Partida Rol por web

Aquella visión provocó en Arnault una oleada de nauseas que por poco le hacen vomitar. Tuvo que apoyarse en una de las paredes para no derrumbarse, pues la cabeza le daba vueltas. El dolor punzante lo devolvió a la realidad. Uno de aquellos engendros había arrastrado su orondo y pálido cuerpo, y había empezado a babear sobre su pierna. La quemadura fue insufrible, atravesando metal y cuero hasta morder la piel[1].

A su espalda, Alek tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar el hacha y Magdala aferraba con fuerza la sartén, dispuesta a proteger a su padre. El enorme lobo negro, por su parte, se abalanzó con gran precisión sobre una de las larvas[2], que chilló de agonía. Tarannis y el otro lobo aullaron en la oscuridad.

De pronto, como si se hubiesen materializado de entre las propias sombras, Kaleb, Le Maison y Volk emergieron armas en ristre. El trío atravesó el aire con sus respectivos aceros hasta impactar en la bruma. Algo —o alguien— gritó de rabia y dolor:

—¡Aaaaargh!

La bruma se disipó de pronto, revelando la figura escuálida de un anciano que cayó de rodillas frente a ellos.

Kaleb esperó a la orden de Le Maison, pero le sorprendió que éste alzara tanto la espada. Ya era tarde cuando se materializaron, como para recordarle el plan. Parecía que estaba ciego de furia.

-¡Dile a tus larvas que se detengan o te mataremos aquí mismo!- le digo con un tono que había utilizado muchas veces en sus actuaciones de rey o soberano intimidante...

Arnault dio un paso atrás asqueado por el nauseabundo olor que desprendían las criaturas, incluso tuvo que contener una arcada para evitar vomitar allí mismo espada en mano inclusive. El olor era tan desesperante que no le bastó con arrugar la nariz, sino que tuvo que dar un par de pasos atrás mareado, como si buscase algo de aire fresco. Sólo una terrible punzada de dolor en su pierna le devolvió a la realidad, una de aquellas horribles criaturas estaba babeando su corrosiva y repugnante sustancia sobre su pierna. Ni siquiera la armadura metálica del joven le sirvió para protegerse, pues la baba logró atravesarla y dejar un feo agujero en su lugar hasta llegar a quemar su piel.

-¡Por el Ojo de Khoriand´r! -Exclamó mentando a la deidad de los Taglien, el pueblo de curanderos, mientras se apartaba de un salto de aquella cosa. -¿Qué diablos?

Su instinto le llevó a lanzar una estocada con su espada en búsqueda de librarse de la criatura babosa. Por suerte, algunos de sus camaradas hicieron su entrada en esos momentos golpeando a la nada. Arnault estuvo a punto de señalar a los gusanos y gritarles donde estaba el peligro si no fuera porque vio caer al extraño viejo tras la bruma.

En plena furia berserk, Babaccar apenas dejó que su mente se apaciguara deleitándose en la escabechina que había provocado en la primera larva y, apoyando sus patas contra el propio cuerpo de la criatura moribunda, se lanzó sin pensar hacia el cuello de la siguiente.

Kaleb había interpretado a muchos asesinos, monarcas locos y tiranos guerreros. Sabía cómo aparentar ser una persona sanguinaria, aún cuando en su interior intentaba no derramar una gota de sangre a menos que fuera sumamente necesario.

Acercó su estoque hasta la garganta, y sus ojos parecían despedir odio y malignidad.

-Detén esas larvas, hazlas desaparecer y dinos quién eres- dijo tranquilo, con esa voz que sabía que podía despertar miedo en alguien que no lo conociera -¡Ahora!- y levantó la voz de pronto en un tono bastante grave, contrastando notablemente con la tranquilidad previa.

Los chillidos de las larvas al ser acertadas por las acometidas de Arnault y Babaccar empezaron a desvanecerse. Su intensidad disminuyó, como si el propio sonido se derritiese junto a la miasma, y el pasillo volvió a la normalidad.

