de la situación de alguna manera, o tal vez intimidarlo para demostrarle que no era una simple niña. Pero él no creía que la joven pudiera atreverse a atacarlo de alguna manera, así que se dejó llevar y en parte incluso disfrutó de esos movimientos.

Si ella creía que Kay iba a aceptar una supuesta superioridad en cuanto a la posición de la joven es que, evidentemente, no estaba muy acostumbrada a tratar con otros licántropos. Él había sido alfa y, de desearlo, estaba seguro que podría encontrar una manada que lo siguiera o volver con la suya. Era un lobo con una historia y unos logros detrás. En cambio ella no era realmente nadie. Si bien podía pensar que la sociedad humana le asignaba un rango de prestigio sobre él eso no significaba nada. Esa posición se ganaba simplemente por el seno donde habías nacido, sin tener en cuenta la habilidad, la inteligencia, la fuerza o el honor, y era una costumbre deshonrosa que Kay no iba a aceptar. Y menos delante de una de su raza.

Está claro que no sabéis demasiado sobre nosotros... —replicó, e iba a continuar hablando, pero no tuvo la oportunidad.

De pronto sintió como su espalda golpeaba el suelo y le dio la impresión de que éste tembló a su alrededor. Tendido de espaldas sobre el sucio suelo de la caballeriza abrió los ojos, sintiendo un dolor punzante en el pecho, mientras gruñía al revelarse ante él la nueva imagen de la situación. Elisabeth, quien había estado preparando una jugada muy inteligente, se encontraba ahora en una posición superior; de pie ante él y apuntándolo con alguna clase de fusta hecha de madera que sin duda debía utilizar con los caballos.

Evidentemente la había subestimado, tanto en el carácter como en la habilidad, y se había relajado en exceso.

Gruñó ofendido, herido en el orgullo. Tanto que sabía que de ser más joven habría perdido el control. Pero ya no lo era, sabía de sobra como tratar a cachorros rebeldes. Elisabeth había demostrado una velocidad sorprendente, una capacidad impresionante para usar las circunstancias a su favor y tenía que admitir que a pesar de su figura no carecía de fuerza. Pero también estaba seguro de que la mujer sobrestimaba sus habilidades y lo subestimaba a él.

Había vencido en incontables retos en todas sus formas, matado a sanguijuelas y sobrevivido a hechiceros y cazadores de toda Europa. No iba a permitir que una loba con aires de grandeza quedara por encima de él, no podía. Y él no sólo sabía cómo pelear, también sabía cómo ganar en el mundo real.

Con un movimiento aún si cabe más rápido que el que hiciera para atrapar las riendas de Pecado, movió su mano siniestra para coger la fusta que la joven sujetaba apuntándole al abdomen, lanzando lejos el arma improvisada de la mujer. Aprovechando su nueva libertad, antes de que Elisabeth tuviera tiempo a aprovechar su mejor posición, se incorporó lo justo para alcanzar con su mano siniestra la muñeca de la joven y tirar de ella hacia abajo con una fuerza imparable.

Mientras la loba caía de cara al suelo, estropeando así y en un segundo lo que bien podían ser horas de preparación, Kay se movió para quedar por encima de ella y doblar la muñeca que sujetaba sobre la espalda de la joven. Inmovilizándola como cualquier lobo adulto lo haría con un cachorro que se había pasado de la raya, él aún evitó forzar el brazo de la joven en demasía, pero apoyó la rodilla sobre las lumbares de Elisabeth para evitar que pudiera haber réplica alguna.

Eso no ha sido muy inteligente —amenazó, gruñendo guturalmente más que hablando—. Sin ánimo de ofender, cualquiera de mi clase os rompería el brazo para daros una lección de humildad señorita Elisabeth.

Saboreaba la ironía nada oculta en sus palabras, mientras retenía a la joven a la fuerza. Aún así para él era evidente que no amenazaba su vida de lo contrario, y estaba seguro, el semental que tenían ahora detrás de ellos se habría vuelto a encabritar y sin embargo sólo se había puesto algo más nervioso.

Haría falta algo más que una dama en apuros para que decidiera quedarme mucho más tiempo en esta ciudad —añadió—. Apesta.

Esa simple palabra englobaba todas las razones por las que se planteaba cambiar sus planes iniciales, pasando de largo la ciudad. Pero también le hizo ser de nuevo consciente del aroma que Elisabeth desprendía, adulterado ya no por los perfumes sino por la tierra y el polvo con el que se había manchado. Eso hacía de su fragancia una mucho más agradable para sus sentidos, embriagándolo de tal forma que incluso la encontró atrayente. Tanto que aflojó la presa con la que sujetaba a la mujer loba.

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30/12/2017, 16:29
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Todo salió como había planeado. Casi siempre era así.

Lo que no esperaba es que se enfureciera tanto.

¿Ese orgullo le vendrá de su sangre de licántropo...? Todavía se le hacía raro usar la palabra con la que llamaban a la gente como ella en las leyendas. ¿...O es su propia personalidad?

Fuera como fuese, lo que estaba claro es que no se iba a dejar vencer. Iba a contraatacar.

Puede intentar rodar hacia un lado, o lanzarme tierra a los ojos para poder escabuirse y golpearme, o intentar arrebatarme la vara, que es lo más efectivo, y la opción con más probabilidades de victoria, junto con la de cegarme.... Tirará de ella para hacerme caer. O me la quitará de un golpe. O con una patada lateral.

Finalmente no iba desencaminada en su predicción. No se resistió a su ataque.

Apoyó la mano libre en el suelo para evitar caer con el rostro por delante. La larga melena azabache yacía ahora revuelta y extendida sobre sus hombros, espalda y el heno de las caballerizas.
Si bien no se había resistido al ataque la mano de la muñeca que le estaba sujetando seguía apretada en un puño, por instinto.

De pronto se quedó sin aire.

Entreabrió los labios, pero el oxígeno se negaba a bajar hacia sus pulmones.

Lo que no había pensado es que al caer y estar en esa posición, si se resistía e intentaba levantar el pecho del suelo, el dichoso corsé se cerniría más a su abdomen, extrangulándola, así que no le quedó otra que relajar el cuerpo y mantenerse sumisa contra la superficie, emitiendo un suave siseo de silencio al semental, que no dejaba de pisotear el suelo en su nerviosismo. No tardó en transmitirle su tranquilidad y también se relajó.

Shh...

Algo que dijo consiguió que girase el rostro como buenamente podía, para volver a mirarle a los ojos.

¿Y bien? ¿Seréis como cualquier otro de vuestra clase, y me romperéis el brazo para darme una lección de humildad y mantener vuestro ego intacto, monsieur Kay? —Resopló, apartándose un mechón de cabello del rostro, que para su molestia, regresó casi al mismo lugar de vuelta.

Ella misma respondería a su propia pregunta.— No. No lo haréis. Porque no me consideráis una amenaza, al igual que no lo hacíais hace unos instantes cuando estábamos de pie. Podríais haberme hecho mucho más que desarmarme y derribarme. Podríais haberme matado. En estos momentos seguís podiendo hacerlo. El único dato que me falta es el porqué no. Pongamos que es lástima. Podría aprovecharme de la lástima. Podría levantar la pierna hacia atrás con fuerza, acertando con el tacón de mi botín en vuestra entrepierna, y escapar durante sus segundos de dolor. También podría gritar. Vendrían a socorrerme, y a vos os encerrarían, siendo optimistas. De revelaros puede que descubrieran vuestra naturaleza, y, en el caso de que consiguieseis escapar, tendríais a todos los cazadores de Francia tras vuestra pista. —Su mirada se perdió en algún punto de los establos.— A mi tampoco me agrada ese repugnante olor a muerte. Casi parece seguirme por todo París. —Entonces se giró todo lo posible, a pesar de perder de nuevo la capacidad de respirar. Quería mirarle a los ojos. Los propios brillaron en un tono extraño al hacerlo, uno salvaje, pero que en las profundidades albergaba súplica. La ansiedad de dar consigo misma.— Dama o no... ¿También le daréis la espalda a alguien de vuestra especie? ¿Me diréis que no? ¿Me mataréis, Kay?

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30/12/2017, 19:09
Kay Schneider

Y no lo eres —respondió, al escuchar como la mujer intentaba averiguar sus pensamientos. Era cierto, no la consideraba una amenaza aunque no porque pareciera frágil, desde luego no lo era, y mucho menos como pensarían los humanos porque fuera mujer. Después de haber conocido a su propia madre era imposible subestimarla por algo así—. Aunque podrías acabar por serlo.

Se había cansado ya de mantener unas formas que no iban con él delante de una de su especie y hablaba más directo, más natural, como hablaría a cualquier lobo que se hubiera encontrado. Él no creía que eso fuera tomarse ninguna confianza, simplemente estaba siendo natural.

De cualquier foma Kay había admitido una cosa en voz alta: Ella tenía potencial.

Tal vez fuera por su carácter que tanto le recordaba a él, al fin y al cabo también habían tenido que usar la fuerza tiempo después de su primer cambio, cuando se creía invencible. Y no lo era, nunca lo sería, pero desde luego no iba a decirlo en esos momentos.

—Subestimas mis recursos, y sobrestimas los tuyos —aseguró, despreocupado—. No os he matado, ni lo haré si puedo evitarlo, porque no soy un simple asesino y tampoco un monstruo. Piensen lo que piensen aquellos con los que vives. Soy un licántropo.

Al final la soltó con un suspiro, al ver el destello en sus ojos y empatizar con la situación de la loba que tenía en sus manos. Sentía lástima por ella, pero no porque pudiera morir sino porque pudiera vivir así. No quería imaginar lo que sería, al final iba a resultar que él era un tipo con suerte. Había podido crecer en una manada, hacerse un hueco entre los de su raza, dirigirlos y cuidarlos.

Aunque por otro lado había abandonado esa vida porque quería ver mundo, alejarse de la responsabilidad que estúpidamente había reclamado siendo tan joven y, sobre todo, de lo que consideraba la auténtica maldición de su raza y de la cual los humanos no tenían ni idea. No era convertirse en bestia, ni poder cazar o correr por los bosques, eso era una bendición que sólo un ser alienado con una mente envenenada consideraría lo contrario.

Se levantó y tendió la mano a la joven para ayudarla a levantarse imaginando la incomodidad de sus botines y su apretado corsé. También sentía lástima de que tuviera que encerrarse en algo tan incómodo y agobiante.

Agradecía haberla tirado al suelo, esa era una imagen más acorde a lo que Kay esperaba de una loba.

Digamos, por un segundo, que acepto la oferta y me quedo trabajando aquí cuidando de estos animales, resistiendo la tentación de darme un buen banquete, e incluso fingiendo que me dirijo a ti con una deferencia que estoy lejos de sentir... —deferencia, que no respeto, lo había cabreado en gran medida e incluso herido su orgullo, pero el ataque sorpresa de la mujer había hecho que aumentara el respeto que sentía por ella. Kay podía verla como una igual, estaba más que dispuesto a ello e incluso le gustaría, pero no la vería como alguien superior—. Y todo eso, claro, lo haría desinteresadamente por una de los míos. No soy ambicioso, no me gustan las ciudades salvo por la diversión que pueden dar, y no creo que la diversión de esta merezca la pena. Así que te pregunto, Elisabeth, ¿por qué necesitarías a un licántropo trabajando en tus caballerizas? Dudo que sea por la cantidad de paja que puedo cargar de una sola sentada.