—¡Está bien! ¡Está bien! —protestó el anciano terminando de hacer un gesto en el aire para cancelar la invocación—. Diablos. no me extraña que os quieran muertos, muchachos. Sois mucho más hábiles de lo que había supuesto.

Con cuidado para no asustar a sus captores y no empeorar su situación, alzó las manos en son de paz.

—Muy bien. Es la primera vez que me veo en una situación similar, así que vosotros diréis.

Le Maison apuntó con su espada al viejo, mientras buscaba algo con lo que atarle las manos para asegurarse de que no convocaría ningún otro ser. -Respóndenos entonces. ¿Quién nos quiere muertos?

Babaccar se echó a un lado mientras no dejaba de mirar al viejo, gruñendo, aún con los restos de sus criaturas entre las fauces.

Suponía que sus compañeros estarían llenos de preguntas pero, al verles junto a Arnault, confiarían.

El misterioso viejo hizo un ademán con el brazo y eso provocó que los gusanos desaparecieran del lugar. Arnault se sintió aliviado, no estaba teniendo su mejor fortuna en esos momentos. Le costó unos segundo comprender que el viejo, que había permanecido oculto tras la pesada bruma, era una especie de hechicero que había realizado aquellas invocaciones y se habia protegido con algún tipo de conjuro de invisibilidad.

Aunque le intrigaba conocer su identidad, Arnault vio que los demás iban a encargarse de él, especialmente Le Maison que incluso colocó su espada en el cuello del hechicero para exigirle una respuesta. Por tanto, Arnault aprovechó el segundo de respiró para apoyarse contra la pared y comprobar el estado de su herida.

Aprovechando que el anciano ahora estaba a su altura, y con una tremenda hoja de caballero a tan corta distancia, Kaleb envainó su estoque en el bastón-vaina que colgaba de su cinto, y lo apoyó frente a él con total soltura.

-Como bien preguntó nuestro valiente caballero, sería de mucha utilidad saber quiénes son nuestros enemigos en este momento- comenzó hablando el gnomo -Aunque de todas formas- miró a Le Maison -Podemos llegar a hacernos una idea...  después de todo, mencionaste a una Hermana cuando nos encontramos por primera vez...-

Le tocó las rodillas con el bastón, y se acercó levemente.

-Lo mejor será que respondas con sinceridad, y calmo, ya que además de ser muy valiente, es muy ansioso y reactivo... mejor trata conmigo, en este tono, y todo saldrá bien. ¿De acuerdo?-

Hizo una pequeña pausa, apenas, leve.

-¿Cómo te llamas?- preguntó en un tono extrañamente tranquilo y amable, ya que ahora sí había podido calmar su respiración después de los nervios pasados.

Sintió, o se percató recién en ese momento, que había un lobo gruñendo, y como sólo estaba así, decidió creer que no era una amenaza, pero miró significativamente a Arnault y a Alek.

El anciano relajó los hombros y chasqueó la lengua. Cualquiera habría dicho, de no ser por los filos que lo amenazaban, que el hombre no le daba mucha importancia a su situación.

—Mi nombre es Iacobus Valdemar. Soy un zapatero, tengo un taller en el boulevard Les Moliers, pero también soy un asesino a sueldo. Soy bastante diestro en ambos trabajos. De hecho, vuestras botas parecen algo gastadas.

Su rostro, surcado de arrugas, se abrió en una inocente y adorable sonrisa.

—Y bueno, el otro asunto es más complicado. La Santa Inquisición solo quería que os diese un susto, vaya, pero hay otros que os quieren muertos. Va contra todos los códigos de mi profesión revelaros la identidad de mis clientes, pero prefiero vivir sin honor a morir como una rata en las alcantarillas. Después de que la Hermana Beatriz me enviase a ahuyentaros, un chaval de la universidad me contrató personalmente para convertir ese susto en algo más mortal. Un tal Marcel Derain. Un mocoso de lo más arrogante, por cierto.

Le Maison torció el gesto al oir los nombres. Se dirigió a sus compañeros ignorando al zapatero-asesino. -Bien, ¿Qué opináis? Nos puede estar mintiendo. Yo le entregaría a las autoridades y después investigaría el asunto.

Valdemar se rió por lo bajo.

—Lo único que lamento de todo esto es no poder cobrarle a ese mocoso. Los universitarios están forrados de coronas y no conocen el verdadero valor del dinero, pero los inquisidores son unos auténticos agarrados.

El anciano sonrió amargamente, pero todavía estaba bastante relajado.

—Y yo que quería comprarle algo bonito a mi hijo… ¿Dónde está, por cierto? Sois un grupo bastante interesante. No me extraña que os prefieran criando malvas.

Volk, sujetando firmemente su daga contra el anciano, se mesó el bigote con aire pensativo.

—¿Tú crees, moi drug? ¿No son los inquisidores parte de "las autoridades"? Al fin y al cabo, el Tribunal de justicia es suyo. Ahora mismo no parece peligroso. Seguro que hay algún sitio en el que podamos dejarlo para que no cause ningún daño.

Kaleb miró sorprendido a Le Maison. Estaba nervioso ante la noticia de que la Inquisición estaba metida en todo esto, pero más le llamaba la atención que Marcel ya supiera que andábamos detrás de su pista.

-Amigo, no podemos entregarlo a esas autoridades- dijo el gnomo -Deberíamos hablar con el Patricio, sé que tendrá algún lugar donde mantenerlo...- miró al viejo, con el que tenía sentimientos encontrados -...a salvo.-

-Dinos dónde podemos encontrar a Marcel... después de todo, un asesino como usted dudo que no sepa dónde viven sus clientes, ¿no es cierto?- arriesgó el gnomo -Nos gustaría hacerle una visita, ya sabe, para devolverle el favor de habernos introducido de esta manera tan peculiar-

-Y no te preocupes que tu hijo está a salvo, durmiendo, y en nuestro poder, hasta que sepamos que podemos devolvértelo sano y salvo... o lo que sea- agregó.

Arnault seguía mirándose la herida, intentando determinar cuál había sido el alcance de la lesión y si debía preocuparse por su pierna. Mientras tanto iba escuchando la conversación del resto sobre qué hacer con el viejo al que habían logrado derrotar en aquel singular combate. Su opinión, si le hubiesen preguntado, hubiese sido cobrar venganza y matarlo allí mismo, pero el grupo dudaba entre si debía entregárselo a las autoridades, presumiblemente corrompidas por la Inquisición, o al Patricio, de quien Arnault tampoco se fiaba demasiado después de lo que había escuchado últimamente.

-Deberíais preguntarle a ella. -Dijo de pronto, señalando con la cabeza a Magdala. - Ella mejor que nadie sabrá que hacer con él. - Entonces Arnault se dirigió directamente a la muchacha. -¿A quién confiaríais el cuidado de alguien que pretende asesinarnos?

Magdala todavía parecía bastante contrariada por toda la situación. No solo por todos los peligros a los que había tenido que enfrentarse aquella noche, sino también la aparición de alguien conocido en las catacumbas.

—Él es Iacobus el zapatero. Ti-tiene un taller a un par de calles de nuestra posada. No puedo creer que se trate de un criminal, pero si lo que dice es cierto, lo vais a tener difícil. El patricio tiene cada vez menos control sobre la guardia. Mucho menos la de noche, que trabaja codo con codo con la inquisición. Solo se me ocurre la Gran Catedral. La mayoría de los monjes y sacerdotes de Lineras están en contra de los métodos de la inquisición. No es la primera vez que ocultan a un sospechoso para evitar derramamientos de sangre innecesarios, especialmente con todo el asunto de la Peste de Medianoche.

—¿La catedral? —intervino Alek— No, querida. Ya has visto lo que puede hacer. Los monjes no durarían ni cinco minutos contra un brujo, y menos si es un asesino a sueldo. Pero hay tabernas donde los podremos ocultar mucho mejor. El local de Mac, La pelirroja encadenada, es el mejor sitio para ocultarle. Tiene hasta un calabozo para los clientes peligrosos. Además, ya tiene experiencia eludiendo a la guardia y a los inquisidores.