El hombre se cruzó de brazos, más expectante que en actitud defensiva, antes de continuar.

Hacía mucho que no se encontraba con un cachorro solitario y, aunque para Kay saltaba a la vista que físicamente Elisabeth distaba mucho de ese adjetivo, tenía claro por su mirada y su actitud que en experiencia no dejaba de serlo. Lo último que deseaba era establecer de nuevo alguna clase de vínculo mentor cachorro.

De cualquier forma, Kay quería saber qué esperaba Elisabeth de él.

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30/12/2017, 21:37
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

El sonido de las manos ajenas soltándola, y por ende, liberándola, fue como música celestial para sus oídos, cerca de alcanzar la belleza que lograba aquella de las cuerdas del corsé deslizándose hacia dentro.

Se dio la vuelta en el suelo, dedicó unos segundos a frotarse la marca rojiza que había quedado entorno a la inmovilizada y colocó una mano sobre la prenda de tortura femenina que rodeaba su abdomen.

Ese hombre era una criatura muy orgullosa, desde luego.

Puede que en su mundo de lobos y salvajismo fuera superior a ella. No, seguro que lo era.

Pero en el mundo civilizado, donde los verdaderos monstruos caminan por las calles, toman té a media tarde y visten con traje y sombrero, era Elisabeth la que estaba por encima de él.

Demonios, ambos eran orgullosos... Temía que, al combinar fuego con más fuego todo acabase en llamas.

Su lado humano se movió de un lado en su interior.

"¿Qué estas haciendo, Lys? Eres una señorita. Una dama de la alta sociedad. Abandona esos sueños irreales, que solo te traeran problemas." Gritaba.

La cuestión era que..¿Y si ella no quería hacerlo? ¿Y si no quería ser una dama de la alta sociedad, casarse con alguien a quien no quería y vivir encerrada en un corsé hasta el fin de sus días, con una sonrisa falsa cosida en la boca?

Nunca nadie le había preguntado que era lo que realmente quería.

Y lo peor es que no era una cosa que quisiese. Era una necesidad. Lo necesitaba.

Y ahí estaba ese bruto, grande como un armario, queriendo saber que porqué deseaba a un licántropo con ella.

Sintió el instinto básico de golpearlo con un bloque de alfalfa por semejante pregunta, y sin embargo, tonta de ella, depositó la mano sobre la de él para ayudarse a levantarse sin partirse un tacón o perecer en el intento. Por supuesto le dedicó una mirada de pura desconfianza a su mano antes de forzarse a tocarlo de nuevo, por el bien de su salud.

Gracias.

Un par de palmaditas para limpiarse el vestido más tarde había retomado su correctísima postura habitual.

Bien. Seré directa. Deseo ser lo que realmente soy. Todo lo que podía hacer por mi misma ya lo he hecho. He investigado, he practicado hasta el agotamiento, he aprendido a controlar mis instintos...pero hay cosas que no puedo hacer sola, desgraciadamente... Quiero que tú me las enseñes. Te daré agua, comida, refugio, dinero...lo que necesites. Si un día te cansas y decides irte, libre serás de hacerlo. Tú conoces el mundo salvaje, y yo, el civilizado. Si tú me enseñas el tuyo, yo puedo hacer lo mismo contigo, en el caso de que te interese. ¿No quieres dirigirte a mi de un modo que no te agrade cuando estemos en público? No lo hagas. No me hables. Si te resulta más sencillo no me dirigiré a ti. Como si quieres pasarte el día gruñendo y enterrando huesos en el jardín. Acepta, negocia, o márchate.

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30/12/2017, 22:53
Kay Schneider

Suspiró, resignándose a recibir la respuesta que menos deseaba escuchar.

Se había alejado de las responsabilidades de un alfa y ahora, la impresionante loba que tenía ante él, le pedía que las volviera a retomar, y nada menos que en una ciudad trabajando para ella en su caballeriza y fingiendo ser un sirviente.

Tenía su lado bueno, recibiría un pago algo sin lo que sería imposible disfrutar de la diversión que la ciudad podía darle. El agua, el alojamiento y la comida le importaban menos. Pero eran un punto a favor por la comodidad que eso representaba sin el tiempo necesario para dedicarse a buscarlos.

En principio no parecía un mal trato, si no fuera porque era de lo que había estado huyendo desde que había abandonado la Selva Negra. Había enseñado a más de un joven lo que ella le pedía, pero hacerlo con Elisabeth requeriría un esfuerzo extra pues no sólo tendría que enseñarle como ser una loba, sino librarse de la losa de años de educación humana que, estaba seguro, impedirían que comprendiera de inmediato ciertas costumbres. Los remilgos a la hora de comer podían ser sólo la punta del iceberg.

Por no hablar de que estar tanto tiempo pendiente de una loba que tanto le agradaba a la vista y el olfato, pues físicamente y aromáticamente no era una cachorra, además una cuyo carácter tanto prometía era peligroso. Sobre todo teniendo en cuenta el lugar donde residía y que no sabía qué podía esperar de ella.

Hasta el momento Kay no se había permitido implicarse demasiado siquiera en una amistad con una mujer de su misma especie. De hecho había intentado no hacerlo con nadie, aunque no siempre había sido posible. Las humanas no vivían tanto como los lobos, las vampiras eran inmortales sin contar el hecho de que estaban muertas y le daba bastante aprensión, y las lobas...

Te estás comiendo demasiado la cabeza...

Y se la comía porque para él había razones para hacerlo, pero no podía ignorar por siempre la petición de la joven. Si la abandonaba él, ¿qué posibilidades había de que encontrara a alguien antes de que fuera demasiado tarde que le enseñara la naturaleza de su especie? Además, pese a las duras palabras y el intento que hacía Elisabeth para mantenerse firme y fingir que le daba igual su decisión, la mirada que antes le había dirigido el animal de su interior aún seguían golpeando el pecho de Kay.

¿Un chiste sobre perros? —preguntó él, enarcando una ceja—. Seguro que tu ingenio llega a más, lobita...

Había cambiado el adjetivo con el que se refería a ella.

Mala idea...

Conmigo no aprenderías a controlar tus instintos —advirtió— aprenderías a dejarte llevar por ellos. Puedo enseñarte a cambiar durante cualquier fase lunar, hasta que la transformación ya no duela y sólo desees que llegue el anochecer para poder correr, rastrear y cazar, cosas que también puedo enseñarte. Puedo enseñarte a percibir hasta el mínimo aroma y con ello todo lo que los humanos tratan de ocultar: qué sienten, cuándo mienten, cuándo están enfadados o cuándo aterrorizados, aprenderías a comunicarte con los nuestros sin hablar, simplemente con el lenguaje corporal o el olor. Incluso a diferenciar los distintos aullidos y para qué los usamos...

Mala idea, pero no podía dejarla a su suerte y menos en un lugar como ése el cual él consideraba la peor de las prisiones. Pero también era una advertencia para que pensara bien si eso era lo que quería tener de verdad. Kay no imaginaba tener una vida como humano, pero ella se había criado así. Tenía que pensarlo bien.

Puedo fingir los modales necesarios delante del resto si es necesario —aceptó—. Trabajaré y viviré aquí para estar cerca ya que sería lo más cómodo. Pero me gustaría que a cambio tuviéramos una comunicación sincera cuando eso sea posible y no la que mantenemos ahora. Puedo soportar fingir delante de los humanos, pero si quieres que te enseñe mi mundo tendrás que entrar a él.

Sería capaz de dejarme con media cara colgando de un garrazo...

Por alguna razón, ese pensamiento e incluso imaginarlo le hizo gracia, aunque trató de ocultarlo.

—Y agradecería también que no trataras de golpearme como a un equino, claro...

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31/12/2017, 12:09
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Pese a que en realidad no estuviera pasando, Elisabeth podría haber jurado que la máscara de hielo que rodeaba su rostro temblaba, presa de los nervios.

No comprendía tales sentimientos.

Llevaba desde su nacimiento descubriendo por sí misma su Mr Hyde canino, aislada de cierta forma del resto de las personas.

Sabía que no encajaba en el mundo que le habían impuesto desde que tuvo uso de razón, pero prácticamente se había resignado a ello; debía elegir entre ambos mundos. No poseía el valor suficiente para escaparse con alguno de los grupos que de vez en cuando se acercaban a las afueras de su hogar, y de haberlo hecho, no había garantías de que la quisieran entre ellos. ¿Y sus padres, que la cuidaron y quisieron a pesar de las habladurías de los demás? Les partiría el corazón. Debía elegir, y resignarse.

¿Cuantos años se había estado mintiendo...?

¡Por favor! ¡Era Elisabeth Selene Héloïse Des Lioncourt! ¡Heredera de la familia Des Lioncourt, y un lobo monstruosamente grande, peludo y feroz a tiempo parcial! ¡Había soportado horas de las clases de etiqueta de Tata Evelyne, prendas de vestir más sufridas que cualquier instrumento de tortura moderno, y nada más y nada menos que fiestas de la alta sociedad llenas de pretendientes tan apuestos como estúpidos y desustanciados! ¡Si alguien era capaz de lograr una cosa sin perder la otra era ella!

Lo descubrió tres noches atrás. Cuando sus padres le revelaron que en realidad la habían encontrado en París, y que se habían ido al norte para evitarse más problemas.

Ahí estaba la casilla de salida.

¿Hmm? —Lo que para ella fue una réplica para él fue un chiste.— Podría hacerlo mejor, si me enseñaras cómo...—Farfulló por lo bajo.

Y, poco a poco, mientras le explicaba lo que era capaz de enseñarle, las facciones del rostro de Elisabeth fueron relajándose más y más, en un gesto de incredulidad.

Eso es un...¿sí? —Los ojos le brillaban, puede que por las lágrimas que amenazaban con nacer.

Sonrió como no lo había hecho nunca. Una sonrisa amplia, perfecta, radiante.

He hizo lo que menos se esperaba de una persona como ella...Saltó a sus brazos, rodeándole el cuello en un fuerte abrazo, entre risas.

No podía creérselo. Cuantísimo avanzaría con su ayuda...La meta no parecía estar tan lejos ahora...

En aquel momento, en su cercanía, comprobó en profundidad lo agradable que era su tacto, y su olor. La llevaba a un estado febril. ¿Era un efecto animal de entre los de su raza?

Gracias a los cielos, la realidad la golpeó con fuerza, devolviéndola al mundo real y...haciéndole darse cuenta de lo que acababa de hacer.

Rápidamente lo soltó, igual que a quien le acaban de dar una descarga eléctrica, y, rígida, con una expresión difícil de descifrar, carraspeó como si no acabase de abrazar a un perfecto desconocido al que minutos antes había intentado agredir.

Sí...eh...sí...disculpa...voy a...sí... —Debía de estar dando un espectáculo lamentable. Asintió con la cabeza, por si no hubiera afirmado Dios sabe qué suficientes veces, y fue movida por un resorte a coger un fardo de paja para distribuirlo en la cuadra de Pecado. Antes lo hiciera antes pondría pies en polvorosa.

Lista la cama de forraje, desató las riendas de Pecado, lo metió en la cuadra y se dirigió a la entrada de las caballerizas. Sus movimientos eran artificiales.

Se giró una última vez hacia Kay.— Hay habitaciones para los criados en la casa, pero no creo que quieras estar con tantos...humanos, creo, así que mandaré a alguien para que te prepare las estancias del encargado de los establos que hay al fondo. No son excesivamente grandes, pero...bueno...—Las tornas habían cambiado y la que estaba incómoda era ella.— ¿Buenas noches?

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31/12/2017, 14:49
Kay Schneider

—Sí, supongo que lo es...

Kay tenía que reconocer que le había gustado ver la sonrisa de Elisabeth, lo suficiente como para que él también se la devolviera de la misma manera, aunque no tardó en convertirse en una expresión de asombro.

Qué co...

Lo último que esperaba después de haber recibido un golpe en el pecho era que la mujer lo abrazara de aquella manera, haciendo su olor más intenso y dándole una idea clara de lo suave que podía ser su piel. Durante un segundo Kay sintió el calor acumularse en su cuerpo aunque afortunadamente ese segundo no duró demasiado, ya que la mujer se apartó de él tan rápido como había saltado.

El licántropo frunció el ceño, intentando comprender a qué venía tanta asertividad por parte de ella.

Tendrían mucho trabajo por delante si un simple abrazo hacía que mostrara tanta inseguridad, aunque él tampoco lo había esperado no creía que fuera para ponerse así de cohibida.

Pero no dijo nada y, en silencio, la observó trabajar. Aunque era el trabajo para el que supuestamente ella le había contratado, él prefirió no interrumpirla asumiendo que en esos momentos prefería estar con las manos ocupadas y no pensar demasiado.

No me importa dormir aquí o allá —respondió él—. No me incomodan los humanos, sólo algunas de sus costumbres...

Pero si ella creía que era mejor que durmiera cerca de las caballerizas él no iba a oponerse. Tal vez a él no le importara, pero a los que vivían con Elisabeth sí y puede que prefirieran mantenerlo alejado de la residencia principal.

O hasta esta noche... —sugirió, encogiéndose de hombros—. La noche es el mejor momento para ser un lobo, y tú querías aprender a serlo, ¿no?

Sus palabras parecían simplemente subrayar una obviedad, pero era una obviedad de la que Elisabeth no se había percartado. Aunque también pudiera ser que tuviera otros deberes que atender, o simplemente prefiriera hacer otras cosas. Fuera como fuera Kay pretendía salir en la noche.

Aunque si lo hacía solo tal vez fuera como un humano y pidiera un adelanto ya que, ¿qué local iba a servirle de lo contrario?

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31/12/2017, 20:53
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

Ya había programado la huida, sin embargo Kay le sugirió comenzar esa misma noche.

Tenía cientas de cosas pendientes de hacer. La organización de la fiesta que Tata Evelyne estaba tan empeñada en celebrar, investigar un par de asuntos, hacer sus propias escapadas...Ni siquiera habían terminado la mudanza.

Prioridades, Lys.

Después de unos instantes de hacer memoria recordó aquel claro junto al lago del que su padre le habló en una ocasión. Viniendo había pasado cerca del bosque en el que se suponía que se encontraba. Al estar tan aislado de la ciudad sería un buen lugar para practicar.

Hay un bosque no demasiado lejos de aquí...—La propiedad de su familia, debido en parte a su extensión, estaba construída a las afueras.— A medianoche en el claro junto al lago.—Dijo antes de inclinar la cabeza más por costumbre que por educación, y salir de los establos.

Como no, Eve la interrogó durante un buen rato en cuanto puso un pie en la mansión.

Se limitó a explicarle que Pecado estaba nervioso y que necesitaría más atención los primeros días, pero que no se preocupase porque desatendiera sus deberes pues había contratado a alguien que hiciera ese trabajo. También hizo que un par de criadas fueran de inmediato a encargarse de preparar las habitaciones de los establos, así como de llevarle la cena al nuevo mozo.

Habiendo cenado, se retiró a su dormitorio, con la excusa de que estaba muy cansada por el viaje.

No tendría problema para escabuirse; las excursiones nocturnas eran algo habitual en la rutina de Elisabeth.

A las once en punto, igual que cada noche, las luces se apagaron, y la mansión al completo se sumió en el sopor de las arenas de Morfeo. Ni un ruido, ni un movimiento. Nada.

A las once y cinco Elisabeth terminaba de vestirse con su habitual ropa de montar que consistía en una camisa beige, una falda negra larga, las botas de amazona y una capa a juego con la falda, con la que camuflarse en la oscuridad. Y lo mejor de todo: nada de corsés extranguladores. Sólo el básico que usaba a modo de ropa interior.

Se deslizó entre las sombras sigilosamente hasta llegar a las caballerizas. No había encendido ninguna luz durante el trayecto pero podía moverse en la oscuridad como si fuese de día. Allí ensilló al semental y abandonó el terreno por la parte trasera.

Había procurado tener tiempo de sobra para llegar, y, ¿qué mejor para aprovechar esa media hora suelta que probar el terreno?

Con su identidad oculta bajo la capucha de la capa, lejos de la "zona de peligro", dejó la incómoda monta amazona apropiada para su sexo y estatus, se remangó la falda ajustando los topes con las tiras de tela en lo que pasaba la pierna al otro lado de la silla y rozó los flancos de Pecado con los talones.

El animal, que llevaba todo el camino ansioso, anticipando el momento, echó a correr como alma que lleva el diablo, levantando una nube de polvo y hierba a su paso.

Era un semental con nervio y mucho, mucho carácter. Su cabeza era pequeña, el cuello, grueso, y los músculos de sus patas firmes y marcados.

Cualquier persona que entendiera un mínimo de equitación podía ver que ese caballo había nacido para correr.

El movimiento le retiró la capucha a su jinete, y ambos quedaron cabalgando con la melena al viento; Elisabeth con su espesa cabellera, y Pecado con su crin y cola perfectamente cuidadas.

¡Vamos, vamos! —Lo apremió, mientras aflojaba el agarre de las riendas para darle más libertad.

Pecado resopló, entusiasmado, y aumentó la velocidad cortando el aire a su paso por el interior del bosque en el que acababan de penetrar, saltando troncos caídos y esquivando los que no lo estaban.

Montar a horcajadas, como los hombres, era su pequeño secreto desde que pudo sostenerse sobre la silla. Y le encantaba.

Soltó una carcajada. Llegaban al claro. El semental interpretó aquello por un último spring, y volvió a acelerar.

Al llegar a las orillas del lago lo hizo detenerse. Ambos jadeantes.

Agradeció ese momento con un par de palmadas en el cuello sudoroso.— Buen chico. —Y bajó de un salto, dejando que su compañero se hidratase en lo que ella se recolocaba la ropa.

Lo tenía desde potro. Cuando ella adquiría la capacidad de transformarse, el vínculo de los dos estaba formado, por lo que, aunque le resultó laborioso al principio, no le temía en su forma animal. Con Kay... no estaba tan segura.

Tendré que dejarte atado un poco más atrás, por si acaso. ¿Vale? —Él coceó el suelo. A veces pensaba que podía comprender lo que decía.— Eso es, precioso.

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02/01/2018, 14:19
Kay Schneider

No estaba seguro de que Elisabeth aceptara, pero era ella al fin y al cabo quien estaba interesada en aprender.

Entonces nos vemos directamente allí —aceptó él.

Le parecía un buen lugar como punto de partida, aunque no tenía intención de quedarse mucho tiempo transformado con una loba inexperta en las inmediaciones de París y, por la velocidad mostrada por ella, no creía que les fuera muy complicado cruzar grandes distancias en una noche y aún así volver antes del amanecer.

El licántropo la observó salir preguntándose por qué se metería en esos líos. Esperaba que por lo menos no fuera demasiado aburrido.

¿Qué miras tú? —Preguntó al caballo de un pelaje tan negro como el suyo propio en sus formas animales, y que parecía mirarlo con una profundidad aún mayor que su dueña—. Come, o me como yo tu hígado.

Ya lo había hecho, era la parte que más disfrutaba de una presa y que normalmente se reservaba a los alfas. Era otra cosa que tenía que enseñarle a Elisabeth ya que la alimentación marcaba mucho su olor y por eso él evitaba siempre que podía la comida preparada por los humanos. Los lobos de rangos altos se alimentaban de órganos como el hígado o el cerebro, dejando otros órganos para los rangos más bajos de una manada. Si la joven era muy melindrosa pronto dejaría de serlo.

No le llevó demasiado esfuerzo terminar de recoger o limpiar las cuadras, estaba acostumbrado al ejercicio físico y lo que un humano habría tardado todo el día en hacer él lo completó en unas pocas horas.

Para él no era una experiencia extraña trabajar en un lugar donde no conocía a nadie, siempre lo hacía cuando tenía que ir a la ciudad, y siempre trataba que fuera en trabajos donde pudiera aprovechar sus enormes capacidades físicas para sacar ventaja de ellas. Además, el trabajo físico lo ayudaba a distraerse ya que pensar siempre hacía que diera vueltas innecesarias a la cabeza.

Si se preguntaba mucho las razones por las que había aceptado la propuesta de la joven acabaría por darle plantón, así que evitó pensar mucho en su verdadera tarea. O por lo menos lo intentó, ya que terminó el poco trabajo que había en la cuadra el primer día de mudanza de esa extraña familia en menos de lo que esperaba.

El licántropo aprovechó ese tiempo para dar una vuelta y ver, durante el día, el lugar indicado por la loba pero después no supo muy bien con qué distraerse hasta la noche. No solía disfrutar del día, eran unas horas aburridas y sin mucho que hacer en lo que a diversión se refería. Por suerte Elisabeth cumplió su promesa y le habían preparado los aposentos, en los que intentó dormir sin darse mucho tiempo para pensar.

Rechazó la cena que le ofreció la sirvienta que enviaron, agradecía el gesto pero tenía pensado aprovechar esa noche para dar más de una clase práctica a Elisabeth y así alimentarse como debería hacerlo un lobo. Si la joven reinsertada como noble en la sociedad humana no quería eso significaba más y mejor alimento para él.

Como si la pérdida de las luces en la enorme mansión que veía desde su ventana fuera un pistoletazo de salida a una carrera, Kay apagó las de su dormitorio y salió disparado hacia el lago que ya había visitado.

Allí esperó tranquilamente, observando con brillantes ojos ambarinos la oscuridad y escuchando con orejas levantadas. Por suerte, y a pesar de su tamaño excesivamente grande incluso para sus congéneres, con su pelaje tan oscuro sería difícil que alguien lo viera. Levantó la enorme cabeza del suelo cuando escuchó el sonido de unos cascos, sin saber muy bien si quería que fuera o no Elisabeth. Le parecía innecesario tanto para ellos como para Pecado llevar al caballo hasta ese lugar.

Pero lo era, Kay distinguiría su olor entre una multitud una vez lo había conocido.

Emitió un sonido mostrando su exasperación, que a un humano le hubiera parecido una mezcla entre el estornudo de un perro y el gruñido de un lobo, y volvió a cambiar. Mientras la joven ataba al caballo el se volvió a colocar las prendas aprovechando que estaba distraída, no quería asustarla y no sabía cuánto de humana tendría al respecto.

No deberías de haberlo traído... —dijo al fin, saliendo de entre los árboles y observando al caballo más que a la joven—. Podría hacerse daño si se pone muy nervioso, y tenía la intención de que nos alejáramos de aquí todo lo que pudiéramos esta noche.

Para Kay era la mayor bendición de ser un lobo: poder correr libre sin ataduras. Seguir un rastro, acechar e incluso cazar una pieza durante una noche interesante y con una luna gibosa creciente a Elisabeth no le sería muy difícil cambiar.

Tal vez sea mejor que nos alejemos un poco antes de cambiar —supuso, pues la idea de tener a un caballo tan cerca durante su cambio no le hacía gracia.

Él era un cazador y el animal de Elisabeth una presa. Si Kay hubiera sido algo menos empático de lo que se había mostrado hasta el momento la habría considerado una vergüenza entre su raza, y estaba seguro de que los más ancianos opinarían así.

Dio lugar a réplica, pero no a contradecir esa «sugerencia», dio media vuelta moviendo la cabeza para indicar a la joven que lo siguiera, y comenzó a rodear el lago.

¿Cómo se te da el cambio? —Preguntó—. De las dos formas.

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02/01/2018, 19:38
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

La razón le hizo recapacitar, pues si tenía que hacer de aquel hombre su mentor...lo llevaba crudo.

Le preguntaba qué hacía ahí. Estaba a tiempo de volver y hacer como si nada hubiera pasado. 

Pero era tarde. Apenas empezaba a aproximarse Elisabeth había captado su olor.

Le sorprendía que finalmente decidiese acudir a su encuentro.

Ella tenía sus propias razones de peso para solicitar sus servicios, pero... ¿cuáles serían las suyas para llevarlo a aceptar su petición? Tal vez existiese una verdad oculta bajo esa primera impresión que le había dado... ¿Aburrimiento? ¿Soledad...? No quiso pensarlo más.

De lo que si estaba segura era de que él tampoco debía de tener muchas luces. Acababa de comprender aquello de la felicidad en la ignorancia...

Antes de que Kay abriera la boca para exponer su disconformidad la joven ya sabía de ella. La sentía, sin necesidad de girarse a mirarlo y descifrarla en su expresión. 

La verdad era que imaginó la posibilidad de su descontento apenas dejaba su dormitorio rumbo a los establos, pero le daba absolutamente igual. 

Siendo un licántropo debía conocer la ansiedad del deseo de salir a correr, de respirar el aire fresco que las ciudades se negaban a dar... ¿Cómo podría creer que se plantearía el marcharse a vagar por los bosques dejando a Pecado cruelmente encerrado entre cuatro paredes? No le permitió el lujo de terminar ni la primera frase.— Tranquilo. Mientras no te acerques tu hocico estará a salvo de llevarse una coz. —Dijo atando el extremo de las riendas a un árbol cercano. Se negaba a perder el tiempo en darle una explicación que no necesitaba acerca de la tolerancia de Pecado a sus formas animales.— Mantente alejado de él...

O haré que te arrepientas de continuar infravalorándome.

Si bien no tuvo la suerte de iniciarse en el mundo de la licantropía con las facilidades que Kay disfrutaba, su capacidad de aprendizaje y adaptación era muy superior a la de cualquier criatura, mundana o sobrenatural.

Al fin y por primera vez desde su reencuentro, coincidieron en algo y eso que aún no se había dignado a girarse para mirarle.— Me parece correcto. —Accedió, caminando a sus espaldas.

El cambio....Bien. —Doloroso, podría haber dicho.— Aceptable. —Sintió a la luna llamarla, y tan sólo pudo seguir su volutad, levantando el rostro hacia ella para que bañase su rostro con su luz.

Dejó escapar un suspiro.

Si me disculpas...—Se desvió del camino que él marcaba con su paso, adentrándose en los primeros arbustos que separaban el bosque del claro.— Te alcanzaré. —Prometía despareciendo entre la vegetación y la oscuridad, donde, alejada de su presencia, empezó a deshacerse de cada prenda de ropa que la cubría.

La tela bajaba deslizándose con suavidad sobre su piel, acabando en un mismo montón en el suelo.

Dio un par de pasitos hacia un lado, pisando por fin la hierba fresca con los pies. Adoraba esa sensación.

Hacía casi una semana que no se transformaba. Estaba impaciente.

Notas de juego

Edit: He arreglado una cosilla, si no te importa. (A mi móvil a veces le resulta divertido comerse partes del texto, o cambiarlas directamente fucking corrector)

PD: Y no te preocupes, que yo también ando a tope de cosas y apenas paso por aquí ^^U

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03/01/2018, 18:41
Kay Schneider

La actitud de Elisabeth logró volver a sorprender a Kay, podía admitir que se preocupara del caballo ya que tenía la impresión de que esa era la relación más cercana a la naturaleza que ella había tenido nunca. Lo cual para él resultaba triste de pensar. Pero sus intenciones habían sido buenas al mencionarlo, ya que no sabía cómo podría reaccionar ella, o incluso él, una vez trasformados y dejándose llevar por el influjo de la luna.

Por no mencionar que el caballo, por mucho que a ella la conociera de él no podía decir lo mismo.

Eso tiene solución —no le habían pasado desapercibidos los sentimientos de la mujer respecto a sus transformaciones—. El cuerpo acaba acostumbrándose al dolor, así que cuanto más te transformes menos te dolerá o más bien menos te importará. Trabajaremos en ello, pero ahora quería hacer algo distinto...

La segunda vez que el licántropo fue sorprendido por la joven fue cuando ésta se paró, alejándose de él. Definitivamente tenían mucho que trabajar, y los remilgos iban a ser uno de ellos. Para él verla trasformada era casi igual que verla desnuda en forma humana, aunque visto lo visto era mejor no decírselo porque si lo hacía tenía la impresión de que no iban a avanzar esa noche.

Respiró profundamente, mientras veía a la joven alejarse hacia unos arbustos.

Recuerda al menos esto —pidió—. Hoy no controles tus instintos e impulsos, déjate llevar por ellos. Te dirán mucho más de lo que yo podría enseñarte en una sola noche. Si temes perder el control... Para eso estoy aquí —aseguró, asumiendo todos los riesgos que podía correr con una loba, joven sí pero también hábil, liberada de cualquier tipo de cadenas. Había prometido ayudarla y enseñarla, y hacerlo con uno de los suyos no estaba carente de riesgos, pero él consideraba que debía ayudarla a conocer el mundo de los suyos.

Una vez transformados sería muy difícil mantener una conversación compleja con ella, pero si seguía lo que sus instintos le decían no les sería difícil encontrar un rastro que seguir hasta dar con una presa. Incluso disfrutaría de la verdadera libertad de su mundo, algo que quería que aprendiera en primer lugar. Lo primero para Kay era enseñarle lo que podía esperarle, acabar con las dudas y los escepticismos, y luego ya podría forzarla a hacer cosas más duras. Como transformarse una y otra vez durante toda una noche.

Pero también por eso quería alejarse del caballo pues el instinto de un lobo, y más bajo una luna tan grande, era cazar una buena presa.

Decidió aceptar dejarle intimidad a la joven y comenzó a caminar, imaginaba que por el momento a la loba le costaría algo más la transformación aunque no podía tener ni idea de cuánto si no lo veía con sus propios ojos, pero aún así esperaba tener tiempo de sobra para alejarse y convertirse él también.

Una vez alejado Kay se quitó de nuevo las ropas, escondiéndolas a la vista de quien pudiera pasar por ahí. Apreciaba mucho esas pertenencias pues tal vez no parecieran tan caras y lujosas como las que llevaba Elisabeth, pero habían pertenecido antes a criaturas que él mismo había acechado y cazado. Eran mucho más importantes para él de lo que podían serlo las ropas más estrafalarias.

Tomó aire y se dejó llevar por la luna y el animal que tenía dentro de él. Su influjo era poderoso y él también, no tardó mucho.

Resopló de pronto, agitando las orejas y la enorme cabeza, ya no dolía pero la sensación seguía siendo como poco curiosa. Dejó que su enorme mole cubierta con pelaje negro cayera en el suelo mientras esperaba a que llegara la joven, observando la oscuridad de nuevo con brillantes ojos dorados. Tenía una tremenda curiosidad por verla aparecer en su forma salvaje, incluso más curiosidad tenía por saber cómo era ella de verdad.

Hasta ahora había conocido a una Elisabeth influenciada en exceso por la humanidad, alguien que parecía temer perder al lobo, y mentiría si dijera que una de las razones por las que aún no había cambiado de idea era por conocer a alguien como ella.

Notas de juego

Siento no estar tan a tope como días anteriores, a ver si mañana puedo ponerme mejor ^^

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04/01/2018, 15:12
Lady Elisabeth S. Héloïse Des Lioncourt

 

 

Inspiró hondo, preparando no solo su cuerpo, sino también su mente para lo que estaba por acontecer.

Había llegado el momento.

Volvió las palmas de las manos hacia arriba y se quedó mirándolas mientras empezaban a llenarse de pelo.

La llamada de la bestia se extendía por todo su ser, cada día más deprisa, cubriéndola de un pelaje tan oscuro como lo era la melena de su forma homínida; del color del cielo nocturno en una noche sin estrellas.

La primera fase era... curiosa. Un hormigueo que la recorría.

Las contracciones de la segunda hicieron acto de presencia. Contuvo el aliento.

Los músculos creciendo, deformándose, moviéndose dentro de su cuerpo.

Abrió la boca en un grito sin sonido. La perfecta dentadura de perlas blanca se tornaba en afilados colmillos. Los dedos y uñas en garras.

Se desplomó hacia adelante cuando no pudo mantener más el equilibrio.

Normalmente habría recibido al suelo de rodillas, pero ya no podía. Había caído apoyándose con las patas delanteras.

Se quedó quieta, tendida en el suelo, ahora si respirando agitada hasta que los espasmos de dolor finales se difuminaron, desapareciendo.

Entonces se levantó y sacudió la cabeza, obligando al repentino aturdimiento a alejarse de ella.

Movía las garras en la hierba. Distinto cuerpo, misma sensación.

Las ataduras de su vida humana desaparecían cuando se alzaba en esa forma, más fuerte, más peligrosa, pero sobretodo, libre.

Con pasos lentos y calculados emprendió la marcha. Olisqueaba todo a su paso. Esa nueva tierra...

Guiándose por su olfato supuso que Kay no estaría demasiado lejos. Era su oportunidad.

Se agazapó entre la maleza para fundirse con su frondosidad.

Los minutos pasaban, y no daba señales de querer moverse de su escondrijo, al acecho.

Esperaba..pero ¿a qué?

Los vientos soplaron en el crescendo de la rapsodia de la noche. Los árboles y sus hojas bailaban a su son, de forma ligeramente ruidosa. La loba aprovechó su sonido para camuflar su paso, de normal inaudible, y acercarse más.

Había decidido acercarse por el flanco derecho, cerca de la retaguardia, aunque visualmente era mejor hacerlo desde atrás del todo, pero quería mantener oculto su olor, y el aire que le iba en contra se lo llevaba, impidiéndole al contrario atisbarlo.

De golpe, como aparecida de la nada, saltó sobre él. Apenas un instante. Lo suficiente para caerle encima, marcarle sin fuerza el lomo con las fauces y saltar de nuevo a los arbustos del otro lado.

Tras eso dio la vuelta y emergió de entre los matorrales que quedaban frente al lobo, dejándose ver por fin en la totalidad de su ser.

Era una loba de tamaño medio, estilizada, con los ojos azules y el pelaje de la suavidad de un beso. La gracia y elegancia de sus movimientos humanos se mantenía en el resto de sus formas sobrenaturales.

Suspiró por el hocico en un gesto juguetón y se plantó delante de él, tumbándose con la cabeza entre las patas y las orejas agachadas, a la espera.